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Montevideo 16 de diciembre de 2008

Directora de Amnistía Internacional Uruguay


Señora Ivahanna Larrosa
Presente.

Mi nombre es Marys Yic, cédula de identidad Nº… , uruguaya, domiciliada en… de la ciudad
de Montevideo.
Me presento ante usted con el mayor de los respetos y agradezco la oportunidad que me da
al recibirme. Es en lo personal una gran satisfacción y a su vez una inmensa responsabilidad
entregar a través de su persona esta carta denuncia y este testimonio dirigido a Amnistía
Internacional en su calidad de organismo defensor por excelencia de los derechos humanos
en su totalidad.

Es ésta una más de tantas otras puertas a las que he llegado pidiendo ser escuchada, es éste
un caso más como tantos otros que representan las vivencias del horror y del dolor extremo,
es una historia más entre miles similares en su esencia, donde la “impunidad” resulta ser el
factor determinante.

Pocas veces el terror político ha resultado tan evidente y tan inhumano como en el Cono Sur
durante las dictaduras cívico militar que se iniciaron en la década de los setenta. Los crímenes
masivos entonces cometidos por los gobiernos militares, luego de pisotear los regímenes
constitucionales, representaron una tragedia social cuyo dolor no se disipa. El daño que
causaron los crímenes cometidos durante el terrorismo de Estado, que bien pueden calificarse
de genocidio o exterminio fue demasiado profundo como para lograr superarlo sin una
rendición de cuentas real y honesta. Durante años los militares y cierto grupo de civiles
ejercieron el poder sin límites, disciplinados homicidas secuestraron, torturaron, asesinaron,
violaron, robaron y desaparecieron, incluso niños, como parte de una metodología de
exterminio de opositores políticos. El tiempo transcurre sin que el dolor de las familias y de la
sociedad sea atenuado al menos por la acción de la justicia. Una sociedad que se niega a
construir un país basado en la impunidad, que ya no tolera una justicia inactiva y silenciosa,
casi cómplice. Los uruguayos necesitamos sacudirnos de una buena vez el dolor, el miedo y la
tristeza. Los uruguayos queremos la paz.

A continuación haré referencia a este caso en particular, sin desconocer y teniendo siempre
presente para tal denuncia, que miles de familias sufrieron los embates del totalitarismo y
hoy exigen firmemente saber la verdad, el juicio y el justo castigo a los responsables.

Nuble Yic nace el 29 de agosto de 1928 en el Departamento de Maldonado, San Carlos,


muere a causa de las torturas recibidas el 15 de marzo de 1976 en el Batallón de Infantería
del km 14 de Camino Maldonado. Soy su hija menor y pertenezco a la generación que creció
en dictadura, la generación que vivió y sufrió los allanamientos y los saqueos, fuimos testigos
directos de las detenciones ilegales de nuestros padres, nos humillaron en los cuarteles,
destruyeron nuestros proyectos, perdimos oportunidades y nos generaron durante muchos
años miedo, dolor y angustia. Crecimos esperando la verdad y la justicia, esa que no llega
porque existe – y es aplicada tristemente en nuestro país - una LEY DE IMPUNIDAD que
protege a los criminales responsables de delitos de lesa humanidad.
A partir del año 1968 mi familia fue duramente castigada por la represión. Mi tío, Rivera Yic,
pasó cuatro años preso por razones políticas, es expulsado del país permaneciendo
clandestino en Argentina hasta el retorno de la democracia. A partir del año 1974 mi hermana
Nancy parte al exilio y mi hermana Estrella a la clandestinidad. Mi prima Silvia Reyes es
acribillada a balazos en su casa, tenía 19 años y 3 meses de embarazo, su esposo
Washintong Barrios es secuestrado en Argentina y hoy desaparecido, Stella Reyes es detenida
el mismo día que asesinan a su hermana y permanece 8 años presa en condiciones crueles,
inhumanas y degradantes.

