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Facultad de Comunicación,

Historia y ciencias sociales


Escuela de Periodismo
Profesor: Felipe López P.

La Inquisición en España y el Siglo XVI

Alumna: 18.374.087-3

Sección: Nº 1

Asignatura: Historia de la
Cultura

Fecha : 25/ 05/ 2011


INDICE

 Introducción

 La Inquisición Española Medieval

 El Reino de Aragón

 Castilla, Navarra

 La Inquisición Española de los Reyes Católicos

 Causas que Llevaran a la creación del Santo Oficio

 La “Amenaza Judía”

 Procedimientos

 Métodos de Tortura

 La censura inquisitorial

 Apogeo, decadencia y abolición de la institución

 Conclusión

 Bibliografía
INTRODUCCIÓN

"La fama de la Santo Oficio española, tal como fue instituida por
Fernando e Isabel, a finales del siglo XV ha tendido a ocultar a los ojos de la
mayoría el hecho de que el Santo Oficio actuaba en muchos otros países
además de en España y de que existió mucho antes del siglo XV."

En efecto, la Inquisición no existía únicamente en España. Su origen se


ha de buscar dentro del ámbito europeo, dentro del cual su formación encontró
una explicación en la evolución del cristianismo, si bien posteriormente el caso
español se mostró con unas características propias y definitorias.

Si hubiera que definir al Santo Oficio lo determinaríamos como la


institución judicial creada por el pontificado en la edad media, con la misión de
localizar, procesar y sentenciar a las personas culpables de herejía, pero desde
sus primeros tiempos, la Inquisición, no fue más que el resultado de la
intolerancia religiosa en la cual se vivía, o de la consideración de que la herejía
es un mal que conviene extirpar, que adoptó formas distintas según cuáles
fueran, en cada caso, los patrones de la ortodoxia y también según los lugares
y los tiempos en que se desarrolló.

En un principio dentro del ámbito europeo la pena habitual por herejía


era la excomunión. Con el reconocimiento del cristianismo como religión estatal
en el siglo IV por los emperadores romanos, los herejes empezaron a ser
considerados enemigos del Estado, sobre todo cuando habían provocado
violencia y alteraciones del orden público. San Agustín aprobó con reservas la
acción del Estado contra los herejes, aunque la Iglesia en general desaprobó la
coacción y los castigos físicos.
La inquisición también se puede definir como un proceso judicial
eclesiástico. Este proceso judicial nació en la Edad Media, como resultado de
la recuperación de las leyes penales romanas en el ámbito civil y de su
interferencia con las nuevas reglas penitenciarias de la Iglesia. Ya el
emperador Constantino había inaugurado la represión de los herejes, que sus
sucesores ampliaron, llegando en ocasiones hasta la aplicación de la pena del
fuego, instituida por Diocleciano.

De todas formas, la hostilidad de la Iglesia antigua frente a estas


medidas extremas, hizo que en la práctica estos casos fueran excepcionales.
San Agustín había indicado a los obispos la pauta a seguir, cuando en el año
408 respondió al cónsul de África, a propósito de los donatistas: “mejor es morir
a tus manos que entregarlos a tu juicio, para que sean condenados a morir.”

LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA MEDIEVAL

El reino de Aragón

Muerto Pedro II en Muret (1213) en el conflicto provocado por la cruzada


contra los albigenses, su hijo y sucesor Jaime I el Conquistador a instancias de
los obispos de su reino, temerosos de la extensión de la herejía en Aragón, en
especial por los refugiados del Languedoc, revitalizó los edictos de 1197 y 1198
firmados por su progenitor en los que, parece ser que por vez primera, se
aludía a la pena de muerte en la hoguera para los herejes que no abjuraran
antes del domingo de Pasión de 1198.

Algunos años más tarde, Jaime I, aconsejado por su confesor el


dominico Raimundo de Peñafort (1185-1275, religioso dominico catalán que
destacó por sus trabajos jurídicos nombrado capellán y penitenciario del papa
Gregorio IX, quien le encargó compilar las decretales pontificias, que servirían
luego de base para la redacción del código de Derecho canónico (la Summa
poenitentia et matrimonio y la Summa pastoralis)), decidió establecer la
Inquisición en sus dominios. Pero, según parece, tal medida no se llevó a cabo,
puesto que el papa Gregorio IX, en 1232, se quejó de la poca colaboración por
parte aragonesa.

Espoleado por el pontífice, Jaime I promulgó al año siguiente un edicto


en el que precisó los medios y las personas que habían de ser empleadas en la
búsqueda de herejes (un sacerdote de nombramiento episcopal asistido por
dos o tres laicos).

