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A propósito
de eutanasia
y
extremismos
J. Enrique Cáceres-Arrieta
Autor de El periodista, el medio, la verdad

Índice
Contenido
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1. A propósito de eutanasia
Conclusión
Bibliografía

Introducción
Al igual que otros temas como el aborto, pena de muerte,
el condón, la homosexualidad, la investigación con células
madre y embriones, la eutanasia es uno de esos temas
difíciles de tratar sin caer en intolerancia o fanatismo.
En términos humanos, la eutanasia se presenta como
buena y hasta entendible puesto que el sentir de la mayor
parte de personas que creen en ella y/o la aplican lo hacen
de buena fe. Negarlo sería intentar tapar el Sol con un
dedo. Pero, quienes apoyan la eutanasia pasan por alto
ciertos elementos y verdades que trataremos en este
ensayo. Espero ser claro para que no haya malas
interpretaciones.
Alguien por razón de prejuicios religiosos o por
posiciones existenciales filosóficas agnósticas o ateas
puede argumentar que la religión lo único que hace es
enredar las cosas. No creo que sea cierto en la mayoría de
casos.
Pienso que temas susceptibles a controversia deben ser
analizados desde las perspectivas que abarcan las tres
dimensiones humanas: espiritual, anímica y corporal. Si no
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tomamos en cuenta una o dos de ellas, nos polarizamos


como el más fanático religioso o radical racionalista.
El tercer milenio debe ser el punto de arranque para la
tolerancia y el entendimiento entre los humanos que no
comparten opiniones, creencias o prácticas de otros.
Cuando lleguemos a esa meta, la vida será más llevadera y
el planeta un lugar más seguro para vivir.

J. Enrique Cáceres-Arrieta
Ciudad de Panamá, 14 de marzo de 2006

A propósito de
eutanasia

“Si el paciente sicótico no fuera más que una máquina cerebral dañada, la
eutanasia estaría plenamente justificada”.
-Viktor E. Frankl-

Alrededor de dos puntos


eje gira la eutanasia
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Para desarrollar tan controversial tema empecemos por considerar el


significado etimológico del vocablo eutanasia. La palabra eutanasia
proviene de dos términos griegos: eu = bueno, y thanatos = muerte. Por
etimología, eutanasia es una “muerte buena”. Los que aplican y/o creen en
la eutanasia pretenden “muerte sin sufrimiento físico”, o una “muerte
buena”. La eutanasia también se conoce como “muerte asistida”.
Si analizamos la eutanasia sin fanatismo religioso ni cientificismo a fin
de reconocer y aceptar la verdad aun cuando no esté de mi parte y
provoque que mis esquemas o mandatos arcaicos de mi yo Padre sean
hechos papilla, notaremos que dos puntos clave subyacen en el polémico
tema de la eutanasia; a saber, 1ro.) Si hay vida después de la vida, o si todo
acaba al salir de nosotros el último hálito de vida. 2do.) Si el hombre es
solo materia que piensa y siente o es un ser único y extraordinario con
mucho más que emociones y razonamiento.
Por honor, amor y respeto a la verdad, admito que resulta muy fácil
escribir y/o hablar sobre la eutanasia o el sufrimiento, así lo vimos en mi
primer libro El origen del sufrimiento... Lo difícil e indescriptible es el
mundo de sentimientos y emociones que colisionan en mentes y corazones
de los familiares más cercanos del paciente o enfermo y en el mismo
convaleciente; solo Dios sabe qué sentirán y pensarán cada uno de ellos
ante una situación tan extrema. Bien dice mi abuela que “nadie sabe de
feria si no ha ido a una”.
C. S. Lewis en su obra El problema del dolor asegura que “usted
quisiera saber cómo me comporto yo cuando paso por momentos de dolor,
no cuando escribo libros acerca del mismo. No hace falta adivinar, yo se lo
puedo decir; soy un tremendo cobarde... Pero ¿de qué aprovecha que le
cuente acerca de mis sentimientos? Ya usted los conoce; son iguales a los
suyos. Yo no discuto que el dolor no sea doloroso, porque lo es”. (1)
Pues bien, una cosa es hablar, escribir o filosofar sobre un tema equis.
Otra muy distinta es vivir lo que escribes o enseñas. Uno es el
comportamiento al escribir o hablar y otro al vivir en carne propia lo que
escribimos o hablamos. Filosofando puedo arreglar el mundo entero y mi
condición humana, lo duro es pasar de lo retórico a la práctica. De lo
dialéctico a lo empírico.
Henry W. Longfellow hace notar que “si pudiéramos leer la historia
secreta de nuestros enemigos encontraríamos en la vida de cada hombre
sufrimientos y dolores suficientes para desarmar toda hostilidad”,
llevándonos a tomar más en cuenta las sabias palabras de “ama a tu
enemigo”. Algo que de ninguna manera es tarea fácil.

