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Sagrada Familia.

Gaudí le devolvió al espacio a su


Creador
Es cierto que el modernismo, ese movimiento tan antiguo como anticuado, ha
constituido la estafa intelectual más grande de la historia moderna. Como con el
liberalismo, todo depende del adjetivo: si al modernismo le añades el adjetivo
cultural, estás hablando de una cosa bien distinta a cuando le adjuntas el
calificativo económico, o artístico, o poético.

Hispanidad, sábado, 06 de noviembre de 2010

El modernismo es, en su origen, siempre filosófico, un insulto al hombre, ser


racional y libre al que los modernistas, en nombre del progreso, le niegan su
capacidad para reconocer la verdad.

Sin embargo, el modernismo arquitectónico de Antonio Gaudí sí representó un


progreso artístico y de pensamiento de primer orden. Especialmente su obra
maestra, la Sagrada Familia, que Benedicto XVI ha venido a inaugurar. Gaudí le
dio sentido a la línea curva antes de que Einstein descubriera que el espacio es
curvo o, al menos, así podemos concebirlo, en tanto creación divina. Una creación
gemela, por otra parte, dado que con el espacio nació el tiempo y, con ambos, la
materia.

Sí, digo que Antonio Gaudí descubrió la línea curva. Gaudí es el predecesor de
Einstein sólo que con piedras, en lugar de con la abstracción matemática de los
números y los átomos. Su concepción del espacio produce la misma sensación
que la teoría general de la relatividad: si no confundimos relatividad con
relativismo no confundiremos la línea curva de la Sagrada Familia con la ruptura
del canon, y es entonces cuando descubrimos un mundo nuevo exhibido por esos
dos genios.

Pero Gaudí amaba a Cristo y con la Sagrada Familia sólo pretendía rendirle culto.
Por eso, la Sagrada Familia no se encierra sobre sí misma, creando el estéril
círculo oriental, absolutamente estéril, opuesto a la cruz de Cristo, que abre sus
brazos a los cuatro puntos cardinales. Las 18 torres que diseñó para la Sagrada
Familia son curvas abiertas, constituyen la curva puesta al servicio de Dios,
Creador del espacio, y abierta al mundo.

La obra de Gaudí representa la cumbre de la modernidad y el paradigma del


modernismo, la muestra más evidente del poder otorgado por el Creador al
hombre en el Paraíso para dominar la naturaleza. Las serpientes de piedra de la
nueva catedral barcelonesa ahorran cualquier explicación ulterior.
Descubrió también Gaudí que lo grande no es más que hijo de lo pequeño y que
un soporte diminuto puede convertirse en el cimiento visible de un techado
enormemente pesado si cada pieza soporta, de forma paulatina, una pieza mayor.

Pero hay una tercera grandeza en el genio de Reus, la misma que añoro en la
madrileña Almudena. Gaudí construyó su catedral al modo de nuestros
antepasados románicos y góticos. Nuestros ancestros construían sus catedrales
para evangelizar, no para dárselas de artistas. Si les hubieran tildado así se
habrían reído. Eran mucho más inteligentes y mucho más prácticos que el
pragmático hombre moderno. Nuestros predecesores, al igual que Gaudí, hacían
catedrales para evangelizar. Construían una escena del evangelio para gente,
muchos de ellos analfabetos –he dicho analfabetos, no tontos-, que, al contemplar
aquellas imágenes imaginaban la escena y, a renglón seguido, se dirigían al
Creador en oración para ‘comentarle’ las imágenes.

En este sentido, no fue gaudiana la idea de dedicar el templo de la Sagrada


Familia a la expiación, pero la acogió con muchas ganas. Quiero decir que era un
cristiano cabal y un hombre de bien, y cuando un hombre de bien comienza a
rezar, a hablar con el Creador cae en la cuenta de su condición de criatura
pecadora. Las cuatro fachadas de la obra constituyen un catecismo lítico que
recorre los misterios del Cristianismo, incluidas la encarnación, la redención y la
resurrección. Gaudí devolvió el espacio curvo al creador del espacio y el tiempo.
Sólo eso.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com

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