Cuando la disposición real llegó a conocimiento del papa, éste al dar su


aprobación no hizo nada más que ratificar la bula pontificia enviada el 26 de
mayo de 1232 al arzobispo de Tarragona. Se añadía tan sólo la ayuda de los
monjes dominicos. Tales ordenanzas fueron completadas en 1235 con la
aprobación y remisión a Tarragona por parte de Gregorio IX, del primer código
de procedimiento inquisitorial redactado por el propio Raimundo de Peñafort
(canonista por la Santa Sede desde 1230, y patrono de los jesuitas), manual
práctico para el uso de los inquisidores.

El pontífice, al mismo tiempo, ordenó que se hiciera una inquisición


general de todos los conventos de religiosas de la provincia en los que
empezaba a infiltrarse la herejía. Al citado manual siguió más tarde otra obra
parecida, debida a la pluma del inquisidor gerundense fray Nicolás Eimerich,
Directorio de inquisidores, que pronto fue de uso corriente en todos los
tribunales de la Inquisición.

Sin embargo, la Inquisición aragonesa manifestó poco entusiasmo, ante


lo cual Gregorio IX, en una carta de febrero de 1238, encargó al obispo de
Huesca que recordara sus deberes al rey en orden a la persecución de los
cátaros. Como consecuencia, Guillermo de Montgri, arzobispo de Tarragona,
asistido por los dominicos, condenó en el vizcondado de Castellbó unos
cincuenta herejes a diversas penas, e hizo exhumar dieciocho cadáveres cuyos
huesos fueron quemados. Al parecer, el señor de Castellbó, conde de Foix, se
impresionó y, al estar excomulgado, solicitó la absolución.
Castilla, Navarra.

En el resto de España apenas si se persiguió a los Cátaros. Algunos


fueron arrestados y marcados con hierro al rojo vivo por orden del rey
Fernando III, pero el obispo de Palencia los liberó por decisión papal tras
haberlos hecho abjurar de sus errores. En 1238 el Santo Padre encargó la
organización de la Inquisición de Navarra al dominico Pedro de Leodegaria.

Finalmente, Alfonso X el Sabio, reprodujo en su Fuero Real (1255) y en


las Siete Partidas (1276), gran parte de los estatutos de Gregorio IX, aunque
precisó que sólo debían ser entregados a los verdugos los recientes en abjurar.

A los condenados, desposeídos de toda dignidad, se les confiscarían


todos sus bienes. Tales disposiciones anunciaban la conducta a seguir en el
futuro contra la importancia social adquirida por los judíos. Este problema y el
de la conversión de los moros iban a ser mucho más graves en España que el
peligro representado por los cátaros.

La Inquisición española de los Reyes Católicos

El tribunal de la Inquisición (llamada también Santo Oficio) más famoso


en la historia, fue el instaurado en Castilla por los Reyes Católicos enlosa
albores de la denominada Edad Moderna. La nueva Inquisición española no
nació como continuación de la constituida en Aragón, sino como consecuencia
de la situación excepcional a la que había conducido la Reconquista, cuando a
punto de finalizar ésta, los monarcas, cuyo principal objetivo era crear un
estado lo más cohesionado posible a semejanza de Francia o Inglaterra,
tuvieron que enfrentarse con la difícil convivencia entre súbditos de distinto
origen étnico y religioso: cristianos, judíos y musulmanes.

La población judía, que había proliferado extraordinariamente desde el


bajo imperio romano y los visigodos, acusada de horrorosos crímenes rituales
que el vulgo se preocupó en agrandar, envidiosos de las riquezas obtenidas y
de los puestos preeminentes alcanzados por los hijos de Israel, fruto de su
carácter emprendedor y, en frecuentes casos, superior cultura, fue objeto de
sangrientas persecuciones. El miedo les llevo muchos de ellos a abrazar en
apariencia el cristianismo; fueron los judíos conversos o marranos.

Añadimos a ello la convivencia con los musulmanes vencidos


(mudéjares) y el peligro que estos representaban como enlace de una nueva
invasión cuando los turcos amenazaban con invadir Europa.

Los viejos cristianos acusaron a los marranos de seguir con sus antiguas
prácticas. Se pidió una inquisición contra los marranos. Los reyes ante la
situación, obtuvieron del papa Sixto IV una autorización provisional de
estacionamiento por la Bula del 1 de noviembre de 1478. El primer tribunal se
instaló en Sevilla, importante foco de judaizantes. Fernando II el Católico,
solicitó la ayuda de los dominicos y el Santo Oficio funcionó regularmente en
Andalucía a partir de 1481.

