Está en la página 1de 3

La recepcionista

Jair García-Guerrero

Todas las tardes me encuentro con ella. Inevitablemente, al subir la


escalera y dar vuelta rumbo a mi oficina, ella ahí está en la
recepción con sus piernas firmes, su piel lisa. La miro, como la mira
todo el que pasa, y se me olvida todo. Su pecho abierto es herido
por mis ojos que desean llegar hasta la punta de cada una de sus
delicias. Esos contornos curvos me envenenan. Suspiro, y ella
indiferente, sin decir nada, me afecta toda el alma. Al llegar a mi
escritorio y comenzar el turno vespertino en la oficina de la
empresa, me descubro excitado, deseando tocarla, tomarla, hacerla
mía.
Una tarde feriada, cuando todo el piso de la oficina estaba
cerrado por un evento municipal, nos encontramos a solas. Mi
corazón se detuvo cuando nos miramos. La recepción estaba en
penumbra. Fingí un sobresalto por encontrarla con el edificio vacío.
–Disculpe usted, pensé que no había nadie.
Ella, frente a mí, no se movió. Silencio. Mi corazón precipitó
mis palabras:
–Sabe, cada tarde la miro y me parece usted muy hermosa.
Dejé mi portafolios en el sillón, como quien va a iniciar una
pelea. También lo dejé como quien está dispuesto a sacar un arma.
–Disculpe si la he interrumpido... pero debo confesarle que no
dejo de pensar en usted.
Su semblante firme me retaba, y a la vez me vencía. A pesar
del día feriado, ambos vestíamos igual que todos los días. Yo debí
usar corbata por unos negocios que arreglé esa mañana. Olvidé
unos documentos en la oficina y por eso pasé. Ella vestía su negro
uniforme de recepcionista. Su escote exponía las mismas delicias
que siempre... y ésta vez no me demoré en mirarla de pies a
cabeza.
“Te estaba esperando” y su voz llenó la oficina de un perfume
dulce, de mujer.
La miré fijamente, y los círculos en donde sumergía mi alma
corroída por el deseo me hicieron avanzar. Llegué hasta donde topé
la nariz. Mis ojos siguieron firmes mirando esas ruedas desde donde
ella me miraba y seducía. Mis manos fueron atraídas hasta tocar su
pecho, su vientre, sus caderas, y una de ellas fue a mandar un dedo
excursionista, que buscó y encontró los bordes y el ingreso al más
allá.
Mi respiración era un fluido de vapor. En la oscuridad, la luz de
su belleza contrastaba con sus ropas negras. Y mi mano se perdía
en el sur, en sus adentros, mientras ambos nos mirábamos
atrapados: yo por su tacto, la promesa de su sabor... ella perdida y
entregada.
Miré ese valle donde quería entrar. Sentí una mordida en mi
labio inferior. Mi mirada angustiante, deseosa. Su vestido negro. Su
piel firme. Bajé las manos y levanté una capa de su vestido, y pude
sentir la diferencia de temperatura entre adentro y afuera de ella,
quien seguía firme, fuerte, con sus piernas ligeramente abiertas
recibiendo la caricia de un dedo, luego una mano que entró, se
estiró por completo, intentó penetrar firme hasta el fondo.
–Te quiero robar –y parecía que mi voz lo decía todo.
–Quiero todo de ti.
Ella, abierta, penetrada, miraba al horizonte con unos ojos
perdidos, entregados.
Rápidamente palpé mi pantalón y encontré la tumescencia
que necesitaba. La redondez me dio fuerzas. Hábilmente saqué,
busqué su orificio y penetré. Ella respondió con un quejido que
nació en el centro de sí misma.
Ya penetrada, tembló. Su excitación era la mía. Con otros
gemidos me urgía. Quería más. Mi dedo fue a buscarle un botón,
donde le encendería un nuevo fuego. Tardé en encontrar el preciso,
mientras ella, sudorosa, respiraba hacia adentro.
Cuando presioné el punto exacto explotó.
Y yo también me moría de una sed infinita. Hacía mucho
tiempo que no me llenaba de ese placer dulce y fatal. Regocijado,
con las manos mojadas y mirando sus piernas abiertas, abrí la lata
de Coca-Cola. Como soy diabético, mi mujer me tiene prohibida esta
bebida. Pero esta tarde no pude más y, seducido por la máquina
dispensadora de refrescos, caí en la tentación.
Me inyectarán insulina. Tal vez hasta termine internado en un
hospital. ¿Soy culpable? La culpa es de esta débil carne que nos
mueve. La culpa es de quien ordenó poner esta máquina
dispensadora de refrescos en la recepción de la oficina.

También podría gustarte