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©Javier Miranda-Luque

Y BEBIERON FELICES PARA SIEMPRE


–FÁBULA FRAGMENTARIA CON FINAL Y BAR ABIERTO–

“En un castillo bebía una princesa.


Rubia y pálida, en pocas horas morirá de cirrosis hepática.
No es Rapunzel, pues ella se ahorcó usando sus trenzas.
Tampoco es Cenicienta, quien falleció víctima del enfisema.
Y ni siquiera se trata de Blancanieves,
narcomula cuya carga colapsó por culpa de sus propios ácidos estomacales.
La Bella Durmiente envejece en estado comatoso:
¿gramática de la vida atrapada entre puntos suspensivos?”.
(Cuentos apócrifos de malhadadas para perversos polimorfos)

"Al haber comenzado a ser un bien escaso,


las palabras tenían más significado que antes"
(Juan José Millás, EL ORDEN ALFABÉTICO)
1

Al igual que los perros, he agarrado la costumbre de orinar las paredes


de los apartamentos donde vivo (“cardo ni oruga cultivo”, rimaba el
vate Martí), marcando mi territorio con ese hedor amarillento que varía
en concordancia con los líquidos que he ingerido: la cerveza negra tiñe
las canas de mis micciones y produce una espuma densa en sus
meandros; el whisky escocés 12 años desencadena en mi organismo
una catarsis diurética con tonos bastante neutros; el ron edulcora mi
orina con un bouquet dulzón que empalaga hasta los pigmentos de las
paredes y/o el pegamento del papel tapiz; la ginebra londinense me
perfuma en su trayecto bucoestomacal y estoy convencido de que ésta
es la única bebida que no llego a orinar, sino que la sudo, dada la
metabolización tan rápida que de ella hace mi cuerpo. Agua nunca
bebo, salvo el remanente derretido de las toneladas de hielo que
desbordan todos mis tragos. Menos el café guayoyo y casi sin azúcar
que consumo por litros a diario. La gente dice que yo le agrego una
porción tan esmirriada de azúcar al café que parece más bien que lo
estuviera “salando” y es que no entienden que lo único que yo
pretendo es establecer una frontera equidistante entre el mínimo
dulzor admisible y el máximo amargor grato al paladar.

También disfruto meándome las paredes de los moteles que


frecuento. Uno distinto cada vez, pues me he prometido a mí mismo
escribir –robándole el título a Sam Shepard– unas CRÓNICAS DE
MOTEL que sirvan como guía funcional para parejas en busca de
distracción sexual, exentas de miradas recriminadoras y sobresaltos.
Intentaría clasificar, por ejemplo, a estos tiraderos tomando en cuenta
su discrecionalidad, ubicación, la rapidez del room service (con énfasis
particular en la disponibilidad de bebidas etílicas, hielo, preservativos y
lubricante, cigarrillos, toallas limpias y mullidas en los baños), aire
acondicionado o ventilador, televisor con variedad de películas
pornográficas, tarifas (relación precio/calidad), etcétera. En vez de las
estrellas habituales asignadas a los hoteles o los tenedores que otorga
la prestigiosa Guía Michelin, yo calificaría a estos hospedajes de
semen con una, dos o tres “erecciones”, dependiendo de si son
apenas unos autocines con cama donde ya eyaculas, ya te vas o si
verdaderamente te apetece demorarte en sus entrañas.

Cuando nos mudamos a la Torre Aco, en la primera oportunidad que


dispuse, oriné mi oficina trazando una circunferencia perfecta. De esta
forma, nadie me arrebataría jamás mi cargo de Director Creativo
Asociado en INTERGLOBAL ADVERTISING.

En la iglesia san Pedro de Los Chaguaramos –una simpática versión


reducida de la basílica vaticana– se casa mi madre de punta en
blanco, aún cuando ya me lleva a mí, su único hijo, como pasajero.
Tres meses atrás, mi padre le había regalado la primera edición de los
CIEN SONETOS DE AMOR de Neruda, libro que le pareció mucho
más apropiado que los otros que había preseleccionado en la librería
Suma de Sabana Grande: LOS PEQUEÑOS SERES de Salvador
Garmendia, ANIMAL DE COSTUMBRE de Sánchez Peláez y EL
TAMBOR DE HOJALATA de Günter Grass.

La fiesta postnupcial se celebró en una tasca de La Candelaria,


rociada por escasos litros de Old Parr y por un brevísimo brindis de
buen Rioja en honor a los recién casados. Resulta admirable la
capacidad camaleónica del ser humano para mimetizarse con el
entorno que los acoge. Apenas un par de años antes mi padre jamás
había probado el whisky en su Jaén natal y mi madre no se había
alejado demasiado de la madrileña calle de La SaL (sí, es un
palíndromo de los que me persiguen y obsesionan).

Yo decido nacer (porque es uno mismo quién selecciona en qué


momento asomarse desde la escotilla vaginal a este mundo y
“desuterizarse” y no es otro que uno –en un ejercicio inicial de libre
albedrío y mismidad– quien elige a sus progenitores) justamente el día
en que fallece Albert Camus. Décadas después descubro semejante
casualidad y me compro todos sus libros, que apenas (h)ojeo, para
incrustárseme en el cerebro la imagen del actor Marcelo Mastroianni
encarnando EL EXTRANJERO.

Así estrene un año y toda una década musicalizada, entre muchísimos


otros, por Bob Dylan y coreografiada por el terremoto que sacude a
Caracas en 1967 y también, con mayor sutileza, por Maurice Bejart.
De la sala colectiva de parturientas en el Clínico de la UCV, aterrizo en
el apartamento que mis padres habían alquilado en el edificio Llaeco
de la calle Codazzi, una construcción imponente en forma de letra “L”,
flanqueada por esbeltos chaguaramos que le dan nombre a la
urbanización. Esta edificación, junto a otras en Caracas, pertenece a
una empresa inmobiliaria cuyos dueños son dirigentes del partido
socialcristiano COPEI. Un vástago de esta familia pletórica de
“Enriques” se dedicará al faranduleo radial, popularizando un latiguillo
que perifoneará hasta el asco en sus emisiones hertzianas: “mis más
queridos amigos”, haciendo sospechar que incluso la demagogia más
rancia se hereda.

Hice mi preescolar y primaria en un colegio parroquial adosado a la


iglesia san Pedro, manejado por unas monjas españolas de sangre
liviana que nos inculcaban una caligrafía de legibilidad impecable.
Apartando la misa semanal y las sesiones deportivas, yo lograba
sobrellevar bastante bien los deberes escolares, dejándome tiempo
libre para entretenerme con la televisión vespertina en blanco, negro y
su paupérrima escala de grises, donde constituíamos la audiencia
cautiva de las teleseries gringas dobladas en México, con alguna que
otra excepción manufacturada en Japón.

Siempre envidié a quienes estudiaban durante el turno de la tarde en


la escuela municipal que quedaba a un par de cuadras de mi casa. Me
los imaginaba acostándose tarde y durmiendo buena parte de la
mañana, mientras yo cabeceaba ante el pizarrón repleto de números o
fechas que no me motivaban para nada.