Ante los excesos cometidos en la aplicación de las sentencias, el


pontífice intentó revocar las prerrogativas otorgadas, reclamó la actuación de
un control episcopal sobre la Inquisición real y propuso la posibilidad de que los
acusados pudieran recurrir a Roma (Bulas de enero y Octubre de 1482).

Tras un forcejeo diplomático con la Santa Sede, los Reyes Católicos


consiguieron la facultad de organizar una Inquisición nacional con plena
independencia, de forma que su tribunal sólo rindiese cuentas, como los
demás, a la corona. Al papa le quedó tan sólo un papel moderador nunca
desempeñado con eficacia.
Limitado en un principio a varias ciudades castellanas, los Reyes
consiguieron extender poco a poco el nuevo Santo Oficio a los reinos de la
corona de Aragón, no sin chocar con serias resistencias. En octubre de 1483,
fray Tomás de Torquemada, prior dominico del convento de Santa Cruz de
Segovia, fue nombrado por el papa inquisidor general de Castilla, Aragón,
León, Cataluña y Valencia a propuesta de la reina Isabel. Ejerció una rígida
dictadura sobre los servicios inquisitoriales entre 1483 y 1498 con cien mil
procesos y dos mil penas de muerte. En 1492 obtuvo de la soberana el edicto
de expulsión de todos los judíos de España.

Durante los siglos XVI y XVII la Inquisición extendió su campo de acción


contra los musulmanes conversos o moriscos y contra los protestantes (secta
de los alumbrados), sobre los que actuó con todo rigor, en especial en los focos
de herejía aparecidos en Valladolid y Sevilla.

Al lado del inquisidor general y del Consejo Supremo de la Inquisición,


funcionaron los tribunales provinciales en las principales ciudades con sus
correspondientes inquisidores nombrados por el inquisidor general, oficiales,
procurador fiscal, familiares del Santo Oficio (especie de policía inquisitorial). El
procedimiento seguido por los tribunales, se basaba en el de la Inquisición
medieval y culminaba con la solemnidad de los autos de fe, en los que se leían
las sentencias y se hacían las abjuraciones públicas.

La Inquisición careció de jurisdicción contra judíos y mudéjares, actuó


solamente contra los bautizados. Los condenados a muerte eran entregados al
poder civil encargado de ejecutar las sentencias.

CAUSAS QUE LLEVARAN A LA CREACIÓN DEL SANTO OFICIO

Explicada brevemente la compleja trama que se teje en este período,


podemos agregar entre las principales causas las siguientes:
La "amenaza judía"

Indiscutiblemente la causa más importante que directamente motivó la


creación del Tribunal hispano fue la denominada "amenaza judía".

Las graves crisis económicas que sacudieron Europa durante los siglos
XIV y XV, a las cuales contribuyeron las pestes y epidemias que originaron una
caída demográfica sin precedentes, condujeron al empobrecimiento masivo de
la población y a restricciones económicas de la corona. En medio de la crisis,
los únicos que consolidaban sus posiciones económicas eran los prestamistas
y los arrendatarios de los tributos reales, oficios virtualmente monopolizados
por los judíos. Estos prácticamente se habían convertido en dueños de las
finanzas hispanas.

Una de las razones de tal situación era el hecho de que los préstamos
con intereses se consideraban moralmente cuestionables por estar incursos en
el pecado de usura, mientras que los judíos los consideraban perfectamente
lícitos. Además, se les cuestionaba por la administración que realizaban del
cobro de los tributos reales -oficio de por sí poco comprendido en todas las
épocas- responsabilizándoseles por su falta de transparencia en el manejo de
las cargas impuestas por los soberanos. Por si fuera poco, los judíos eran
vistos como un Estado dentro del Estado pues, antes que buenos y leales
súbditos de la corona eran, por sobre todo, judíos: una nación sin territorio y,
por ende, en busca de uno propio.

Estas razones y las diferencias religiosas alimentaron el antisemitismo,


el cual surge así como una expresión de la animadversión a una burguesía que
se enriquecía en medio de la pobreza generalizada; el resentimiento con los
cobradores deshonestos de impuestos y el odio a los usureros.

Por su parte, los judíos también protagonizaron algunos sucesos


sangrientos contra los católicos, lo cual contribuyó a exacerbar los ánimos.
Adicionalmente, a fin de ascender en la pirámide social y lograr posiciones
reservadas a los católicos o por evitar los prejuicios y las restricciones en su
contra, muchos judíos se convirtieron falsamente al cristianismo recibiendo el
bautismo y participando externamente de su culto mientras, en privado y casi
públicamente, seguían con sus anteriores prácticas religiosas.

