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‘Tome su cruz…y sígame.

De seguro que con estas palabras Jesús disuadió a muchos de seguirle en aquel entonces. Esas
mismas palabras siguen disuadiendo hoy a personas que quizás en un momento sintieron
curiosidad o aun simpatía por el Nazareno. La idea de llevar una cruz no es agradable. ¡No lo fue
para el mismo que nos invita a tomarla! Por eso no debe sorprendernos que tomar una cruz sea
tan difícil. (Luc. 9:23)

Para hacerlo, como aptamente señaló Jesús con las palabras que precedieron la invitación a
tomar la cruz, se requiere ‘negarnos a nosotros mismos.’ Esa disciplina corre contra la fibra de
la que estamos hechos los humanos. Simplemente no nos parece normal o lógico. Todos
queremos más que solamente sobrevivir; queremos progresar en todas las áreas del vivir
humano.
Entonces, ¿qué es esta ‘cruz’ que Jesús nos invita a tomar como requisito para seguirle? En el
caso de Jesús fue una cruz literal. Sobre esta cruz, y dicho sea de paso, no fue una cruz como la
conocemos hoy en forma de la letra “t” minúscula. En realidad el palo vertical ya estaba
instalado en calvario y el reo cargaba la porción transversal que se encajaba con una clavija en el
madero vertical, formando así el diseño clásico.

La dimensión espiritual de la cruz que llevo Jesús fue la “copa” que el pidió al Padre en
Getsemaní ‘pasara.’ Más que el dolor físico estaba la ignominia de la maldición asociada con ser
colgado de un madero y morir como un vil pecador para la vergüenza de su Padre. Básicamente
tres cosas; la obediencia a la voluntad del Padre, Su amor por la humanidad caída,
especialmente sus discípulos presentes y futuros, y el premio puesto delante de Él podían
hacerlo salir victorioso. Y lo fue. (Mar. 14:32-36, Juan 13:1, Heb. 12:13)

¿Cuál es la cruz que usted y yo tenemos cargar para calificar como discípulos de Jesús? Nuestra
cruz es todo aquello que hacemos por obediencia y por amor a Jesús, pero que corre contrario a
lo que sería nuestra voluntad y deseo. Es abstenerse de todo aquello que nos causa placer, pero
es ilícito desde el punto de vista de Dios. Es detenernos de todo aquello que queremos hacer por
egoísmo. Es todas las cosas que debemos y dejamos de hacer por seguir el camino de menos
resistencia.

¿Quién puede, entonces, efectivamente se un seguidor de Jesús? La esencia de esa pregunta la


formularon los discípulos después de ser testigos de un intercambio entre un joven rico y Jesús.
El joven deseaba saber qué más, a parte de obedecer los mandamientos de la Ley, se requería
para obtener la vida eterna. Nos dice el Marcos;

Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: Ve, vende todo lo que tienes y da
a los pobres; y tendrás tesoro en el cielo; y ven, toma tu cruz, y sígueme.
Pero él, afligido por estas palabras, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
– Mar. 10:21,22

Jesús puso ‘el dedo en la llaga’ cuando de forma práctica le mostró que, comenzando con el
primer mandamiento de la Ley; “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Ex. 20:3) ya él estaba
condenado. Sus riquezas materiales se levantaban como un ídolo en su corazón y Jesús lo sabía.

Cada humano, antes de tomar su cruz, tiene que hacer un inventario de aquellas cosas que
ocupan un lugar preeminente su vida de modo que pueda identificar el ‘ídolo’ o ‘ídolos’ que
compiten en su corazón y le estorban a la hora de aceptar la invitación de Jesús.
Al igual que Jesús, tenemos que esforzarnos por ser obedientes a Dios, anteponer los intereses
de otros por amor y mirar al premio, la corona puesta delante de nosotros. Usted y yo sabemos
lo difícil que es hacer esto y Dios lo sabe también. Por eso la escritura nos dice que Dios el Padre
envió un ángel y fortaleció a Jesús en Getsemaní. Hoy también los ángeles, siervos públicos al
servicio de Dios nos fortalecen. Más que un ángel, Jesús, sentado a la diestra del Padre aboga
por nosotros todos los días. También, la fe se fortalece cuando meditamos como los siervos de
Dios del pasado y presente que esperan ‘una ciudad’ que pertenece al cielo.

El apóstol Pablo no era un superhombre, sin embargo termino su carrera victorioso y al final de
la jornada pudo decir con acción de gracias;

“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en
aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.” – 2da Tim. 4:8

Usted y yo también podemos terminar así nuestra jornada, solo si ‘tomamos nuestra cruz’ y
seguimos al ejemplo perfecto, Jesús.

¡Dios les bendiga ricamente!

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