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Categorizar parece ser una de las necesidades del ser humano en su afán de instaurar un
orden ya sea este orden basado en fenómenos naturales o artificiales (literatura, escuelas
de pensamiento, etc.). Nietzsche se preguntó por qué decimos “hoja” para referirnos a
las hojas de los árboles cuando todas las hojas son diferentes y éste, claro, ya es un
problema del lenguaje (el ejemplo más común son las comunidades de esquimales que
tiene varias palabras para designar la “nieve”, mientras que otras poseen solo una, es
decir, solo “nieve”). Los pensamientos de Nietzsche no solo deben ser analizados desde
la problemática con el lenguaje sino también, por su odio –si bien en el campo
intelectual esta palabra no es demasiado feliz- a la filosofía kantiana. En literatura
existen varias denominaciones que sirven para encasillar obras y escritores dentro de
corrientes estético-literarias, como Clasicismo, Romanticismo, Neo-Romanticismo,
Realismo, Naturalismo, Modernismo, Surrealismo, Realismo Mágico, etc., etc. Sin
embargo, existen obras difíciles de encasillar; dificultad que aporta indudablemente a su
riqueza y a su imposibilidad de ser “domesticadas”. La palabra domesticada es un
concepto interesante y es una manera de denominar aquellas obras que se resisten a ser
leídas solo de una manera, obras o escritos en que la ilegibilidad es una característica
anhelada y cuya resistencia al sentido inequívoco descoloca a muchos lectores, seduce a
otros e inevitablemente, frustra a muchos. Un ejemplo de obras “rebeldes” es Trilce, el
poemario del vanguardista César Vallejo. La riqueza de estas obras descansa en el hecho
de que pueden ser leídas siempre de maneras diferentes, que se resisten a una sola y
única lectura y por eso, además de tener un alto grado de ilegibilidad, son altamente
“indomables”.