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SER SACERDOTE

VALE LA PENA
Edición actualizada
con ocasión de mis bodas de oro sacerdotales

Mons. Felipe Arizmendi Esquivel

CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO (CEM)


Todos los Derechos Reservados

© Mons. Felipe Arizmendi Esquivel

© Ediciones CEM, A.R.


Montevideo # 40 Col. Tepeyac Insurgentes
Tel: (0155) 57 50 10 00
comunicacion@casadelabiblia.com

Primera edición, marzo de 2013

Diseño de interiores: David Vargas


Carátula: Carlos Obregón

Impreso en México - Printed in Mexico


ÍNDICE

Presentación ................................................................................ 7
Siglas ........................................................................................... 9

Capítulo I. EL SER .............................................................. 11


1. El sacerdote: sacramento de Cristo cabeza ..................... 11
2. El sacerdote: ministro de la Iglesia .................................. 23
3. El sacerdote: servidor de la humanidad ........................... 30
4. En comunión con el obispo ............................................. 37
5. En fraternidad sacramental .............................................. 42
6. Espiritualidad presbiteral en América Latina ................. 51
7. El Espíritu Santo en la vida del sacerdote ...................... 70
8. Retos y medios para la espiritualidad presbiteral ............ 78

Capítulo II. LA VOCACIÓN ................................................ 89


9. Qué es la vocación sacerdotal .......................................... 89
10. Cómo surge una vocación ................................................ 93
11. Familia y vocación ........................................................... 99
12. Mediaciones de la vocación ............................................. 103
13. De dónde procedemos ...................................................... 107
14. De carne y del Espíritu .................................................... 110
15. Crisis en la vocación ...................................................... 113

Capítulo III. DIMENSIONES ................................................ 123


16. Servicio de la Palabra ...................................................... 123
17. Perspectivas y estímulos de la nueva evangelización
para la Iglesia en México ................................................. 129
18. Palabra de Dios e inculturación ....................................... 140
19. Servicio de la liturgia ....................................................... 157
20. Logros y retos de la inculturación litúrgica
en los pueblos indígenas .................................................. 163
21. Servicio del pastoreo ...................................................... 175

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ÍNDICE

22. Actitudes pastorales .......................................................... 182


23. Opciones prioritarias ........................................................ 190
24. La inculturación del Evangelio y de la Iglesia
en los pueblos indígenas ................................................ 201
25. La pastoral indígena latinoamericana
en la V Conferencia en Aparecida .................................. 215

Capítulo IV. RELACIONES................................................... 217


26. Relación con la propia familia.......................................... 217
27. Relación con los laicos ..................................................... 221
28. Relación con religiosos y religiosas ................................. 224
29. Relación con la mujer ....................................................... 225
30. Relación con María, madre del sacerdote ........................ 231
31. Relación con América Latina.......................................... 233

Capítulo V. EXIGENCIAS ................................................... 239


32. ¿Por qué falla o triunfa un sacerdote? .............................. 239
33. Madurez humana .............................................................. 247
34. Obediencia ........................................................................ 254
35. Castidad ............................................................................ 258
36. Pobreza ............................................................................. 263
37. La oración del sacerdote ................................................... 268
38. El sacerdote ante la cruz ................................................... 275
39. Misioneros de esperanza ................................................. 278

Capítulo VI. SÍNTESIS VITAL ............................................ 307


40. Mi secreto para ser feliz ................................................... 307
41. Utopía de figura sacerdotal............................................... 312
42. A los veinticinco años ...................................................... 315
43. Mi testamento ................................................................... 322
44. Cámara hiperbárica, o Sagrario ....................................... 324

Capítulo VII. FORMACIÓN SACERDOTAL ..................... 327


45. Ser pastor en el Seminario ................................................ 327
46. Visión de conjunto sobre la formación sacerdotal
en América Latina .......................................................... 332

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ÍNDICE

47. Integración de las dimensiones


de la formación sacerdotal ............................................... 342
48. Caminos para la formación sacerdotal
de candidatos indígenas .................................................... 348
49. Hacia una formación sacerdotal inculturada .................... 360
50. La formación sacerdotal inculturada
en el Magisterio de la Iglesia............................................ 367
51. Conclusiones del Encuentro sobre el abandono
del ministerio presbiteral .................................................. 376
52. Encuesta a sacerdotes mexicanos sobre las causas
del abandono del ministerio presbiteral .......................... 387
53. Causas del abandono del ministerio presbiteral
en América Latina ............................................................ 393
54. Carta a sacerdotes jóvenes................................................ 412
55. Formación sacerdotal y pederastia .................................. 416

Capítulo VIII. HOMILÍAS SACERDOTALES ...................... 419


Introducción ........................................................................... 419
56. Sacramentos de Cristo ...................................................... 420
57. Apasionados por Cristo .................................................... 425
58. Consagrados por el Espíritu ............................................. 428
59. Enviados por el Padre ....................................................... 433
60. Colaboradores de Jesucristo ............................................. 439
61. Amigos y testigos de Jesús ............................................... 444
62. Ungidos para evangelizar a los pobres ............................. 448
63. Llamados para el servicio ................................................. 456
64. Testigos de Cristo Resucitado .......................................... 460
65. Elegidos para ser profetas................................................. 465
66. Presbíteros para una Iglesia autóctona, liberadora
y evangelizadora ............................................................... 469
67. Presbíteros para una Iglesia servidora, en comunión
y bajo la guía del Espíritu ................................................. 473
68. Identidad y misión del sacerdote ...................................... 479
69. Centrados en Cristo .......................................................... 485
70. Encarnados en la cultura................................................... 488
71. Célibes por el Reino de Dios ............................................ 491

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ÍNDICE

72. Discípulos y compañeros de Jesús ................................... 495


73. Bodas de oro sacerdotales
del Pbro. Eugenio Alvarez Figueroa ................................ 498
74. Elegidos para ser enviados ............................................... 502
75. Santos y misericordiosos .................................................. 506

6
PRESENTACIÓN

¡Ser sacerdote vale la pena!

Esta es mi convicción más profunda y el testimonio más decidido que


pretendo compartir.
Dios Padre, por la unción del Espíritu Santo, me ha regalado la gracia
de ser sacerdote, sacramento de Jesucristo su Hijo, en la iglesia, para co-
laborar en la salvación de mis hermanos los hombres y las mujeres, bajo
la protección maternal de Santa María, la Virgen.
Al cumplir cincuenta años de vida sacerdotal, quiero compartir con
la comunidad eclesial mi profundo agradecimiento a Dios por este don
tan inmerecido, y ratificar mi decisión, consciente, definitiva y alegre, de
seguir luchando por ser más fiel a esta vocación.
Escribí una buena parte de este libro hace veinticinco años, con mo-
tivo de mis bodas de plata presbiterales; ahora lo ofrezco siendo obispo
de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, actualizando algunos puntos con
los recientes documentos del Magisterio de nuestra Iglesia y con la ex-
periencia de caminar 22 años en el servicio episcopal. Comparto algunas
conferencias o pláticas espirituales que he dado en diversas ocasiones, y
que pueden contener algunas repeticiones con otros temas; pero preferí
dejarlas como fueron dichas, pues son parte de la historia.
Al presentar mis experiencias y reflexiones, fruto de todos estos años,
sólo deseo aportar unas pistas a mis hermanos sacerdotes, para que gocen
más su consagración; anhelo estimular a los seminaristas, para que se
entreguen de lleno a su formación; pretendo contagiar a otros jóvenes,
para que se animen a seguir esta vocación, y expresar a los laicos de qué
forma pueden comprender mejor a los sacerdotes y ayudarnos a ser más
santos.
Sean estas páginas, también, un homenaje y un agradecimiento a
quienes, siendo expresiones visibles del amor de Dios hacia un servidor,
han intervenido de alguna forma en mi vida y en mi vocación: a mis

7
PRESENTACIÓN

padres y familiares, a mis formadores y superiores, a mis compañeros y


amigos, a mis colaboradores y bienhechores, a los feligreses de las parro-
quias donde he servido, a las varias generaciones de seminaristas que he
podido acompañar, a las diócesis de Toluca, Tapachula y San Cristóbal
de Las Casas, a los indígenas de las diferentes etnias, a los hermanos
obispos, a los sacerdotes y religiosas con quienes he compartido la vida.
Gracias a quienes me acompañan con su oración.

¡Que el Señor les pague!

+ Felipe Arizmendi Esquivel


Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SIGLAS

AA Apostolicam actuositatem, Decreto sobre el apostolado de los se-


glares, del Concilio Vaticano II
AG Ad gentes, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, del
Concilio Vaticano II.
CELAM Consejo Episcopal Latinoamericano.
CIC Código de Derecho Canónico (12 enero 1983).
DEVYM Departamento de Vocaciones y Ministerios del CELAM.
DP Documento de Puebla, de la III Conferencia General del Episco-
pado Latinoamericano (1979).
DV Dei Verbum, Constitución sobre la Divina Revelación, del Conci-
lio Vaticano II.
DMVP Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de la
Congregación para el Clero (31 enero 1994)
EAm Exhortación postsinodal Ecclesia in America, del Papa Juan
Pablo II (22 enero 1999)
EN Evangelii nuntiandi, Exhortación Apostólica de Pablo VI (8 di-
ciembre 1975).
GS Gaudium et spes, Constitución sobre la Iglesia en el mundo ac-
tual, del Concilio Vaticano II.
LG Lumen gentium, Constitución sobre la Iglesia, del Concilio Vati-
cano II
LOR L’Osservatore Romano, edición semanal en español.
NBFSM Normas Básicas para la Formación Sacerdotal en México, de la
Conferencia del Episcopado Mexicano (2012).
OECS Orientaciones para la Educación en el Celibato Sacerdotal, de la
Congregación para la Educación Católica (11 abril 1974).
OGLH Ordenación General de la Liturgia de las Horas, de la Congrega-
ción para el Culto Divino (11 abril 1971).
OSLAM Organización de Seminarios Latinoamericanos.
OT Optatam totius, Decreto sobre la formación sacerdotal, del Con-
cilio Vaticano II.

9
SIGLAS

PO Presbyterorum Ordinis, Decreto sobre el ministerio y vida de los


presbíteros, del Concilio Vaticano II.
RFIS Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis, de la Congrega-
ción para la Educación Católica (19 marzo 1985).
SC Sacrosanctum Concilium, Constitución sobre la sagrada liturgia,
del Concilio Vaticano II
SRS Sollicitudo rei socialis, Carta Encíclica de Juan Pablo II (30 di-
ciembre 1987).

10
CAPÍTULO I
EL SER

1. EL SACERDOTE:
SACRAMENTO DE CRISTO CABEZA

Ser sacerdote es un misterio y una gracia. Un misterio, porque es


imposible comprenderlo plenamente. Una gracia, porque nadie es capaz
de merecerlo.

Cristo sacerdote
Jesucristo, Hijo eterno del Padre e hijo de María, por tanto Hijo del
Hombre, es el origen y fundamento de todo sacerdocio (cf LG 28;PO 2).
Por su encarnación, logra la máxima comunión entre Dios y el hom-
bre (cf 1 Tim 2,5; Hebr 2,11-17).
Por su muerte y resurrección, restablece la alianza que había destrui-
do el pecado (cf Lc 22,20; Rom 8,31-39; Hebr 8,6-13; LG 3; SC 5).
Por el Espíritu Santo, continúa realizando su obra en la Iglesia (LG4;
SC 6).
Redime, libera, salva, rescata a sus hermanos y hermanas, hombres
y mujeres. Se ofrece como víctima perfecta, para que tengamos vida, y
vida en abundancia. Su Palabra engendra, en quien lo acepta, todos los
dones y gracias de Dios mismo (cf Jn 10,10; Hebr 10,10.14).
Él quiere que su servicio vivificador llegue a todos los seres humanos
y a todos los tiempos. Para eso, comparte su propio ministerio a quienes,
por el bautismo, nos integramos a su Cuerpo (cf Mc 16,15; Hech 1,8;
Rom 6,1-11); pues todos los cristianos, al ser bautizados, participamos
de su sacerdocio. Y, en cierta forma, todo ser humano es una encarnación
suya (cf 1 Pedr 2,9; Mt 25,40.45; LG 10).

11
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Cristo Cabeza

Jesucristo establece una familia, funda una casa, forma una comu-
nidad, origina una Iglesia, encabeza un cuerpo, preside un pueblo (cf Mt
16,18; Ef 2,19-22; Hebr 3,6; LG 3; SC6).
Todo su pueblo es sacerdotal. Toda la Iglesia participa de su sacer-
docio. Todos en su cuerpo tienen una vocación sacerdotal (cf Apoc 1,6;
5,9-10; LG 10).
Sin embargo, el ser cabeza de esa familia es algo esencialmente pro-
pio y característico de Él. No todos pueden ser cabeza (cf 1 Cor 3,11;
1 Pedr 2,4-8; Hech 4,1 1-12).
Escoge, por eso, a algunos para que hagan sus veces al frente de la
Iglesia. Les confiere su propia misión. Les encarga su misma responsa-
bilidad y tarea. Les hace sus sacramentos, o sea: medios por los cuales
Él sigue ejerciendo su ser y hacer (cf Mt 16,18-19; 18,18; 10,40; LG
18-29; PO 2).
Jesucristo es el punto de arranque de nuestra fe, el origen de nuestra
Iglesia, el centro de referencia para nuestro camino. Lo que Él hizo y
ordenó, es lo que marca la identidad de lo que creemos y vivimos. Él,
y sólo Él, es el sumo y eterno sacerdote, origen y modelo de nuestro
sacerdocio.

Jesucristo y los Apóstoles


Jesús escogió, por su propia voluntad, a quienes Él determinó: “Su-
bió al monte y llamó a los que El quiso, y vinieron con Él. Instituyó Doce,
para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar, con poder de
expulsar los demonios” (Mc 3,13-15). “Se me ha dado todo poder en el
cielo y en la tierra; vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y sepan que yo
estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20).
A ellos les confió sus poderes, incluso el de perdonar pecados, que
es exclusivo de Dios: “Como el Padre me envió, también yo los envío.
Dicho ésto sopló sobre ellos y les dijo: Reciban al Espíritu Santo. A
quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los

12
EL SER

retengan, les quedan retenidos” (Jn 20,21-23). Les dio también faculta-
des para expulsar demonios y curar enfermos: “Llamando a sus doce
discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos,
y para sanar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 10,1). En la última
cena, les encargó lo más sublime: su presencia permanente en la Eucaris-
tía, y les ordenó celebrarla siempre (cf Lc 22,19-20; 1 Cor 11,23-25). Así
procedieron los apóstoles y aquellos a quienes eligieron y consagraron
como colaboradores inmediatos, los presbíteros o sacerdotes (cf Tit 1,5;
Hech 20,28).
Sin embargo, los apóstoles elegidos por Jesús no eran universitarios,
letrados, hombres de posición social y política importante, sino rudos
pescadores, hombres del pueblo, limitados, frágiles, con defectos, pe-
cadores como todos. Por medio de ellos, Dios quiso continuar la obra
de Jesús: la salvación del mundo. Para eso formó su Iglesia, que somos
todos los bautizados, en la que ocupan un lugar especial los sacerdotes.
Esos apóstoles con frecuencia no le entendían a Jesús y temían pre-
guntarle sobre algunos asuntos, en particular sobre su muerte en cruz
que les anunciaba (cf Lc 9,45). A veces tenían la mente embotada y le
malinterpretaban (cf Mt 16,5-12). Otras veces, discutían entre ellos quién
sería el más importante (cf Lc 9,46) y reñían por ocupar los primeros
puestos (cf Mc 10,35-41). Experimentan temor ante el mar embravecido
y estupor ante el milagro de Jesús (cf Lc 8,22-25). Al compartirles Jesús
cuánto deberá sufrir, Pedro no le comprende, e intenta hacerlo cambiar
de camino. Jesús le llama “Satanás”, porque sus pensamientos no son los
de Dios (cf Mt 16,21-23).
Judas lo traiciona y lo vende (cf Mt 26,14-16). En el Huerto de los
Olivos, se duermen y no le acompañan en su angustia y dolor (cf Mt
26,36-46). A la hora de la cruz, a pesar de que le habían prometido ir
con Él hasta la muerte, todos lo abandonan, menos Juan, (cf Jn 11,16; Mt
26,56). Pedro lo niega tres veces, aunque ya Jesús se lo había advertido
(cf Lc 22,31-34; Mt 26,69-75). Les regaña por incrédulos ante su resu-
rrección (cf Mc 16,11-14).
Pablo y Bernabé discuten acremente por llevar o no llevar consigo a
un colaborador, llamado Juan Marcos (cf Hech 15,36-40). Pablo se en-
frenta a Pedro y le llama la atención (cf Gál 2,11-14). Pablo nos describe
sus luchas internas, pues dice que a veces no hace lo que quiere, sino lo

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SER SACERDOTE VALE LA PENA

que no quiere (cf Rom 7,14-25; 2 Cor 12,7-10). En resumen, la Biblia no


desconoce, ni oculta, las limitaciones de los mismos apóstoles, elegidos
por Jesús.

Sacerdote: sacramento de Cristo cabeza


“El sacerdocio de los presbíteros se confiere por aquel especial
sacramento con el que ellos, por la unción del Espíritu Santo, quedan
sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sa-
cerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza”
(PO 2; cf LG 10 y 28).
He aquí el misterio del presbítero. No consiste en ejercer un cargo
cualquiera. No es desempeñar una función secundaria y burocrática. Es,
con toda verdad, actuar como “otro Cristo”. Y no como lo puede y debe
hacer cualquier bautizado, sino como cabeza de la comunidad, como ca-
beza de la Iglesia.
¡Tremenda dignidad y gratísima responsabilidad! ¡Quién puede me-
recer tal vocación! ¡Quién puede tener derecho a ella!

Lo divino en el sacerdote
El sacramento del bautismo hace al sacerdote, como a todos los de-
más fieles, miembro vivo del cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Por el
bautismo, todos recibimos “de Él una participación real y ontológica en
su eterno y único sacerdocio” (Juan Pablo II: Exhortación Pastores dabo
vobis [PDV], 13); sin embargo, por el sacramento del Orden, hay una “li-
gazón ontológica específica que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sa-
cerdote y buen Pastor” (PDV 11), pues lo “configura con Cristo Cabeza
y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia” (PDV 3). Esta “relación entre
el Señor Jesús y el sacerdote es ontológica y psicológica, sacramental y
moral” (PDV 72).
Por la ordenación presbiteral, “el presbítero encuentra la plena ver-
dad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y
una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva
y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdo-
te” (PDV 12). Por ello, está llamado a “prolongar la presencia de Cristo,

14
EL SER

único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una


transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado” (PDV
15). Son, “en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramen-
tal de Jesucristo Cabeza y Pastor” (Ib). Su vida y su actuación pastoral
han de servir “para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edifica-
ción de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y actuando
en su nombre” (Ib), pues a los presbíteros “el Espíritu Santo, mediante
la unción sacramental del Orden, los configura con un título nuevo y
específico a Jesucristo Cabeza y Pastor, los conforma y anima con su
caridad pastoral y los pone en la Iglesia como servidores autorizados
del anuncio del Evangelio a toda creatura y como servidores de la pleni-
tud de la vida cristiana de todos los bautizados” (Ib). De esta forma, son
llamados a “perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio”, a participar
“de su sagrada misión” (Ib).
En comunión con su obispo, “con Pedro y bajo Pedro”, nunca por su
cuenta ni aislado de la comunión presbiteral, el sacerdote está “al frente
de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo,
que también está al frente de la Iglesia y del mundo” (PDV 16; cf Nos.
17 y 22). Se convierte en “instrumento vivo” de Cristo, Sacerdote eterno,
“para proseguir en el tiempo su obra admirable” (PDV 20), pues “el
presbítero participa de la consagración y misión de Cristo de un modo
específico y auténtico, o sea, mediante el sacramento del Orden, en vir-
tud del cual está configurado con Cristo Cabeza y Pastor, y comparte la
misión de ‘anunciar a los pobres la Buena Noticia’, en el nombre y en
la persona del mismo Cristo... La vida y el ministerio del sacerdote son
continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo” (PDV 18).
Podemos decir con un gozo sencillo y pleno: “Esta es nuestra identi-
dad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza
de nuestra vida” (PDV 18).
Al resaltar hoy la dignidad y misión de los sacerdotes, no pretendo
restar importancia a los diáconos, a las religiosas, a los religiosos, a los
fieles laicos y laicas en general. La Iglesia no es sólo la jerarquía. Esta es
imprescindible, pero entre todos formamos un solo cuerpo, una familia,
una comunión, donde todos somos importantes, como dice el Concilio
Vaticano II: “Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido
constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los

15
SER SACERDOTE VALE LA PENA

demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la digni-


dad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del
Cuerpo de Cristo” (LG 32).

Testimonio de San Juan María Vianey


Con ocasión del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Via-
ney, patrono de todos los sacerdotes del mundo, el Papa Benedicto XVI
nos recordó algunas expresiones de este santo sobre su conciencia sacer-
dotal, que, como reconoce el mismo Papa, nos pueden parecer exagera-
das, no conformes con nuestros tiempos, pero que son profundamente
verdaderas.
"El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús", repetía con frecuen-
cia el Santo Cura de Ars. "Un buen pastor, un pastor según el Corazón
de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una
parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina".
"¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría... Dios
le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír
su voz y se encierra en una pequeña hostia...". Explicando a sus fieles la
importancia de los sacramentos decía: "Si desapareciese el sacramento
del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario?
El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sa-
cerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El
sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola
por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sa-
cerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién
la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote...
¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá
en el cielo".
"Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre
la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor... Sin el sacerdote, la
muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote
continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De qué nos serviría
una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El
sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puer-
ta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes...

16
EL SER

Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bes-
tias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para ustedes".
Sin embargo, advertía: "La mayor desgracia para nosotros los pá-
rrocos, es que el alma se endurezca". "La causa de la relajación del
sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que
celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!". "Todas las buenas
obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son
obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios". "¡Cómo
aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las ma-
ñanas!".

Lo humano del sacerdote


En contraste con la sublimidad de esta vocación, ¡cuántos sacerdotes
han enlodado su identidad y desprestigiado al sacerdocio y a la Iglesia!
Los casos de pederastia clerical, los antitestimonios de obispos y sacer-
dotes, influyen para que algunas o muchas personas se alejen no sólo de
la Iglesia, sino de Dios. Son pecados que avergüenzan, lastiman, dañan
y a todos hacen sufrir.
Lo más contrario a esta noble consagración; lo que menos refleja el
sacerdocio de Cristo, es un sacerdote permanentemente malhumorado,
seco, frío, enojón, impaciente, dinerero, borracho, irrespetuoso con las
mujeres, lujurioso, atrapado en la pornografía, grosero en su lenguaje,
intolerante, impuntual, sucio, engreído, irresponsable, mentiroso, flojo,
apático, ambicioso, intrigante, vanidoso, aburguesado, mundano, caci-
que, impositivo, metido en negocios sucios, que se avergüenza de su
origen y de su familia, que es negativo y pesimista por sistema, que no
controla sus emociones, que menosprecia a los pobres y se empeña en
darse seguridad sólo por sus relaciones con los poderosos, que se aísla
y desconfía de todos, que no dialoga y no sabe escuchar, que no vive en
comunión con su obispo y con sus hermanos presbíteros, que acapara la
pastoral como si fuera dueño de la Iglesia, que no se actualiza doctrinal
y pedagógicamente, que celebra con rutina la Misa y los sacramentos,
que no dedica tiempo al confesionario, que no visita a los enfermos, que
no se preocupa pastoralmente por los jóvenes, los niños y las familias,
que no ama preferencialmente a los pobres, que, en una palabra, vive su

17
SER SACERDOTE VALE LA PENA

sacerdocio como un oficio, y no como una consagración amorosa; que


no ama con pasión y entrega a la Iglesia como lo hace Cristo, hasta dar
la vida por ella, para hacerla santa y espléndida, sino que, al contrario,
abusa de ella y la mancha. ¡Qué pena, qué vergüenza, qué dolor, cuando
nos encontramos estos casos!
En su carta por el Jubileo del Santo Cura de Ars, el Papa reconoce
que “hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia
misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos
casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante es-
tas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar
escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el
reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en
espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a
Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes”.
Por ello, el Papa nos invita a tener “presente a todos los presbíteros
que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo
a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensa-
mientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo
no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su
caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta
de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones,
perseveran en su vocación de "amigos de Cristo", llamados personal-
mente, elegidos y enviados por Él?”.
La identidad sacramental con Cristo exige al sacerdote procurar ser
cada día más y más santo, pues “está llamado a hacerse epifanía y trans-
parencia del buen Pastor que da la vida” (PDV 49). Por ello, “el pres-
bítero, llamado a ser ‘imagen viva’ de Jesucristo Cabeza y Pastor de la
Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible,
aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre
y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los
demás... Para que su ministerio sea humanamente lo más creíble y acep-
table, es necesario que el sacerdote plasme su personalidad humana de
manera que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuen-
tro con Jesucristo Redentor del hombre” (PDV 43).
“En la Iglesia misterio, el sacerdote está llamado, mediante la for-
mación permanente, a conservar y desarrollar en la fe la conciencia de

18
EL SER

la verdad entera y sorprendente de su propio ser, pues él es ‘ministro


de Cristo y administrador de los misterios de Dios’ (1 Cor 4,1)… Esto
es posible sólo en la fe, sólo con la mirada y los ojos de Cristo. En este
sentido, se puede decir que la formación permanente tiende a hacer que
el sacerdote sea una persona profundamente creyente y lo sea cada vez
más; que pueda verse con los ojos de Cristo en su verdad completa. Él
debe custodiar esta verdad con amor agradecido y gozoso; debe reno-
var su fe cuando ejerce el ministerio sacerdotal: sentirse ministro de
Jesucristo, sacramento del amor de Dios al hombre, cada vez que es
mediador e instrumento vivo de la gracia de Dios a los hombres; debe
reconocer esta misma verdad en sus hermanos sacerdotes. Este es el
principio de la estima y del amor hacia ellos” (PDV 73).
El reto que tenemos es, desde el Seminario y en la formación perma-
nente, poner todos los medios posibles para que los sacerdotes vivan en
conformidad con esta vocación tan alta, pero también tan exigente, pues
ni más ni menos que el modelo a imitar es Cristo, “Cabeza y Pastor,
Siervo y Esposo de la Iglesia” (PDV 3).
Oremos por la santificación de nuestros sacerdotes y obispos. Y
cuando veamos que un sacerdote no vive conforme a su vocación, siga-
mos el consejo de Jesús: Habla primero a solas con él; si no se corrige,
vayan dos o tres y háganle ver sus fallas; si sigue igual, hasta entonces
hay que acudir a los responsables de la comunidad, al párroco, al Vicario
de Pastoral, al Vicario General, al Obispo (cf Mt 18,15-18).
Nuestro único Salvador es Jesucristo, y Él nunca cometió pecado.
Nuestra fe está centrada en Él. Aunque el Papa, los obispos, los sacer-
dotes fallemos, Jesucristo no falla y hay que adherirnos profundamente
a Él. Que los pecados de los ministros de la Iglesia no nos alejen de Él.
Que seamos adultos en la fe, para recibir los sacramentos por parte de
los sacerdotes, aunque los vasos sean de barro y no estén tan limpios,
ni sean de oro ni de plata. Lo definitivo es no morir de hambre y sed de
Dios, aunque los canales por los que nos llega la gracia de Dios no sean
tan dignos como deberían ser. En lo humano sacerdotal, se esconde el
misterio de la presencia sacramental de Jesús. ¡Que el Espíritu Santo y la
Virgen María nos fortalezcan y sostengan en esta fe!

19
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Fe y coherencia

Para aceptar y vivir esta sacramentalidad, en sí mismo y en los de-


más, se necesita mucha fe. Porque lo que vemos con los ojos del cuerpo
en un sacerdote, es sólo una persona humana como todas las demás, con
sus cualidades y sus defectos. Pero detrás de esa realidad, está Cristo
actuando y ejerciendo su ministerio al frente de la Iglesia.
Para mí, ésta es una de las exigencias más grandes: tener fe en que
estoy haciendo visible a Jesucristo; estar consciente de que, por mis pala-
bras, habla Él y que, por mis acciones, es Él quien actúa.
Esto me obliga a preguntarme en toda circunstancia: ¿En este mo-
mento, qué haría Jesús? ¿Qué actitud asumiría? ¿Qué palabra diría?
Cuando fallo en cualquier aspecto, estoy traicionando mi identidad;
le estoy haciendo quedar mal a Él.
Tener conciencia de mi vocación sacerdotal, es una urgencia de
transformarme más y más en Él.

Gratitud y súplica
¡Gracias, Señor, por haberme llamado a ser tu sacramento!
Gracias por el sacerdocio del Papa, de los Obispos y de todos mis
hermanos presbíteros.
Gracias porque no te has arrepentido de confiarnos, a hombres débi-
les y pequeños, tu misión en la Iglesia.
Perdona tantas infidelidades, mías y de los demás. Perdona que, por
nuestras deficiencias, haya muchas personas que se alejan de ti. Perdona
que, a veces, seamos los primeros en no creer lo que somos.
Ayúdame, y ayúdanos, a ser te fieles; a ser lo que somos; a valorar lo
que has realizado en nuestra ordenación sacramental.
Danos tu Espíritu, para que nos haga signos eficaces de tu pre-
sencia.
Y que María, Madre de nuestro sacerdocio, tuyo y nuestro, nos cuide
siempre, como lo hizo contigo. Amén.

20
EL SER

Lectura de Pastores dabo vobis, para meditación personal:

13. Jesucristo ha manifestado en sí mismo el rostro perfecto y defi-


nitivo del sacerdocio de la nueva Alianza. Esto lo ha hecho en su vida te-
rrena, pero sobre todo en el acontecimiento central de su pasión, muerte
y resurrección.
Como escribe el autor de la Carta a los Hebreos, Jesús siendo hom-
bre como nosotros y a la vez el Hijo unigénito de Dios, es en su pro-
pio ser mediador perfecto entre el Padre y la humanidad (cf. Heb 8-9);
Aquel que nos abre el acceso inmediato a Dios, gracias al don del Espí-
ritu: «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abbá, Padre!» (Gál 4, 6; cf. Rom 8,15).
Jesús lleva a su plena realización el ser mediador al ofrecerse a sí
mismo en la cruz, con la cual nos abre, una vez por todas, el acceso al
santuario celestial, a la casa del Padre (cf. Heb 9, 24-26). Comparados
con Jesús, Moisés y todos los mediadores del Antiguo Testamento entre
Dios y su pueblo —los reyes, los sacerdotes y los profetas— son sólo
como «figuras» y «sombra de los bienes futuros, no la realidad de las
cosas» (cf. Heb 10, 1).
Jesús es el buen Pastor anunciado (cf. Ez 34); Aquel que conoce a
sus ovejas una a una, que ofrece su vida por ellas y que quiere congre-
gar a todos en «un solo rebaño y un solo pastor» (cf. Jn 10, 11-16). Es
el Pastor que ha venido «no para ser servido, sino para servir» (cf. Mt
20, 24-28), el que, en la escena pascual del lavatorio de los pies (cf. Jn
13, 1-20), deja a los suyos el modelo de servicio que deberán ejercer los
unos con los otros, a la vez que se ofrece libremente como cordero ino-
cente inmolado para nuestra redención (cf. Jn 1, 36; Ap 5, 6.12).
Con el único y definitivo sacrificio de la cruz, Jesús comunica a to-
dos sus discípulos la dignidad y la misión de sacerdotes de la nueva y
eterna Alianza. Se cumple así la promesa que Dios hizo a Israel: «Seréis
para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19, 6). Y todo
el pueblo de la nueva Alianza —escribe San Pedro— queda constituido
como «un edificio espiritual», «un sacerdocio santo, para ofrecer sacri-
ficios espirituales aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 Pe 2,
5). Los bautizados son las «piedras vivas» que construyen el edificio es-
piritual uniéndose a Cristo «piedra viva... elegida, preciosa ante Dios»

21
SER SACERDOTE VALE LA PENA

(1 Pe 2, 4.5). El nuevo pueblo sacerdotal, que es la Iglesia, no sólo tiene


en Cristo su propia imagen auténtica, sino que también recibe de Él una
participación real y ontológica en su eterno y único sacerdocio, al que
debe conformarse toda su vida.

Para la reflexión personal:


1. ¿Me siento plenamente realizado en mi sacerdocio, o manifiesto al-
gunos signos de frustración?
2. ¿Quién es Jesucristo para mí? ¿Cuál es mi experiencia de Él? ¿Qué
encuentros significativos he tenido con Él?
3. ¿Cómo estoy viviendo mi identificación ontológica, psicológica, sa-
cramental y moral con Jesucristo, Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo
de la Iglesia?
4. ¿Cuáles de mis actitudes reflejan a Jesucristo y cuáles no?
5. ¿Qué aspectos de mi vida debo mejorar, para ser una imagen, una
transparencia, una prolongación del mismo Cristo?

22
EL SER

2. EL SACERDOTE:
MINISTRO DE LA IGLESIA

Dios es comunidad. Dios es familia. Dios es Trinidad (cf DP 582).


