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OJOS DE VAMPIRO

J D

VAM

CARMEN PEREZ

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Cuentan que si miras a un vampiro a los ojos nunca volverás a ver

la luz del sol.

El día que llegué a Venecia una densa capa de niebla se extendía

desdibujando los perfiles de todo lo que flotaba a mi alrededor. Sólo

el ruido del agua al batir contra la quilla de los barcos me guiaba

por la plataforma de madera hasta la parada del vaporeto que hacía

el trayecto desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad.

Envuelta entre jirones de humo, una brisa húmeda empapaba la

ropa que cubría mi cuerpo atenazado por el frío.

Cuando esperaba la barcaza observé, deslizándose de forma

sinuosa sobre el agua encrespada, la estilizada silueta de una

góndola negra con asientos tapizados en rojo saliendo de entre la

niebla.

Al tiempo que me disponía a dar la vuelta para buscar un medio de

transporte un poco menos fúnebre una figura fantasmagórica,

envuelta en un capote abierto por el viento, saltó a tierra firme

agarrando con su mano larga y huesuda el sombrero de tres picos

que se deslizaba hacia la nariz impidiendo que viese sus ojos.

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Sentí su mirada recorriendo todos los rincones de mi cuerpo con tal

fuerza e intensidad que el frío que agarrotaba mis extremidades

desapareció de repente.

Noté cómo la tela de mi abrigo de paño volaba y se arremolinaba

en los pies como si fuese una hierática estatua griega a la que

acababan de esculpir. Tras un momento de vacilación, intenté

reaccionar pero no pude echar a correr. Apenas había tenido tiempo

de darme cuenta de lo que estaba pasando cuando sentí que flotaba

en el aire y era trasladada al interior de la góndola donde me

acurruqué en un sillón estilo Luis XIV observando el movimiento de

la capa negra del gondolero desplegada por el viento

Al sentir que el barco se deslizaba suavemente alejándose de la

orilla se me encogió el corazón; intenté gritar pero los sonidos

quedaron atrapados entre las cuerdas vocales

El ruido del remo al cortar el agua era como un lamento que se

perdía entre la niebla. A veces un cocktail de olores fétidos y

nauseabundo giraba sobre mi cabeza impidiéndome respirar pero

esto y el frío húmedo que se colaba entre mi ropa era lo único que

noté a mi alrededor

La góndola empezó a serpentear por lo que deduje que estábamos

entrando en los estrechos canales de Venecia donde pequeñas luces

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aparecían y desaparecían guiando la barca hacía algún lugar que yo

desconocía. En el camino creí reconocer El C,A Dor con sus

ventanas góticas tapadas por gruesas y opacas cortinas; me dio la

impresión que las húmedas losas de granito cubiertas de algas y

verdín correspondían al Palazo Grazzi y seguramente los pequeños

puentes bajo los que nos deslizamos estuviesen cerca de Rialto o

de Sant Ángelo . En cualquier caso, el gondolero conocía Venecia y

yo sólo tenía que dejarme llevar.

Noté que el barco se acercaba despacio a la orilla. Se paró cerca de

un pequeño muelle de madera iluminado por la luz anaranjada de

las grandes antorchas que señalaban la entrada de un majestuoso

Palazo.

En ese momento escuché algunos chirridos de puertas que se

movían y las primeras voces desde mi llegada.

Me quedé quieta, esperando en el interior de la góndola sin

atreverme a saltar a la alfombra roja que cubría el suelo del hall de

mármol del fastuoso edificio, mientras oía languidecer el tañido de

una campana

De pronto surgió entre la penumbra una figura alta que en dos

zancadas se situó frente a mí. Se inclinó tendiendo su mano blanca

de piel casi transparente surcada de venas azules. Mis pies anclados

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en el suelo me impedían avanzar o retroceder. Levanté la vista al

observar que besaba mi mano con delicadeza. Nuestras miradas se

cruzaron. Sus ojos fríos verdes y brillantes estaban hechos para

hurgar en mi interior; rozaron la tela del abrigo, abrieron los

botones de la camisa acariciando mi piel con sus dilatadas pupilas.

Tuve la sensación de quedarme desnuda ante él.

Me agarró por la cintura levantándome en volandas. Sin parar su

escrutinio me depositó suavemente bajo el arco ojival de la

entrada.

