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Mercedes Arroyo
Universidad de Barcelona
La tesis general del libro que comentamos se puede sintetizar como sigue: en
un contexto de globalización, en que todas las economías nacionales se
encuentran en constante interacción, se debe favorecer el crecimiento
económico de los países menos desarrollados; pero para que ello sea posible,
no basta con que las instituciones económicas supra-nacionales se apliquen a
proporcionar recetas de crecimiento, sino que éstas deben de respetar las
secuencias y los ritmos que exigen algunas economías con un débil grado de
desarrollo. Paralelamente, la tesis principal del libro se complementa con un
ataque frontal a la ideología neoliberal que supone el abandono de las ideas
sobre el papel desempeñado por los Estados en el fomento de las economías
nacionales, tal como se había propuesto a partir del final de la II Guerra
Mundial, para -en una vuelta a la línea del pensamiento liberal de Adam
Smith- dejar actuar a dichas economías según las leyes del libre mercado,
según las cuales la motivación del beneficio constituye la fuerza que dirige la
economía hacia resultados eficientes como si la llevara una mano invisible.
De manera inversa, el juicio del autor sobre la trayectoria del Banco Mundial
es mucho menos negativo, y ello se debe en parte a la propia orientación de
ambas instituciones. Realizaremos un breve inciso para señalar algunas
características que se explican en el contexto de la globalización actual al que
nos referiremos después.
Con la caída del Muro de Berlín, los campos de actuación entre el FMI y el
BM se delimitaron aproximadamente de la siguiente manera: el FMI se ocupó
desde entonces de las cuestiones macroeconómicas de los países que se
encontraban en dificultades, es decir, su déficit presupuestario, su política
monetaria, su tasa de inflación, su déficit comercial o su deuda externa.
Paralelamente, el Banco Mundial se debía ocupar de las cuestiones
estructurales: a qué asignaba el Gobierno del país en cuestión el gasto público,
cómo funcionaban las instituciones financieras del país, su mercado laboral o
sus políticas comerciales.
A todos esos países se les aseguró que el nuevo sistema económico les
brindaría una prosperidad sin precedentes; y los resultados han sido más bien
magros, buenos para enriquecer a unos pocos mientras que para el resto se
generó una pobreza mucho mayor.
Los dos últimos capítulos del libro que comentamos están dedicados a mostrar
la pérdida de coherencia intelectual que ha ido experimentando el FMI nacido
en Bretton Woods y las necesarias modificaciones que debe sufrir para llenar
una "nueva agenda" en la que se muestra necesaria la existencia de
instituciones públicas internacionales desprovistas de intereses económicos y
de ideología, en que la transparencia sea el primer requisito de las acciones
futuras.
Del último de los capítulos del libro destacaríamos la nueva agenda en siete
puntos que, a modo de conclusiones, propone el autor y que enumeramos a
continuación de manera resumida.
Por último, Stiglitz propone una mejor respuesta a las crisis. La asistencia a
países en vías de recesión económica debería considerar necesario un mayor
conocimiento de las condiciones políticas y sociales. Y, lo más importante, se
debería regresar a los principios económicos básicos postulados en la teoría
keynesiana por una parte; por otra, el autor propone poner en práctica
estrategias expansivas de carácter fiscal y monetario en los países en
dificultades, de la misma manera que se realiza cuando EE UU atraviesa una
recesión económica, y no a la inversa, como ha venido sucediendo hasta
ahora (7).
"más que concentrarse en la efímera psicología de los inversores, en la impredecibilidad de la confianza,
el FMI debe retornar a su mandato original de proveer financiación para restaurar la demanda en los
países que afrontan una recesión económica" (p. 299).
Para todo ello, el autor considera que la ayuda al desarrollo debería ser
liderada más que por el FMI por el Banco Mundial, ya que cree que esta
institución responde mejor a las preocupaciones de los países en desarrollo. El
Banco Mundial puede ajustarse mejor a las restricciones presupuestarias, es
más sensible a la importancia de la educación -incluida la de las mujeres- y a
la necesidad del establecimiento de una sólida base tecnológica, incluido el
apoyo a una formación avanzada. Respecto a la condonación de la deuda para
determinados países, Stiglitz es terminante: sin dicha condonación de la
deuda, muchos países en desarrollo no podrán crecer. Todos conocemos que
muchos de los países deudores sólo pueden pagar los intereses de su deuda a
los países desarrollados; pero no tienen capacidad económica para nada más.
Todavía va más lejos y considera que no sólo los países más pobres deberían
acogerse a las condiciones de condonación de la deuda, sino muchos otros
que, sin estar en esa situación, ya están experimentando las consecuencias de
los errores de las instituciones supra-nacionales en el pasado.
