Está en la página 1de 3

3. Las guerras médicas.

I. Antecedentes
A lo largo del siglo VI a. C. el imperio persa lleva a cabo un proceso de expansión
que le permite extender su control sobre toda Asia Menor e imponer su gobierno sobre
las ciudades jonias de la costa del Egeo. El dominio de Persia sobre estas ciudades se
manifestaba con la imposición de un tributo y la renuncia a controlar su política exterior,
dictada por el Gran Rey, pero, a cambio, gozaban de una cierta autonomía interior, ya
que los persas se apoyaban para su gobierno en tiranos de las propias ciudades
sometidas.
Esta situación se mantuvo alrededor de medio siglo, pero en el año 499 a. C.
Aristágoras de Mileto, enemistado con el rey persa, visita varias πόλεις de la Grecia
continental con objeto de conseguir su apoyo en la revuelta que, junto a otras ciudades
jonias, ha iniciado contra el imperio persa; no puede decirse que tuviera demasiado
éxito, ya que tan sólo dos ciudades responden a esta petición: la joven democracia
ateniense, metrópolis de Mileto, envía veinte barcos de guerra y otros cinco la pequeña
ciudad de Eretria.
La rebelión, no obstante, debió sorprender al potentísimo imperio persa, que
necesitaba mucho más tiempo para movilizar todos sus efectivos, y alcanza una
importante victoria: el saqueo de la ciudad de Sardes, capital de la satrapía (región
administrada por un sátrapa o gobernador) a la que pertenecen las ciudades jonias. Sin
embargo, los sublevados, ya sin la ayuda ateniense, son finalmente derrotados y Mileto
es destruida el 494 a.C. Un año después el rey Darío prepara una ofensiva contra Grecia,
conquistando las colonias y puntos estratégicos que Atenas tenía en el norte del Egeo,
pero no llega a alcanzar las costas helenas, debido a que la flota es destruida por una
tormenta. Finalmente, el rey persa lanzará un ultimátum que será aceptado por algunas
comunidades griegas, pero no así por Atenas.
II. Maratón
En 490 a. C. Darío envía una gran expedición militar para castigar el apoyo griego a
la revuelta jonia. La flota se apodera de las Cícladas, destruye la ciudad de Eretria y
desembarca en el Ática, a cuarenta Km. de Atenas, en una llanura despoblada llamada
Maratón. En Atenas, el arconte polemarco, responsable del ejército, se reúne con los
estrategos y se decide aceptar la propuesta de Milcíades, un noble que, tras haber
perdido a manos de los persas sus posesiones en el norte del Egeo, ha regresado
recientemente a Atenas y cuenta, por ello, con experiencia en la lucha contra los ejércitos
del Gran Rey. Además, los atenienses deciden enviar un mensajero a Esparta solicitando
su ayuda para afrontar el peligro persa. Los espartanos, sin embargo, se retrasarán
aduciendo que tienen que cumplir con una obligación de carácter religioso. Atenas, por
tanto, reforzada únicamente por un pequeñísimo destacamento procedente de la ciudad
de Platea, deberá hacer frente a un enemigo muy superior en número.
Ya en Maratón, ambos ejércitos se sitúan frente a frente durante varios días sin
atreverse a dar el primer paso, pero finalmente se impone el criterio de Milcíades de
atacar al ejército persa sin esperar más una ayuda que no llega. Contra todo pronóstico,
el ejército ateniense derrota a los persas, que, tras sufrir numerosas bajas, se embarcan en
sus naves en dirección al puerto de Atenas. Consciente del peligro que esto representa,
ya que al ver a la flota persa los defensores de la ciudad podían pensar que los persas
habían derrotado al resto del ejército en Maratón, Milcíades envía a Fidípides, que tras
haber luchado todo el día recorre los más de 40 Km. que separan Atenas de Maratón
para anunciar la victoria; su esfuerzo le causó la muerte, pero los habitantes de Atenas se
dispusieron para la defensa de la ciudad y la flota persa tuvo que retirarse sin haber
conseguido sus objetivos.
La victoria de Maratón fue convenientemente magnificada por parte ateniense: en
el lugar de la batalla erigieron un túmulo para enterrar a los 192 muertos del bando