Escuché algo parecido a bienvenida y me dejé llevar por las lujosas

habitaciones llenas de alfombras y muebles orientales. Los techos

estaban decorados con pinturas al óleo y en las paredes colgaban

acuarelas de cálidos colores

Olía a especies o puede que a cera, no sé, era un olor intenso y

fuerte que se extendía entre los muros.

El viento se colaba por las rendijas haciendo crujir las

contraventanas. Las llamas de las velas bailaban con las corrientes

de aire y las chimeneas desprendían luz y calor.

Mi anfitrión me ofreció un líquido dulce y suave servido en una copa

de cristal tallado, mientras daba instrucciones para que me

acompañasen por la escalera de mármol al segundo piso donde se

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ubicaba la estancia que había diseñado para mí. El interior estaba

lujosamente decorado con telas calidas y muebles oscuros.

Las cortinas verdes de cretona estaban abiertas y a través de los

grandes ventanales venecianos se observaba una extraña visión: El

agua del Gran Canal estaba cubierta por un velo de niebla pero los

pisos de los Palazos flotaban en el aire como si estuviesen

recortados en el cielo. Siluetas oscuras se movían en el interior de

las habitaciones y luces difusas iluminaban los edificios dormidos.

Mientras me desnudaba empecé a sentir calor en el estomago y una

sensación de bienestar y abandono se apoderó de mí.

Empezaba a inquietarme cuando escuché un fuerte golpe en la

puerta.

Una mujer, vestida con un vulgar corsé de seda rosa bordado con

encaje y portando una máscara brillante que tapaba sus ojos, entró

en mi habitación; extendió sobre la almohada, un vaporoso traje

blanco tejido con finos hilos de plata y sin mediar palabra se dio la

vuelta y salió.

No sé si fueron los nervios o la emoción pero una risa floja se dibujó

en mis labios.

Apenas tuve tiempo para terminar de vestirme cuando sentí que la

puerta se abría de nuevo.

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El aire agitó la llama anaranjada de las velas colocadas, sobre un

candelabro dorado, en un escritorio de nogal.

Al volverme observé con el rabillo del ojo, por última vez en mi

vida, el reflejo de mi cuerpo en un cristal.

Mi anfitrión entró en la habitación y en dos zancadas se situó frente

a mí. Vestía una elegante levita negra que contrastaba con el blanco

casi transparente de su piel. Noté como sus ojos de nuevo volvían a

recorrer mi cuerpo y una sonrisa de aprobación se dibujó en sus

labios.

Sentí un inmenso placer cuando sus dedos acariciaron mi cuello

bajando por la espalda hasta cerrar con sus brazos la cintura. Sus

caricias se hicieron más agresivas cuando los labios suaves, firmes y

rojizos recorrieron mi cara.

La fuerza que emanaba de su cuerpo impedía que me pudiese

mover. Mis piernas estaban atrapadas entre las suyas.

Noté su aliento calido seguido de un cosquilleo en la piel del

escote y al querer tocar con mi mano la zona en la que un pequeño

mordisco hacía brotar un hilillo de sangre, él lo impidió besando

despacio mis dedos.

Cuando me invitó a recorrer Venecia me sentí feliz.

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Sorprendida por la propuesta asentí con una inclinación de cabeza

sin atreverme a contestar.

Bajamos las escaleras de dos en dos y al llegar a la puerta del

Palazo la luna iluminaba los canales con tal intensidad que hacía

desaparecer las sombras.

La niebla de había disipado y la ciudad parecía llena de vida

Me depositó con gran delicadeza en el interior de la góndola y de

nuevo me ofreció el líquido viscoso y dulzón que unas horas antes

tanto me había gustado.

Por primera vez, mientras retenía mi mano entre las suyas pude

contemplar sin pudor su rostro bello y varonil de facciones

marcadas. Su mirada era como un imán que había atrapado mi alma

impidiéndome despegar mis pupilas del brillo frío de sus ojos

Al desviarnos hacía el Gran Canal hizo una señal al gondolero para

acercarse a San Marcos. La plaza estaba llena de gente. En medio

de la confusión hombres con lujosas levitas y mujeres ataviadas con

coloristas sedas y tafetanes se dirigían hacía algún Palazo en el que

se celebraba una gran fiesta. Todos llevaban puestas máscaras

brillantes que ocultaban casi por completo sus ojos. Lucían con

orgullo, en sus cuellos blanquecinos, una pequeña marca rojiza que

contrastaba con las telas que envolvían sus cuerpos.

