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La muerte de maria

- De qué me sirve estar, sentada aquí, frente a todos ustedes, sin quejarme, ni
vanagloriarme. ¿quién me va a solucionar este asunto tan escabroso y tan común?

Hoy, había querido que todo resultara distinto. Había sacado del guardarropa, el único vestido
de algodón en color rosa pálido que tenía y me lo puse. El efecto era perfecto. Últimamente
había perdido peso y las curvas de mi cuerpo se ajustaban perfectamente a las líneas del
vestido. De hecho me veía bastante atractiva, si no fuera por el cabello y su rebeldía, todo se
vería a la perfección. Incluso los 50 años no se notaban tanto, un poco de maquillaje en el
rostro, alguna fragancia, zapatillas de tacón alto, algún bolso, los bolsos siempre me estorban,
pero hoy usaría uno, un bolso de color negro, negro como los zapatos; algún adorno de plata
en el cuello y el broche de perlas de mi madre, la única herencia que poseía. Una lady, eso
parecía y entonces miré mis piernas finamente depiladas y que desde hacía muchos años no
mostraba y se veían firmes, lozanas, con buena textura, hasta me atrevo a decir que se veían
jóvenes.

Un día, iba con mis amigos a la piscina, un traje de baño completo color negro era la única
prenda que llevaba y cuando me lo probé, miré en el espejo algo escandaloso: celulitis.

Desde que miré en mis piernas, como la carne se iba llenando de celulitis, decidí no volver a
lucir las pantorrillas. Para sentir pena por mis piernas, me bastaba a mi misma.

La celulitis fue un golpe severo a mi ego, después de haber tenido unas piernas perfectas, y no
lo decía yo, lo decían los demás, era desastroso ver como mi piel se iba poniendo como
cascara de naranja.

No era justo, lo único lindo de mi cuerpo, emponzoñado, ¡no era justo! No me iba a cansar de
decirlo.

Pero bueno, hoy había decidido ponerme el vestido sin importar que la celulitis se viera en mis
pantorrillas, la reunión era de noche y en esos lugares no había mucha luz, probablemente no
se notara tanto, y si se notaba, pues probablemente pensarían que es un efecto óptico.

Cuando noté que tenía celulitis, primero, no lo comprendí. Hacía ejercicio, nadaba, corría, iba
con los amigos al padle raquet, más de 14 horas a la semana implicada en la actividad física y
de pronto, ni los 4 litros de agua diarios, me habían salvado de padecerla. Después de sentir
compasión por mi, monté en cólera, que carajos tenía en contra mía, la vida ¿Por qué era yo
la de la celulitis y no Antonieta, o porqué no victoria, o Rosa la de la esquina?¿ PorquÉ no
tenían celulitis Marta ó encarni?

Encarni, me dijo tiempo después, que ya bastante tenía con su nombre para todavía quererle
agregar celulitis, que no fuera injusta.

Y yo seguía preguntando por qué; preguntas que nadie me contestaba, preguntas que ni la
ciencia me respondía. Seguía enfurecida con la vida, dejé de hacer ejercicio. Total, daba lo
mismo, dejé de tomar tanta agua, era lo mismo, orinaba la misma cantidad.

Pero en aquellos años, yo era otra persona, más joven, con más empuje, sin permiso para
derrotas, al menos no las permitía de inmediato. A la celulitis le di una férrea batalla. Con el
paso del tiempo, de los meses, incluso de los años, me convencí, había sido derrotada por una
silenciosa enfermedad. Ni los ejercicios, ni los masajes, ni tomar mas agua o untarme todas las
cremas o aceites dieron resultado. La celulitis seguía subiendo por mis piernas y eso fue un
golpe muy severo a mi tan escasa seguridad personal.

Siempre fue lo mismo. Miraba a ese grupo de gente reunidas, tomándose las manos,
mirándonos tímidamente a los ojos intentando qué. Siempre lo mismo :

- Este curso mental te sacará del hoyo donde estás metida.

- Este curso de energía sí te ayudara, tendremos contacto estelar y fumaremos unas cuantas
hierbas, nada del otro mundo, un poco de marihuana que tú debes llevar, ahí no te dan
absolutamente nada, más que las recomendaciones. Marina- es una chica de 19 años muy
menuda que desde que tiene uso de memoria ha estado estudiando filosofía-, no sabes, es lo
máximo, ha tenido contactos del tercer tipo, incluso ha estado viajando, ya le permiten
mantener abiertos sus recuerdos para que sea el proclamador.