Esta conducta dual hizo que se ganaran las iras de los verdaderos
cristianos que veían a los judeoconversos alcanzar las más altas dignidades y
cargos de la sociedad, el Estado y la propia Iglesia -constituyéndose en una
especie de infiltrados- con la finalidad de conquistar el poder e imponer en
beneficio propio su religión y su organización política, social y económica.

Al ser establecida la Inquisición, durante los primeros años de su


existencia se encargó principalmente de controlar a los judeoconversos ya que,
para que alguien fuese procesado tenía que haberse hecho, libre y
voluntariamente, católico. Sin embargo, la situación de los conversos se
complicó pues se veían presionados por sus familiares y allegados judíos para
que retornasen a su antigua religión y, al hacerlo, incurrían en apostasía y, por
ende, se sujetaban al control de la Inquisición.

Después de haber fracasado todos los intentos de los monarcas por


asimilar a los judíos pacíficamente, terminaron por decretar la expulsión de
todos aquellos que no se convirtiesen al cristianismo. Por entonces -desde
mucho tiempo antes- el antisemitismo era un sentimiento común en la mayor
parte de Europa. Así, antes que de España, los judíos habían sido expulsados
de Inglaterra, Francia y otros reinos; además, habían sido víctimas de crueles
matanzas y persecuciones en Alemania.

PROCEDIMIENTOS
Los inquisidores se establecían por un periodo definido de semanas o
meses en alguna plaza central, desde donde promulgaban órdenes solicitando
que todo culpable de herejía se presentara por propia iniciativa. Los
inquisidores podían entablar pleito contra cualquier persona sospechosa.

A quienes se presentaban por propia voluntad y confesaban su herejía,


se les imponía penas menores que a los que había que juzgar y condenar. Se
concedía un periodo de gracia de un mes más o menos para realizar esta
confesión espontánea; el verdadero proceso comenzaba después.

Si los inquisidores decidían procesar a una persona sospechosa de


herejía, el prelado del sospechoso publicaba el requerimiento judicial. La policía
inquisitorial buscaba a aquellos que se negaban a obedecer los requerimientos,
y no se les concedía derecho de asilo. Los acusados recibían una declaración
de cargos contra ellos.

Durante algunos años se ocultó el nombre de los acusadores, pero el


papa Bonifacio VIII abrogó esta práctica. Los acusados estaban obligados bajo
juramento a responder de todos los cargos que existían contra ellos,
convirtiéndose así en sus propios acusadores. El testimonio de dos testigos se
consideraba por lo general prueba de culpabilidad.

Los inquisidores contaban con una especie de consejo, formado por


clérigos y laicos, para que les ayudaran a dictar un veredicto. Les estaba
permitido encarcelar testigos sobre los que recayera la sospecha de que
estaban mintiendo. En 1252 el Papa Inocencio IV, bajo la influencia del
renacimiento del Derecho romano, autorizó la práctica de la tortura para extraer
la verdad de los sospechosos. Hasta entonces este procedimiento había sido
ajeno a la tradición canónica.

Los castigos y sentencias para los que confesaban o eran declarados


culpables se pronunciaban al mismo tiempo en una ceremonia pública al final
de todo el proceso. Era el sermo generalis o auto de fe. Los castigos podían
consistir en una peregrinación, un suplicio público, una multa o cargar con una
cruz. Las dos lengüetas de tela roja cosidas en el exterior de la ropa señalaban
a los que habían hecho falsas acusaciones. En los casos más graves las penas
eran la confiscación de propiedades o el encarcelamiento. La pena más severa
que los inquisidores podían imponer era la de prisión perpetua. De esta forma
la entrega por los inquisidores de un reo a las autoridades civiles, el brazo
secular de la Inquisición, equivalía a solicitar la ejecución de esa persona.

Era extraordinariamente difícil que un hombre que hubiese sido llevado


ante el Santo Oficio saliera de allí materialmente sin una sola mancha. Por eso
afirma Turberville:

“Un hombre puede salir de la inquisición sin ser quemado pero tiene la
seguridad de que saldrá chamuscado”, Página. 62

Aunque en sus comienzos el Santo Oficio dedicó más atención a los


albigenses y en menor grado a los valdenses, sus actividades se ampliaron a
otros grupos heterodoxos, como la Hermandad, y más tarde a las llamadas
brujas y adivinas.

