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La España del «Quijote»

Armadura del siglo XVI


Augustin Redondo, «Tradición carnavalesca y creación literaria: del personaje de Sancho Panza al episodio
de la ínsula Barataria en el Quijote», en Bulletin Hispanique, LXXX (1978), pp. 39-70.
   
           Desde hace tiempo, los críticos se han interesado por el personaje de Sancho Panza y han buscado su
origen en la tradición, culta o popular. Unos, pues, lo han relacionado con el rústico de la tradición literaria del
teatro prelopista [1] o de una tradición dramática más amplia, [2] otros con el campesino de la tradición oral
del Siglo de Oro, [3] otros, por fin, con un modelo folklórico arquetípico, el del
interpretaciones han permitido clarificar el problema genético planteado. Nosotros también quisiéramos
contribuir a una mejor comprensión de la elaboración de Sancho Panza, llamando la atención sobre la raíz
carnavalesca de tal personaje, quien forma parte de una obra penetrada, a su vez, de atmósfera carnavalesca.
De tal modo será posible explicar la estructura y el significado de un episodio que posee una unidad profunda
y es, tal vez, el más importante de la segunda parte del Quijote: el de la ínsula Barataria.
***
           Sabido es que el Carnaval (o dicho con voces más antiguas
representó en la Edad Media y el Renacimiento la forma más auténtica y duradera de los festejos populares,
durante los cuales el pueblo, gracias a máscaras y disfraces, podía explayarse, desahogarse sin trabas.
Carnaval, fiesta pagana y primaveral de renovación del hombre y de la Naturaleza, significaba alegría y
jolgorio, comidas y bebidas abundantes, recrudecimiento de la actividad sexual, participación colectiva en las
festividades que suprimían las constricciones impuestas por las normas y la jerarquía. Por sus características,
la fiesta carnavalesca se oponía a las manifestaciones festivas oficiales, de rígida y pesada organización,
expresión de la cultura de los grupos dominantes. Al lado del mundo oficial, inmutable y serio, había un
segundo mundo, una segunda vida del pueblo, basada en el principio de la risa liberadora, que hacía
desaparecer transitoriamente la alienación del individuo. [7] Frente a la cultura oficial y culta había una
cultura cómica cuyo núcleo era el Carnaval o mejor dicho las fiestas carnavalescas (además del Carnaval
propiamente dicho, las diversas fiestas de los locos, la fiesta del asno,

           El tiempo carnavalesco es pues un tiempo cualitativamente diferente del tiempo ordinario, vivido de
otra manera porque en él pueden producirse hechos sociales inconcebibles fuera de sus límites (inversiones de
reglas, cargos y funciones, negación de ciertos valores y exaltación de los valores antitéticos, etc.).
además un carácter universal y cósmico ya que permite una renovación que se expresa a través del tema
nacimiento-muerte-resurrección, tema céntrico del simbolismo carnavalesco, que aparece tanto en los análisis
de Bajtin como en los de Mircea Eliade. [9]
           De tal modo, la visión carnavalesca del mundo se opone a todo lo previsto, lo perfecto, lo duradero;
implica, al contrario, lo dinámico, lo cambiante, lo ambivalente. De ahí que la lengua carnavalesca se
caracterice por la lógica interna de las cosas al revés y contradictorias,
bajo, lo noble y lo grotesco, así como por las diversas formas de parodias, inversiones y degradaciones, por
los encumbramientos y derrocamientos burlescos... De ahí también la ambivalencia de la risa carnavalesca: es
a un tiempo alborozadora y sarcástica, destructora y renovadora; escarnece a todos, aun a los mismos
burladores. [10]
           Dentro del marco calendario impuesto por la Iglesia, el contraste se establece más particularmente entre
el tiempo de Carnaval y el de Cuaresma, que le sigue inmediatamente. El Carnaval es sinónimo de alegría,
holganza, abundancia y libertad; la Cuaresma de tristeza, abstinencia y sumisión al espíritu ascético dictado
por las reglas católicas oficiales. La época de las fiestas carnavalescas aparece pues, con relación a la de
Cuaresma, como la de un mundo al revés, que restituye provisionalmente el tiempo de Saturno, la añorada
Edad de Oro.
           La oposición entre el Carnaval y la Cuaresma corresponde al contraste entre gordos y flacos,
personificado bajo la forma del combate simbólico entre don Carnal y doña Cuaresma, en que el primero,
medroso y cobarde, harto de comida y vino, forzosamente había de resultar vencido. Este combate lo
describieron el Arcipreste de Hita en el siglo XIV [11] y Juan del Encina a finales del siglo
evocaron diversos autores en los siglos XVI y XVII [13] y todavía un romance en 1655.
había de darle toda su fuerza plástica hacia 1560. [15]
           No es pues de extrañar que el Carnaval aparezca bajo la forma de un personaje rechoncho, de abultada
barriga, rodeado de manjares carnosos, sustanciosos, a horcajadas a veces sobre una cuba de vino, mientras
que la Cuaresma tiene el aspecto de una vieja larga y demacrada que enristra un largo remo en lugar de lanza
y va acompañada de pescados y alimentos poco nutritivos, [16] a no ser que tome la apariencia de un rocín
esquelético [17] o de la larga vieja hética cabalgando el macilento rocín.