Lo mío eran las palabras. Jugar con ellas. Separarlas en sílabas.


Viviseccionarlas a ellas y no a las pobres ranas. Cada vez que había
que redactar algo, allí era yo quien sobresalía. Me encantaba notar
cómo la mayoría de mis compañeros (y alguno que otro maestro)
dudaba al intentar colocar una palabra tras otra para formar una frase
coherente que no resultara incompleta o redundante.

Fue en esos momentos de tedio escolar que yo intuí que podría vivir
de la palabra. Recuerdo una promoción que tenían las estaciones de
gasolina Shell en la que llenando el tanque te obsequiaban “una taza
de doble asa”. Me dije a mí mismo que aquello que en ese entonces
mentaban “propaganda” debía ser tan sencillo como rimar tonterías
fáciles de recordar para que la gente más ignorante pudiese alojarlas
dentro del vacío de sus cabezas y repetirlas. No sé, algo así como las
letras de las canciones que reiteraban una y otra vez dos o tres frases
simples.

Se me ocurrió aplicar mi teoría en clase de Castellano y escribí en la


pizarra la frase: “Compré una taza de doble asa para Peraza”.
Automáticamente, Nelson Peraza se convirtió en objeto de burla para
el salón de clase y hasta la maestra se obligó a borrar una terca
sonrisa de su rostro irregular. Mi muestra de ingenió me valió un
puñetazo en el estómago que me hizo vomitar el Toddy caliente que
había desayunado donde naufragaban un par de trocitos de pan
manchados de mantequilla.

La lección aprendida consistió en un mandamiento que aplico a cal y


canto: “no te mofarás de gente más fuerte que tú” (a menos que logres
ponerte a buen resguardo). Y aquí debo hacer la consideración de que
casi todo el mundo suele ser físicamente más fuerte que yo o les
importa muchísimo menos el dolor o tienen mayor tolerancia al
respecto y han decidido ejercer temerariamente la valentía, mientras
que yo soy un cobarde previsivo de esos que protagonizan las cuñas
de seguros y se escudan en múltiples y sucesivas pólizas que nos
indemnizarán de cualquier imprevisto. Si al menos yo rezara podría
invocar –textualmente– al tal “ángel de mi guarda, dulce compañía, no
me desampares ni de noche ni de día” en el que obviamente no creo y
a cuyo servicio no estoy suscrito.

En sexto grado participamos con el colegio en un programa de


concursos que transmitía Radio Caracas Televisión. Lo conducía
Oscar Martínez y la institución educativa ganadora se llevaba una
considerable dotación en implementos deportivos (una vez más, un
bate o una pelota resultaban más tentadores que cualquier
enciclopedia, diccionario, biblioteca, mapamundi, microscopio o
adminículo científico). Yo no figuraba en el panel de los “cráneos”,
aunque me encargaron escribir las consignas que los alumnos
debíamos corear para aupar a nuestros representantes desanimando
al competidor.

Como en casi toda campaña comunicacional, mis slogans resultaron


mejores que el conocimiento exhibido por mis compañeros de clase y
perdimos el botín deportivo ante una institución pública ubicada en la
periferia de la ciudad. Este recuerdo emergerá sonriente cada vez que
mis clientes electorales ganen sus curules y yo obtenga una prórroga
de mi contrato profesional hasta las siguientes votaciones.
Parafraseando al gurú McLuhan, canturreo un jingle desafinado que
pugna por definirme: “democracy is my business”.

Mis padres estaban afiliados al “Círculo de lectores”, ingeniosa


estrategia mercadotécnica que te entregaba en tu casa los libros que
cada quien seleccionaba de un vistoso catálogo impreso a full color.
Esto nos garantizaba una provisión libresca de tres libros trimestrales.
Así que nuestra bibliotequita doméstica crecía al ritmo de una docena
de títulos al año, pagaderos en cómodas cuotas consecutivas. Ello era
el “Avon llama” de la lectura que nos permitía maquillar un poco
nuestras neuronas con el lipstick de textos ligeros, casi digestivos,
recomendables para rumiar ideas plácidas.

Mediante un sistema similar mis padres invirtieron en la enciclopedia


Monitor de Salvat y sucesivos diccionarios de uso corriente del idioma.
Las enciclopedias ilustradas de arte fueron adquiridas a través de
fascículos semanales que venían con el periódico y que nos evitaban
las onerosas, aunque deseadas, visitas al Louvre o –más
fervientemente– al Prado.

Del Museo de Bellas Artes en Caracas, mis padres y yo hubiésemos


podido ofrecer eficientes visitas guiadas. Luego vinieron la Galería de
Arte Nacional y el Museo de Arte Contemporáneo.

Mi padre monta su primer negocio el día en que el webón de Ernestico


Hemingway decide suicidarse dándose caza a sí mismo, disparándole
a las avestruces y rinocerontes que habitaban su cabeza. Deduzco
que los defensores de los animales respiraron aliviados así sea por un
rato, tanto como los toros de lidia o el pez aguja de la olla caribeña.
Hasta las robustas y desencajadas nietas de Hemingway llegó su
delirio de autoexterminio anclado en la hache. Eso y el gesto
ampuloso, la bulla bilingüe, la bravuconada del viejo mareado en el
océano de ron habanero y el oleaje de hierbabuena.

Escatológicamente pragmático, mi viejo inauguró una venta al mayor y


detal de papel higiénico y servilletas. “Se come y se caga, salvo error u
omisión”, bromeaba recalcitrantemente mi padre en sus escasísimos
aforismos blindados que, de alguna forma oscura, me remiten a
Cioran. Esta afirmación no es gratuita: el viejo bautizó el negocio como
PAPELES EFÍMEROS, S.R.L. El enclave familiar abría al público de
martes a sábado, 50 semanas al año. “Nuestras vacaciones anuales
superan con creces los 100 días”, gustaba ufanarse el fundador de
este comercio que “al igual que la Real Academia de la Lengua, limpia
orificios que pronuncian y otros impronunciables”.

–¡Vaya comemierdas esos gringos que pagan fortunas por pinturitas


de sopas enlatadas y refrescos!

René es el único amigo cubano que tiene mi padre. Los demás son
todos españoles, como él mismo, a excepción de un par de gochos de
San Cristóbal, los hermanos Mora, con quienes juega baraja la noche
eterna de los sábados, con la excusa madrugadora de irse a
desayunar caldo de papas y pastelitos andinos a una fonda escondida
entre las estrecheces de La Pastora.

–¿Y saben cómo se llama el pintor ese? –prosigue René su soliloquio


mientras ambos Mora y mi padre se escudan tras los reyes y bastos
de sus naipes.