Todos los grupos comenzaban con la misma necesidad y conforme iban pasando las horas, las
necesidades no hacían más que incrementar la sensación de frustración. Parecía que la carga
anímica y emotiva no era solucionada por ningún congreso, sin importar el costo de
inscripción, el costo no lograba solucionar la problemática que nos reunía. Incluso éramos un
grupo tan compacto, que conocíamos nuestros malestares y nuestras carencias emotivas
desde hacía bastante tiempo, por no decir décadas. Nos encontrábamos en todos esos
congresos de autoayuda que no nos ayudaban a nada ni siquiera a fraternizar. Nos conocíamos
tan bien que solo bastaba mirarnos y sonreírnos casi irónicamente, negándonos con la cabeza
casi sin esperanzas.

Buscamos una salida, una luz que nos mostrara el camino. La luz tenía que llegar de alguna
parte. Pero no sabíamos de cual parte.

Era absurdo, en una libreta de contactos ya figuraban mas de doscientos nombres y teléfonos
manteniéndonos de alguna manera unidos, nunca nos llamábamos por teléfono, pero el hecho
de ver nuestros nosotros conjugados en esa lista de teléfonos nos hacía sentir menos o tal vez
mas estúpidos,

¿creíamos que aparecer en un directorio nos abriría la puerta a las soluciones?

Me sentía diferente. Esa noche les contaría a todos que había terminado con los malos tratos
de Héctor, que le había respondido con una botella y que al brusco encuentro de sus golpes
había decidido defenderme golpeándolo en la frente. Tenía que contarles que Héctor se
desmayó y que había caído como trapo viejo y sucio a mis pies, llenando mis zapatos de
sangre, le corté la sien, pero no lo maté. Su madre que hacía de mesera en el local, pegó un
grito y se abalanzó sobre su hijo protegiéndolo, temerosa de que lo fuera a matar. Pero con el
golpe que le di, había desatado algo escandaloso dentro de mi cerebro. Millones de corrientes
de energía habían bombardeado mi pensamiento indicándome que era libre. Que por fin me
había podido liberar. Me dejé caer sobre la silla, esperando que llegase la policía, pero los
efectivos nunca llegaron. En el local nadie levantó el teléfono para llamarlos y es que debieron
estar ciertos de que Héctor se merecía eso y más. Solo que yo no soy una asesina; solo quería
que dejara de jalarme de los cabellos, se lo suplique en voz baja, disimuladamente. No quería
provocar un escándalo. El no atendió mi disimulada suplica, le dije con la voz mas alta pero
rota por las lágrimas que ya venían en camino. Como odiaba llorar, no sabía como controlar el
llanto, me sentía tan estúpida llorándole, cuando no se merecía una sola de mis lágrimas.
Parecía que mi llanto lo excitaba; hacerme llorar le provocaba un extraño gozo que le
caminaba por los ojos llenándoselos de sangre, mi miseria personal le hacia gozar y le hacía
muy feliz. Y yo me sentía tan sucia permitiéndoselo. Pero ya no, ya no más. Hoy tenía que
contárselo a todos. Quería que vieran en mi, un futuro y una promesa de si se puede
encontrar respuesta a todos los dramas de la vida, que nada es para siempre, ni siquiera la
mala vida. Que supieran que si yo me había podido liberar, todos los demás también podían,
sin importar lo delicado del problema, sin importar que hubiesen detrás de uno mil quejas y
rezongos que se han acumulando perdiendo con el tiempo el valor de la legitimidad. Que no
necesitamos estar pegados a ninguna cruz para merecer la felicidad.

Pero, no pude decírselos. María la del barrio chino, aprovechó esta noche, precisamente esta
noche para liberarse, casi a la par de mi liberación, la suya propia.

