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Llevaba ya una semana súper aburrida, no sabía qué hacer.

Llevaba una rutina de


despertarme, desayunar, ir a dar un paseo, daba vueltas por Washington D.C, volvía
a la hora de comer, comía, iba a reuniones estúpidas que nunca llevaban a ningún
sitio (y es la verdad, aunque sea yo el que más utiliza en ellas la estupidez) y nada,
no me divertía. No me llamaba nadie, nadie quedaba conmigo, NO iba a quedar con
Iván, un loco comunista que no paraba de molestarme, no lo iba a hacer ni aunque
me suplicara…

Total, que me aburría tanto que una mañana me dije: “¿Y por qué no hoy me quedo
en mi cama sin hacer nada? Total, no hay nada que hacer, ni que me fuera a
necesitar HOY, y además… ¿qué más iba a pedir para la vida de un estadounidense
de 19 años?”.

Y eso hice: de la noche a la mañana me convertí en “vago por un día”, por decirlo
de alguna forma. Y aunque los rayos de sol entraran en mi cuarto débilmente
traspasando las finas cortinas que estaban a mi lado junto con mi cama, aunque
recibiera una leve brisa fresca veraniega (que era algo que estaba necesitando, la
verdad, estos días en la capital estadounidense había estado haciendo mucho
calor). Todo eso me tentaba a salir a la calle y a saludar a todos los peatones con
una sonrisa de oreja a oreja. Me encantaba el verano.

Estaba la mar de tranquilo en mi cuarto, no tenía que hacer nada, y además, como
vivía en la Casa Blanca, ¡menos trabajo tenía…! (no, no soy Obama, pero algo
parecido, la verdad). El aire entrando desde la ventana que estaba a mi lado me
removía la fina cabellera rubia sin apoyar en la almohada y un pequeño rizo rebelde
que se levantaba sin ningún remordimiento, pero eso era algo que me
caracterizaba.

Estaba en el cielo, o lo parecía. El suave cantar de los pájaros, mi cama mullida,


todo lo demás y las ganas de descansar de hoy, hacían de un chico tan hiperactivo
como yo alguien sumiso y tranquilo. Ojalá tuviera tantos días como estos.

Pero algo muy gracioso pasó. Mientras yo estaba en mi camita casi dormido, alguien
derribó la puerta como si fuera papel, solo que al caer hizo un espantoso estruendo.

Entre el polvo que se había formado por la caída de mi puerta estaban dos siluetas
femeninas, no me fijé muy bien en cómo eran, pero solo pude ver cómo una me
tiraba una red como si fuera un animal salvaje.

Al notar la red sobre mí, reaccioné, sentí algo por el cuerpo que me hizo reaccionar
y moverme para intentar escapar de allí y preguntarme “¿quiénes eran?, ¿para qué
me querían?”; y solo una cosa más: yo no pedía que me secuestraran, yo pedía que
cambiara mi rutina, ¡NO ESTO! ¿¡Qué pasaba con mis guardias de la Casa Blanca?!
Sí, sí, esos hombres grandes y musculosos vestidos de negro, elegantes, con un
auricular en la oreja y con gafas negras que los hacían personas que a simple vista,
amenazadoras.

-¡¡SOLTADME!! ¡Pienso llamar al FBI! ¡A la CIA! - grité desesperado intentando


agarrarme a algo para que no me llevaran a donde quisieran.

Lo que yo no esperaba en ese momento es que la chica que acompañaba a la que


tenía la red, tuviera un hacha… si, un hacha. Y eso me hace plantearme otra
pregunta: ¿qué generación es esta que tienen armas como hachas? ¡¡ARMAS!!
Esa chica me puso el filo del hacha en el cuello (y sin romper la red…).

-¿Sabes, Alfred? - comentó en un tono amenazador, con una sonrisa amenazadora -


Como no te calles, te enteras.

Ahora sí pude ver más detalladamente a la chica que me raptaba. Tenía el pelo
negro, largo, le llegaba por la mitad de la espalda, llevaba camiseta de mangas
cortas y unos vaqueros azules claros. Tenía los ojos marrones junto con unas bonitas
facciones en la cara. Yo no me suelo fijar tanto en las personas, pero ya que me
raptaban… ¡Tendría que quedarme con la cara para luego denunciarlo si conseguía
escapar!