René no espera respuesta y espeta: “se llama Warhol, Andy Warhol, el


rubiecito pálido esmirriado que le vende sus estampitas gigantes a los
gringos comemierdas”.
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El clan maldito de los Kennedy asesina a Norma Jean, alias Marylin


Monroe, y mi padre abre un segundo negocio, pero esta vez en el este
de la ciudad, bajo la denominación comercial sugerida por René de
PAPELIMPIA, C.A. Ahora los cuatro reyes de la baraja son socios.

Un año más tarde, muere abaleado JFK en Dallas y René hilvana


discursos sobre el karma y los complots universales mientras los
cuatro jugadores sabatinos masacran botellas de Johnnie Walker
etiqueta negra.

Mi madre delira con la película “El silencio”, del sueco Ingmar


Bergman, que proyecta la Cinemateca Nacional. Muere Benny Moré y
René viste de luto por todo un año, soportando las burlas de mi padre
y la reprobación silenciosa de los Mora. A mis incipientes 3 años de
edad, yo voy absorbiendo las peculiaridades de estos personajes que
coprotagonizan la narración, sin poder calibrar los efectos
secundarios.

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Mi madre me celebra con una torta de chocolate mis primerísimos
cuatro años. Yo reacciono enclaustrándome debajo de la mesa del
comedor, con el mantel como telón o cobija de kevlar, rehusándome a
que me canten cumpleaños, apagar las velas o compartir la torta que
“es mía”.

Gracias a los votos de los hermanos Mora, el adeco Raúl Leoni gana
las elecciones presidenciales en una Venezuela pre-saudita y naif,
adormilada, que baila en tempo de vals vienés que no es, totalmente
despreocupada del ská de acá que resonará fuera de las páginas de
este relato.

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Precoz que pretendo ser, desafío a dios diciéndole que, si existe,


derrumbe la escuela donde me aburro, me hastío, languidezco.

Jamás obtengo respuesta.

12

En una entrevista publicada en la revista PUBLICIDAD Y


MERCADEO, me desafían a que redacte mi propio epitafio. De
inmediato escribo: “Siempre en otro lugar”.
13

No sé por qué me ha dado por recordar a cierto escritor venezolano


que afirma que sus personajes nacen muertos, con fecha de
expiración, y que él los enferma y los hace padecer para intensificar
argumentalmente sus textos.

Confío en que este gran carajo jamás escriba sobre mí ni le dé mi


nombre a ninguno de sus personajes.

14

Cuando le preguntan a René cómo se fue de Cuba, él dice que salió


de La Habana “con una batidora Hamilton Beach insertada en el culo,
cual motor fuera de borda y así llegué hasta Mayami”.

–Desde entonces le cogí tirria a los electrodomésticos, muchacho.

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Muere ese hijo de puta gallego, adoptado por un matrimonio gringo,


conocido como Walt Disney. Mi madre y René celebran el deceso del
villano, ignorando que la fábrica de fábulas funestas funciona
febrilmente per fécula feculorum: carbohidratos y triglicéridos
alimentan la funeraria de cerebros ahogándose en formol.
Embriagado por la mezcla fulminante de alcohol y conatos de utopía,
Rene se remonta a su infancia y entona –en una voz lejanísima– una
melodía que le cantaba su nana:

“Al salir de La Habana, de nadie me despedí


sólo de un perrito chino que andaba detrás de mí.
Como el perrito era chino, un señor me lo compró
por un poco de dinero y unas botas de charol.
Las botas se me rompieron y el dinero se acabó...
¡Ay, perrito de mi vida. Ay, perrito de mi amor!”.

Mi padre ronca. Yo escucho desde mi cuarto, conmovido por este viaje


en el tiempo que pilotea un adulto metamorfoseado en niño.

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¿Quién se hubiese atrevido a profetizar que la madrileña de mi madre


se iba a alistar en la banda del Sargento Pimienta? Fueron cuatro
británicos de Liverpool, mentados “los bítels”, quienes produjeron el
milagro. Mi madre chapuceaba un inglés jubiloso de jotas y zetas que
la llevaron a inscribirse en cursos sabatinos del CVA para tratar de
entender a aquellos hijos de la Gran Bretaña que la rejuvenecían a
fuerza de estribillos pegajosos y reiterativos: “chi láfviu, ye, ye, ye, chi
láfviu, ye, ye, ye” o el impagable “ol yu nid is lof”.

Muchos años después, en callado honor a mi madre, logro venderle a


un fabricante de bluejeans un jingle que versionaba el hit beatlémano
LUCY IN THE SKY WITH DIAMONDS –sin alusiones lisérgicas– para
marketizar sus pantalones apretadísimos que fungían de camisas de
fuerzas para los pubis femeninos en feedback textil. Este spot
publicitario coincidió con el CONCIERTO PARA BANGLADESH y
masificó una expresión que encontró eco en la juventud para referirse
a cualquiera que usara jeans ajustados: “mira cómo come pantalón
esa carajita Bangladesh”. Y así se llegó a hablar de los “bollos
Bangladesh, cucharas Bangladesh, totonas Bangladesh, papos
Bangladesh” que estaban “muertos de hambre” y por ello se
“tragaban” el jean, ropa íntima mediante.

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Con el riesgo asumido de que esta narración degenere en crónica


funeraria, debo relatar que cuando muere el Che Guevara, René
contrata a una agencia de festejos y arma una de las rumbas más
memorables que recuerde la avenida Victoria. Ni EL BONCHE que
escribió Renato Rodríguez, ni LA FIESTA INOLVIDABLE
protagonizada por Peter Sellers y ni siquiera la gala nupcial
orquestada por los Cisneros para casar a alguno de sus herederos en
Caracas dio tanto de qué hablar a los vecinos de la también
denominada avenida Presidente Medina. El 92,63% de los invitados
eran cubanos.

Plagiándome en la memoria no la celebración “post-Che” de René,


aunque sí el film festivo popularizado por Peter Sellers, encaro el
lanzamiento publicitario de la soda y aguakina Schweppes en el
mercado regional con una celebración que acontecía en la piscina del
hotel Tamanaco, sin elefantes, pero con los invitados ataviados de
gala dentro del agua, bajo el slogan de “Haz de todo momento un
evento con Schweppes”.

El follow-up de la campaña mostraba fiestas de cualquier índole que


sucedían en paisajes edénicos, vuelos transoceánicos o ascensores,
reiterando el lema publicitario: “Schweppeando con Schweppes”. De
esta manera, la denominación comercial del producto se vuelve verbo
y, más aún, gerundio.

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¿No escribí ya que los Kennedy son una familia maldita? El día en que
matan a Robert Ka a mis padres les aprueban el crédito hipotecario a
20 años del apartamento de 72 metros cuadrados del LLaeco. Por
esas mismas fechas, en ese camposanto enorme que es Estados
Unidos, hacen tiro al blanco en Martin Luther King y disparan la frase
de “I have a dream”, inmortalizándola en discursos de toda índole, en
cómoda concordancia con casi cualquier situación. En mi recuento de
difuntos de ese entonces también figura el poeta español León Felipe,
el mejor traductor de Whitman al castellano (y que se joda Borges).