Dios no quiere salvarnos ni santificarnos aisladamente, puesto que
nada hay más contrario a Él que el individualismo, el aislamiento y la
división (cf LG 9).
Por eso, Jesucristo establece una comunidad que sea imagen de la
Trinidad, es decir, la Iglesia (cf Mt 16,18).
Al frente de su Iglesia quiso poner a Pedro y a los apóstoles, para que
fueran los continuadores de lo que Él había hecho. Sus sucesores, el Papa
y los Obispos, tienen la misma encomienda (cf LG 18-20).
Los sacerdotes son sacramentos de Cristo, en la Iglesia y para la Igle-
sia, para la salvación del mundo y el establecimiento del Reino de Dios,
como colaboradores de los Obispos (cf LG 28; PO 2). Por tanto, nuestro
sacerdocio nos exige amar siempre a la Iglesia de Jesucristo, tal como
existe hoy y con la jerarquía que Él estableció.
Jesucristo es cabeza y esposo de la Iglesia. Por eso, la amó y se en-
tregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificarla y hacerla resplan-
deciente (cf Ef 5,23-27).
Los sacerdotes no podemos actuar en forma distinta. Somos también
como la cabeza y el esposo de la Iglesia. No contraemos matrimonio con
una mujer, sino que nos desposamos con toda la Iglesia, con la comuni-
dad de los bautizados. Por tanto, hemos de amar a nuestra Iglesia como
a una verdadera esposa: entregarnos por ella, luchar por purificarla y
rejuvenecerla.
¡Cuánta pena me dan algunos sacerdotes que parecen estar especia-
lizados en criticar a la Iglesia, su madre, su esposa! Se parecen a esos
maridos que, después de un tiempo de casados, ya no tienen corazón
para descubrir las cualidades de su mujer, y se dedican sólo a resaltar sus
defectos, ante propios y extraños. ¡Qué poca fidelidad matrimonial!
Ciertamente nuestra Iglesia tiene muchas limitaciones. Ha cometido,
y comete hoy, errores de todo orden. Y mientras más profundiza uno en
su conocimiento, más fallas descubre. Pero... es mi esposa, es mi madre,
es mi Iglesia. Yo la escogí. Yo decidí amarla. Quiero seguirla amando
hasta siempre.

23
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Me duelen sus pecados; sufro por sus debilidades; me preocupan sus


deficiencias; me avergüenzan sus incoherencias; me taladran algunos de
sus procedimientos tan contrarios al Evangelio. Pero… es mi esposa, es
mi madre, es mi Iglesia, y la amo. La amo no por sus infidelidades, que
son las mías, sino porque en ella está Cristo: pobre, como en el pesebre
de Belén; desfigurado, como en el camino al Calvario; frío, como cuando
estaba cubierto por la loza del sepulcro... Pero es Cristo, al fin y al cabo,
presente tanto en la jerarquía como en los fieles. Con ellos Él se identifi-
ca y en ellos se hace presente.
En vez de gastar mis energías en criticar a mi esposa y mi madre, la
Iglesia, prefiero entregarme a su purificación. En vez de sentirme como
alguien que la juzga desde fuera y desde lejos, deseo seguir siendo parte
de ella, verla como mi propio cuerpo, purificarme a mí mismo y hacer
cuanto pueda para embellecerla y hacerla más digna.
No es que quiera cerrar los ojos a la realidad humana de la Iglesia; al
contrario, mientras más me adentro en su vida, más descubro sus limi-
taciones. Pero... así la aceptó Jesús; así la amó Jesús; así la quiero amar
yo también.
Cuánto me duele escuchar a algunos sacerdotes proferir, en toda cir-
cunstancia y ante cualquier público, sólo críticas, lamentos y malas inter-
pretaciones contra los obispos, contra la institución eclesiástica y hasta
contra el Papa. ¡Ni el Papa se les escapa!
Pregunto: ¿Aman de verdad a la Iglesia? Si tanto la critican, ¿por qué
permanecen en ella? ¿Son realmente católicos? Si casi nada les parece
bien, ¿por qué no hacen su Iglesia aparte? ¿No se explicará su actitud
por ciertos traumas que vienen arrastrando desde su infancia, sobre todo
contra cualquier figura paterna? ¿Cómo fue la relación con su padre?
Para mí, ser ministro de la Iglesia significa que no soy yo quien va a
inventar la Iglesia, ni que la voy a hacer como yo pienso y quiero, porque
no soy fundador de la Iglesia de Cristo, sino su servidor. Por tanto, mi
responsabilidad fundamental es luchar por que sea como Cristo quiso
que fuera.
En el Credo decimos: “Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica
y apostólica”. Esto significa: creo que la Iglesia católica ha conserva-
do, a pesar de sus limitaciones, la voluntad fundacional de Cristo. Creo
que, en su desarrollo como institución, ha actuado el Espíritu Santo, de

24
EL SER

acuerdo a las necesidades de cada época y lugar. Creo que la Iglesia Ca-
tólica, tal como es en la actualidad, no ha traicionado el plan original de
su fundador. No la considero sólo como una institución de poder o una
organización social, fruto de la evolución histórica. Por encima de todo
su aparato institucional, creo que está presente el Señor Jesús. A pesar,
repito, de que algunos, o muchos de nosotros, no seamos tan fieles y co-
herentes. A pesar de que algunos busquemos en ella una forma de tener
poder, o de pretender otros intereses propios del mundo de pecado (cf LG
8). Creo en el misterio de la Iglesia, porque en su humanidad pecadora,
actúa el Espíritu y Jesús sigue vivo y resucitado entre nosotros.
Soy ministro de una Iglesia, al frente de la cual Jesucristo puso al
Papa y a los Obispos, pues ellos son los sucesores de los Apóstoles. Ni el
Papa ni los Obispos son dueños de la Iglesia, sino servidores del Reino
de Dios, junto con todo el pueblo fiel. Los presbíteros son colaboradores
de los Obispos. Por tanto, un sacerdote no puede ser ministro de la Iglesia
según su exclusivo parecer, llevar su pastoral como a él le parece mejor,
inventar y cambiar según su gusto, sino trabajar siempre en comunión
con el Papa y su Obispo, y entre todos, luchar por ser fieles al Evangelio.
Pastores y fieles laicos, en comunión interna, debemos ayudar a descu-
brir lo que es más acorde con la voluntad de Jesús; pero fue a Pedro y
a los Apóstoles a quienes Jesús confío la dirección fundamental de su
Iglesia.
Esto exige plena comunión con el Papa y los Obispos, en especial
con el de la Iglesia particular. Comunión que empieza por conocer y
analizar su pensamiento, sus orientaciones y decisiones.
¿Cómo puede ser un buen ministro de la Iglesia quien no ha estudia-
do los documentos del Concilio Vaticano II? ¿Si desconoce la encíclicas
y documentos del Papa y de la Santa Sede? ¿Si celebra una liturgia con
rúbricas muy personales? ¿Si desprecia el Derecho Canónico? ¿De qué
Iglesia será ministro quien no ha leído ni asimilado, por ejemplo, los do-
cumentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida? ¿Si no se
preocupa por estar informado de la voz de sus Obispos? En vez de cons-
truir Iglesia, se puede generar una secta dentro de la misma diócesis.
Conocer, analizar, profundizar y llevar a la práctica estos documen-
tos, es querer ser ministro de esta Iglesia fundada por Cristo, y no cabeza
o fundador de otra diferente.

25
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Un medio muy práctico y sencillo para lograr esta comunión eclesial,


es suscribirse y leer sistemáticamente L’Osservatore Romano, para es-
tar en comunión con el Papa; conocer la documentación del episcopado
nacional y de la propia diócesis; participar en las reuniones diocesanas,
regionales y decanales. En el asilamiento pastoral, se pierde la comunión
eclesial.
Que María, La Madre de la Iglesia, nos acompañe, para que el Espí-
ritu Santo nos haga servidores fieles de la Iglesia de Jesucristo (cf Hech
1,14).

Lectura de Pastores dabo vobis, para meditación personal:


12. «La identidad sacerdotal —han afirmado los Padres sinoda-
les—, como toda identidad cristiana, tiene su fuente en la Santísima Tri-
nidad», que se revela y se autocomunica a los hombres en Cristo, cons-
tituyendo en Él y por medio del Espíritu la Iglesia como «el germen y el
principio de ese reino». La Exhortación Christi fideles laici, sintetizando
la enseñanza conciliar, presenta la Iglesia como misterio, comunión y
misión: ella «es misterio porque el amor y la vida del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo son el don absolutamente gratuito que se ofrece a
cuantos han nacido del agua y del Espíritu (cf. Jn 3, 5), llamados a re-
vivir la comunión misma de Dios y a manifestarla y comunicarla en la
historia (misión)».
Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria
en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana y, por
tanto, también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio.
En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el
sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucris-
to, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un
modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al
servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo.
Se puede entender así el aspecto esencialmente relacional de la iden-
tidad del presbítero. Mediante el sacerdocio que nace de la profundidad
del inefable misterio de Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de
Jesucristo y del don de la unidad del Espíritu Santo, el presbítero está
inserto sacramentalmente en la comunión con el Obispo y con los otros

26
EL SER

presbíteros, para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y atraer


a todos a Cristo, según la oración del Señor: «Padre santo, cuida en
tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros...
Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 11.21).
Por tanto, no se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdo-
cio ministerial si no es bajo este multiforme y rico conjunto de relaciones
que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la
Iglesia, como signo e instrumento, en Cristo, de la unión con Dios y de la
unidad de todo el género humano. Por ello, la eclesiología de comunión
resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad
original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo.
La referencia a la Iglesia es pues necesaria, aunque no prioritaria, en la
definición de la identidad del presbítero. En efecto, en cuanto misterio
la Iglesia está esencialmente relacionada con Jesucristo: es su plenitud,
su cuerpo, su esposa. Es el «signo» y el «memorial» vivo de su presencia
permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros. El presbítero
encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una
participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y
eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y
transparente de Cristo sacerdote. El sacerdocio de Cristo, expresión de
su absoluta «novedad» en la historia de la salvación, constituye la única
fuente y el paradigma insustituible del sacerdocio del cristiano y, en par-
ticular, del presbítero. La referencia a Cristo es, pues, la clave absoluta-
mente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales.

16. El sacerdote tiene como relación fundamental la que le une


con Jesucristo, Cabeza y Pastor. Así participa, de manera específica y
auténtica, de la «unción» y de la «misión» de Cristo (cf. Lc 4, 18-19).
Pero íntimamente unida a esta relación está la que tiene con la Iglesia.
No se trata de «relaciones» simplemente cercanas entre sí, sino unidas
interiormente en una especie de mutua inmanencia. La relación con la
Iglesia se inscribe en la única y misma relación del sacerdote con Cristo,
en el sentido de que la «representación sacramental» de Cristo es la que
instaura y anima la relación del sacerdote con la Iglesia.

27
SER SACERDOTE VALE LA PENA

En este sentido los Padres sinodales han dicho: «El sacerdote, en


cuanto que representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia,
se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. El
sacerdocio, junto con la Palabra de Dios y los signos sacramentales,
a cuyo servicio está, pertenece a los elementos constitutivos de la Igle-
sia. El ministerio del presbítero está totalmente al servicio de la Iglesia;
está para la promoción del ejercicio del sacerdocio común de todo el
Pueblo de Dios; está ordenado no sólo para la Iglesia particular, sino
también para la Iglesia universal (cf. Presbyterorum Ordinis, 10), en co-
munión con el Obispo, con Pedro y bajo Pedro. Mediante el sacerdocio
del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura
apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de
embajador de Cristo (cf. 2 Cor 5, 20). En esto se funda el carácter mi-
sionero de todo sacerdote.
Por tanto, el ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los
Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros,
una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al
cual sucede realmente, aunque el mismo tenga unas modalidades diver-
sas.
De ahí que no se deba pensar en el sacerdocio ordenado como si fue-
se anterior a la Iglesia, porque está totalmente al servicio de la misma;
pero tampoco como si fuera posterior a la comunidad eclesial, como si
ésta pudiera concebirse como constituida ya sin este sacerdocio.
La relación del sacerdocio con Jesucristo, y en Él con su Iglesia,
—en virtud de la unción sacramental— se sitúa en el ser y en el obrar del
sacerdote, o sea, en su misión o ministerio. En particular, «el sacerdote
ministro es servidor de Cristo, presente en la Iglesia misterio, comunión
y misión. Por el hecho de participar en la "unción" y en la "misión" de
Cristo, puede prolongar en la Iglesia su oración, su palabra, su sacri-
ficio, su acción salvífica. Y así es servidor de la Iglesia misterio porque
realiza los signos eclesiales y sacramentales de la presencia de Cristo
resucitado. Es servidor de la Iglesia comunión porque —unido al Obis-
po y en estrecha relación con el presbiterio— construye la unidad de la
comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas
y servicios. Por último, es servidor de la Iglesia misión porque hace a la
comunidad anunciadora y testigo del Evangelio».

28
EL SER

De este modo, por su misma naturaleza y misión sacramental, el sa-


cerdote aparece, en la estructura de la Iglesia, como signo de la priori-
dad absoluta y gratuidad de la gracia que Cristo resucitado ha dado a su
Iglesia. Por medio del sacerdocio ministerial la Iglesia toma conciencia
en la fe de que no proviene de sí misma, sino de la gracia de Cristo en
el Espíritu Santo. Los apóstoles y sus sucesores, revestidos de una au-
toridad que reciben de Cristo, Cabeza y Pastor, han sido puestos —con
su ministerio— al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo
sacramental de Cristo, que también está al frente de la Iglesia y del mun-
do, como origen permanente y siempre nuevo de la salvación, Él, que es
«el salvador del Cuerpo» (Ef 5, 23).

Para la reflexión personal:


1. ¿De qué forma manifiesto que mi relación con el Papa, la Curia Ro-
mana, mi Obispo, mi Presbiterio, los consagrados y los laicos, en es-
pecial con los pobres, es una expresión de fe, de amor, de encuentro
con Jesucristo, vivo hoy en su Iglesia?
2. ¿Cuál es mi actitud ante los demás hermanos sacerdotes?
3. ¿Cómo manifiesto amor esponsal a mi Iglesia Particular? ¿Qué
significa para mí ser cabeza, pastor, siervo y esposo de mi Iglesia?
¿Qué espiritualidad me exige la incardinación?
4. ¿En qué actitudes transparento a Cristo pastor y servidor, y en cuáles
manifiesto ser un cacique y un opresor? ¿Qué tanto “conozco” a mis
ovejas, en el sentido de que involucro mi propio ser con la realidad
que viven? ¿Mi mente y mi corazón se parecen al buen samaritano,
o al sacerdote y al levita?

29
SER SACERDOTE VALE LA PENA

3. EL SACERDOTE:
SERVIDOR DE LA HUMANIDAD

El Verbo eterno del Padre bajó del cielo y se encarnó “por nosotros
los hombres y por nuestra salvación” (Credo de la Misa).
Jesucristo estableció su Iglesia “como un sacramento, o sea signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano” (LG 1) y quiso que su Buena Nueva llegara “a toda la crea-
ción’’ (Mc 16,15).
Jesús, como dice San Pedro, “pasó haciendo el bien y curando a todos
los oprimidos por el diablo” (Hech 10,38). En efecto, los evangelistas
nos lo presentan siempre compadeciéndose de cuantos sufren: Mt, 8,16-
17; 9,35-38; 14,34-36; 15,29-31; Lc 4,40-41; 6,17-19, etc.
Se aplica a sí mismo el texto de Isaías: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la
Buena Nueva, a proclamar la liberación de los cautivos y dar la vista a los
ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia
del Señor” (Is 61,1-2; cf Lc 4,16-21).
Este es el signo que lo identifica como el Mesías esperado (cf Lc
7,18-23), Y este será el signo definitivo por el que nos aceptará o recha-
zará (cf Mt 25,31 46).
Por tanto, ser sacerdote como Cristo es dedicar la vida a servir (cf Mt
20,25-28; 23,11; Mc 9,33-35), incluso humillarse hasta lavar los pies de
los hermanos (cf Jn 13,4-15).
Jesús rechaza el poder político (cf Jn 6,14-15). Lo que le interesa es
sólo servir. Sin embargo, sabe aceptar honores y aclamaciones por parte
de los humildes y de los pecadores, a quien más ha dedicado su vida (cf
Mc 14,3-9; Lc 19,28-40).
Ser sacerdote no es buscar honores y privilegios; no es promoverse
social y económicamente. Es consagrar la vida, con todas sus energías,
a hacer el bien, con particular predilección por los que más sufren: los
pobres y los pecadores (cf DP 692 y 696).
Cuando alguien se decide a servir, está expuesto a sufrir, incluso has-
ta la muerte; pero también recibe el “ciento por uno”, ya desde esta vida,
y además la promesa de participar en la glorificación de Cristo (cf Mc
10,28-31; Filip 2,3 11).

30
EL SER

Este servicio a los hombres, en la vida de un sacerdote, tiene múlti-


ples expresiones. Enumeramos algunas:

• Visitar y atender a los enfermos, a cualquier hora del día y de la


noche, y en cualquier lugar en que se encuentren.
• Sentarse horas y horas en el confesionario, haga frío o calor.
• Dedicarse a evangelizar a personas, grupos o multitudes.
• Preparar e impartir una catequesis, una plática o una clase, don-
de se necesite.
• Escuchar pacientemente a quien busca orientación o consuelo.
• Participar en reuniones de todo tipo y con toda clase de perso-
nas, para el bien de la comunidad; convocarlas, prepararlas y
presidirlas.
• Estar cerca de las necesidades de nuestro pueblo y conocer sus
carencias.
• Acompañar a los pobres en su proceso evangélico de liberación
integral.
• Celebrar dignamente los sacramentos.
• Preparar a conciencia la homilía.
• Estudiar en casa, asistir a cursos y conferencias de actualiza-
ción.
• Orar personalmente y ofrecer la Liturgia de las Horas en nom-
bre de la comunidad, de la Iglesia y de toda la humanidad.
• Atender servicios burocráticos en una oficina.
• Promover la participación de los laicos y educar para los minis-
terios laicales.
• Cuidar al rebaño, para defenderlo de los lobos y de los falsos
pastores.
• Capacitar agentes de pastoral, en su triple vertiente.
• Visitar pastoralmente las familias.
• Buscar a los alejados.
• Convivir con los jóvenes
• Atender a los migrantes
• Visitar a los encarcelados
• Hacer presencia evangelizadora en los medios de comunicación
social.

31
SER SACERDOTE VALE LA PENA

• En una palabra, ir delante de las ovejas, conocerlas y ser cono-


cido, dar la vida por ellas (cf DP 681-684; PO 2 y 8).

¡Que triste espectáculo provoca un sacerdote que sólo hace algo si le


pagan! O quien cobra todo por adelantado, como requisito para hacer una
celebración, y hace cuentas de lo que éstas le pueden dejar... ¡Como si el
ministerio fuera un comercio y una fuente de ingresos!
Ser sacerdote es casi no tener tiempo para nosotros. Es tomar la de-
cisión, y sostenerla permanentemente, de que nuestra persona, nuestras
capacidades y hasta nuestras cosas sean para los demás. Es hacerse pan,
para ser comido por quien nos necesite (cf Mc 6,30-44).
Y parece mentira, pero es verdad: Cuanto más se desgasta uno en el
servicio de los demás, se disfruta de una profunda felicidad, se adquiere
una gran fecundidad pastoral, se logra una extraordinaria paternidad, se
realiza uno plenamente. Sólo así la vida es VIDA. Sólo así vale la pena
ser sacerdote.
Cuando veo sacerdotes amargados, tristes, llevando su vocación
como si fuera una carga insoportable, quejumbrosos de todo, incapaces
de dar y de darse sin medida, pienso que lo que necesitan —para que sean
felices y su vida no sea un fracaso— es poner todo su empeño en vivir
como servidores incondicionales de Cristo y de los hermanos (cf 2 Cor
6,1-13; 12,7-18).
Un buen sacerdote no es aquel que se contenta con cumplir sólo lo
mínimo de sus obligaciones; que descuelga el teléfono por la noche, sis-
temáticamente, para que no le molesten; que se limita a unos estrictos
horarios, sin flexibilidad pastoral; que se reduce perezosamente a los
límites geográficos de su parroquia y no colabora con los demás del de-
canato...
Servir es estar dispuesto a hacer cuanto se necesite, para que se ace-
lere la venida del Reino de Dios (cf 2 Pedr 3,12).
Servir es amar con un corazón amplio, generoso y desinteresado.
Servir es no apegarse a un lugar o a un cargo, sino estar siempre libre
y disponible para ir a donde los superiores nos quieran destinar.
Servir es decir siempre “sí”, cuando se trata de hacer un bien y, sobre
todo, de atender a quien sufre, aunque esto nos complique mucho la vida.
Obviamente, debe haber equilibrio y prudencia pastoral, en relación con

32
EL SER

otros deberes del propio ministerio, para no descuidar obligaciones fun-


damentales. Por ejemplo, los sacerdotes que desarrollan su ministerio
pastoral en un Seminario, no deben salir a celebrar todas las Misas que
les solicitan, ni atender cuanto los fieles les piden, porque descuidarían la
formación básica de los futuros servidores de la comunidad, con lo cual,
a la larga, se hace a ésta más daño que bien.
Servir es también saber descansar y cuidar la propia salud para rendir
mejor. La Biblia dice que Dios “descansó” (cf Gén 2,2-3; Ex 20,11; Hebr
4,4). Jesús, cansado, se quedó dormido en alguna ocasión e invitaba a sus
discípulos a descansar un poco (cf Mt 8,24; Mc 6,31). Somos limitados y
necesitamos tiempos y espacios de reposo. Pero, para descansar, hay que
haberse cansado antes...
Desempeñar un cargo importante en la diócesis, ¿es tener poder, o
es servir?
Ser cabeza, ¿es un honor y un privilegio, o una responsabilidad y una
tarea más pesada?
En la intencionalidad de Jesús, estar al frente de una comunidad (ser
párroco, obispo, decano, rector, etc.) es una invitación a dar la vida, y no
tanto ambición de poder (cf Jn 10,11.15; Ez 34,1-31; 1 Cor 4,9-15; 2Cor
4,10-12; Col 1,24).
Tener que tomar decisiones, como responsable de un cuerpo orgáni-
co, no es tarea fácil. Optar por un camino, después de escuchar y consul-
tar, es un servicio indispensable para el bien de la comunidad. No somos
un cuerpo amorfo, anárquico o democrático. En toda familia se requiere
el servicio de una autoridad. Así lo previó Jesús (cf Mt 16,18-19; Lc
22,31-32; Jn 21,15-17; Tit 1,5; Hech 20,28).
Ojalá que, quienes hemos sido llamados a ejercer un cargo importan-
te, tengamos siempre el espíritu de María, la humilde esclava del Señor
(cf Lc 2,38-40.56).

Lectura de Pastores dabo vobis, para meditación personal:

18. Como subraya el Concilio, «el don espiritual que los presbíte-
ros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y
restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta
los confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal participa

33
SER SACERDOTE VALE LA PENA

de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los


Apóstoles». Por la naturaleza misma de su ministerio, deben por tanto
estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y «de un es-
píritu genuinamente católico que les habitúe a trascender los límites de
la propia diócesis, nación o rito y proyectarse en una generosa ayuda
a las necesidades de toda la Iglesia y con ánimo dispuesto a predicar el
Evangelio en todas partes».
Además, precisamente porque dentro de la Iglesia es el hombre de la
comunión, el presbítero debe ser, en su relación con todos los hombres,
el hombre de la misión y del diálogo. Enraizado profundamente en la
verdad y en la caridad de Cristo, y animado por el deseo y el mandato
de anunciar a todos su salvación, está llamado a establecer con todos
los hombres relaciones de fraternidad, de servicio, de búsqueda común
de la verdad, de promoción de la justicia y la paz. En primer lugar con
los hermanos de las otras Iglesias y confesiones cristianas; pero también
con los fieles de las otras religiones; con los hombres de buena voluntad,
de manera especial con los pobres y los más débiles, y con todos aque-
llos que buscan, aun sin saberlo ni decirlo, la verdad y la salvación de
Cristo, según las palabras de Jesús, que dijo: «No necesitan médico los
que están sanos, sino los que están enfermos; no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores» (Mc 2, 17).
Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evan-
gelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor,
nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio
del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el
misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral,
marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre
sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos, en el respeto y
la promoción de los diversos cometidos, carismas y ministerios dentro
de la comunidad eclesial.
«Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4, 21).
Escuchemos una vez más estas palabras de Jesús, a la luz del sacerdocio
ministerial que hemos presentado en su naturaleza y en su misión. El
«hoy» del que habla Jesús indica el tiempo de la Iglesia, precisamente
porque pertenece a la «plenitud del tiempo», o sea, el tiempo de la sal-
vación plena y definitiva. La consagración y la misión de Cristo: «El

34
EL SER

Espíritu del Señor... me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena


Nueva» (Lc 4, 18), son la raíz viva de la que brotan la consagración y la
misión de la Iglesia «plenitud» de Cristo (cf. Ef 1, 23). Con la regenera-
ción bautismal desciende sobre todos los creyentes el Espíritu del Señor,
que los consagra para formar un templo espiritual y un sacerdocio santo
y los envía a dar a conocer los prodigios de Aquel que, desde las tinie-
blas, los ha llamado a su luz admirable (cf. 1 Pe 2, 4-10). El presbítero
participa de la consagración y misión de Cristo de un modo específico
y auténtico, o sea, mediante el sacramento del Orden, en virtud del cual
está configurado en su ser con Cristo, Cabeza y Pastor, y comparte la
misión de «anunciar a los pobres la Buena Noticia», en el nombre y en
la persona del mismo Cristo.
En su Mensaje final los Padres sinodales han resumido, en pocas
pero muy ricas palabras, la «verdad», más aún el «misterio» y el «don»
del sacerdocio ministerial, diciendo: «Nuestra identidad tiene su fuen-
te última en la caridad del Padre. Con el sacerdocio ministerial, por
la acción del Espíritu Santo, estamos unidos sacramentalmente al Hijo,
enviado por el Padre como Sumo Sacerdote y buen Pastor. La vida y el
ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del
mismo Cristo. Ésta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la
fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra vida».

Para la reflexión personal:


1. “Todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo
Dios, de quien es imagen” (EAm, 57; DP 306). ¿Qué haces para
defender los derechos humanos de los que sufren atropellos?
2. “La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales
la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados
de todo género. Su actitud debe incluir la asistencia, promoción,
liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no haya
en absoluto marginados” (EAm, 58). ¿De qué forma tu opción pre-
ferencial por los pobres incluye estas cuatro dimensiones?
3. “Hay que erradicar todo intento de marginación contra las pobla-
ciones indígenas... Hay que atender a sus legítimas necesidades so-
ciales, sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad de

35
SER SACERDOTE VALE LA PENA

reconciliación entre los pueblos indígenas y las sociedades en las


que viven” (EAm, 64). ¿Cuál es tu actitud ante los indígenas?
4. “La Iglesia en América debe ser abogada vigilante que proteja,
contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada
persona a moverse libremente dentro de su propia nación y de una
nación a otra. Hay que estar atentos a los derechos de los emigran-
tes y de sus familias, y al respeto de su dignidad humana, también
en los casos de inmigrantes no legales” (EAm, 65). ¿Qué haces por
los migrantes?

36
EL SER

4. EN COMUNIÓN CON EL OBISPO

Ser sacerdote no es un servicio autónomo e independiente, sino una


colaboración con el ministerio de los Obispos. Estos son los sucesores de
los Apóstoles y, por medio de ellos, Jesús quiere seguir actualizando su
sacerdocio (cf LG 20 y 28; PO 2).
Los sacerdotes participan del sacerdocio de Cristo no en forma di-
recta, sino por participación de los Obispos. Son consagrados para sus
cooperadores en orden a cumplir la misión apostólica que les confió
Jesucristo: “Por el don del Espíritu Santo que se ha dado a los presbíte-
ros en la sagrada ordenación, los Obispos los tienen como colaborado-
res y consejeros necesarios en el ministerio y oficio de enseñar, santifi-
car y apacentar al Pueblo de Dios” (PO 7; cf No. 2).
Esto quiere decir que, en cualquier acción pastoral que realicen, están
haciendo presente al Obispo. Presiden la comunidad en su nombre. Al
bautizar, absolver, celebrar la Eucaristía, asistir a los enfermos o ben-
decir a los esposos, representan al Obispo. Al evangelizar y predicar,
colaboran con su responsabilidad (cf LG 28 y PO 2).
“Todos los presbíteros, a una con los Obispos, de tal forma partici-
pan del mismo y único sacerdocio y ministerio de Cristo, que la misma
unidad de consagración y misión requiere su comunión jerárquica con
el orden de los Obispos” (PO 7; cf LG 28).
“El Obispo es maestro de la verdad, signo y constructor de la uni-
dad, pontífice y santificador” (DP 687-689). “Los presbíteros, por el sa-
cramento del orden, quedan constituidos en los colaboradores principales
de los Obispos, para su triple ministerio” (DP 690).
“Ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y
como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros,
bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia” (PO 7).
¿Esto significa estar maniatados, ser simples ejecutores, parecer pie-
zas de ajedrez, que se mueven al antojo del Obispo?
Quizá algunos así se sienten, porque a algunos obispos nos falta es-
tablecer una relación más cercana con nuestros sacerdotes. Pero tam-
bién puede ser porque varios presbíteros son incapaces de crear lazos
de fraternidad y amistad; no buscan el trato y la comunicación frecuente
con su Obispo; se alejan sistemáticamente de todo el que tenga algo de

37
SER SACERDOTE VALE LA PENA

autoridad; se acercan sólo para asuntos oficiales y burocráticos; no tienen


confianza para exponerle sus proyectos, sugerencias, dudas y problemas.
Dicen no sentirse escuchados. Pero, ¿ellos sí escuchan? ¿Son sinceros y
abiertos?
La relación con mis Obispos ha pasado por momentos tensos y di-
fíciles; sin embargo, Dios me ha regalado la gracia de descubrir Su vo-
luntad en las decisiones de mis superiores, a pesar de que éstas a veces
me han parecido equivocadas y hasta injustas. He procurado expresar mi
punto de vista al respecto. He insistido en manifestar mi opinión. Pero
siempre he estado dispuesto a obedecer lo que se me ha indicado. Y, con
el correr del tiempo, veo que es la mejor actitud, aunque en el momento
se hace duro y hasta inhumano doblegar la propia voluntad. El Señor se
encarga de dar fecundidad a nuestra inmolación y de hacernos resucitar
triunfantes.
He presentado infinidad de proyectos y sugerencias; he procurado
manifestar mi consejo con toda libertad; he externado mi desacuerdo con
ciertas determinaciones.
Estoy convencido, sin embargo, que esto se debe hacer siempre con
respeto, prudencia y humildad, no poniéndose en plan de reto público
a la autoridad; tampoco destilando veneno o amargura; mucho menos
culpando al Obispo de lo que yo mismo soy responsable.
En el Consejo Presbiteral, cuando fui coordinador, secretario, o
simple miembro, he sentido la necesidad de ser corresponsable con el
Obispo; hacerle oír la voz de los demás; descubrirle los problemas de la
diócesis y presentarle posibles caminos de solución.
Es verdad que no todo cuanto uno propone se acepta, ni todo se puede
llevar a cabo fácilmente; pero a eso nos obliga nuestra corresponsabili-
dad: proponer, pensar juntos y ayudar a ejecutar.
Algo que me ha ayudado mucho a tener una relación positiva y ma-
dura con mis Obispos, es no fijarme tanto en cómo son ellos conmigo
o con los demás, sino en cómo yo debo ser con ellos. Es lo que dice el
Evangelio: trata bien a todos, independientemente de cómo te traten a ti
(cf Lc 6,27-36). Esto es madurez eclesial.
Tampoco debo escudarme en sus deficiencias, para legitimar las
mías. Nadie es perfecto fuera de Dios. Por tanto, ellos y nosotros somos
limitados y defectuosos. Así nos escogió Jesús, para ser sus instrumentos

38
EL SER

y mediaciones, pues no escogió ángeles. Nuestro punto de referencia es


Jesús; nuestro servicio pastoral es por Él. Pablo corrige a Pedro, pero no
hace lo que quiere, sino consulta y asume la decisión tomada por quienes
son considerados columnas en la Iglesia (cf Gál 2,2.9).
Pienso que sacerdotes y obispos deberíamos mejorar nuestras rela-
ciones. Cada quien debe tomar la iniciativa de buscarnos mutuamente,
y no esperar que sean los obispos quienes den el primer paso. Ya no
somos niños, que todo lo esperan de papá. Tampoco somos adolescentes,
rebeldes en todo y por todo, y a quienes nunca se les da gusto. Es necesa-
rio ser adultos; actuar sin mecanismos ni complejos, con una obediencia
madura, que nos lleva a la libertad (cf PO 15) y, sobre todo, relacionarnos
en una actitud de mucha fe.
¿Qué hacer cuando la relación con nuestro obispo se torna difícil?
¿Cuando no nos sentimos escuchados, comprendidos y tomados en
cuenta? ¿Cuando nos parece injusta su decisión? ¿Cuando no estamos de
acuerdo con su modo de pensar y de actuar?
Ante todo, hay que ponerse mucho tiempo de rodillas ante el Sagrario
y repetir varias veces, con Jesús, esta oración al Padre: “Si es posible,
aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc
22,42). En la oración, se puede adecuar nuestra voluntad a la de Dios y
discernir la autenticidad evangélica de nuestras inquietudes.
Después, es necesario consultar con personas experimentadas, espi-
rituales y sabias. No reducirse a comentar lo que nos pasa sólo con los
compañeros y amigos, sobre todo si están mordidos por el mismo veneno
del resentimiento o no tienen suficientes motivaciones y bases sobrena-
turales.
Por otra parte, hay que solicitar oportunidades para dialogar con el
Obispo. Expresarle, con toda sinceridad, lo que pensamos e incluso lo que
sentimos. No dejarse llevar por prejuicios. Entablar una relación directa
y personal, Ponerse en el lugar del Obispo, para comprender su posición.
Estar sinceramente dispuesto a acatar su palabra, con un espíritu de fe:
que Dios nos hable por las mediaciones humanas; que nos conduzca por
sus caminos, que siempre pasan por la cruz, aunque no sean nuestros
caminos. Como lo hizo la Virgen María (cf Lc 2,34.38.45).
Pero ¡cuidado con caer en el servilismo y la adulación! Eso es degra-
dante. Tampoco querer chantajear al Obispo, ni amenazarle con dejar el

39
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ministerio o con cambiar de diócesis, o con cosas peores. Tampoco hay


que llegar con la obsesión de lograr, casi a la fuerza, lo que uno pretende.
Se debe dialogar con el Obispo con humildad y reverencia, con sinceri-
dad y verdad, no con altanería. Ser crítico y profeta ante el obispo no está
reñido con ser humilde. El orgullo es lo peor en toda relación.
Si a pesar de nuestras peticiones, el Obispo toma otra decisión, hay
que obedecer en paz, sin resentimientos ni amarguras; entregarse de lle-
no a lo que se nos indica, poniendo en ello toda el alma, la mente, las
energías y la vida. Hay que inmolar la propia voluntad con Cristo, en su
sacrificio de la cruz, renovado en la Eucaristía y en el quehacer pastoral
de todos los días. Sólo así el grano de trigo puede dar mucho fruto, cuan-
do y como Dios quiera (cf Jn 12,24-25).
Por otra parte, la comunión con el Obispo implica participar activa-
mente en las reuniones convocadas por él, o por sus delegados; igual-
mente, leer con respeto, no despectivamente, las circulares, las indicacio-
nes que se envían y otros documentos episcopales; aplicarlos a la propia
realidad, con un criterio maduro de adaptación pastoral.
El presbítero, siendo colaborador del Obispo, debe conocer y seguir
fielmente las líneas diocesanas de pastoral. No puede actuar como si fue-
ra independiente; mucho menos como dueño y señor absoluto de su co-
munidad. Un párroco, por ejemplo, no es el obispo, sino su colaborador.
Además, la Iglesia no es una red de islas, sino un cuerpo y un pueblo,
jerárquicamente organizado, por voluntad de Jesús.
El sacerdote que actúa al margen del Obispo, ¿quiere servir a la co-
munión de la Iglesia, o sentirse con poder, para hacer lo que él prefiere?
Hay presbíteros que, en su quehacer pastoral, se sienten con más
facultades que si fueran obispos. O dicen que el Obispo no está en la
realidad, sino en su escritorio, y que, por tanto, no comprende lo que ver-
daderamente hace falta en la práctica. Por eso, ni en cuenta toman lo que
se les indica. Se hacen un estilo de vida muy independiente. Y piensan
que así están bien. Muchas veces, lamentablemente, lo que impide una
relación profunda y madura entre sacerdotes y obispos, son los desequi-
librios emotivos y los mecanismos psicológicos, que vamos arrastrando
desde la infancia, a raíz de problemas no superados en la relación con la
figura paterna. Claro que, en última instancia, lo que más está fallando es
la fe y una teología adecuada sobre la Iglesia.

