La familia tiene su origen en Dios mismo. Como tal, ésta ocupa un lugar prioritario y central en la vida, la formación y el testimonio del pueblo de Dios. Al crear la familia, Dios ha establecido que ésta sea el círculo fundamental para crear, sustentar y proteger la vida de la humanidad. Por eso, volver la mirada a la sabiduría bíblica es vital para renovar el valor, significado y papel de la familia en todo tiempo, contexto y cultura. Las Escrituras destacan la naturaleza de la familia como creación e imagen de Dios.
Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme
a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. (Gn. 1:26-28). El día en que Dios creó al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán, el día en que fueron creados. Y vivió Adán ciento treinta años, y engrendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y los llamó Set. (Gn. 5:1-3)
El hombre exclamó: “Esta sí es hueso de mis huesos y
carne de mi carne. Se llamará ‘mujer’ porque del hombre fue sacada”. Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser. (Gn. 2: 23-24). En estos pasajes se descubre, no la creación de un individuo, sino de la familia: hombre-mujer / padre-madre- hijos. Tal familia, entendida como comunidad y pluralidad, será el núcleo básico de la humanidad entera.
Los textos destacan la imposibilidad de que el ser humano
exista como un individuo aislado. Con alegría y asombro, el hombre reconoce a la mujer como parte de sí mismo en el claro ambiente familiar – que está llamado a ser un ambiente comunitario de unidad, amor, gozo, armonía, interconexión, interdependencia, paz y relaciones justas. Así se afirma la importancia de la comunidad, que tiene su base misma en la familia. La humanidad no parte de un individuo, sino de la familia, como comunidad primigenia y esencial. Ella es la base de la humanidad. A ella se le asigna la misión y tarea de: promover la vida; humanizar y educar a la humanidad; y cuidar, mejorar y hacer florecer la creación de Dios.
La familia es hecha a imagen y semejanza de Dios,
parecida a Dios. Es representante de Dios en la tierra y poseedora de rasgos y atributos divinos. Por eso, debe reflejar la naturaleza y el carácter de Dios en su ser e identidad. La familia fue de central importancia en las sociedades veterotestamentarias. Ella desempeñó un rol crucial en la estructura y formación de la sociedad desde los tiempos más remotos hasta el período post-exilio. Por ejemplo:
Familias como la de Abraham tuvieron un rol protagónico en
el proyecto misionero de Dios. (Gn 12:1-3).
La familia tuvo un papel central en la educación del pueblo y
formación de la fe. (Dt. 6:4-9).
Todos los asuntos públicos fueron hasta cierto punto asuntos
familiares, regulados por los ancianos o cabezas de familia. En el tiempo de la peregrinación de Israel la estructura social estaba definida en base a la familia – una tribu estaba conformada por clanes que a su vez eran grupos de familias (Jos. 7:14-18).
Familia y religión estaban entretejidas; la comunidad de
adoración básica era la familia. (Job 1:5; Ex. 12:21-28; 1 S. 20:29).
Con frecuencia se usa un lenguaje con términos de naturaleza
familiar para referirse a la relación de Dios con su pueblo. (Dt. 14:1; Is. 64:8; Pr. 3:12; Os. 11:1; Jer. 3:22; Is. 66:13; Is. 54:5-6). En el largo proceso evolutivo que cubre el Antiguo Testamento, se dieron muchos cambios que afectaron la visión original de Dios para la familia. Por una parte, la ruptura de la comunión entre el ser humano y Dios afectó al núcleo familiar, su convivencia y sus relaciones, degenerando en situaciones de violencia, abuso e injusticia. Además, las influencias culturales, las realidades socioeconómicas, las convulsiones políticas, las invasiones de otros reinos fueron, sin duda, factores que imprimieron huellas profundas e introdujeron cambios significativos en la vida familiar de la gente. Como resultado, en la vida veterotestamentaria se hallan patrones y prácticas tan distantes de los propósitos divinos para la familia:
Estructura patriarcal
Poligamia
Mujeres estériles podían dar una esclava al marido para
tener hijos (Gn. 30:1-13) Las mujeres ocupaban un lugar secundario en la sociedad y la familia, y eran excluidas de la vida pública y en cierta forma de la religiosa.
