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Gemelos
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Gemelos
diciembre 7, 2009 por chrieseli
Las calles de Cuzco me atrajeron apenas las vi, como los ojos
marrones de Aurelia, sus caderas redondeadas y sus manos de
terciopelo. Poco me importó que estuviera casada. Su voz me
martillaba en las noches y luego de maquinaciones y jugarretas, logré
hacerme de una fortuna como la que jamás hubiera visto nadie en el
lugar donde nací. Piezas de ocho colgaban de mi cuello y mis zapatos
eran del cuero más fino, amansado con los dientes de varios indios
que estaban a mi servicio, por encargo y gracia de su Majestad, quien
es ahora el que me envía a la horca. Cierro los ojos y recuerdo
claramente los olores de la cocinerías, las calles empedradas y las
rocas cuadradas de los callejones donde, por las noches, ataqué
mozas a mansalva y les hice chillar de placer, mientras mis rodillas se
volvían de algodón y un líquido caliente me recorría la espalda.
Aurelia me recibió en su cama varias veces y varias tantas me colé de
sorpresa, escapando como un chico por los balcones llenos de flores,
a la vista de sus sirvientes, que existían en un trance infinito, sin
emitir jamás un sonido, ni siquiera cuando su amo dejó de respirar
por el filo de mi acero. Pero esa no es la razón por la que estoy aquí.
Esto es una total injusticia.