Al final no tuve otra opción que mantener silencio absoluto en todo el viaje (que no
fue corto) y creo que me desmayé cuando hicieron un agujero por la pared de mi
cuarto. Juraría que me habría pegado un golpe en el cuello con alguna piedra.

Cuando me desperté estaba en una jaula-cuarto, era una habitación, con las
paredes de color gris y que transmitía una sensación tétrica, tan tétrica que hasta
daba escalofríos estar allí. “¿Quién decora la casa, por favor?”, pensé.

¿Qué más daba ahora? Las chicas estaban ahí mirándome. Cuando vieron que abría
los ojos, empezamos a dialogar:

-Bien, vamos a escribir el rescate - dijo la del pelo negro.

-¿¡Eh!? ¡Un momento!- paré algo confuso.

La compañera de la del pelo negro me miró, tenía los ojos verde esmeralda, con el
pelo corto, marrón, con el flequillo hacia un lado y con las puntas terminadas en
pequeños tirabuzones. Tenía, además, unas gafas que le daban un toque
inteligente.

-¿Qué quieres? - preguntó de forma seca, clavándome esos ojos esmeralda.

-¿Podrías ir a por una hamburguesa y a por un batido? No he comido en todo el día -


se me ocurrió soltar. Sí, yo respondía a mis impulsos que mi barriga transmitía.

Las dos se me quedaron mirando con cara de ¿tú eres tonto o te lo haces?

-Da igual, mañana hablaremos con tu hermano - dijo la del pelo negro.

¿Hermano? ¿Yo tengo hermanos? ¿De verdad?

-Eh… ¿yo tengo hermanos? - pregunté ignorante.

La chica del pelo marrón me miró amenazante. La del pelo negro la agarró de los
brazos, deteniéndola de hacer algo, ¿había dicho algo malo? Mi cara parecía un libro
abierto.

-Este tío, definitivamente, es tonto - protestó en un tono enojado, que no era nada
agradable para el oído por la agudeza del tono de voz.

-Cris, relájate - y así supe que la chica esa se llamaba Cris, parecía más inofensiva,
sí… o eso creía.
Y así, sin decir palabra más, me dejaron solo. ¡¡SOLO!! ¡¡ONLY IN AN UGLY
BEDROOM!! ¡Que alguien me salvara de allí! Pero, ¿tenía el móvil?

Miré en mis bolsillos, sí, sí estaba. Me iba a disponer a llamar al FBI, pero pensé en
una cosa. Si en la Casa Blanca hay tantos guardaespaldas, ¿seguro que mandando
aquí al FBI me iban a ayudar? Yo creo que no, era mi modo de pensar, pero además,
no sabía dónde estaba. Estaba indefenso ante cualquier ataque de esas locas. ¿Qué
haría? No lo sabía, tenía algo de miedo.

No vinieron a traerme la cena, estaba muy aburrido, pero conseguí batir mi récord
en los juegos del móvil y chateando con compañeros del trabajo por el móvil, no era
la cosa más divertida del mundo pero podría pasar las horas sin aburrirme
demasiado.

Y bueno, esto es solo la carta que le mandé a mi amigo Arthur, no quería alargarme
mucho porque luego, si salía de esta, se quejaría y no quería que se enfadara.
¡Bastante pasé! Y bueno, esto es muy poco de lo que pasé, ojalá pudiera haberle
enviado más cartas pero, no lo conseguí, me tenían muy controlado y la verdad, la
persona que me interceptaba las cartas me dejó porque le descubrieron y… tuvo un
trágico final con el filo metálico del hacha de la del pelo negro, que se llamaba
Nikki.

Pero sí, todavía tengo las demás cartas que escribí a escondidas, ojalá pudiera
contar todo lo que hay dentro de ellas. Hay muchísimas historias que contar acerca
de mi aventura con Cris y Nikki. Y la verdad, no son tan malas personas, antes
pensaba lo contrario, ahora… me arrepiento de haberlas juzgado.

Cristina Fernández
(1ºB)

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