Una vez que los albigenses estuvieron bajo control, la actividad de la


Inquisición disminuyó, y a finales del siglo XIV y durante el siglo XV se supo
poco de ella. Sin embargo, a finales de la edad media los príncipes seculares
utilizaron modelos represivos que respondían a los del Santo Oficio.

Métodos de tortura

Los procedimientos de tortura empleados para obtener confesiones de


los acusados contra los que existían graves sospechas eran los que se
empleaban entonces en España, no tan duros como los que se practicaban en
otros países de Europa.

Los más corrientes eran dos: el de los cordeles, que se apretaban


hundiéndose en las partes carnosas, y el de la toca, que consistía en un paño
que se introducía por la boca hasta la garganta, vertiéndose a continuación
agua, con lo que se ponía al reo al borde de la asfixia.

Ambos procedimientos eran muy dolorosos, pero había poco riesgo de


que produjeran la muerte o la mutilación del atormentado. La escala de penas
era muy variada. Las más leves eran las de abjuración, penitencia, multas y
obligaciones de llevar puesto el sambenito (túnica amarilla con una cruz roja en
forma de aspa).

También existían otros métodos, tales como el método del agua, en el


que a la víctima se le obligaba a ingerir la mayor cantidad de agua posible,
ayudándose el torturador, de un embudo que se le coloca en la boca. En estas
sesiones se les hacía tragar aproximadamente unos diez litros, provocando un
terrible sensación de ahogo, produciéndose en la mayoría de las ocasiones la
explosión del estómago.

Otro método, era conocido como el toro de Fálaris; y consistía en meter


a los herejes dentro de una esfinge de bronce o hierro con forma de toro,
quemándolos vivos. Esto divertía especialmente a los espectadores, ya que los
alaridos de las víctimas se podían escuchar a través de la boca del toro,
asemejándose a los mugidos de dicho animal. Dentro de los métodos de tortura
más eficaces para sacar una confesión verdadera o falsa, se encontraba la
Cuna de Judas. Este método, consistía en atar a la víctima de las muñecas y
elevarla, para luego dejarla caer sobre una pirámide muy puntiaguda para que
con su propio peso se le clavara en el ano, escroto o vagina. Ni que decir tiene,
que la confesión se conseguía en las primeras veces, ya que esta operación se
repetía sucesivamente hasta que el condenado hablara o muriera, caso este
último, que confirmaba su culpabilidad.

Mucho antes de que Galileo enunciara las leyes del péndulo simple, el
Péndulo, era utilizado como método de tortura. Era el aperitivo con el que se
abría una buena sesión de tortura. Las manos de la víctima eran atadas a su
espalda y por ellas, era elevado. Al balancearse se producía la luxación de los
hombros, codos y muñecas. Era habitual añadir peso adicional atando pesas a
los pies del reo.
Relativamente leves podían considerarse las penas de prisión, porque
eran temporales; aun las sentencias de cárcel perpetuas se reducían a unos
pocos años, pues la Inquisición no quería o no podía alimentar indefinidamente
a sus presos. Por la misma razón de economía, los autorizaba muchas veces a
ganarse la vida trabajando en la prisión, e incluso fuera de ella.

Penas más graves eran las de vergüenza pública, azotes y galeras; con
frecuencia iban unidas las tres. La pena de muerte se reservaba a los
impenitentes y relapsos (reincidentes).

Por motivos canónicos no podía imponerla directamente un tribunal


eclesiástico; por eso la Inquisición relajaba al reo, es decir, lo entregaba al
brazo secular, que desempeñaba el papel de mero ejecutor. La publicación de
las sentencias se hacía en un solemne acto público, el auto de fe, verdadero
espectáculo que reunía grandes muchedumbres en la plaza principal de la
ciudad, y duraba muchas horas y hasta un día entero.

LA CENSURA INQUISITORIAL

La censura ha sido una práctica muy común, desde la antigüedad. A


mediados del siglo XVI se acentuó su empleo debido, en gran parte, al
desarrollo de la imprenta la que dejó de lado a los copistas amanuenses y
propició la difusión de todo tipo de obras.