Cuaresma podía tener un equivalente masculino, con características semejantes, como lo demuestra la
evocación hecha por Rabelais con relación a Quaresmeprenant. [19]
           Estas imágenes, surgidas de la cultura popular carnavalesca, fueron difundidas por toda Europa, de
manera que en el siglo XVII se pueden rastrear, por ejemplo, entre los dichos de don Luis de Góngora:
           Fueron a darle el bienvenido a don Luis por su Iglesia el canónigo Amaya,
Camelas, por extremo gordo, y díjoles don Luis, notándoles sus partes: «Por entrar yo en Córdoba, señores míos, no ha entrado la
Cuaresma, aunque me den la bienvenida el Martes de Carnestolendas y el Miércoles Corvillo
           Esa tradición popular la tiene presente Cervantes —ingenio lego,
cuando idea a Sancho Panza y a don Quijote, el caballero de la Triste Figura,
que explica las peculiaridades de ambos personajes, representaciones opuestas y complementarias (cara y
envés) de una misma realidad vital, enfocada sea bajo la óptica de la cultura popular (carnavalesca), sea bajo
la óptica de la cultura oficial y culta (cuaresmal). De ahí el juego de reversibilidad de los dos personajes,
según el enfoque adoptado, y los cruces que existen entre ellos cada vez que hay inserción de los rasgos de un
tipo de cultura en el otro.
           Pero las sugerencias de la tradición carnavalesca debieron de imponérsele a Cervantes aún con mayor
precisión.
           En su Tragicomedia de Lisandro y Roselia de 1542, Sancho de Muñón se refiere a costumbres
estudiantiles, como la Fiesta de Panza, celebrada en Salamanca. Sobre ella platican dos mozos de espuelas,
Siró y Geta, de la manera siguiente:
           Geta: Panza es un sancto que celebran los estudiantes en la fiesta de Santantruejo, que le llaman sancto de hartura.
              Siró: ¿Dónde aprendiste tanto?
              Geta: En el general de Phísica, cuando llevaba el libro a un popilo, oí el bedel de las escuelas echar la fiesta de Panza.
           Ese santo burlesco de las fiestas de Antruejo, exaltado y rebajado según las normas carnavalescas,
equivale al San Gorgomellaz (la garganta) al que alude Juan del Encina
en un romance anónimo del siglo XVII. [24] No es más que San(to) Panza, o dicho de manera más popular
Sancho Panza, ‘santo de hartura’, personificación festiva del Carnaval que glorifica el rito alimenticio, la
necesidad biológica de tragar y tragar para manifestar el triunfo de la vida sobre la muerte y permitir la
renovación fundamental del cuerpo y del mundo. [25] No es sino el Zampanzar carnavalesco, monigote
panzudo que aparece en varias partes del País Vasco. [26] Es el Saint Pansart al cual se refieren en el siglo
Rabelais, Henri Estienne, François Habert y la reina doña Juana de Albret, imagen burlesca del Martes de
Carnestolendas. [27] Es el mismo barrigudo Saint Pansart, Panchart o Pancha al que se celebraba durante el
tiempo de Carnaval en varias regiones de Francia y particularmente en el Norte, en una zona incluida en los
antiguos Países Bajos españoles. [28] Es el mismo Saint Pansart al que se manteaba en esta zona el Domingo
o el Martes de Carnaval, [29] así como se manteaban peleles en España en época de Carnestolendas
sigue haciendo el Martes de Carnaval en Villanueva de la Vera (Cáceres) con el muñeco llamado Pero-Palo,
[31] así como se manteaba a Sancho Panza en la primera parte del
repolludo monigote el que en Galicia —la tierra donde, según Caro Baroja, se habían conservado mejor, hasta
una fecha reciente, las costumbres del Carnaval primitivo— y con el nombre de
Antruejo) salía el Martes de Carnestolendas, montado en un burro,
asno del priapismo carnavalesco más que de la stultitia exaltada en esta época festiva.
acompañado a veces de su pareja femenina (A Entroida). [35]
           Bien se había dado cuenta Avellaneda del entronque carnavalesco de Sancho Panza, ya que éste, al
evocar el fracaso de sus pretensiones, exclamaba en el Quijote apócrifo:
           [...] y yo me quedo tras esso sin rey ni roque, si ya estas Carnestolendas no me hazen los muchachos rey de los gallos [...]
[36]
           ¿Y quién sabe si la evocación de esa realeza efímera y burlesca no ha contribuido a hacer plasmar el
episodio de la ínsula Barataria en la segunda parte del Quijote cervantino?
