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El desafío de ser Nación

Reportaje a los historiadores Luis Alberto Romero y Miguel Angel De Marco.

-¿Había una nación argentina en 1810?

Luis Alberto Romero: -La nación no es una realidad natural sino una "comunidad imaginada", como sostiene
Benedict Anderson. Se "inventa" con la Revolución Francesa y ocupa el lugar que deja vacía la legitimidad
monárquica. En la versión francesa, se pone el acento en el contrato de los ciudadanos -como Rousseau- y en el
orden jurídico acordado. En la versión alemana, en cambio, se busca ubicar, fuera de la contingencia histórica,
un principio de unidad: la cultura, la lengua, la raza, el alma del pueblo... Ambos criterios estuvieron presentes
en la construcción inicial de la nacionalidad argentina. El francés está en la Constitución, que convoca a todos
los hombres... sin distinción de raza, lengua... que quieran habitar el suelo argentino. Simultáneamente, se
construye un relato del pasado que incluye un origen mítico de la nacionalidad: para Bartolomé Mitre, la
nacionalidad emerge en Mayo (y en 1854, al discutir sobre el estado de Buenos Aires, recuerda que la nación es
preexistente). Eso está en el relato historiográfico de los fundadores de nuestra historiografía, como Mitre, que
lo ha hecho muy bien en obras impecables y muy adecuadas para el espíritu de su época. La narración de
Mitre está imbuida del liberalismo romántico de entonces.
Miguel Angel De Marco: -Los hombres que organizaron el país después de la Batalla de Caseros, en 1852, se
nutrieron en su mayoría de las ideas del romanticismo -como bien señala Romero- y el historicismo. Ellos
consideraban que las sociedades debían buscar en la historia "la razón de su quehacer", para decirlo con
palabras juveniles de Sarmiento. Para ellos, que rechazaban de plano el pasado hispánico, como retrógrado y
oscurantista, la historia de la nación argentina comenzaba el 25 de Mayo de 1810. Aceptar como propio lo
ocurrido en las centurias anteriores, según el máximo inspirador de la generación que tomaba las riendas de la
República, Esteban Echeverría, era estar sujetos a la fascinación del león de España, de cuyas garras se había
liberado. Así, menospreciaban un aporte que, más allá de sus luces y sombras, había resultado esencial.
Alberdi celebraba haber visto la luz en 1810, y a Sarmiento le gustaba repetir que era "un año menor que la
patria". La historia era, además, para los actores de la denominada Organización Nacional y la Generación del
80, un instrumento de gobierno; un modo de consolidar la nueva nacionalidad argentina.
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-Hay naciones que construyeron su Estado. En nuestro caso, ¿fue el Estado el que construyó la nación?

LAR: -No necesariamente es así. En Mayo de 1810 no hubo una revolución en el sentido intencional y subjetivo
del término: los hombres de Mayo no tenían en ese momento la menor idea de que estaban haciendo una
revolución, y mucho menos que estaban fundando la nación argentina. En Buenos Aires, como en todas las
capitales virreinales, se sintió el efecto del desmoronamiento del imperio hispánico, y lo que hubo fue un
poder vacante, llenado como se pudo, provisionalmente, con mucha apelación a la lealtad a Fernando VII (es
cierto que algunos no creían en eso, pero se guardaban muy bien de hacerlo público). Recordemos además que
el Congreso de Tucumán habla de las Provincias Unidas de América del Sur. Desde ese punto mínimo
comienza el armado de lo que finalmente será el Estado argentino, que implica siete décadas de guerras civiles.
Lentamente comienza a emerger la identidad de una Argentina que, para fundamentarse, se remonta (típica
operación de invención mítica del romanticismo) a un pasado de unidad y nacimiento: Mayo. Eso es lo que
hace la Generación del 37.
Ahora bien, la creación de una comunidad imaginada que involucre a todos los habitantes, y no sólo a los
intelectuales y a la elite política, es una tarea compleja que requiere de la intervención del Estado. Dicho de
otra manera, la Argentina como nación se crea paso a paso con la consolidación del Estado. Su principal
herramienta es la escuela: la enseñanza de la historia, la geografía, la lengua nacionales (esto no es menor, si se
piensa tanto en el quechua como en el italiano; el logro máximo es convencer al hijo de un italiano de que sus
raíces están en Belgrano, Rivadavia o Rosas).
MADM: -Es muy cierto. Sin embargo, cuando se producen los acontecimientos de Mayo hay sectores que
tienen una versión completamente diferente, y que se asocia a lo que expresaron nuestros primeros
historiadores. Me refiero al caso de José María de Salazar, miembro de la Marina Real Española apostada en
Montevideo, sobre quien escribí un libro que titulé La marina contrarrevolucionaria del Plata. ¿Por qué?
Porque ellos, aun antes de Mayo, pero sobre todo a partir del 25 de Mayo de 1810, sostienen una y otra vez,
cuando se dirigen a las autoridades españolas, que en estas provincias se busca la independencia, que la
invocación a Fernando VII es una argucia, que esta acción lo que pretende es alcanzar la independencia de
Buenos Aires y las provincias del interior, que hay distintos sectores de la sociedad que estimulan el proceso
de separación y señalan, Salazar y otros compañeros de armas, que prácticamente todo el clero es
revolucionario, y que ese clero busca la emancipación absoluta de España. Digo esto porque es una versión
que a lo mejor contradice un poco aquella otra de que en realidad se trató simplemente de una guerra civil,
desatada como consecuencia de este vacío de autoridad de Fernando VII.
LAR: -Si hubo o no una ruptura revolucionaria es opinable. Pero otra cuestión es si el sujeto de este proceso es
la nación argentina. Porque puede haber una revolución y una ruptura, y el sujeto al cual le tenemos que
adjudicar esto no necesariamente es la nación argentina.
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-¿Cómo afecta el presente y el futuro de un país el desconocimiento de su propia historia , o el conocimiento
parcial o fragmentado de su pasado?

