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La iglesia: un equipo

“pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús;  porque todos los que habéis sido
bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.  Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo
ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si
vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois y herederos según la promesa.
Galatas 3-26-29

• Siempre que la Biblia habla de la iglesia, se refiere a ella como un conjunto de


elementos unidos entre sí; jamás en la Palabra de Dios se utiliza ninguna figura al
referirse a ella como algo individual; por ejemplo se compara la iglesia con un
edificio (Efesios 2:21, 1 Pedro 2:5)


un edificio no es un solo elemento, sino muchos (piedras, arena, ladrillos, etc.); así
también la iglesia.

• También se compara a la iglesia con un cuerpo (Romanos 12:5);

así como un cuerpo no es un solo miembro, sino, está formado por muchos, así también la
iglesia.

También se le llama a la iglesia el pueblo del Señor; y un pueblo no es un solo poblador,


sino muchos.

En fin, siempre la palabra de Dios nos muestra a la iglesia como un equipo: “Un grupo de
personas unidas entre sí tras un mismo objetivo”. Y eso es precisamente lo que somos: un
equipo reunido por Dios con el propósito que moremos con Él para siempre; pero mientras
ese momento no llega, tenemos la función de proclamar su reino.

• 1. LA UNIDAD DEL EQUIPO.

Una de las cosas que hacen de un equipo un campeón.

• es la unidad. Y el Señor nos ha llamado a vivir en unidad; a pesar de la variedad, El


Señor no nos pide uniformidad, Él sabe que no hizo ni tan solo dos seres humanos
idénticos en esta tierra; aún los gemelos nacidos de un mismo vientre son distintos
entre sí.

• Todos tenemos distintos caracteres, distintas capacidades, distintos gustos, distintos


aspectos físicos, distintas formas de expresarnos. Y en esa rica variedad de personas
que formamos la iglesia, Dios nos manda a tener unidad, a amarnos, a aceptarnos, a
entendernos unos a otros.
Vivir en unidad como un verdadero equipo, pues Él sabe que un equipo dividido
fracasa, no alcanza su meta.
• Satanás también lo sabe, y se alía con nuestras concupiscencias y con los valores
egoístas del mundo, para dividir y apartar al pueblo de Dios de su objetivo.

Bien lo dice esa famosa obra argentina Martín Fierro: “Si se pelean los de adentro,
los devoran los de afuera”; y muchas veces así está la iglesia: peleando por
pequeñeces, permitiendo que insignificancias crezcan, no perdonando, no buscando
la reconciliación, unos miembros queriendo que otros sean de igual carácter que
ellos, otros envaneciéndose por su posición económica, otros menospreciando a
otros por creerse más capaces que los demás. Y nos olvidamos que el enemigo es
otro, no el mismo pueblo.

• Por eso El Señor cuando oró al Padre intercediendo por nosotros Él pidió: “Padre, que
sean uno, como Tú y Yo somos uno”.

Y el texto a consideración nos recuerda: que la iglesia no debe estar dividida por
cuestiones de raza, condición social, sexo (hombre y mujer, una persona que abraza
el homosexualismo no es parte de la iglesia, pues nunca ha conocido al Señor).

Tenemos una misma fe, se nos ha dado un mismo espíritu, “de Cristo estáis
revestidos” dice el apóstol.

• 2- LO QUE DAÑA AL EQUIPO.

Quisiera que consideráramos algunos de los aspectos que dañan el trabajo de


equipo:

a) El individualismo.

• Este es un aspecto que descalifica a muchos buenos jugadores, pues a pesar de


tener excelentes habilidades, son incapaces de incorporarse al equipo y quieren
hacerlo todo ellos solos. A veces por el deseo de hacerse ver, otras veces porque
creen que los demás son incapaces.

Sin embargo esos son valores del mundo pues en el Señor, todo lo que hacemos
debe estar destinado a darle la gloria a Dios; y debemos entender que Él ha
repartido dones al resto del equipo para que puedan también servirle.

b) La indiferencia.

Imagínese usted un equipo donde nadie quisiera involucrarse en el juego, donde todos
fueran “la banca voluntaria”, indudablemente el equipo perdería automáticamente.

Y este es el eterno problema de todo ministro: “la falta de involucramiento en el trabajo de


la obra de Dios”; son unos pocos los que llevan la carga de muchos, y son muchos los que
se conforman solo con recibir y criticar a los pocos que sí trabajan. Se nos olvida que Dios
nos ha dado a todos distintos talentos y dones, y no precisamente para tenerlos guardados;
si no para ponerlos al servicio del Señor.
“Cuando le sirves al Señor, te identificas con aquellos a quien sirves y amas; tienes un
motivo más para orar, conoces más de Dios; ves moverse la mano de Dios de manera
especial. Dios bendice tu vida de manera más especial, en fin, son muchas las bendiciones y
promesas de Dios para los que le sirven.”

Así que creo que no hay mejor manera de expresar nuestro amor al Señor, que sirviéndole
en su obra.

• c) El irrespeto.

Este aspecto daña seriamente todo equipo cuando sus miembros dejan de verse de
manera especial, y empiezan a atacarse, criticarse, dañarse entre sí.

Esto se da en la iglesia, pero por qué por un momento no paramos y miramos a nuestro
hermano, el que despreciamos, y pensamos que Cristo lo ha valorizado tanto que pagó con
su sangre por él; quizá dirán muchos: ¡a saber si realmente Cristo pagó por él!, pero yo le
digo: ¿quién nos ha dado facultad para actuar como jueces, si sólo hay uno que conoce la
intimidad y es eterno?

Hermano, el Señor asentó una verdad: “todo reino dividido entre sí no prevalece” y Él nos
manda en su Palabra: "en cuanto a honra, prefiriéndoos uno a otros” (Romanos 12:10). O
sea que debemos ver a nuestro hermano con respeto, como hijo del Rey, lavado con la
sangre del cordero.

¿Que tiene defectos?… ¡Todos los tenemos!

¿Qué es ignorante?... Todos de alguna manera somos ignorantes en muchas áreas, y yo le


puedo asegurar que incluso de la persona más sencilla podemos aprender mucho.

• Qué le cae mal (como tropezón en ayunas decimos por acá)? Si no somos capaces
de amar a nuestro hermano que le vemos, cómo podremos amar a Dios que no le
vemos dice su Palabra.

¡Es que me ofendió! … Somos hijos porque hubo uno que nos perdonó, y nos enseñó
con eso esa hermosa doctrina del perdón.

Me recuerdo de una hermana que cuando le mencione el nombre de un hermano de


la congregación exclamo: “¡ni me lo mencione a ese, pues por ratos quisiera
convertirme en un animal venenoso y arrastrarme hasta donde él y picarle”.

• Yo le dije: Hermana, ¿acaso Cristo no le perdonó ya a usted, y Él nos manda a


perdonarnos unos a otros?

Conclusión: La iglesia no es una organización o un grupo más al que pertenecemos;


mas bien, la iglesia es un organismo vivo formado por muchos miembros, a los
cuales Dios nos manda a amar, respetar, honrar, apoyar, y trabajar junto a ellos en
la labor que Cristo nos ha asignado: “ Id y haced discípulos”.

Que Dios le bendiga.

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