Ya mis padres se han nacionalizado y pueden votar. Fieles a su


tradición de no apostar al ganador resulta electo presidente el
copeyano Rafael Caldera. Para que no se sienta tan solo en su
mandato, los gringos escogen a Richard Nixon como semejante.

El allanamiento a la UCV, ubicada a escasos cien metros de nuestro


apartamento, nos permite disfrutar el bouquet característico de las
bombas lacrimógenas, llanto iniciático al que nos iremos
acostumbrando. Desde entonces jamás faltaron en mi casa los
pañuelos de algodón humedecidos en agua y vinagre para mitigar el
efecto de aquellos olores a cebolla podrida y humeante.

Cuando finalmente traducen EL PADRINO al español y lo ponen en


venta en Venezuela, mis padres se pelean por el libro de Mario Puzzo,
imponiéndose un horario de lectura diurno para ella y nocturno para él.
Mi madre, lectora voraz, concluye la novela un par de semanas antes
que mi padre y amenaza con irle develando detalles e inclusive el final.
Años después iré con mi viejo al estreno de la película hecha por
Coppola en la pantalla panorámica del cine Canaima. Mi madre
siempre se ha negado a ver las versiones fílmicas de las obras
literarias que ha disfrutado, pues argumenta que nadie le va a
(im)poner rostro a los personajes que ella ya se ha imaginado.

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¿Más difuntos para el recuerdo? Ho-Chi-Minh fallece por sobredosis


de arroz y Boris Karloff se muere de miedo a no conseguir ningún otro
rol de monstruo que deambule por las oscuras salas de cine.
La primera caminata lunar es vista en Venezuela, en expresivo blanco
y negro, a través de Radio Caracas Televisión, narrada en nuestro
idioma por la morsa catódica, alias Oscar Yánez.

–Eso es una soberana mentira, caballero –gritaba René desde la


puerta de la cocina de nuestro apartamento mientras preparaba una
olla de congrí –eso es una película made in Hollywood que los gringos
se han montado para hacerle creer al mundo entero que se
adelantaron a los rusos, ya ustedes lo verán, el tiempo me dará la
razón.

–Sí, René, y la historia te absolverá –lo aguijoneaba mi padre


enarbolando la frase pronunciada por Fidel.

–Déjenme escuchar la tele –terciaba mi madre, sirviendo otra ronda de


tragos: whisky en las rocas para los socios, jerez Fino La Ina para ella
y Frescolita para mí: “frescolízate, papá: fres, fres, fres-colita; me gusta
fres, es más coli, glu, glu, glu, glu, glu, glu, glu”.

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Las tardes del domingo siempre han sido familiares. Así como otros
van a misa, nosotros tres salimos juntos a sitios cercanos. Lo más
distante que hemos llegado es a la heladería Castellino en
Caraballeda, cuyos banana-boats nos sabían mucho mejores que los
de la caraqueña Crema Paraíso. Aunque generalmente nos
circunscribíamos al área metropolitana, alguna vez nos aventuramos
hasta la Colonia Tovar, siempre usando transporte público, ya que mi
padre se negaba tenazmente a aprender a manejar o adquirir un carro.
Y como este tipo de valores o prejuicios se heredan, yo mismo jamás
me he sacado la licencia de conducir, ni he tenido carro, diciéndome a
mí mismo –y a quienes insisten en preguntarme– que de esta forma
me evito las molestias de buscar estacionamiento, preocuparme por el
vehículo e incurrir en gastos de reparaciones, seguro automovilístico y
otros engorrosos etcéteras. Para eso existen los taxis y yo dispongo
de un presupuesto asignado a tal efecto.

Al teleférico subíamos con regularidad. Ante la molesta insistencia de


mis padres intenté patinar sobre hielo sin poder mantenerme en pie ni
siquiera un metro. Las pocas ocasiones en que funcionaba, bajamos
hasta La Guaira en el funicular que llegaba hasta la estación de El
Cojo. Allí coincidimos con la filmación de una película norteamericana
esteralizada por Robert Vaughn, un actor de tercera categoría que
encarnaba el personaje de “mister Solo” en la serie televisiva THE
MAN FROM UNCLE, que se tradujo al español como “El hombre de
Cipol”.

Luego nos dio por frecuentar el novísimo Centro Comercial Chacaíto,


donde locales como el Drugstore, Carnaby, el Papagayo, el Ovni, Le
Club, Hipocampo, la galería de arte Sans Souci, la librería Lectura y
los cinemas 1, 2 y 3 marcarán una época de placentero consumismo
saudita, con dólares a Bs. 4,30 y quince pesetas por cada bolívar. Y
nosotros sin conciencia de estar viviendo en aquella tierra de gracia,
uno sin (m)Alicia en el país de las maravillas. Fue en el Drugstore
donde vi por primera vez las salchichas de medio metro que les
disputé golosamente a mis padres o el metro de cerveza que mis
progenitores no alcanzaron a consumir del todo, divertidos con sus
bigotes de espuma de cebada.

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Pocas cosas me hacen viajar en la máquina del tiempo como cuando


preparo esa mezcolanza anti-gourmet (receta materna) que contiene
un queso crema Philadelphia de Kraft, una lata grande de Diablitos –o
pasta de hígado– mayonesa, ketchup, unas lágrimas oscuras de rimel
chorreado de salsa inglesa y perejil deshidratado, en proporciones
dosificadas al ojo por ciento. Untada sobre galletas de soda, arepas
fritas o pan tostado y acompañadas de Cocacola que nos ayuda a
tragar ese engrudo que hubiese hecho colapsar el portentoso sistema
digestivo de Elvis Presley, acostumbrado como estaba a los
sándwiches de mantequilla de maní con jalea de ciruela y cambur frito
rebanado.

22

Electo Carlos Andrés Pérez en su primer periodo presidencial. Mis


padres han votado por alguien más. El acné me cruza la cara como
una maldición y recién ahora que comienzo a afeitarme debo
esmerarme en evitar que la “doblehojilla que pasa y repasa” roce los
granos, haciendo erupcionar su lava de pus sanguinolento. Clearasil
conmigo, igual que con toda mi generación, aunque sin resultados
satisfactorios para los consumidores.

Mi madre se escandaliza con el PORTERO DE NOCHE protagonizado


por Charlotte Rampling y Dirk Bogard, dirigidos ambos por Liliana
Cavani. Película a la que aún no tengo acceso por mi edad y que
atesoraré posteriormente, de manera fetichesca, en formato betamax.

23

El primero de los dos únicos decesos que he visto celebrar a mi padre


ha sido el de Carrero Blanco a manos de la ETA, con una paella
encargada a la tasca de La Candelaria donde festejaron su boda y la
extremaunción de media caja de whisky a cargo de los hermanos
Mora, René, algunos compatriotas de mis viejos y las consabidas
esposas de cada quien.

Mi madre se reservó su cuota de resentimiento para la muerte de


Picasso:

–Púdrete, puñetero cabrón hijo de puta, maltratador de mujeres y


mezquino –alzaba ella su copa de oporto colorado, brindando con la
brisa que peinaba los chaguaramos alopécicos de la esquina.
Jackson Pollock y mi madre compartían, en singular sintonía, su odio
elevado al cubo por el macho ibérico cubista.

