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Yo Soy el Escritor

Por

Víctor C. Drax

Yo soy el escritor.

Construyo gente falsa para que sea querida, odiada,


despreciada, amada y amigas de gente real. Observo a la
vida a mi alrededor, cómo suenan las cosas, cómo se mueve
la gente, cómo se habla, cómo se piensa, cómo se actúa,
porque eso me permitirá retratar mejor al mundo real en mis
historias. Antes, escribía historias de terror. Ahora
escribo de lo que sea. La literatura da para todo. Es la
mentira que nos permite llegar a la verdad.

La gente en mi casa me pregunta por qué paso tanto


tiempo escribiendo. Por qué no me puedo levantar para ir a
comer. Por qué tengo tiempo para escribir y no para otras
cosas, “más importantes”. A dónde pienso que voy a llegar
con esto. Los escritores mueren pobres. No eres drogadicto,
homosexual ni delincuente, ¿de qué vas a escribir?
Asiento. Lo que tú digas. Aún si te explico, no lo vas a
entender.

Salgo a la calle con un libro en la mano. Leo en el


autobús, en el metro, en el carro de mi amigo, en la sala
de mi casa, durante el almuerzo y la cena, en las salas de
espera, caminando a tiendas, en las colas para pagar
servicios. Conocidos se me acercan a hablarme de libros que
ya leí y de películas… basadas en libros que ya leí (y que
nadie sabía que eran libros en un principio). Compro libros
nuevos por Internet, en grupos de a cuatro y cinco. A
veces, me atrapa el estilo de alguien nuevo y me sorprendo
detallando los elementos de la prosa, como un mecánico
observando el motor de un vehículo que desearía haber
diseñado él.

Conozco al Microsoft Word mejor que a la cocina de mi


casa. Cuando me quedé sin computadora, escribí a mano y,
cuando gasté los bolígrafos y las yemas de los dedos me
dolían, consideré comprar una máquina de escribir.

De vez en cuando me pregunta alguien si “eres tú el de


las historias”.

Sí, soy yo.

“Me gustó mucho como manejaste la trama y el ambiente


tenía un no sé qué buenísimo, pero… ¿por qué el bueno se
murió al final? ¿No te parece que termina en una onda
demasiado pesimista?”

Es terror. Se supone que debe ser pesimista.

“No necesariamente. Puede parecer que el malo va a


ganar al final y, en ese momento, algo salva al bueno.
Reza, consigue una pistola o algo”.

Ese final jodería la historia. Es estúpido.

“Es que no creo que deba terminar así. Habiendo tantas


cosas buenas en el mundo, ¿por qué escribes de estas?”
Me encojo de hombros. ¿Por qué te gusta la pepsi más
que la coca-cola? ¿Por qué te gusta el cine de comedia más
que el de acción? Pues así funciona. No es como si tuviese
mucha elección en el asunto.

Estoy en reuniones bohemias con gente “artística” y


todos hablan del simbolismo de Drácula. Todos son poetas y
novelistas, todos conocen a Nietzsche y a Byron. No beben
cerveza, sino vino. Desprecian a los best-sellers porque
prostituyen a las letras.

“¿Y tú qué piensas del simbolismo?” me preguntan.

Me hago el guevón.

“Víctor. ¿Qué piensas del simbolismo en Drácula?”

Me parece que es la sublimación de los deseos sexuales


reprimidos de Stoker. Consciente o inconscientemente, es
una herramienta.

“¿Una herramienta? No, el libro se trata del control


de la sexualidad victoriana. ¿No te habías dado cuenta?”

Creí que el libro se trataba de un vampiro valaco que


viaja a Londres y de la lucha de un grupo de mortales por
repelerlo. ¿Qué sé yo?

No leo críticas muy en serio. Si quiero hacerme una


opinión de algo, lo leo por mí mismo. Me irritan las
paredes estomacales los “intelectuales” que se sentirían
mejor si La Tapadera fuese una tesis doctoral de Derecho
Tributario, en vez de las luchas de un joven abogado por
salirse del lío en que se metió con la mafia.

Soy el equivalente literario del guitarrista que


aprendió a tocar el instrumento, tocándolo.

Te podría decir que escribo porque suelo estar solo, o


porque siempre me ha gustado leer o porque me permite poner
fantasías en papel y entretener a alguien con ellas, pero
esa no sería toda la verdad. Escribo porque si no pudiese
hacerlo, sería un sujeto infeliz, neurótico y probablemente
alcohólico.

Me registro en páginas de Internet, sacándome


promoción porque la mayor meta de mi vida es publicar y
vender lo suficiente como para vivir de ello, haciendo lo
que más me gusta hacer, en vez de tener un trabajo de
verdad.

Me voy a dormir y la cabeza me queda dando vueltas


sobre personajes, tramas, eventos que creo que sucederán en
mis cuentos y novelas, rememorando lo ya escrito,
rediseñando escenas. A veces lo hago cuando la gente me
habla y cuando escucho conferencias.

Hace un año empecé a sufrir de dolores agudos de


cabeza y ante el prospecto de tener un tumor cerebral, fui
al médico. Llevaba por dentro la esperanza de que me
dijeran que era la vista y así poder unirme al club de los
escritores cegatos. No tuve suerte, era sólo jaquecas.

No me gustan las reuniones de grupos literarios ni los


clubs de lectura, donde todo el mundo se ve “bohemio” y si
nunca has escrito un poema eres una vergüenza nacional. Si
tú eres un escritor atormentado, solitario y miserable, yo
también lo soy. No necesitamos conversar de eso.

Estuve en un curso de escritura creativa donde la


poesía era el género candente. En mi maletín tenía el
original medio terminado de una novela sobre una niña en un
hospital psiquiátrico y no lo saqué porque la narrativa,
aquí, es demasiado vulgar, demasiado terrenal. Se levanta
un compañero y lee un poema que parece ser sobre las rosas
en invierno y termina siendo, sin conexión, sobre la guerra
de Vietnam y la película de Ben Affleck con Jennifer López.
“Esto es pura mierda”, digo en voz alta sin darme
cuenta y ahora todos me miran.

“¿Quieres compartir algo con el grupo?” me pregunta el


profesor.

No entiendo. De verdad, no entiendo. Todos aquí hablan


más de escribir que lo que escriben. ¿Qué coño tiene que
ver la física cuántica con el café que ese pana se tomó
esta mañana? Aquí hay más de uno que entró a ser leído, no
a mejorar, no a leer, no a progresar. Todos aquí quieren
ser estrellitas, quieren ser mezclas de Anne Rice con Dan
Brown. ¿Dónde está la voz y el estilo personal?

Para hacer un cuento largo, corto, tuve que abandonar


el curso.

No encajo entre los bohemios. Odio a los


intelectuales. No soy drogadicto, ni homosexual, ni
delincuente. No fumo. No tengo defectos en la vista. No
escribo poesía. No bebo café.

Pero yo soy el escritor.

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