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Al contrario que otras actividades intelectuales, la ciencia nunca se hace en

casa. La ciencia moderna se ha convertido en algo tan profesional como la


industria publicitaria. Y, como la industria, se basa en una técnica cara y
exquisitamente refinada. No hay sitio para el aficionado en la ciencia moderna.
Sin embargo, como sucede corrientemente con las profesiones, la ciencia a
menudo aplica su saber a los asuntos triviales en lugar de a los trascendentes.
La ciencia se diferencia de otras actividades por su falta de colaboración con
individuos independientes. Los pintores, poetas y compositores se mueven
fácilmente desde su propio mundo al de la publicidad y vuelven atrás de nuevo,
y ambos mundos se enriquecen. Sin embargo, ¿qué ocurre con los científicos
independientes?
Podría pensarse que el científico académico es tan libre como el artista
independiente. Pero de hecho, casi todos los científicos son empleados de una
gran organización, como un departamento gubernamental, una universidad o
una compañía multinacional. Sólo raramente pueden expresar su saber
científico de forma personal. Pueden pensar que son libres, pero casi todos
ellos son en realidad empleados, han intercambiado libertad de pensamiento
por buenas condiciones de trabajo, un sueldo seguro, pertenencias y una
pensión. También están contritos por una legión de fuerzas burocráticas, desde
las agencias de financiación a las organizaciones para la salud y la seguridad.
Además de ello, también están encorsetados por las reglas tribales de la
disciplina a la que pertenecen. Un físico encontraría muy difícil trabajar en quí-
mica y un biólogo encontraría la física como algo casi imposible de hacer. Para
limitarlo todo todavía más, en los años recientes la «pureza» de la ciencia se
guarda de una manera incluso más celosa mediante una inquisición
autoimpuesta basada en la revisión de los colegas. Esta institutriz bien inten-
cionada pero de mente estrecha se asegura de que los científicos trabajen de
acuerdo con el criterio convencional y no en la medida que la curiosidad o la
inspiración los motiva. Faltos de libertad se encuentran en peligro de sucumbir
al examen de trivialidades o de convertirse, como los teólogos medievales, en
criaturas del dogma.
Como científico universitario habría encontrado casi imposible dedicarme a
tiempo completo a la investigación de la Tierra como planeta vivo. Para
empezar no habría financiación para una investigación tan especulativa. Si
hubiera continuado con la idea y trabajado en ella durante mis horas de
almuerzo y mis ratos libres, no hubiera pasado mucho tiempo sin que recibiese
un requerimiento del director del laboratorio. En su despacho me hubiera
avisado de los peligros para mi carrera de continuar en un tema de
investigación tan poco de moda. Si ello no fuese suficiente y yo continuase
hubiera sido requerido una segunda vez, y me hubieran avisado de que mi
trabajo comprometía la reputación del departamento y la propia carrera del
director.
Escribí el primer libro de Gaia con la sola ayuda de un diccionario y he decidido
escribir éste del mismo modo. Estoy perplejo por la respuesta de algunos de
mis colegas científicos que me recriminan por haber presentado un trabajo
científico de este modo. Las cosas han tomado un giro extraño en los últimos
años, casi se completa el círculo de la famosa lucha de Galileo con los
teólogos. Sólo que ahora son los mismos científicos quienes se hacen
esotéricos y se convierten en el azote de la herejía.
No fue siempre así. Uno puede preguntarse: ¿Qué fue de los personajes
románticos llenos de color, los profesores locos, los doctores No, científicos
que parecía que eran libres de recorrer todas las disciplinas de la ciencia sin
descanso o impedimento? Todavía existen y de alguna manera estoy
escribiendo como un miembro de esta especie rara y en vías de extinción.
Bromas aparte, me he tenido que convertir en un científico radical porque la
comunidad científica es refractaria a aceptar teorías nuevas como un hecho.
Pasaron unos 150 años antes de que la noción de que el calor es una medida
de la velocidad de las moléculas se convirtiese en un hecho para la ciencia, y
40 años antes de que la teoría de placas tectónicas fuese aceptada por la
comunidad científica.
Quizás ahora pueda entenderse por qué trabajo en mi casa manteniéndome a
mí y mi familia con cualesquiera medios que llegan a mi mano. No es una
penitencia sino una deliciosa manera de vivir que los pintores y los novelistas
siempre han conocido. Compañeros científicos, uníos a mí. No tenéis nada que
perder excepto vuestras becas.

Participado en el prólogo del libro segundo de - Gaia, James Lovelock.

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