Nuestra familia por ese entonces residía en el Cerro, mi padre era obrero de los frigoríficos de
la zona, militaba en el gremio (FOICA) y en el Partido Comunista de Uruguay. Era un hombre
que no estaba indiferente a la situación política y social del país, por lo tanto, aportaba lo
mejor de sí para ayudar a construir una sociedad más justa y digna. Trabajaba por y para la
causa de la clase obrera. Era para sus amigos y compañeros un hombre solidario, alegre,
disciplinado y comprometido políticamente en defensa de sus ideales progresistas. Para su
familia, un buen esposo y excelente padre de cuatro hijas.

En la madrugada del 22 de octubre de 1975 despertamos con los golpes que parecían
derribar la puerta, 6 personas visiblemente armadas ingresan a la casa, en el operativo
encapuchan y esposan a mi padre, otros revisan y otros saquean. Lo detienen ilegalmente y
se lo llevan con destino desconocido. Por ese entonces hacía reposo por un reciente infarto
cardíaco, pero su delicado estado de salud no fue óbice para que lo torturaran meses
enteros. Quedamos en casa con mi madre y mi abuela, a partir de ese momento desperté a
una realidad que me era ajena, estaba de cara a un mundo que desconocía y debía tener la
capacidad de sobreponerme a las adversidades para ocupar posiciones y responsabilidades de
adultos.

Comienza la búsqueda, 5 meses recorriendo cuarteles, comisarías, dependencias del SID y de


la OCOA, jefatura, juzgado militar y todo lo que estuviera a nuestro alcance. Mientras mi
madre buscaba, mi padre, al igual que muchos uruguayos, era conducido por diferentes
centros de detención y torturas: Casa de Punta Gorda (infierno chico), Cárcel del Pueblo ( allí
estaban desnudos, atados, vendados y tirados en el suelo, para “recuperarlos” unos días y
seguir con “la máquina”) el 2 de noviembre pasan al Batallón 13 llamado “el infierno grande”
o “el 300 Carlos”, a los fondos de esta unidad militar funcionó un centro clandestino de
torturas en combinación con el Batallón, en galpones con hangares del Servicio de Material y
Armamento hombres y mujeres de nuestro pueblo eran torturados salvajemente. Luego es
trasladado al Batallón de Infantería 2º y 3º del km 14 de Camino Maldonado.
Durante ese periplo conoció y vivió lo peor, el terror, la tortura y la incertidumbre propia y
familiar. Al igual que sus compañeros y compañeras todos fueron sometidos a diversos y
terribles métodos de tortura. Capucha, plantón, golpes, hambre y sed, picana eléctrica,
submarino seco y mojado, colgamientos, caballete, testigos de tortura o violación a otros
detenidos, arrastre, impedimento de ir al baño, quemaduras, sentón, incomunicación,
amenazas sobre la familia y drogas entre otras barbaries. Un vaivén incesante entre la vida y
la muerte para lograr la victoria absoluta sobre las resistencias físicas, psicológicas y morales
de los prisioneros. Esa macabra pluralidad de procedimientos de martirio era dirigida a
mantener al prisionero en una completa incertidumbre respecto al tiempo y espacio, ignorar
dónde se encuentra, si es de día o de noche, delirar y no saber si su familia también ha sido
detenida. Un torbellino incesante de tortura física y psicológica buscando despedazar al
detenido y lograr su total sometimiento, demostrando la más fría prevención y el más
absoluto desprecio por el ser humano.

El 14 de marzo de 1976 autorizan la primer visita a la familia, ésta consistía en un período de


media hora con una gran mesa separándonos y guardias armados alrededor. Una soldado me
lleva para la revisación, me ordena sacarme la ropa, inclusive la interior, tremenda
humillación para dejarme parada un instante que fue eterno, hacerme vestir y esperar mi
turno de 15 minutos en la vereda de enfrente al cuartel. El miedo me paralizó, creí que mi
madre y mi hermana no saldrían de allí. Cuando entré me impactó ver en las condiciones que
estaba mi padre, quería decirle muchas cosas pero no podía dejar de llorar. He vivido
sintiendo mucha culpa por no haberle dicho cuanto lo quería y que él quedara con esa
imagen de mi debilidad.
Debo destacar que en esa corta visita mi padre le cuenta a mi madre sobre las crueles y
sistemáticas torturas que estaban siendo sometidos todos, y sabiendo que era probable que
no saliera con vida de aquello, le pide expresamente que denuncie esa situación.