LAR: -Bueno, nosotros, como historiadores, tenemos que decir que el conocimiento de la historia siempre es
parcial, porque la historia es una revisión permanente. Gracias a Dios, porque de lo contrario nos quedaríamos
sin trabajo. La construcción de la imagen de la historia del país no es exactamente la misma que hace un
historiador. Siempre en esa construcción hay un elemento mítico, ideológico... Los norteamericanos tienen el
mito de la conquista del Oeste, cuando en realidad la historia demostró que los indios no eran tan malos y los
blancos no eran tan buenos...
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-Si vamos a los ejemplos, tenemos el caballo blanco de San Martín y la asistencia perfecta de Sarmiento al
colegio...

MADM: -Sí, y que Mitre usaba el chambergo para taparse una herida... Eso, en realidad, formó parte de una
práctica simplista para tratar de hacer llegar la historia a determinados sectores. Lo que pasa es que generaron
una historia poco creíble y que marcó a generaciones enteras que se fijaron en las formas y no en el fondo. Ese
rechazo que uno observa en distintos sectores hacia la historia se vincula justamente con la que nos han
enseñado, no en los ámbitos universitarios, pero sí en las escuelas o en las películas de la famosa década de oro
del cine argentino. La gente, cuando quería tamizar todo esto, se decía: "Si éstos fueron así, tan diferentes a mí,
¿qué papel juego yo?". Se estableció un mito que no coincidía con la realidad.
LAR: -La tentación de darle a la historia un matiz didáctico es muy grande. No sólo aquí, sino en la mayoría de
las naciones. Lo que ocurre es que en la Argentina eso de dio de manera muy fuerte. Acá hubo, por un lado,
una militarización del pasado, una identificación de todo lo concerniente a la patria con las guerras, con el
papel del Ejército, y esto no es inocente.
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-¿Es como una apropiación de la historia?