24

Concluyo sin consecuencias tercer año de bachillerato. Me toca


decidirme y opto por estudiar Humanidades. Eso significa cambiarme
de liceo, pero no importa. Las mudanzas serán lo mío. Conllevan aire
fresco. Además no me calo física, química ni biología. Yo no pienso
ser científico. No me sirven. No me interesan. Ni aunque me vaya a
estudiar psicología. Prefiero el latín y el griego. Hasta el francés, pues.
Roa Bastos publica “Yo el supremo”. Título cojonudo, insuperable, que
adopto para mí en secreto sumarial. El libro es un ladrillo, ilegible, pero
el título vale cada puto bolívar que pagué en la librería.

El muerto, esta vez, es Charles Lindberg, quien se extingue sin saber


qué fue de su hijo.

–¡Vaya putada! –exclama mi padre, asomado a las páginas abiertas,


de par en par, de la prensa dominical.

25

En la “progre” revista SIC, editada por el Centro Gumilla, publico mi


primera crítica cinematográfica, escrita a cuatro manos con Carmelo
Vilda, jesuita que me da clases. Gano el concurso literario del colegio
san Ignacio. El premio consiste en el consabido diploma, una medalla
que empeñaré años más tarde y la obra completa de Cortázar, a quien
veo con frecuencia en el bulevar de Sabana Grande, vitrina bohemia
de mi ciudad. No me cabe eso de sumar letras con números, así que
raspo matemáticas y me rehúso a pagarle clases particulares
onerosísimas al hijoputa del profesor. La consecuencia es obvia: no
logro pasar el examen de reparación y, gracias al contacto de una
amiga de mi madre, obtengo cupo en el Liceo De Aplicación, ubicado
en lo que solía ser el antiguo hipódromo de El Paraíso, frente al
Instituto Pedagógico de Caracas.

A coñazo limpio, matan a Pasolini en Italia. Muere, “por la gracia de


dios”, tras cuarenta años agónicos, Francisco Franco. Algarabía
ibérica. Júbilo universal. Se cocina a fuego lento el destape, pero en
olla de presión. Tremebundo y churrigueresco. La fiesta es grande en
mi casa y en los domicilios de los vecinos españoles. Y en las tascas
de La Candelaria. Y en la Hermandad Gallega. Y en el Club Catalán. Y
en el Hogar Canario. Y en la Casa de Asturias. Y los murcianos
llegaron ya y llegaron bailando chachachá. Y se incrementa
exponencialmente el consumo de orujo, de anís, de rioja, de cava, de
tempranillo. Mi madre agota las reservas de jerez Tío Pepe. Mi padre y
René –criollizados a punta de escocés on the rocks, please–
contribuyen a consolidar el sitial de honor que ostenta la pequeñezuela
Venecia como mayor consumidor per cápita de whisky urbi et orbi. Es
entonces que yo me estreno con la birra que publicita, textualmente,
que “cada región tiene su nombre, pero en todas la cerveza se llama
POLAR”. Después se sucederá el ron en versión (Cuba)libre, el vodka,
la ginebra, el single malt, el brandy, todas las anteriores.

Algún día mi padre me reclamará sorprendido que mi sangre ibérica se


ha diluido en demasía, sin vestigio alguno del gusto por el vino, los
toros, el fútbol o el flamenco. Sobreviven en mí –eso sí– eñes, jotas,
zetas y un excesivo uso de los acentos.

26

Me dejo de afeitar. La enredadera capilar de mi barba va cubriendo el


acné que se anquilosa en mi rostro. Curso quinto año en el Liceo de
Aplicación. Hay cuatro hembras para cada varón. Tres horribles, una
buenísima. Justicia divina, diría yo. Dios existe y empieza a
manifestárseme. Dirijo un periódico semanal de pared, PAREDÓN,
donde fustigo al cuerpo docente con humor cáustico. Temeraria,
Soraya traza unas caricaturas feroces. Luisfer y yo nos apropiamos del
dinero de la prograduación. Llegamos en taxi al liceo. El se compra
una Fender Stratocaster. Yo una Olimpus OM-10 electrónica, con
prioridad de apertura del diafragma sobre la obturación. El lente es un
peorro 50 mm, pero en breve lo complementaré con un zoom Vivitar
80-200 de óptica prodigiosa. Ya verán. Le compramos los exámenes
trimestrales al bedel que maneja el multígrafo. Los revendemos
discretamente a las carajitas que nos pagan con sexo rápido y vertical
en las antiguas gradas del hipódromo. Sementales y yegüitas usamos
contraseñas en latín. “A domino malo”, inquirimos. ”In loca deserta
fugit”, nos responden. José Balza me publica un cuento en NÍTIDO,
revista editada por la dirección de cultura de la UCV.

27

Secuestran en Caracas a William Niehous, gerente general de una


transnacional fabricante de vidrio. Al hombre lo liberan cuatro años
más tarde en un estado físico deplorable. Parece el náufrago que
demandó judicialmente a García Márquez. Tú sabes, “tú eres mi
creador, pero no te lo mamo”, escribió Mary Shelley en
FRANKENSTEIN. A la larga, nuestros personajes nos alcanzan. Y
piden explicaciones. Y pasan factura. Y cobran. Con intereses.
Benditos sean. Amén.

28

Conozco a Raquel. Me regala el CANTO A MÍ MISMO de Whitman.


Walt, ella y yo conjugamos triángulos equiláteros, isósceles y
escalenos. Qué sé yo. Nos morboseamos mutuamente recorriendo el
Museo de Bellas Artes; nos desatamos en el Parque Los Caobos,
espiados por las estatuas impertérritas de Narváez; asistimos al teatro
Alberto de Paz y Mateos para ver la obra de Jodorowski, EL JUEGO
QUE TODOS JUGAMOS (donde debuta, divinísimamente deseable,
una Alicia Plaza que dispara incómodas erecciones dentro de la
camisa de fuerza de mi bluejean). Woody Allen nos vuelve mierda con
ANNIE HALL.
29

Ya soy mayor de edad. Sea lo que sea que eso signifique e implique.
Con mi título de bachiller en la mano, me inscribo en el registro
electoral permanente y obtengo el certificado de locutor de la república
de Venezuela, junto a Corina Castro, futura videojocketa de videoclips
(“música para tus ojos”, rebuznarán). Estudio comunicación social en
la Universidad Central. Asesorado por Vasco Szinetar, compro mi
primer y único laboratorio de revelado fotográfico en blanco y negro.
Revelar en sí es una ladilla. Lo interesante es reencuadrar cuando
amplías. Y la autonomía que te brinda tener tu propio equipo. Y la
intimidad para experimentar. Sofía Imber publica regularmente mis
artículos en las páginas culturales de EL UNIVERSAL. Para que no
me jodan en la escuela de periodismo, bajo el pseudónimo de
Federico Nestal, difundo una crítica demoledora contra el libro de
Alexis Márquez Rodríguez, LA COMUNICACIÓN IMPRESA, impuesto
como texto obligatorio en los primeros años de la carrera. “Manual
vasto y basto, obvio, banal, predecible, prescindible”, escribo. El
catedrático putea por saber quién es el cabrón que lo cuestiona de esa
manera. Ningún alumno se atrevería. Sospecha de uno que otro
colega que le disputa su cátedra.