40
EL SER

Para el sacerdote diocesano, la comunión con su Obispo es parte in-


tegrante de su espiritualidad específica. Es decir, aceptar a Cristo y a su
Iglesia es descubrirlos en la persona concreta y determinada del Obispo
propio. Amar, sufrir y gozar con Cristo y por la Iglesia, es amar al Obis-
po, trabajar, sufrir y gozar con él.
Que María, la Madre de Jesús, nos mantenga unidos, como en Pen-
tecostés (cf Hech 1,14).

Lectura de Pastores dabo vobis, para meditación personal:


17. El ministerio ordenado, por su propia naturaleza, puede ser
desempeñado sólo en la medida en que el presbítero esté unido con Cris-
to mediante la inserción sacramental en el orden presbiteral, y por tanto
en la medida que esté en comunión jerárquica con el propio Obispo. El
ministerio ordenado tiene una radical «forma comunitaria» y puede ser
ejercido sólo como «una tarea colectiva». Sobre este carácter de comu-
nión del sacerdocio ha hablado largamente el Concilio, examinando cla-
ramente la relación del presbítero con el propio Obispo, con los demás
presbíteros y con los fieles laicos.
El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colabora-
ción responsable y necesaria con el ministerio del Obispo, en su solici-
tud por la Iglesia universal y por cada una de las Iglesias particulares, al
servicio de las cuales constituyen con el Obispo un único presbiterio.
Cada sacerdote, tanto diocesano como religioso, está unido a los
demás miembros de este presbiterio, gracias al sacramento del Orden,
con vínculos particulares de caridad apostólica, de ministerio y de fra-
ternidad. En efecto, todos los presbíteros, sean diocesanos o religiosos,
participan en el único sacerdocio de Cristo, Cabeza y Pastor, «trabajan
por la misma causa, esto es, para la edificación del cuerpo de Cristo,
que exige funciones diversas y nuevas adaptaciones, principalmente en
estos tiempos», y se enriquece a través de los siglos con carismas siem-
pre nuevos.
Finalmente, los presbíteros se encuentran en relación positiva y ani-
madora con los laicos, ya que su figura y su misión en la Iglesia no
sustituye sino que más bien promueve el sacerdocio bautismal de todo el
Pueblo de Dios, conduciéndolo a su plena realización eclesial. Están al

41
SER SACERDOTE VALE LA PENA

servicio de su fe, de su esperanza y de su caridad. Reconocen y defien-


den, como hermanos y amigos, su dignidad de hijos de Dios y les ayudan
a ejercitar en plenitud su misión específica en el ámbito de la misión de
la Iglesia.
El sacerdocio ministerial, conferido por el sacramento del Orden, y
el sacerdocio común o «real» de los fieles, aunque diferentes esencial-
mente entre sí y no sólo en grado, están recíprocamente coordinados,
derivando ambos —de manera diversa— del único sacerdocio de Cristo.
En efecto, el sacerdocio ministerial no significa de por sí un mayor grado
de santidad respecto al sacerdocio común de los fieles; pero, por medio
de él, los presbíteros reciben de Cristo en el Espíritu un don particular,
para que puedan ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y
plenitud el sacerdocio común que les ha sido conferido.

Para la reflexión personal:


1. ¿Cómo es mi relación personal y pastoral con mi obispo?
2. ¿Tengo asuntos pendientes con él, sentimientos que me impiden una
relación serena y madura?
3. ¿Soy colaborador activo, o más bien independiente?
4. ¿Qué debo hacer, para intensificar mi relación pastoral con él?

42
EL SER

5. EN FRATERNIDAD SACRAMENTAL

“Los presbíteros, constituidos por la ordenación en el orden del


presbiterado, se unen todos entre sí por íntima fraternidad sacramental;
pero especialmente en la diócesis, a cuya servicio se consagran bajo el
propio obispo, forman un solo presbiterio. Porque, aunque se entreguen
a diversos menesteres, ejercen, sin embargo, un solo ministerio sacerdo-
tal en favor de los hombres” (PO 8).
El día de nuestra ordenación sacerdotal, después de que el Obispo
nos impuso las manos para consagrarnos de por vida al Señor y a su Igle-
sia, los sacerdotes asistentes también nos impusieron las manos, en señal
de aceptación fraterna y de comunión sacramental, para formar una sola
comunidad presbiteral en torno al Obispo.
Este signo litúrgico expresa toda una realidad. No somos ordenados
para arrinconarnos en un pueblecito perdido en la montaña, o en una
colonia suburbana; tampoco para encerrarnos en los límites estrechos de
una parroquia; mucho menos para ser francotiradores aislados en cual-
quier empresa apostólica.
Con el Obispo y con los demás hermanos sacerdotes, encabezamos
una sola iglesia, presidimos un solo Pueblo, servimos a un único Cuerpo.
Por tanto, nada más contrario a nuestra sacramentalidad, a nuestra iden-
tidad, que el individualismo.
Por muy noble e importante que sea nuestro servicio y trabajo en la
Universidad, en el Seminario, en la pastoral social, en una parroquia, en un
movimiento, si no buscamos la relación y la ayuda mutua, quizá estemos
haciendo nuestra iglesita, nuestra secta, nuestra obra, pero no construimos
Iglesia. Todo lo que hacemos puede colaborar a la llegada del Reino de
Dios; pero es la Iglesia —jerarquía y comunidad— la que discierne si en
verdad trabajamos por el Reino de Dios (cf DP 226-229). Y la Iglesia no
es una yuxtaposición de personas, sino una comunión de hermanos.
¿Es difícil la fraternidad sacramental entre los presbíteros? ¿Por qué,
en las reuniones sacerdotales, son tan frecuentes las críticas a los demás
presbíteros, superadas sólo por las que se hacen contra el Obispo? A qué
se debe que perduren las separaciones entre diocesanos y religiosos? Po-
dríamos, quizá, responder con otra pregunta: ¿Fue fácil la integración de
los doce apóstoles entre sí? ¿Nunca hubo problemas entre ellos?

43
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Lo que sucede es lo normal en cualquier familia, o en un determinado


grupo humano. Alguien se entiende mejor con un hermano que con otro.
Existen antagonismos naturales. Tenemos distintas formas de ser y de
pensar. Nadie somos iguales, afortunadamente. Hay pequeños grupos de
amigos, que comulgan más entre sí. Cada uno tenemos nuestro punto de
vista. El problema empieza cuando olvidamos que ese “punto de vista”
es sólo “la vista desde un punto”. Todo sería menos difícil, si aprendié-
ramos a respetar al otro, escucharlo, valorarlo, tomarlo en cuenta; no
aislarlo, atacarlo o destruirlo.
Si todos ponemos en común los dones que el Espíritu nos ha regalado
(cf 1 Cor 12,4-31; Rom 12,3-21), sin espíritu de rivalidad ni de compe-
tencia, ¡cuánto bien podemos hacer a la humanidad!
Es necesario gozar con los triunfos del otro; felicitarle cuando hizo
algo bueno; unirse a su fiesta y compartir su alegría; apreciar sus cuali-
dades; agradecerle sus servicios; sentir como propios sus éxitos; pedirle
ayuda y consejo, cuando es más sabio, competente o espiritual que no-
sotros. Es decir, no hay que especializarse sólo en ventilar sus defectos
y en lanzarle a la cara sus errores, presentes o pasados, sino sentirnos
felices de que el Señor le haya regalado determinadas cualidades, para el
servicio de su Iglesia.
Desde luego que —ni duda cabe— es necesario ayudar a quien está
pasando por problemas. Hay que dar la mano —respetuosa, compresiva
y valiente— a quien ha caído, o es perseguido; defender al calumniado;
proteger al que es acosado por las tentaciones; atender al enfermo; visitar
al solitario; confortar al abatido; animar al triste y, en una palabra, sufrir
con el que sufre (cf Rom 12,15).
Sin embargo, nos hacemos más fácilmente solidarios con quien tiene
problemas, que con quien triunfa. ¿No será por la envidia que nos corroe,
como le sucedió a Caín con Abel? (cf Gén 4,3-12; 1 Jn 3,12). ¿No es lo
mismo que le pasó a Jesús con sus paisanos? (cf Mc 6,1-6).
Ni los apóstoles se vieron libres de esta enfermedad... (cf Mc 9,33-
37; Mt 20,20-28; Lc 9,46; 22,24). Es por ello que se nos insiste tanto en
apreciar lo bueno que tienen los demás (cf Rom 12,9-10; Filip 2,1-11;
Mt 20,15).
¿Qué decir, en orden a la fraternidad sacramental diocesana, sobre
los pequeños grupos de sacerdotes amigos? ¿Son positivos?

44
EL SER

En la Trinidad hay unidad perfecta, pero sólo son tres personas.


Jesús, a pesar de que considera amigos a todos sus apóstoles, escoge
sólo a Pedro, a Santiago y, en especial, a Juan, para compartirles lo más
profundo de su amistad (cf Mt 17,1; Mc 5,37; Jn 13 ,22-26 ; 15, 15).
La amistad profunda y total se construye entre pocos: dos, tres o cua-
tro (cf Ecclo 6,5-17). No se puede llevare el mismo nivel de amistad con
todos. Si alguien dice que es amigo de todos, probablemente no lo es de
ninguno.
Pero hay grupos de sacerdotes amigos que se encierran mucho en
sí mismos. Se creen los únicos buenos, capaces, competentes y dignos.
Esto es muy peligroso (cf Lc 18,9; 16,14-15). Provoca rivalidades y com-
petencias destructivas. Hay el peligro de que se cubran mutuamente sus
deficiencias y unos a otros se justifiquen.
En cambio, hay grupos que son muy positivos a la comunidad pres-
biteral, porque están abiertos a los demás, colaboran, aportan, sugieren,
acompañan, impulsan, corrigen, apoyan, comparten, gozan y no sólo
critican.

¿Es posible vivir en pequeñas comunidades sacerdotales?


Ciertamente el sacerdote diocesano no vive en una comunidad re-
ligiosa, en la misma casa con otros. De ordinario, no comparte mesa y
bienes con los demás, salvo algunas honrosas excepciones entre párroco
y vicario, y unas laudables experiencias de vida en equipo o comunidad
presbiteral. Sin embargo, es posible establecer una relación fraterna y
hasta intentar algunos modos de vida comunitaria; por ejemplo, entre
compañeros de generación, entre amigos, entre los sacerdotes del mismo
decanato, entre quienes realizan un trabajo semejante, etc.
Una manera de practicar la fraternidad sacramental, sin necesidad
de vivir juntos, es compartir trabajo, oración, estudio, descanso, dinero,
recursos, cualidades, ideas, penas, fiestas, proyectos, experiencias, pro-
blemas y, en una palabra, toda la vida.
Las reuniones frecuentes no son una pérdida de tiempo (ordinaria-
mente), sino una forma de alimentar y manifestar la unidad. Participar en
las mismas, no en forma pasiva y destructiva, sino con espíritu de colabo-
ración, es una exigencia de nuestra espiritualidad sacerdotal diocesana.

45
SER SACERDOTE VALE LA PENA

¿Qué hacer cuando surge un problema entre sacerdotes?

El Evangelio es muy sencillo en su proposición: No trates bien sólo a


quien te trata bien; hay que ser buenos y positivos incluso con quien nos
hace daño (cf Lc 6,27-38; 23,24; Mt 5,38-48).
Tenemos que aprender a disculparnos mutuamente, pues ¿quién
puede afirmar que nunca ha fallado? Hemos de ser humildes, para acer-
carnos nuevamente al hermano, aunque no hayamos tenido la culpa, e
intentar reconstruir la paz.
Nada es más dañino, ni más antievangélico, que el orgullo de ambas
partes. Si Dios siempre nos perdona, ¿quién te crees tú, para no perdonar?
Quien sabe perdonar, es más libre y más maduro. No dependas de cómo
son los demás contigo, sino de cómo es Dios contigo y con los demás (cf
Mt 5,46-48). Ese es el modelo y el camino para toda buena relación.

¿Qué hacer cuando nos enteramos de las fallas de otro sacerdote?


También el Evangelio es muy explícito. En vez de divulgar el he-
cho, dándole nuestra propia interpretación, y de acudir inmediatamente
al Obispo para delatarlo, hay que buscar la posibilidad de ayudarlo como
hermano, con toda discreción y respeto (cf Mt 18,15-17). Ofrecerle nues-
tro apoyo y, si la acepta, una palabra orientadora. No sentirnos superiores
a él, y mucho menos humillarlo.
Si nuestra presencia no le resulta favorable, hay que buscar a alguno
de sus amigos, para que no le deje solo, sino que se haga cuanto sea po-
sible para levantarlo.
Cuando ya se hayan agotado los medios de ayuda, sin resultado po-
sitivo, y se esté causando grave daño a la comunidad, se podrá pedir la
intervención del Obispo. De todos modos, siempre hay que orar mucho
por él, por los demás y por uno mismo, pues “el que crea estar en pie,
mire no caiga” (1 Cor 10,12).

¿Qué hacer cuando yo soy quien está fallando?


Es necesario ser humilde; reconocer mi debilidad y mi culpa; pe-
dir ayuda; acudir a quien realmente me oriente según el Evangelio; no

46
EL SER

descuidar la oración y la confesión; entregarme de lleno al ministerio;


alejarme de ocasiones de seguir pecando; mortificar los sentidos y pedir
la intercesión de la Virgen María.
Hay sacerdotes que no se dejan ayudar, ni solicitan ayuda. Se van ais-
lando más y más. Esto es sumamente peligroso, pues nadie puede vivir
sin dar y recibir afecto. Todos necesitamos sentirnos reconocidos, valo-
rados, que los demás aprecian nuestras cualidades y que servimos para
algo. Si este reconocimiento no se consigue en la relación fraternal, se
corre el riesgo de refugiarse en el alcohol, en un amor contrario al celiba-
to, incluso en la masturbación y hasta en la homosexualidad. También el
autoritarismo, el afán por el dinero y la vanidad en las cosas, pueden ser
una compensación de las deficiencias afectivas en la relación.
El amor de hermanos salva de todos estos peligros. Pero esta frater-
nidad hay que procurarla no sólo con nuestros amigos, sino con quienes
más nos toca trabajar juntos; por ejemplo, con los sacerdotes del mismo
decanato, con los vecinos, con el párroco o el vicario, con los miembros
de la comunidad presbiteral en el Seminario, etc.

Lectura de Pastores dabo vobis, para meditación personal:


74. La formación permanente ayuda al sacerdote, en la Iglesia «co-
munión», a madurar la conciencia de que su ministerio está radicalmen-
te ordenado a congregar a la familia de Dios como fraternidad animada
por la caridad y a llevarla al Padre por medio de Cristo en el Espíritu
Santo.
Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo
particular, mediante su formación permanente, a crecer en y con el pro-
pio presbiterio unido al Obispo. El presbiterio en su verdad plena es
un mysterium: es una realidad sobrenatural, porque tiene su raíz en el
sacramento del Orden. Es su fuente, su origen; es el «lugar» de su naci-
miento y de su crecimiento. En efecto, «los presbíteros, mediante el sa-
cramento del Orden, están unidos con un vínculo personal e indisoluble
a Cristo, único Sacerdote. El Orden se confiere a cada uno en singular,
pero quedan insertos en la comunión del presbiterio unido con el Obispo
(Lumen gentium, 28; Presbyterorum ordinis, 7 y 8)».

47
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Este origen sacramental se refleja y se prolonga en el ejercicio del


ministerio presbiteral: del mysterium al ministerium. «La unidad de los
presbíteros con el Obispo y entre sí no es algo añadido desde fuera a la
naturaleza propia de su servicio, sino que expresa su esencia como soli-
citud de Cristo Sacerdote por su Pueblo congregado por la unidad de la
Santísima Trinidad». Esta unidad del presbiterio, vivida en el espíritu de
la caridad pastoral, hace a los sacerdotes testigos de Jesucristo, que ha
orado al Padre «para que todos sean uno» (Jn 17, 21).
La fisonomía del presbiterio es, por tanto, la de una verdadera fami-
lia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del
Orden: una gracia que asume y eleva las relaciones humanas, psicológi-
cas, afectivas, amistosas y espirituales entre los sacerdotes; una gracia
que se extiende, penetra, se revela y se concreta en las formas más va-
riadas de ayuda mutua, no sólo espirituales sino también materiales. La
fraternidad presbiteral no excluye a nadie, pero puede y debe tener sus
preferencias: las preferencias evangélicas reservadas a quienes tienen
mayor necesidad de ayuda o de aliento. Esta fraternidad «presta una
atención especial a los presbíteros jóvenes, mantiene un diálogo cordial
y fraterno con los de media edad y los mayores, y con los que, por razo-
nes diversas, pasan por dificultades. También a los sacerdotes que han
abandonado esta forma de vida o que no la siguen, no sólo no los aban-
dona, sino que los acompaña aún con mayor solicitud fraterna».
También forman parte del único presbiterio, por razones diversas,
los presbíteros religiosos residentes o que trabajan en una Iglesia parti-
cular. Su presencia supone un enriquecimiento para todos los sacerdotes
y los diferentes carismas particulares que ellos viven, a la vez que son
una invitación para que los presbíteros crezcan en la comprensión del
mismo sacerdocio, contribuyen a estimular y acompañar la formación
permanente de los sacerdotes.
El don de la vida religiosa, en la comunidad diocesana, cuando va
acompañado de sincera estima y justo respeto de las particularidades de
cada Instituto y de cada espiritualidad tradicional, amplía el horizonte
del testimonio cristiano y contribuye de diversa manera a enriquecer
la espiritualidad sacerdotal, sobre todo respecto a la correcta relación
y recíproco influjo entre los valores de la Iglesia particular y los de la
universalidad del Pueblo de Dios. Por su parte, los religiosos procuren

48
EL SER

garantizar un espíritu de verdadera comunión eclesial, una participa-


ción cordial en la marcha de la diócesis y en los proyectos pastorales
del Obispo, poniendo a disposición el propio carisma para la edificación
de todos en la caridad.
Por último, en el contexto de la Iglesia comunión y del presbiterio, se
puede afrontar mejor el problema de la soledad del sacerdote, sobre la
que han reflexionado los Padres sinodales. Hay una soledad que forma
parte de la experiencia de todos y que es algo absolutamente normal.
Pero hay también otra soledad que nace de dificultades diversas y que,
a su vez, provoca nuevas dificultades. En este sentido, «la participación
activa en el presbiterio diocesano, los contactos periódicos con el Obis-
po y con los demás sacerdotes, la mutua colaboración, la vida común o
fraterna entre los sacerdotes, como también la amistad y la cordialidad
con los fieles laicos comprometidos en las parroquias, son medios muy
útiles para superar los efectos negativos de la soledad que algunas veces
puede experimentar el sacerdote».
Pero la soledad no crea sólo dificultades, sino que ofrece también
oportunidades positivas para la vida del sacerdote: «aceptada con espí-
ritu de ofrecimiento y buscada en la intimidad con Jesucristo, el Señor,
la soledad puede ser una oportunidad para la oración y el estudio, como
también una ayuda para la santificación y el crecimiento humano». Se
podría decir que una cierta forma de soledad es elemento necesario para
la formación permanente. Jesús con frecuencia se retiraba solo a rezar
(cf. Mt 14, 23). La capacidad de mantener una soledad positiva es con-
dición indispensable para el crecimiento de la vida interior. Se trata de
una soledad llena de la presencia del Señor, que nos pone en contacto
con el Padre a la luz del Espíritu. En este sentido, fomentar el silencio y
buscar espacios y tiempos «de desierto» es necesario para la formación
permanente, tanto en el campo intelectual, como en el espiritual y pas-
toral. De este modo, se puede afirmar que no es capaz de verdadera y
fraterna comunión el que no sabe vivir bien la propia soledad.

49
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Para la reflexión personal:

1. ¿Cómo es mi relación con nuestro presbiterio?


2. ¿Cómo vivo la soledad: en forma positiva, o negativa?
3. ¿Sé pedir y dar ayuda?
4. ¿Valoro sus cualidades como un don de nuestra Iglesia?
5. ¿Qué hago por quienes pasan por dificultad?

50
EL SER

6. ESPIRITUALIDAD PRESBITERIAL
EN AMÉRICA LATINA

Introducción
“Ciertamente hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cam-
bia: en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá
asemejarse a Cristo. Cuando vivía en la tierra, Jesús reflejó en sí mismo
el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial
del que los apóstoles fueron los primeros investidos y que está destinado
a durar, a continuarse incesantemente en todos los períodos de la histo-
ria” (PDV 5).
Esto que el Papa Juan Pablo II afirma, en relación con el tiempo,
vale también para el espacio, para la geografía. La fisonomía esencial del
presbítero es idéntica en cualquier lugar de la tierra. El rostro definitivo
del presbítero ya está delineado en la vida y en el ministerio de Jesús.
Cristo es el punto central de referencia para todos los presbíteros, donde-
quiera que desempeñen su servicio pastoral.
Sin embargo, así como el Verbo se hizo carne en Israel, en un tiempo
y en unas circunstancias muy concretas, así el presbítero debe ser una
“prolongación visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 20), una
“continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo” (PDV 18), en
el lugar y en el tiempo en que Dios lo ha colocado. No podemos vivir y
trabajar en las nubes, en circunstancias amorfas e indeterminadas, sino
con y para seres humanos con características sociales, culturales, polí-
ticas, económicas y religiosas muy particulares y muy propias de una
historia concreta.
Esto es lo que, en América Latina, han intentado hacer los obispos, en
colaboración con los mismos sacerdotes, religiosos y laicos. Han procu-
rado encarnar las exigencias siempre válidas del Evangelio y del Magis-
terio universal de la Iglesia, para nuestra realidad latinoamericana. Nos
han dicho cómo debemos vivir nuestro sacerdocio, hoy y aquí.
Recordemos algunos de los núcleos, doctrinales y pastorales, que dan
identidad a la Iglesia en América Latina, y que deben caracterizar nuestra
espiritualidad presbiteral diocesana.

51
SER SACERDOTE VALE LA PENA

1. Encarnación en la historia

Esta ha sido una de las notas predominantes de las cinco Asambleas


Generales del Episcopado Latinoamericano. Por eso, desde la primera,
en Río de Janeiro (1955), los Obispos hablaron de lo que en ese momento
más les llamaba la atención: La falta de vocaciones y la debida formación
del clero, la deficiente instrucción religiosa, los problemas sociales, la
población indígena, las misiones y la migración.
Cuando describen el panorama social del Continente, en la Declara-
ción introductoria, advierten que, “no obstante el cúmulo de bienes que
la Providencia ha depositado en él para beneficio de sus pobladores, no
todos disfrutan efectivamente de tan rico tesoro, ya que muchos de sus
habitantes, especialmente entre los trabajadores del campo y de la ciu-
dad, viven todavía en una situación angustiosa. Tan deplorable condi-
ción de vida material, que pone evidentemente en peligro el bienestar ge-
neral de las naciones y su progreso, repercute forzosa e inevitablemente
en la vida espiritual de esta numerosa población”. Y traen a colación
unas palabras del Papa Pío XII: “¿Quién, y sobre todo qué sacerdote
y qué cristiano, podría permanecer sordo al grito que brota de lo más
hondo de la humanidad y que en el mundo de un Dios justo llama a la
justicia y a la fraternidad?”
Esta dimensión histórica, sin embargo, es determinante y mucho más
explícita en las cuatro siguientes Asambleas: Medellín, Puebla, Santo
Domingo y Aparecida. Su mismo título así lo indica: “La Iglesia en la
actual transformación de América Latina” (Medellín, 1968); “La Evan-
gelización en el presente y en el futuro de América Latina” (Puebla,
1979); “Nueva Evangelización, Promoción Humana y Cultura Cristiana”
(Santo Domingo, 1992) y “Discípulos y Misioneros de Jesucristo, para
que nuestros pueblos en Él tengan vida” (Aparecida, 2007).
En Medellín, los Obispos acababan de regresar del Concilio, y éste,
según la mente de Pablo VI, había tenido una intención primordialmente
religiosa; pero, precisamente por ello, por fidelidad a Dios y al Evange-
lio, el Concilio se hizo “promotor del hombre”. Dijo el Papa, en la última
sesión pública de la clausura: “Tal vez nunca como en esta ocasión ha
sentido la Iglesia la necesidad de conocer, de acercarse, de comprender,
de penetrar, de servir, de evangelizar a la sociedad que la rodea y de se-

52
EL SER

guirla; por decir así, de alcanzarla casi en su rápido y continuo cambio.


Esta actitud ha estado obrando fuerte y continuamente en el Concilio...
La religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad, y na-
die podrá tacharlo de irreligiosidad o de infidelidad al Evangelio por
esta principal orientación...
La Iglesia del Concilio, sí, se ha ocupado mucho, además de sí mis-
ma y de la relación que la une con Dios, del hombre tal cual hoy en rea-
lidad se presenta... La antigua historia del samaritano ha sido la pauta
de la espiritualidad del Concilio... El descubrimiento de las necesidades
humanas ha absorbido la atención de nuestro Sínodo... La Iglesia se ha
declarado casi la sirvienta de la humanidad...; la idea del servicio ha
ocupado su puesto central... Que no se llame nunca inútil una religión
como la católica, la cual, en su forma más consciente y eficaz, como
es la conciliar, se declara toda en favor y en servicio del hombre... La
religión católica es para la humanidad; en cierto sentido, ella es la vida
de la humanidad”.
Con esta inspiración, y con el propósito de adaptar y aplicar el Conci-
lio a las realidades propias de América Latina, los obispos, en Medellín,
fijaron su atención en 16 temas, empezando por los que englobaron en el
título de Promoción humana: Justicia, Paz, Familia y demografía, Edu-
cación y Juventud.
En su Mensaje a los Pueblos de América Latina, empiezan afirman-
do: “Nuestra palabra de Pastores quiere ser un signo de compromiso.
Como hombres latinoamericanos, compartimos la historia de nuestro
pueblo... Como Pastores, con una responsabilidad común, queremos
comprometernos con la vida de todos nuestros pueblos en la búsque-
da angustiosa de soluciones adecuadas para sus múltiples problemas.
Nuestra misión es contribuir a la promoción integral del hombre y de
las comunidades del continente... No tenemos soluciones técnicas ni re-
medios infalibles. Queremos sentir los problemas, percibir sus exigen-
cias, compartir las angustias, descubrir los caminos y colaborar en las
soluciones”.
En Puebla (1979), preocupados los Obispos por las graves divergen-
cias internas que había en la Iglesia, en parte desencadenadas después
del Concilio y de Medellín, asumieron, como línea conductora, los polos
complementarios de comunión y participación, pero sin olvidar el com-

53
SER SACERDOTE VALE LA PENA

promiso fundamental, promovido desde el Concilio y desde Medellín: el


servicio concreto a las realidades del continente.
Así lo expresan en su Mensaje a los Pueblos de América Latina:
“Nuestra primera pregunta es la siguiente: ¿Vivimos, en realidad, el
Evangelio de Cristo en nuestro continente?... El cristianismo que trae
consigo la originalidad de la caridad no siempre es practicado en su
integridad por nosotros los cristianos... Si dirigimos la mirada a nuestro
mundo latinoamericano, ¿qué espectáculo contemplamos? No es nece-
sario profundizar el examen. La verdad es que va aumentando más y más
la distancia entre los muchos que tienen poco y los pocos que tienen mu-
cho. Los valores de nuestra cultura están amenazados. Se están violando
los derechos fundamentales del hombre... Pero, ¿qué tenemos para ofre-
ceros en medio de las graves y complejas cuestiones de nuestra época?
El contexto socio-cultural en que vivimos es tan contradictorio en
su concepción y en su modo de obrar, que no solamente contribuye a la
escasez de bienes materiales, en la casa de los más pobres, sino también,
lo que es más grave, tiende a quitarles su mayor riqueza, que es Dios...
Como Pedro, ante la súplica dirigida por el paralítico, a las puertas del
Templo, os decimos, al considerar la magnitud de los desafíos estruc-
turales de nuestra realidad: No tenemos oro ni plata para daros, pero
os damos lo que tenemos: en nombre de Jesús de Nazareth, levantaos y
andad... ¡No temáis abrir de par en par las puertas a Cristo!”
En Santo Domingo, quisimos “perfilar las líneas fundamentales de
un nuevo impulso evangelizador, que ponga a Cristo en el corazón y en
los labios, en la acción y en la vida de todos los latinoamericanos. Esta
es nuestra tarea: hacer que la verdad sobre Cristo, la Iglesia y el hom-
bre, penetren más profundamente en todos los estratos de la sociedad en
búsqueda de su progresiva transformación. La Nueva Evangelización
ha sido la preocupación de nuestro trabajo” (Mensaje a los Pueblos de
América Latina y El Caribe).
Pero centrarnos en Cristo, como nuestra única opción, no significa
olvidarnos de la gente; todo lo contrario. Así lo dijimos: “Grandes mayo-
rías de nuestros pueblos padecen condiciones dramáticas en sus vidas...
Estas condiciones podrían cuestionar nuestra esperanza. Pero la acción
del Espíritu Santo nos proporciona un motivo vigoroso y sólido para es-
perar: la fe en Jesucristo... Esta fe nos lo muestra atento y solícito a toda

54
EL SER

necesidad humana. Nosotros buscamos realizar lo que Él hizo y enseñó:


asumir el dolor de la humanidad y actuar para que se convierta en cami-
no de redención... Hoy también nosotros, como pastores de la Iglesia, en
fidelidad al Divino Maestro, queremos renovar su actitud de cercanía y
de acompañamiento a todos nuestros hermanos y hermanas... Este es un
elemento fundamental de la Nueva Evangelización” (Ib).
La atención a la realidad del continente determina nuestra acción pas-
toral, y eso es lo que exige una Nueva Evangelización, pues ésta “surge
como respuesta a los problemas que presenta la realidad de un continen-
te en el cual se da un divorcio entre fe y vida hasta producir clamorosas
situaciones de injusticia, desigualdad social y violencia” (SD 24).
“Jesús ordenó a sus discípulos que repartieran el pan multiplicado
a la muchedumbre necesitada... Curó a los enfermos, pasó la vida ha-
ciendo el bien. Al final de los tiempos nos juzgará el amor. Jesús es el
buen samaritano que encarna la caridad y no sólo se conmueve, sino
que se transforma en ayuda eficaz... La solidaridad cristiana, por ello,
es ciertamente servicio a los necesitados, pero sobre todo es fidelidad a
Dios... Nuestra fe en el Dios de Jesucristo y el amor a los hermanos tiene
que traducirse en obras concretas. El seguimiento de Cristo significa
comprometerse a vivir según su estilo” (SD 159, 160).
En Aparecida, insistimos en que no somos Iglesia para conservar o
fortalecer la institución eclesial, sino para ser sacramento, signo visible
del amor del Padre por nuestros pueblos, como lo fue Jesús: “Jesús salió
al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y muje-
res, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…, invitán-
dolos a todos a su seguimiento. Hoy sigue invitando a encontrar en Él
el amor del Padre. Por esto mismo, el discípulo misionero ha de ser un
hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre,
especialmente a los pobres y pecadores.
Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad.
Vivirla en la misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso, la santidad
no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso,
tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas
económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mu-
cho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente es-
piritual” (DA 147-148).