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Al pasar junto a nosotros se separaban y en señal de

reconocimiento hacían un pasillo a nuestro alrededor.

Dejamos atrás los arcos de la plaza recorriendo estrechas y vacías

callejuelas hasta la Scala Tavola . Subimos agarrados de la mano los

cientos de escalones de la escalera de caracol hasta el último piso

donde contemplamos el paso de los cometas. Sólo una fina lámina

de estrellas separaba mi cuerpo del cielo

Arrullada entre sus brazos sentí la brisa de la noche mientras

escuchaba las voces procedentes de La Fenice, la música barroca

del baile que se celebraba en algún Palazo, las risas de los que

habían participado antes en la ceremonia de iniciación y disfrutaban

ahora de una nueva vida.

Aproveché todos y cada uno de los segundos que él me dedicó

como experto amante , conociendo de antemano que aquella iba a

ser la única y última vez que sería objeto de sus atenciones.

Me sentí completamente llena aunque, no pronunció palabras

bonitas, ni tampoco prometió un futuro en común, sólo sus dedos

tocando mi cuerpo despertaron sentimientos que nunca antes había

conocido

Son tantas las sensaciones que experimenté que sólo pude

agradecer su elección siguiéndole el juego

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Antes de romper la luz del día, bajamos de nuevo la escalera de

caracol y volvimos caminando hacía el Palazo cruzando por la plaza

de San Stefano hasta la bifurcación del callejón del Avocado donde

se encontraba el edificio.

La casa estaba en silencio y la llama de las velas apenas rasgaba la

oscuridad al haberse consumido prácticamente la mecha. Parecía

que todos sus habitantes habían desaparecido y sólo él y yo

formábamos parte del momento

Bajo el arco gótico de la entrada quise prolongar la noche pero mi

anfitrión pasó de nuevo sus labios suaves por mi cuello y

agarrándome con fuerza entre sus brazos me dejó en la habitación.

Me despertó el sol calido del amanecer que entraba por los grandes

ventanales.

Parecía una mañana bonita, pero al observar vacío el espacio junto

a mí en la gran cama con dosel me di cuenta que él nunca iba a

volver.

Intenté recordar su olor, pero no pude. Evoqué sus caricias pero no

sentía nada. Sólo la fuerza de la mirada de unos unos ojos verdes y

fríos permanecía en mi memoria helando mi sangre

Una profunda melancolía se apoderó de mí al observar que no había

rastro del traje blanco con hilos de plata.

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Me levanté con intención de dejar el Palazo pero al acercarme a la

ventana observé que mi cuerpo no se reflejaba en el cristal.

De forma instintiva pasé los dedos por el cuello esperando no

encontrar nada. Me equivoqué: un polvillo de sangre seca y

coagulada estaba pegado a la piel

Me quedé un rato pensativa sentada junto a la chimenea apagada

en la que la noche anterior crepitaban las llamas.

Apartado en un rincón, junto al candelabro, el antifaz rosa tejido

con hilos de oro que formaba parte de la ceremonia de iniciación

descansaba olvidado recordándome que mi alma nunca dejaría

Venecia.

Apenas pude dominar la emoción al comprobar que no había sido

un sueño sino que él me había elegido y aquello había ocurrido de

verdad

Al salir del Palazo la ciudad estaba en estado de efervescencia.

Cientos de personas recorrían las calles mirando los edificios como si

formasen parte del decorado de un teatro.

Noté que no sentían nada especial, eran simples turistas que no

habían sido elegidos por el vampiro para entregar su alma a la

ciudad.

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Cuando entre empujones buscaba un pequeño espacio entre los

turistas y las maletas que colapsaban el vaporeto apenas pude

darme cuenta que dejábamos el Gran Canal y pasábamos frente a la

isla del cementerio. En ese momento sentí mariposas en el

estomago y una fuerte sacudida me obligó a agarrarme con fuerza

en las barandillas de la barcaza.

Un cocktail de emociones y sentimientos se apoderó de mí y algo se

rompió en el interior de mi cuerpo. Cerré los parpados y vi los ojos

verdes y brillantes del vampiro.

“Bienvenida a Venecia, nunca saldrás de aquí”

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