           Pero de todas formas, la mención del rey de gallos nos adentra, una vez más, en el dilatado ciclo de las
fiestas carnavalescas. Se extiende éste por los meses de invierno, desde la época de las llamadas
locos, prefiguración del Carnaval propiamente dicho, allá por los meses de diciembre y enero —fiesta del
obispillo de San Nicolás, del obispillo de Inocentes, rey de la Faba, rey de los cochinos, etc.—
días de intensa actividad festiva de las Carnestolendas, con su paroxismo el Martes de Carnaval, antes de que
el Miércoles de Ceniza cierre el ciclo. Todas estas fiestas tienen características comunes: una inversión de la
jerarquía y de las reglas impuestas por los grupos dominantes, un retorno a la inocencia, una explayación que
supone la suspensión transitoria de las normas de la vida cotidiana. El tiempo carnavalesco —ya lo hemos
dicho— es diferente del tiempo ordinario; puede definirse como un tiempo fuera del tiempo, un tiempo de
locura, al cual ni siquiera falta la consagración institucional: ese tiempo es el de un reinado, la comunidad
regocijada y alborozadora constituye un reino a cuya cabeza hay un rey (rey de la Faba, rey de los cochinos,
rey de los gallos, rey del Carnaval, etc.). No obstante, reinado, reino y rey no son sino burlescos; no se han
instituido sino para provocar la risa del pueblo; [38] son manifestaciones de esa cultura cómica popular a la
cual nos hemos referido ya.
           La locura rige pues el tiempo carnavalesco. El loco es actor y dueño del Carnaval. Pero ¿de qué loco se
trata? El loco carnavalesco no es el que padece una enfermedad mental. Una diferencia fundamental le
distingue de éste, aun cuando la indumentaria es la misma. [39] El calificativo de
llama también en España, en contextos folklóricos— [40] se lo da a sí mismo, sabe en qué consiste su
su tontería, no necesita que los demás le llamen de tal modo, a la diferencia del demente, al que la sociedad
recluye. El loco carnavalesco goza de un suplemento de poder: no es un idiota, no está enfermo; es un hombre
de la Naturaleza, de mente sana, que es ingenuo, inocente o se hace el
           Esa locura, esa tontería ha de comprenderse en el sentido cristiano de la palabra. Ser
tener la cabeza lo bastante vacía, la mente lo bastante apartada de las preocupaciones ordinarias, de las
solicitaciones del mundo para poder recibir el soplo del Espíritu Santo, para que el
cabeza y salir por el canal del habla. De ahí la importancia de los ritos carnavalescos destinados a permitir la
liberación de la cabeza y la circulación del Soplo espiritual. En el primer caso, se trata del uso de la vejiga
(símbolo de esa vacuidad) esgrimida por el loco a la extremidad de un palo
se daban vejigazos en España, cuando las Carnestolendas—; [43] en el segundo, del empleo de la jeringa,
cuya utilización se desvirtuó, ya que durante el Carnaval, en época de Cervantes, se despedía agua con ella y
no aire. [44]
           Esa correspondencia entre locura e inspiración la pone de relieve San Pablo varias veces. ¿No habla el
santo de la «locura de la Cruz» para subrayar que Jesús, el primero, hizo prueba de
opinión del mundo y de la autoridad establecida? Por eso las fiestas de los
Tal inversión sobre la edad permite comprender el significado de ese mundo de los
mundo de Jesús, y las palabras de Cristo relacionadas con los niños, que entienden mejor que los adultos las
cosas del Espíritu. [45] Es pues un aspecto positivo de la locura o tontería .
niño pueden expresarse las verdades divinas. [46] De ahí la importancia que cobra el discurso del
alabanza de la docta ignorancia —tan utilizada por la literatura paradójica—. Las palabras del
sentido que las de la cultura oficial y culta. Su discurso nace en otro centro, en la tradición popular. Sus
rupturas lingüísticas, sus creaciones verbales, sus juegos de palabras, su glosolalia no son sino expresión de
otra verdad, de otro universo. La apología carnavalesca de la tontería
renunciación al mundo oficial, a sus concepciones, a su sistema de valores, a su seriedad, para exaltar la
verdad no oficial, la verdad festiva e inspirada del pueblo que permite aniquilar el orden de los grupos
dominantes para reemplazarlo transitoriamente por un orden diferente.
cuando escribe su Elogio de la locura, así como Cervantes cuando idea a sus inmortales personajes.
           Sancho Panza es, por varias de sus características, un loco carnavalesco.
porro con frecuencia, esa ingenuidad que se ha comparado con la de un niño,
tonto, [50] esas prevaricaciones idiomáticas [51] que, unidas a la utilización constante de refranes,
corresponden a la creación de un lenguaje específico y popular capaz de revelar otra verdad del mundo,
esos atisbos de divina sabiduría relacionados con su ignorancia y
locura carnavalesca. [54] De ahí la ambivalencia o reversibilidad del personaje, que la paremiología también
pone de relieve, con respecto al nombre de Sancho. [55] La locura verdadera (enfermedad mental) es la que
empuja a don Quijote y es fruto de una cultura, culta —la que corresponde a la representación del héroe—,
transmitida por los libros de caballerías. Sancho no está loco (insano) sino cuando se deja llevar por esa
de ser gobernador de una ínsula, idea y palabra surgidas de la esfera de la cultura erudita, ajenas de la esencia
popular del protagonista y por ello mismo alienantes.
***
           Tiempo es ya de hablar del episodio de la ínsula Barataria.
           Ocupa varios capítulos (XLV, XLVII, XLIX, LI y LIII) y corresponde al gobierno efímero de Sancho,
el cual está separado de su amo y por ello el autor hace alternar la evocación de la actuación de don Quijote y
de su escudero.
