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Conversaciones de todo un siglo

La mirada histórica de doña Márgarita

Hoy cumple sus 100 años y, en medio de una vida de poca soledad que ha llenado con
el bullicio de una gran estirpe, sólo piensa en escuchar misa para dar gracias a Dios.
Doña Márgarita Almengor Salinas es una de aquellas personas privilegiadas a las que
el tiempo le ha concedido una prórroga en el mundo. “¿Cómo nos viene la vida, no?”,
se pregunta pensativa… En su mente los recuerdos han decidido no perderse y como
testimonio vivo de una historia que para muchos va quedando en los libros, ella cuenta
la vivencia de una mujer peruana de todo un siglo… desde su mirada.

Tania Elías Lequernaqué

Ha pasado un siglo y ella no ha dejado de vivir. Camina lento pero aún seguro. Bromea
y se ríe, con palmadas y carcajadas incluidas. Discute, debate… y hasta riñe. Pero sobre
todo, cuenta la historia que no sólo es de su vida sino de un país al que –al menos ella
cree- le fue mejor en el pasado.
Quizás por eso no tiene reparo en decirlo… “¡Vaya que he vivido!...”, afirma, aunque
hoy reniegue del arroz que ni bien se cocina se estira como chicle, o de la lavadora que
lejos de dejar limpia la ropa la destroza. Quizás por eso agrega con nostalgia: “…Bueno,
pero ahora ya nada es como antes”.
En ella está claro que cumplir cien años no es para todos. Y si bien ese privilegio le ha
permitido ver crecer a su familia, también le ha dado el dolor de llorar pérdidas. Tiene
siete hijos vivos –de los 12 que alumbró, 40 nietos, 77 bisnietos, 22 tataranietos y una
tataratataranieta… Pero amigas de su edad ya no pues la muerte se las llevó.
En los años del siglo que ha vivido recuerda, como testigo fiel de esa historia que las
generaciones nuevas intentan olvidar, gobiernos de inicio y avance de siglo… A Pardo,
Leguía, Sánchez Cerro –“un cholito bien cholito de áca mismo-, Odría… hasta a Alan
García. “Los de antes eran gobiernos, los de ahora no”, critica. Ha pasado etapas
difíciles pero que pudieron ser superadas sin problemas… “La vida era otra….”

Sin padre ni madre


Doña Margarita recuerda que su padre fue un haitiano quien junto a otros extranjeros
llegó a inicios de siglo XX para trabajar en haciendas donde hacía falta mano de obra.
Así llegó a Bola de Oro –más allá de Cayaltí, Lambayeque- para trabajar en medio de
los cañaverales. Ahí conoció a su madre. “No viví con ellos. Mi padre murió en una
protesta-huelga que los trabajadores hicieron, donde la policía les salió al frente. Dieron
orden de que disparen porque no querían que empezaran a pedir cosas”, dice. Al
quedarse sola, su madre la entregó al cuidado de su madrina.
Mamá Rebeca entonces se la llevó temprano del pueblo, hacia Ferreñafe. No se enteró
sino hasta 1965 – a los 58 años, que tenía un hermano en Cayaltí. La coincidencia llevó
a uno de sus hijos al lugar y se extrañó de encontrar a alguien con el apellido de su
abuelo. Se trataba de Froilán Almengor. “Y yo no sabía eso”, dice con sorpresa.
Rebeca fue una madre verdadera. “Me enseñó mucho, sobre todo a ser honesta”. Por ella
pudo conocer las famosas libras esterlinas y peruanas. “Tenía sus juntas (panderos) y yo
le ayudaba a recolectar el dinero”. Después pasarían por sus manos, monedas de nueve
décimos, soles, intis, y nuevos soles, motores de la economía del país en estos cien años.