LAR: -Exactamente. El mensaje ha sido muy claro: si los políticos no sirven, viene el Ejército, que es el que
encarna los valores de la Nación. Incluso hubo civiles en nuestra historia que han sido presentados más como
militares que como civiles. Belgrano es "el General Belgrano", pero a mí me cuesta simplificar la figura de
Belgrano sólo como general. Sarmiento igual, aunque a él le gustaba... Luego viene la figura más emblemática:
San Martín, que prácticamente ha hecho todo. Y acá sí hay una intransigencia total: no se puede -no se podía-
hablar de nada que de alguna manera rozara el mito.
Yo creo que una de las características del siglo XX en la Argentina hasta 1983 ha sido la creciente tensión y el
endurecimiento ideológico. La lucha ideológica ha sido cada vez más dura y más intransigente. Me parece que
una consecuencia de esto son estas versiones de la historia en las que si usted mecha una nota de color, un
aspecto humano, parece que todo el edifico se desmorona. Y precisamente porque era un edificio cada vez más
artificioso tenía que ser mantenido hasta sus últimas consecuencias. Por eso los historiadores preferían
ocuparse de otra cosa, porque ocuparse de San Martín y querer ser un historiador en serio era meterse en
problemas con la Academia Sanmartiniana.
MADM: -Es evidente que la figura de San Martín ha sido exaltada y a veces se ha procurado atribuirle
actitudes y gestos que posiblemente no tuvo. Pero de todas maneras es enormemente grande e importante, no
sólo para la historia argentina, sino también para la historia americana. Como todo ser humano, San Martín
tuvo sus errores, pero su genio político, su capacidad militar, su desinterés y su visión de la causa americana
no en vano lo colocan, junto con Bolívar, en el sitial de Libertador de América del Sur. Por eso a mí no se me
ocurriría pensar que San Martín es producto puramente del mito. Hay en él una serie de valores que ha
sostenido a lo largo de su vida que son muy ejemplares. En cuanto a lo de la apropiación de la historia, yo no
comparto ese pensamiento. Los símbolos nacionales no son exclusivamente de los militares, pertenecen a todos
los ciudadanos.

-Entonces, ¿a qué atribuye usted ese desapego de los chicos en las escuelas por las fiestas patrias, los
símbolos, las raíces de nuestra historia?

MADM: -A los grandes y al sistema educativo. Hoy, los contenidos educativos de nuestra historia casi han
desaparecido. Desde hace unos años, la enseñanza de la historia ha sido desechada como disciplina autónoma,
subsumida en un confuso conjunto que se denomina ciencias sociales. Y otro tanto ha ocurrido con otras
asignaturas formativas. Tampoco se la estudia suficientemente en las universidades, más allá de la utilización
que en muchos casos se hace de la historia para sostener posturas ideológicas, procurando encasillarla según
categorías y parámetros que no concuerdan con el momento en que ocurrieron determinados hechos o
procesos. ¿No hay, acaso, una gran responsabilidad en los maestros y en los profesores que se circunscriben a
tomar lecciones de los libros de texto o a recitar una historia descarnada y por lo tanto poco apetecible? Yo
pienso que habría que volver a la emoción y a la reflexión. Tomar ejemplo de las tantas lecciones de probidad,
desinterés, entrega al deber y civismo que brinda la historia, quizá nos ayude a salir de este desesperanzado
presente.
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-¿Qué es, en definitiva, el ser nacional?
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LAR: -Es una especie de fantasía romántica, la famosa "alma del pueblo" de los románticos, que fue una
obsesión en el pensamiento argentino del siglo XX. Muchos intelectuales, y muchas fuerzas políticas, se
empeñaron en definirlo, lo que era una manera de determinar quiénes estaban adentro y quiénes afuera;
también, una manera de resolver, de forma autoritaria, los conflictos propios de una sociedad plural. Porque si
hay un país donde la concepción del "ser nacional" no encaja, es la Argentina, cuya sociedad es plural y diversa
desde su origen mismo.
Cuando mucha gente se empeña en definir "lo nacional", finalmente, más que producir unidad produce
fragmentación y conflicto. Por cierto que lo nacional está asociado con una idea de nación y patriotismo. Pero a
mí me parece que hay un tema pendiente para la Argentina: encontrar una idea de patria y de nación
adecuada a la democracia. La unión en la diversidad. Creo que estamos buscando eso.
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Para saber más
www.an-historia.org.ar
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Por Jorge Palomar
Fotos: Martín Lucesole
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Miguel Angel De Marco (64)
Doctor en historia, es académico de número y presidente de la Academia Nacional de la Historia; director y
profesor titular del departamento de Historia de la Universidad Católica Argentina; miembro de número de la
Academia Sanmartiniana y correspondiente de la Real Academia de la Historia de España, de la
Hispanoamericana de Cádiz y de la Academia Portuguesa de la Historia. Autor de numerosos libros sobre
historia argentina y americana
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Luis Alberto Romero (59)
Historiador, es profesor titular de Historia Social General de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de Buenos Aires, investigador principal del Conicet, profesor de la maestría en Ciencias Sociales de Flacso y
profesor del posgrado en Historia de la Universidad Torcuato Di Tella. Director académico de diversas
colecciones, es autor, entre otras obras, de "Breve historia contemporánea de la Argentina".

LA NACION | 02.05.2004 | Página 00 | Revista

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