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escritura mágica
Cuentos
Agnes Balmaceda • Monique Giustiniani • Roxana Pacheco A.
escritura mágica
Cuentos
Agnes Balmaceda • Monique Giustiniani • Roxana Pacheco A.
Contenido
Introducción,
Ariane Garnier y Marcela Valdeavellano…………………………4
Nuestros primeros peces,
Aurelia Valentina Dobles………………………………………………5
Los jardines……………………………………………………………….8
Mi jardín,
Monique Giustiniani……………………………………………………..9
Las hortensias,
Roxana Pacheco A………………………………………………………12
La libertad………………………………………………………………..14
El viaje,
Agnes Balmaceda………………………………………………………..15
La correcta,
Monique Giustiniani…………………………………………………….16
La infancia………………………………………………………………..19
Dolor de frijol,
Monique Giustiniani…………………………………………………….20
Toño,
Roxana Pachco A………………………………………………………...23
Cocoroco,
Roxana Pacheco A……………………………………………………25
4
Introducción
La Zona de entrenarte es un espacio polivalente y plural
abierto a la búsqueda, a la investigación y al encuentro de
cada persona con su voz, esa voz que puede traducirse a
múltiples lenguajes y signos y que escritoras como Aurelia
Valentina Dobles hace posible a través de su curso/taller
“Escritura Mágica”, en el que tres mujeres descubren la
propia, su tono, su manera de decirse y decir:
Agnes Balmaceda, Monique Giustiniani y Roxana Pacheco
A., son las nóveles escritoras que presentamos por este
medio, en nuestras colecciones virtuales de La Zona.
Aurelia Valentina Dobles es periodista, escritora, produc-
tora, guionista, en fin, su currículo puede ser interminable,
pero ante todo, es una poderosa taumaturga, capaz de
potenciar las visiones personales de cada participante en
sus talleres, hasta la eclosión de un lenguaje que va arti-
culándose con el cotidiano de cada quien, ese día a día
que las tres cuentistas nos comparten ahora, mediante su
propia escritura mágica.
Ariane Garnier
Marcela Valdeavellano
La Zona de entrenarte
5
Mi jardín
Monique Giustiniani
Las hortensias
Roxana Pacheco A.
El viaje
Agnes Balmaceda
La Correcta
Monique Giustiniani
Dolor de frijol
Monique Giustiniani
Toño
Roxana Pacheco A.
Ya no sabía qué más hacer para desaparecer a ese horro-
roso muñeco, lo escondía debajo de la cama y el niño ga-
teando lo encontraba, lo subía a lo más alto del armario y
en un temblor se caía, lo guardaba en una gaveta olvida-
da y la señora decidía hacer orden en la casa. Finalmente
un día decidí tirarlo en el ático; la niña lloraba todos los
días por su mugriento muñeco con los dedos mordidos y
los ojos sin pestañas, pero yo me las arreglaba poniéndola
a jugar con sus otras muñecas, con unas bebés más nue-
vas, más graciosas y menos pesadas que Toño a quien yo
tenía que cargar de regreso del parque porque la niña ni
se lo aguantaba.
Siempre tuve la curiosidad de saber por qué se les había
ocurrido regalarle un muñeco tan grande a una niña de
apenas dos años, probablemente en ese momento era lin-
do el condenado muñeco, pero cuando yo empecé a tra-
bajar en esa casa, ya se le notaban los años y el cuidado
que una niña tan pequeña podía darle. Por suerte que
desde siempre no tuvo pelo, era un pelo pintado en la ca-
beza de hule que ya se estaba borrando.
En el ático estuvo como dos meses, esa chiquita no lo ol-
vidó, lo lloró todos los días como quien pierde a un hijo.
Los señores de la casa lo buscaban por todo lado, llama-
ban a las casas de las abuelas para que volvieran a revisar
por si lo habían dejado olvidado algún domingo cuando
iban de visita, los hermanos que nunca habían hecho na-
da así por otro juguete, ayudaban a buscar al famoso To-
ño, consolaban a su hermanita y le prestaban sus muñe-
cos, pero nada era suficiente para esa niñita.
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Cocoroco
Roxana Pacheco A.
Aquel niño a quien alguien muy especial apodó Cocoro-
co, tenía una de las virtudes más importantes de un ser
humano completo, sabía escuchar.
Cocoroco sabía escuchar el grillar de un grillo y sabía que
éste buscaba a su pareja, a un león rugiendo cuando veía
a su presa, el aullar de un lobo por la noche y a la gallina
cacareando por la mañana.
Sentado frente al mar, lo escuchaba bramar y a las olas re-
ventar, con el silbido del viento sabía que se acercaba el
estallido de una tormenta que haría al pescador levantar
y sacudir sus redes para dejar a la mar descansar.
Reconocía el amanecer por el cantar del gallo, el trinar del
ruiseñor y el pipiar de los pichones y en el calor de sus
sábanas de seda crujiendo, cerraba sus ojitos de nuevo
para escuchar a la paloma zurear, a los pájaros trinar y al
perico gritando.
Salía de su habitación al escuchar el chispear del fuego
que anunciaba el delicioso café que crujía al sopear su
pan y lejos muy lejos, podía escuchar la locomotora silbar.
Todo lo que escuchaba tenía un significado para
Cocoroco, todo era vida, era naturaleza, podía
comprender el relinchar de un caballo al oír chas-
quear un látigo, a la oveja balando cuando sabía
que le quitarían su lana, y la vaca mugiendo
cuando estaba siendo ordeñada.
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Centro Comercial
Vía Lindora, 100 metros
norte de Mac Donald’s,
Radial de Santa Ana,
San José, Costa Rica.,
Centroamérica.
Tel. +506 22054320
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Colecciones de La Zona