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La gracia y la disciplina: Claves del desarrollo personal

por Enrique Zapata W.


Categorias: Vida Cristiana y Ministerio

¿Qué tan importante es la disciplina en la vida cristiana? Al igual que en los deportes —en que la
mayoría prefieren mirar y disfrutar del placer del juego a través de otros—, en la vida diaria y espiritual
muchos también prefieren observar a otros en lugar de desarrollar sus propias vidas. El dominio propio
y el ejercicio espiritual están ausentes. Luego, esas vidas tendrán un gran vacío.
«El mundo pertenece a los disciplinados». Este viejo dicho parece exagerado, sin embargo algo de
verdad contiene.
Los atletas que llegaron a tener fama mundial fueron personas altamente disciplinadas, y cuando
dejaron de serlo, allí comenzó su caída. Únicamente las personas disciplinadas desarrollarán su
potencial máximo.
Hay otra verdad reflejada en el mundo de los deportes. La mayoría de las personas prefieren mirar y
disfrutar del placer en forma representativa; en otras palabras, experimentan el placer del juego a
través de otros, quienes sí juegan el partido. En una forma indirecta disfrutan de la disciplina de los
jugadores. En la vida diaria y espiritual muchos también prefieren observar a otras personas para
disfrutar del placer «representativo», en lugar de desarrollar sus propias vidas. Son sólo observadores,
no protagonistas espirituales. El disfrutar de la vida en esta forma es sólo momentáneo, dejando luego
un gran vacío.
Los anhelos populares de «autorrealización» y «autosatisfacción» con que están impregnadas las
mentes y los corazones de la mayoría de nuestra generación son opuestos a los conceptos de
disciplina, de dominio propio y de ejercicio espiritual, los que son parte importante en el desarrollo
cristiano.
Es notorio que uno de los conceptos más enfatizados en la carta pastoral de San Pablo a Timoteo es
el concepto de «Ejercítate para la piedad» (1 Timoteo 4.7). En el versículo 9 dice: «Palabra fiel es ésta,
y digna de ser recibida por todos». Después dice: «Esto manda y enseña». Obviamente San Pablo
deseaba dejar muy en claro que este concepto de ejercicio para la piedad era vital. ¿Qué es lo que
realmente significa?
La palabra «ejercicio» es la traducción de la palabra griega «gumnazo», una palabra que habla de los
atletas griegos haciendo ejercicios en una gimnasia. El hacer gimnasia implica una disciplina de hacer
y repetir ejercicios que van desarrollando la fuerza, la coordinación y las habilidades del deportista.
Siempre recuerdo a la rumana Nadia Comaneci, quien hace varios años despertó ovaciones en los
Juegos Olímpicos. ¡Ella sí que hacía gimnasia! Es un ejemplo de lo que San Pablo está hablando. Por
la práctica se había perfeccionado.
La gimnasia espiritual es necesaria para desarrollar una buena relación con Dios. La piedad
—devoción— que agrada a Dios no ocurre por sí sola. Requiere disciplina, práctica, perseverancia y
continuidad en las disciplinas espirituales tales como la oración, el estudio de la Biblia, la meditación, la
obediencia, la fraternidad con otros cristianos, por mencionar algunas de las más importantes. El
excelente libro de R. Foster Alabanza a la disciplina (Ed. Betania) desarrolla en una forma profunda las
diferentes disciplinas y cómo estas afectan nuestras vidas. Foster muestra cómo la superficialidad
espiritual es el resultado de la falta de las disciplinas espirituales en la mayoría de los creyentes. La
piedad y el carácter cristiano son desarrollados por el ejercicio en obediencia a las pautas dadas por
Dios. Muchos esperan que todo ocurra milagrosamente.
Es cierto que somos salvos por gracia, pero es sobre la base de esta gracia abundante que Dios
espera que desarrollemos nuestras vidas. San Pedro, después de hablar de todo lo que Dios hizo por
nosotros en Jesucristo, dice: «Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo añadid a
vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio,
paciencia; a la paciencia, piedad;…» (2 Pedro 1.3—11). Si uno observa con cuidado, casi todas las
virtudes que San Pablo menciona como fruto del Espíritu, San Pedro dice que deben ser cultivadas. Es
por el Espíritu que nosotros tenemos la capacidad para desarrollar estas virtudes.
Hace muchísimos años traté de aprender a tocar el piano. Después de mucha práctica y numerosas
lecciones, la maestra le dijo a mi madre: «Su hijo no tiene el don; no vale la pena que sigan gastando
dinero y tiempo en tratar de enseñarle». Una de mis sobrinas, Débora, toca el piano de forma
exquisita. Sus maestras se han maravillado de lo que puede hacer. Sin embargo, hay dos partes en su
éxito: una es el don que tiene, y la otra, los miles de horas de práctica que ha dedicado. Dios le dio el
don; ella tiene que cultivarlo. En la misma forma tenemos en Cristo el don de la gracia que nos da la
potencia para ser virtuosos. Fuera de Él, nadie tiene la gracia para desarrollar las virtudes espirituales.
Pero es la práctica de las virtudes lo que hace que estas sean parte de nuestra vida diaria.
Dios no hace robots ni títeres. Él da gracia sobreabundante a todos sus hijos, para que puedan vivir
vidas abundantes, llenas de virtud y a la vez mantener una relación profunda con Él. Sin embargo,
poco nos sirve si no desarrollamos con diligencia la gracia haciendo nuestra parte. Mi sobrina Débora
tocaría el piano como yo —mal— si no fuera porque ha cultivado con diligencia esta habilidad.
Tal vez una de las áreas más fáciles para ilustrar nuestra necesidad de disciplina y gimnasia es en
nuestro estudio de la Biblia. Pocos la estudian con diligencia cuando todo cristiano tendría que llegar a
ser un verdadero erudito. Si la Biblia es «la fuente inagotable de sabiduría, dirección e instrucción»,
pues nuestra disciplina debería llevarnos a conocerla muy bien. ¿Cuál sería el fruto en la vida de un
creyente si cada día separara a lo menos media hora para estudiar con diligencia un capítulo, y usara
el resto del día para tratar de aplicarlo?
La disciplina y el ejercicio necesitan ser una parte diaria en nuestra relación con Dios y en el cultivo de
la gracia de nuestro carácter espiritual. No estamos diciendo que es fácil, pero sí que es necesario. La
palabra discípulo tiene su raíz en la palabra disciplina. Para ser un discípulo verdadero de Cristo hay
que vivir bajo su disciplina. Así aprenderemos a vivir mejor.

© Los Temas de Apuntes Pastorales, volumen III, número 2. Todos los derechos reservados

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