La multiplicación de publicaciones fue recibida por los estados con una


actitud dual, mezcla de entusiasmo y recelo. Por ello, apoyaban los aspectos
culturales pero ejercían control, en diferentes grados y formas, sobre los
contenidos ideológicos y políticos que directa o indirectamente afectasen a los
gobernantes. Por su parte, la Iglesia tuvo que enfrentarse a los incesantes
ataques de Lutero y los demás dirigentes protestantes, quienes emplearon
asiduamente la imprenta para sus fines proselitistas en desmedro del
catolicismo.
Al interior de la Península Ibérica existían otros controles. La censura,
por ejemplo, se hizo más rigurosa a partir de la Real Cédula publicada por la
Regente Juana el 7 de setiembre de 1558. En ella se prohibió la introducción
de toda clase de libros extranjeros traducidos al español y se obligó a los
impresores a solicitar las respectivas licencias del Consejo de Castilla. También
se ordenaron penas durísimas para el contrabando de libros prohibidos, las que
incluían la confiscación de las propiedades de los infractores y la aplicación de
la pena de muerte.

La censura organizada por el Santo Oficio coexistió con la de las


autoridades reales y se expresó principalmente en la edición de índices de
obras heréticas. La censura inquisitorial hispana graduaba los libros de acuerdo
con la extensión de sus errores. En tal óptica, se tachaba tan sólo algunas
líneas de los escritos, se condenaba la obra completa o el íntegro de las
publicaciones.

Las sanciones eclesiásticas fueron determinadas por el Pontífice Julio III


quien decretó la excomunión de los lectores de libros prohibidos. Así, el estado
y la Iglesia unieron sus esfuerzos en el combate contra la herejía y la acción
disociadora de los grupos subversivos, inspirados en la necesidad de defender
la fe común y el orden público. La Inquisición, al tomar a su cargo la censura de
libros, lo hizo en cumplimiento de una función de competencia estatal no sólo
en España sino también en todos los demás países y no exclusivamente en
esta época sino más bien hasta en nuestros propios días.

La censura eclesiástica continuó existiendo paralela a la del estado y,


aunque pueda parecer más importante la segunda, de hecho el índice
inquisitorial gozaba todavía de tal autoridad a finales del siglo XVIII que sus
dictados no podían ser ignorados fácilmente.

El objetivo de la censura inquisitorial era doble: por un lado identificar la


herejía en autores, obras o proposiciones, según fuera el caso; y, por otro,
controlar la propagación de la misma. Cabe reiterar que el índice de la
Inquisición española –a pesar de ser independiente del romano que
promulgaban los pontífices- lógicamente mantenía numerosos elementos
comunes con el mismo.

En ambos, se prohibían los libros de los heresiarcas y líderes de secta


tales como Lutero, Calvino y Zuinglio; en cambio, se permitían las refutaciones
ortodoxas a los mismos así como las traducciones que hicieron los herejes sin
exponer sus ideas. También estaban vedadas las publicaciones hostiles a la
religión cristiana como el Talmud, el Corán, los libros de adivinación,
supersticiones, nigromancia, etc. Por otra parte, eran permitidos los Padres y
Doctores de la Iglesia anteriores a 1515 y también los libros de los herejes
antiguos, los de autores escolásticos, inclusive Pedro Abelardo y Guillermo de
Occam, con excepción de sus libros contra Juan XXII.

No mencionaban los índices a los filósofos de la Antigüedad ni de la


Edad Media fuesen cristianos, árabes, judíos o de otras creencias. Estaban
permitidos los renacentistas italianos, inclusive Giordano Bruno, Galileo,
Descartes, Leibnitz, Tomás Hobbes, Benito Espinoza y el propio Bacon con
algunas enmiendas. En cuanto a los libros de ciencias la Inquisición española
jamás prohibió a Copérnico, Galileo, Newton, ni ningún científico serio. En
letras también fue tolerante, pues cabe recordar que la época de apogeo de la
Inquisición fue la de mayor desarrollo y progreso cultural de España.

Podemos mencionar numerosos ejemplos tanto del desarrollo


intelectual, como del espíritu científico y crítico peninsular, en el período en
referencia, pues el establecimiento del Tribunal coincidió con la época de oro
de las letras castellanas en los diferentes campos del conocimiento.

APOGEO, DECADENCIA Y ABOLICIÓN DE LA INQUISICIÓN

Las actividades de la Inquisición española no se limitaron a la península


sino que se extendieron a muchos lugares del Imperio español. Debido a la
fuerte oposición de la opinión pública ni en Nápoles ni en el Milanesado fue
posible establecer ningún Tribunal.

Cuando el reino de Nápoles pertenecía al reino de Anjou el Santo Oficio


papal se introdujo en el reino de Nápoles.

