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Maternidad

Las emociones (Las emociones), en este momento especial de mi vida, tal vez me hagan
hablar demasiado de mis propias circunstancias, pero hay una circunstancia que, pienso,
interesa a casi todos lo lectores, y más aún a las lectoras (Mujeres Contemporáneas).

Cuando tenemos nuestro primer hijo -en mi caso fue Ignacio- dejamos de ser tan
absolutamente “hijos” nosotros mismos, y nos convertimos con cierta exclusividad en
padres, o madres, claro (La madre en César Vallejo).

Cuando, en fin, “damos a luz” a nuestro primer nieto -en mi caso fue Antonia, hija de
Ignacio- modificamos otra vez nuestro “puesto” en la vida: somos abuelos -o abuelas.
(Adulto mayor, hijos y nietos: una relación necesaria).

Voy en camino de ser abuela otra vez (Historicidad de la palabra “Abancay”), ahora por
parte de mi hija, Mane. Mane tendrá una hija que se llamará Lola. Es una gloria ver una
foto de Mane sentada en la cocina de su casa, unida a un enorme bombo -o caja infinita
de juguetes y bombones (Los juguetes de los niños)- que contiene a Lola.

Estoy esperando que ahora, YA (Evolución histórica de las concepciones sobre el


tiempo), Ignacio me mande esa foto que le sacó a Mane, y yo, guardándola entre los
documentos de mi computadora, pueda traerla a Monografías y mostrárselas a ustedes,
mis amigos.

En tanto espero, les copio el poema de José Pedroni, un gran poeta argentino,
santafesino, esperancino -aunque no tan esperancino, porque nació en un lugar de la
provincia de Santa Fe llamado Gálvez. Pedroni fue saludado por el poeta Lugones como
uno de los mayores “vates”, cuando publicó su Lunario santo.

Maternidad

(…)

Desde que sé, oh amiga, que llevas el misterio,

tu nombre es la caricia de mi semblante serio;

del corazón me vienen palabras de alabanza

y las manos me tiemblan ligeras de esperanza-

mis manos, como niños que ríen olvidados

después de haber llorado.

Pienso vivir en calma; deseo ser más justo;

quiero quererte siempre; y he aquí que otro gusto


le siento al pan del día, que no en vano se besa,

y al agua del aljibe, y al vino de tu mesa.

Tengo los ojos nuevos, y el corazón. Admiro

las cosas más humildes, y te miro y te miro

sin hablar.

¡Oh, todo por el hijo que tengo que esperar!

Esperar, es tan dulce la espera acompañada

para quien, siempre solo, nunca ha esperado nada.

(…)

Mujer: en un silencio que me sabrá a ternura,

durante nueve lunas crecerá tu cintura;

y en el mes de la siega tendrás color de espiga,

vestirás simplemente y andarás con fatiga.

-El hueco de tu almohada tendrá un olor a nido

y a vino derramado nuestro mantel tendido.-

Si mi mano te toca,

tu voz, con la vergüenza, se romperá en tu boca

lo mismo que una copa.

El cielo de tus ojos será un cielo nublado.

Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado

que pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.

Tu sonrisa la sombra de un pájaro en el río.

Y un día, un dulce día, quizá un día de fiesta

para el hombre de pala y la mujer de cesta;


el día que las madres y la recién casadas

vienen por los caminos a las misas cantadas;

el día que la moza luce su cara fresca

y el cargador no carga, y el pescador no pesca

-tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata

tenga catorce noches y espolvoree plata

sobre la paz del monte; tal vez en el villaje

llueva calladamente; quizá yo esté de viaje…-.

Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,

te romperás cargada como una rama al viento.

Y será el regocijo

de besarte las manos, y de hallar en el hijo

tu misma frente amplia, tu boca, tu mirada,

y un poco de mis ojos, un poco, casi nada…

(El subrayado en negritas de uno de los versos me pertenece; Saer decía que era una de
las líneas de poesía más maravillosas del mundo.)

Pero, en tanto veo que no llega el envío de Ignacio -quizá ni siquiera abrió su correo
electrónico en donde está el pedido que le hago, les regalo otro poco de Pedroni, la
“Novena luna” de su Lunario santo -sé que no dejarán de emocionarse:

Novena luna

Dos cartas iguales escribí en la noche

para dos ausentes: tu madre y la mía.

Las madres salieron de distintos puntos

y llegaron juntas al caer el día.

Mi madre, del campo, con su cochecito;

la tuya, de lejos, en veloz carruaje;


una con mantillas que compró en el pueblo

y otra con un gorro que tejió en el viaje.

Llorando, en la puerta, me besó tu madre;

llorando y riendo me abrazó la mía

y yo, como niño que no sabe nada,

lloraba con ellas, o me sonreía.

Entraron a verte las dos madres juntas.

En la puerta, solo, me quedé parado.

Y esperé el suceso como si tuviera

que verlo en el fondo del camino andado.

Levantóse polvo. Vi en la nube un punto.

Vi en el punto un niño. Vi en el niño un hombre.

La nube de polvo se elevó hasta el cielo.

Y alzando las manos pronuncié tu nombre.

1. El niño dormía
cara al cielo con plácida calma;
la luz de la luna
puro beso de madre le daba,
y el beso del padre
se lo puso mi boca en su cara.
Y le dije con voz de cariño
cuando vi clarear la mañana:
-¡Despierta, mi mozo,
que ya viene el alba
y hay que hacer una lumbre muy grande
y un almuerzo muy rico… ¡Levanta

Y Gracias por tus saludos.


¡Estoy Feliz!

1. Las Manos de Mi Madre


Alfredo Espino

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,


tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

Para el ardor ingrato de recónditas penas,


no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.

Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,


porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).

Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,


cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!

1. “Si el Señor no edifica la casa,


en vano se esfuerzan los albañiles.
Si el Señor no cuida la ciudad,
en vano hacen guardia los vigilantes.
En vano madrugan ustedes,
y se acuestan muy tarde,
para comer un pan de fatigas,
porque Dios concede el sueño a sus amados.
Los hijos son una herencia del Señor,
los frutos del vientre son una recompensa.
Como flechas en las manos del guerrero
son los hijos de la juventud.
Dichosos los que llenan su aljaba
con esta clase de flechas.
No serán avergonzados por sus enemigos
cuando litiguen con ellos en los tribunales.”

(Cántico de los *peregrinos. De Salomón.)

1. Yo te esperaba
y veia mi cuerpo crecer
mientras buscaba
el nombre que te dí.
en el espejo
fue la luna llena y de perfil
contigo dentro , jamás fui tan feliz.

Moria por sentir


tus piernecitas frágiles
pateando la obscuridad
de mi vientre maduro.

Soñar no cuesta no
y con los ojos húmedos
te veia tan alto es más
en la cima del mundo.

Yo te esperaba
imaginando a ciegas el color
de tu mirada y el timbre de tu voz.
muerta de miedo
le rogaba al cielo que te deje
llegar lejos , mucho más que yo.

Yo te esperaba
y pintaba sobre las paredes
de tu cuarto , cuentos en color
restaba sin parar , días al calendario
solo tú me podrías curar
el modo de escenario.

El mundo es como es
y no puedo cambiartelo
pero siempre te seguiré
para darte una mano.

Yo te esperaba
imaginando a ciegas el color
de tu mirada y el timbre de tu voz.
hoy que te tengo
pido al cielo que me deje verte llegar lejos
mucho más que yo.

Yo te esperaba
y en el espejo te miraba mientras
ya te amaba.

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