55
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Esta actitud de la Iglesia en América Latina, que se asume no por es-


trategia coyuntural, sino por fidelidad al Evangelio, ¿qué características
imprime a la espiritualidad del sacerdote diocesano?
1.1 En el Documento de Río de Janeiro, se pide: “Que se enseñe a
los futuros sacerdotes a orientar e ilustrar a los fieles, exponiendo con
claridad y sencillez las soluciones cristianas a los problemas sociales”
(No. 20). “Preocuparse no sólo de la cura espiritual y moral de los cam-
pesinos, sino también de colaborar del mejor modo posible para la ele-
vación de sus condiciones de vida y trabajo” (No. 60c). “La Conferencia
no puede dejar de expresar su honda preocupación ante los problemas
sociales y la situación angustiosa en que se encuentra todavía una no pe-
queña parte de sus habitantes... Frente a tal panorama, siente el deber de
subrayar, de la manera más decidida, la urgente necesidad de que todos
los católicos colaboren con empeño para buscar, a la luz de la doctrina
de la Iglesia, una justa solución... Proclama la urgencia de orientar e in-
tensificar la labor social, encauzando las iniciativas hacia la raíz misma
de los males que han de remediarse” (Nos. 79, 80).
1.2 En el Documento de Medellín, se nos dice: “Todo sacerdote
ministerial es tomado de entre los hombres y constituido en favor de los
hombres en lo que se refiere a Dios... Esto exige en todo sacerdote una es-
pecial solidaridad de servicio humano, que le haga poner sus preocupa-
ciones ministeriales al servicio del mundo; implica también un contacto
inteligente y constante con la realidad, de tal modo que su consagración
resulte una manera especial de presencia en el mundo, más bien que una
segregación de él...
En el proceso de desarrollo en el continente, corresponde al sacerdo-
te un papel específico e indispensable. Él no es meramente un promotor
del progreso humano... Deberá procurar conseguir la síntesis del esfuer-
zo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores re-
ligiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios...
Ha de procurar que todo el quehacer temporal adquiera su pleno sentido
de liturgia espiritual, incorporándolo vitalmente en la celebración de la
Eucaristía... Pero en el orden económico y social, y principalmente en el
orden político, en donde se presentan diversas opciones concretas, al sa-
cerdote como tal no le incumbe directamente la decisión, ni el liderazgo,
ni tampoco la estructuración de soluciones” (Sacerdotes,17-19).

56
EL SER

1.3 En el Documento de Puebla, se alude al texto de Jn 10, sobre


la figura de Cristo buen Pastor, cuyos rasgos debe traslucir el presbítero:
“Ir delante de las ovejas significa estar atentos a los caminos por los que
transitan los fieles... Dar la vida señala la medida del ministerio jerárqui-
co y es la prueba del mayor amor... Conocer las ovejas y ser conocido por
ellas no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es invo-
lucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir”
(DP 682-684). “Como pastor que se empeña en la liberación integral de
los pobres y de los oprimidos, obra siempre con criterios evangélicos.
Cree en la fuerza del Espíritu para no caer en la tentación de hacerse
líder político, dirigente social o funcionario de un poder temporal; esto le
impedirá ser signo y factor de unidad y de fraternidad” (DP 696).
1.4 En el Documento de Santo Domingo, ésta es una de las urgen-
cias explícitamente señaladas a los presbíteros: “Servidores de la comu-
nión, queremos velar por nuestras comunidades con entrega generosa...
Queremos que nuestro servicio humilde haga sentir a todos que hacemos
presente a Cristo Cabeza, Buen Pastor y Esposo de la Iglesia. La cercanía
a cada una de las personas permite a los pastores compartir con ellas las
situaciones de dolor e ignorancia, de pobreza y marginación, los anhelos
de justicia y liberación... Todos los ministros queremos conservar una
presencia humilde y cercana en medio de nuestras comunidades, para
que todos puedan sentir la misericordia de Dios. Queremos ser testigos
de solidaridad con nuestros hermanos” (SD 74-75).
1.5 En Aparecida, expresamos la misma exigencia: “El presbítero,
a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia
y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente
de los que sufren grandes necesidades. La caridad pastoral, fuente de
la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y ministerio” (DA
198). “Ser hermanos implica vivir fraternalmente y siempre atentos a
las necesidades de los más débiles” (DA 349). “Las condiciones de vida
de muchos abandonados, excluidos e ignorados en su miseria y su dolor,
contradicen el proyecto del Padre e interpelan a los creyentes a un mayor
compromiso a favor de la cultura de la vida. El Reino de vida que Cristo
vino a traer es incompatible con esas situaciones inhumanas. Si pretende-
mos cerrar los ojos ante estas realidades no somos defensores de la vida
del Reino y nos situamos en el camino de la muerte: “Nosotros sabemos

57
SER SACERDOTE VALE LA PENA

que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.


El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14). Hay que subrayar la
inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo, que invita a to-
dos a suprimir las graves desigualdades sociales y las enormes diferencias
en el acceso a los bienes. Tanto la preocupación por desarrollar estructu-
ras más justas como por transmitir los valores sociales del Evangelio, se
sitúan en este contexto de servicio fraterno a la vida digna” (DA 358). “El
rico Magisterio social de la Iglesia nos indica que no podemos concebir
una oferta de vida en Cristo sin un dinamismo de liberación integral, de
humanización, de reconciliación y de inserción social” (DA 359).
1.6 Preguntémonos: ¿Yo soy una epifanía del Buen Pastor, que co-
noce la realidad de las personas cuyo cuidado pastoral se le ha confiado?
¿Qué hago para estar cerca de mi comunidad, como pastor? ¿Soy un
pastor que involucra su ser con los sufrimientos y los gozos de la gente,
o soy un burócrata, un funcionario de lo sagrado? ¿De qué manera de-
muestro estar comprometido con mi pueblo, conservando mi identidad
presbiteral? ¿Mi preparación académica me aleja del pueblo, o me capa-
cita para ser su servidor?

2. Amor preferencial por los pobres


Esta dimensión de la espiritualidad, que no es exclusiva para los pres-
bíteros, sino que implica a toda la Iglesia, es una consecuencia lógica de
lo expuesto en el apartado anterior. La realidad de nuestro continente está
marcada por inmensas muchedumbres que viven en una pobreza injusta,
contraria al plan de Dios. No podemos pasar junto a tanta gente que su-
fre, como el sacerdote y el levita del Antiguo Testamento, reduciéndonos
a las celebraciones rituales, sino que se nos exige convertirnos a una
solidaridad más efectiva con ellos (cf DP 1134 ; 1140).
Ya el Concilio nos había advertido que, “si es cierto que los presbíte-
ros se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomien-
dan los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra
unido, y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica”
(PO 6).
2.1 Desde Río de Janeiro, los obispos expresaron su preocupación
“en particular por algunas clases de trabajadores del campo y de la ciu-

58
EL SER

dad, sin olvidar la llamada clase media, por los salarios insuficientes y
la demanda de trabajo” (No. 79). “La Conferencia acuerda expresar su
particular interés por el problema de la elevación espiritual y cultural de
la población indígena” (No. 84). Así mismo, manifestaron su inquietud
por la inmigración y la emigración, así como por la gente de mar (Nos.
90-96).
2.2 Fue en Medellín donde los obispos elevaron, con una audacia
profética, una clara denuncia sobre la realidad de la pobreza en nuestro
continente, y nos lanzaron retos muy serios sobre nuestro compromiso
con los pobres. Sus dos primeros documentos son fundamentales para
este punto, pues tratan sobre la Justicia y la Paz. En las líneas pastora-
les de este segundo, entre otras cosas, nos piden: “Defender, según el
mandato evangélico, los derechos de los pobres y oprimidos, urgiendo
a nuestros gobiernos y clases dirigentes para que eliminen todo cuan-
to destruya la paz social: injusticias, inercia, venalidad, insensibilidad.
Denunciar enérgicamente los abusos y las injustas consecuencias de las
desigualdades excesivas entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles,
favoreciendo la integración. Hacer que nuestra predicación, catequesis y
liturgia, tengan en cuenta la dimensión social y comunitaria del cristia-
nismo” (Nos. 22-24).
En el documento Pobreza de la Iglesia, valientemente nos dijeron:
“El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las
tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantie-
nen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana
en muchísimos casos a la inhumana miseria. Un sordo clamor brota
de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no
les llega de ninguna parte... Y llegan hasta nosotros las quejas de que
la Jerarquía, el clero, los religiosos, son ricos y aliados de los ricos. Al
respecto, debemos precisar que con mucha frecuencia se confunde la
apariencia con la realidad...
En el contexto de pobreza y aun de miseria en que vive la gran ma-
yoría del pueblo latinoamericano, los obispos, sacerdotes y religiosos
tenemos lo necesario para la vida y una cierta seguridad, mientras los
pobres carecen de lo indispensable y se debaten entre la angustia y la in-
certidumbre. Y no faltan casos en que los pobres sienten que sus obispos,
o sus párrocos y religiosos, no se identifican realmente con ellos, con sus

59
SER SACERDOTE VALE LA PENA

problemas y angustias, que no siempre apoyan a los que trabajan con


ellos o abogan por su suerte” (Nos. 1-3).
2.3 En el Documento de Puebla, la opción preferencial por los po-
bres es amplia y profundamente desarrollada, en estos términos: “Afir-
mamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción prefe-
rencial por los pobres, con miras a su liberación integral” (DP 1134). “El
servicio a los pobres es la medida privilegiada, aunque no excluyente, de
nuestro seguimiento de Cristo. El mejor servicio al hermano es la evan-
gelización, que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las
injusticias y lo promueve integralmente” (DP 1145).
E insiste en lo que ya nos había pedido Medellín: “Para vivir y anun-
ciar la exigencia de la pobreza cristiana, la Iglesia debe revisar sus es-
tructuras y la vida de sus miembros, sobre todo de los agentes de pastoral,
con miras a una conversión efectiva. Esta conversión lleva consigo la
exigencia de un estilo austero de vida y una total confianza en el Señor,
ya que en la acción evangelizadora la Iglesia contará más con el ser y el
poder de Dios y de su gracia, que con el tener más y el poder secular”
(DP 1157, 1158). “Nos comprometemos a mirar las culturas indígenas
con respeto y simpatía y a promoverlas” (DP 1164).
2.4 En Santo Domingo, se ratifica solemnemente este compromiso.
En el capítulo dedicado a la Promoción Humana, al tratar sobre el empo-
brecimiento y la solidaridad, señalamos las siguientes líneas pastorales:
“Asumir con decisión renovada la opción evangélica y preferencial por
los pobres, siguiendo el ejemplo y las palabras del Señor Jesús, con plena
confianza en Dios, austeridad de vida y participación de bienes. Privile-
giar el servicio fraterno a los más pobres entre los pobres y ayudar a las
instituciones que cuidan de ellos... Revisar actitudes y comportamientos
personales y comunitarios, así como las estructuras y métodos pastora-
les, a fin de que no alejen a los pobres, sino que propicien la cercanía y
el compartir con ellos. Promover la participación social ante el Estado,
reclamando leyes que defiendan los derechos de los pobres” (SD 180).
2.5 En Aparecida no podíamos dar marcha atrás ni diluir la opción
por los pobres: “Lo encontramos (a Jesucristo) de un modo especial en
los pobres, afligidos y enfermos (cf. Mt 25, 37-40), que reclaman nues-
tro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y
constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que

60
EL SER

sufren realmente nos evangelizan! En el reconocimiento de esta presencia


y cercanía, y en la defensa de los derechos de los excluidos se juega la
fidelidad de la Iglesia a Jesucristo. El encuentro con Jesucristo en los
pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la
contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en
los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela,
surge nuestra opción por ellos. La misma adhesión a Jesucristo es la que
nos hace amigos de los pobres y solidarios con su destino” (DA 257).
“La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica del Buen
Samaritano, que nos da el imperativo de hacernos prójimos, especial-
mente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos” (DA 135).
“La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica
en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos
con su pobreza. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios he-
cho hombre, que se ha hecho nuestro hermano. Ella, sin embargo, no es
ni exclusiva, ni excluyente” (DA 392). “Nos comprometemos a trabajar
para que nuestra Iglesia latinoamericana y caribeña siga siendo, con ma-
yor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, in-
cluso hasta el martirio. Hoy queremos ratificar y potenciar la opción del
amor preferencial por los pobres hecha en las Conferencias anteriores.
Que sea preferencial implica que debe atravesar todas nuestras estruc-
turas y prioridades pastorales. La Iglesia latinoamericana está llamada
a ser sacramento de amor, solidaridad y justicia entre nuestros pueblos”
(DA 396).
2.6 Preguntémonos: Yo, ¿qué tan convertido estoy a los pobres?
¿En qué demuestro haber asumido la opción preferencial por ellos? ¿Mi
vida personal, mi estilo de vida, mis gastos, mis descansos y mi actua-
ción pastoral son acordes con esa opción? ¿O sólo he hecho de los pobres
un discurso ideológico, una bandera que divide y enfrenta? ¿Qué justifi-
caciones aduzco, para defenderme y no vivir conforme a esta opción que
nos piden Jesús y su Iglesia?

3. Jesucristo: nuestra única opción


Después del Concilio, y sobre todo después de Medellín y de Puebla,
pareció que la pastoral de la Iglesia, la vida y el ministerio de los presbí-

61
SER SACERDOTE VALE LA PENA

teros, se centraban excesivamente en lo social, en la lucha por la justicia


y en la opción por los pobres, con descuido de la espiritualidad. Se nos ha
acusado de “meternos en lo que no nos toca”, sobre todo en la política, y
de que hemos descuidado nuestros deberes religiosos.
Nada más ajeno a la verdad. La Iglesia siempre ha insistido en la prio-
ridad de la vida espiritual, en la necesidad de la oración, en la configura-
ción con Jesucristo. Pero también se nos ha dicho con toda claridad que
es precisamente el seguimiento de Jesús el que exige un compromiso con
la realidad de nuestro pueblo. “El Corazón de Cristo sigue hoy teniendo
compasión de las muchedumbres y dándoles el pan de la verdad, del amor
y de la vida, y desea palpitar en otros corazones —los de los sacerdo-
tes—: ‘Dadles vosotros de comer’. La gente necesita salir del anonimato
y del miedo; ser conocida y llamada por su nombre; caminar segura por
los caminos de la vida; ser encontrada si se pierde; ser amada; recibir la
salvación como don supremo del amor de Dios; precisamente esto es lo
que hace Jesús, el buen Pastor; Él y sus presbíteros con Él” (PDV 82).
3.1 En Río de Janeiro, se insistió en la importancia de la formación
espiritual, desde el Seminario. Pero también advirtió que “se forme a los
seminaristas, muy solícitamente, en una piedad sólida, exenta de toda
sensiblería, ajena a cualquier especie de falso y peligroso misticismo.
Que se inculque fuertemente en los futuros sacerdotes el espíritu de hu-
mildad, obediencia, abnegación y sacrificio” (Nos. 12-15).
3.2 En Medellín, se empieza señalando algunos aspectos de las
crisis que, por esos años, preocupaban seriamente a los pastores: “Se
percibe, en esta hora de transición, una creciente desconfianza en las
estructuras históricas de la Iglesia, que llega, en algunos, al menospre-
cio de todo lo institucional, comprometiendo los mismos aspectos de ins-
titución divina. Nos parece que este peligro para la fe es, en definitiva, el
elemento más pernicioso para el presbítero de hoy.
El sacerdote de hoy siente necesidad de una expresión más vivencial
de su oración, de su ascesis y de su consagración. La superación de la
dicotomía entre la Iglesia y el Mundo y la necesidad de una mayor pre-
sencia de la fe en los valores temporales, exigen la adopción de nuevas
formas de espiritualidad según las orientaciones del Vaticano II. No po-
cos presbíteros, antes de asegurar un tránsito valedero a formas nuevas,
se emancipan de lo tradicional, con el riesgo de caer en un desastroso

62
EL SER

debilitamiento de su vida espiritual. Este decaimiento de la espiritualidad


es particularmente peligroso, porque el presbítero transfiere fácilmente
su propia crisis a la comunidad en la que vive” (Sacerdotes, 5-6).
Ante esta problemática, señalan pistas muy iluminadoras: “La espi-
ritualidad sacerdotal ha de ser una vivencia personal, intrínsecamente
vinculada con su acción ministerial. Entre todas las exigencias de esta
espiritualidad ninguna es superior ni más necesaria que la de una pro-
funda y permanente vida de fe... Importa, ante todo, que el sacerdote sea
el hombre de oración por antonomasia. Un sacerdote cuya vida no fuere
testimonio de este espíritu de fe, jamás podrá ser reconocido como digno
ministro de Cristo, el Señor.
“La caridad pastoral infundida por el sacramento del orden debe im-
pulsar hoy a los sacerdotes a trabajar más que nunca por la unidad de
los hombres, hasta dar la vida por ellos, como lo hiciera el Buen Pastor.
En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdote íntimamente con la
comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha
para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el
carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escato-
lógica y pastoral” (Sacerdotes, 20-21).
3.3 En Puebla, la Verdad sobre Jesucristo fue unos de los pilares
sobre los que se asentó el documento. Cristo fue y ha sido la inspiración,
el criterio de verdad y el camino seguro para la Iglesia. Pero centrarnos
en Él no nos aleja del pueblo, sino todo lo contrario. Así lo expresan los
obispos: “Solidarios con los sufrimientos y aspiraciones de nuestro pue-
blo, sentimos la urgencia de darle lo que es específico nuestro: el miste-
rio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios. Sentimos que ésta es la ‘fuerza
de Dios’ (Rom 1,16) capaz de transformar nuestra realidad personal y
social y de encaminarla hacia la libertad y la fraternidad, hacia la plena
manifestación del Reino de Dios” (DP 181).
Con claridad sostienen:“Debemos presentar a Jesús de Nazareth
compartiendo la vida, las esperanzas y las angustias del pueblo y mostrar
que Él es el Cristo creído, proclamado y celebrado por la Iglesia. No po-
demos desfigurar, parcializar o ideologizar la persona de Jesucristo, ya
sea convirtiéndolo en un político, un líder, un revolucionario o un simple
profeta, ya sea reduciendo al campo de lo meramente privado a quien es
el Señor de la Historia” (DP 176, 178).

63
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Más específicamente sobre la espiritualidad que se pide a los pres-


bíteros, afirman: “El presbítero es un hombre de Dios. Sólo puede ser
profeta en la medida en que haya hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo
esta experiencia lo hará portador de una Palabra poderosa para trans-
formar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el desig-
nio del Padre. La oración en todas sus formas —y de manera especial la
Liturgia de las Horas que le confía la Iglesia— ayudará a mantener esa
experiencia de Dios que deberá compartir con sus hermanos” (DP 693,
694).
3.4 En Santo Domingo, la centralidad de Jesucristo es particular-
mente resaltada. Las tres partes del documento se inspiran en Él: Jesu-
cristo, Evangelio del Padre; Jesucristo evangelizador viviente en su Igle-
sia; Jesucristo, vida y esperanza de América Latina y El Caribe. Es tanta
la conciencia que retomamos los obispos sobre la necesidad de volver a
lo fundamental de nuestra fe, que decimos en el último número: “Señor
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, Buen Pastor y Hermano nuestro, nuestra
única opción es por Ti” (SD 303).
Por eso, en el Mensaje introductorio, afirmamos que la IV Conferen-
cia “ha querido perfilar las líneas fundamentales de un nuevo impulso
evangelizador, que ponga a Cristo en el corazón y en los labios, en la
acción y en la vida de todos los latinoamericanos” (No. 3).
En la Profesión de fe, con que arranca el documento, asumimos las
palabras de Pablo VI, que el Papa Juan Pablo II nos recordaba en su
discurso inaugural: “¡Cristo! Cristo, nuestro principio. Cristo, nuestra
vida y nuestro guía. Cristo, nuestra esperanza y nuestro término... Que
no se cierna sobre esta asamblea otra luz que no sea la de Cristo, luz del
mundo. Que ninguna otra verdad atraiga nuestra mente fuera de las pa-
labras del Señor, único Maestro. Que no tengamos otra inspiración que la
de serle absolutamente fieles. Que ninguna otra esperanza nos sostenga,
si no es aquella que, mediante su palabra, conforta nuestra debilidad”
(SD 8).
Para que haya Nueva Evangelización, teniendo en cuenta “la situa-
ción generalizada de muchos bautizados que no dieron su adhesión per-
sonal a Jesucristo por la conversión primera, se impone, en el ministerio
profético de la Iglesia, de modo prioritario y fundamental, la procla-
mación vigorosa del anuncio de Jesús muerto y resucitado, raíz de toda

64
EL SER

evangelización, fundamento de toda promoción humana y principio de


toda auténtica cultura cristiana” (SD 33).
En sintonía que con esta honda preocupación, propusimos a los mi-
nistros ordenados: “Buscar en nuestra oración litúrgica y privada y en
nuestro ministerio una permanente y profunda renovación espiritual
para que en los labios, en el corazón y en la vida de cada uno de noso-
tros, esté siempre presente Jesucristo” (SD 71).
3.5 En Aparecida, en sintonía con la insistencia consistente de Juan
Pablo II y de Benedicto XVI, ratificamos la centralidad de Jesucristo
en la vida cristiana y en la espiritualidad presbiteral: “Aquí está el reto
fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para
promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación
recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría,
el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No
tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu
de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado,
adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificul-
tades y resistencias. Éste es el mejor servicio —¡su servicio!— que la
Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (DA 14). “Conocer
a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y trans-
mitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y
elegirnos, nos ha confiado” (DA 18). “Conocer a Jesús es el mejor re-
galo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros
es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra
palabra y obras es nuestro gozo” (DA 29).
Sin embargo, centrarnos en Cristo no nos distancia o aleja de los que
sufren, sino todo lo contrario: “En el rostro de Jesucristo, muerto y resu-
citado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese
rostro doliente y glorioso, podemos ver, con la mirada de la fe el rostro
humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y, al mismo
tiempo, su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realiza-
ción de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está
al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (DA 32).
3.6 Preguntémonos: Yo, como presbítero, ¿qué experiencia tengo
de Jesucristo? ¿Quién es Él para mí? ¿Que implica la exigencia de que Él
esté en mis labios, en mi corazón y en mi vida? ¿Soy hombre de oración

65
SER SACERDOTE VALE LA PENA

por antonomasia? ¿De qué manera mi espiritualidad no está separada


de mi ministerio? ¿Busco consciente y decididamente la santidad? ¿Mi
relación con Jesucristo me proyecta indefectiblemente hacia los pobres y
los que sufren?

4. Comunión eclesial
Una de las insistencias permanentes de los obispos a los presbíteros,
es la búsqueda de la unidad, el diálogo, la corresponsabilidad, la comu-
nión y participación. Fue la oración de Jesús por sus discípulos, en la
Ultima Cena. Es la señal de autenticidad de que somos suyos y de que
formamos una sola Iglesia.
4.1 En Río de Janeiro, se pide a los Superiores de los Seminarios
“que procuren fomentar entre los alumnos un sano espíritu de fraterni-
dad y de familia” (No. 15). Después, se “encarece a los sacerdotes... que
cultiven una sobrenatural amistad con sus hermanos sacerdotes, capaz
de llevarles a ayudarse mutuamente, y de un modo especial en el terreno
espiritual” (No. 23 d). Se aconseja a los Obispos que “fomenten, en la
medida que sea posible, la vida común del clero...; establezcan asociacio-
nes sacerdotales, que contribuyan al bien espiritual del sacerdote” (No.
24); “organizar equipos sacerdotales en los que, entre otras ventajas, los
sacerdotes jóvenes puedan encontrar en sus cohermanos de más edad y
experiencia, ayuda desde el punto de vista espiritual y pastoral” (No. 26).
Se recomienda “vivísimamente a los sacerdotes que alimenten los vín-
culos de hermandad, de respeto y de caridad con todos sus cohermanos,
seculares o religiosos, nativos o provenientes de otros países” (No. 27).
4.2 En Medellín, cuando las tensiones eran más frecuentes, se
aborda explícitamente esta exigencia de la comunión jerárquica entre
presbíteros y obispos, a partir del sacramento del Orden: “De aquí se
deduce, como consecuencia inevitable, la íntima unión de amistad, de
amor, de preocupaciones, de intereses y trabajos, entre obispos y presbí-
teros, de manera que no se pueda concebir un obispo desligado o ajeno a
sus presbíteros, ni un presbítero alejado del ministerio de su obispo. Así
todos los sacerdotes, vinculados entre sí por una verdadera ‘fraternidad
sacramental’, deben saber convivir y actuar unidos en la solidaridad de
una misma consagración.

66
EL SER

La adecuada corresponsabilidad entre obispos y presbíteros pide el


ejercicio de un diálogo, en el que haya mutua libertad y comprensión
tanto con respecto a los asuntos a tratar como a la manera de discutir-
los” (Sacerdotes, 14,15).
Para “edificar y guiar la comunidad eclesial, como signos e instrumen-
tos de unidad”, se pide a los presbíteros un diálogo “constante e institu-
cional” con los laicos y con los religiosos y religiosas (Sacerdotes, 16).
Y para que no quedaran dudas sobre la necesidad de esta comunión,
se dice: “Es contrario al profundo sentido de unidad del presbiterio el
aislamiento en que viven tantos sacerdotes... Recomendamos que se fo-
mente la vida de los equipos sacerdotales en sus diversas formas. Esta-
blézcanse centros sacerdotales donde puedan reunirse en un ambiente
fraternal y de frecuente contacto con el obispo, todos los presbíteros con
miras a su perfeccionamiento personal” (Sacerdotes, 25).
4.3 En Puebla, donde comunión y participación fueron los hilos
conductores de todo el documento, se reflejó también la inquietud de
la comunión eclesial para los presbíteros, quienes, “por el sacramento
del Orden, quedan constituidos en los colaboradores principales de los
Obispos para su triple ministerio; hacen presente a Cristo Cabeza en
medio de la comunidad; forman, junto con su Obispo y unidos en íntima
fraternidad sacramental, un solo presbiterio dedicado a variadas tareas
para servicio de la Iglesia y del mundo” (DP 690). Por eso, “como el
Obispo y en comunión con él, el presbítero evangeliza, celebra el Santo
Sacrificio y sirve a la unidad” (DP 695). “Una vida de profunda comu-
nión eclesial” es uno de los signos que “revelan la autenticidad de la
Evangelización” (DP 378).
4.4 En Santo Domingo, el desafío de la unidad fue la primera in-
quietud que se anotó, al tratar el punto de los ministerios ordenados. Al
describir la situación del continente, se dijo: “En cada una de nuestras
Iglesias particulares, existen ya organismos de integración y coordina-
ción. Es notorio el esfuerzo de unidad con los religiosos... Reconocemos,
sin embargo, que existen divisiones y conflictos que no siempre reflejan la
unidad que ha querido el Señor. Por otra parte, la escasez de ministros y
el recargo de trabajo que impone a algunos el ejercicio de su ministerio
hacen que muchos permanezcan aislados. Por tanto, se hace necesario
vivir la reconciliación en la Iglesia, recorrer todavía el camino de unidad

67
SER SACERDOTE VALE LA PENA

y de comunión de nosotros, los pastores, entre nosotros mismos y con las


personas y comunidades que se nos han encomendado” (SD 68).
Por eso, nos propusimos: “En la formación inicial de los futuros pas-
tores y en la formación permanente de obispos, presbíteros y diáconos
queremos impulsar, muy especialmente, el espíritu de unidad y comu-
nión” (SD 69).
4.5 En Aparecida insistimos en esta inaplazable exigencia de co-
munión eclesial en sus diversas dimensiones: “El tercer desafío se re-
fiere a los aspectos vitales y afectivos, al celibato y a una vida espiritual
intensa fundada en la caridad pastoral, que se nutre en la experiencia
personal con Dios y en la comunión con los hermanos; asimismo al culti-
vo de relaciones fraternas con el obispo, con los demás presbíteros de la
diócesis y con laicos. Para que el ministerio del presbítero sea coherente
y testimonial, éste debe amar y realizar su tarea pastoral en comunión
con el obispo y con los demás presbíteros de la diócesis. El ministerio
sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una radical forma comuni-
taria y sólo puede ser desarrollado como una tarea colectiva” (DA 195).
“Hoy, más que nunca, el testimonio de comunión eclesial y la santidad
son una urgencia pastoral. La programación pastoral ha de inspirarse
en el mandamiento nuevo del amor” (DA 368).
4.6 Preguntémonos: En mi Iglesia particular, en mi decanato, en
el presbiterio, ¿cómo colaboro para que se viva la comunión eclesial?
¿Soy alguien que integra, o que disuelve? ¿Cómo es mi relación con mi
Obispo, con los presbíteros, con los y las religiosas, con los laicos? ¿De
qué forma ayudo a quienes padecen aislamiento?

Conclusión
He tratado de presentar los cuatro “núcleos” que considero más cons-
tantes y centrales de la espiritualidad que la Iglesia pide a los presbíteros
en América Latina.
Los considero básicos y fundamentales; de tal forma que, si faltara
cualquiera de ellos, nuestra identidad presbiteral, hoy y aquí, quedaría
desdibujada. Los cuatro son, además, complementarios, de manera que
uno exige y desarrolla al otro. Asumiéndolos, logramos la armonía inte-
rior y exterior, la integración personal y comunitaria.

68
EL SER

Que el Espíritu de Jesús, por intercesión de la Virgen María y de San


José, nos conceda la gracia de vivir, cada día más plena y gozosamente,
nuestra vocación a configurarnos, “por el sacramento del Orden, con
Cristo Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia” (PDV 3).

69
SER SACERDOTE VALE LA PENA

7. EL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DEL SACERDOTE


Retiro a los presbiterios de Tula, Tulancingo y Huejutla
Tulancingo, Hgo. , 9 de junio de 1998

En el marco de la preparación al Gran Jubileo de la Encarnación,


estamos en el año dedicado “al Espíritu Santo y a su presencia santifi-
cadora dentro de la comunidad de los discípulos de Cristo” (TMA 44).
El objetivo de este año es promover “el reconocimiento de la presencia
y de la acción del Espíritu, que actúa en la Iglesia tanto sacramental-
mente, sobre todo por la Confirmación, como a través de los diversos
carismas, tareas y ministerios que Él ha suscitado para su bien. Es el
mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los minis-
terios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia. Entre
estos dones destaca la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el
Espíritu mismo somete incluso los carismáticos (cf 1 Cor 14). El mismo
Espíritu personalmente, con su fuerza y con la íntima conexión de los
miembros, da unidad al cuerpo y así produce y estimula el amor entre
los creyentes” (TMA 45).
Dice el Papa: “Ya que el misterio de la Encarnación se realizó por
obra del Espíritu Santo,... la Iglesia no puede prepararse al cumpli-
miento bimilenario de otro modo, si no es por el Espíritu Santo. Lo que
en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, so-
lamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia.
El Espíritu, de hecho, actualiza en la Iglesia de todos los tiempos y de
todos los lugares la única Revelación traída por Cristo a los hombres,
haciéndola viva y eficaz en el ánimo de cada uno: ‘El Paráclito, el Es-
píritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les
recordará todo lo que yo les he dicho’ ” (TMA 44; Jn 14,26).
“El Espíritu Santo es también para nuestra época el agente prin-
cipal de la nueva evangelización. Será por tanto importante descubrir
al Espíritu como Aquel que construye el Reino de Dios en el curso de
la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a
los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro de la vivencia
humana las semillas de la salvación definitiva que se dará al final de
los tiempos” (TMA 45).

70
EL SER

¿Qué significa para nosotros, obispos y sacerdotes, este año del Es-
píritu Santo? ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida y en nuestro ministerio?
¿Para qué lo necesitamos?

1. ¿Por qué y para qué necesitamos al Espíritu Santo?