ateniense y mostraron con orgullo los restos de la batalla a los espartanos que llegaron
cuando ésta ya se había producido; importantes ofrendas en Delfos y Olimpia servían
para dar a conocer a todo el mundo griego la importancia de la gesta que Atenas en
solitario había llevado a cabo y para aumentar su prestigio; por último, los ciudadanos
de la joven democracia ateniense sintieron cómo aumentaba su confianza en su sistema
político y su orgullo por pertenecer a la comunidad que había hecho frente a la mayor
amenaza que había sufrido Grecia.
En realidad, la derrota no había sido más que un contratiempo en los planes de
Darío, que con toda seguridad intentaría de nuevo tomar venganza. En cuanto a
Milcíades, vencedor de Maratón, su fracaso en el intento de continuar la guerra en el
mar con la conquista de la isla de Paros, supuso su condena y su desaparición de la
escena política ateniense.
III. La segunda guerra médica: Termopilas, Salamina y Platea.
Diez años tardaría el soberano persa en mandar sus tropas sobre la península
helénica, entretenido en diversas revueltas internas. A la muerte de Darío le sucede su
hijo Jerjes que pronto comienza a preparar una nueva expedición contra Grecia.
Entre tanto, Atenas está en guerra con Egina, una pequeña isla situada frente a las
costas del Ática. Este pretexto puede haber sido el escogido por Temístocles, personaje
central en la política de este período en Atenas, para persuadir a la Asamblea el año 483
de que debía invertir los beneficios obtenidos por el descubrimiento de un nuevo
yacimiento de plata en la construcción de una flota y el fortalecimiento del poderío naval
ateniense. Esta decisión resultaría trascendental en el futuro de Atenas, no sólo porque la
segunda guerra médica se decidiría en una batalla naval, sino porque el aumento de la
flota provocó una mayor responsabilidad de las clases inferiores en la guerra y, en
consecuencia, las demandas de una mayor participación en la vida política de la ciudad.
Pero el año 480 a.C. Jerjes inició una doble ofensiva por mar y por tierra. Las
ciudades griegas que no se sometieron al invasor dejaron a un lado sus diferencias y se
reunieron en Corinto formando la liga helénica. Pese a que existían dudas sobre dónde
hacer frente al ejército persa, se decidió situar la línea de defensa en un estrecho
desfiladero, las Termópilas, heroicamente defendido por Leónidas con un pequeño
destacamento espartano, hasta que un traidor reveló un camino que permitió a los
persas rodear y acabar con su resistencia. La flota griega, que había estado luchando
contra la persa en el cabo Artemision se retiró hacia el sur hasta la isla de Salamina.
Tras esta victoria, los persas tenían el camino despejado hacia el Ática y Atenas,
que, evacuadas de acuerdo con el plan de Temístocles, fueron sometidas a una
destrucción sistemática. A continuación, la flota persa se dirigió a Salamina, donde
aguardaba la flota griega, Temístocles comprendió la ventaja de las aguas de Salamina
para los barcos griegos, mucho más maniobrables que los persas, e hizo caer a Jerjes en
una trampa: los persas sufrieron una tremenda derrota, si bien parte de su flota pudo
retirarse, dejando sin apoyo al ejército terrestre que quedó en Grecia al mando de
Mardonio, hombre de confianza de Jerjes, para pasar el invierno. La primavera del 479 se
reanuda la guerra y, tras una nueva evacuación y destrucción de Atenas, los ejércitos de
los aliados griegos marcharon contra el ejército persa al que derrotaron en la batalla de
Platea. Paralelamente, los restos de la flota persa, reunidas junto al promontorio de
Micale, fueron aniquilados y numerosas ciudades de las islas del Egeo y de la costa de
Asia Menor solicitaron su ingreso en la liga helénica. Ante la negativa de Esparta,
Atenas, reforzada tras las guerras médicas y con un enorme prestigio entre los demás
estados griegos se ofrece como potencia protectora, dando inicio a un sistema de
alianzas sobre el que se asentaría el poderío ateniense posterior.

También podría gustarte