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Dalí

Dalí describió un extenso y personal universo simbó lico a lo largo de su obra. Los "relojes blandos", que había aparecido en 1931, fueron interpretados como
una referencia a la teoría de la relatividad de Einstein, y fueron supuestamente creados tras la observació n de unos pedazos de camembert expuestos al sol un
caluroso día de agosto. Otro de sus símbolos recurrentes es el elefante, que apareció por vez primera en el "Sueñ o causado por el vuelo de una avispa sobre
una granada un segundo antes de despertar" (1944). Los elefantes dalinianos, inspirados por el obelisco de Roma de Gian Lorenzo Bernini, suelen aparecer
con "patas largas, casi invisibles de deseo" , y portando obeliscos en sus lomos. Conjuntadas con esas delicadas extremidades, los obeliscos —en los que
algunos han querido ver un símbolo fá lico— crean un sentido de fantasmal irrealidad. "El elefante es una distorsió n en el espacio" , explica Dalí en "Dali y el
Surrealismo", de Dawn Ades, "con sus aguzadas patas contrastando la idea de ingravidez, definida sin la menor preocupació n estética, estoy creando algo que
me inspira una profunda emoció n y con la que intento pintar honestamente". Otro de sus símbolos recurrentes es el huevo. Enlaza con los conceptos de vida
prenatal intrauterina, y a veces se refiere a un símbolo de la esperanza y el amor ; y así es como se interpreta en su "Metamorfosis de Narciso". También
recurrió a imá genes de fauna a lo largo de toda su obra: hormigas como símbolo de muerte, corrupció n, y un intenso deseo sexual; el caracol como cabeza
humana (había visto un caracol sobre una bicicleta en el jardín de Sigmund Freud cuando fue a visitarle; y las langostas como un símbolo de decadencia y
terror.

Matta

Yo queria saber có mo funcionaba el entendimiento humano. Así, empecé a pintar sin ser pintor. Jamá s he estado en una academia. Ahora bien, ¿có mo
representar las funciones psicoló gicas? Califiqué mis primeros cuadro de "morphologie psychologique" (morfología psicoló gica): morfología de la nostalgia,
morfología del miedo, morfología del dolor [...] así son las cosas; en este caso nos faltan palabras...»
La obra pictó rica de Matta se caracteriza por representar al hombre en el espacio. Las figuras de este artista, que parecen desprovistas de su envoltura
exterior y cuyos nervios y emociones se muestran al descubierto, se encuentran en un espacio que no ofrece apoyo ni protecció n y que nada tiene que ver con
lo que llamamos casa, habitació n o edificio. En un texto escrito para Societé anonyme (Sociedad anó nima), Marcel Duchamp dijo en 1946: «La primera y muy
importante contribució n de Matta a la pintura surrealista fue su descubrimiento de ámbitos espaciales que hasta entonces no se habían explorado en el
dominio del arte. Matta siguió a los tísicos modernos en su bú squeda de este espacio nuevo que, aunque representado en el lienzo, no podía contundirse con
otra ilusió n tridimensional».
Tampoco Año 44 (L'année 44), obra de 1942, representa el espacio, sino que permite percibirlo. Transmite el sentimiento de un hombre rodeado por un
espacio, que aquí se convierte en el eco de sus emociones. Para provocar tal impresió n, Matta combinó diversos efectos pictó ricos: estructuras claras y
construidas con dibujos dispuestas sobre fondos cambiantes en rojo y negro. Las zonas cromá ticas desvaídas alternan con detalles precisos de elementos
evocadores de fragmentos anató micos que parecen reaccionar ante el espacio y dejarse marcar por él.
Los dibujos má s concretos de Matta reflejan asimismo una actitud de absoluta entrega e indefensió n. En la lá mina Los delitos, entre estudios de movimiento,
dinamismo y forma, aparecen parejas que recorren diversas escenas como si de una tira có mica se tratase. Se ven implicadas en situaciones de inspiració n
sexual, sá dica o pornográ fica en las que son víctimas más que verdaderos actores.

Claudio Coello

El gusto por elementos decorativos como cortinajes, á ngeles, flores, columnas, etc., son las principales características de su primer estilo. Lo mejor de este
momento son las pinturas de los retablos del convento madrileñ o de San Plá cido, en los que resalta la gigantesca Anunciació n del altar mayor. Aú n se percibe
la influencia italiana en una pareja de lienzos conservados en el Prado, al modo de sacras conversaciones, una de ellas firmadas en 1669, demuestra la
capacidad del pintor para distribuir un gran nú mero de figuras y objetos en un espacio notablemente reducido. Dentro de este estilo resalta la Virgen del
Rosario con Santo Domingo, conservado en la Academia de San Fernando (Madrid). Por estos añ os también se dedica a la decoració n mural en Toledo y
Madrid, donde resaltan obras en el Vesturario de la catedral de Toledo, Casa de la Panadería en Madrid, etc.

Desde 1675 su labor como pintor de temas religiosos es profusa, recibiendo un gran nú mero de encargos, entre los que destacan los retablos de Torrejó n de
Ardoz (1667), San Martín Pinario en Santiago (1681) y Ciempozuelos (1687). Para este ú ltimo realiza el bellísimo É xtasis de la Magdalena, en el cual los
colores cobran mayor viveza que en las obras anteriores. Pero donde alcanza uno de sus puntos culminantes la pintura de Coello es en la soberbia Santa
Catalina, realizada en 1683. Este mismo añ o es nombrado "pintor del Rey" y comienza la decoració n de la iglesia de la Manteria, en Zaragoza, concluida en
1686, donde pinta al fresco las paredes y bó vedas de la iglesia, contando con la colaboració n de su antiguo discípulo Sebastiá n Muñ oz, recientemente
retornado de Italia.

Su afá n retratista

Cultivó también el retrato, alcanzando en algunos casos una altura digna de sus mejores contemporá neos; por ejemplo el del caballero santiaguista don Juan
de Alarcó n tiene una vivacidad só lo comparable a los mejores de Juan Carreñ o de Miranda. El de Fernando de Valenzuela, aunque no logra en él la fuerza
expresiva que el anterior, es un buen documento histó rico. Pero los dos má s íntimos son los de Nicolasa Manrique y el del padre Cabanillas, en los cuales se
mantiene dentro de la tradició n realista que iniciara Velá zquez. Abundan también los retratos de la familia real como el de Carlos II, especialmente el
conservado en el Instituto Staedel de Frá ncfort, que es una muestra de su gran crudeza retratista al presentar al monarca con todos los síntomas de su
degeneració n. Por su despiadado realismo es só lo comparable al de la Adoració n de la la Sagrada forma por Carlos II, de El Escorial. Este cuadro por lo que
representa y por sus cualidades es el que ha hecho inmortal al pintor, si bien toda su obra se caracteriza por el alto nivel alcanzado.

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