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007 Días Rojos

Los veo levitar y siento una opresión en el pecho. Mi respiración es rápida esto es
increíble. Continuo danzando, cada vez a un mayor ritmo… estoy tan concentrado que no sé en
que momento deje de pisar el suelo. Una sensación parecida a la embriaguez me llena. Los colores
se entremezclan moviéndose junto a las estelas que dejan todas las cosas. La euforia que siento es
indescriptible. Tengo una erección, siento cada vello de mi cuerpo. Cada célula vibra al compas de
mi baile.
Hasta que me dejo caer al lado de la fogata que parece no extinguirse. Varios pueblerinos
ya duermen en la tierra. Estoy cansado. El calor del fuego da paulatinamente paso al sopor en
donde me pierdo hasta entrado el medio día.
Los rayos del sol empiezan a calarme. Varias gallinas cacarean insistentemente. Estoy lleno
de tierra. Doña Lara les da de comer, avienta el maíz alrededor de mi cuerpo. Al verme solo me
sonríe, la luz me lastima, frunzo el ceño y me levanto.
- Buenos días joven Raúl ¿Cómo se siente?
- Ah… - suspiro – como si una multitud me hubiese arrollado – le contesto mientras me
rasco la cabeza, con las uñas jalo tierras y piedrecillas.
- Y eso casi sucede – sonríe con plenitud –. Podría decir que pocos como usted, tantas horas
de baile y canto.
- No recuerdo casi nada…
- No recordar a veces es bueno. Olvidar por otro lado, no siempre es sano. Necesita darse
un baño, hasta acá huele a mugre, sudor y orines.
Y es verdad. Al ponerme de píe sentí mi entrepierna pegajosa. Mis brazos enmelados, así
como el cuello húmedo. Después Doña Clara me mira y me señala el baño de la casa con el dedo,
para después bajar la cubeta del maíz y hacerme una seña de que me dé prisa. El olor que llega es
una mezcla entre tufo matutino y basura descompuesta… asco. Por momentos se me cruzan los
píes, aun no puedo mantener el equilibrio y la sien empieza a dolerme. Llego a la puerta de la casa
y choco con Joel.
- ¡Uf! – exclama mientras se pone la mano en la nariz – Raúl, apestas, ¿pues qué hiciste?
- ¡Calla! – atino a decirle.
- ¡Anda a bañarte! Y haz el favor de quedarte ahí una hora.
Trastabillando entro al baño. Me quito la ropa y me dan nauseas, mi camisa desprende un
penetrante olor rancio. Los pantalones… me valen y entro con el resto de la ropa. El agua fría me
hace temblar hasta que se va entibiando. Tomo el jabón “Zotote” y lo restriego con fuerza; me
huelo varias veces hasta quedar seguro que la esencia de Jazmín se ha quedado grabada en la piel
que ya tiene un color rojizo.

Saco la ropa al patio donde Doña Lara ahora barre los residuos anoche. La coloco dentro
de la bola de basura que ha juntado y no quiero saber más del asunto. La mujer del vestido de
lunares toma con sus guantes de plástico mis prendas y las coloca en una cubeta de metal junto a
otras. Vierte un líquido blanquecino sobre ellas y después, les prende fuego. La columna se eleva
por el cielo azul celeste. Me quede ensimismado ante lo que hizo.
- Bueno, espero que estés listo – dice Joel detrás de mi, mientras sigo observando las
cenizas.
- ¿Para qué Joel? ¿Alguna otra cosa hasta que pueda irme?
- Para nada – dijo con una voz seria y baja – quiero que te prepares. Ponte el collar que te
di. Ve al pueblo, compra una camisa y pantalones blancos. Mañana antes de salir el sol te
vas.