           El gobierno lo han concebido los duques, representantes de los grupos dominantes, para burlarse del
campesino, utilizando para ese fin las peculiaridades sobresalientes del personaje tal como ellos lo ven:
tontería, glotonería y cobardía. Sin embargo, estas peculiaridades ponen de relieve —ya lo hemos visto— la
raíz carnavalesca de Sancho Panza. De tal modo, no es de extrañar que el episodio, de ambiente jocoso, tenga
a su vez una estructura carnavalesca y aparezca pues con las características del
indica a las claras el nombre dado por el autor a la ínsula, aunque Cervantes escribe chistosamente, como si
quisiera despistar al lector:
           Diéronle a entender que se llamaba la Ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba
que se le había dado el gobierno. (XLV, 8-9)
           No obstante, no puede ser más explícito Covarrubias, ya que
cosas por otras» [56] y trocar, dice, «es lo mesmo que bolver, y el que trueca buelve y rebuelve las cosas
como en rueda [...]» (imagen ésta asociada tradicionalmente al
«Quando se buelve la comida, que por vocablo antiguo se dezía revesar,
significa en italiano —lengua conocida por Cervantes— el sustantivo
cosa con un altra». [57]
           El protagonista, pobre hombre, pero personificación de las Carnestolendas, se halla exaltado
burlescamente —«con algunas ridiculas ceremonias, le entregaron las llaves del pueblo y le admitieron por
perpetuo gobernador» (XLV, 9)—, como uno de esos reyes de las fiestas de
como Falstaff en Shakespeare. [58] Verdad es que Cervantes, al utilizar las diversas posibilidades ofrecidas
por la tradición festiva popular, no podía menos de pensar en la asociación existente entre Sancho, cerdo y
rey, como lo subraya Agustín de Rojas en su loa, de jocoso espíritu carnavalesco,
Pues Sancho, puerco o cochino,
todo es uno, aquesto es cierto, y deste nombre de Sancho

¡cuántos reyes conocemos! [59]

           No hay que olvidar que el nuevo gobernador fue porquero en otros tiempos, lo que no deja de
mencionar don Quijote. [60] Tampoco hay que olvidar el papel importante desempeñado por el cerdo durante
las fiestas de Carnestolendas, pues es la base de la alimentación de esa época de comidas sustanciosas.
No sin razón es ganadero de puercos uno de los pleiteantes que se presentan ante Sancho (XLV, 21) y le
aplica el autor a este último comparaciones que le equiparan con un cochino.
           Tras un breve gobierno, Sancho Panza se halla derrocado y escarnecido burlescamente, según los ritos
carnavalescos, igual que el muñeco del Carnaval, personificación del rey de la fiesta,
entre dos paveses y tirado al suelo, es pisoteado y golpeado (LIII, 191-192). Y después de despojarse de su
antiguo ser de gobernador al salir de sus conchas, tal una crisálida que se transforma en insecto, Sancho,
hombre nuevo que ha abandonado su manía y sus ínfulas de grandeza, se pone en pie,
renovado y recobra su asno (LIII, 193-196), símbolo bíblico éste de humillación y de resurrección. El episodio
ilustra pues perfectamente el tema céntrico del simbolismo carnavalesco (nacimiento-muerte-resurrección).
           Además, como uno de esos reyes de locos, Sancho —a quien se le aplica el
11)— está rodeado, en la ínsula Barataria, de varios dignatarios: mayordomo, secretario, maestresala, cronista,
médico, etc., dado que el reino de locura es una réplica cómica y deformada del de la realidad, con una
inversión acerca de los que ocupan los cargos. [65] De la misma manera, en un ambiente jocoso, se sienta en
la silla del gobernador, dicta ordenanzas, empuña la vara, etc., tal uno de esos reyes irrisorios de las fiestas
carnavalescas. [66]
           Por ello, el papel de loco carnavalesco de Sancho Panza se halla reforzado por Cervantes. Superando el
retórico debate sobre la supremacía de las Armas o de las Letras, [67]
las dos actividades al transformarlas emblemáticamente en componentes del vestido del futuro gobernador. El
duque indica en efecto:
           Vos, Sancho, iréis vestido parte de letrado y parte de capitán, porque en la ínsula que os doy tanto son menester las armas
como las letras y las letras como las armas. (Cap. XLII )
           De ahí ese abigarramiento —señal de locura— [68] del traje de Sancho descrito de la manera siguiente,
al pintar su salida para la ínsula:
           Salió, en fin, Sancho, acompañado de mucha gente, vestido a lo letrado, y encima un gabán muy ancho de chamelote de
aguas leonado, con una montera de lo mismo, sobre un macho a la jineta, y detrás del, por orden del duque, iba el rucio con jaeces y
ornamentos jumentiles de seda y flamantes... (Cap. XLIV)
           Es decir que encima de la larga loba negra (o balandrán) de los letrados,
ancho gabán, prenda campesina pero también parte fundamental de la vestimenta del
montera les servía a éste y al rústico para cubrirse, aunque con menos frecuencia que el gorro de cascabeles.