“Ya que el misterio de la Encarnación se realizó por obra del Espíritu
Santo”, nosotros lo necesitamos para que Jesús continúe vivo y presente
en nuestra propia vida. Sin el Espíritu Santo, no podemos reconocer a
Jesús como el Señor (cf 1 Cor 12,3). “El que no tiene el Espíritu de
Cristo, no le pertenece” (Rom 8,9). Nos puede pasar como a los apósto-
les, quienes a pesar de haber convivido con Jesús, lo negaron, lo traicio-
naron y lo abandonaron. Fue hasta que vino sobre ellos el Espíritu Santo,
que lo reconocieron y se manifestaron valientemente como sus testigos,
dispuestos a dar la vida por Él. Para que seamos testigos calificados del
Señor Resucitado, no bastan todos los años de Seminario y haber obteni-
do buenas calificaciones en Biblia y en Dogma; es la efusión del Espíritu
la que nos apóstoles y evangelizadores, hasta dar la vida (cf Hech 1,8).
En casi todas las diócesis, se han elaborado Planes de Pastoral. Sin la
acción del Espíritu Santo, no serán más que papel y buenas intenciones.
Para que los llevemos a la práctica, requerimos suplicar insistentemente
el dinamismo que procede del Espíritu. No nos hagamos ilusiones. Sin su
ayuda, nada podemos, como decimos en el himno de Pentecostés: “Sin tu
inspiración divina, los hombres nada podemos y el pecado nos domina”.
Somos débiles. Lo constatamos a cada momento. Prometemos y no
cumplimos. Nos arrepentimos y volvemos a caer. Dice San Pablo: “Sa-
bemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de
parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del
Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el res-
cate de nuestro cuerpo... El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza”
(Rom 8,22-26). Con la ayuda del Espíritu, venceremos.
Para permanecer fieles a nuestra vocación, necesitamos la gracia del
Espíritu Santo. Por eso, cuando sintamos cansancio, decepción, desalien-
to, ganas de dejar todo y de ya no complicarnos la vida, acudamos a Él,
para que nos incendie con el fuego de su amor y seamos colaboradores
más fieles y fervientes del Reino de Dios. Hagamos con frecuencia esta

71
SER SACERDOTE VALE LA PENA

oración: “Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el cielo tu luz, para
iluminarnos. Ven ya, padre de los pobres, luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones. Fuente de todo consuelo, amable huésped del
alma, dador de todos los dones. Eres pausa en el trabajo; brisa, en un
clima de fuego; consuelo, en medio del llanto” (Himno de Pentecostés).
Cuando nos lleguen las tentaciones, como a Jesús en el desierto, a
donde fue conducido por el Espíritu (cf Mt 4,1), no las consintamos, ni
las dejemos posesionarse de nosotros, sino digamos al Espíritu Santo:
“Ven, luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que
te adoran. Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura
nuestras heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad,
endereza nuestras sendas” (Himno de Pentecostés).
Cuando no sepamos qué hacer ni qué decisión tomar, acudamos al
“Espíritu de la verdad, quien nos guiará hasta la verdad completa” (Jn
16,13). Cuando se nos agoten las ganas de orar; cuando nos desanime-
mos por no saberlo hacer, o cuando no demos el valor adecuado a la
oración personal, comunitaria y litúrgica, roguemos al Espíritu que nos
enseñe a estar en comunión con cada una de las tres divinas personas de
la Santísima Trinidad, “pues nosotros no sabemos pedir como conviene;
mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”
(Rom 8,26).
Para hacernos dóciles a la Palabra de Dios, como María, pidamos que
nos invada el Espíritu de Dios. Para que no traicionemos a Jesús, sino
que lo anunciemos con audacia y con creatividad, nos hace falta el fue-
go de Pentecostés. Para que no nos acostumbremos a nuestras miserias,
requerimos el viento impetuoso del Espíritu, que aleje de nosotros toda
basura. Para que seamos capaces de reconocer nuestros propios errores y
pecados, en vez de sólo condenar los ajenos, nos falta el Espíritu, que nos
convenza de nuestra realidad y nos convirtamos (cf Jn 16,8-9). Para que
no nos carcoman la envidia y las competencias por los primeros cargos
(cf Mt 20,20-28), debe venir el Espíritu, que nos haga “un solo cora-
zón y una sola alma” (Hech 4,32). Para que formemos una sola familia
presbiteral, en la que valoremos los dones y carismas de todos, incluso
los propios, y los pongamos al servicio de la Iglesia, se requiere que nos
dejemos llevar por el Espíritu (cf 1 Cor 12,4-30).

72
EL SER

Nos dice el Papa Juan Pablo II, en su Carta del pasado Jueves San-
to: “Nuestro sacerdocio está íntimamente unido al Espíritu Santo y a su
misión. En el día de la ordenación presbiteral, en virtud de una singular
efusión del Paráclito, el Resucitado ha renovado en cada uno de noso-
tros lo que realizó con sus discípulos en la tarde de la Pascua, y nos ha
constituido en continuadores de su misión en el mundo (cf Jn 20,21-23).
Este don del Espíritu, con su misteriosa fuerza santificadora, es fuente
y raíz de la especial tarea de evangelización y santificación que se nos
ha confiado” (Introd.). “La Eucaristía y el Orden son frutos del mismo
Espíritu: Al igual que en la Santa Misa el Espíritu Santo es el autor de la
transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
así en el sacramento del Orden es el artífice de la consagración sacerdo-
tal o episcopal” (No. 2; Cf Don y Misterio, p.59).
Para vivir a plenitud nuestra consagración, necesitamos los siete do-
nes del Espíritu Santo (cf Is 11,2-3). “Así, con el don de la sabiduría, el
Espíritu conduce al sacerdote a valorar cada cosa a la luz del Evangelio,
ayudándole a leer en los acontecimientos de su propia vida y de la Iglesia
el misterioso designio del Padre; con el don de la inteligencia, favorece
en él una mayor profundidad en la verdad revelada, impulsándolo a pro-
clamar con fuerza y convicción el gozoso anuncio de la salvación; con el
consejo, el Espíritu ilumina al ministro de Cristo para que sepa orientar
su propia conducta según la Providencia, sin dejarse condicionar por
los juicios del mundo; con el don de la fortaleza, lo sostiene en las difi-
cultades del ministerio, infundiéndole la necesaria ‘parresía’(audacia)
en el anuncio del Evangelio (cf Hech 4,29.31); con el don de la ciencia,
lo dispone a comprender y aceptar la relación, a veces misteriosa, de
las causas segundas con la causa primera en la realidad cósmica; con
el don de piedad, reaviva en él la relación de unión íntima con Dios y la
actitud de abandono confiado en su providencia; finalmente, con el te-
mor de Dios, el último en la jerarquía de los dones, el Espíritu consolida
en el sacerdote la conciencia de la propia fragilidad humana y del papel
indispensable de la gracia divina, puesto que ‘ni el que planta es algo,
ni el que riega, sino Dios que hace crecer’ ” (1 Cor 3,7) (Carta del Papa
a los sacerdotes, 5).
Nuestra vida diaria ha de ser una inmolación permanente, una vícti-
ma agradable al Padre, unida a la oblación de Cristo en el sacrificio eu-

73
SER SACERDOTE VALE LA PENA

carístico. “Este sacrificio, ofrecido una vez por todas en el Calvario, es


confiado a los Apóstoles, en virtud del Espíritu Santo, como el Santísimo
Sacramento de la Iglesia. Para impetrar la intervención misteriosa del
Espíritu, la Iglesia, antes de las palabras de la consagración, implora:
‘Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu
estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y
Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar
estos misterios’ (Plegaria Eucarística III). En efecto, sin la potencia del
Espíritu divino, ¿cómo podrían unos labios humanos hacer que el pan y
el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor hasta el fin de
los tiempos? Solamente por el poder del Espíritu divino puede la Iglesia
confesar incesantemente el gran misterio de la fe: Anunciamos tu muer-
te, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!” (Carta del Papa a
los sacerdotes, 2).

2. El Espíritu Santo y la opción por los pobres


Un punto en que necesitamos particulares gracias del Espíritu Santo
es el referente a nuestra misión ante los pobres, conforme a lo que Jesús
dijo de sí mismo en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva,
para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para
dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc
4,18-19).
Durante muchos años, nos ha dividido internamente la “opción por
los pobres”; hemos gastado muchas energías en discutir sobre ella; nos
hemos atacado y ofendido. Algunos presumen de haber optado por los
pobres, y menosprecian a quienes achacan estar en otra postura; pero
nos puede pasar como a Judas, que hablaba en favor de los pobres, pero
eran éstos quienes menos le interesaban (cf Jn 12,5-6). Por otro lado,
sin embargo, son también dignos de reproche los sacerdotes y levitas
del Antiguo Testamento, que se conformaban con celebrar el culto en el
Templo, y se olvidaban del pobre malherido al borde del camino (cf Lc
10, 25-37).
Ya no deberían quedarnos dudas al respecto. La opción por los po-
bres no es optativa. Desde el momento en que Jesús se hizo pobre y el

74
EL SER

Espíritu lo ungió para evangelizarlos, no podemos menos que hacer la


misma opción por ellos. Ningún cristiano o presbítero puede quedarse
con los brazos cruzados, limitándose a lamentos y oraciones, pudiendo y
debiendo hacer cuanto sea posible por ayudar a los marginados a salir de
su postración. Que ya no discutamos más por ello. Que el trabajo común
organizado, la pastoral de la salud, la atención a los migrantes y a los
presos, la promoción de la mujer, la pastoral educativa, la promoción de
cooperativas, la pastoral de la tierra, la búsqueda de soluciones al proble-
ma de los niños de la calle, a los infectados por el SIDA y al drama del
narcotráfico, nos unan como una sola Iglesia que quiere hacer presente,
aquí y ahora, el Reino de Dios, cada quien con los dones y carismas que
el Espíritu le conceda; pero sin divisiones ni antagonismos, sin radicali-
zaciones ideológicas o partidistas, sin violencia.
Es digno de notarse, al respecto, que Jesús no asume toda la frase del
profeta Isaías que cita en la sinagoga de Nazaret. El profeta describía su
misión así: “El Espíritu del Señor... me ha enviado... a pregonar... el día
de la venganza de nuestro Dios” (Is 61,1-2). Jesús opta por los pobres,
pero elimina esta frase final. Él no viene a tomar venganza. Él no acepta
la violencia. Cuando el mismo Pedro hace uso de la espada, Jesús le re-
procha y le ordena guardarla (cf Lc 22,49-51; Mt 26,51-54).
Si en el Antiguo Testamento, por la barbarie imperante en ese tiem-
po, Dios permitió el uso de las armas, Jesucristo da un paso cualitativo
en la historia de las relaciones entre los humanos: “Han oído que se
dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no resistan
al mal” (Mt 5,38-39), con lo que, como dice el comentario de la Biblia
de Jerusalén, Jesús prohíbe resistir por venganza, devolviendo mal por
mal; mas no prohíbe oponerse dignamente a los ataques injustos (cf Jn
18,22s), ni mucho menos combatir el mal en el mundo. Y para que no
quedaran dudas al respecto, Jesús añadió: “Han oído que se dijo: Amarás
a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemi-
gos y rueguen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre
celestial” (Mt 5,43-45).
Por tanto, hemos de ser fieles a la misión para la que nos ha ungido
el Espíritu Santo, no sólo a los sacerdotes y obispos, sino a todos los
bautizados y confirmados, de comprometernos a combatir la pobreza, la
miseria, el hambre, el analfabetismo, la insalubridad, el racismo, la injus-

75
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ticia y la opresión. Pero con los métodos de Jesús. No con violencia y con
armas. No con agresiones y amenazas. No con descalificaciones mutuas
y con enfrentamientos partidistas. No con discursos incendiarios y con
denuncias polarizadas. Como dice el profeta Isaías: “Miren a mi siervo,
a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él
he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará ni clamará, no hará oír su voz en las plazas, no romperá la
caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Proclamará la
justicia con firmeza, no titubeará ni se doblegará, hasta haber establecido
el derecho sobre la tierra” (Is 42,1-4).
Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda su sabiduría, para seguir
el camino de Jesús, que sana a los enfermos, hace ver a los ciegos, con-
suela a los tristes, da de comer a los que tienen hambre, defiende a las
mujeres, libera a los endemoniados, perdona a los pecadores y resucita
a los muertos; dice su verdad tanto a las autoridades civiles y religiosas,
como a sus propios amigos y discípulos; sufre la cárcel, las calumnias y
las envidias; son violados sus derechos humanos y muere injustamente;
pero no encabeza grupos armados, ni organiza revueltas sociales o polí-
ticas, al estilo del asesino Barrabás. Él es “manso y humilde de corazón”
(Mt 11,29; cf 25,5). Nos enseña a amar y a servir, no a dominar (cf Jn
14,34-35; Mt 20,25-28). Pero nos advierte que si nada hacemos por los
que sufren necesidad, seremos excluidos de su Reino (cf Mt 25,31-46).
Hagámonos constructores de la paz, con justicia y dignidad, pero
también con amor y fraternidad, al estilo de Jesús. Hemos sido ungidos
para ser una prolongación suya, para hacerlo histórico y realmente pre-
sente en nuestro tiempo y en nuestra geografía. Depende de nosotros que
Él siga siendo una respuesta a las realidades actuales. Sin nosotros, Él no
actúa, no salva, no ama, no perdona, no libera, no da vida.
Por eso, pidamos al Espíritu Santo, con el antiguo himno litúrgico del
Veni Creator: “Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu amor
en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil
carne. Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé tú mismo
nuestro guía y, puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo”.

76
EL SER

Concluyamos diciéndole: “Concede a aquellos que ponen en ti su fe


y su confianza, tus siete sagrados dones. Danos virtudes y méritos, danos
una buena muerte y contigo el gozo eterno” (Himno de Pentecostés). Lo
pedimos por intercesión de la Virgen María, esposa del Espíritu Santo,
y de San José.

77
SER SACERDOTE VALE LA PENA

8. RETOS Y MEDIOS PARA LA


ESPIRITUALIDAD PRESBITERAL

Introducción
Vivimos en un mundo corrompido (cf 2 Pedro 1,4). En este mundo
estamos y no podemos vivir fuera de él; pero no debemos ser sus escla-
vos (cf Jn 17,14-16). Jesucristo, al elegirnos para ser una prolongación
de su presencia y de su misión salvífica en la historia, nos ha separado
del mundo de pecado (cf Jn 15, 19). Por ello, hemos de estar muy alertas
para descubrir los retos que ese mundo nos plantea, y que nos dificultan
seguir a Jesús en forma más radical.
Jesús escogió a los Doce, ante todo, para que estuvieran con Él y,
hasta después, enviarlos a predicar y a expulsar demonios (cf Mc 3,13-
15). Estar con Jesús, convivir con Él, para conformar nuestros criterios
y actitudes, y así llegar a ser sus testigos calificados, es la base para
emprender la nueva evangelización, ya que ésta exige, como requisito
fundamental, un nuevo ardor, que “brota de una radical conformación
con Jesucristo. Así, el mejor evangelizador es el santo, el hombre de las
bienaventuranzas” (SD 28). “La llamada a la nueva evangelización es
sobre todo una llamada a la conversión” (Juan Pablo II, en Santo Do-
mingo, 1992).
Con frecuencia la gente se queja de que sus pastores no somos muy
espirituales y de que, por nuestra culpa, muchas personas cambian de
religión o se alejan de la Iglesia. Esto no siempre es mentira ni exagera-
ción, sino que debería servirnos como estímulo para una revisión seria de
conciencia y para un crecimiento sostenido en nuestra consagración.
¿Cómo ha de ser nuestra vida espiritual? ¿Qué dificultades hemos
de superar?

1. El ideal de nuestra espiritualidad sacerdotal


En la Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis” (PDV), se nos
ofrecen algunos elementos de lo que significa nuestra configuración con
Cristo, Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia.

78
EL SER

Ante todo, se nos dice que el sacramento del Orden nos une a Cristo,
Sumo Sacerdote y buen Pastor, con una “ligazón ontológica específica”
(PDV 11); por tanto, no es algo meramente accidental o funcional. En
efecto, “el Espíritu Santo, consagrando al sacerdote y configurándolo
con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo
del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto
es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y amor cada vez
más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los senti-
mientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y
el sacerdote —relación ontológica y psicológica, sacramental y moral—
está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella vida según el Espíritu
y para aquel radicalismo evangélico al que esta llamado todo sacerdote
y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espi-
ritual” (Ib 72).
“Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo,
único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una
transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son,
en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesu-
cristo Cabeza y Pastor... Existen y actúan para el anuncio del Evangelio
y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y
Pastor, y actuando en su nombre” (Ib 15). “Han sido puestos, al frente
de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo”
(Ib 16).
“El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, esposo
de la Iglesia... Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el
amor de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa” (Ib 22; cf 43 y 72). Ha sido
“escogido gratuitamente por el Señor como instrumento vivo de la obra
de salvación..., no como una cosa, sino como una persona..., implicando
la mente, los sentimientos, la vida” (Ib 25). Mediante la Ordenación, ha
recibido el mismo Espíritu de Cristo, que lo hace semejante a Él, para
que pueda actuar en su nombre y vivir en sí sus mismos sentimientos y
actitudes (cf Ib 33 y 57). “Está llamado a hacerse epifanía y transparencia
del buen Pastor que da vida” (Ib 49).
“El presbítero, llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y
Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de
lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho

79
SER SACERDOTE VALE LA PENA

hombre y que se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia


los demás... Para que su ministerio sea humanamente lo más creíble, es
necesario que el sacerdote plasme su personalidad humana de tal manera
que sirva de puente y no de obstáculo a los demás en el encuentro con
Jesucristo Redentor del hombre” (Ib 43).
“Nuestra identidad tiene su fuente en la caridad del Padre. Con el
sacerdocio ministerial, por la acción del Espíritu Santo, estamos unidos
sacramentalmente al Hijo, enviado por el Padre como Sumo Sacerdote
y buen Pastor. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de
la vida y de la acción del mismo Cristo. Esta es nuestra identidad, nuestra
verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra
vida” (Mensaje de los Padres Sinodales; PDV 18).

2. Retos y dificultades para la espiritualidad sacerdotal


Estamos en el mundo y éste fácilmente nos contagia. Señalemos sólo
algunos aspectos propios de la cultura actual: la tendencia a lo fácil y lo
cómodo, la búsqueda del placer, el exceso en bebidas embriagantes, el
rechazo al sacrificio y al esfuerzo, el erotismo generalizado, el lengua-
je vulgar, el subjetivismo excesivo, la dependencia de la televisión, la
dispersión mental y la superficialidad, la cultura de lo transitorio y nada
permanente, el conformismo y la mediocridad, el miedo al silencio y a la
soledad, el criticismo exacerbado, la corrupción generalizada, etc.
En nuestra vida presbiteral, por falta de formación desde la familia,
antes y después de la ordenación, o por contagio del mundo de pecado,
pueden aparecer algunas de estas deficiencias: poca pasión por Jesucris-
to; escaso tiempo para la oración personal, menosprecio a la Liturgia
de las Horas; celebraciones rutinarias y poco piadosas; anclarse y es-
tablecerse en un cargo o parroquia, sin disponibilidad para un cambio;
relaciones burocráticas con el Obispo y superficiales con los presbíteros;
caciquismo en la pastoral parroquial y secretismo en los ingresos eco-
nómicos; imprudencias y ligerezas en el trato con las mujeres; excesiva
preocupación por la seguridad económica; aislamiento y no integración a
la pastoral de conjunto; pérdida del sentido de sacrificio; pastoral conser-
vadora y ritualista, sin nuevos métodos, nuevas expresiones y dinamismo
misionero; débil compromiso en la promoción humana y en la opción por

80
EL SER

los pobres; poca conciencia de lo que significa la inculturación del Evan-


gelio; desconocimiento del magisterio pontificio y episcopal, a nivel uni-
versal, latinoamericano y local; poco espíritu de estudio; cultura que se
reduce a un solo periódico y a una revista; conformismo y pasividad ante
la invasión de nuevos grupos religiosos, etc.
A la sucinta enumeración anterior, hay que agregar las personales
dificultades que cada quien experimenta, así como algunos peligros que
nos señala el magisterio pontificio:
“Con frecuencia la religión cristiana corre el peligro de ser conside-
rada como una religión entre tantas o quedar reducida a una pura ética
social al servicio del hombre. En efecto, no siempre aparece su inquie-
tante novedad en la historia: es misterio; es el acontecimiento del Hijo de
Dios que se hace hombre y da a cuantos lo acogen el poder de hacerse
hijos de Dios; es el don de una alianza personal de amor y de vida de Dios
con el hombre” (PDV 46).
“La indiferencia religiosa, que lleva a muchos hombres de hoy a vi-
vir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga,
incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la
coherencia. A esto hay que añadir aún la extendida pérdida del sentido
trascendente de la existencia humana y el extravío en el campo ético,
incluso en los valores fundamentales del respeto a vida y a la familia. Se
impone además a los hijos de la Iglesia una verificación: ¿en qué medida
están ellos afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo ético?
¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a
la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro
de Dios, a causa de los defectos de su vida religiosa, moral y social?”
(TMA 36).
“El sacerdote hará todos los esfuerzos posibles para evitar vivir el
propio sacerdocio de modo aislado y subjetivista” (DMVP 27).
“El sacerdote estará por encima de toda parcialidad política... Como
Jesús (cf Jn 6,15ss), el presbítero debe renunciar a comprometerse en for-
mas de política activa, sobre todo cuando se trata de tomar partido —lo
que casi siempre ocurre— para permanecer como el hombre de todos en
clave de fraternidad espiritual. Todo fiel debe poder siempre acudir al
sacerdote, sin sentirse excluido por ninguna razón... La reducción de su
misión a tareas temporales —puramente sociales o políticas, ajenas, en

81
SER SACERDOTE VALE LA PENA

todo caso, a su propia identidad— no es una conquista sino una gravísi-


ma pérdida para la fecundidad evangélica de la Iglesia entera” (Ib 33).

3. Medios para una vida espiritual vigorosa


“La formación espiritual constituye un elemento de máxima impor-
tancia en la educación sacerdotal”, pues sin ella “la formación pastoral
estaría privada de su fundamento... Constituye el centro vital que unifica
y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el ministerio” (PDV 45).
La vida espiritual es “relación y comunión con Dios... Es obra del
Espíritu y empeña a la persona en su totalidad; introduce en la comu-
nión profunda con Jesucristo, buen Pastor; conduce a una sumisión de
toda la vida al Espíritu, en una actitud filial respecto al Padre y en una
adhesión confiada a la Iglesia. Ella se arraiga en la experiencia de la
cruz para poder llevar, en comunión profunda, a la plenitud del misterio
pascual” (Ib 45).
3.1 “Se requiere, ante todo, el valor y la exigencia de vivir íntima-
mente unidos a Jesucristo... Solamente podrán comunicar a los demás este
anuncio sorprendente y gratificante si logran el conocimiento profundo y
la experiencia creciente de este misterio” (Ib 46). “Deben enamorarse de
Cristo Buen Pastor y modelar el propio corazón a imagen del suyo” (Ib
82).
“Jesús llamó a los Doce ante todo para que estuvieran con Él (cf Mc
3,13). En efecto, los Evangelios nos presentan la vida de trato íntimo
y prolongado con Jesús como condición necesaria para el ministerio
apostólico; por tanto, los seminaristas, acogiendo libremente el llamado
del Señor, aprendan, a ejemplo de los discípulos, a ir madurando en la
relación amistosa con Él, la cual nace como don inestimable de Cristo
(cf Jn 15,15) y requiere la respuesta humana en un continuo proceso
de encuentro con el Maestro, de conversión, discipulado, comunión y
misión. Este encuentro con Jesucristo ha de ser una experiencia de exis-
tencia plena (cf DA 243)”. (NBFSM 166).
En la vida espiritual ocupa un lugar de primera importancia la conti-
nua “búsqueda del Señor, pues es inagotable el misterio de la imitación
y participación en la vida de Cristo. Así como también deberá continuar
este encontrar al Maestro, para poder mostrarlo a los demás, y mejor

82
EL SER

aún, para suscitar en los demás el deseo de buscar al Maestro. Pero esto
es realmente posible si se propone a los demás una experiencia de vida,
una experiencia que vale la pena compartir” (PDV 46).
“Los cristianos esperan encontrar en el sacerdote no sólo un hombre
que los acoge, que los escucha con gusto y les muestra una sincera amis-
tad, sino también y sobre todo un hombre que les ayude a mirar a Dios, a
subir hacia Él” (Ib 47). Los fieles tienen el derecho de buscar en el sacer-
dote “al hombre de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel
y prudente y al guía seguro en quien se pueda confiar en los momentos
más difíciles para hallar consuelo y firmeza” (PDV 72).
"La vida de oración debe ser renovada constantemente en el sacer-
dote. En efecto, la experiencia enseña que en la oración no se vive de
rentas; cada día es preciso no sólo reconquistar la fidelidad exterior
a los momentos de oración..., sino que también se necesita reanimar
la búsqueda continua de un verdadero encuentro personal con Jesús,
de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del
Espíritu” (PDV 72).
3.2 “La formación espiritual comporta también buscar a Cristo en
los hombres. En efecto, la vida espiritual es vida interior, vida de intimi-
dad con Dios, vida de oración y contemplación. Pero del encuentro con
Dios y con su amor de Padre de todos, nace precisamente la experiencia
indeclinable del encuentro con el prójimo, de la propia entrega a los
demás, en el servicio humilde y desinteresado que Jesús ha propuesto
a todos como programa de vida en el lavatorio de los pies a los apósto-
les… El sacerdote es el hombre de la caridad… En este sentido, la pre-
paración al sacerdocio tiene que incluir una seria formación de la ca-
ridad, en particular del amor preferencial por los pobres, en los cuales,
mediante la fe, descubre la presencia de Jesús y su amor misericordioso
por los pecadores” (PDV 49).
La “fidelidad al ministerio sacerdotal” exige un “proceso de con-
tinua conversión”, centrada fundamentalmente en la caridad pastoral,
que “empuja al sacerdote a conocer cada vez más las esperanzas, ne-
cesidades, problemas, sensibilidad de los destinatarios de su ministe-
rio, los cuales han de ser contemplados en sus situaciones personales
concretas, familiares y sociales” (Ib 70). “El presbítero se presentará
como experto en humanidad, hombre de verdad y de comunión y, en fin,

83
SER SACERDOTE VALE LA PENA

como testigo de la solicitud del único Pastor por todas y cada una de sus
ovejas. La comunidad podrá contar, segura, con su dedicación, con su
disponibilidad, con su infatigable obra de evangelización y, sobre todo,
con su amor fiel e incondicionado. El sacerdote, por tanto, ejercitará su
misión espiritual con amabilidad y firmeza, con humildad y espíritu de
servicio; tendrá compasión… y sabrá inclinarse con misericordia sobre
el difícil e incierto camino de conversión de los pecadores: a ellos se
prodigará con el don de la verdad; con ellos ha de llenarse de la pa-
ciente y animante benevolencia del buen Pastor, que no reprocha a la
oveja perdida, sino que la carga sobre sus hombros y hace fiesta por su
retorno al redil” (DMVP 30).
3.3 “La formación permanente tiende a hacer que el sacerdote sea
una persona profundamente creyente y lo sea cada vez más; que pueda
verse con los ojos de Cristo en su verdad completa. Él debe custodiar esta
verdad con amor agradecido y gozoso; debe renovar su fe cuando ejerce
el ministerio sacerdotal; sentirse ministro de Jesucristo, sacramento del
amor de Dios al hombre… Debe reconocer esta misma verdad en sus
hermanos sacerdotes. Este es el principio de la estima y del amor hacia
ellos” (PDV 73). “En la nueva evangelización, el sacerdote está llama-
do a ser heraldo de la esperanza” (DMVP 35).
3.4 La identificación con Cristo exige la práctica “de la obedien-
cia, del celibato y de la pobreza… en la perspectiva de la caridad, que
consiste en el don de sí mismo por amor” (PDV 49).
3.5 “Es necesario recordar el valor incalculable que la celebra-
ción diaria de la Santa Misa tiene para el sacerdote, aún cuando no
estuviere presente ningún fiel. Él la vivirá como el momento central de
cada día y del ministerio cotidiano, como fruto de un deseo sincero y
como ocasión de un encuentro profundo y eficaz con Cristo… El que
celebra mal, manifiesta la debilidad de su fe y no educa a los demás en
la fe” (DMVP 49).
3.6 “Como todo buen fiel, sacerdote también tiene necesidad de
confesar sus propios pecados y debilidades… Es una cosa buena que los
fieles sepan y vean que también sus sacerdotes se confiesan con regula-
ridad. Toda la existencia sacerdotal sufre un inexorable decaimiento si
viene a faltarle, por negligencia o por cualquier otro motivo, el recurso
periódico al Sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se

84
EL SER

confesara más, o se confesara mal, su ser sacerdotal y su hacer sacerdo-


tal se resentirán muy rápidamente, y también la comunidad, de la cual es
pastor, se daría cuenta… El presbítero dedicará tiempo y energía para
escuchar las confesiones de los fieles, pues los cristianos acuden con
gusto a recibir este Sacramento, allí donde saben que hay sacerdotes
disponibles” (DMVP 54; PDV 26).
3.7 “El sacerdote está llamado a madurar la conciencia de ser
miembro de la Iglesia particular en la que está incardinado, a sea, in-
corporado con un vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral. Esta
conciencia supone y desarrolla el amor especial a la propia Iglesia... Lo
lleva a compartir la historia o experiencia de vida de esta Iglesia parti-
cular en sus valores y debilidades, en sus dificultades y esperanzas, y a
trabajar en ella para su crecimiento” (PDV 74).
3.8 “Cada presbítero ha de tener una profundo, humilde y filial
vínculo de caridad con la persona del Santo Padre y debe adherirse
a su ministerio petrino con docilidad ejemplar. El presbítero realizará
la comunión requerida por el ejercicio de su ministerio sacerdotal por
medio de su fidelidad y de su servicio a la autoridad del propio Obispo...
Es necesario evitar toda forma de subjetivismo en el ejercicio del minis-
terio y adherirse corresponsablemente a los programas pastorales. Esta
adhesión, además de ser expresión de madurez, contribuye a edificar la
unidad en la comunión, que es indispensable para la obra de la evan-
gelización... El presbítero ha de ser promotor de una relación afable
con el propio Obispo, lleno de sincera confianza, de amistad cordial, de
un verdadero esfuerzo de armonía y de una convergencia ideal y pro-
gramática, que no quita nada a una inteligente capacidad de iniciativa
personal y empuje pastoral” (DMVP 24).
3.9 “El sacerdote está llamado de modo particular a crecer en y
con el propio presbiterio unido al Obispo. El presbiterio en su verdad
plena es mysterium: es una realidad sobrenatural... La fisonomía del
presbiterio es la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen
de carne y sangre, sino de la gracia del Orden: Una gracia que asume
y eleva las relaciones humanas, psicológicas, afectivas, amistosas y es-
pirituales entre los sacerdotes; una gracia que se extiende, penetra, se
revela y se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo
espirituales sino también materiales” (PDV 74).

85
SER SACERDOTE VALE LA PENA

“El sacerdote hará todos los esfuerzos posibles para evitar vivir el
propio sacerdocio de modo aislado y subjetivista, y buscará favorecer
la comunión dando y recibiendo —de sacerdote a sacerdote— el calor
de la amistad, de la asistencia afectuosa, de la comprensión, de la co-
rrección fraterna... La capacidad de cultivar y vivir maduras y profundas
amistades sacerdotales se revela fuente de serenidad y de alegría en el
ejercicio del ministerio; las amistades verdaderas son ayuda decisiva en
las dificultades y, a la vez, ayuda preciosa para incrementar la caridad
pastoral, que el presbítero debe ejercitar de modo particular con aquellos
hermanos en el sacerdocio que se encuentren necesitados de comprensión
ayuda y apoyo” (DMVP 27-28).
“Son también importantes los encuentros de estudio y de reflexión
común, que impiden el empobrecimiento cultural y el aferrarse a posi-
ciones cómodas incluso en el campo pastoral, fruto de pereza mental;
aseguran una síntesis más madura entre los diversos elementos de la vida
espiritual, cultural y apostólica; abren la mente y el corazón a los nuevos
retos de la historia y a las nuevas llamadas que el Espíritu dirige a la
Iglesia” (Ib 80).
3.10 Por “el mandamiento del Señor de ir a todas las gentes.., el sa-
cerdote pertenece de modo inmediato a la Iglesia universal... Por tan-
to la pertenencia —mediante la incardinación— a una concreta Iglesia
particular, no debe encerrar al sacerdote en una mentalidad estrecha y
particularista, sino abrirlo también al servicio de otras Iglesias... Todos
los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misioneros, estando
abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo” (DMVP 14).
3.11 “El sacerdote diocesano debe conocer, respetar y acoger con
gozo las diversas corrientes de espiritualidad, “las múltiples formas de
grupos, movimientos y asociaciones de variada inspiración evangélica”,
que son un “regalo del Espíritu que anima la institución eclesial y está a
su servicio”. Debe aprender “el respeto a los otros caminos espirituales
y el espíritu de dialogo y cooperación” y no concentrarse en una sola lí-
nea espiritual o pastoral, ni reducirse a un movimiento o asociación, pues
debe ser “pastor de todo el conjunto. No sólo es el hombre permanente,
siempre disponible para todos, sino el que sale al encuentro de todos
—en particular está a la cabeza de las parroquias— para que todos des-
cubran en él la acogida que tienen derecho a esperar en la comunidad y

86
EL SER

en la Eucaristía que los congrega, sea cual sea su sensibilidad religiosa


y su dedicación pastoral” (PDV 68).
“El párroco favorecerá las asociaciones de fieles y los movimientos,
que se propongan finalidades religiosas, acogiéndolas a todas y ayudán-
dolas a encontrar la unidad entre sí, en la oración y en la acción apos-
tólica” (DMVP 30). Ha de ser consciente de que “el Espíritu Santo ha
impulsado el nacimiento de movimientos y asociaciones de laicos que
han producido ya muchos frutos en nuestras Iglesias” (SD 102).
3.12 “Una exigencia imprescindible… es la solicitud del sacerdote
por dejar a alguien que tome su puesto en el servicio sacerdotal” (PDV
74). “Cada sacerdote reservará una atención esmerada a la pastoral vo-
cacional” con la oración, la catequesis, la relación personal y, sobre todo,
con “la conciencia clara de la propia identidad, la coherencia de vida, la
alegría sincera y el ardor misionero… Es exigencia ineludible de la ca-
ridad pastoral que cada presbítero se preocupe de suscitar al menos una
vocación sacerdotal que pueda continuar su ministerio” (DMVP 32).
3.13 “La práctica de la dirección espiritual contribuye no poco a fa-
vorecer la formación permanente de los sacerdotes. Se trata de un medio
clásico que no ha perdido nada de su valor, no sólo para asegurar la for-
mación espiritual, sino también para promover y mantener una continua
fidelidad y generosidad en el ejercicio del ministerio sacerdotal” (PDV
81).