Fanatismo religioso,
cientificismo y filosofía barata
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Como hay fanatismo en la religión, hay fanáticos de la ciencia y el


razonamiento. Hay fanáticos de la verdad y fanáticos de la mentira. Los
fanáticos religiosos lo espiritualizan todo, atribuyéndolo a fuerzas buenas o
malas. Los fanáticos de la ciencia todo lo materializan. Según ellos
“vivimos en un universo cerrado donde lo sobrenatural es imposible”. Un
milagro no puede ocurrir por cuanto viola leyes establecidas por la
naturaleza, señalaba Hume. Los racionalistas lo reducen todo a la razón.
Según ellos, la razón tiene todas las respuestas, pues solo lo real es
racional; y lo racional es real, sentenció Hegel. Los religiosos creen que
todo tiene una explicación espiritual; los segundos, que todo debe tener
necesariamente un origen material. Y los terceros, que todo tiene una
explicación racional. Tanto el cristiano como el genuino científico y el
filósofo buscador de la sabiduría son amantes de la verdad y la honran aun
por encima de sus propios intereses, prejuicios y orgullos que pudieran
impedirles ver evidencias. Considero que la clave estriba en mi actitud ante
la verdad, sea ésta espiritual o secular; natural o sobrenatural.
La fe bíblica es creyente de realidades invisibles, pero al ser crédula y
ciega se hunde en las arenas movedizas del fanatismo. La ciencia por
naturaleza es investigadora y escéptica, mas al alejarse de hechos
comprobables para adherirse a interpretaciones de esos hechos deja de ser
científica para alinearse a la filosofía. La filosofía se ahoga en su propio
mar de dudas al dudar de todo y de sí misma. Las tres pierden las
proporciones al polarizarse. Si creyentes en Cristo, científicos y filósofos
no pueden percatarse de ello es debido a que han alquilado su
entendimiento al radicalismo. Es poco común que el fanático religioso,
científico y filosófico se den cuenta del fanatismo en que están inmersos.
Por lo general es otro quien se percata de tan lamentable situación. Yo no
me veo como me ven otros pues me veo de manera subjetiva; a través de
sentimientos; mientras que los demás me ven más objetivamente, mediante
la visión y el oído al ver mi lenguaje corporal, gestual, tono de voz y
contenido de mis mensajes. De los tres, la fe y la ciencia son científicos
siempre y cuando se funden en realidades. Mientras que la filosofía es
especulativa.

Ciencia y fe: dos enfoques encontrados,


pero no antagónicos

El individuo promedio y no pocos científicos están convencidos de que la


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fe y la ciencia son como el agua y el aceite. Tal razonamiento dista mucho


de la verdad. La genuina ciencia y la verdadera fe no se contradicen sino
que son complementarias. Aunque cueste creerlo, o sea rechazado la
ciencia convencional confirma lo que la fe ha proclamado desde hace
muchísimo tiempo; sobrados ejemplos hay para fundamentar lo expresado
(aunque el método científico no sea funcional para comprobar hechos
irrepetibles como los históricos).
La fe revela una verdad y la ciencia la investiga para confirmar o negar la
veracidad de los hechos de esa verdad bíblica. (Hasta el día de hoy, mucho
de lo que la Biblia ha proclamado ha sido confirmado por la ciencia) En
tanto la fe me lleva mediante pasos firmes a realidades que no veo pero sé
(certeza) porque existen; la ciencia conduce a la verdad material por medio
de pasos percibos por los sentidos.
Ni la fe es ciega o irracional ni todo lo que dicen los científicos es cierto.
La verdadera fe está fundada y sustentada por hechos que ocurrieron en
tiempo y espacio reales, no fueron invenciones de los testigos presenciales
de esos hechos, como pretenden ciertos “expertos” que creamos. Hasta
tanto el científico no pueda demostrar la veracidad de una hipótesis o
teoría, está simple y llanamente filosofando. Ciencia es la observación y
clasificación de hechos concretos y comprobables. La interpretación de
esos hechos es especulación o filosofía. Por consiguiente, no debe
confundirse con la ciencia. Ya es tiempo de que no engullamos todo lo que
los científicos afirman, puesto que muchos en verdad no son científicos
comprobados, sino filósofos o charlatanes en busca de protagonismo.
Como pecamos a veces de incrédulos, también erramos al ser muy
crédulos. Busquemos y mantengamos el punto medio.
Una idea muy arraigada existe en algunos sujetos leídos: no creen que
preceptos o creencias medievales o de principio de nuestra era sean válidos
hoy. Quien así piensa cree equivocadamente que la verdad es variable sin
percatarse que lo variante y progresivo no es la verdad en sí, sino el
conocimiento de esa verdad puesto que el conocimiento de la verdad es
aumentativo, pero la verdad es eterna. Confundirlos es desastroso, afirma
Madeleine L’Engle.
.

