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Estad Quietos J Edward
Estad Quietos J Edward
(Salmo 46.10)
por Jonathan Edwards
2. Por el hecho de ser Dios, Él es tan grande que está infinitamente más
allá de toda
comprensión. Por tanto, es irrazonable de nuestra parte pretender juzgar
sus decisiones, ya que las mismas son misteriosas. Si fuera un ser al cual
nosotros pudiéramos comprender, no sería Dios. Sería irrazonable
suponer nada más allá del hecho de que hay muchas cosas en la
naturaleza de Dios, así como en sus obras y gobierno, que son para
nosotros un misterio que jamás podremos discernir.
¿Qué somos y qué idea tenemos de nosotros mismos si esperamos que
Dios y sus
designios puedan estar al nivel de nuestro entendimiento? Somos
infinitamente incapaces de tal cosa como comprender a Dios. Para
nosotros sería menos irrazonable concebir que una cáscara de nuez
pudiera contener al océano. Dice en Job 11.7ss: “¿Descubrirás tú las
profundidades de Dios? ¿Alcanzarás el límite de la perfección del
Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda
que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su dimensión es más extensa que la
tierra, y más ancha que el mar”. Si pudiéramos tener sentido de la
distancia que existe entre Dios y nosotros, entenderíamos lo razonable de
la interrogación del apóstol Pablo en Romanos 9.20: “...oh, hombre,
¿quién eres tú para que alterques con Dios?”
Podemos ver a este respecto por qué, cuando Job padecía sufriendo
por designio divino crueles penalidades, Dios le respondió no
explicándole las razones de su misteriosa providencia, sino haciéndole
ver su condición de miserable gusano, de nada, y cuán lejos estaba él de
la altura de Dios. Esta actitud divina estaba más en consonancia con Dios
que haber entrado en algún debate con Job, o haberle revelado el misterio
de sus dificultades.
Y para Job fue bueno someterse a Dios en aquellas cosas que no podía
entender, a lo cual quiso traerle la respuesta divina.
3. Siendo que Él es Dios, todas las cosas son suyas, por lo cual tiene
derecho a disponer de ellas a su antojo y placer. Todas las cosas de este
mundo inferior son suyas. “...Todo lo que hay debajo del cielo es mío”
(Job 41.11). “He aquí, de Jehová tu Dios son los cielos, y los cielos de los
cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Dt 10.14). Todas las
cosas son suyas porque todas proceden de Él; son totalmente de Él y de
solamente de Él.
Aquellas cosas hechas por los hombres no son enteramente de ellos.
Cuando un hombre edifica una casa, no es completamente suya; ninguno
de los materiales con que fue hecha le debe su origen. Todas las criaturas
son total y completamente fruto del poder de Dios.
Es lógico, por lo tanto, que todas sean para él y estén sujetas a su
voluntad (Pr 16.4). Así pues, como todas las cosas vienen de Dios, así
todas se sostienen por Él, y se hundirían en la nada en un instante si Él
no las sostuviera. Y todas son para Él. “Porque de él, y por él, y para él
son todas las cosas” (Ro 11.36). “Porque por él fueron creadas todas las
cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, las visibles y las
invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean
potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de
todas las cosas, y todas las cosas tienen consistencia en él” (Colosenses
1.16,17). Toda la humanidad es suya: sus vidas, su aliento, su ser;
“porque en él vivimos y nos movemos y somos”. Nuestras almas y
nuestras capacidades le pertenecen.
“He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el
alma del hijo es mía” (Ez 18.4).
Ciertamente, conviene mucho más que todas las cosas estén bajo la
dirección de una sabiduría irreprochable y perfecta que expuestas a caer
en confusión o sujetas a causas sin control. Más aun, no es bueno que
ningún negocio dentro del gobierno de Dios pueda quedar sin la dirección
de su sabia providencia, muy especialmente aquellas cosas de mayor
importancia.