[71] Habrá que agregar a este atuendo alguna vistosa prenda (roja o verde) —Cervantes no la menciona— que
evoque al soldado. [72] Por otra parte, el gabán no es de burda tela parda sino de chamelote, de rico tejido de
seda. [73] Y el matiz leonado que se le ha dado trae a la memoria el color amarillo (a veces naranja) que, con
el verde, constituían las tonalidades distintivas de la locura, [74] lo mismo que trae a la memoria los apliques
de pieles de animales que aparecían en los vestidos de los locos. [75]
jineta, o sea de manera guerrera, [76] no un caballo, sino un macho —la mula era cabalgadura de letrados,
médicos y prelados y salía además en época de Carnestolendas, en ciertos lugares—
ha de empuñar, a modo de cetro burlesco, de marotte, la vara de mando. Las barbas sanchescas (XLV, 9)
tienen el mismo significado pues se utilizaban máscaras barbudas cuando las fiestas de
de ese retorno a la Naturaleza, a la simplicidad primitiva personificada por el velloso hombre salvaje, que
aparecía en Carnaval [78] —por ello también Arlequín, el eterno loco
careta hirsuta en tiempos antiguos—. [79]
           La visión del rechoncho personaje, ataviado de tal manera —antítesis de un aristocrático, digno y grave
gobernador— no podía sino provocar la risa y hacer pensar en un loco
           Fácil es comprender ahora por qué puede ser un nuevo Salomón Sancho Panza y por qué antes de
comer, como a un niño, se le pone un babador (XLVII, 41), símbolo de inocencia.
muy cercano al de Jesús. De ahí que para gobernar le baste tener a Cristo en la mente, como se lo dice al
duque. [81] Por su boca inocente, se expresa la divina sabiduría. Y Cervantes, que equipara al rey y al
siguiendo de tal modo tanto la tradición popular carnavalesca como la tradición libresca de las Saturnales —lo
mismo hizo Rabelais— [82] puede afirmar con su protagonista:
           [...] los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios. (XLV, 19)
           Es lo que dice don Quijote cuando le escribe al nuevo gobernador que el cielo «de los tontos [sabe]
hacer discretos» (LI, 149).
           También se entenderá por qué «las burlas se vuelven en veras y los burladores se hallan burlados»
(XLIX, 99).
           Verdad es que todo, en el episodio, pone de relieve la estructura carnavalesca que venimos analizando.
           El disfraz es inseparable de las fiestas de los locos y de las Carnestolendas propiamente dichas. No sólo
lo ilustra Sancho, sino cuantos participan activamente en la burla, pues desempeñan papeles que no son los
suyos en la vida ordinaria. Lo mismo pasa con las espías, «cuatro personas disfrazadas», a las cuales alude el
duque en su carta al gobernador (XLVII, 55). Además, uno de los disfraces que más ponía de relieve la
inversión del orden normal de las cosas durante ese tiempo festivo era el que correspondía al cambio de sexo,
como lo indican Gaspar Lucas Hidalgo, Calderón y los folkloristas.
Barataria con la doncella vestida de hombre y con su hermano, quien lleva un traje de mujer (XLIX, 113 y LI,
157).
           De la misma manera, la comitiva que escolta burlescamente al nuevo gobernador y los regidores que
van a acogerle y le conducen con su séquito a la iglesia evocan a esos acompañamientos de enmascarados que
iban a buscar al rey del Carnaval (o a otro rey de farsa) a la puerta de la ciudad y lo llevaban al templo.
Hasta la inclusión en la comitiva del rucio engalanado y rodeado de gente hace pensar en una de esas
del asno —que también debieron de existir en España, según testimonio de un escritor toledano del siglo XVI
— [85] en que el borrico, ataviado ricamente y venerado, penetraba con mucha pompa en la iglesia.
           El Carnaval es la época de las comidas abundantes y sustanciosas. Y a Sancho Panza, que personifica
esa fiesta, se le presenta por segunda vez (la primera fue cuando las bodas de Camacho) la posibilidad de
satisfacer su voracidad, aunque se halle frustrada (XLVII, 41 y ss.). La mesa está cubierta de manjares
diversos, entre los cuales destacan las carnes, como era de suponer: perdices, conejos, ternera.
que más le apetece al gobernador es una olla podrida, plato de sustancia, típico de las Carnestolendas.
           La única referencia precisa en el texto a la época del año en que se verifica el episodio de la ínsula la
encierra la carta que el duque le manda a Sancho: lleva la fecha del 16 de agosto (XLVII, 56). No podemos
pues hablar de un tiempo carnavalesco en el sentido estricto de la expresión. Sin embargo, la vacilante
duración que se le atribuye al gobierno sanchesco —ni siquiera cuatro días, siete, ocho o diez—
corresponde a la que a menudo se observa con relación a las festividades de Carnestolendas: tres días o una
semana. [90] Y ese asalto furioso al cual alude el duque y se ha de dar cierta noche a la ínsula y a su
gobernador (XLVII, 55) hace pensar en el combate del Carnaval y de la Cuaresma, que acaba con la muerte
del primero. Tiene lugar, en efecto, en la noche del séptimo día del gobierno de Sancho y le coge a éste «en su
cama, no harto de pan ni de vino» (LIII, 189). El Arcipreste de Hita indica que en las cartas de desafío
enviadas a don Carnal por doña Cuaresma, ésta dice que la inexorable batalla será dada de Jueves Gordo a
siete días. [91] Y las huestes cuaresmales, que se presentan por la noche del Martes de Carnaval al Miércoles
de Ceniza, le sorprenden a don Carnal adormilado, después de mucho comer y beber vino.
invasión de la ínsula por enemigos ficticios evoca una costumbre que existía hasta hace poco en Galicia, en la
comarca de Becerreá (Lugo): los hombres de una parroquia, vestidos a modo de soldados, formaban una
mascarada y uno de los días de Carnaval invadían los campos de la parroquia vecina; pero la contienda, a
pesar del orden de ataque dado por el invasor, venía a ser únicamente verbal y graciosa.