Lo que aseguran los partidarios


de la eutanasia y lo que
enseña el Evangelio de ella

Según el Evangelio, si ayudas a una persona a quitarse la vida con el fin


de que no sufra -aunque tus intenciones sean buenas-, es posible que estés
enviando a alguien al infierno si esa persona no ha tenido la experiencia
espiritual con Cristo Jesús llamada “nuevo nacimiento”, y estás
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colaborando en el asesinato de un ser humano. E inexorablemente las


autoridades y leyes te caerán encima. Las Sagradas Escrituras
judeocristianas rechazan el suicidio.
Si con su consentimiento o no siego la vida a alguien, según la Biblia,
además de asesinar estoy comprometiendo el lugar de destino final de esa
persona, pues con todo que el Libro no enseñe que el que muere sin tener
una experiencia con Cristo está condenado; no obstante le pongo en serios
apuros pues nadie sabe cómo estaba esa persona con Dios, con su
conciencia, moral o ética, o con la ley que ella misma trazó para conducir
su vida, que será la Norma con la cual Dios le juzgará.
Obvio es que para los que no creen en vida después de la muerte física lo
antes mencionado sobre la posibilidad de enviar al infierno a un ser
humano al aplicarle eutanasia es pura tontería, por decir lo menos. De
acuerdo a su convicción, la eutanasia exclusivamente busca que el
infortunado familiar o paciente no sufra, como me lo aseguró una joven
cuya madre pasó por una situación similar. No dudo que en términos
humanistas eso es lo que se busca en la eutanasia. Y, viéndolo bien, si la
vida terminara después de la vida, ello fuera el camino correcto. Pero el
remedio puede ser peor que la enfermedad. ¿Dónde estará hoy Harold
Shipman, apodado “doctor Muerte”? ¿Está Shipman en el cielo o en el
infierno? Dios lo sabe. Se presume que Shipman provocó los “asesinatos de
más de 200 pacientes que se sospecha cometió a lo largo de 22 años”. Este
señor fue condenado a cadena perpetua por los actos cometidos; mas un día
apareció ahorcado en su celda. Se cree que se suicidó. ¿Se suicidó por
remordimiento o por verse impotente ante la realidad de una prisión? Solo
Dios conoce la respuesta. En la gran mayoría de países civilizados la
eutanasia es un acto imputable con sanciones penales.
¿Se acaba todo al morir una persona? ¿Hay vida después de la vida? ¿Se
extingue ese misterioso soplo que nos faculta movimiento, sentimientos,
emociones, voluntad, razonamiento? ¿Se evapora todo como por arte de
magia? ¿Qué de todas esas malas, buenas y excelentes ideas y recuerdos y
conocimiento que teníamos grabados en el aparato síquico (gr. psuquikós),
formado por inconsciente colectivo, consciente, preconsciente e
inconsciente? ¿Qué de los deseos y sueños de grandeza? ¿Qué decir de la
voluntad energizante que nos trasladaba de un lugar a otro a conquistar lo
inimaginable, hasta despertar al gigante que llevamos dentro? ¿Adónde van
a parar todas esas maravillosas y exclusivas facultades de cada ser
humano? Peculiaridades irrepetibles en ningún otro individuo, aunque
seamos gemelos o miles de millones de seres los que poblemos la Tierra.
¿Se tomó Dios o el mito de la “evolución” tanto trabajo al crearnos para
que en cuestión de milésimas de segundos quedemos en un cuerpo inerte
que comerán los gusanos o quedará en cenizas al ser cremado?
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¿Es esto todo lo que hay por conocer en esta vida? No lo creo, aun cuando
la ciencia y la tecnología den saltos más grandes de los vistos. Como
tampoco creo que la vida sea solo nacer, crecer, reproducirse y morir. Me
parece monótono y sin sentido. Ese círculo vicioso es razonable para los
animales, pero no para un ser especial y único como el humano. Si esto
fuera todo y la vida se acabara al morir, bien podríamos decir con los
filósofos de la muerte: “Comamos y bebamos, porque mañana moriremos”.
O bien valdría dejarnos someter y tiranizar por los instintos para lograr el
máximo placer del cuerpo. Creo que el ser humano fue creado para
trascenderse a sí mismo, trascender cualquier situación y trascender más
allá de la vida misma. Sin eso, la vida es desabrida, demasiado simple,
rutinaria y sin sentido. Y solo venimos -como me dijo una joven mujer hace
un tiempo- a resolver problemas. ¿Tanto nadar para morir ahogados en la
orilla? Si así fuera, ¡la vida no tuviera sentido! El único sentido que
pudiéramos darle sería tan mortal como nosotros mismos y correríamos el
riesgo de perder esa “voluntad de sentido”, como la llama Viktor E. Frankl,
si perdiéramos eso a lo cual está adherida nuestra vida: hijos, pareja,
dinero, riquezas, posesiones, posición social, casa, carros, ad infinitum.
Hace varios años tuve la oportunidad de ver una película basada en el
libro Más allá del umbral de la muerte, de Maurice Rawlings, médico
que ha atendido numerosos pacientes muertos clínicamente. En el filme se
revelaba algo descubierto hace unos años. En una clínica se pesaba a los
moribundos antes y después de morir. El peso antes de morir al de después
de morir no coincidían. Lo atribuyo yo al peso de esa parte intangible que
la Biblia llama espíritu (gr. pneuma) y alma (gr. psuque), que muchos han
confundido o creen que son sinónimos, y otros niegan, no sustentados en la
ciencia, sino en la filosofía.
Como viéramos, el significado etimológico de la palabra eutanasia es
“muerte buena”. Pero ¿qué muerte en sí es “buena”? Los partidarios de la
eutanasia dirán que lo es cuando se libra a alguien de seguir sufriendo. Si lo
vemos en el plano exclusivamente humano, diríamos que la muerte casi
nunca es buena, sino trágica porque trae consigo dolor y sufrimiento. Desde
el punto de vista bíblico, la muerte para el creyente no solo es “buena”,
sino que también me lleva a una vida mejor, a estar con el Salvador de mi
alma. “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el
vivir en este cuerpo resulta para mí en beneficio de la obra [evangélica], no
sé entonces qué escoger. Porque de ambos lados me siento apremiado,
teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor;
pero quedar en el cuerpo es más necesario por causa de ustedes”. (San
Pablo: Filipenses 1: 21-24)

