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XXIII

Los grandes ventanales dejaban entrar una luz maravillosa.


Desde las dos plantas de la casa de Marc se apreciaba una preciosa
vista sobre el río Fluviá. El salón y el comedor estaban integrados en
una gran estancia rectangular. La decoración, al estilo colonial,
encantó a Alba.

El juego había comenzado. Un equipo de la Policía secreta


irrumpió en Sant Pere Pescador para preparar la trampa. Los agentes
ocuparon la casa con material de todo tipo. Sobre la mesa del
comedor se habían instalado unos ordenadores todavía sin conectar.
Marc entregó un medallón a Alba mientras le explicaba:

–Quiero que lo lleves puesto hasta que acabe todo esto. No te lo


quites ni siquiera para ducharte. Dentro hay un dispositivo de
seguimiento, y el agente Ramos estará controlando todos tus
movimientos en esa pantalla que hay detrás de mí. Queremos saber
dónde estás en todo momento.

Alba se puso el medallón y observó que uno de los agentes se


acercaba a ellos.

–Hola, Alba, soy el agente Ramos –se presentó tendiéndole la


mano–. Pronto estará todo listo para pillar a ese cabrón –anunció con
sequedad–, pero no quiero sorpresas. No abandones la casa sin pedir
permiso, ¿entendido?

–Sí –contestó Alba.


Ramos se volvió para saludar fríamente a Castillo; la rivalidad
que había entre ellos era evidente.

–¿Pasa algo entre vosotros? –quiso saber ella cuando Ramos se


hubo marchado.

–Todo es cuestión de jerarquía. Él quería estar al mando en esta


misión y el comisario me ha elegido a mí. No te preocupes, sabe hacer
bien su trabajo –intentó tranquilizarla.

Personalmente, Ramos no le gustaba, pero tenía que trabajar


con él, así que aprovecharía al máximo la situación. Aquel agente
tenía un ego del tamaño de España, pero siempre y cuando aquello no
interfiriese en la operación, Marc creía que podían realizar un buen
trabajo.

Marc acompañó a Alba a su dormitorio, amplio y con vistas al


río. La cama, de hierro forjado, era grande, y frente a ella había una
chimenea. Marc la encendió y el ambiente se caldeó rápidamente. La
habitación parecía disponer de todo: televisión, equipo de música y
ordenador.

Cerca de la ventana, un sillón invitaba a dejarse seducir


cómodamente por uno de tantos libros que poblaban la estantería. Un
cuarto de baño de decoración rústica completaba la estancia.

–Tienes una casa muy bonita y acogedora. ¿La has decorado tú?

–Sí.
Marc clavó su profunda mirada en ella. Alba sintió que le besaba
todos los rincones del alma.

–Pues tienes muy buen gusto.

–Por eso me gustas tú –repuso en tono seductor mientras la


atraía hacía él–. Cuando todo esto acabe, te aseguro que aquí
pasaremos muy buenos momentos.

–No sabes cuánto deseo que eso ocurra. No veo el día en que
todo esto acabe para poder seguir con mi vida.

–Una vida que seguiremos juntos. –La besó apasionadamente–.


Pero hasta entonces, no quiero distracciones. –Se separó de ella a su
pesar–. Ponte cómoda y siéntete como en tu casa. Sé que es difícil,
pero intenta relajarte: lee, ve la tele o conéctate al ordenador. En
fin, haz lo que más te apetezca. Yo estaré abajo.

Se sentó en el sillón y contempló la hermosura del paisaje, pero


ni siquiera la calma del río pudo sosegarla. ¡Qué diferente sería todo
en otras circunstancias! Los nervios hacían que le palpitasen las
sienes. Todo aquello era demasiado para asumirlo de una sola vez: el
intento de asesinato de Ana, la muerte de Isabel, la muerte del
Anguila, la falsa violación de Kati… y ella misma, amenazada de
muerte.
Por primera vez en su vida se sintió tentada a no salir de aquella
habitación y a escapar mediante el sueño artificial. Quería paz, unas
horas de tranquilidad sin pesadillas ni temores. Era horroroso
sospechar que alguien a quien apreciaba quería hacerle tanto daño.
No entendía nada, y lo único que quería era recuperar el control de
su vida.

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© Obdulia Pareja Alconchel

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