           Por otra parte, en época de Carnestolendas, existía el llamado
Santos, en el siglo XVII, en que aparecían un presidente, un relator, varios abogados, etc., y cuya finalidad era
reírse de los desaprensivos inocentes. [94] Pero, sobre todo, en dicha época del año (y en otras) se constituían
tribunales populares paródicos que, remedando la pompa de la Justicia ordinaria, censuraban burlescamente
los hechos atentatorios contra las costumbres normales y particularmente las que estaban relacionadas con la
moral sexual (infidelidad conyugal, liviandad de las mozas o atropello de una de ellas, etc.).
pasaba, por ejemplo, en Valcarlos (Navarra) y en otros lugares. [96] Y hay que recordar que uno de los pleitos
jocosos que le presentan a Sancho es el de la mujer forzada (XLV, 20-26). Es menester añadir que había en
Francia una tradición de causas burlescas que, al principio, juzgaban paródicamente los jueces y letrados del
Palacio de Justicia de París (la Basoche) y de otras ciudades, principalmente en Carnaval.
daban lugar a debates festivos que cuajaron en farsas y representaron entonces verdaderos cómicos. El
argumento de estas farsas era liviano —una madre se queja, falsamente, de que su hija ha sido violada y viene
a pedir justicia— [98] o grotesco o ingenioso —el burlador burlado—,
memoria el caso del viejo de la cañaheja que sentencia Sancho (XLV, 15-19). ¿Quién sabe si en Salamanca,
donde se formaban los mejores juristas del reino, donde se celebraba la fiesta de Panza y donde, durante las
Carnestolendas, los estudiantes exhibían espectáculos por las calles, según lo señala Enrique Cock a finales
del siglo XVI, [100] no existieron costumbres parecidas que inspiran a Cervantes?
           También son típicamente carnavalescas las bodas jocosas en que se enumeran en son de burla los
defectos físicos y morales de los ficticios desposados, como si fueran cualidades.
en la Corte, ya que el Martes de Carnaval del año 1638 se verificó uno de esos ridículos casamientos.
Esa misma tradición enardece el genio del Labrador que se presenta ante Sancho y hace tan burlesca
descripción de las prendas de Clara Perlerina y de su novio, el bachiller (XLVII, 60-62).
           De la misma manera, el género de las profecías paródicas y del desciframiento de enigmas —herencia
de las Saturnales— [103] es puramente carnavalesco y lo ilustran tanto Rabelais
episodio de la ínsula (XLIX, 106 y LI, 144-147).
           Incluso algunos detalles tan sólo se entienden con relación al ambiente carnavalesco que venimos
estudiando. Ya hemos puesto de realce la importancia del Soplo en Carnaval. Pues el chusco que le afirma al
gobernador que no ha de dormir en la cárcel (posee varias características del
salido a tomar el aire, lo que ocasiona un gracioso diálogo con su interlocutor, gracias al cual nos enteramos
de que en la ínsula se toma el aire donde sopla (XLIX, 106). Tampoco es de extrañar que Sancho Panza,
personificación del Carnaval, le mande jocosamente al cuaresmal don Quijote:
           algunos cañutos de jeringas que para con vejigas los hacen en esta ínsula muy curiosos. (LI, 159-160)
           Por otra parte, a los tejedores e hilanderas se les atribuía un sabor y un poder mágicos,
los hilos de la vida humana se hallan presos en una trama de relaciones e influencias que semeja la urdimbre
de un tejido. Por ello, se prohibía hilar durante las Carnestolendas, época de
atar los vientos e imposibilitar la circulación del Soplo, así como para no provocar otras perturbaciones con
relación al destino de los hombres. Semejantes prohibiciones existieron en Cataluña, Asturias y Castilla.
Se comprenderán mejor, de tal modo, las alusiones que encierra el episodio cervantino, ya que el chusco al
cual hemos aludido es tejedor, pero de hierros de lanzas (XLIX, 106), y la doncella que va vestida de hombre
se presenta como hija de Pedro Pérez Mazorca —una mazorca es una husada—, arrendador de las
lugar (XLIX, 109).
           Hasta el famoso combate simbólico entre el Carnaval y la Cuaresma aparece muy a las claras desde el
momento en que el gobernador se prepara a comer, lo que no puede hacer por impedírselo el doctor Pedro
Recio de Agüero, natural de Tirteafuera. Una vez más, aprovecha Cervantes el carnavalesco contraste entre
gordos y flacos, reconstruyendo bajo otra forma la pareja Sancho-don Quijote.