Una "globalización con un rostro más humano" sería lo mejor que le podría
pasar a la sociedad actual; una globalización que implicase el cambio de no
sólo las estructuras institucionales, sino del propio esquema mental de dichas
estructuras institucionales. Si en la actualidad la globalización se entiende en
términos económicos, para muchos en el mundo subdesarrollado es bastante
más; la globalización conlleva cambios que no han hecho más que empezar:
está el problema del debilitamiento de las sociedades rurales tradicionales en
favor de un proceso acelerado de urbanización; está el problema del ritmo de
la integración global, que debería constituir un proceso gradual que no arrolle
las instituciones precedentes, sino que se adapte y pueda afrontar la nueva
situación observada desde más ángulos que el propiamente económico.
Está también, para Stiglitz, lo que la globalización debería poder hacer por la
democracia. A menudo, sugiere Stiglitz, parece que a las antiguas dictaduras
de las elites nacionales, les está sucediendo la dictadura ejercida por las
finanzas internacionales (8), lo cual explica el riesgo de la pérdida de soberanía
que pueden experimentar algunos países que necesitan ayuda económica.
Dichos países en desarrollo son avisados de que si no cumplen determinadas
condiciones, los mercados de capitales o el FMI se negarán a prestarles el
dinero que necesitan para su progreso. En esencia, pues, dichos países son
obligados a ceder una parte de su soberanía y dejar que los mercados de
capitales "incluidos los especuladores, cuyo único afán es el corto plazo"
influyan en sus políticas de desarrollo que, evidentemente, han planificado a
unos plazos mucho más largos. O los países pobres se someten a los
"caprichos" de los especuladores o se arriesgan a seguir su camino solos; y, en
un mundo globalizado e interdependiente, pocos países están dispuestos a
correr ese riesgo.
Quizás, y ahí radica una de las mayores virtudes de este libro, a partir de todo
lo que se expone en él puede suceder que los gobiernos, especialmente los de
países en vías de desarrollo valorarán más cuidadosamente el "abrazo del oso"
que implica a menudo la ayuda internacional.
Notas
1
Ver un resumen de sus obras más recientes
en http://www.worldbank.org/knowledge/chiefecon/stiglitz.htm
2
En adelante, y respectivamente, FMI, BM y OMC. En esencia, el autor en este libro se ocupa de las
estrategias seguidas por la primera de dichas instituciones, mientras que las actividades de las otras dos
quedan bastante diluidas.
3
Estados Unidos, Japón, Alemania, Canadá, Italia, Reino Unido y Francia. El G-7 se reúne actualmente de
modo habitual con Rusia, formando así el G-8.
4
Cabe recordar que en Betton Woods se tomaron otras importantes decisiones, como adoptar un Sistema
Monetario Internacional, basado en la convertibilidad del dólar en oro. Habiendo quedado desfasado
dicho sistema en 1971, por la decisión unilateral de los Estados Unidos de suspender la convertibilidad,
todo ello ha sido ya superado por la mundialización de los mercados monetarios y financieros. Ver sobre
ésta y otras cuestiones relacionadas con la globalización RAMONET, I. Un mundo sin rumbo. Crisis de
fin de siglo. Madrid: Debate, 1997 (5ª ed. 1999). 246 p.
5
Aunque con alguna anterioridad, Ignacio Ramonet, desde la geopolítica y el análisis de las estrategias
internacionales, llega a similares conclusiones sobre las consecuencias del proceso actual de
globalización. Ver Ramonet, op. cit. especialmente p. 91 y ss.
6
En ese mismo sentido se dirige la reflexión del catedrático de la Universidad Central de Ecuador, Alberto
Acosta, cuando afirma en un reciente artículo que las imposiciones del FMI a determinados países con
economías frágiles, como las de algunos de América Latina, ha degenerado hacia la inestabilidad social y
económica en lugar de potenciar el crecimiento, lo que lleva, según el autor de dicho artículo y en
coincidencia con Stiglitz, "a un puro ejercicio de poder" por parte del FMI. (Ver La ayuda envenenada del
FMI.La Vanguardia, 25 de agosto de 2002, Suplemento Dinero, p. 5).
7
Aplicar políticas menos restrictivas respecto a los tipos de interés o revisar a la baja la política fiscal, por
ejemplo. Es decir, todo lo que pueda favorecer el consumo y la inversión.
8
Se ha escrito no hace mucho tiempo, y no sin razón, que a los regímenes totalitarios de los años treinta
está sucediendo un régimen globalitario. Descansando sobre los dogmas de la globalización, y del
pensamiento único, no es posible otra política económica que la que sustentan las grandes corporaciones
financieras, "dejando de lado las libertades del individuo (..) y abandonando a los mercados financieros la
dirección total de las actividades de la sociedad dominada." Ver Ramonet, op. cit. p. 77.