¿Hay vida después de la vida?


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La Biblia asegura que sí. Incontables personas con experiencias


extrasensoriales o muertas en una camilla de una clínica u hospital así lo
afirman. Jesús también afirma que sí hay vida después de la vida física.
Más, Jesús habló del infierno. Si hay un lugar real llamado infierno, ¿dónde
está? El infierno es tan real como tú y como yo. Y está ubicado en el
mismísimo centro de la Tierra. Si nos plantamos en el nihilismo y otras
corrientes filosóficas, negaremos hasta la luz eléctrica y el agua caliente, o
pensaremos, como creía Bertrand Russell, que Jesús es inmoral por creer en
el Infierno. Hacer como el avestruz no cambia la realidad.
A pesar de que el tema del infierno (gr. geenna) no guste a filósofos como
Russell y otros, o suene a tontera o cuentos de viejas, Jesús habló del
infierno. No de un infierno ficticio o de una fábula (hay quienes están
convencidos de que la Biblia está “llena de fábulas” y mitos, no porque la
hayan estudiando a conciencia y sin prejuicios, sino porque ya decidieron
creerlo así, o creen a pie juntillas lo que asevera un supuesto estudioso de la
Biblia). Jesús hizo revelaciones acerca de un lugar real, donde “el gusano
nunca muere” y la gente siente porque tiene consigo todas sus facultades. Y
no por el hecho de ser una parábola (gr. parabole = poner al lado,
comparar) es falso lo que dijo Jesús o no debe entenderse en sentido
literal. Si Jesús habló del infierno es porque existe un lugar llamado
infierno. Prefiero creerle a Alguien que sabe todas las cosas y no a seres
humanos que presumen saberlo todo y no saben que no saben casi nada,
por no decir que solo se sabe que no saben nada, como decía Sócrates. No
saben nada de asuntos espirituales y nunca podrán entenderlos porque las
cosas espirituales tienen que ser entendidas espiritualmente, y al no poder
entenderlas, las consideran “locura”, “tonteras”. ¡Qué fácil es decir que las
uvas “están verdes” al no poderlas alcanzar!
Más, la palabra infierno aparece doce (12) veces en el Nuevo
Testamento; once (11) veces en los labios del Maestro. Si Jesús nos
advierte del infierno tantas veces, ¿crees tú que Jesús lo haría basado en
algo irreal, o supuesto? ¿O no hablaba de un lugar literal? ¡De ninguna
manera! Cuando una verdad se encuentra tantas veces en la Biblia
-especialmente en boca de Jesús- es porque hay una gran verdad en lo
revelado. ¿Miente o no miente Jesús? ¿Decía Jesús la verdad o mentía?
¿Decía Jesús verdades y mentiras como suele hacer el sujeto promedio?
Miente o no sabe lo que expresa quien asegure que Jesús decía mentiras y
que ni siquiera sabía quién era él.
Aseverar que no hay infierno o que Jesús no habló del infierno en sentido
literal es negar leyes de la hermenéutica bíblica y faltar a una correcta
exégesis de las Escrituras, o simple y llanamente desconocer
verdades espirituales (gr. pneumatikós). Jesús dijo a los saduceos que no
creían en la resurrección de los muertos y le pusieron una cáscara de
banano para que cayera: "Ustedes ignoran las Escrituras y el poder de
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Dios". (Quizá alguien argüirá: “...pero la Biblia tiene tantas


