CADA

Caminaba tranquila por la espesa cortina blanca que caa desde ms arriba de las nubes, sobre m se alzaba un enorme pino que no era verde, sino blanco por el manto de nieve que lo cubra; unos pequeos copos de nieve se deslizaron desde lo alto de una rama hasta depositarse en la negra y lacia cabellera de Eliza, mi mejor amiga haca ya 10 aos. Continuamos el camino de piedra con gran lentitud, principalmente por el riesgo que ejerca el suelo humedecido; el correr de las horas hacia del ambiente un poco tenue, ya que a mi concepto cada minuto en este pramo helado era horas de extrema tortura y es que no era para menos vena de Arizona un lugar en donde los 365 das del ao, el sol nos llenaba la piel y nos abra los poros con su vitamina D. Luego de haber caminado por casi 20 minutos, pudimos divisar a lo lejos un paisaje hermoso, lleno de montaas cubiertas en su punta por nieve, un arcoris de naranjas, amarillos y rojos se alzaba detrs de ests y6 al final una pequea cabaa de madera se levantaba al lado de un congelado lago, en el que patinaban unas jvenes parejas. Por dentro de la edificacin de madera se respiraba un calor sobrecogedor producido por la chimenea ubicada en el centro de la sala; de repente un estrepitoso sonido hizo retumbar la pequea cabaa y el pnico se apoder de las personas que nos encontrbamos dentro, un seor de uniforme gris y cabeza pelada intentaba calmar a la multitud, en la puerta se formaba un gran nudo ya que todos deseaban salir de esa crcel, huir de esa muerte segura. Eliza y yo rompimos una ventana con una pequea estatuilla de madera, nos trepamos a un mueble de cuero y as logramos salir por el lado derecho de la cabaa. Eliza empez a casi arrastrarme ya que a cada paso que daba mi pie resbalaba y caa sin remedio en la fra nieve, por fin pude voltear y vi como una de las montaas que estaban en la parte de atrs de la edificacin de madera, se desprenda un gran montculo de nieve, era una AVALANCHA. Cada minuto que pasaba era esencial y era una continua lucha por sobrevivir, por fin llegamos a una cueva en mitad del bosque forjado en

piedra por los vientos del norte, adentro haca un fro inhumano, pero estaba seca. El llanto y los gritos inundaron la cueva, de pronto todo se oscureci para nosotros, y la soledad nos arrop con su manto de incertidumbre y desesperacin la entrada de la cueva haba sido bloqueada por una muralla de nieve y ahora solo volaba en mi cabeza la palabra Muerte.

Paola Andrea Ramrez Giraldo 102