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REGLAS PARA ACTUAR EN CONSOLACIÓN Y

DESOLACIÓN

El discernimiento debe llevarnos siempre a la acción, es decir, no podemos


quedarnos en el estado del “darnos cuenta” de lo que vivimos pero sin reaccionar o actuar
frente a ello. Para esto, San Ignacio nos propone algunas “Reglas” o indicaciones prácticas,
fruto de la experiencia personal y de la tradición eclesial.

A. CUANDO ESTAMOS EN DESOLACIÓN

1. Examinar por qué viene la desolación.

Ignacio propone tres causas posibles:

 tibieza de corazón: somos tibios, perezosos o negligentes en el servicio de Dios y del


prójimo. Esto quiere decir que dejamos nuestra oración, examen, disponibilidad,
generosidad, etc. Insensiblemente nos vamos replegando sobre nosotros mismos.
 interés en nuestras manos: buscamos más “los consuelos de Dios que al Dios de los
consuelos” (Santa Teresa). Somos fieles en la medida en que tenemos la
“recompensa” de las consolaciones. Dios “nos deja” aparentemente; su presencia a
nivel de nuestros sentimientos desaparece, pero ello no significa que su amor y
gracia no estén conmigo (que yo no vea el sol porque hay nubes no significa que el
sol no exista).
 error en la cabeza: creer que la consolación era fruto del esfuerzo realizado por
nosotros. En este caso la desolación puede ser un medio para que caigamos en la
cuenta de la absoluta gratuidad de Dios para con nosotros.

2. Nunca cambiar los propósitos o decisiones fundamentales en tiempo de


desolación

Esta es una regla de oro de la vida espiritual. “No se corre en la oscuridad total en un
camino lleno de pozos” (R. Antoncich sj.). La tentación fundamental cuando estamos en
desolación es cambiar decisiones o propósitos que teníamos tomados, pensando falsamente
que no vale la pena realizar tal o cual cosa. La desolación nos hace relativizar las cosas para
mal; es decir, pierden aparentemente su valor o su sentido. Aquí se nos pide una fidelidad
grande, un confiarnos en nuestra experiencia anterior.

3. Luchar activamente contra la desolación.

No dejar que la desolación detenga o destruya mi fidelidad, mi oración, mi entrega, mi


generosidad. Esto significa que debo insistir en la oración, en el examen de conciencia, en el
diálogo espiritual con mi director y otra persona competente. Es importante aquí el “no
achicarse” ante la desolación.

Renovar la confianza y la esperanza en Dios. Nuestro Padre no olvida su amor y


fidelidad para con cada uno de nosotros y aun en medio de nuestra oscuridad su gracia actúa
en nosotros.

Intentar vivir en paciencia esta situación, no con una simple actitud de resignación sino
con paciencia activa, es decir, poniendo de mi parte lo necesario y aceptando los límites que
momentáneamente vivo. Puede ayudar recordar el conocido texto de Santa Teresa de Jesús:
“Nada te turbe, nada te espante, Dios no se muda, todo se pasa. La paciencia todo lo alcanza”.
B. CUANDO ESTAMOS EN CONSOLACIÓN

1. Fortalecernos con la consolación.

En la consolación debemos “cargar las pilas”, es decir, fortalecer nuestro espíritu


tomando conciencia de la presencia de Dios en nuestra vida, de la validez de nuestras
opciones, de lo que me ayuda a crecer, etc. Es ahora cuando veo claro, cuando las cosas
“transparentan” lo que realmente son; es ahora cuando Dios se da a conocer en su acción y
cariño por mí.

Debo pedir la gracia de recordar esta experiencia o situación de presencia de Dios y de


sentido en mi vida y pedir también la gracia de creer en esta experiencia en el futuro, cuando
esté en desolación. Cuando estoy en desolación se descubre la tremenda importancia que
tiene creerle a mi experiencia.

2. Agradecer la consolación y reconocer la acción de Dios.

Cuando estoy “arriba”, es bueno reconocer que es por la acción de Dios en mi y


agradecer su presencia, su regalo, su cariño. No debo “apropiarme” de lo que vivo creyendo
que es mío, sino reconocer que se me regaló, que el cariño de Dios se derramó en mí.

C. TRES TENTACIONES BÁSICAS. TRES ESTRATEGIAS.


San Ignacio expone tres tentaciones básicas en la vida del cristiano, tentaciones donde
en buena medida se está jugando nuestra vida espiritual.

1. El ME intenta atemorizarme.
El ME se comporta como una mujer débil pero gritona. Cuando una mujer como ésta
pelea con un hombre, se acobarda y huye si el hombre se muestra fuerte, pero es terriblemente
agresiva si el hombre es débil. Así también se comporta el ME: sus tentaciones se debilitan y
desaparecen cuando el ejercitante se resiste y aun pasa a la ofensiva haciendo lo
contrario de la tentación; pero si el ejercitante comienza a temer y a desanimarse, no hay
bestia tan fiera como el ME en su intento por destruirnos.

2. El ME busca mi silencio y secreto.


El ME es como un Don Juan que procura engañar a la hija de un hombre recto o a la
esposa de un buen marido. Este pretendiente procura que no se sepan sus malas intenciones,
porque sabe que será rechazado si la hija habla con su padre o la esposa con su marido. De la
misma manera, el ME quiere que sus tentaciones queden en secreto, y procura impedir que
la persona tentada hable con su confesor, o director espiritual o con otra persona que
conozca la vida espiritual y que pueda revelar los engaños del ME.

3. El ME busca mi punto débil.


El ME es como un general que quiere tomar una fortaleza y que busca el punto más
débil para concentrar allí el ataque. De la misma manera el ME examina nuestras defensas,
que son las virtudes, y nos ataca por donde nos encuentra más débiles.

Sintetizando...

Su... intenta provocar mi... Reacción sana:


prepotencia temor valentía, fortaleza
engaño silencio apertura, docilidad
astucia indefensión vigilancia, cuidado

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