interpretaciones”; o: “Hay Biblia católica y Biblia protestante”. Esas
aseveraciones no son del todo ciertas. Verdad es que hay sectas y falsos
creyentes que interpretan la Biblia como bien les parece, y que existen
controversias doctrinales entre cristianos, pero en temas que tienen que ver
con la caída del hombre y la redención del alma por Jesús en la cruz
romana estamos de acuerdo los verdaderos creyentes en Cristo. Asimismo,
si la constitución política y las leyes las interpreta cada abogado para su
conveniencia, y el médico hace lo propio con la ética y el juramento
hipocrático, ¿crees tú que cambiaría esa realidad en seres que también
tienen sus conflictos de personalidad e intereses particulares, aun cuando se
trate del Libro de Dios? No hay Biblia católica ni Biblia protestante. Lo
que sucede es que hay dos traducciones: una católica y otra protestante; y,
además, la traducción católica incluye libros que no son considerados
inspirados por judíos y protestantes)
Bien sabido es que la vida después de la muerte está científicamente
comprobada con las muertes clínicas, las experiencias de no pocos
individuos y otros hechos reales, no especulaciones de individuos que no
saben de lo que hablan. Y “¡casualidad!”. Todas esas personas
supervivientes de tales vivencias clínicas hablan casi de las mismas
experiencias. Amén de que es un hecho con suficientes evidencias
espirituales e históricas que Jesús de Nazaret resucitó, aunque lo neguemos
o rechacemos. Negar o no creer una verdad no la desvirtúa ni la hace
relativa. ¿Son falsos esos hechos y experiencias de los que murieron
clínicamente? ¿Fueron alucinaciones producto de un sinnúmero de
estímulos en su cerebro? ¿Será que las drogas suministradas por los
médicos les afectaron la percepción de la realidad? ¿Qué decir de los
millones de personas que han tenido experiencias que han transformado sus
vidas de tal manera que han roto viejos patrones que habían corroído sus
vidas y las hacían miserables? ¿Se les ha lavado el cerebro a todos esos
individuos? Sería bueno escuchar a expertos que como Raymond Moody,
hijo, Elisabeth Kübler-Ross, Karlis Osis, Erlendur Haraldsson, Maurice
Rawlings, entre otros, han atendido casos de pacientes que han muerto
clínicamente. Oír, además, a creyentes como Saulo de Tarso y otros
millones más.

¿Quién tiene la última palabra?

En lo concerniente a temas espirituales, la Biblia tiene la voz cantante.


Analicemos algo que me escribió un médico en cuanto a que “la verdad
absoluta no le pertenece a nadie”. Como escribiera en otra ocasión, es
cierto que todas las verdades se necesitan y que por nuestras limitaciones
nadie tiene toda la verdad de las cosas; y que otras verdades pueden
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ayudarme a ser mejor creyente en Cristo, por ejemplo; no obstante, en


cuestiones espirituales y de la vida eterna la verdad absoluta está en la
Biblia, y aun cuando está a disposición de todos los que la deseen examinar
y aprehender, la conocen en forma personal y vivencial los creyentes en
Cristo Jesús, quien es el Salvador del mundo. (Si se me cuestionara en
cuanto a la afirmación de que Jesús es el Salvador del mundo y la verdad
absoluta en la Biblia, toca remitir a la lectura de El origen del
sufrimiento..., donde abordo esos temas)
Por otro lado, nuestras limitaciones humanas nunca nos permitirán
aprender todo acerca del universo y de nosotros mismos por la
imposibilidad metal y física existente de conocerlo y abarcarlo todo.
Otro planteamiento que se me hace es: “por qué si una persona no cree y
quiere la eutanasia, se lo prohíbe una ley hecha por un creyente... al fin y al
cabo, si no tengo yo la razón, ese era mi riesgo y viceversa...”. En términos
humanistas, ese planteamiento es justo y razonable; sin embargo, por ser
una vida eterna de lo que se trata (en caso de que haya vida eterna, así lo
creemos los creyentes y de ello ya vimos que hay evidencias), ¿por qué
arrojarnos al abismo sin paracaídas en algo que no es reversible y además
es eterno, y en lo cual solo Dios tiene la última palabra, puesto que es él
quien da y debe quitar la vida? ¿Debe otro ser humano ocupar el lugar de
Dios al decidir sobre su propia vida o la de otro, aunque sea su familiar o
paciente? Pienso que no. ¿Dónde quedan la ética y el juramento hipocrático
de luchar por el bienestar y la vida del paciente? Quien asesina a su
paciente para producir “beneficio” a terceros transgrede leyes morales y
éticas. Por tratar de “ayudar a Dios” el hombre se mete en problemas y
empuja a otros a ese problema. Ya vimos el caso del tristemente célebre
Harold Shipman. Abraham ya había recibido la promesa de Dios de
concederle un hijo (Isaac) de su esposa Sara en la vejez de ambos. Pero no,
don Abraham quiso ayudar a Dios y metió la pata con su sierva Agar. Y
hasta el día de hoy vemos los nefastos resultados en el Oriente medio.