Conclusión
Nuestra vocación es sublime, pues estamos llamados a ser un signo
sacramental de Cristo Pastor. Nuestras limitaciones son muchas y los
retos enormes. Pero tenemos abundantes medios para tender a la santidad
y ser los pastores que requiere la nueva evangelización.
Que el Espíritu del Señor nos invada, para que todos juntos y cada
uno en particular tratemos de ser una “epifanía y transparencia del buen
Pastor que da la vida” (PDV 49), y así gocemos con plenitud nuestro
sacerdocio. Por intercesión de los formadores de Jesús, San José y la
Virgen María.

87
CAPÍTULO II
LA VOCACIÓN

9. QUÉ ES LA VOCACIÓN SACERDOTAL

Para ser sacerdote, se requiere tener vocación. No basta querer serlo;


es necesario haber sido llamado. Por ello es importante preguntarnos en
qué consiste la vocación.
Toda vocación tiene un doble elemento. El elemento divino: Dios lla-
ma a cada quien para una determinada misión en su pueblo, en su Iglesia.
El elemento humano: la persona corresponde a ese proyecto de Dios, se
lo apropia, lo hace carne de su carne y vida de su vida.
Los dos elementos son fundamentales. Si Dios llama, pero el hom-
bre o la mujer no corresponden, no se realiza la vocación. Si el hombre
quiere, pero Dios no llama para eso que el hombre pretende, tampoco
hay vocación.
La vocación sacerdotal es la invitación que Dios hace a determinados
varones, para que acepten colaborar con Cristo, como cabeza de la Igle-
sia, en la obra de la salvación de la humanidad.
Él escoge a quienes quiere (cf Mc 3,13; Jn 15,16). Nadie puede sen-
tirse con derecho para exigir ser llamado (cf Hebr 5,4-5).
A quienes Él elige, los prepara con las cualidades indispensables para
determinada misión (cf Rom 8,28-30).
Puede llamar a pobres y ricos, niños, jóvenes y adultos, amigos y
hasta enemigos, como es el caso de Pablo (cf Hech 9,1-22).
Hace una selección muy personal (cf Lc 5,1-11; Mc 1,16-20; Mt 9,9).
Ordinariamente rechaza a quienes se ofrecen espontáneamente (cf Mc
5,18-19; Lc 9,57-58.61-62).

89
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Es muy difícil que un rico esté dispuesto a renunciar a sus bienes para
seguir incondicionalmente a Jesús (cf Mc 10,17-31).
¿Cuáles son las señales para descubrir que alguien ha sido llamado
al sacerdocio?
1.- Que sea bautizado, varón y bien definido en su masculinidad.
Cuando alguien tiene manifestaciones claras de homosexualidad o mo-
dales afeminados, debe ser rechazado tajantemente como candidato al
sacerdocio. Aunque insista en que siente vocación y que tiene muchos
deseos de ingresar a un Seminario, se le debe hacer desistir de querer
ser sacerdote. Mientras no se garantice una curación completa, no hay
idoneidad para esta vocación.
2.- Que sea una persona normal, física, mental y psíquicamente.
En el aspecto físico, se analiza la salud corporal, la carencia de taras y de-
fectos notables, que impidieran la habilidad de presidir las celebraciones
y la comunidad. Un discapacitado puede ser idóneo para el sacerdocio,
siempre y cuando su situación no afecte su ministerio, su servicio a la
comunidad. En el aspecto mental, se requiere capacidad para el estudio,
apertura para el diálogo, facilidad para hablar y comunicarse, sentido
común, saber juzgar y razonar. En el aspecto psíquico, se pide equilibrio
emocional, madurez según la edad, libertad personal, carencia de trau-
mas graves y de complejos notables.
3.- Que normalmente proceda de una familia cristiana y bien inte-
grada, aunque Dios puede suscitar vocaciones en familias que no presen-
tan todos los elementos deseables.
Quien, durante su infancia y su niñez, sufrió graves trastornos en el
hogar, difícilmente se repone en la vida; arrastra carencias afectivas, que
tarde o temprano le causarán serios problemas.
Hay que pedir varias pruebas de estabilidad emocional, antes de
aceptar casos de excepción.
4.- Que haya superado satisfactoriamente los estudios requeridos
para ser aceptado en un Seminario. En la mayoría de Seminarios, se les
acepta con la Secundaria; si tienen más estudios, como Preparatoria o
Universidad, mucho mejor.
5.- Que tenga las cualidades morales que se requieren para ser una
persona de bien: generosidad, rectitud, verdad, sinceridad, responsabi-
lidad, honestidad, laboriosidad, etc. Por tanto, se excluyen quienes son

90
LA VOCACIÓN

perezosos, borrachos, tramposos, convenencieros calculadores, ladrones,


vagos, revoltosos, mentirosos, egoístas, interesados, hipócritas e irres-
ponsables.
Quienes ya han pasado por experiencias sexuales o de drogadicción,
es muy difícil que logren adquirir la aptitud necesaria. Es cierto que, para
Dios, nada es imposible (cf Lc 1,37; Mt 19,26). Se pueden dar casos de
conversión extraordinaria, como San Pablo, San Agustín, San Ignacio de
Loyola y tantos otros. Pero esto no es lo común.
Los hijos de padres alcohólicos pueden, con el tiempo, llegar a pade-
cer la misma enfermedad, u otros problemas. Sin embargo, se dan casos
en que esta realidad familiar no ha dejado traumas ni inclinación a la
bebida. De todos modos, se debe investigar si el candidato está afectado
por esta dependencia del alcohol.
6.- Que sea un buen cristiano. Que participe regularmente en la
Misa, al menos la dominical. Que se confiese y comulgue con frecuencia.
Que, si es posible, haya participado en grupos juveniles, de oración, o de
apostolado. Que le interesen las cosas de Dios y de la Iglesia. Que realice
acciones de caridad con los demás, en especial con los pobres y cuantos
sufren; que no pase indiferente ante el dolor humano. Que tenga buena
relación con su párroco, o con otros sacerdotes, en cuanto de él dependa.
Ellos son, junto con otras personas sensatas, quienes mejor le pueden
ayudar a discernir si tiene las cualidades necesarias.
7.- Que sea capaz de vivir en comunidad; por tanto, de sobrellevar
a los demás y de soportar sus cargas. Que no sea aislado ni individualista.
Que le guste colaborar y trabajar en equipo. Que vaya venciendo sus te-
mores para relacionarse con toda clase de personas. Que tenga equilibrio
afectivo tanto con su familia, como con la mujer, con los niños, con sus
compañeros, y que sepa construir amistades profundas.
8.- Que esté dispuesto a consagrar toda su persona al Señor y a la
Iglesia. Que sea capaz de renunciar a su voluntad, para obedecer. Que
tenga aptitud para prescindir del matrimonio y, por tanto, del noviazgo,
con serenidad y alegría, no con angustia. Que sea desprendido ante los
bienes materiales y no tenga la ambición de poseer y acumular.
9.- Que se le note capacidad apostólica. Que sienta urgencia de
evangelizar y de colaborar en la salvación de la humanidad. Que tenga
actitudes de servidor.

91
SER SACERDOTE VALE LA PENA

¿En qué medida se deben exigir estas señales de vocación, antes de


ingresar a un Seminario y, sobre todo, ya estando en él? Depende de va-
rias circunstancias, como son la edad, el medio de donde se procede, los
estudios realizados, etc. No se puede esperar lo mismo de un adolescente
de 15 ó 16 años, que de un joven de 20 ó 25 años. No puede tener las
mismas manifestaciones un muchacho de una ranchería, que el de una
ciudad. O quien sólo ha terminado la Secundaria, que quien ya ejerció
una carrera profesional.
Sin embargo, lo menos que se puede pedir es que no haya contraindi-
caciones; es decir, señales opuestas a la vocación.
Para quien está en un Seminario Menor, Curso Introductorio o equi-
valente, ésos serán los signos básicos para discernir la existencia de una
vocación sacerdotal. Si se tienen dudas sobre alguna de estas señales de
vocación sacerdotal, no se puede ingresar al Seminario Mayor. En éste,
supuestas esas bases, se imparte propiamente ya la formación pastoral,
en sus diferentes áreas o aspectos: humano, intelectual, espiritual y es-
trictamente pastoral. Fallar con cierta gravedad en algunas de esas seña-
les, es indicio claro de no aptitud vocacional: o porque Dios no llama, o
porque el candidato no corresponde al llamado.
¿Estas cualidades son obra y gracia de Dios en quien Él llama, o
responsabilidad del ser humano?
He aquí el misterio de la vocación. Es una obra divina y humana.
Como la encarnación. Dios es quien da el querer y el obrar; pero el hom-
bre es el que quiere y el que obra. Dios siembra las cualidades necesarias;
pero es el hombre quien las desarrollas y cultiva.
Por ejemplo, cuando alguien carece de suficiente salud física, ¿es
porque Dios no se la concedió, o porque el hombre no la cuidó? Cuando
otro no tiene la requerida capacidad intelectual, ¿es porque Dios no se la
regaló, o por falta de un método adecuado de aprendizaje? A veces es di-
fícil distinguir lo que es obra de Dios y lo que es responsabilidad del hom-
bre; lo cierto es que, en ambos casos, no hay aptitud para el sacerdocio.
Ante este misterio, lo único válido es decirle a Dios: Señor, si me
llamas, aquí estoy. Dame la gracia de percibir tu llamado y ayúdame a
corresponderte generosamente. Como lo hicieron Samuel (1 Sam 3,10),
Isaías (Is (5,8), los apóstoles (Mt 4,18-22), Pablo (Hech 22,10), María
(Lc 2,38) y el mismo Jesús (Hbr 10,7; Jn 6,38).

92
LA VOCACIÓN

¡Cómo no agradecer todos los días el don de la vocación sacerdo-


tal, quienes lo hemos recibido! Lo que somos, es porque Él lo inició en
nosotros, sin mérito nuestro. Sólo porque Él es bueno. Y hay que seguir
correspondiendo, día con día, a ese llamado. Porque lo podemos traicio-
nar, como Judas.

10. CÓMO SURGE UNA VOCACIÓN

Cada vocación es un misterio y una historia. Sin embargo, se dan


ciertas constantes.
Empezaré por compartir mi propia historia vocacional.
Nací en Chiltepec, un pequeño pueblo del sur del Estado de México,
a 68 kilómetros de la ciudad de Toluca. Soy el quinto de una familia
de siete hermanos. Mi padre, ya difunto, era muy recto, trabajador, ale-
gre, exigente, cumplido, servicial, hospitalario, inquieto, muy religioso
y apostólico. Mi madre, también finada, era muy sencilla, callada, pací-
fica, dulce, trabajadora, paciente, humilde, caritativa, sufrida, obediente
y también muy religiosa. La única abuela que conocí, mamá Rosa, era
muy piadosa, apostólica, fuerte y siempre dispuesta a atender las cosas
de la Iglesia y a los sacerdotes, Entre hermanos, hemos sido siempre muy
unidos, alegres y muy religiosos. Yo goce siempre, y sigo gozando, los
mimos de mis hermanas, que se equilibraron con las exigencias de mi
padre. Él siempre se preocupó por que hubiera sacerdote que atendiera la
vida espiritual del pueblo.
No recuerdo a qué edad empecé a sentir el deseo de ser sacerdote, ni
cuándo comencé a decir que yo quería irme al Seminario. El recuerdo se
pierde en la vaguedad de mi primera infancia. Ciertamente fue antes de
los diez años.
Conservo en la memoria algunas escenas de cuando iban a mi pue-
blo los sacerdotes y alumnos del Seminario Conciliar de México, que
pasaban entonces sus vacaciones de comunidad en Almoloya de Alquisi-
ras. Iban caminando hasta Chiltepec, celebraban la Misa y se les ofrecía
una comida. Desde entonces se me grabaron algunos sacerdotes: José
Alvarez, Eduardo Ferruzca, Alberto Ascanio, Heriberto Escamilla. Un
chiquillo para ese entonces, ya empezaba a hablar del irme al Seminario,

93
SER SACERDOTE VALE LA PENA

aunque sin saber con propiedad lo que decía. La presencia alegre de esos
sacerdotes y seminaristas alentaba mis sueños e ilusiones.
Un hermano mío, Adulfo, ingresó al Seminario de la Arquidiócesis
de México, cuando yo nací. Duró cinco años y se salió. Dos primos míos,
Arturo Domínguez y Víctor Díaz, después sacerdotes, así como otros
varios del pueblo, habían ingresado al mismo Seminario. Recuerdo muy
vagamente cuando iban a vacaciones cada año, pero su presencia orien-
taba y sostenía mis deseos.
Una figura muy importante, durante mi infancia y mi niñez, fue el
misionero pasionista, español, Padre Liborio de la Fuente. Durante varios
años, mi papá se encargaba de llevarlo a Chiltepec, para que celebrara los
primeros viernes, la fiesta de la Virgen de Belén y la Semana Santa. Así
mismo, en alguna ocasión organizaba misiones. Yo servía como acólito y
todos estos acontecimientos me iban influyendo vocacionalmente.
Por esa época, era párroco de Coatepec Harinas, a donde pertenecía
Chiltepec, el Padre Bernardo Reyes. Yo le tenía un miedo pavoroso, por
todas las travesuras que nos hacía. No me gustaba ayudarle en la Misa,
pero mi papá no me permitía fallar. Con el tiempo, fue mi primer párroco
y nos entendimos de maravilla. Hasta ahora, lo recuerdo con cariño y
gratitud. Llevo también grabada la figura amable y bondadosa del Padre
Rafael Velázquez, entonces Vicario de Coatepec Harinas, con quien toda
mi familia guardaba bonita relación.
Como se ve, pues, toda mi infancia y mi niñez estuvo rodeada de una
familia muy integrada, unos padres muy religiosos, la figura atractiva de
sacerdotes y seminaristas y un ambiente lleno de piedad.
El 5 de febrero de 1952 se había inaugurado, en Valle de Bravo, el
Seminario Conciliar de Toluca. Yo no se cómo ni cuándo, pero por esas
fechas mi papá tuvo oportunidad de entrevistarse con Mons. Arturo Vé-
lez Martínez, recién consagrado primer obispo de la nueva diócesis. Le
platicó a mi papá del Seminario y le preguntó si no tenía alguien que le
mandara. Y él, ni tardo ni perezoso, le habló de mí. Acordaron que me
llevara inmediatamente a Valle de Bravo, puesto que ya había empezado
el curso.
Una noche, a finales de febrero de 1952, mi papá me habló con toda
seriedad. Me preguntó si de verdad quería irme al Seminario; si iba a
aguantar todo lo que fuera; si no me iba a arrepentir. Ante mis respues-

94
LA VOCACIÓN

tas favorables, me ordenó que fuera, al día siguiente temprano, con Don
Maximino, el carpintero del pueblo, a comprarle un cajón para mis cosas.
Todavía lo recuerdo, grande y fuerte, con su buen candado. En aquel
tiempo no se usaban los belices de ahora.
Yo no había cumplido aún los 12 años y sólo había terminado cuarto
año de Primaria, porque en Chiltepec no había más. Así me encaminé al
Seminario.
No tengo presente cómo fue la despedida de mi familia. Nadie me
acompañó a Valle de Bravo, porque así lo aconsejó mi papá. Sólo me
llevaron Víctor Hernández y mi hermano Adulfo, en un camión de carga
que tenía mi papá.
Yo casi no conocía la ciudad de Toluca. No sé para qué, pero nos
detuvimos un poco en la calle de Lerdo, cerca del centro. Me sentía todo
despistado, temeroso y sin saber qué iba a pasar.
Llegamos a Valle de Bravo. El P. José Alvarez Barrón, Primer Vice-
rrector, nos recibió con toda la bondad y finura que le caracterizaba. El
P. Heriberto Escamilla me pidió que lo acompañara al centro del pueblo.
Me asignaron al Curso Previo, que estaba a cargo del P. Telésforo Flores.
Días antes, el 24 de febrero, se había ahogado Pedro Galván en la laguna
del lugar.
Como ya había empezado el curso, me sentía completamente fuera de
lugar. Los primeros días fueron la prueba más difícil para mi vocación. A
nadie conocía. La comida se me hacía toda extraña; no me gustaba y me
la tenía que comer. Nos daban, para desayunar, una avena que parecía
engrudo. Y nos decían que si la dejábamos, nos servían doble ración. Y
yo, tan acostumbrado a los mimos de mis hermanas...
Las clases ya se habían iniciado y yo no entendía muchas cosas. Ade-
más, viniendo de un pueblo y con sólo cuarto de primaria... En la clase
de Español, todo eso de sílabas, diptongos y triptongos, me sonaba a
algo totalmente extraño, ¡Cuántas lágrimas me costaron las tareas que no
podía hacer, o las preguntas de clase que no sabía responder! El P. Te-
lésforo Flores se esforzaba en ayudarme y me explicaba con paciencia.
¡Cuánto le agradezco!
Los jueves y domingos salíamos a jugar futbol, cosa que nunca había
practicado. Y todos debíamos participar. Cómo se reían y se burlaban
de mí, y de otros que estaban en circunstancias semejantes, los compa-

95
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ñeros que ya habían cursado un año en Temascalcingo, donde estaba el


Seminario Menor de México, y que ahora se habían integrado al nuevo
Seminario de Toluca: Bernardo Monroy, Antonio Pedraza, el Willy…
Cuando íbamos a alguna alberca, pues Valle de Bravo desde enton-
ces ya era atractivo turístico, a quienes no sabíamos nadar nos aventaban
y nos “manteaban’’, sin compasión, entre risas de ellos y desesperación
de nosotros.
Por las tardes, se jugaba la “quemada”. Se ponían en un equipo los
que ya habían pasado por Temascalcingo, y en otro los que apenas había-
mos ingresado ¡Qué “bolazos” nos daban! Les servíamos de diversión.
Nos hacían como querían.
A media tarde nos daban la “merienda”: un pan dulce y una fruta. De-
bíamos hacer “cola”, para que el “merendero” nos la repartiera. Siempre
nos dejaban lo peor; nos quitaban lo que les gustaba y ¡pobre de aquél
que les dijera algo!
Yo, como iba de un pueblo, llevaba un sombrero nuevo de palma. En
una ocasión, me lo quitaron y se pusieron a jugar futbol con él.
Nunca me imaginé que en un Seminario se viviera así. Si me lo hu-
bieran platicado previamente, de seguro no habría ingresado.
En fin, estas anécdotas y otras más, que muchas veces sufrí entre
lágrimas de niño, pues no había cumplido aún los 12 años de edad, pro-
vocaron que, a los pocos días, yo estuviera totalmente arrepentido de
haber dejado mi pueblo. Escribí en varias ocasiones a mi casa, para que
fueran por mí y dejar el Seminario. Les decía que no estaba contento y
que ya no aguantaba más. Pero como en aquellos tiempos los superiores
tenían que leer las cartas, antes de ponerlas en el correo, se enteraban de
lo que yo sufría y hacían hasta lo imposible por consolarme y ayudarme.
El P. José Alvarez me confesó haber impedido que se enviaran algunas
de mis cartas, para no alarmar a mis padres, y para dar tiempo de que me
aclimatara a la situación.
Afortunadamente no sabía cómo llegar a Toluca y a Chiltepec. De lo
contrario, me habría escapado.
Cuánto le debo al P. Rosendo Arenas! En ese tiempo, siendo el un
alumno mayor, colaboraba con nuestro Prefecto como “Sotaministro”,
ayudando en la disciplina y en toda la vida comunitaria. Se esforzaba por
animarme; me consolaba y hasta dulces me regalaba. Lo mismo hacía

96
LA VOCACIÓN

con Leoncio Martínez, Jaime Caballero y otros de nuestra edad. Por eso,
desde entonces surgió el cuento de que, en una ocasión, yo me estaba
escapando del Seminario; que anudé unas sábanas y me iba descolgando
por una ventana que daba a la calle; pero, ¡oh sorpresa!, que Chendo
Arenas me estaba esperando con los brazos abiertos, para regresarme
al Seminario. Otros dicen que me iba a escapar por atrás de unos baños
rudimentarios que teníamos, y que Chendo me alcanzó. Todo esto es
cuento; pero la verdad es que, muchas veces, él actuó como una mamá
sustituto y, gracias a su apoyo, varios permanecimos en el Seminario
durante ese año.
Pasaron esos primeros días. Me empecé a ubicar en las clases. Fui
haciéndome amigo de algunos. Aprendí a defenderme un poco y a saber
tratar a quienes se burlaban de nosotros. Encontré mucho apoyo en los
superiores. Me fui sintiendo a gusto. Por eso, cuando mi papá, como a los
tres meses, envió a Víctor Hernández y a mi hermano Adulfo, para que
fueran por mí, ya no quise regresar a casa.
Mi papá sabía que no estaba contento y que le pedía enviara por mí.
Pero a propósito no quiso ir; estaba convencido de que me haría bien
permanecer en el Seminario. Sin embargo, cuando vio mi insistencia, no
tuvo más remedio que acceder a mis ruegos. Como las cartas tardaban
bastante para llegar a su destino, envió por mí cuando mis sentimientos
ya habían cambiado. Dicen que me mandó decir con quienes iban por mí:
Que si me salía, en Chiltepec sólo me esperaban la yunta de bueyes, las
mulas de carga y los trabajos del campo; que yo escogiera... Dicen que, al
escuchar esto, preferí el Seminario... Puede ser que esto me haya presio-
nado, pero la verdad es que ya le estaba encontrando gusto al nuevo estilo
de vida. Y si de esa presión o advertencia de mi padre se sirvió Dios, para
hacerme permanecer en el Seminario, bendita presión!
Una vez superada esta primera etapa, que duró unos dos o tres me-
ses, toda mi vida en el Seminario fue bellísima, serena y alegre; llena de
inmensas satisfacciones.
Por ejemplo, al final de ese primer curso, como vieron mi esfuerzo
en la clase de Español y mi superación progresiva, me dieron el primer
lugar y la medalla, como se acostumbraba en aquellos tiempos. ¡Cuánto
le dolió a quien la tenía ya casi segura!

97
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Nunca tuve mayores problemas con superiores y compañeros. Apro-


veché bien las clases. Presenté varios “exámenes públicos”. Obtuve bue-
nas calificaciones. Nunca sentí nuevos deseos de salirme del Seminario.
Fui dócil a las indicaciones de los superiores. Gocé de buenas amistades
y del afecto de todos.
Tomé en serio la espiritualidad. Acudía espontáneamente al Director
Espiritual. Observé con fidelidad el reglamento. Participaba gustoso en
juegos y trabajos. En fin, hasta la fecha, recuerdo con placer todos los
días de Seminario.
Agradezco al Señor, a superiores y compañeros, porque lo que soy,
lo debo a toda esa gratísima experiencia del Seminario.
Estos son unos breves apuntes de una historia vocacional, muy per-
sonal. Pero, como decía al principio, cada vocación es un misterio y un
caso muy particular e irrepetible.
Sin embargo, considerando mi propia experiencia vocacional, des-
pués de 20 años de mi servicio como Director Espiritual, luego como
Rector en el mismo Seminario, y por los varios años en que fui coordina-
dor de la Pastoral Vocacional en la diócesis de Toluca, puedo decir que
las constantes de casi todas las historias vocacionales son las siguientes:

• Generalmente, proceder de una familia cristiana y bien inte-


grada.
• Conocer el testimonio alegre y generoso de sacerdotes y semi-
naristas.
• Deseo, al principio un poco nebuloso y vago, de servir a Dios
y a los demás.
• Cierta reciedumbre de carácter, para superar las crisis y los obs-
táculos que nunca faltan.
• Acompañamiento de personas experimentadas, de superiores
cercanos y de amigos sinceros.
• Oración personal, de la familia y de la comunidad.

98
LA VOCACIÓN

11. FAMILIA Y VOCACIÓN

“Las familias, animadas del espíritu de fe, caridad y piedad, son como
un primer Seminario” (OT 2).
En la historia de casi todas las vocaciones sacerdotales, la propia fa-
milia ocupa un lugar de primera categoría, sea en su nacimiento y desa-
rrollo, sea en su conservación y hasta en sus crisis (cf 1 Sam 1,1-2,21).
Las mejores vocaciones, las de muchachos normales, sanos y buenos,
proceden de hogares bien integrados y cristianos:

• donde los esposos se aman, son fieles, no tienen vicios, sobre


todo la embriaguez, son trabajadores, están unidos, viven en
paz, hacen oración en la casa, practican su religión, reciben los
sacramentos, hacen algún apostolado, etc.
• donde los hermanos se comprenden y se ayudan, se respetan y
se quieren, dan y reciben afecto, ayudan al trabajo familiar y
ponen sus cosas en común, viven alegres y se divierten juntos,
van a Misa, se confiesan y comulgan con frecuencia, etc.
• donde los abuelos, los tíos y los demás parientes ayudan a crear
un clima sereno, sin envidias ni chismes; apoyan cuando se ne-
cesita y comparten toda la vida.

En cambio, es muy difícil que surja una buena vocación sacerdotal en


hogares donde hay pleitos, golpes, irresponsabilidad, alcoholismo, infi-
delidad, miedo y escasa práctica religiosa.
Si llega a ingresar al Seminario alguien que procede de un hogar des-
integrado, ordinariamente aprovecha poco, se distrae pensando en los pro-
blemas de su casa. Como no tiene buenos cimientos, fácilmente se des-
anima, se siente solo y sin apoyo. O puede suceder lo que peor: que repita
conductas aprendidas y caer en fallas semejantes a las de su padre.
Con el tiempo, siendo seminarista o sacerdote, si no ha asumido y
transformado las deficiencias de su historia familiar, y si no ha luchado
con madurez para superarlas, puede llegar a refugiarse igualmente en el
alcohol; puede ir arrastrando, durante su vida, un completo rechazo, aun-
que inconsciente, contra todo aquél que tenga autoridad; puede aislarse
y amargarse en sus complejos; puede buscar afecto en cualquier perso-

99
SER SACERDOTE VALE LA PENA

na, incluso de su mismo sexo; puede hacerse autoritario e impositivo;


compensarse con la masturbación, o caer en una exagerada dependencia
materna.
Por ello, antes de aceptar a alguien en el Seminario, e incluso antes
de invitarle a que piense en una posible vocación sacerdotal, hay que
conocer su familia y analizar cuánto de positivo o de negativo ha influido
en el candidato. Si procede de un hogar desintegrado, hay que extremar
precauciones. Sólo se le puede admitir si se tienen suficientes pruebas de
que no está interiormente dañado o afectado. Lo cual no es muy común.
Ciertamente no faltan muy buenas vocaciones que proceden de ho-
gares con problemas; pero es porque tuvieron medios que le ayudaron a
superarlos.
Los obispos mexicanos, en las Normas Básicas para la Formación
Sacerdotal, indican lo siguiente: “Es recomendable realizar una conve-
niente pastoral en favor de las familias de los candidatos al sacerdocio,
máxime teniendo en cuenta que actualmente un alto porcentaje de se-
minaristas proviene de familias desintegradas e incluso disfuncionales”
(No. 134).
¿Qué pueden hacer las familias para que surjan vocaciones sacerdo-
tales, incluso en el propio hogar? ¿Pueden sugerir a alguno de los hijos
que ingrese al Seminario?
Ante todo, la mejor forma de colaborar y disponerse para que en su
seno surja una vocación de especial consagración, es que las familias
vivan integradas y cristianamente como decíamos al principio (cf OT 2;
que los miembros de la misma sean muy apostólicos, preocupándose por
dar algunos servicios en la comunidad; que en el hogar se aprecie a los
sacerdotes y a las personas consagradas, procurando tener un trato ade-
cuado con ellos. Y, sobre todo, que oren mucho al Señor, para que, si Él
es servido, alguno de los hijos sea llamado al sacerdocio. La vocación es
un don y hay que pedirlo con insistencia (cf Mt 9,28; DP 882).
Si uno de los hijos tiene las aptitudes necesarias y se descubren en él
alguno de los signos de vocación sacerdotal (cf Tema: “Qué es la Voca-
ción”), se le puede proponer y sugerir, con toda discreción, que piense
y ore, para descubrir si el Señor le llama por ese camino. Pero nunca se
le debe obligar ni presionar; mucho menos amenazarle con que, si no se
va al Seminario, no se le conceden otras cosas. Hay que crearle un clima

100
LA VOCACIÓN

de completa libertad, para que sea él quien decida su vida. Ofrecerle


comprensión y apoyo.
Si un hijo llegara a ingresar al Seminario, hay que incrementar la
oración familiar y esforzarse por vivir más cristianamente. Tener fre-
cuente comunicación con sus superiores, para saber cómo ayudarle en su
formación. Acudir a las reuniones que ellos programen. No consentirlo
más que a los otros hijos; tampoco cubrir sus perezas o irresponsabili-
dades. Urgirle un buen comportamiento en casa y en la comunidad. No
impedirle que se relacione con jóvenes de ambos sexos, pero enseñarle a
ser prudente y no ingenuo. Exigirle que colabore en el trabajo de la casa,
durante sus tiempos libres y sus vacaciones. Que preste algunos servicios
en la parroquia y procure estar en comunicación constante con su párro-
co. Darle afecto y apoyarle en cuanto sea necesario. Orar y descansar
juntos. Advertirle sus errores y los peligros en que puede estar. Respetar
sus crisis y sus decisiones. No dejar de apoyarle cuando decida salir del
Seminario. En una palabra, que toda la familia se sienta responsable,
junto con los superiores, de su formación integral.
¿Puede tener vocación sacerdotal un hijo ilegítimo?
La actual legislación de la Iglesia no incluye este caso, cuando se
enumeran los impedimentos para que alguien pueda ser ordenado sacer-
dote. En cambio, el Código de Derecho Canónico de 1917, ahora ya sin
vigor, explícitamente decía: “El Ordinario no admitirá en el Seminario
sino a los hijos legítimos... Antes de ser admitidos deben presentar do-
cumentos de su legítimo nacimiento...” (Canon 1363). Y al enumerar las
irregularidades para las Ordenes Sagradas, se decía: “Son irregulares
por defecto: los hijos ilegítimos, tanto si la ilegitimidad es pública como
si es oculta” (Canon 984).
Las leyes canónicas revisadas después del Concilio Vaticano II han
modificado esta exclusión, por una sencilla razón: Un hijo ilegítimo no
es responsable de haber nacido en tal circunstancia. Además, se pueden
dar casos —y de hecho se dan— en que esa carencia puede ser suplida o
compensada por otro recurso educativo.
Sin embargo, antes de aceptar en el Seminario a un hijo ilegítimo, hay
que investigar cómo fue su niñez, cómo se desarrolló en su adolescencia,
con quiénes vivió, quién suplió el lugar del padre y la madre, cómo se
integró con posibles hermanos o parientes cercanos, qué busca en el sa-

101
SER SACERDOTE VALE LA PENA

cerdocio, etc. Es decir, hay que fijarse si el hecho de ser ilegítimo no le


dejó serios trastornos emocionales, en cuyo caso no habría vocación.
Quede claro que lo que estamos diciendo sobre hijos ilegítimos es
igualmente aplicable a hijos de padres separados, aunque hubieran estado
casados por la Iglesia. En cambio, cuando los padres no fueron casados
religiosamente, pero siempre vivieron unidos y en paz, las consecuen-
cias emocionales son las mismas que las de cualquier otro matrimonio
normal. En cuyo caso no hay mayores problemas para ser admitidos en
un Seminario.
El actual Código de Derecho Canónico, aunque ya no habla explíci-
tamente de hijos ilegítimos, exige que se investigue el equilibrio psíquico
de los candidatos al sacerdocio, aunque procedan de matrimonios bien
casados por la Iglesia.
Dice el canon 241: “El obispo diocesano sólo debe admitir en el Se-
minario Mayor a aquellos que, atendiendo a sus dotes humanas y mora-
les, espirituales e intelectuales, a su salud física y a su equilibrio psíqui-
co y a su recta intención, sean considerados capaces de dedicarse a los
sagrados ministerios de manera perpetua”.
En la misma línea, establece que es irregular, es decir, que tiene un
impedimento perpetuo para recibir las Ordenes Sagradas, “quien padece
alguna forma de amnesia u otra enfermedad psíquica por la cual, según el
parecer de los peritos, queda incapacitado para desempeñar rectamente
el ministerio” (Canon 1041, 1).
Ser hijo ilegítimo no es una enfermedad psíquica, pero puede ser el
origen de algún trastorno emocional. Sin embargo, estos desequilibrios
también aparecen en hijos canónicamente legítimos, que vivieron expe-
riencias negativas en su hogar.
Abundando en lo mismo, al hablar de los requisitos para la orde-
nación sacerdotal, se dice que “sólo deben ser ordenados aquellos que,
según el juicio prudente del Obispo propio o del Superior Mayor compe-
tente, sopesadas todas las circunstancias, tienen una fe íntegra, están mo-
vidos por recta intención, poseen la ciencia debida, gozan de buena fama
y costumbres intachables, virtudes probadas y otras cualidades físicas y
psíquicas congruentes con el orden que van a recibir” (Canon 1029).
Así mismo, “por lo que se refiere a la investigación de las cualidades
que se requieren en el ordenando, el Rector del Seminario o de la Casa

102
LA VOCACIÓN

de formación ha de certificar que el candidato posee las cualidades ne-


cesarias para recibir el Orden, es decir, doctrina recta, piedad sincera,
buenas costumbres y aptitudes para ejercer el ministerio; e igualmente
después de la investigación oportuna, hará constar su estado de salud
física y psíquica” (Canon 1051).
Si esto se exige en los casos normales, con cuánta mayor razón en
los que no lo son tanto, como pueden ser los hijos ilegítimos o los que
les parecen.
La familia, por tanto, es determinante para el nacimiento y desarrollo
de una vocación sacerdotal. La familia de María y José fueron de prime-
ra importancia para la vida y el ministerio de Jesús (cf Mt 1,18-25; Lc
2,39-40.51-52).