30
Muere Elvis por sobredosis de Presley: “one for the money, two for the
show, three for all togheter and fuck and roll...”

31

Otra receta que me catapulta en el tiempo: tortilla “iberozolana o


venezñola” de tajadas a punto de putrefacción (precisamente cuando
los plátanos maduros se han ennegrecido en el paso previo a la
momificación) con petit pois y queso crema –o, en su defecto, queso
paisa o palmita o guayanés o de mano o blanco duro rayado o
camembert o de cabra o mozarella o, incluso, manchego–. Este plato
ocasiona eventuales flatulencias: concierto atonal de vientos para
esfínteres sin orquesta ni partituras en tierra ardiente del tambor.

32

Una vez que el bolsillo del venezolano empieza a devaluarse, los


whiskys paupérrimos inundan las licorerías del país y sus hígados
malcriados por el añejamiento. Lanzo al mercado creole LAICEPS
SPECIAL, un palíndromo irlandés de 4 años de apurada maduración
(embotellado en Charallave) cuya degustación resulta poco menos
que un acto de pederastia etílica. El ratón dominical incrementa las
ventas de analgésicos, jugo de tomate y alka seltzers (para potenciar
el efecto de este antídoto ratonil, recomiendo diluir el par de tabletas
efervescentes directamente en medio vaso de jugo de tomate: ¡vaya
experiencia alucinante ver aquel minivolcán rojo erupcionando!).
Esta campaña admirable, emulando a los cigarrillos, exagera en piel,
playa y promesas de sexo. Va de paraísos perdidos e incautos:
adanes adosados a sus serpientes en pos de (j)evas.

El volcán de tomate seltzer me remonta a un episodio de porno-asco


que coprotagonicé con una partenaire entusiasta del body art
primigenio en un motel peculiarmente mezquino en sus instalaciones y
provisiones. Así que decidí vengarme del musiú hostelero que
arriesgaba el placer ajeno con su pichirrez ostentosa y pinté las
paredes –usando mi falo encapsulado en un condón– con abundante
sangre menstrual. De allí en adelante, bauticé ese cuartucho “Suite
Nosferatu”. Conservo fotos polaroids que testimonian nuestra hazaña.
Semanas después, una pareja amiga pidió expresamente esa misma
habitación para comprobar el agravio, pero ya habían redecorado
nuestra “cueva de Altamira” con una mano de pintura de aceite que
reflectaba malamente los bombillos de cuarenta vatios.

33

Por supuesto que hay un precio a pagar por esto de vivir cogiendo
taxis: el ignorante ignora que ignora (y yo debo asentir con minúsculos
monosílabos ante sus peroratas entre semáforos). Aquí los taxistas no
son británicos, sino conductores inéditos de programas de opinión.
Acaricio la utopía de choferes mudos como opción laboral y propuesta
filantrópica de este trópico delirante.
34

Participo en un taller de creación literaria, mención poesía, dictado por


Luis Alberto Crespo bajo la tutela del Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos. A fin de año tengo un libro:
CARAQUÉÑESIS. Audiciono para un programa matutino en Radio
Trece. Madrugo de lunes a viernes, entre seis y diez de la mañana.
Denomino a mi espacio DESCONCIERTO. Para la identificación
musical uso un cuerno de caza ritual interpretado por el jazzista
musulmán Yuseef Lateef. Voy ganando oyentes. Extiendo el programa
hasta el sábado, cuando incorporo “la única agenda radial para el
tiempo libre del caraqueño”.

Mis padres vuelven a perder las elecciones presidenciales y yo –


asuntos de familia– me sumo a ellos: LUIS HERRERA ARREGLA
ESTO (slogan propagandístico creado por el estratega cubano
Joaquín Pérez Rodríguez, próximo viceministro de Información y
Turismo, y Luis Alberto Machado, futuro ministro de inteligencia, quien
enseñará a tocar violín a los indios pemones). Muere Guillermo
Meneses. Que yo sepa, la mano sigue junto al muro.

35

Publico crónicas semanales y fotografías en el Cuerpo E de EL


NACIONAL, codirigido por Luis Alberto Crespo y Pablo Antillano, con
diseño del artista plástico Víctor Hugo Irazábal. Me otorgan la columna
fija DÓNDE Y CUÁNDO, suerte de guía culturosa para el fin de
semana, en un tono absolutamente desenfadado. . A Diego Arria le
agrada el tono de mis artículos y me contrata en EL DIARIO DE
CARACAS. Mi jefe es el argentino Daniel Divinsky, otrora editor de
Mafalda. Me instalo en las páginas culturales y publico a diario. Mis
vecinos de tinta son María Eugenia Díaz, Rodolfo Schmidt, Manuel
Felipe Sierra, Edgar Larrazábal, Javier Conde, Sebastián de la Nuez,
Mercedes Martínez, Marisol Decarli, Elizabeth Baralt.

–Solamente en un país de analfabetos orgánicos puede pasar que un


actor de cine gane las elecciones y además con nombre de payaso –
matiza René la sobremesa.

–Claro, porque René Rodríguez suena más a presidente que Ronaldo


Reagan –dice mi padre con su puñetera manía de españolizar hasta
los nombres propios.

36

Impaciente que soy, yo mismo pago la edición de mi poemario


CARAQUÉÑESIS. 70 páginas. 1/16 de pliego. Tapa y contratapa con
solapa a 3 colores. 400 ejemplares. La portada es una foto de la
ciudad que yo mismo he tomado. Me mudo a Radiodifusora
Venezuela. Tiene un estilo que oscila entre lo juvenil universitario y el
adúltero contemporáneo. Me identifico como “autor de radio de autor
con patente de perifoneador número 7736”: Mi programa va de lunes a
viernes, entre cinco y siete de la tarde. Le doy el mismo título que mi
columna dominical: DIARIO DE UN OCIOSO. Mi patrocinante es la
tienda de mi madre, PASARELA BOUTIQUE (“el epicentro de la moda
en Caracas”). El jingle –mix de bostezos sintetizados con piano, flauta
y bajo interpretados por los hermanos Pedro y Antonio Naranjo– me lo
obsequia el compositor cubano anclado en Venezuela, Rolando Barba,
amigo heredado de René.

Es asesinado John Lennon y le dedico toda una semana en la radio,


con sucesivos programas especiales sobre su vida y obra, Yoko Ono,
su rivalidad con McCartney, perfiles de Ringo y George. La historia
paralela de los Stones. La pipa de Rómulo Betancourt deja de humear.