Los racionalistas y sus enredos filosóficos

Tengo la impresión de que a veces los racionalistas se han metido en


honduras filosóficas tan intrincadas que ni ellos mismos entienden lo que
aseveran, y solo siguen el juego sicológico del verbo florido para presumir
que saben y entienden lo que afirman. Pero han descendido tanto en su
razonamiento que ya no pueden salir de él, y ni siquiera lo entienden.
Como certeramente dijera el sicoterapeuta Timothy Leary en una
demostración de honestidad: “[...] aunque muchas personas te miren y te
escuchen, aunque tengas clientes [pacientes] y estudiantes y asistas a las
reuniones de la PTA [Asociación de Análisis Transaccional] y muchos
esperen de ti la revelación del secreto [de la naturaleza humana para ayudar
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a otras personas], lo cierto es que empiezas a pensar que tal vez, tal vez no
sepas de qué estás hablando”. (2) (La cursiva es mía)
Decir que todo tiene un origen material y una explicación racional es
partir de una premisa falsa, que te llevará a una conclusión también falsa.
Puesto que no es cierto que todo tiene un origen material y una explicación
racional. Charles Caleb Colton afirma que “aquel que cree solamente lo
que puede comprender bien, debe tener una cabeza muy larga o un credo
muy corto”. Hay cosas que no tuvieron ningún principio material y
fenómenos que no tienen explicación racional y no por ello son irreales.
Simplemente ocurren y punto, aunque yo no los crea o acepte. Desde luego,
hay supersticiones, mitos, trucos, trampas, ilusionismo, condicionamiento
sicológico, lavado de cerebro, alucinaciones, sicosis, manía persecutoria,
paranoias, etc. Pero que ocurren fenómenos inexplicables como los
milagros es tan cierto como que dos más dos son cuatro. “El hombre está
siempre dispuesto a negar aquello que no comprende”, porque esa es la vía
más fácil ante una verdad irrefutable, afirma Luigi Pirandello. Más aún,
quien no tiene argumentos para rebatir tus ideas te ignora o te insulta.
Desvía la discusión del terreno temático al personal. Pocas veces accede a
dirimir sus ideas en el plano intelectual, no por carecer de inteligencia, sino
de argumentos sólidos y veraces.
Supongamos que la gente que no cree en preceptos y creencias
“medievales” al final de la vida y de todo nos damos cuenta de que tenían
razón. Te aseguro que los que sí creemos en la Biblia y el Cristo resucitado
de la Biblia no hemos perdido nada. Al contrario, nos ahorramos
muchísimos dolores de cabeza y conflictos con nosotros mismos y con el
prójimo. Pero que tal que al final de todo descubrimos que los
creyentes en Cristo teníamos razón, ¿adónde pararán los que negaban la
Biblia y al Jesús resucitado? Estarán en serios problemas. Es cómodo decir
“correré el riesgo” cuando estás de este lado del problema, al estar tú fuera
del lío. El dicho reza: “el infierno está lleno de arrepentidos”. Arrepentidos
de no haber parado bolas al tema del infierno.
Pascal expresa: “prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe,
que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no
hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada
eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud
de rechazo”. ¡Esto está más bueno que el pan!

Hay quienes no creerán aunque


alguien resucite ante sus ojos

Jesús en cierta ocasión afirmó que hay sujetos que no creerían aunque
alguien se levantara de los muertos ante sus ojos (Jesús se levantó de los
muertos al tercer día y pocos son los que le han creído, a pesar de las
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incontables evidencias al respecto. Es decir, no creen no por falta de


evidencias, sino que no creen a pesar de las evidencias). Las palabras del
Maestro son reveladoras porque el pueblo de Israel presenció con sus
propios ojos los múltiples milagros que realizó Dios para sacarlos de
Egipto; vieron cómo con brazo poderoso dividía Dios el mar Rojo. Pero a
pocas horas de tan portentoso hecho murmuraban contra Dios y Moisés. Y
no han transcurrido muchos días cuando los ves postrándose y adorando un
ídolo creado por sus propias manos, negando al Dios que los había sacado
de la esclavitud. La misma naturaleza que tenían los israelitas en el desierto
la tenemos tú y yo y toda la raza humana: somos incrédulos. Unos creemos
un poco más que otros, mas somos incrédulos.
Jesús le manifestó a Tomás el incrédulo: “Bienaventurado el que no me
vio y creyó”. ¿De qué lado estamos tú y yo? ¿De los que creen o de los que
no creen? No se trata de ser crédulo y creerlo todo, sino de ser creyente
cuando las dudas genuinas han sido despejadas. Ojo, es cierto que hay
cosas que no entenderé por muy inteligente que sea. No podré
comprenderlas por mi finitud y la grandeza sobrehumana de Dios (no
olvidemos, Dios no es humano); con todo, Dios no me pide cometer
suicidio intelectual, sino creer que Él dice la verdad y que lo que hace es lo
correcto. Lo bueno del Evangelio es que la mayoría de verdades sí son
entendibles. Y, si alguna no se entiende del todo, Dios me pide que confíe
en Él. Que tenga fe en lo que ya Jesús hizo por mí en la cruz de palo. Como
escribo en otra parte, la fe evangélica (del Evangelio) no es para creer en
mitos o leyendas, sino para depositarla en el Cristo que vivió, murió, fue
sepultado y resucitó; esto es, creer en hechos que ocurrieron en tiempo y
espacio reales. Lo que no se fundamente en esos hechos evangélicos
acaecidos en tiempo y espacio reales no es fe, sino tontada.
Pues bien, hay dudas reales y hay dudas infundadas. Como diría el
Análisis Transaccional, hay dudas del Adulto contaminado por el Padre
(prejuicios, presuposiciones: dudas sin razón de ser) y hay dudas del
Adulto emancipado del Padre, o dudas genuinas, del Adulto que razona y
piensa por sí mismo. Hay dudas razonables y hay dudas irracionales. Hay
dudas y hay dudas. Dime cómo son tus dudas y te diré quién eres, o qué
estado del yo te controla.
Resulta demasiado fácil afirmar “soy agnóstico”, “soy ateo”, “no soy
creyente”, o “soy de la creencia...” cuando todo anda relativamente bien a
tu alrededor y tienes plata en el bolsillo y jugosas cuentas en los bancos,
pero ¿qué pasaría en una de esas situaciones extremas en las cuales no hay
a quien recurrir y el dinero es simple papel pintado? Te aseguro que a más
de cuatro incrédulos se les mojarían los pantalones y levantarían los ojos al
Cielo.
Cuando somos sometidos de manera despiadada por una situación
extrema se nos olvida todo razonamiento ateo e incrédulo. En uno de esos
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viajes en avión que hice a Colombia con mi hijo mayor que para entonces
tendría unos cuatro años, el piloto se metió en una pequeña tormenta
eléctrica que estremecía el avión como una hoja movida por el viento.
Frente a mí había un señor de unos cuarenta o cincuenta años, y de aspecto
árabe: la actitud de él fue de enojo contra el piloto y de plegaria. No
entendía su idioma pero sabía yo que oraba por su lenguaje corporal.
Confieso que esa ha sido la ocasión en que más miedo he sentido, en el
cual hice votos como nunca y el viaje en avión que más recuerdo. Es fácil
hablar y envalentonarte contra Dios, maldecir y escupir en la quietud de las
aguas; lo que cuesta saber a ciencia cierta es cómo reaccionaríamos ante el
azote inmisericorde del mar que se levanta cual monstruo a devorarnos,
hundirnos y tragarnos con todo lo que amamos.