El día 15 de marzo sacan a los detenidos en fila a un espacio abierto al fondo del cuartel
luego de meses de inmovilidad, soldados armados marcan el límite, ellos no tienen la
seguridad si salen a un recreo, si vuelven a “la máquina” o si los van a fusilar. En esa
instancia, mi padre cae al suelo aparentemente víctima de un paro cardíaco provocado por las
severas sesiones de torturas y las malas condiciones de reclusión. Boca a boca intentando
reanimar su corazón y el pedido a los guardias de un médico urgente. No recibe ningún tipo
de atención médica ni sanitaria, solo la orden de que cuatro compañeros lo trasladaran a
pulso cuadra y media hasta un jeep. Luego la desolación.

El día 16 de marzo llega a casa una camioneta del ejército con un compañero detenido,
Rodolfo Maldonado (esposado y encapuchado), él es el que debe dar la noticia a la familia, mi
madre se encontraba haciendo un trámite en el BPS, así que la van a buscar y allí mismo le
comunican la muerte de su esposo, luego son detenidos en el cuartel de “La Paloma” donde
quedan mientras mi hermana es conducida al hospital militar a retirar el cuerpo. Ya en el
lugar pide verlo, pero solo le muestran la cara y le entregan un certificado firmado por el Dr.
Mautone donde se indica que la causa de la muerte fue una insuficiencia cardíaca. Al dolor de
una muerte injusta, cruel y repentina, los seres queridos debimos sumar el hecho de que se
entregara un ataúd con expresa prohibición de abrirlo. Sin embargo y pese a ello,
funcionarios de la empresa fúnebre (El Ocaso, Montevideo), algunos amigos y nosotras,
vimos y constatamos las marcas de la saña y la cobardía en su cuerpo: fracturas de clavículas
debido a las brutales colgadas, piernas ennegrecidas por los eternos plantones, quemaduras
de la picana eléctrica, uñas arrancadas, marcas y cicatrices en todo el cuerpo.
El sepelio se realizó con un fuerte despliegue de efectivos de civil que fiscalizaban el
cumplimiento de esa disposición, a la vez se llevaba el control de los asistentes tratando de
intimidar, pero el profundo dolor y la indignación que sentíamos era más fuerte que el terror
que ellos querían imponernos.

Después vinieron días y noches oscuras, un padre asesinado, una familia desmembrada y
crecer en dictadura. Aprender a sobrevivir y convivir con el miedo día a día. Dolor, angustia,
soledad, tristeza, abandono, impotencia e incertidumbre, eran los componentes de lo que me
hacía vivir aterrorizada, esperando el momento que irían a buscar a mi madre y quedaríamos
abandonadas o al cuidado de algún extraño. Los días pasaban y su ausencia iba dejando
huellas imborrables que luego se tradujeron en fracasos personales.
El terrorismo de Estado también condenó a niños y adolescentes que hoy, siendo hombres y
mujeres, seguimos pagando las consecuencias de aquello. Es importante transmitir las
dificultades humanas, familiares, sociales y económicas que estos hechos producen. La
represión dejó graves secuelas y muchas veces el daño fue irreparable. Nada va a devolver a
nuestros seres queridos, ni los años que no pudimos disfrutar a nuestros padres, ni las cosas
que no pudimos decirnos. ¿Quién se hace responsable por todo eso? ¿Qué es capaz de aliviar
el gran dolor que sigue produciendo?

Mi padre era un enfermo cardíaco, el recreo fue un elemento circunstancial en su


fallecimiento, una persona sometida durante meses a sistemáticas torturas, con ausencia
total de asistencia médica, sanitaria y falta de medicamentos, era evidente y esperable que
no resistiría, el tratamiento cruel e inhumano al que fue sometido era una condena a muerte.
El suceso se produjo durante un “recreo” (que no llegó a disfrutar) pero pudo haber sido
durante otra sesión de tortura, un día más de frío o un día más de trabajo forzado. Sus
verdugos ya lo habían sentenciado.
Su eliminación se enmarcó dentro de un plan de exterminio masivo de opositores políticos, el
homicidio fue cometido por funcionarios de Estado, en una entidad del Estado, siendo su
muerte el resultado de severos apremios físicos y psíquicos infligidos sistemáticamente.