           Ya sabemos que Sancho Panza es bajo y barrigudo. Pues según las características antroponómicas
populares registradas por Correas, [107] el doctor no puede ser sino largo y flaco, como lo indica el refrán:
«Pedro, por ser grande zankipatas, anda a gatas». [108] Además, con arreglo a lo apuntado por el mismo
Correas, si Sancho es «santo, sano i bueno», Pedro no puede ser sino «taimado, vellaco i matrero»: así lo
demuestra el calificativo de Urdemalas que ha cobrado. [109] Se establece, de tal modo, una oposición físico-
moral entre los dos personajes, que se halla reforzada por lo que sugiere otro proverbio: «Kon lo que Pedro
sana, Sancho adoleze». [110] El verbo sanar puede tomar un significado activo (aunque éste no es el
verdadero sentido que tiene en el refrán) y entonces Pedro se transforma en médico. De tal manera debió de
nacer, en la mente cervantina, [111] el doctor Pedro Recio. Y si Sancho es personificación del Carnaval, la
figura antitética, Pedro Recio, tiene que ser la de la Cuaresma. ¿No dice Rabelais que ésta engendra y cría a
los médicos? [112] Después de las sustanciosas comidas de Carnestolendas, ¿no vienen los doctores a sanar a
los numerosos enfermos de indigestión, aplicándoles una recia dieta? ¿No es además la época de Cuaresma la
de los recios ayunos, la de las recias mortificaciones? Y ¿no es cuaresmal la larga loba negra de los médicos?
Así que para Sancho, que además debe de conocer el proverbio: «Pedro, kontigo poko medro»,
no puede ser más que señal de mal agüero, como se lo dice (XLVII, 51), y no puede desear el gobernador sino
que Pedro Recio se tire afuera (XLVII, 51).
           Los dos personajes, representaciones de dos principios opuestos, de dos formas de cultura, están pues
frente a frente: Sancho Panza tiene que intentar saciar su voracidad esencial y al doctor le corresponde
prohibirle tal satisfacción. El combate simbólico, que no para en lucha abierta —aunque al gobernador no le
faltan ganas de estrellarle al médico en la cabeza la silla en que está sentado y de echarle de la ínsula a
garrotazos (XLVII, 51-52)—, termina, como era de suponer, por la derrota de Sancho. Éste, en efecto, al no
poder probar ningún plato, acaba por pedir cómicamente que se le deje comer:
           alguna cosa de peso y sustancia, aunque fuese un pedazo de pan y una cebolla. (XLVII, 59)
           Pan y cebolla: antítesis de los manjares sustanciosos de la época de Carnestolendas, como lo traduce el
refrán: «Pan y cebolla, mal suplen por la olla». Las cebollas son alimento esencial del tiempo cuaresmal,
forman parte de las huestes de doña Cuaresma [114] y en Cataluña constituyen el collar del muñeco que la
personifica. [115]
           Es señal que un cambio se está produciendo en el protagonista. Dentro de ese mundo al revés
específico de la estructura carnavalesca del episodio, otra inversión tiene lugar: el gobernador se está
transformando física y moralmente.
***
           La falta de comida es para Sancho un tormento iniciático
haciendo digno del cargo que ocupa. No reacciona, en efecto, el gobernador como un rey de burla, sino que
toma a pecho sus responsabilidades, vive intensamente lo que no es más que juego, transitoria y jocosa
inversión de la vida ordinaria, pero para él auténtica realidad. Por ello es tan importante la carta que le dirige a
don Quijote (LI, 155-161), pues entre destellos de comicidad carnavalesca expresa la conciencia que tiene de
la transformación que está sufriendo, aun sin quererlo.
           Creía satisfacer, en la ínsula, las exigencias corporales de su ser:
           pensé venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío y a recrearme
colchones de pluma, (LI, 156)
y resulta que le pasa todo lo contrario. En vez de holgar, se entrega a una incesante actividad de juez probo y
de buen gobernador; en vez de enriquecerse, no toca derecho ni lleva cohecho (LI, 156); en vez de comer
alimentos sustanciosos, se queda casi en ayunas; en vez de dormir, se pasa una buena parte de la noche
rondando la ciudad (XLIX, 98).
           Esta inversión no puede sino tener consecuencias físicas a la par que morales. De tanto sufrir dieta, de
tanto pasar hambre (LI, 155-150), va a quedarse Sancho «en los huesos mondos» (LI, 156), como se lo dice a
don Quijote. El carnavalesco Sancho Panza va a convertirse en el cuaresmal Sancho Panza. Es lo que le
escribe a su amo: parece que «he venido a hacer penitencia, como si fuera ermitaño» (LI, 156). Indicios de esa
evolución son, en el episodio de la ínsula, la desaparición completa de las prevaricaciones idiomáticas y de las
sartas de refranes, así como el menor empleo de éstos y la ausencia del burro.
           Esto nos lleva a evocar lo que Cervantes indicaba en el capítulo IX de la primera parte de la obra.
Apuntaba el autor que en los cartapacios de la historia de don Quijote que dejó Cide Hamete Benengeli había
una pintura de los protagonistas:
           Junto a él [don Quijote] estaba Sancho Panza, que tenía del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rótulo que
decía: «Sancho Zancas» y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y
por esto se le debió de poner el nombre de Panza y de Zancas que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia.
