Desde la ventana de mi cuarto ví al cielo cambiar su color tan repentinamente, que se
produjo zozobra en mi interior. Un torbellino azotó las ramas de los pinos que quedaron sometidas al juego de los vientos. Volaron por el aire quebrados brazos de catalpas y ficus. En breves segundos intimidantes y negruzcos nubarrones descargaron cataratas de agua sobre la agrietada tierra que gozosa recibía su pesada carga. Relámpagos y truenos, resonando alto en su registro como una orquesta de trombones, acompañaban la dantesca escena. Todo se tornó dramático ante tanta fuerza desatada. En 30 minutos, ya calmada la violencia de viento y aguacero, después del torrente recibido y aligerando su enojoso tono, una apaciguada lluvia concilió el riego y reverdeció las pequeñas hierbas. La tarde se iba componiendo y el cielo despejaba sus aires tormentosos. Todavía algo sobresaltada por haber visto cómo los grandes árboles se doblaban ante la embestida de los fuertes vientos, alcancé a divisar a Nambí que salía corriendo desde el rincón donde se había refugiado. Pasadas dos horas, podía oírse desde las ramas de los árboles el gorjeo gozoso de las calandrias, los gorriones, los benteveos y los jilgueros. También los teros, aprovechando la reciente calma, bajaron en bandadas y se posaron en la hierba fresca. Nambí en su inconciencia juguetona trataba de correrlos y las aves abriendo sus alas, mostraban desafiantes sus púas, intimidando a quien tratara de acercarse. Tayron, amigo de Nambí, quiso asociarse a la caza de los teros, pero rápidamente comprendió que esa empresa no era conveniente. Juntos salieron correteando por el parque. Mientras Nambí con sus patas embarradas jugueteaba con las piñas caídas en el parque. De pronto se detuvo, su instinto guardián le ordenó estar alerta a cualquier ruido extraño y corrió como una ráfaga hacia la calle a puro ladrido. Al volver miró esperando aprobación por su valiente decisión de defender la casa y saltos mediante recibir alguna recompensa por su hazaña. Comenzaron a verse las luces de la noche que se presentaba despejada, lejanos diamantes tintineando en lo alto confirmaron que el tiempo mejoraba. La tormenta pasó, todo volvió a su calma.