El lugar, el que fuera es el justo, María escogió el baño del salón donde todos los miércoles nos
agrupábamos, como si quisiera convertirse en un recordatorio. Ya nadie podrá olvidarlo, María
se ahorcó en el baño, quizá porque no pudo ahorcar sus necesidades, ni sus frustraciones, y es
una advertencia muy clara y concisa de que si no nos apuramos a ahorcar las nuestras, no
estaremos libres de un día querer buscar la liberación del espíritu. Ese hálito que vaga en
penumbra dentro de esta masa extraña de carne. De nada sirve la calidad física que contiene el
anima, de nada sirve si los ojos son azules, verdes o ámbar, pequeños o grandes. No sirve si los
senos son grandes o pequeños o las caderas frondosas, de nada sirve si el pene responde a las
señales. De nada sirven las formas, las edades, ni las condiciones sociales, culturales, si se es
joven o viejo. No sirve de nada la manera económica en la que vives, si conoces o no conoces,
si tienes o no, si vives acompañado o en la fría soledad. Ni siquiera sirven tus preferencias
sexuales o las religiosas. Cuando el espíritu no cabe en el cuerpo, todo pasa a parecer
innecesario e insuficiente.

Todo son tonterías cuando el alma se crece de tal manera que no cabe en el cuerpo, y empieza
a pelear con la carne, doliéndose a cada golpe. Termina tan magullada que llega un momento
en que, en el espejo, los ojos muestran los gritos del alma que busca salir a toda costa y lo
consigue. Para muestra tenemos a María , tan joven, tan socorrida por todos. Sus cabellos
rubios y sus ojos azules eran una ventana abierta para el amor, pero ella siempre se sintió tan
sola y tan abandonada.

Tal vez, todo tiene que ver con el pasado que todos hemos padecido. Ella también tenía sus
historias de dolor y desahucio, historias que a la larga pesan tanto que buscamos alguna daga
para rasgar las costuras y dejarlas en el camino. Quien sabe que tanto peso haya llevado ella,
pero debió ser terrible para que se quitara la vida.

Y ahora estamos aquí todos hechos bola, mirándonos tímidamente pensando quién será el
próximo o si tendremos escapatoria. Preguntándonos si en la vida tendremos otra opción que
no sea la de sentirse miserable.

Lo de Héctor ya no tiene importancia, ni siquiera tiene importancia que me haya puesto mi


vestido rosa pálido. Hay cosas que pierden importancia ante lo irreparable. Ahora Agusto dice
que María estaba preñada. Cuántas cosas más desconocemos de los comparten sus dolencias
a medias, con nosotros. De nada sirvió que su nombre estuviera alineado en una libreta,
formando parte de un directorio que nunca deja de ser impersonal.

De cuántas listas formara parte nuestro nombre. Como una mancha más. Un nombre que
significa nada o tal vez, un quizá, pero un quizá de qué, nadie lo sabe. Pilas de lista donde
figura lo desconocido de nuestra etiqueta personal, alguien a quien no se le ha llamado nunca,
ni siquiera para solicitar referencias personales, alguien de quien no se recuerda mi el color de
los ojos.

María era una chica de 25 años, huérfana.


Huérfana desde que su madre la dejó en la banca de un parque allá por Tepatitlán. En una
plazuela muy concurrida, a donde todos los domingos, llegaban de los pueblos vecinos, las
romerías, la algarabía de los festivos vecinos y los pueblerinos que aprovechan el día para
presumir sus mejores galas dominicales.

Pues fue un domingo, cuando dejaron a María en una banca, al lado de un montón de papel
de periódico. Las personas hacían como que no se daban cuenta, porque o no se daban cuenta
o no querían darse cuenta. El hecho es que ese domingo María pasó a ser de una niña con
madre, a una niña sin madre, a veces triste el destino, que no es el destino sino los que
obramos para modificar la vida de las personas. Ojala la madre no deje de arrepentirse nunca
de ese abandono, pero quién sabe que tragedia traía sobre sus hombros, y es que todos
cargamos una vida en el lomo, somos como bestias de carga, no nos salvamos de los golpes y
de los arreos.