37

Convenzo a mi padre de fundar Editorial publicArte. Sin empleados, se


trata de un negocio 100% familiar. Alquilamos un pequeño local en el
centro comercial Bello Campo. Me invento una revista de circulación
trimestral. En consonancia con la denominación comercial de la
empresa, la titulo ideArte. El enunciado subordinado reza,
textualmente: arte / cine / espectáculos / literatura / tendencias.
Salimos al mercado en abril. En formato tabloide. Portada y
contraportada en cartulina bristol 200 gramos, impresa en amarillo,
negro y rojo. 32 páginas interiores en rojo y negro, extrapolando la
escala de grises. Desplegado central coleccionable contentivo de un
portafolio fotográfico en blanco y negro. El diseño gráfico es de Juan
Queralt, un artista plástico prestado permanentemente a la publicidad.
La diagramación (que prioriza la legibilidad confortable como valor
absoluto), composicón y corrección de textos corre a cargo de SERVI-
LIBROS, la empresa de los eficientes Tabaré Güerere y Estela
Aganchul. El cuerpo de colaboradores habituales está conformado
Omar Mesones, Violeta Rojo, Publio Mondejar, Vasco Szinetar,
Pascual Estrada, Gregorio Bonmatí, Tomás Onaindia, Roseline
Paelinck, Guido Pascarelli, Giovanna Mérola, Ednodio Quintero,
Sergio Ruiz. Financiamos por completo el primer número.
Pretendiendo que tenemos patrocinantes, publicamos cuartos de
página (en posición impar alto derecho) de anuncios gratuitos a
Pasarela Boutique; Papeles Efímeros, Papelimpia, Diario de un ocioso;
Radiodifusora Venezuela; Banco del Libro; Cinemateca Nacional;
Biblioteca Ayacucho; Monteávila Editores; Librería Uno; Librería
Lectura; Cine Prensa; Korda Films y el Restaurant Floridita (donde, a
partir del segundo número, estableceremos un convenio de
intercambio: congri, tamales y mojitos truequeados por propaganda).
En el tercer número la mitad de la publicidad es pagada.

Después de uno de los pantagruélicos almuerzos en el restaurant


cubano que nos patrocina, paseando en el carro de René, nos
acercamos a criticar el monumento funerario que acaban de construir
en Caracas y que la ya la gente ha bautizado con el mote de EL
CUBO NEGRO.
–¿Pero a quién carajo se le habrá ocurrido hacer un edificio de vidrio
oscuro? ¡Caballeros, esto es un mojón negro cagado al lado de La
Carlota y del CCCT!

38

Una editorial es para editar y no sólo una revista, argumenta mi padre.


Logra un convenio con el Ministerio de Educación para imprimir
cartillas infantiles y textos escolares. Ello nos permite ir recuperando la
inversión, a pesar del coñazo propinado por Luis Herrera, aquel
viernes negro, con el control de cambio y una devaluación monetaria
del 300%. En noviembre, como parte de la Programación Bolivariana
Bicentenaria auspiciada por el CONAC, estreno mi obra teatral KONG-
CIERTO, en el antiguo CINE SAN PEDRO de Los Chaguaramos. Allí,
junto a una trouppe de amigos, dirijo, produzco y actúo. La obra
permanece tres fines de semana en cartelera.

39

Número monográfico de 84 páginas dedicado a Orwell. El libro escrito


en el 48. La película de Michael Radford estrenada muy a propósito 36
años después, donde actúa por última vez Richard Burton (o donde,
por primera vez, actúa: cuestión de óptica). Utopías y anti-utopías.
Moro, Stirner, Thoureau, los anarquistas, Skinner, las comunas
hippies, el cuerpo liberado, Isaac J. Pardo y su inspirado estudio
FUEGOS BAJO EL AGUA. El listado de patrocinantes regulares de
ideArte incluye a la Fundación Cultural Consolidado, la Corporación
Venezolana de Guayana, VIASA, Air France, Iberia, British
Caledonian, Corpoven, la FM Cultural de Caracas, La Boite del Hotel
Tamanaco, Harry’s Bar, las Direcciones de Cultura de la UCV, ULA,
LUZ, el Museo de Arte Contemporáneo, la Galería de Arte Nacional,
Lagoven, el Concejo Municipal del Distrito Federal, el Banco Industrial
de Venezuela, Electricidad de Caracas, la Biblioteca del Banco Central
de Venezuela, la Cámara de Diputados del Congreso Nacional,
Maraven, licores y cigarrillos. Dejo el periódico. Continúo con la radio.

Nueva debacle electoral en mi familia: el doctor Jaime Lusinchi le toma


el pulso a Venezuela. No acierta el diagnóstico. Muere Víctor Valera
Mora y yo lo homenajeo, leyendo a viva voz sus poemas, en mi
programa de radio.

40

Junto a la Asociación Venezolana de Críticos Cinematográficos (siglas


curiosamente compartidas con la más boyante Asociación Venezolana
de Criadores de Cerdos), ideArte promueve la Semana de la Crítica,
evento anual que alienta al público a apreciar films extremos que no se
atreve a exhibir el circuito comercial: Calígula, Cruising, Los 120 días
de Sodoma, Les Valseuses, Inserts, La última mujer, La gran
comilona, Dillinger ha muerto, El imperio de los sentidos, A la deriva.

41
Centenario de la invención de Cocacola. La mía congelándose en
hielo, con marejada de ron, llovizna de gin, lágrimas de amargo de
Angostura y una rodaja de limón. Muere Desi Arnaz, ex-esposo de
Lucy, la pelirroja teñida que lo coñaceaba tenazmente, aunque René
se encabrone negándolo.

42

Es una hazaña fatigosa perdurar con una revista cultural durante cinco
años. Edición especial aniversario de 124 páginas que coincide con
una nueva devaluación del bolívar. Afortunadamente, mi padre
administra la editorial igual que Margaret Thatcher mangonea en Gran
Bretaña. A pesar de su nombre ferozmente foráneo, Solveig
Hoogesteijn estrena una de las pocas películas venezolanas
taquilleras: MACU, LA MUJER DEL POLICÍA, escandalosa y de buena
factura y con una escenita deliciosa de la protagonista walkirizando
sexualmente a su potro. Conmovido por la belleza formal y la
intensidad anecdótica de LA OVEJA NEGRA, entrevisto a Román
Chalbaud en mi programa de radio. Muere el tipo duro del cine
francés, narizón además, Lino Ventura. Organizo un miniciclo de sus
películas en betamax, bebiendo coñac, en mi apartamentico alquilado
de Chacao.

43
Es la primera vez que mi padre habla de regresar a España. Carlos
Andrés Pérez reelecto para un segundo mandato.

44

Ruth se muda a mi apartamento. Un par de años atrás nos conocimos


en la piscina del MACUTO SHERATON. La culpa fue de ese
hipertrago, denominado LA BOMBA, que combina en su copa de
medio litro olas de ron blanco, vodka, ginebra, limón soda Chinotto y el
témpano de hielo que escoñetó al Titanic. Era tan mayúscula nuestra
intoxicación etílica que yo aún ignoro cómo superamos los sin cuenta
(sic) metros planos que separaban nuestras tumbonas de la cabaña
anexa a la piscina.