Cuando Fernando de Aragón conquistó el reino de Nápoles los ejércitos


del Gran Capitán (Gonzalo de Córdoba) expulsaron por fin a los franceses, el
nuevo gobernante quiso establecer una Inquisición según el modelo español.
Los napolitanos, mientras tanto, no deseaban evitar que esto ocurriese.
Gonzalo aconsejó que el proyecto se retrasase y en 1509 Fernando llegó a la
conclusión de que ya podía establecer la Inquisición española, pero tuvo que
contentarse con ordenar la expulsión de todos los judíos y marranos debido a
la excitación causada por el rumor de lo que intentaba hacer. Dicha orden no
se llevó a la ejecución hasta 1540 durante le reinado de Carlos V.

EL ducado de Milán estuvo en manos de España desde 1529 a 1707,


debido a la hostilidad popular, el proyecto de Felipe II de llevar allí el Santo
Oficio español tuvo que ser abandonado. Posteriormente, cuando el
virtuoso Carlos Borromeo llego a ser Arzobispo de Milán en 1561 su energía en
la labor de extirpar la herejía dentro de su diócesis fue realizada con
entusiasmo.

En el siglo XV Sicilia era parte de los dominios de la Casa de Aragón


pero la Inquisición no fue implantada inmediatamente en la isla pero en
1478 Torquemada envió allí a un inquisidor y como el edicto de 1492 contra los
judíos se extendía a Sicilia vinieron los bautismos forzados y la aparición de
herejes judaizantes. En Sicilia hubo muchas quejas contra los métodos
inquisitoriales, como la obtención de pruebas mediante la tortura excesiva, la
quema de personas que persistían hasta el último momento en mantener su
inocencia, el nombramiento de los nobles como familiares, los excesivos
privilegios concedidos a estos y el aumento de funcionarios.

En 1505 se creó un Tribunal en las Islas Canarias que por estar


subordinado al Tribunal de Sevilla tuvo al principio poca independencia. Como
los procesos más interesantes fueron aquellos contra los herejes extranjeros,
con más frecuencia ingleses holandeses y flamencos. Las autoridades se
alegraban de capturar corsarios luteranos. Y los navegantes llevados ante los
magistrados civiles como piratas podían ser entregados después como herejes
al Santo Oficio.

El Santo Oficio tuvo más aceptación que nunca durante el reinado de


Carlos II donde se celebró un auto de fe en 1680 en Madrid donde hubo cien
víctimas. A principios del siglo XVIII de la dinastía de Borbón se produjo un
gran contraste. Felipe V se rehusó asistir a un auto de fe, él y sus sucesores
estaban determinados a no permitir la existencia de un imperium in nimperio:

“Los soberanos franceses eran muy absolutistas pero sentían mucha


menos simpatía por la Santo Oficio que los Austrias”.

La llegada de los Borbones trajo la inauguración de academias de


Ciencias y Letras. Las nuevas tendencias que se vislumbraron bajo el reinado
de Felipe V se destacaron aún más en el de Fernando VI y el de Carlos III.

En esta nueva atmósfera la Santo Oficio tuvo que andar con cautela
tenía que tener en cuenta las críticas contra su arbitrario proceder ni contra sus
inmunidades injustificadas. Algunas causas seguidas ante el Tribunal de
Alicante ocasionaron la propuesta presentada en 1797 y en los dos años
siguientes para la abolición del Santo Oficio pero debido a la Revolución el
Santo Oficio obtuvo un nuevo plazo de vida. Y la Santo Oficio paso a ser una
vez más por un breve periodo el símbolo del tradicional patrimonio de España:
la inmaculada pureza de su fe, el gobierno monárquico y los sagrados
derechos de la propiedad.

Cuando en 1808 José Bonaparte fue colocado en el Trono de España; el


Supremo le apoyo en Madrid. Pero cuando el mismo Napoleón llegó allí en
Diciembre se pronunció un decreto aboliendo la Inquisición y declarando
confiscados por la corona todos sus bienes y los archivos fueron entregados a
Antonio Llórente que había sido secretario del Tribunal de Madrid y éste quemó
todos los expedientes de las causas criminales que le vinieron a mano.
En 1813 después de prolongadas y violentas discusiones las Cortes
votaron por una gran mayoría que la Inquisición era incompatible con la nueva
Constitución liberal y que la jurisdicción sobre la herejía.

Pero la restauración de Fernando VII fue una seria contrariedad contra la


causa del liberalismo español. El 4 de Mayo de 1814 anuló toda la actuación de
las Cortes de Cádiz invalidando la Constitución de 1812 y provocando el
renacimiento de la Inquisición. El 21 de Julio el Rey anunció que las actividades
de aquella iban a reasumir sus funciones. Posteriormente el mal Gobierno de
Fernando originó una conspiración tras otra. El Rey publicó varios decretos
invalidando todo lo desde Marzo de 1820 pero la Inquisición no se restauró, se
le hizo ver de manera clara a Fernando que los franceses a los que debía su
salvación se oponían con toda su fuerza a este proceder. La última ejecución
por herejía en Europa tuvo lugar el 26 de Julio de 1826.