Cuando dijo eso una sensación cálida en mi pecho broto. Me pierdo por momentos,
absorto entre recuerdos sobre lo acontecido durante este mes. Una sonrisa me inunda y sólo
asiento cuando lo volteo a ver.
- ¿Nos volveremos a ver después de esto? – sin pensarlo le pregunto.
- Espero que no – me dice sonriendo.
- Eso sí quería escucharlo.
Doña Lara nos observa apoyada en la escoba, junto aquello cubeta metálica. El viento
sopla en la dirección contraria a nosotros, llevándose lejos toda aquella pestilencia.
En la tarde voy directamente a la plaza. Hay mucha gente que me saluda, la inmensa
mayoría ni la conozco. Algunos me dan pulseras tejidas y otras fruta o producto que lleven en sus
bolsas, pero todos me dan un pequeño círculo azul, del tamaño de un cacahuate. Me sorprenden y
sólo atino a contestarles con un ¡Gracias!
En la noche ya en casa de Joel, las cosas se ven diferentes. Tienen un brillo único, se ven en
una tercera dimensión, no es como normalmente diría… es como si de verdad la silla está en un
plano distinto a la veladora que alumbra la pequeña mesa de madera.
Mientras Joel entra despacio.
- Buenas noches Raúl.
- Buenas Joel – le contesto.
- Vengo a decirte un par de cosas.
- Pues… - le digo dubitativo – tú dirás.
- Gracias – acerca la silla que está junto a la mesa –. La primera… lo que sucedió anoche fue
un ritual largo, se conmemoraba la llegada de un hijo de la comunidad y la despedida de
una persona del pueblo. El objetivo fue recuperar la energía que se ha gastado a través de
la espera y la impaciencia. Tanto para tu partida como para la llegada de Jesús hijo de
doña Espotaberberona. Espero que no hayas tenido dolor a pesar de lo extenuante de
ayer.
- Eso es cierto – de hecho ni siquiera me había percatado de ello, estuve pensativo sobre lo
que haría al irme.
- Lo segundo. ¿Te causa alguna curiosidad el saber por qué te dieron tantos círculos de Hiac
y no te detuviste a preguntar su significado?
- Ahora que lo mencionas… la verdad es que no. La gente se paraba, me decían que no los
olvide… me dejaba… una sensación de satisfacción.
- Ahí está el punto. Te la has pasado absorto en lo que vas que se te ha olvidado el
presente. Ten cuidado con eso. El día de mañana no sabemos que pueda ocurrir. Para que
te vayas a salvo necesito acompañarte la mayor parte del camino, una vez que llegue a mi
límite solamente tu atención en los detalles será capaz de sacarte ileso – de repente todo
cobra forma en mi interior, realmente no le preste atención a las personas. Recuerdo sus
acciones pero difícilmente puedo decir quién me dio que.
- ¿Y todos estos circulitos qué son? – le pregunto evadiendo mis propios pensamientos.
- Los círculos del Hiac significan la unidad holística del universo con los seres vivos. La
energía eterna que gira. Todo es uno y la unidad conforma a todo.
- ¿Y qué es Hiac?
- Xel’Hiac es la energía universal – al pronunciar el nombre la llama de la vela parece crecer
e iluminar más, mientras se mueve de un lado a otro sobre el pabilo –. La que todo lo sabe
y lo comparte con los seres vivos que están dispuestos a escucharlo
- ¿Es cómo Dios?
- Es y no. Depende de las creencias que cada persona. ¿Tienes alguna otra pregunta?
- ¿Por qué tantos?
- No lo sé. Le pudiste haber preguntado el significado subjetivo a cada persona que te
entrego uno. ¿Algo más?
- No – le contesto, en sus palabras hay una clase de tristeza y dentro de mi… solo me quede
bloqueado. Cada círculo tiene su propio significado, más profundo. Joel se pone de píe,
regresa la silla y sale de la habitación.
La llama adquiere un color verduzco que se va atenuando, hipnotizándome hasta dejarme
dormido.

Me despierto y lo primero que hago es mirar por la ventana. Aún permanece oscuro. No
tengo sueño. La vela casi se ha consumido y tiene un color azulino. Me pongo los zapatos y tomo
un morral gris. Camino hasta la cocina y en la tabla de picar hay dos botellas de agua llenas y
algunas frutas, las echo dentro. Salgo de la casa, esta encendido el foco y ahí doña Lara de píe
junto a Joel que también viste de blanco, llevando un morral de cuero café.
- Joven Raúl – me dice la mujer con ternura – fue un placer tenerlo aquí. Evite regresar – su
sonrisa ilumina su anciana cara.
- Lo haré.
- No podemos retrasarnos. ¡En marcha!
Doy mi primer paso fuera de la casa y siento la tristeza de alejarme del lugar que me
acogió. Sin tener siquiera la mínima idea de la clase de persona que podría ser. Cálida y
confortable. Testiga de mis acciones y pensamientos. Me acerco a Doña Lara y beso su mejilla
mientras estrecho sus manos arrugadas con las mías. Sigo en silencio a través del desierto a Joel
que guarda silencio.