Y María, desde que salió del orfanato, había caído en nuestras manos. Muchos decían que fue
lo mejor que le había podido pasar, pero las mas cínicas decían que le habían obsequiado el
grupo en papel celofán con listones de colores, para una chiquilla recién salida a la calle, había
sido el envoltorio lo que la llevó a nosotros. Que grupo tan protector era éste , él de las
carmelitas descalzas como solía llamarnos Silvia Guevara y Ponce. Ninguno como nosotros,
todos perfectamente conocidos y etiquetados. Se nos llenaba el buche con pulque y tepache,
comiendo tacos de huitlacoche. Carlos ponía el toque de humor gay tan utilizado en estos
momentos, pero ahora el tipo no deja de llorar, sentado en el suelo, en una de las esquinas de
la oficina, como si el llorar sentado en el suelo le diera más dramatismo

Yo quiero llorar. Si, pero aun me siento tan henchida de felicidad. ¡Claro, por el botellazo que
le propiné a Héctor! ¿acaso soy egoísta, al sentirme tan feliz? La felicidad nubla mi
entendimiento. No capto, a ciencia cierta, la magnitud del suceso. Lo terrible que ocurrió esa
noche en el baño de la asociación.

Tal vez mañana, o pasado mañana o dentro de una semana, me caerá el veinte, si es que me
cae, tampoco está en la exigencia de que así sea.

Y es que el tema muerte no es algo que se me presente con frecuencia. La primera y única vez,
que yo recuerde, fue cuando mi madre y mi abuela murieron ahogadas en el rio que bañaba la
parcela donde vivían. Pero eso si que fue una burla del destino, porque nunca salían en
autobús, siempre arreaban dos mulas que tenían, se iban de camino por los linderos hasta el
pueblo más grande y compraban alimento para seis meses. Regresaban con las provisiones
muy bien acomodadas en el carro de mulas y jamás les había pasado un solo accidente. Pero
aquel día mi abuela y mi madre me dijeron que irían en autobús, porque querían saber que se
sentía, y nunca supe lo que sintieron porque no alcanzaron a contármelo, porque de regreso,
el camión cuando iba cruzando el rio, fue alcanzado por una creciente y adiós todos los
pasajeros con todo y sus pertenencias.

A un lado de la parcela me encontré un bolso con algunos billetes mojados, sé que era el bolso
de mi madre y el dinero que también era de mi madre me lo quedé yo; el bolso no, porque
siempre me han estorbado los bolsos.

Hoy si llevo bolso, es negro y lo llevo porque, en dónde más iba a meter la botella con la que
golpee a Héctor. Y es que en aquel momento pensé que todos querrían ver la botella con la
que desmayé a Héctor y seguramente me la hubieran pedido para verla y tocarla, eso pensé,
antes de saber lo que le pasó a María

¡Pero que María, echarme a perder el momento! tan importante que era para mi contarlo y
ahora tenérmelo que callar, porque nadie querrá escuchar otra cosa más que las razones por
las que María se ha suicidado.

Desde el día en que murieron mi madre y mi abuela, no había acudido a otros funerales. Y no
creo que hoy deba asistir. A pesar de que quiero disimular, seguramente se me notará la
felicidad por todos los rincones de la cara; las palabras la escupirán, mis ojos la lagrimearan.
No sé, tal vez, lo mejor sea replegarse. Quedarme mutis hasta nuevo aviso.

Lastima que la semana que entra la noticia ya no tendrá el mismo sabor, ni podré platicarla
con tanto gozo. Incluso estoy segura de que la frescura se habrá perdido y yo misma ya no veré
la situación de la misma manera o como la veo hoy, tal vez, hasta arrepentida me encuentre.
Quién me dice que pasado el tiempo no empiece a extrañar a Héctor y sus malos tratos, con
esto no quiero decir que vaya a regresar con él, eso si que no. Sería sobre mi cadáver que
sucediera esto, entonces si me suicidaría como lo ha hecho María, yo no voy a permitirme un
paso atrás, mucho menos ahora que pude zafarme de ese hombre. Sería estúpido de mi parte
regresar a un lugar a donde se me trata tan mal.

Hoy quise que todo fuera diferente, me veo en el espejo, el vestido no se me ve tan perfecto
como pensé y no he perdido el suficiente peso, las curvas son frondosas y el vestido se
embarra en mis carnes. Los zapatos negros han hecho estragos en mis dedos, me han sacado
ampollas en el talón y dos callos en los dedos meñiques. El cabello se amolda a mi cabeza, es lo
único digno de ver.

Allá por la calle de la fuente ovejuna, está tendido el cuerpo de María , que a sus 25 años cerró
los ojos ahorcando sus emociones. Los demás nos quedamos en silencio tratando de distinguir
quién sigue en el camino rumbo a la muerte.

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