¿Es el ser humano solo materia


que piensa, siente y se mueve?

El otro punto controversial de la eutanasia es si el hombre es solo


materia que siente y piensa (gr. psuque). Los creacionistas sabemos (no
solo creemos) que el hombre es muchísimo más que una máquina que
piensa o siente. Es un ser creado a la imagen y semejanza de Dios. Tanto
nos parecemos a Dios, que al igual que él tres dimensiones integran nuestro
ser: Espíritu (gr. pneuma), alma (gr. psuque) y cuerpo (gr. soma). Eric
Berne y demás analistas transaccionales plantean que transaccionamos o
conciliamos mediante los tres estados del yo: Padre, Adulto y Niño (P-A-
N), coincidiendo con la teología trinitaria en que nos movemos en una o
más de nuestras esferas. San Pablo habla de “andar en el espíritu [gr.
pneuma] para no satisfacer los deseos de la carne [gr. sarx, sustancia del
cuerpo = gr. soma]”. No se trata de negar las virtudes del cuerpo, sino de
“hacer morir lo terrenal [gr. epigeios = lo meramente terrenal, terrestre] en
ustedes”. Lo que es propio de la tierra, no de Dios. (El hombre consta de
una instancia espiritual y otra terrenal. La espiritual fue dada por Dios y
nunca muere, aunque los fatalistas digan que con la muerte se acaba todo.
La terrenal vuelve a la tierra de la que fue tomada: “Polvo eres, y al polvo
volverás”, fue la sentencia divina luego de la caída)
Viktor E. Frankl, siquiatra, neurólogo, filósofo, fundador de la
logoterapia y superviviente judío de tres campos de concentración nazi,
escribe en su excelente narración en los campos de concentración, El
hombre en busca de sentido: “Un individuo sicótico incurable puede
perder la utilidad del ser humano y conservar, sin embargo, su dignidad. Tal
es mi credo siquiátrico. Yo pienso que sin él no vale la pena ser un siquiatra
[ni ningún otro profesional que trate con seres humanos]. ¿A santo de qué?
¿Solo por consideración a una máquina cerebral dañada que no puede
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recuperarse? Si el paciente no fuera algo más, la eutanasia estaría


plenamente justificada”. (3)
Gordon W. Allport, en el prefacio de la mencionada obra de Frankl y
quien fuera uno de los más prestigiosos escritores y docentes de sicología
en Estados Unidos, escribe que “el psiquiatra que personalmente ha tenido
que enfrentarse a tales rigores [de un campo de concentración nazi] merece
que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición
humana sabia y compasivamente. Las palabras del doctor Frankl tienen un
tono profundamente honesto, pues se basan en experiencias demasiado
hondas para ser falsas [o especulativas]”. (4)
A mi parecer, muchos profesionales de salud física o mental de tanto
ejercer la misma labor a lo largo de tantos años y todos los días se
deshumanizan y vuelven tan profesionales que casi no sienten o reprimen
sentimientos y emociones y se conducen no como seres humanos, sino
máquinas que tratan con otras máquinas, no seres humanos. Sería bueno
que tuvieran pendientes las palabras de Frankl cuando afirma: no estamos
“meramente tratando enfermedades sino manejándonos con seres
humanos”. (5)
Frankl como creyente judío también señala que al vivir de espaldas a
Dios se pierde el respeto a la vida y se la desprecia. En el momento en que
destierras a Dios de tu moral o ética, tu Padre concede permiso a tu Niño
para que haga y deshaga, y mate si fuera necesario hacerlo, pues el “fin
justifica los medios”. El Padre da el consentimiento y el Niño disfruta la
acción. ¿Te has preguntado qué puede haber en personas calculadoras y sin
sentimientos visibles que dañan a otros sin el menor remordimiento?
Otro punto importante en cuestión es reducir al sujeto a un número, a
cosificarlo y tratarlo como tal. No entender o no querer entender que creer
que el ser humano es solo un número o una mera cosa es quitarle la
voluntad de sentido. Y sin eso se pierden las ganas de vivir. William Irwin
Thompson expresa que “los humanos no son objetos que existen como las
sillas o mesas; ellos viven [y sienten], y si ven sus vidas reducidas a meras
existencias como las de las sillas o mesas [que no viven ni sienten, aunque
el animismo diga que sí], comenten suicidio [o aplican eutanasia]”.