Desigualdad entre el hombre y la mujer.
Los niños eran considerados insignificantes, no
contados como gente.
Divorcio sujeto a la arbitrariedad y capricho del hombre
(marido). En medio de esas realidades es posible descubrir corrientes bíblicas que buscan reorientar el papel de la familia y su rol de contracultura en el mundo.
Llama la atención el cuidado con que se regula, especialmente
en el Pentateuco y los libros sapienciales, la vida familiar en Israel. Muchos principios, leyes, tradiciones y fiestas religiosas buscaban resguardar y mantener a la familia como base de la vida del pueblo de Dios.
Muchos textos bíblicos mencionan al hombre y la mujer
juntos y en igual plano (Ex. 20:12; Jue. 5:7; Pr. 1:8; 6:20; Dt: 21:18; Ex: 21:15). En los escritos de los profetas se descubre un llamado a que la familia rescate su lugar de ser el altar de la fe y de la instrucción espiritual (Mi. 7-67; Jer. 9:13-14; Am. 2:4). Varios profetas levantaron voces para hacer volver al pueblo a una relación familiar más justa y comprometida con el amor, la fidelidad conyugal, la monogamia, y el respeto por los progenitores (Oseas, Miqueas, Isaías, Ezequiel, etc.)
En la época post-exílica, según los relatos de los libros
sapienciales, la familia se nos muestra más evolucionada: el amor marital y la educación de los hijos son preocupaciones constantes y la monogamia viene a ser la forma corriente de relación conyugal. Dt. 6:4-9 (10-25), señala el rol de la familia como primera responsable de obedecer, mantener siempre actuales, y transmitir las ordenanzas del Señor. La familia está llamada a ser guardiana de la alianza, receptora de las ordenanzas divinas, educadora de la fe, transmisora de las enseñanzas, continuadora de la vida, contracultura en el mundo. Jesús viene al mundo en un contexto permeado por la estructura patriarcal predominante, tradiciones alienantes e influencias socio-culturales que afectaban significativamente la vida, la estrucutra y las relaciones familiares.
Ante tal trasfondo socio-cultural, es posible apreciar
en Jesús enseñanzas, actitudes y acciones que validan la institución familiar y reorientan el papel de la familia. Gran parte de su ministerio estuvo dirigido a la familia. Jesús vino al mundo a través de una familia (Lc. 2). Ella contribuyó a su crecimiento integral (físico, intelectual, psico-emocional, social y espiritual, Lc. 2:52).
Supo disfrutar de la hospitalidad hogareña (Mt. 8:14; Lc.
10:38-42). Su primer milagro lo realizó en una boda (Jn. 2:1-12). Otros milagros demostraron su amor por la familia (Mt. 8:14-15; Lc. 7:12-16; Jn. 11)
Nos enseñó a amar a Dios Padre Nuestro (Mt. 6:9) y lo
presentó como el padre que espera alerta el retorno del hijo pródigo (Lc. 15:11-32). En la cruz se preocupó por la seguridad de su madre encargándola al discípulo que amaba (Jn. 19:26).
Enseño enfáticamente que el cuarto mandamiento,
honrar padre y madre, permanecía válido aún por encima de las obligaciones cúlticas (Mt. 15:3-6; Mr. 7:10-13).
Restableció la igualdad de derechos entre hombre y
mujer en el matrimonio al negar al marido el derecho al repudio y la poligamia (Mt. 19:3-9; Mr. 10:2-9), derechos patriarcales reconocidos en el mundo antiguo. Jesús reconoció y dignificó el lugar de las mujeres y los niños en la familia y la sociedad y, muy especialmente, como miembros de su reino (Mr. 10:13-16). Su actitud hacia las mujeres y los niños fue tan sorprendente que aún sus mismos discípulos se quedaron desconcertados (Mr 10:13-16; Jn. 4:1-42). La institución familiar fue reconocida, validada y fortalecida por los apóstoles en las comunidades de creyentes del Nuevo Testamento.