Que ellos acompañen y protejan a nuestras familias.

12. MEDIACIONES DE LA VOCACIÓN

Dios es quien llama y puede llamar directamente a alguien, sea por


una voz sensible, por sueños, o de otra manera, como es el caso de Moi-
sés. Sin embargo, de ordinario se sirve de personas y de acontecimientos,
para manifestar su llamado. Así, por ejemplo, la vocación de Moisés se
inició por una curiosidad personal de investigar por qué una zarza ardía
sin consumirse (cf Ex 3,1 -6). Dios le habla y le pide liberar a Israel de la
esclavitud que sufría en Egipto (cf Ex 3,7-10).
Para que Samuel reconociera la voz de Dios, requirió la ayuda del
anciano Elí (cf 1 Sam 3,1-10).
Isaías descubre su vocación ante la decadencia y la corrupción de los
judíos y la amenaza de invasión asiria (cf Is 1-6).
Igualmente, la vocación de Jeremías se manifiesta ante el peligro de
que los reinos del norte invadieran a Israel (cf Jer 1,4-15).
Para manifestar a la Virgen María sus designios vocacionales, Dios
le envía al arcángel Gabriel (cf Lc 1,26-38).
Por el testimonio de Juan Bautista, algunos de sus discípulos empe-
zaron a seguir a Jesús (cf Jn 1,35-39).

103
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Andrés invita a su hermano Pedro para que conozca a Jesús, y lo lleva


ante Él (cf Jn 1,40-43).
Felipe convence a Natanael de acercarse a Jesús y sólo le dice: “Ven
y lo verás’’ (cf Jn 1,43-51).
A Ananías se le encarga descubrir a Pablo la misión para la que el
Señor le ha llamado (cf Hech 9,6.10-17; 22,10-16).
El mismo Pablo recomienda a Timoteo que no se precipite en “im-
poner a nadie las manos” (1 Tim 5,22) y deja a Tito en Creta para que
establezca presbíteros en esta ciudad, advirtiéndole las cualidades que
deben tener los candidatos (cf Tit 1,5-9).
Así es y así actúa Dios. Habla y llama, pero lo hace por medio de
personas, semejantes a nosotros. Por tanto, no hay que esperar que Dios
venga a pedir a alguien, directa y personalmente, que se haga sacerdote.
Es decir, no podemos exigirle a Dios revelaciones especiales, para mani-
festar su voluntad. Lo puede hacer, pero no es el camino ordinario.
Dios puede llamar a alguien por medio de los propios padres o fa-
miliares, por medio de un sacerdote, un seminarista, una religiosa, un
obispo, un maestro, o por cualquiera del pueblo fiel.
Cuando se perciben aptitudes para el sacerdocio en un adolescente,
en un joven, o en un adulto soltero, y diversas personas le dicen que
debería ingresar al Seminario, el llamado de Dios puede estársele mani-
festando de esa manera.
Tener vocación no es, necesariamente, sentir deseos de ser sacerdote.
A muchos nunca se les hubiera ocurrido ni siquiera pensar en esa voca-
ción, si no fuera porque alguien les sirvió de instrumento, para hacerles
llegar al llamado.
Esto quiere decir que hay que lanzar la invitación a quienes se les
vean las cualidades necesarias. Lo demás, será acción del Espíritu Santo.
Así se expresaba el Papa Juan Pablo II, en su Mensaje con ocasión de
la XVI Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (6 mayo 1979):
“Dios es siempre libre de llamar a quien quiere y cuando quiere, según
la extraordinaria riqueza de su gracia por su bondad hacia nosotros en
Cristo Jesús (Ef 2,7). Pero habitualmente Él llama a través de nosotros
y de nuestra palabra. Por consiguiente, no tengáis miedo de llamar. In-
troducíos en medio de los jóvenes. Id personalmente al encuentro de
ellos y llamad. Los corazones de muchos jóvenes, y menos jóvenes, están

104
LA VOCACIÓN

dispuestos a escucharnos. Muchos de ellos buscan una finalidad para


vivir; están en búsqueda de descubrir una misión que valga para consa-
grar la vida a ella. Cristo los ha puesto en sintonía con la llamada suya
y vuestra. Nosotros debemos llamar. El resto lo hará el Señor, que da a
cada uno su don particular, según la gracia que le ha sido dada” (1 Cor
7,7; Rom 12,6).
Por ello, no hay que esperar que alguien se ofrezca espontáneamente.
Hay que perder el miedo de invitar, e incluso de insistir. Desde luego que
no es correcto llamar a cualquiera, sólo para llenar Seminarios, sino a
quienes veamos que son aptos.
A los que espontáneamente dicen que quieren ser sacerdotes, hay
que probarlos antes y comprobar que sus motivaciones y aptitudes son
las adecuadas.
A quienes no se les vea con la aptitud necesaria, aunque ya sean se-
minaristas, hay que desanimarles del sacerdocio y orientarles para que
busquen otro camino.
Toda la comunidad cristiana tiene la obligación de ayudar, tanto a
promover vocaciones sacerdotales, como a discernir quiénes sí dan se-
ñales de auténtica vocación. La comunidad tiene un olfato especial, fruto
del Espíritu Santo, que le hace percibir y discernir quiénes sí tienen voca-
ción y quiénes no. De ordinario no se equivocan en sus apreciaciones.
El juicio último compete al Obispo; pero él se ayuda del consejo que
le proporcionan la parroquia de donde procede el candidato, la opinión
del pueblo y el Equipo Formador del Seminario, una de cuyas más deli-
cadas tareas es descubrir los signos de vocación, cultivarlos y hacerlos
llegar a su más plena maduración.
En este sentido, las orientaciones de la iglesia son muy claras:“En
vigilante atención investíguese, según la edad y aprovechamiento de cada
candidato, acerca de su recta intención y libre voluntad; de su idoneidad
espiritual, moral e intelectual; de su adecuada salud corporal y psíquica,
teniendo en cuenta también las disposiciones transmitidas tal vez por la
herencia familiar. Examínese así mismo la capacidad de los candidatos
para sobrellevar las cargas sacerdotales y ejercer los deberes pastora-
les. A lo largo de toda la selección y prueba de los alumnos, procédase
siempre con la necesaria firmeza, aunque haya que deplorar penuria de
sacerdotes, ya que, si se promueven los dignos, Dios no permitirá que su

105
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Iglesia carezca de ministros. A quienes carezcan de idoneidad, oriénte-


seles, paternalmente, a tiempo, hacia otras ocupaciones; y ayúdeles para
que, conscientes de su vocación cristiana, se entreguen con entusiasmo al
apostolado seglar” (OT 6).
Dios también puede llamar por medio de acontecimientos, o por si-
tuaciones que Él presenta a la conciencia de algunos. Por ejemplo, ante
la invasión de las sectas y la carencia de quien evangelice, algunos han
descubierto en ese hecho una invitación para ser sacerdotes.
Ante tantas necesidades de la gente, espirituales, morales, económi-
cas y religiosas; ante la corrupción social generalizada; ante la desorien-
tación de la juventud, etc., muchos perciben que no se pueden quedar
indiferentes y que Dios les pide consagrarse a hacer algo, para que la
situación cambie.
Otros sienten en su conciencia un llamado apremiante a consagrarse
a la liberación de los pobres, cuando se dan cuenta de sus sufrimientos,
de cómo son despreciados y oprimidos, de cómo nadie hace algo por
ellos y todos se aprovechan de su indigencia.
Estas vocaciones, cuando se purifican y se centran en los caminos
evangélicos de servicio a los demás, son de las más notables y madu-
ras. Tienen el peligro de querer hacer muchas cosas inmediatamente, sin
esperar tiempos y momentos. A veces causan ciertos problemas en los
Seminarios, porque son jóvenes inquietos, no aprecian mucho el estudio
y la oración; sólo quisieran dedicarse a las prácticas apostólicas. Bien
orientados, y en diálogo frecuente con los formadores, ayudan a que la
institución no se momifique.
Es el mismo proceso que siguió Moisés. Vio la opresión que sufrían
los israelitas y quiso, violentamente, remediar la situación. Esos no eran
los caminos de Dios; por eso fracasó en su intento de liberar al pueblo,
huyó al desierto y se estableció cómodamente (cf Ex 2,11-22). Pasaron
los años y hasta que Moisés aceptó los planes de Dios, pudo lograr la
liberación de Israel (cf Ex 3,7-12).
Dios también puede llamar a alguien por la lectura de un texto bí-
blico. Así nos lo dice la historia de muchos santos. Al escuchar algunas
palabras de la Escritura, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, las
sienten como dirigidas personalmente a ellos y, a raíz de ese momento,
toda su vida cambia y se consagran a una vocación específica.

106
LA VOCACIÓN

El Señor, pues, llama por muchos medios, y uno de esos medios po-
demos ser nosotros. Lo que hace falta es que obispos, sacerdotes, reli-
giosas y apóstoles laicos nos animemos a prestarle nuestra voz para que
pueda seguir llamando, y que los invitados sean sencillos y abiertos, para
dejarse llamar por las mediciones humanas.
En este sentido, toda la comunidad es responsable de la Pastoral Vo-
cacional. Todos podemos y debemos ser agentes, sacramentos e instru-
mentos de la llamada de Dios. Con la luz del Espíritu Santo.

Que María, madre de las vocaciones, nos enseñe a hacer lo que su


Hijo nos diga (cf Jn 2,5).

13. DE DÓNDE PROCEDEMOS

Es un hecho comprobado, no sólo en México sino en casi todos los


países de América Latina, que la mayoría de vocaciones al sacerdocio
procedemos de la clase media baja. Varios son de la media, muy pocos
de la media alta, y rarísimos de la alta y de la baja. Este no es un fenóme-
no nuevo. Casi siempre ha sido así.
Los ricos y bien acomodados, ordinariamente no son capaces de per-
cibir este llamado; son otros sus intereses (cf Lc 12,16-21; 14,33; 18,18-
30; Sant 5,5).
Los muy pobres, por lo general, no han tenido las oportunidades mí-
nimas de escuela, salud y alimentación; por lo que, es posible que no
reúnan las condiciones indispensables, físicas y mentales, para iniciar
estudios superiores en un Seminario. Nunca faltan, sin embargo, her-
mosas excepciones. Hemos tenido casos en que, con ojos superficiales,
diríamos que no hay el elemento humano básico; pero Dios hace su obra
y llama a quien quiere. Los pobres son los que con más generosidad res-
ponden a los llamados de Dios.
Por los casos de que tenemos constancia en la Biblia, Jesús llama a
hombres que tienen un trabajo digno y hasta ciertas propiedades (cf Lc
5,3; Mc 1,14-20.29; Mt 9,9). Sin embargo, al recibir el llamado, dejan
todo (cf Lc 18,28).

107
SER SACERDOTE VALE LA PENA

San Pablo es un hombre culto; habla dos idiomas; arameo y griego


(cf Hech 21,37.40; 22,2). Nació en Tarso, pero recibió una educación
especializada en Jerusalén, “a los pies de Gamaliel” (Hech 22,3). Sin
embargo, se hace débil y pobre, para ganar a todos para Cristo (cf 1 Cor
9,22-23; 2 Cor 6,10) y se adapta a cualquier circunstancia: abundancia o
escasez (cf FiIip 4,11-12).
Casi todos los sacerdotes procedemos de familias sencillas, de clase
media y media baja, que viven de su trabajo. Muchos somos originarios
de pueblos campesinos. En varias partes, ya hay vocaciones entre los in-
dígenas.
En los últimos años, están surgiendo más vocaciones en las ciudades,
de familias de obreros, empleados, y algunas de burócratas y de profesio-
nistas.
En reuniones de formadores de Seminarios, a nivel latinoamericano,
nos hemos preguntado si el aumento actual de vocaciones se debe a la
crisis económica por la que atraviesan nuestros países; es decir, si se
busca el sacerdocio como una forma de asegurarse el sustento diario,
para sí y para la familia.
No se descarta esta explicación; sin embargo, no parece correspon-
der, al menos en forma explícita, a las motivaciones que descubrimos en
los candidatos al sacerdocio.
Lo que pasa es que los pobres siempre están más abiertos a los valo-
res del espíritu; tienen menos cadenas para consagrarse al Reino, y son
los preferidos de Dios (cf Mt 5,3; 6,24; Sant 2,5; 2 Cor 6,10).
Con todo, los obispos mexicanos, en las Normas Básicas para la
Formación Sacerdotal, nos indican: “examínense atentamente las con-
diciones familiares de donde procede el candidato, sus aptitudes físicas
y psicoafectivas, sus cualidades humanas y morales, espirituales e inte-
lectuales y, sobre todo, su rectitud de intención, cuidando que no busque
el sacerdocio con el propósito de promoverse social o económicamente,
ni como huida de su realidad (cf CIC 241 § 1; RFIS 39; DP 763).”
(NBFSM 244).
Por otra parte, con los llamados al sacerdocio sucede lo mismo que
san Pablo decía de los cristianos de Corintio: “¡Mirad, hermanos, quié-
nes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne, ni mu-
chos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para

108
LA VOCACIÓN

confundir a los sabios. Ha escogido Dios lo débil del mundo, para con-
fundir lo fuerte...” (1 Cor 1,26-31).
Es el mismo camino que escogió Jesús. Siendo Dios, poderoso y Se-
ñor, se hizo pobre (cf Filip 2,6-7). Quiso nacer de una familia sencilla
(cf Lc 2,7), pero que, con su trabajo, tenía lo necesario para vivir (cf Mt
13,55; Mc 6,3).
Si la mayoría de los sacerdotes procedemos de familias humildes,
¿por qué a veces se nos olvida nuestro origen y pretendemos vivir como
ricos, y hasta hacemos menos a los pobres?
Es el Señor quien nos levanta del polvo y nos coloca en un lugar im-
portante (cf Sal 113 [112], 7-8; 1 Sam 2,1-10). No son nuestros méritos,
nuestras capacidades o nuestros estudios. Si tenemos un lugar importante
en la comunidad, es por el sacerdocio que Él nos ha regalado.
Hemos sido tomados de la humildad de nuestros pueblos, para mani-
festar la predilección del Señor por los pobres, y para que estemos más
cerca de quienes sufren (cf Hebr 5,1-4). Nunca deberíamos olvidar nues-
tro origen, ni prescindir de nuestras raíces.
¡Es triste que un sacerdote, o un seminarista, se avergüencen de sus
padres o de su pueblo! Es muy lamentable que algunos sacerdotes indí-
genas quieran borrar su identidad cultural, quizá por el rechazo que la
sociedad les ha manifestado; no quieren aparecer como indígenas. Mu-
chos otros, por lo contrario, cada día se sienten hasta orgullosos de su
condición; muchísimos son bilingües. Yo he encontrado en la selva chia-
paneca a indígenas que hablan tres y cuatro idiomas, sin haber ido a la
escuela, porque son muy inteligentes y su movilidad social les ha puesto
en la necesidad de desarrollarse con idiomas distintos.
Jesús siempre fue reconocido como el Nazareno y el “hijo” del car-
pintero José (cf Mt 2,23; 13,55; Lc 3,23). Quiso hacer maravillas en fa-
vor de sus paisanos; pero no pudo por su incredulidad (cf Mt 13,58).

Que María, la virgen de Nazaret, nos enseñe a permanecer humildes


y sencillos, agradecidos con Aquél que ha hecho maravillas en nosotros
(cf Lc 1,26.49).

109
SER SACERDOTE VALE LA PENA

14. DE CARNE Y ESPÍRITU

“Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que aparezca que la


extraordinaria grandeza del poder es de Dios y que no viene de noso-
tros” (1 Cor 4,7).
Efectivamente, toda la sublimidad del sacerdocio de Jesucristo se en-
carna en nuestra pobre y débil naturaleza humana.
El Señor Jesús nos ha confiado sus poderes (cf Mt 28,18-20):
Bautizamos en nombre de la Trinidad, para injertar a los hombres
en el misterio de Cristo, y para abrirles las puertas de la eternidad (cf Mc
16,15-16; Rom 6,1-11; 8,15-17; Gál 3,27; Col 2,12-14. Jn 3,5).
Perdonamos pecados en su nombre y Dios realmente los perdona (cf
Mt 16,19; Jn 20,23; Mt 9,1-8). Absolver pecados es privilegio exclusivo
de Dios (cf Lc 5,21; 7,49); pero Él ha querido confiar este poder a los
hombres (cf Mt 9,8; 2 Cor 5,19-20).
Cambiamos el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, como Él
mismo lo hizo y como nos ordenó hacerlo siempre, hasta el fin del mun-
do (cf Lc 22,19-20; 1 Cor 11,23-26; Hech 2,42; 20,7).
Imponemos las manos a los enfermos, para que se les perdonen sus
pecados y puedan quedar sanos, si es la voluntad de Dios (cf Mt 10,8; Mc
16,17-18; Sant 5,14-15).
Predicamos autorizadamente su Evangelio, de tal modo que Él pue-
de hablar por nuestra voz (cf Mc 16,15-16; Mt 28,18; Lc 10,16; SC 7 y
33; PO 4).
Presidimos en su nombre, haciendo sus veces en las comunidades
(cf Mt 10,40; Jn 12,44-45; 13,20; Hech 20,28; 2 Cor 5,20; PO 6).
¡Qué gran dignidad y qué terrible responsabilidad nos ha confiado el
Señor! ¿Quién podrá ser digno de ella, si en nuestra historia personal hay
una gran carga de debilidades? (cf 1 Tim 1,12-17; 2 Cor 4,1.5).
Esto nos exige reflejar en nuestra vida, como en un espejo, la persona
de Jesús, irnos transformando en su imagen, y presentarnos en todo como
sus ministros (cf 2 Cor 3,18; 6,3-10).
¡Cuánta fe necesitamos los sacerdotes, para creer en lo que el Señor
nos llamó a ser! No somos funcionarios de una organización eclesiástica,
sino signos e instrumentos de Cristo mismo.
Con razón muchas personas, sobre todo sencillas, siguen besando la

110
LA VOCACIÓN

mano del sacerdote. Manos que fueron ungidas, el día de la ordenación,


para simbolizar que quedamos consagrados e identificados con Aquél
que es el Ungido del Padre.
En nuestra cultura, se nos sigue llamando “Padre”, porque, como
dice Pablo, “he sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo
Jesús” (1 Cor 4,15). Nos sienten como una continuación y manifestación
de Dios Padre, y no como alguien que se apropia algo que es exclusivo
de Dios (cf Mt 23,9).
¡Oh Señor, cómo alabarte y bendecirte, por tan grandes maravillas! (cf
Lc 2,46-52). La vida entera sería insuficiente, para comprender y agrade-
cer tus dones. Lo único que sabemos decir es: ¡Gracias, bendito seas!
Pero, como dice San Pablo, “llevamos este tesoro en vasos de barro”.
Y un barro a veces del más corriente...
Somos tan limitados y tan pecadores como cualquiera; incluso más
que muchos de nuestros feligreses. Tenemos las mismas tentaciones que
todos; y hasta más fuertes. Sentimos la pereza, la ambición, el orgullo,
la lujuria y el odio. No siempre los vencemos, como aconsejamos que lo
hagan los demás. (cf Mt 23,1-7).
Descuidamos la limpieza y la presentación digna de nuestra persona
y de los objetos y lugares del culto. Algunos andan tan sucios, sin rasu-
rarse, y son tan vulgares en sus expresiones, tan carentes de una cultura
actualizada, que dan pena y causan lástima.
No somos tan amables, bondadosos y sencillos como Jesús (cf Mt
11,29). A veces, el mal genio nos domina; tratamos hasta con descortesía
a las personas. Somos secos y duros en la relación humana. Hay quienes
nos tienen miedo.
Como les pasaba a los apóstoles, no fácilmente nos vemos libres de
las envidias entre nosotros mismos; nos criticamos y nos destruimos;
no podemos ver que otro triunfe más que nosotros, porque hacemos
hasta lo imposible por restarle méritos (cf Mt 20,20-28; Mc 9,33-34; Jn
21,20.23).
Nos atrae el dinero y no somos tan desprendidos y generosos, como
deberíamos ser (cf Mt 10,8-10; Lc 16,13-15). Experimentamos la fuerza
y el atractivo del sexo, a pesar de que Dios nos ha regalado el carisma de
estar consagrados exclusivamente a su servicio (cf Mt 19,11-12; 1 Cor
7,1.7-9. 32-34).

111
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Nos gusta hacer sentir nuestra autoridad, aunque a veces no tenga-


mos razón. No escuchamos opiniones. Imponemos nuestras decisiones.
Y las pobres gentes tienen que acomodarse a verdaderos caprichos nues-
tros. Criticamos a los gobernantes injustos y somos quizá peores que
ellos (cf Mt 20,25-28). Muchos pierden la fe o cambian de religión, por
nuestra culpa...
La ambición del poder y del aparecer nos tienta, como a Jesús (cf Mt
4,5-10). Nos atrae ocupar puestos de importancia (cf Lc 9,46; 22,24).
Nos gusta llamar la atención y hacer cosas que se vean, para que se fijen
en nuestros valores.
La vanidad en las cosas materiales nos subyuga. No queremos ser
menos que los demás: “Si fulano o mengano tienen su buena casa, su
buen carro, una cuenta en el banco, etc., ¿yo, por qué no?; también tengo
derecho...”
En la celebración de los más grandes misterios, con frecuencia esta-
mos pensando en otras cosas, incluso en lo que nos van a pagar...
Sí; sentimos todo esto y más. Somos tan humanos como el que más.
Podemos caer igual o peor que los demás.
Sin embargo, sigue siendo verdad que el Señor “levanta del polvo al
desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los
príncipes de su pueblo’’ (Salmo 113 (112), 7-8; cf 1 Sam 2,8; Lc 1,52).
¡Señor, qué misteriosos son tus designios! ¡Cómo te sirves de nuestra
debilidad, para confundir la sabiduría del mundo! (cf 1 Cor 1,17-2,16).
¿Por qué no ocupas ángeles, para que sean tus ministros? Tú conocías a
Pedro, a Judas, y a los otros... Y, sin embargo, los llamaste... Precisamen-
te a seres como ellos confiaste tu Iglesia.
Somos pecadores. Podemos comprender a quienes caen (cf Hebr
4,15-5,3). Pero ayúdanos a ser menos indignos de tu servicio (cf 2 Cor
6,3-10), para que no, por nuestra culpa, sea blasfemado tu nombre (cf 1
Tim 6,1; Tit 2,1-15), ni los débiles en su fe se sientan alentados a caer
(cf Mt 18,6-11).

Que María nos enseñe a hacer, siempre, lo que su Hijo dice (cf Jn 2,5).

112
LA VOCACIÓN

15. CRISIS EN LA VOCACIÓN

En toda vocación, hay momentos muy difíciles. Hay pruebas y dudas,


que tambalean a cualquiera. Y no porque Dios nos quiera probar, sino
porque somos limitados (cf Sant 1,13-14).
A Abraham se le pide ofrecer en sacrificio a su único hijo (cf Gén
22,1-3).
Moisés se resiste a aceptar la tarea que Dios desea encomendarle (cf
Ex 3,11; 4,1.10.13).
Jeremías reconoce sus incapacidades y siente que la vocación pro-
fética le rebasa (cf Jer 1,6). Le llegan momentos en que reniega no sólo
de su misión, sino hasta de haber nacido. Le echa en cara a Dios haberlo
seducido (cf Jer 20,7-18).
Jesús pasa por diferentes pruebas (cf Lc 4,1-13; Mc 3,21; Jn 6,66-
67). En Getsemaní experimenta, hasta sudar gruesas gotas de sangre, una
terrible lucha interior para aceptar la voluntad del Padre (cf Lc 22,41-44;
Mc 14,33). Se siente abandonado por sus discípulos (cf Mt 26,56) y hasta
por su Padre (cf Mt 27,46).
Los apóstoles tienen crisis muy duras en su fe (cf Mc 16,14; Lc 24,38;
Mt 28,17). Sufren persecuciones, azotes, cárceles y, después, la muerte
(cf Hech 5,18.40).
Pablo narra algunos problemas que debió afrontar, para permanecer
fiel a su misión (cf 2 Cor 11,23-29; Hech 9,16; 2 Tim 3,10-11).
Jesús advierte a sus seguidores que no les puede ir mejor que a él (cf
Mt 10,16-33; Jn 15,18-20; 2 Tim 3,12).
En la historia de toda vocación, hay varias crisis, que se presentan
con mayor o menor fuerza, pero que provocan sufrimiento y hasta angus-
tia. Si no se emplean los recursos adecuados, pueden ahorcar a cualquiera
(cf Mt 27,3-5).
Las primeras crisis se presentan, ordinariamente, antes de ingresar al
Seminario. Uno tiene sus dudas sobre si el sacerdocio será su vocación.
Nos decimos interiormente: Y si me equivoco en esta decisión... Y si des-
pués me arrepiento...
No faltan familiares y amigos que se burlan de uno; le dicen “padre-
cito”, “curita” y cosas peores; le quieren besar la mano; le preguntan si
no le gustan las muchachas; que si está loco para encerrarse y desperdi-

113
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ciar su juventud; que mejor termine una carrera universitaria y después


se verá...
No faltan muchachas que hacen hasta lo indecible, para retener a al-
guien que desea entrar al Seminario, o ponerle tentaciones para que se
salga, si ya ingresó.
Si se superan estos primeros obstáculos, vienen otros por parte de la
misma familia. Hay papás que se resisten a “perder” a su hijo; se rebelan;
le amenazan con dejarlo solo; no le dirigen la palabra; le dan todas las
facilidades para que se entregue a los vicios, con tal de que se arrepienta.
Se oponen, sobre todo si el hijo ya cursaba estudios universitarios, o tra-
bajaba para el sostenimiento del hogar. Ya tenían otros planes o intereses
para su hijo... Y los problemas económicos: Con qué se va a pagar la
colegiatura en el Seminario; cómo se van a cubrir todos los gastos, si la
familia tiene apenas para ir pasando.
Cuando alguien no es capaz de vencer estas primeras dificultades,
hasta allí llegó su vocación, si es que la tenía. Una de dos: o el candidato
no tuvo el suficiente arrojo y la fortaleza necesaria, o no hubo alguien
que lo apoyara (cf Jn 5,7). La semilla que había brotado, fue ahogada por
las zarzas (cf Lc 8, 13-14).
Al ingresar al Seminario, no se acaban las crisis; más bien, se agudi-
zan. A veces, al principio, recién ingresados; o también al final, cuando
las dudas son fuertes; o cuando menos se espera. Casi no hay día en que
no se pregunte uno si servirá para el sacerdocio, o si no sería mejor dejar
todo por la paz, antes de que pase más tiempo.
Hay distintas clases de crisis. Para mí, como ya lo narré, lo que más
me desanimó, recién ingresado al Seminario, fue el ambiente poco ama-
ble de algunos compañeros. Nunca me había imaginado que allí vivieran
muchachos tan salvajes.
Así les pasa a muchos. Llegan pensando que todos son santos; que
no se dicen palabrotas; que nadie se pelea; que todos son muy piadosos
y caritativos... Y se encuentran, después de que pasan los primeros días,
con todo lo contrario. Empiezan a aparecer los flojos e irresponsables,
los que no dejan estudiar ni rezar; se pierden algunas cosas personales,
porque los mismos compañeros se las roban; se forman grupitos antagó-
nicos; algunos no colaboran en las tareas y trabajos; otros se escapan a la
ciudad, incluso a diversiones indecentes; a algunos les atrae el licor; no

114
LA VOCACIÓN

falta quien esté siempre diciendo indirectas contra ti...


