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La explicación de este giro está dada por un proceso de transición, que parece vivir Turquía en el
momento actual. A pesar de que el primer ministro, Recept Tayyip Erdogan llegó al poder luego de
las elecciones de noviembre de 2002 con el apoyo del Partido de la Justicia y el Desarrollo, un
partido conocido por tener puntos de vista islámicos radicales, y a pesar de una historia personal y
familiar de fundamentalismo islámico, su gobierno sorprendió a críticos domésticos e
internacionales pues emprendió un programa de reformas liberales y democráticas para
“modernizar” Turquía que le han permitido mejorar notablemente sus relaciones con Europa y
Estados Unidos. No obstante el anuncio del inicio de negociaciones en el pasado Consejo Europeo
de Bruselas, los Gobiernos francés y austríaco, dos de los más reacios al ingreso turco, han
respondido que llevarán a cabo la convocatoria de sendos referendos sobre este tema. La verdad
es que la historia de la evolución de la relación Unión Europea – Turquía está llena de momentos
difíciles y de prácticas dilatorias que la UE ha impuesto a Turquía para prevenirse de su ingreso. El
Ankara Agreement firmado en 1963 tuvo un segundo escalón con la inauguración de la Unión
Aduanera UE – Turquía en 1996 y un tercer escalón con el informe de progreso emitido por la
Comisión Europea del 6 de octubre de 2004 advirtiendo que, con base en lo pactado en
Luxemburgo sobre los Criterios de Copenhague, “la Comisión considera que Turquía cumple
suficientemente los criterios políticos y recomienda que se abran negociaciones de adhesión”. Este
buen ánimo se refleja en los importantes programas de cooperación y de preingreso que se vienen
desarrollando entre la Unión Europea y Turquía que abarcan desde los 500 millones proyectados
para este país bajo el rubro de Accession Partnership en 2006, hasta programas de políticas
poblacionales, en apoyo a los derechos humanos y la democracia, fondos contra desastres
naturales, fondos que le corresponden como país mediterráneo y hasta proyectos de armonización
legislativa.
Por otro lado es claro que hay un sentimiento generalizado entre importantes fuerzas políticas de
muchos países de Europa de reserva contra el ingreso de un país islámico y esto puede verificarse
también entre importantes funcionarios de la propia Comisión Europea que refieren los valores
judío cristianos como uno de los baluartes más importantes que se trastocarían con el ingreso
turco. Por ejemplo, la jefa de la Unión Cristianodemócrata alemana, Angela Merkel, anunció no
hace mucho que si su partido gana las elecciones de 2006 hará “todo lo que esté en sus manos
para impedir la plena adhesión de Turquía a la UE” puesto que este partido hará campaña sobre
este tema. En este mismo sentido, y poniendo en duda el carácter europeo de Turquía, Frits
Bolkenstein, ex comisario de mercado interior, durante una conferencia en la Universidad de
Leiden en los Países Bajos refirió que “Europa no es un continente geográfico sino cultural. En este
sentido Turquía representa otro continente, en contraste permanente con Europa” y advirtió que la
civilización europea, de suyo cristiana, estaría en peligro con “la entrada del Islam a la Unión
Europea”. Paradójicamente todos los problemas señalados pueden ser incluso poco importantes
frente a los derivados de la opinión pública europea y aún turca sobre este proceso.
El miedo de unos sobre el ingreso de un país islámico a la Unión es tan grande como el deseo de
otros de demostrar que puede ser una realidad. He ahí la clave del inmovilismo que ha generado y
seguirá generando esta candidatura pero no otras para las que sólo hay expresiones generales de
optimismo.