Ya a medio día de caminata tengo hambre, fue cuando Joel me hizo una señal para
detenernos. Nos sentamos junto a una piedra. Pone un dedo sobre su boca y me da a entender
que guarde silencio. Saco un par de manzanas, mientras él toma agua. De repente, se paraliza,
deja de beber y abre los ojos lo más que puede, aspira al viento. Se siente una vibración en la
tierra. Me toma en una acción rápida del brazo y subimos sobre la piedra. Dibuja sobre esta con un
carboncillo varios símbolos. Susurra algo, una estela dorada surge al filo y nos cubre.
- Ya valió madre amigo – me dice Joel con decepción.
- ¿Qué pasa? – le pregunto inquietado. Puedo ver en sus ojos miedo.
- Observa – baja su mano en señal de que debo hacer lo mismo con el sonido de mi boca.
Para señalarme dos cactus.
- ¿Qué, ahí que?
- ¡Observa carajo!– pone sus dedos en forma de “V” y señala el lugar.
- ¡No chingues! – el terror se va esparciendo sobre mi cuerpo, un dolor punzante crece
alrededor de las yemas de los dedos.
El ente rojo que me encontré cuando llegue a “Agua estancada” está sobre el hombro del
otro ser gigantesco de lodo y arcilla. Dos más le acompañan, uno hecho de tierra roja y otro
oscura.
- Si nos llegan a ver… no sé que pueda pasar – me dice intranquilo Joel.
Me echo hacía atrás, recuerdo como partió la camioneta. Esos ojos que traspasaban mi
ser. El miedo indescriptible ante… y ahora son tres.
- Escucha Raúl – Joel se voltea y me dice con seriedad – no sé qué este pasando en los
alrededores de mi hogar, jamás en la vida tres abominaciones han caminado juntas, pero
si están reunidas es que buscan o preparan algo, no hay más. Nos quedaremos aquí
hasta…
Me quedo paralizado y sin habla. Una figura del tamaño de un tigre emerge de la tierra
junto a nosotros. Dos agujeros negros por ojos y un hocico alargado, su piel es maleza podrida,
salen algunas ramas rotas alrededor de su cuerpo y lanza un rugido potente. Joel me susurra.
- Hagas lo que hagas, no hables o muevas. Dentro de la barrera no nos pueden detectar.
Estoy muerto de miedo, mis piernas tiemblan y el sudor frío recorre mi cara y pecho. Trago
saliva con dificultad, aquella bestia olisquea a nuestro alrededor, cada pisada suena como si
pesase toneladas. Se me entumece el cuello. Miro a Joel, todo su cuerpo está rígido. Otro sonido
parecido a un quejido lastimoso nos llega por detrás, una segunda cosa.
Soy incapaz de moverme. Seis seres en total. Y sin idea de qué vamos hacer.
Aquel par de entes remueven la maleza, destruyen los nopales y los arbustos secos. Posan
sus hocicos sobre todo aquello que les parece interesante. Un zumbido se posa en el aire, los dos
animales alzan las caras y buscan con sus cabezas la fuente. Miran en dirección del ser rojo y
corren hacia él. Siento un gran alivio, el solo hecho de alejarse hace que pueda respirar. Joel se
pone en píe escudriñando el área.
- Raúl, dime por favor que has traído contigo los círculos de Hiac.
- Eh – vacilo, me ha toma por sorpresa – sí. Los traigo en el morral.
- Tenemos una oportunidad de salir.
Le entrego los cerca de cincuenta objetos. Se pone de rodillas y susurra durante varios
minutos algo que soy incapaz de entender. Mientras aquellos entes cambian su rumbo y se dirigen
con lentitud hacia nosotros. Joel desprende un círculo y lo coloca en el piso, por fuera de la roca.
Un ovalo negruzco se forma en la tierra y se expande hacia adelante.
- ¡Sígueme! – me ordena.
Da un pequeño salto y camina sobre la tierra negra. No hay ningún cambio de sensación
en cada pisada. La estela dorada se va acoplando al movimiento de aquella mancha que parece
tener vida propia. Caminamos unos minutos a paso lento. La tierra va perdiendo intensidad en el
color. Joel lanza un segundo círculo de Hiac y el negro recupera su esencia. Andamos cientos de
metros, yo no dejo de observar a aquellos entes.
- Quería hablar contigo – me dice Joel – por última vez. Tener una charla de amigos. Por eso
te pedí que nos detuviéramos. Estábamos a punto de salir del límite – jamás me aclaro que
es el límite.
- Sabes que tal vez no es el mejor momento para esto ¿verdad? – le pregunto mientras se
me quiebra la voz, voy temblando.
- A menos de un kilómetro está la salida. No se ve, se siente Raúl. Ahí te dejaré y serás capaz
de regresar por tu cuenta.
- No… - la verdad es que me incomoda saber que no lo podré ver de nuevo.
La tierra cimbra por segunda vez. Joel se detiene en seco y me pongo en alerta, el corazón me
palpita a mil por hora. Mi respiración se vuelve corta y rápida.
Nada. Falsa alarma. Un ruido estrepitoso entonces me saca de balance y caigo fuera de la
tierra negra.
- ¡Párate! ¡Regresa dentro del área! Antes de que los Xoloescuincles te encuentren.
Me pongo de píe, las piernas no me responden del todo, doy un paso.
Demasiado tarde.
Una fuerza me avienta desde el piso a varios metros, caigo de espaldas. Un tercer animal
cuadrúpedo de piel roja se forma del polvo levantado. Sus ojos son rojos, carece de piel, con
colmillos largos, babea mientras me muestra la larga hilera de dientes a través de su hocico con
piel carcomida. Me quedo sin aliento, me gruñe.
¿Joel, qué hago?

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