El segundo round en el SHERATON naufragado en “Caraballeda de la


costa, Caraballeda de la mar” fue durante la convención nacional de
marketing del refresco líder en Venezuela y Filipinas. Un evento
llamado pomposamente PEPSI 200, LA CONQUISTA DEL HOMBRE
2000, que pretendía significar que, en el siglo XXI, el consumidor
creole estaría preparado para tragarse doscientos litros de cola negra
carbonatada al año o, al menos, eran sus proyecciones de mercado.
Ruth era una de las ejecutivas de la agencia publicitaria que había
organizado el evento e insistía que esa era la ocasión adecuada para
presentarme a la plana mayor de los pepsicoleros, con la idea de
ingeniarnos nuevas formas de patrocinio burbujeante para mi
publicación culturosa.
Sin bombas etílicas de por medio, sino abrigado –entre tanto aire
acondicionado– por un soberbio single malt que no me atreví a
mancillar con hielo, le propuse al gerente general de PEPSICOVEN un
desarrollo comunicacional para el “brand” que podría abarcar una
década. Como en una mala película hollywoodense (o como en la
novela DESNUDO EN CARACAS, escrita por Fausto Masó), el
mandamás refresquero me impone como Director Creativo Asociado
de INTERGLOBAL ADVERTISING, con dedicación exclusiva a su
cuenta y el compromiso de no abandonar la balsa de ideArte.

45

Bertrand Russell se burla de mí. El ocio ya no es mi negocio. Renuncio


radicalmente a la radio una semana después del caracazo, cuando me
asomo como espectador desde los ventanales que se alzan sobre la
convulsionada avenida Lecuna, frente al teatro Nacional, en la sede de
Radiodifusora. Ese mismo mediodía, Ruth y yo regresábamos del
SHERATON, donde nos habíamos regalado un fin de semana. El país
se empecina en permanecer sordo ante las señales de alarma. Cae el
muro de Berlín. Se subastan sus pedazos. Los japoneses adquieren el
Rockefeller Center.

–Ya nada parece ser lo que era –refunfuña René, apaciguado por la
cómplice de mi madre.
Muere la esplendorosa villana fea de Hollywood, Bette Davis.

46

Me caso con Ruth. La luna de miel es en New York. Nos hospedamos


frente al mismísimo Lincoln Center, en el Empire Hotel. Desayunamos
en Denny’s, almorzamos slices de pizza en Broadway, cenamos justo
abajo del hotel, en O’Neals. Vemos “Cats”, “Oh Calcuta”, “Madame
Saigón” y “Rocky Horror Picture Show”.Compramos en Macy’s.
Recorremos el barrio chino, el Village y Central Park. Nos carcajeamos
en las sexshops. Nos negamos a visitar la estatua de la libertad.

47

Son diez años los que cumple ideArte y lo celebramos con una edición
especial aniversario de 196 páginas: el recuento cultural de la década.
Decido que es la última e imprimimos el doble de la circulación
habitual. Total, se ha convertido en una revista de culto y difícilmente
acumularemos ejemplares. FORD MOTORS DE VENEZUELA nos
felicita con un aviso propuesto por nosotros que ocupa,
excepcionalmente, la contraportada externa e interna, doble y
desplegada: “Celebramos, a todo motor, 10 años de una publicación
FORDmidable”. Esta pieza gana el premio ANDA. La campaña “tiempo
libre, tiempo Oster” se extiende a lo largo de diez cintillos sucesivos en
páginas impares. La separata fotográfica que nos caracteriza desde el
primer número, impresa este vez en glasé 200, recrea, año por año,
los eventos memorables. PEPSI LIGERA es la única bebida que se
sirve en la megafiesta que tiene lugar en el Hotel Humboldt.

48

La vida me sucede en ráfagas estroboscópicas. Me desvinculo por


completo de la actividad editorial. Nace mi hija Lorena. Mi padre,
viéndose abuelo, vende las acciones de sus tres negocios, mientras
recita al yerno de Marx: “seamos perezosos en todo, menos en amar y
en ser perezosos”.

49
Una vez más, volvemos a perder las elecciones. Caldera reincide en la
presidencia y los venezolanos en la insensat(h)ez. Cabreados por
tanta desidia, los caraqueños por adopción desisten hasta del Avila.
Los hermanos Mora bostezan en su San Cristóbal natal. Cagándose
de frío por culpa del aire acondicionado, René maneja su Cadillac
blanco allá en Mayami, balsa automotriz que no supera las noventa
millas náuticas.

50

Ahora vivo en Madrid. Heredé de mis padres la ciudadanía española y


este apartamento. Me entretengo escribiendo un texto humorístico que
titulo HORTERA Y GASSET. Desde el atril del balcón oteo los tejados.
Con el dedo índice como batuta dirijo, a mis espaldas, la Sinfonía de
los Salmos de Stravinsky. Algún día Lorena la bailará. Ruth y yo en
primera fila. Con mi Pentax y, firmemente adosado a ella, el lente
Tamron 28-300, presto a individualizar el movimiento en fases
secuenciales sobre un lienzo de 1600 ASA. Pienso que un ambicioso
programa dancístico contemplaría abrir con EL MANDARÍN
MARAVILLOSO de Bartok, proseguir con el DIVERTIMENTO de Ibert
y cerrar, tras el intermedio, con PARADE de Satie. Para otras
opciones consultar cartelera.

©Javier Miranda-Luque
Escritor español-venezolano. Ganador del Premio Nacional de Cuentos Sacven
2005. Ganador del Certamen Mayor de las Artes y las Letras 2004 (Mención
Dramaturgia). Libros publicados: NUEVO DICCIONARIO ALTERADO (Ediciones B,
2008); COMUNICACIÓN POR TODOS LOS MEDIOS (San Pablo Editores, 2007);
TATUAJES DE CIUDAD (antología narrativa, SACVEN 2007); CAPACIDAD MÁXIMA
(Ediciones del Ministerio de la Cultura, 2007); DE LA URBE PARA EL ORBE
(antología narrativa, Alfadil 2006); ABZOO DEL ARCA DE NOÉ (San Pablo Editores,
2005); EL BAILE DE LOS ELEFANTES (Monte Avila Editores 2004). Autor y director
de la obra teatral "Kongcierto". Director creativo publicitario. Locutor y
productor radial de "El ocio es nuestro negocio", "Tour de jazz", "Extremidades",
"Ritual del reposo gozoso", "Acto reflejo".Facilitador del Taller Intensivo de
Creatividad Publicitaria "Conjugando el verbo Campañar". Facilitador de Talleres
de Escritura Creativa. Editor de contenidos web. Editor de estilo. Videotoyer.
Contacto: javiermirandaluque@gmail.com

http://ybebieronfelicesparasiempre.blogspot.com

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