El 16 de octubre del año 2007, dando cumplimiento al pedido de mi padre y apoyada por
SERPAJ, Comisión de Familiares de Asesinados Políticos y Grupo de Abogados de DD.HH, se
presenta la denuncia penal contra los mandos militares, policiales y civiles de la época, donde
Juan María Bordaberry era el dictador de facto y jefe de las Fuerzas Armadas. El expediente
está a cargo del Sr. Juez Dr. Luis Charles y de la representante ante el Ministerio Público la
Sra. Fiscal Dra. Elsa Machado. En noviembre del mismo año el Poder Ejecutivo excluye esta
denuncia de la Ley de Caducidad. El 21 de febrero del año 2008 comienzan a declarar los
testigos, familiares y más de 20 compañeros de tortura, prisión y muerte. La Sra. Fiscal sólo
ha pedido la historia médica de la víctima que fue atendido en su momento en la “Caja de
Auxilio de Obreros y Empleados de la Industria Frigorífica” centro que ya no existe, por lo
cual han declarado más de 10 personas (amigos, vecinos y compañeros de trabajo) que
afirman y confirman su enfermedad cardíaca (SE ADJUNTA DOCUMENTACIÓN) Se llamó a
declarar solamente al Dr. Milton Sarkissián, director de Sanidad Militar de la época y
nombrado por varios testigos en la denuncia. Sarkissián no recuerda nada referido a este
caso y en el hospital militar no hay registro alguno. (SE ADJUNTA DENUNCIA PENAL)

El 22 de octubre del año 2008, soy recibida por la Comisión de Derechos Humanos del
Parlamento, donde dejo asentado en esa órbita la denuncia y el testimonio de esa oscura
época. (SE ADJUNTA DENUNCIA PARLAMENTARIA)

El 5 de diciembre del año 2008, se nos notifica que la Fiscal Elsa Machado archivó el caso,
argumentando que los mandos están muertos o amparados por la Ley de Caducidad y que las
condiciones fáticas no son claras (el dictador J. M. Bordaberry nunca fue llamado a declarar)

Hoy, y en este marco, vengo a solicitar que Amnistía Internacional como organismo defensor
de los derechos humanos, tenga en cuenta esta denuncia y la eleve a las autoridades
pertinentes de dicho organismo, incluso a nivel internacional, a fin de colaborar en esta labor
de buscar la verdad y el juicio a los responsables del homicidio político de mi padre.
La justicia ordinaria hasta el momento, pese a las múltiples y contundentes pruebas
ofrecidas, no da respuestas. No se espera un milagro, pero si una justa, real y seria
investigación de los hechos, no es aceptable asumir que la tarea está cumplida con solo
“presentar la denuncia”, es necesario buscar, preguntar, averiguar, llamar a declarar al
dictador de facto del momento y a los mandos medios o inferiores, que aunque estén
amparados por la Ley de Caducidad igualmente pueden ser citados como testigos.
Aspiro que se siga un proceso justo y que se nos dé la garantía de que los responsables de
crímenes tan atroces serán castigados y no “amnistiados”, pues es la mayor de las
aberraciones y una seguridad de futuro que tales hechos puedan volver a repetirse.
Finalmente y no abusando más de su tiempo y gentileza, como hija de un excelente hombre
como fue mi padre, en su nombre, y en el nombre de todas las víctimas del terrorismo de
Estado, solicito humildemente, con esperanza y convicción, que Amnistía Internacional me
ayude en esta tarea, para que todos los uruguayos podamos sanar las heridas y tener una
convivencia pacífica. (ADJUNTO FOTOS Y DOCUMENTACIÓN)

Agradezco su tiempo y la atención prestada quedando a sus órdenes. Muchas gracias

Marys Yic Denunciante

Dra. Pilar Elhordoy Patrocinante

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