CONCLUSIÓN

La Inquisición española estuvo, desde sus orígenes sujeta a la voluntad


real, lo cual la llevó inclusive a enfrentarse en algunas oportunidades contra el
propio pontífice. Cierto es que en ocasiones devino en instrumento político de
los reyes para fines diversos, por su característica dualidad, estatal-
eclesiástica. Sin embargo, debemos recordar también que no existía ningún
tribunal que no estuviese sujeto a dicha presión y utilización por el poder
político, no sólo en España sino en todo el mundo.

El Santo Oficio fue el símbolo de la etapa en la cual se estableció y


desarrolló. La alta religiosidad de la época motivó el surgimiento de una
institución que se encargara de la fe, la moral, el mantenimiento del orden
público y la paz social. La Inquisición, más allá de cualquier humana desviación
de sus objetivos, cumplió ese rol.
Fue muy importante para el estado y para la formación de la unidad
nacional española, defendiéndola contra los graves “peligros” que la
amenazaban en su dominio, pero a costa del sufrimiento y la muerte de
"pecadores".

El apego que siempre manifestaron al dinero, salvo contadas


excepciones, jamás reconoció límites, considerándose el puesto de inquisidor
tan seguro medio de enriquecerse. Un punto importante por el cual prevaleció
por tanto tiempo.

No tiene sentido, para mitigar los males cometidos por alguien, en este
caso la Inquisición, señalar los males cometidos por otros. Todos los males y
sufrimientos impuestos al ser humano por gobiernos e instituciones son
condenables, en todo momento y en todo país. "El fin no justifica los medios."

La parte resaltante y promovida por la Inquisición fue la del control de


la conducta humana, la censura y el castigo, a quien se opusiera a sus
mandatos, al estado-eclesiástico. Y como transfigurar las ideas religiosas que
proponen soluciones muy diferentes (a mi propio punto de vista), fue como
decir, si no estás conmigo estas en contra mía, y por lo tanto todo acto que
hagas que agreda la integridad social-religiosa como yo la concibo será
sancionado (de forma irracional, con fines monetarios para imponer miedo al
resto), logrando así un control absoluto.

El hombre condiciona su conducta a sus necesidades, sus gustos o


caprichos, y porque lo obligan. La Inquisición, fue sinónimo de vigilancia y
sospecha continua, creando parámetros de conducta muy rígidos y a juicio de
los Inquisidores, por lo tanto la libertad se veía restringida en un alto grado, y
uno era castigado en ocasiones sin ser culpable, como es el caso de las
llamadas “brujas”.

La tortura es la forma más dañina para mantener un poder, pero también


es muy efectiva. Lo que se logró utilizándola fue un salvajismo y perdida de la
noción del dolor y la preservación humana.

Fue una búsqueda de sangre injusta, pues los que la manejaban jamás
eran culpables de algo. La civilización iba para atrás, impidiendo avanzar como
hermanos, con creencias e ideales diferentes. Pensar que todos debían
obedecer y acatarse a una religión simplemente por las ideas de unos cuantos,
al creer que ellos eran los que estaban bien y los demás no, en el fondo tenían
miedo de lo que era diferente a ellos y por supuesto proponían una diversidad
que no les agradaba.

Finalmente, citando a un famoso libro, se pretende hacer entender que


la libertad no es algo que deba ganarse, sino, es un derecho, un derecho que
no sólo abarca a la libertad religiosa, sino, a todo tipo de la misma, sólo así, el
ser humano, podrá llegar a ser lo que siempre a querido ser.

«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se
puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal
que puede venir a los hombres»

Miguel de Cervantes

D. Quijote de la Mancha

"Quien escupe al cielo, en su cara le cae»


BIBLIOGRAFÍA

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poder inquisitorial en lima. Lima, Congreso del Perú, pp 111

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TELLECHEA, J. Ignacio, (1977). Tiempos Recios: Inquisición y Heterodixias,


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inquisición en Nueva España, México, INAH, pp 320

ESCUDEROS, José Antonio (1985). La Inquisición en España, p 15


Páginas y sitios web:

Museo de la Inquisición y del Congreso. Disponible en:


http://www.congreso.gob.pe/museo.htm (Consultado los días 03, 06, 20, 21, 22,
23 y 24 de Mayo).

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