Algunos apóstoles eran hombres de familia (Mt. 8:14; 1
Co. 9:5).
Pablo y Pedro honraron el matrimonio (1 Co. 7:1-9; 1 Ti.
4:1-4) y promovieron la unidad familiar (1 Co. 7:10-16; 1 Pedro 3:1-7). El buen testimonio familiar fue una de las maneras de reconocer los ministerios de pastores, obispos y diáconos (1 Ti. 3:1-13; Tit. 1:5-7).
Las relaciones cristianas en los círculos familiares de los
creyentes era un poderoso testimonio frente al mundo (1 P. 3:1-7). En la familia, las virtudes del amor, perdón, gozo, paz, benignidad, dominio propio (Ga. 5:22) tienen la oportunidad de hacerse realidades concretas. Por medio de sus enseñanzas y acciones hicieron evidente su convicción respecto al valor de las mujeres y los niños. Hablaron con mujeres, les instruyeron del reino, ministraron a sus necesidades, les encomendaron un lugar en la obra del reino (Hch. 1:14; 16:13-40; 18:26; Ro. 16:1-5; 1 Co. 16:19-20; 2 Jn.; etc.). Se reconoció su lugar y participación en la evangelización y trabajo pastoral (Ro. 16:1-4; Fil. 4:1-3).
El vocabulario que el Nuevo Testamento usa para
referirse a la relación de los redimidos proviene a las relaciones familiares (Jn. 1:11-13; Ro. 8:29; Ef. 2:19; Ga. 6:10; 1 Jn. 3:14-16). 1. El testimonio bíblico nos recuerda que la familia está llamada a ser:
creación de Dios (a imagen y semejanza divina),
comunidad nuclear de la humanidad,
centro vital para la enseñanza y el desarrollo de la fe,
testiga y anunciadora del poder y amor de Dios,
partícipe en la misión salvífica y transformadora del mundo.
2. A través de la historia bíblica y humana, la familia ha sido influenciada por las situaciones culturales, momentos históricos, costumbres y limitaciones sociales de su contexto. Muchas veces eso ha perturbado su identidad con Dios, su naturaleza original, su vida comunitaria, su misión y testimonio en el mundo, degenerando en patrones de injusticia, desigualdad, abuso, violencia, ruptura y desintegración. 3. Por eso, en todo tiempo y contexto se debe volver a la fuente de las Escrituras para redescubrir los principios y valores que ayuden a renovar y potenciar el rol de la familia como núcleo fundamental de la sociedad. Y hay que comenzar la interpretación con Jesús, quien desafió los patrones culturales y religiosos imperantes que degeneraban el lugar de la familia y restringían el desarrollo pleno de sus miembros (especialmente las mujeres y los niños). 4. Las familias cristianas contemporáneas enfrentan un mundo de peligros, cambios y desafíos. Pero ellas tienen el potencial para superar estas realidades, participar en la misión de Dios en el mundo y contribuir a la restauración y transformación de la sociedad. Y el mejor y principal aporte lo pueden dar desde su testimonio de ser familias redimidas y transformadas por el poder, la gracia y el amor de Dios. 5. Por todo lo anterior, la tarea evangelizadora, educativa y pastoral de la Iglesia debe incrementar su energías y esfuerzos para ministrar a la familia. Esto con la visión de ayudar a construir familias que, en íntima comunión con el Señor de la vida, con Jesucristo como centro, y guiadas por el poder del Espíritu, sean luz y testimonio de paz, reconciliación, justicia, bienestar, unidad y amor. Así asumirán en un sentido más rico y pleno su lugar transformador en el mundo. Porque una familia transformada puede ser una primicia de lo que Dios quiere hacer con otras personas y familias. Para profundizar en el tema se recomienda:
Maldonado, Jorge (Editor), Fundamentos bíblico-
teológicos del matrimonio y la familia, Libros Desafío, Michigan, 2006.