Conflictos y sustos
Hoy doña Margarita vive en la cuadra 6 de la calle Leoncio Prado, de la provincia
Sullana. Aquí llegó en 1940, después de haber estado unos años en San Jacinto, cerca de
Catacaos. Y pudo ver las imágenes trágicas del conflicto con el Ecuador. “Por aquí
pasaron alguna vez a los monitos que iban asustados… Pero también veíamos a los
peruanitos que querían desertar… No diga nada, no vaya a decir que nos ha visto”, le
dijeron alguna vez, mientras ocultaban sus rostros con sus implementos. “Pobrecitos,
con la mala vida que les daban y la presión en la que vivían, qué íbamos a decir algo”.
Ya en esta época los ruidos de aviones y carros –que eran frecuentes por el movimiento
a la frontera no la asustaban, como cuando era niña y aún vivía en Ferreñafe. “Ahí sí
daba miedo. La gente se abrazaba asustada… no entendíamos qué eran… peor con los
aviones… eran unos animales raros”.

Tiempos de epidemia
En su historia, doña Márgara, recuerda algunos acontecimientos importantes para la
región, los que no olvida porque relaciona con sus hijos. “Mi Dora es del año de la
Viruela”, narra refiriéndose a su hija que hoy tiene 59 años.
En 1948, una epidemia que figura en los registros históricos de Morropón –sólo por
mencionar una zona- como la Viruela Negra se expandió y diezmó la población. “Fue
una época crítica, mala muy mala…”, recuerda. Las autoridades inspeccionaban las
casas en Sullana para llevarse a los niños contagiados a Bellavista, a una zona conocida
como Lazareto, donde los aislaban por meses. Hubo un número significativo de muertos
que fue directo a la fosa común…
En esta época, evitó le arrebataran a dos de sus hijos. Los escondió y retó a la policía a
que registrara su casa. “¿Dónde están?”, le dijeron. “Aquí no. Los he sacado para que
estén a salvo”, respondió con firmeza. Fueron minutos de tensión. Fernando y Francisco
–que ya tenían los síntomas- estaban metidos en el ropero y debajo de la cama. “¡Cómo
sufrí!... ”, dice asustada aún. “Ese año la viruela se llevó a varios, no respetaba a nadie”.

Bonanza añorada
A pesar de estos periodos, la vida era mejor, opina doña Margarita. Siempre comprendió
–no como ahora, precisa- que al esposo había que apoyarlo. Se casó con don Federico
Ruiz a quien conoció en Ferreñafe. Ahí se enamoraron y lo acompañó a San Jacinto, y
después a Sullana. Lo ayudaba a hacer los dulces con los que lograron salir adelante, y lo
acompañaba a las ferias religiosas. Claro que ahí aprovechaba para rezar, porque -como
hasta ahora- siempre ha sido una mujer de fe.
“Íbamos a la fiesta de la Virgen de Mercedes de Paita, del Señor de la Justicia en
Ferreñafe, La Cruz de Chalpón en Motupe, a Cajamarca, Tumbes”… Cada una de estas
imágenes y las de otros santos las recuerda día a día, en la repisa que conserva… “Tiene
su corte celestial”, bromean sus hijos cuando ella demuestra su devoción.
En este paso del tiempo hay cosas que ella añora cuando mira la forma de vida y las
‘nuevas’ costumbres de la modernidad. “Hoy todo ha cambiado… Antes los padres no
dejaban salir a las chicas, nos cuidaban, pero ellas hacen lo que quieren, visten al
desnudo; íbamos al colegio a dejar a nuestros hijos y el profesor de entrada nos
preguntaba: ¿Con rigor? Y nosotros decíamos sí porque era real eso de que la letra con
sangre entra. Ahora no se les puede ni decir nada a los niños, ni reñirlos, por eso están
como están… Antes podíamos vivir con 2 soles. Por eso con nuestro trabajo nunca nos
faltó nada. No teníamos mucho pero sí podíamos vivir. En estos tiempos en cambio, 2
soles no alcanzan ni para el pasaje de uno, menos para que la familia viva”.
La nostalgia ahora es su compañera pero no por eso deja de sonreír. Más bien con ella
hace reflexionar a quienes la rodean: Arturo, Francisco, Fernando, Bito, Lorenzo, Dora y
Britaldo. “Trabaje mucho para tener esta familia y vivir… El día que me recoja Dios me
iré feliz”.

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