¿Somos animales racionales,


o somos más que eso?

El hombre tampoco es un animal más de la creación. Ni es un animal


racional. Es un ser único en la creación. Único porque Dios lo creó a su
imagen y semejanza, no hizo lo mismo con los animales. Decir que el
hombre es un animal racional (materia que piensa) o materia en
movimiento es rebajarlo al estado inconsciente de la existencia de un Ser
superior a él al que deberá rendir cuentas por lo que hizo en vida, y
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colocarlo a un solo escalón por encima de los animales. Ten por cierto que
dictadores, médicos de la muerte como Shipman y Kevorkian sostenían que
el humano es un simple animal racional. Con ideas similares se llega a vivir
de espaldas a Dios (sin temor reverencial al Creado de la vida) y a tener en
poco la vida humana.
La eliminación de la “vida inútil” -practicada por el nacionalsocialismo
de los nazis- va por la misma línea, aunque digan que no es lo mismo. Tal
como escribiera el sicólogo de origen judío Béla Székely, “ninguna
sociedad humanista [menos la verdaderamente cristiana] puede aceptar la
legitimidad de la eutanasia; ningún médico puede ser instrumento de la
muerte sino de la salud; ningún familiar tiene el derecho de decidir sobre el
sufrimiento de otra persona”. (6)
Admito que hace varios años yo no creía en sicólogos y siquiatras por
estar prejuiciado contra ellos, al punto que me burlaba de ellos. Pero pasé
por una amarga experiencia que me llevó a estudiar mi propia conducta y
hacer correctivos. Pensaba yo que mis estudios teológicos eran suficientes
para resolver todo tipo de problema, incluyendo los caracterológicos. Mas
no fue así. Hoy más que nunca estoy convencido de que el ser humano
necesita trabajar en su espíritu, alma y cuerpo para ser libre de manera
integral. Por tanto, una de mis máximas preferidas es escribir para cambiar
y animar a que otros quieran cambiar.
Seamos equilibrados y que nuestra tolerancia al derecho ajeno a disentir
aumente en lugar de disminuir, pues solo así podremos vivir en paz, ya que
“el respeto al derecho ajeno es la paz”, manifiesta Benito Juárez.

Citas:

(1) Billy Graham. Esperanza para el corazón afligido, p. 96, Editorial


Unilit, Colombia, 1992.
(2) Thomas A. Harris. Yo estoy bien, tú estás bien, p. 42, editorial
Grijalbo, México, 1976.
(3) Viktor E. Frankl. El hombre en busca de sentido, p. 183, Editorial
Herder, España, 2001.
(4) Ibid, pp. 9 y 10.
(5) Viktor E. Frankl. Fundamentos y aplicaciones de la logoterapia, p.
33, Editorial san Pablo, Argentina, 2000.
(6) L. C. Béla Székely. Diccionario de psicología, página 394, Tomo 1,
Editorial Claridad, Colombia, 2000.
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Conclusión

Es tiempo de enmendar errores y empezar a mejorar relaciones


interpersonales. No somos islas sin necesidad de otros ni podemos vivir
encerrados en nuestra burbuja sicótica. Somos seres sociables con
necesidades de afecto y reconocimiento, aunque digamos que no. Quien no
pueda verlo está destinado a fracasar como ser humano.
Temas como la eutanasia toca analizarlos con cabeza fría y sin
apasionamiento, mucho menos con intolerancia. La intolerancia no se
vence con intolerancia, sino con el respecto y consideración a las
opiniones, creencias y prácticas de otros. ¡Sí al juicio y mesura! ¡No a la
intolerancia e insensatez!

Bibliografía

• Cáceres-Arrieta, J. Enrique. El origen del sufrimiento, Surge Books,


Panamá, 2005.
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• Diccionario de la Real Academia de la Lengua, vigésimo segunda


edición, consultada en la red.
• Doezis, Michel. Diccionario de sinónimos, antónimo y parónimos,
Editorial Libsa.
• Iserte, Salvador. El matrimonio de éxito, editorial Clie.
• McDowell, Josh. Evidencia que exige un veredicto, volumen II,
editorial Clie.
• Moody, jr., Raymond. Life after life, Bantam Book.
• Rawlings, Maurice. Más allá del umbral de la muerte, editorial
Betania.
• Santa Biblia, Reina-Valera, Revisión 1977, Editorial Clie.
• Vine, W. E., Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del
Nuevo Testamento, editorial Caribe.

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