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Hay un libro difundido, incluso convertido en película por el director Michael Mann, que
intitula El último Mohicano; es la obra más conocida y leída de James Fenimore Cooper.
Situada en la época de las luchas entre Gran Bretaña y Francia por el control de América del
Norte. De lo que vamos a escribir ahora no es de este tema, sencillamente hacemos una
paráfrasis para hablar del último jacobino, no para hablar de guerras entre potencias y de su
incorporación en la misma de los pueblos nativos de América. Vamos a hablar de un disfraz, de
aquello que habla Hegel y es mencionado por Karl Marx en el 18 de brumario de Luis
Bonaparte, el sobrino de Napoleón Bonaparte, cónsul y emperador en el crepúsculo de la
Revolución Francesa. En el texto citado se dice que:
Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal
aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la
otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a
1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío.
El último jacobino es entonces una figura literaria para mostrar una comedia política. Hay
quien se inviste del ropaje de los jacobinos, la izquierda de la Asamblea Legislativa francesa de
1791, para emular sus acciones, vinculadas a la democracia que patrocinaban, que era de
alguna manera parecido al paradigma de democracia concebido por Jean Jacques Rousseau,
resaltando su forma corporativa así como en lo corresponde a la figura de ciudadano. De El
contrato social, se comparte la tesis según la cual la soberanía reside en el pueblo. También se
comparte el concepto de voluntad general, que no puede entenderse como la agregación de
las voluntades particulares sino que emana del interés común. Este supuesto es algo que
habría que discutir sobre todo cuando se trata de pensar lo plural, lo plurinacional y el ejercicio
plural de la democracia participativa. En todo caso, estos temas corresponden a la historia de
la revolución francesa. Es difícil traerlos al presente de la revolución boliviana, al llamado
proceso descolonizador, a no ser que se confunda al proceso que conduce a la fundación del
Estado plurinacional comunitario y autonómico con la Revolución Francesa. Esta
extemporaneidad, esta descontextualización de la Revolución Francesa y traslado metafórico a
Bolivia de principios del siglo XXI, denota una desubicación total y una pretensión de adquirir
los mismos significados, ribetes y simbolismo, cuando de lo que se trata es entender los
significados del proceso boliviano, íntimamente vinculados a la descolonización, a la
democracia participativa, al ejercicio directo, representativo y comunitario de la democracia,
cuando de lo que se trata es de la muerte del Estado-nación. Este anacronismo figurativo que
sólo puede adquirir existencia en la cabeza del último jacobino, no es otra cosa que una pose
colonial. Pero, esto no sería tan grave si no tuviera consecuencias prácticas. El último jacobino
está enamorado de la etapa más dramática de la Revolución Francesa, el periodo del Terror. En
1793, después de la redacción de la nueva Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano, además de una nueva Constitución de tipo democrático que reconocía el sufragio
universal, el llamado Comité de Salvación Pública cayó bajo el mando de Maximilien
Robespierre. Es el momento cuando se desata lo que se denominó el Reinado del
Terror (1793–1794). Por lo menos de 10.000 personas fueron guillotinadas ante acusaciones
de actividades contrarrevolucionarias. Ante la menor sospecha de dichas actividades se podía
hacer incurrir sobre cualquier individuo imputaciones que casualmente lo condenarían a la
guillotina.
El último jacobino se inviste de Robespierre, pero del Robespierre de la época del terror. Acusa
de derechistas a quienes se oponen a sus proyectos delirantes de industrialización, a sus
formas elitarías y cupulares de tomar decisiones, al procedimiento grupal de redactar leyes y
decretos, sin consulta popular, mandando a obedecer a asambleístas que tienen la obligación
de levantar las manos y aprobar. La lista de derechistas tiene ya una gama grande de
componentes, dejando de lado a la derecha recalcitrante de las oligarquías regionales,
derrotada en el Porvenir-Pando, ingresan a esta categoría dirigentes indígenas del CIDOB,
dirigentes campesinos de Caranavi, dirigentes cívicos de Potosí, dirigentes indígenas del
CONAMAQ, dirigentes sindicales que se atreven a disentir y criticar, intelectuales e
investigadores críticos. La lista sigue, pero no se trata de describirla exhaustivamente, sino de
interpretar el mapa paranoico del último jacobino, el mapa de los supuestos enemigos del
proceso de cambio. Estas acusaciones delirantes sólo se pueden explicar por una paranoia del
poder, pero también por la distancia enorme que separa al contenido, a las tendencias
inherentes del proceso, vinculadas al horizonte descolonizador y del Estado plurinacional
comunitario y autonómico, del proyecto político del último jacobino. Se trata de un proyecto
político que apunta veladamente al Capitalismo de Estado, a la restauración nacionalista del
Estado-nación, a una anacrónica revolución industrial, a un Estado fuerte reducido a la
dictadura de un pequeño grupo de clarividentes, abogados y especialistas. Nada del sistema
de gobierno establecido por la Constitución, que es el de la democracia participativa.