           De tal modo, Sancho sería tanto el zancudo como el panzudo.
pues las dos características vienen a excluirse. Zancudo no puede serlo más que el alto, flaco y cuaresmal don
Quijote. El carnavalesco Sancho Panza no puede ser sino panzudo y
vuelve Cervantes a aludir a la otra imagen del campesino.
           Sin embargo, en el episodio de la ínsula Barataria, la evolución, física, esbozada ya, ha de conducir a
una profunda modificación de Sancho: llegará éste a perder su barriga y, de tal modo, a alargarse. Ya apunta
la otra posibilidad, la que corresponde a una cuaresmal figura y evocó Cervantes en el capítulo IX de la
primera parte de la historia. Pero tal radical transformación supondría un abandono de la esencia del personaje
y tendría por consecuencia un desdoblamiento simétrico de la figura de don Quijote. Desaparecería pues la
inmortal pareja y con ella las dos visiones (culta y popular) de la realidad para tan sólo dejar subsistir el
enfoque erudito, lo que es inconcebible. De manera que antes que termine esta evolución, tiene que acabar el
episodio de la ínsula. Sancho, consciente de la progresiva y fundamental enajenación de su ser, no puede sino
aspirar a recobrar su naturaleza profunda, su verdadera identidad. Es imposible que Sancho Panza se
transforme esencialmente en un ente cuaresmal. Debe pues abandonar el gobierno; va a hacerlo de su propia
voluntad.
***
           El que sale frustrado de la insular aventura no es Sancho, ejemplar gobernador que ha adquirido una
auténtica dignidad, sino el aristocrático promotor de la burla. Esta inversión subraya que la comparación entre
los dos personajes es desfavorable para el representante de los grupos dominantes.
           El duque, gran señor con carga de vasallos y derecho de jurisdicción, lleva sin embargo una vida ociosa
que le cansa a don Quijote. [118] Parece ocupado únicamente en divertirse y gastar dinero.
le presenta la ocasión de ser un justo juez, se muestra desalmado e inicuo, ya que prefiere proteger sus
intereses, como lo ilustra el caso de la dueña dolorida, doña Rodríguez.
su esposa, burlas insípidas, humillantes y hasta crueles que han de sufrir don Quijote y Sancho,
permiten formarse mejor concepto de esos vástagos de la alta nobleza española.
Sancho Panza, al contrario, al ejercer su gobierno, ha sido un modelo de diligencia, conciencia y rectitud.
[122] Su actividad gubernamental es una lección de moral política. Se ha lucido particularmente como juez:
sus sentencias han sido rápidas e intachables mientras que la justicia oficial es larga, venial y viciosa.
Recuérdese, por ejemplo, lo que decía Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache
Luque Fajardo en 1603:
           Todos tratan cómo se vende la justicia; no hay ley que valga [...] ni hay favor como un real de a ocho, doblón o escudo [...]
[124]
Piénsese también en lo que en 1601 escribía el licenciado Porras de la Cámara en una carta dirigida al
cardenal Fernando Niño de Guevara:
           Ninguna administración de justicia, rara verdad; poca vergüenza y temor de Dios; menos confianza; ninguno alcanza su
derecho, sino comprándolo. [125]
           ¡Y cuántos testimonios más se podrían citar!
           Frente a tan lamentable situación, resplandece el íntegro gobierno y la deslumbrante justicia de Sancho,
quien no hace más que aplicar la doctrina evangélica («con Cristo en la memoria»). ¿No querrá decir
Cervantes —que tanto tuvo que quejarse del gobierno y de la justicia de su España— que para ser buen
gobernador y buen juez (primera obligación del que gobierna) más importa ser
gran letrado o capitán? El perfecto gobernante, ¿no será el que tiene la ley de Jesús impresa en el corazón, un
gobernante tal como lo pinta Erasmo en su Institutio principis christiani
preceptos el tonto Sancho Panza, el cristiano sincero y sin letras, el pacífico representante de la verdad
popular, de la auténtica verdad.
           En la católica España de principios del siglo XVII, en que triunfa el aristocratismo, donde reina la
hipocresía, se exalta la doctrina de Jesús, pero no se aplica, ya que se obra de manera opuesta a lo que indica
el Evangelio. Cervantes, sin embargo, no puede acometer contra la falsedad de la verdad oficial y poner en
tela de juicio el sistema gubernativo de los grupos dominantes que tantos males engendra sino en son de burla,
valiéndose de una estructura carnavalesca, dentro del marco de un transitorio mundo al revés. De tal modo, el
lenguaje carnavalesco cobra nueva importancia, se transforma en lenguaje político, como ocurrió con la
mascarada que salió en Madrid el Martes de Carnestolendas de 1637.
inversión, se vuelve a la triste realidad. ¿Pensará Cervantes que ese afán de rectitud y de justicia no es más
que un sueño, que tan sólo puede hacerse efectivo en otro mundo, en una añorada Edad de Oro?
***
           Dos veces evoca el autor del Quijote el problema de la Justicia en la segunda parte de la obra: la
primera, en el episodio de la ínsula Barataria y la otra en el de Roque Guinart, quien, a pesar de ser bandolero,
hace reinar la equidad entre sus compañeros, lo que le opone a los inicuos jueces reales.
pues, para ilustrar lo que es la verdadera justicia, tiene que utilizar Cervantes el artificio del
¡Amarga ironía!
Julio de 1977
 

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