Muchos se desaniman y deciden abandonar el Seminario. Otros pien-
san en irse a otro Seminario, o a una Congregación Religiosa, como si
allá todo fuera distinto.
Cuando se presenten estas situaciones, hay que estar prevenido y no
espantarse. Lo bueno cuesta. Hay que demostrar, con la reciedumbre de
carácter y con la firmeza en las decisiones, que somos capaces de sufrir
lo que sea, por el Señor y por su Reino (cf Mt 11,12; 2 Tim 2,1-26). Hay
que consultar y pedir ayuda a los formadores. No dejarse contaminar; al
contrario, unirse a quienes manifiestan recta disposición. Orar mucho y
afianzar las propias motivaciones.
Otro motivo de crisis son los estudios. A algunos les resultan de-
masiado difíciles. Reprueban materias. Repiten cursos. Y ni así salen
adelante. En estos casos, que intenten nuevos métodos de estudio. Que
pidan ayuda. Que no flojeen y aprovechen el tiempo al máximo. Pero
que, con serenidad, le digan al Señor: Si me quieres para esta vocación,
concédeme las suficientes capacidades intelectuales; de lo contrario, esa
será la señal clara de que me llamas por otro camino.
Al estudiar a fondo la filosofía, puede plantearse una crisis de fe.
Nos hacemos críticos. Dudamos de todo. Queremos que nos den ex-
plicaciones de cuanto nos dicen y mandan. Estos momentos son útiles
y necesarios, pues ya no podemos seguir siendo niños ingenuos. Para
crecer en la fe, tienen que llegar estos cuestionamientos, aunque nos
hacen sufrir y quedarnos en la sequedad. Lo que antes nos emocionaba
hasta el sentimiento, ahora nos deja fríos y hasta nos parece absurdo. La
filosofía es indispensable, para afianzar la razón, que no es contraria a
la fe.
Hay que ponerse muchas veces de rodillas, para solicitar el regalo de
la fe (cf Lc 17,5). Se ha de procurar resolver las dudas, con la ayuda de la
Teología y de los maestros del espíritu. No violentar decisiones, para sa-
lirse del Seminario cuando llega una crisis. Consultar mucho. Y esperar
pacientemente, como el campesino (cf Sant 5,7-11).
Al pasar de la adolescencia a la juventud, se presentan, o se agudizan,
las crisis por la adolescencia, por el celibato y por la misma vocación.
Por la obediencia, porque estamos estrenando una mayor libertad, y
nos molesta cualquier orden o indicación de los superiores y del regla-

115
SER SACERDOTE VALE LA PENA

mento. Nos sentimos coartados y pensamos que quieren manipular nues-


tra personalidad. Uno hace a propósito cosas que no están permitidas,
para demostrarse a sí mismo de qué es capaz y para burlar la vigilancia de
los formadores. Se esgrimen mil razones, muy personales, para justificar
los incumplimientos de las normas disciplinares. Otra forma de rebeldía
es la apatía e indiferencia; oímos, sin escuchar; aparentamos acatar cuan-
to se nos dice, pero hacemos lo que queremos; nada nos importa ni nos
interesa; todo nos aburre...
Cuando llegan estos momentos, hay que exigirse autenticidad a sí
mismo; preguntarse qué quiere uno en la vida; por qué se está en el Se-
minario; qué le exige esta vocación; cuál es la raíz de sus rebeldías; cómo
encauzarlas positivamente. Dialogar mucho, no sólo con los amigos que
nos dan por nuestro lado, sino con personas de experiencia, cuya vida
nos convenza; escoger un buen director espiritual; presentar con lealtad
y sinceridad opiniones e inquietudes ante los superiores; pedir ayuda y
dejarse ayudar; aprender a obedecer, por motivos de fe, tratando de ase-
mejarse a Jesucristo, quien por su obediencia hasta la muerte nos salvó.
Todo lo contrario de Adán, quien por su desobediencia orgullosa nos
perdió (cf Filip 2,8; Rom 5,19).
Obedecer no es cumplir lo que me convence o me conviene, sino
tratar de descubrir la voluntad de Dios en lo que se me ordena, aunque no
me guste ni me convenza (cf Mt 26,39.42).
Las crisis por el celibato, durante el tiempo de formación seminarísti-
ca, se presentan por el natural atractivo hacia la mujer y por la fuerza de
la propia sexualidad. Se pregunta uno si será capaz de guardar castidad
perfecta y perpetua, cuando todo lo femenino suscita tanto interés, curio-
sidad y simpatía. ¿Será posible mantener el justo equilibrio en las emo-
ciones? ¿Saber establecer una sana amistad con el otro sexo? ¿Apreciar y
valorar, en su justa medida, el lugar de la mujer en nuestra vida?
Cuando uno se entera de que algunos sacerdotes abandonan el minis-
terio y se casan, o tienen graves fallas en este campo, incluso recién orde-
nados, se cuestiona frecuentemente si podrá permanecer fiel para toda la
vida... Si otros caen, ¿quién es uno para decir que “de esa agua, no bebe-
rá”? ¿Cuál es la explicación de esas deficiencias y cómo prevenirlas? ¿Es
posible permanecer célibe? ¿No es algo antinatural y antihumano?
Además, la propia sexualidad desarrolla todo su dinamismo físico y

116
LA VOCACIÓN

psíquico. Y cuando no hay suficiente equilibrio emocional, se puede caer


en la morbosidad, en represiones negativas, en la masturbación y hasta
en la homosexualidad. Por eso, no falta quien asegure que es imposible
mantenerse puro y casto. Se dice que, si uno no tiene relaciones sexua-
les con una mujer, a fuerza debe buscar alguna otra compensación... Y
todo eso provoca en muchos la preocupación y hasta la angustia, porque
¿cómo asegurar que mantendrán adecuado control, de una forma serena,
madura y permanente?
En este campo, la Iglesia ha dado orientaciones muy concretas para
los seminarios. Hay que tender a una educación positiva para el amor.
Hay que adquirir una información seria y científica sobre la sexualidad.
Hay que aprender a relacionarse en todos los niveles. Pero se deben evi-
tar riesgos exagerados. No tenemos derecho a ver todo, a probar todo...
Es necesaria una disciplina de todos los sentidos. No se puede ser inge-
nuo ante la fragilidad humana. Se han de apreciar los sacramentos y la
oración, como fuentes de energía (cf Mt 26,41). Hay que lograr un clima
de confianza entre formadores y alumnos (Ver el documento de la Con-
gregación para la Educación Católica: “Orientaciones para la Educación
en el Celibato Sacerdotal” y “Carta Circular sobre algunos aspectos más
urgentes de la formación espiritual en los Seminarios”).
Sostengo, por experiencia personal y de la gran mayoría de personas
consagradas, que sí es posible mantenerse casto y célibe, con la gracia de
Dios. Ir consiguiéndolo será una de las señales de que sí hay verdadera
aptitud para el sacerdocio.
Las crisis por la vocación se plantean casi todos los días, con más o
menos intensidad. Nunca se quita la preocupación de saber si el sacer-
docio será nuestra auténtica vocación. Sólo se tranquiliza uno hasta que
el Obispo nos acepta para el Diaconado y el Presbiterado; pero la duda
permanece hasta la víspera de ordenación. Es la pregunta fundamental
de la vida seminarística: ¿Tengo vocación? ¿Dios me ha llamado? ¿No
me equivocaré?
Recuerdo que, estando en II y III de Teología, estas preguntas me
angustiaban tanto, que hasta el estómago me dolía... Era muy consciente
de lo que significaba esta vocación. Quería ser un buen sacerdote. Co-
nocía mis limitaciones. Me aterraba llegar a caer en la mediocridad y
en las fallas que descubría en algunos sacerdotes. Me preguntaba quién

117
SER SACERDOTE VALE LA PENA

me aseguraba que yo sería como pensaba debía ser. ¡Cómo me hicieron


sufrir esas dudas!
Afortunadamente, tuve un extraordinario Director Espiritual, con
quien consultaba todas mis inquietudes. Me ayudó a tomar conciencia de
que el sacerdocio es un don gratuito de Dios, del que nunca seré digno;
pero que, en las aptitudes que veía en mí, se descubrían señales claras
de que el Señor sí me llamaba. Y si Él me daba esta vocación, me daría
las gracias necesarias, siempre y cuando yo pusiera lo que estaba de mi
parte para corresponder. Me hizo descubrir a Dios como mi Padre, que
me ama, y que, si me quisiera para otra vocación, ya me habría dado las
señales necesarias. Me abandoné, pues, en Dios y evité desgastar mis
energías sólo en darle vueltas a las dudas. Me dediqué con toda el alma
al estudio, la oración, el apostolado, la vida comunitaria, y lo demás se lo
dejé a Dios. Hasta la fecha, no me arrepiento de haberlo hecho así.
Después, en la vida sacerdotal, no faltan crisis de todo tipo. A veces,
vienen por las relaciones con el Obispo. Le exigimos comprensión, amis-
tad, diálogo, orientaciones precisas y a tiempo, que esté en todas partes,
que nos atienda cuando nosotros lo necesitamos, que no haga caso a las
acusaciones —muchas veces justas— de los fieles contra nosotros, que
no nos cambie a donde no nos gusta, que nos deje en paz... Es decir, lo
hacemos responsable de todo y queremos que sea él quien modifique su
forma de ser.
Es cierto que puede haber algún Obispo que hace sufrir a su clero y
a la gente; que da decisiones inoportunas y aun injustas; que vive fuera
de la realidad; que es autoritario, voluble e indeciso; que se deja mani-
pular por favoritismos; que no respeta el sano pluralismo y quiere hacer
a todos a su gusto muy personal; que convive poco con los sacerdotes y
con la gente.
Cuando nos toca vivir estas situaciones, si yo no tengo fe madura,
amor sincero a esta Iglesia particular, ecuanimidad para el diálogo, capa-
cidad para ofrecerme en inmolación con Cristo, humildad para reconocer
mis errores y decisión de cambiar, puede suceder que yo caiga en un
sacerdocio acomodaticio e hipócrita, o estallar contra el obispo y sus
decisiones; o caer en la amargura, el pesimismo y la crítica, o amenazar
con dejar el ministerio, o cambiar de diócesis.
Yo aprendí, por los problemas vividos al poco tiempo de mi ordena-

118
LA VOCACIÓN

ción sacerdotal, que si uno obedece con fe, el Señor hace muy fecundas
la humildad y la sumisión. Tenemos que aprender a dialogar con respe-
to, insistir en nuestros puntos de vista, proponer confiadamente nuestros
proyectos, siempre y cuando sean fruto de la caridad pastoral y no de
intereses personales, pero hay que estar “prontos siempre a someternos
al juicio de los que ejercen la autoridad principal en el gobierno de la
Iglesia de Dios” (PO 15; cf Rom 5,19; Filip 2,8-9).
Hay otras crisis que vienen por la infecundidad y el cansancio. Uno
ha trabajado con toda el alma. Ha procurado ser fiel y entregado. Ha
obedecido con lealtad. Es creativo en su pastoral. Cumple sus obligacio-
nes... Y, sin embargo, los resultados o son raquíticos, o no aparecen. No
pasa uno de ser Vicario o Cura de pueblo. No le dan ningún otro cargo,
ni algún reconocimiento. La gente no se enfervoriza. Varios abandonan
la fe católica. Los alcohólicos aumentan día con día. Los matrimonios no
resuelven sus problemas. Los adúlteros no se corrigen. Uno predica con
esmero, y los fieles siguen viviendo igual... Es cuando uno se pregunta:
¿Vale la pena lo que estoy haciendo? ¿Sirve para algo? ¿Tiene caso ser
sacerdote para esto? Y es cuando vienen las tentaciones de hacer dinero,
porque ese sí se ve, o de tener un hijo, que también es un fruto muy con-
creto, o de gastar la vida haciendo obras materiales, para que siquiera un
recuerdo quede de uno…
Unos días de descanso y de oración, el cambio de parroquia o de
ministerio, compartir con los amigos los desalientos, aconsejarse con
sacerdotes sabios y santos, hacer unos buenos Ejercicios Espirituales,
unirse a Jesús y a María en la cruz, puede ayudar a vencer y superar estos
momentos duros y áridos.
Otra causa de muchas crisis es la soledad afectiva. Hay sacerdotes
que no dan ni reciben afecto en su familia. Se sienten poco valorados. No
tienen amigos. Se aíslan. Tienen problemas con su pueblo. En algunas
partes no los aceptan. No se sienten comprendidos por su Obispo. Los
sacerdotes los abandonan. No tienen parientes que les atiendan donde vi-
ven y trabajan. Están insatisfechos consigo mismos. Llega su onomástico
y ni quién se acuerde de ellos. Su casa se siente fría, porque no hay quien
les visite; todos les huyen o los compadecen...
Cuando alguien pasa por situaciones de esta naturaleza, fácilmente
puede caer en el alcoholismo, la masturbación, la amargura y el nega-

119
SER SACERDOTE VALE LA PENA

tivismo. Apenas descubra que una mujer le da un poco de cariño (unas


“miguitas de ternura”), se aferrará a ella, como si fuera su tabla de salva-
ción; o buscará afanosamente que una dama lo acepte, aunque ésta sea
casada; lo que le importa es sentir que al menos alguien se interesa por él,
le da afecto y también descendencia, para que en su vejez o enfermedad
cuide de él. O se consuela teniendo animales, como perros, gatos, peri-
quitos, que le hacen sentir que existe y lo toman en cuenta.
En estos casos, hay que abrirse a la amistad sacerdotal, buscar ayuda
con pobreza y humildad, entregarse generosa y desinteresadamente al
ministerio, orar con más intensidad, exponer confiadamente al Obispo su
situación, huir de compadres bebedores, apartarse tajantemente de muje-
res tentadoras (cf Mt 5,27-30), reconquistar el cariño de la propia familia,
no compensarse con bienes materiales, no refugiarse en el cuidado ex-
cesivo de animales; en una palabra, replantearse la forma como uno está
viviendo su sacerdocio.
Finalmente, la peor de todas es la crisis de fe. Celebrar la Eucaristía y
sentirse autómata al pronunciar las palabras de la consagración. Comul-
gar por rutina y distraído. Bautizar de prisa y sin dignidad. Confesar de
mal humor, o negarse a dar este servicio. Decir la Liturgia de las Horas
por cumplir, o dejar de celebrarla. Permanecer reseco en los diversos
tiempos litúrgicos. Poner muchos pretextos para atender a los enfermos.
Hacer, decir, repetir, administrar... Predicar sólo por salir del paso... Se-
guir celebrando y ejerciendo sólo por tener con qué comer...
Esta crisis es la peor. Se cuestiona uno la vida entera: ¿Tiene caso ser
sacerdote? ¿No es todo un engaño? ¿No le estamos haciendo al cuento?
El Evangelio, la Iglesia y todo eso, ¿no es producto de una imaginación,
de una ideología, de una estructura alienante?
En esos momentos, por favor, no tomes la decisión de dejar el minis-
terio. Cuando la mente y el corazón están revueltos, no es el tiempo ade-
cuado para hacer esos cambios, de los que después te puedes fácilmente
arrepentir. Unos ejercicios espirituales, de preferencia de un mes, vienen
muy bien. Puede ayudar mucho el solicitar tiempo para un “reciclaje”:
tomar cursos breves, asistir a semanas de espiritualidad o de renovación
pastoral. Como siempre, intensificar la oración, consultar, pedir ayuda
a los hermanos sacerdotes y al Obispo, solicitar al pueblo y a las co-
munidades contemplativas oraciones especiales, reconocer los propios

120
LA VOCACIÓN

pecados y confesarse, proponerse hacer todo con el mayor cuidado po-


sible, sacrificar el cuerpo, hacerse humilde, tenerse paciencia, presentar
la posibilidad de un cambio de parroquia o de trabajo pastoral, hacer
penitencia, ayunar (cf Mc 9,29).

Y acudir a María, la que sostuvo la esperanza de los discípulos (cf


Hech 1,14).

121
CAPÍTULO III
DIMENSIONES

16. AL SERVICIO DE LA PALABRA

“Los presbíteros, como cooperadores que son de los obispos, tienen


por deber primero el de anunciar a todos el Evangelio de Dios” (PO 4;
cf CIC 757).
No podría ser de otra manera. Jesucristo centra su ministerio en pre-
dicar (cf Mc 1,14-15.25.38-39; 2,2; 4,2.33-34; 6,2.34).
Escoge a sus apóstoles “para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Esta
será su principal tarea (cf Mc 16,15.20; Mt 28,19-20; Hech 2,42; 4,2.20;
5,42).
Pablo insiste: ‘‘No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el
Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cris-
to” (1 Cor 1,17; cf 2,1-16). Y más adelante: “Predicar el Evangelio no es
para mí motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe y ¡ay de
mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). “Hemos repudiado ca-
llar por vergüenza, no procediendo con astucia, ni falseando la palabra
de Dios... No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús’’ (2
Cor 4,2.5). “Somos, pues embajadores de Cristo, como si Dios exhortara
por medio de nosotros” (2 Cor 5,20). Recomienda predicar siempre, con
oportunidad y sin ella (cf 2 Tim 4,1-5; 1 Tim 4,11.13.16; 6,20).
La Iglesia, fiel a esta dimensión, centra también su obra en la evan-
gelización: “Es depositaria y transmisora del Evangelio. Ella prolonga
en la tierra, fiel a la ley de la encarnación visible, la presencia y acción

123
SER SACERDOTE VALE LA PENA

evangelizadora de Cristo. Como Él, la Iglesia vive para evangelizar. Esa


es su dicha y vocación propia: Proclamar a los hombres la persona y el
mensaje de Jesús” (DP 224; cf EN 14).
Así lo recordaba Juan Pablo II a los obispos de Escandinavia: “Lo
mismo que Cristo, también la Iglesia es enviada a dar testimonio de la
verdad (cf Jn 18,37). Por ello, también, en la sociedad pluralista de nues-
tros días, e independientemente de que se le escuche o no (cf 2 Tim 4,2),
debe proclamar la palabra de Dios sin recortes y presentar claramente
al hombre sus mandamientos como norma última de su actuación moral.
Cuando más se cuestionan actualmente en el estado y la sociedad los va-
lores morales fundamentales y las formas de comportamiento, tanto más
deben los cristianos llamar error y pecado a lo que es, rechazando con
todas sus fuerzas lo que se opone a la voluntad de Dios y a la dignidad
del hombre, a la vida y a la felicidad verdaderas, y además a la salvación
verdadera, es decir, eterna” (L’OR 13 sept. 1987, pág. 9).
Y a los sacerdotes en Estados Unidos, en Miami, les dijo: “La verda-
dera renovación presupone una clara, fiel y efectiva proclamación de la
palabra de Dios. El Concilio Vaticano II indicó que ésta es la principal
tarea del sacerdote (PO 4). Quienes predican, han de hacerlo con una
dinámica fidelidad. Esto significa ser siempre fieles a lo que nos ha sido
legado por la Tradición, en las Sagradas Escrituras, y enseñado por
el Magisterio auténtico de la Iglesia; significa hacer todo lo necesario
para presentar el Evangelio lo más eficazmente posible en su aplicación
a las nuevas circunstancias de la vida. Cuantas veces la palabra de Dios
es fielmente proclamada, se hace presente la obra redentora de Cristo.
Pero lo que se proclama, ha de ser antes practicado en la propia vida”
(L’OR 20 sept. 1987, pág. 4).
El Código de Derecho Canónico explicita: “Deben emplearse todos
los medios disponibles para anunciar la doctrina cristiana, sobre todo
la predicación y la catequesis, que ocupan siempre un lugar primor-
dial; pero también la enseñanza de la doctrina en escuelas, academias,
conferencias y seminarios de todo tipo, así como su difusión mediante
declaraciones públicas, hechas por la autoridad legítima con motivo de
determinados acontecimientos mediante la prensa y otros medios de co-
municación social” (Canon 761).
Y cuando aborda los deberes de los párrocos, ordena: “El párroco

124
DIMENSIONES

está obligado a procurar que la palabra de Dios se anuncie en su in-


tegridad a quienes viven en la parroquia; cuide por tanto de que los
fieles laicos sean educados en las verdades de la fe, sobre todo mediante
la homilía, que ha de hacerse los domingos y fiestas de precepto, y la
formación catequética; ha de fomentar las iniciativas con las que se pro-
mueva el espíritu evangélico, también por lo que se refiere a la justicia
social; debe procurar de manera particular la formación católica de los
niños y de los jóvenes, y esforzarse con todos los medios posibles, tam-
bién con la colaboración de los fieles, para que el mensaje evangélico
llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la
verdadera fe” (Canon 528,1).
Nótese la indicación que hace, que predicar la justicia social es par-
te del espíritu evangélico. Advertencia siempre urgente, sobre todo en
nuestros días, en que “sin duda las situaciones de injusticia y de pobreza
aguda son un índice acusador de que la fe no ha tenido la fuerza necesa-
ria para penetrar los criterios y las acciones de los sectores responsables
del liderazgo ideológico y de la organización de la convivencia social y
económica de nuestro pueblo. En pueblos de arraigada fe cristiana se
han impuesto estructuras generadoras de injusticia. Estas, que están en
conexión con el proceso de expansión del capitalismo liberal y que en
algunas partes se transforman en otras inspiradas por el colectivismo
marxista, nacen de las ideologías de las culturas dominantes y son inco-
herentes con la fe propia de nuestra cultura popular” (DP 437).
Evangelizar, por tanto, la realidad social, política y económica, no es
distraerse de la misión de la Iglesia: “La misión propia que Cristo confió
a su Iglesia no es de orden político, económico y social. El fin que le
asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misión religiosa
derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y
consolidar la comunidad humana según la ley divina. Más aún, donde
sea necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la misión
de la Iglesia puede crear, mejor dicho debe crear, obras al servicio de
todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las
obras de misericordia u otras semejantes” (GS 42).
Por eso, dice el Concilio: “La misión de la Iglesia es religiosa y, por
lo mismo, plenamente humana” (GS 10), pues “en realidad, el misterio
del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado” (GS

125
SER SACERDOTE VALE LA PENA

22), ya que “la vocación suprema del hombre es, en realidad, una sola,
es decir, divina” (Ibid).
A pesar de que se nos acuse de “meternos en política”, estas afir-
maciones del Magisterio de la Iglesia no nos pueden dejar impávidos
e insensibles: “Desde el seno de los diversos países del continente está
subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresio-
nante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, respeto
a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos” (DP 87). “La
Conferencia de Medellín apuntaba ya la comprobación de este hecho:
Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a los pastores
una liberación que nos les llega de ninguna parte” (DP 88; cf Medellín:
Pobreza de la Iglesia, 2). “El clamor pudo haber parecido sordo en ese
entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amena-
zante” (DP 89).
Por eso, “urgida por el mandato de Cristo de predicar el Evangelio
a toda creatura, por la inmensidad de la tarea y por el proceso de trans-
formación, la Iglesia de América Latina, al mismo tiempo que ha sentido
su insuficiencia humana, ha experimentado que el espíritu de Cristo la
mueve e inspira y ha comprendido que no puede, sin caer en el pecado de
infidelidad a su misión, quedarse a la zaga e inmóvil ante las exigencias
de un mundo en cambio” (DP 84).
“La Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara
y más profunda de que la evangelización es su misión fundamental y de
que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conoci-
miento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente
del mensaje a los hombres de hoy” (DP 85).
Juan Pablo II, en un discurso en ocasión del XX Aniversario de la
extraordinaria encíclica de Pablo VI “Populorum Progressio”, dijo: “Al-
gunos, en aquel momento o tal vez aún ahora, han reaccionado con cier-
ta susceptibilidad, pensando que el magisterio de la Iglesia trata ciertos
temas saliéndose de los límites de su propia competencia. La Iglesia, al
promulgar un documento como la encíclica Populorum Progressio, no
hace otra cosa que aplicar a la realidad concreta de un momento históri-
co la luz que recibe de la palabra de Dios y de la propia reflexión sobre sí
misma” (L’OR, 13 sept. 1987, pág. 15).
Dice el Concilio: “La predicación sacerdotal no debe exponer la pa-

126
DIMENSIONES

labra de un modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias


concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio” (PO 4).
Y el Papa Juan Pablo II insistía: “La Iglesia tiene una palabra que
decir sobre la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades del ver-
dadero desarrollo y sobre los obstáculos que se oponen a él. Al hacerlo
así, cumple su misión evangelizadora, ya que da su primera contribución
a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la
verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una
situación concreta... Al ejercicio de este ministerio de evangelización en
el campo social, que es un aspecto de la misma función profética de la
Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias
Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre más importante que la
denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brinda su ver-
dadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta” (SRS,41).
¿Por qué, entonces, muchos sacerdotes nunca evangelizan sobre estas
realidades? ¿Acaso nuestros feligreses son ángeles? ¿O somos nosotros
los que andamos por las nubes?
Los obispos hacen una grave advertencia al respecto: “Las ideolo-
gías y los partidos tratan de utilizar a la Iglesia y de quitarle su legíti-
ma independencia. Esta instrumentalización, que es siempre un riesgo
en la vida política, puede provenir de los propios cristianos y aún de
sacerdotes y religiosos, cuando anuncian un Evangelio sin incidencias
económicas, sociales, culturales y políticas. En la práctica, esta muti-
lación equivale a cierta colusión —aunque inconsciente— con el orden
establecido” (DP 558). Es decir, no hablar es cooperar con la injusticia
(cf Ez 2,16-21; 33-34).
Sin embargo, “el presbítero es un hombre de Dios. Sólo puede ser
profeta en la medida en que haya hecho la experiencia del Dios vivo.
Sólo esta experiencia lo hará portador de una palabra poderosa para
transformar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el
designio del Padre” (DP 693).
Es decir, necesitamos contemplar, saborear, profundizar y asimilar
la Palabra, tanto por largos tiempos de oración personal, como por el
estudio de la Biblia y de la realidad, para predicarla con autoridad y efi-
cacia.
¡Apasionante servicio a la Palabra nos pide la Iglesia!

127
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Pero, ¡cuánto se quejan las personas de nuestra predicación! Dicen


que es aburrida, larga, repetitiva, vaga, moralizante, poco incisiva, fuera
de la realidad, no actualizada, de labios para fuera... ¡Y cuántas veces
tienen razón! Deberíamos hacer un sondeo entre quienes nos oyen ha-
bitualmente, para escuchar qué opinan sobre nuestra predicación. Nos
serviría muchísimo.

Que María, la oyente fiel (cf Lc 8,21; 11,28), nos ayude a proclamar
la grandeza de Aquél que puede hacer maravillas y transformar lo que
parece imposible (cf Lc 1,37. 46-53).

128
DIMENSIONES

17. PERSPECTIVAS Y ESTIMULOS


DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN PARA
LA IGLESIA DE MÉXICO

Conferencia en la LXXXV Asamblea Plenaria de la CEM


31 de marzo al 4 de abril de 2008

VER
1. En México sigue en descenso el número de católicos, aumentan
los protestantes y los que declaran no tener religión alguna. Estas son las
cifras de los últimos 50 años, según el censo oficial (ver Anexo final),
aunque los datos presentan variantes según los estudiosos:

Año Católicos Protestantes Sin religión


1950 97.84 1.28 0.00
1960 97.09 1.67 0.56
1970 96.17 1.82 1.60
1980 92.63 3.29 3.12
1990 90.14 5.00 3.34
2000 87.27 6.61 3.27

A algunos servidores de la pastoral, estos datos les dejan impasibles


e indiferentes. No se cuestionan a sí mismos ni sus métodos pastorales.
Culpan al imperio norteamericano, a la modernidad, a los medios de co-
municación, a la falta de sacerdotes y religiosas, etc., en vez de analizar
lo que en los signos de los tiempos nos dice el Espíritu. Hay quienes,
en vez de inquietarse y buscar nuevos métodos para evangelizar a los
alejados, son conformistas, defienden que los nuevos tiempos son de plu-
ralidad religiosa y hasta llegan a expresar que Dios salva de todos modos,
sin tanta necesidad de la Iglesia Católica. Quizá sea un mecanismo de
defensa, para no reconocer lo que es fruto quizá de nuestros errores y
deficiencias.
2. El narcotráfico y la corrupción han invadido el país. La vio-
lencia, los asesinatos y los secuestros dejan en la indefensión a miles
de compatriotas. La lucha por el poder, tanto al interior de los partidos
políticos como en las contiendas electorales, desgasta y divide. Los jóve-

129
SER SACERDOTE VALE LA PENA

nes crecen desorientados, sin una figura paterna bien definida, refugián-
dose en la droga, el sexo, los videos, la música, el ruido y la moda, sin
identidad personal y sin esperanza. La familia se desvanece y se pierde
más y más el respeto a la vida desde el seno materno hasta su término
natural. Los abismos sociales y culturales se hacen más profundos, entre
los pocos ricos y riquísimos, y los millones de pobres y marginados. Y
esto sucede entre católicos, a quienes nosotros hemos bautizado y a quie-
nes celebramos diversos sacramentos. Todos ellos reciben las pláticas
presacramentales, aunque a veces sea a más no poder y sólo por cubrir
un requisito, pero ¿de qué les han servido? ¿Los hemos evangelizado en
verdad? Estos hechos, ¿no son acaso un serio cuestionamiento a nuestra
pastoral evangelizadora?
3. Un enorme número de católicos lo son sólo porque fueron bau-
tizados, participan ocasionalmente en celebraciones, mantienen su de-
voción a la Virgen María, a los Santos y a alguna imagen de Jesucristo,
pero desconocen totalmente su religión, son indiferentes y poco prac-
ticantes, no se acercan a la Sagrada Escritura, no educan en la fe a sus
hijos, no sacramentalizan su unión conyugal, están a favor del aborto y
de la eutanasia. Son, así, presa fácil de cualquier propuesta religiosa, sea
protestante o de cualquier tendencia, como el creciente culto a la llamada
“santa muerte”. No llegamos a ellos, y no buscamos nuevos métodos y
nuevas expresiones para hacerles llegar el mensaje evangélico. Quizá
sólo nos escuchan por lo que los medios informativos transmiten de las
entrevistas que nos hacen, pero que no resaltan nuestro mensaje religio-
so, sino únicamente lo relacionado con asuntos de política y economía.
En cambio, las emisiones protestantes en radio y televisión, cada día más
frecuentes, son marcadamente religiosas y espiritualistas, aunque funda-
mentalistas y reductivas. Algunos protestantes me han dicho que sólo al
dejar de ser católicos y cambiarse a la nueva religión, encontraron a Cris-
to. Todo esto, ¿qué nos hace pensar de nuestra acción evangelizadora?
4. No son raros los casos de sacerdotes que son motivo de escán-
dalo para nuestro pueblo, tanto por las deficiencias celibatarias, como por
la prepotencia, el caciquismo clerical, el enriquecimiento inmoderado, el
aburguesamiento y la resistencia para ir a lugares pobres. Sigue habiendo
deserciones y no aumentan las vocaciones tanto cuanto el crecimiento
poblacional requiere. Hay parroquias estancadas en ser simples oficinas

130
DIMENSIONES

de servicios rituales, sin promoción de un laicado maduro y misionero,


sin una participación efectiva en los consejos parroquiales y económicos.
Hay quienes rechazan en forma tajante los movimientos y los nuevos
modelos de evangelización, porque se salen de sus controles pastorales y
les desestabilizan sus esquemas. Hay una desigual distribución de clero
en el país, sin amplias miras misioneras al interior y al exterior. Cuando
nos invitan a los obispos a presidir las fiestas patronales, o a celebrar
algún sacramento, pareciera que nos ven sólo como un adorno más, que
da prestancia social. ¿Todo esto, qué nos indica? ¿Hemos asumido lo que
implica una nueva evangelización?
5. Nos llenan de esperanza, sin embargo, tantas iniciativas evan-
gelizadoras que han surgido a lo ancho y largo del país. Aumentan los
movimientos laicales y los grupos de jóvenes, de adultos, de matrimo-
nios y de familias, que beben de la fuente de la Sagrada Escritura, que
estudian el Catecismo de la Iglesia Católica, que hacen oración, que
organizan misiones, que participan en programas de promoción social.
Cada día tenemos más acceso a los medios de comunicación, con ca-
tequesis evangelizadoras, y muchas diócesis están activas en la red de
internet. La piedad popular, sobre todo la devoción a la Virgen María en
sus múltiples advocaciones, en particular a Santa María de Guadalupe,
ha sostenido a muchos católicos en su pertenencia a la Iglesia. Hay un
resto fiel, que se mantiene firme en su fe, a pesar de todos los embates
externos y los antitestimonios internos.
6. En todas partes contamos con sacerdotes, religiosas, algunos
diáconos y laicos muy comprometidos, dinámicos y entregados, incan-
sables en la atención a personas, a grupos y a comunidades. Muchos dan
un testimonio heroico de pobreza y austeridad, de cercanía a su pueblo,
de acompañamiento a su historia y a su realidad, de sensibilidad a los
problemas actuales, de fidelidad al Magisterio, de pasión por Jesucristo
y su Reino. Son quienes nos alientan en la esperanza y son ejemplo de
los nuevos evangelizadores que la Iglesia necesita. Las mujeres católicas,
como las que estuvieron firmes al pie de la cruz y las primeras testigos
de la resurrección, son protagonistas permanentes de la evangelización,
tanto en la familia como en los diversos servicios pastorales que cada
día desempeñan en las comunidades. Hay indígenas que han asumido
su lugar en la Iglesia y en la sociedad, convirtiéndose en sujetos —no

131
SER SACERDOTE VALE LA PENA

sólo objetos— de la evangelización. Hay disponibilidad de muchos lai-


cos para dedicar su tiempo a la propia formación religiosa y a servicios
misioneros.

JUZGAR
7. La preocupante perspectiva de los anteriores datos no es exclu-
siva de nuestro país. Como nos dijo el Papa Benedicto XVI, al inaugurar
la V Conferencia en Aparecida, “se percibe un cierto debilitamiento de
la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenen-
cia a la Iglesia Católica”1. Por nuestra parte, quienes elaboramos el do-
cumento final, confesamos: “Percibimos una evangelización con poco
ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en el ritualismo sin
el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastora-
les” (Documento de Aparecida [DA] 100, c). “Falta espíritu misionero
en miembros del clero, incluso en su formación” (Ib, e). “Vemos con
preocupación, por un lado, que numerosas personas pierden el sentido
trascendente de sus vidas y abandonan las prácticas religiosas, y, por
otro lado, que un número significativo de católicos está abandonando
la Iglesia para pasarse a otros grupos religiosos” (Ib, f). “Es limitado
el número de católicos que llegan a nuestra celebración dominical; es
inmenso el número de los alejados, así como el de los que no conocen a
Cristo” (DA 173).
8. Haciendo un sincero examen de conciencia, reconocimos: “No
resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje,
a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción
fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la
fe, a una participación ocasional en algunos Sacramentos, a la repeti-
ción de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no
convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza “es el gris
pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente
todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando
y degenerando en mezquindad”2 (DA, 12).

1 BENEDICTO XVI, Discurso inaugural, 2


2 RATZINGER, J., Situación actual de la fe y la teología. Conferencia en Guadalajara, 1996

132
DIMENSIONES

9. Cuando Juan Bautista descubre a Jesús, encamina a sus discípu-


los hacia Él y disminuye su protagonismo; su misión es preparar la veni-
da del Mesías, no tanto resaltar su propia persona y triunfar. Después de
que Andrés convive con Jesús, contagia de inmediato a su hermano Pe-
dro. Lo mismo hace Felipe, quien convence a Natanael para que conozca
a Jesús. De igual modo proceden la mujer samaritana, los discípulos de
Emaús, los enfermos sanados. Después de Pentecostés, los apóstoles ya
no son cobardes y tímidos, sino decididos y entusiasmados por difundir
el mensaje y la persona de Jesús. Ya no pueden dejar de decir lo que han
visto y oído. Comparten lo que vivieron a su lado. Estos datos bíblicos
nos hacen pensar que si muchos de los católicos no tenemos esta pasión
por evangelizar, por compartir nuestra experiencia de Cristo, puede ser
señal de que no lo hemos encontrado de verdad. Quizá es signo de que
no estamos realmente evangelizados3.
10. “Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la ca-
pacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros
que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por
desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No
tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que
ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea
encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos,
no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste es el mejor servicio
—¡su servicio!— que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y nacio-
nes” (DA, 14).
11. Unos jóvenes, al hacer la visita pastoral a su parroquia, me di-
jeron: “Le pedimos que diga a los sacerdotes y religiosas que ya no nos
pongan tantas dinámicas, sino que nos hablen más de Jesucristo”. En
Aparecida, una laica colombiana, profesora en una universidad de Bo-
gotá, hablando en nombre de laicos y laicas participantes en la V Con-
ferencia, nos dijo en el plenario: “Les pedimos a nuestros pastores que,
ante el amenazante reto de la sociedad actual que quiere vivir sin Dios,
nos hablen de Dios”. El pueblo tiene hambre de Dios, y quizá algunos
gastamos muchas energías en hacer análisis de la realidad, en reuniones
de todo tipo, en celebraciones rituales, en convivencias sociales, y no

3 Cf PABLO VI, Evangelii nuntiandi, 24

133
SER SACERDOTE VALE LA PENA

saciamos esa hambre. Decía la beata Teresa de Calcuta que el pueblo


latinoamericano, más que hambre de pan, tiene hambre de Dios.
12. Hay personas que aducen como motivo de su separación de la
Iglesia, de su cambio de religión, de su alejamiento, el que damos mu-
cha importancia a lo social, a lo político, a lo económico, y que nos falta
más espiritualidad y dedicarnos a lo nuestro, aunque algunos lo reducen
al ritualismo. Al respecto, nos advertía el Papa Juan Pablo II: “Como se-
ñalaron algunos Padres sinodales, hay que preguntarse si una pastoral
orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los des-
tinatarios no haya terminado por defraudar el hambre de Dios que tienen
esos pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier
oferta supuestamente espiritual. Por eso, es indispensable que todos ten-
gan contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y trans-
formante, especialmente mediante la predicación en la liturgia”4.
13. En esa misma exhortación, fruto del Sínodo de América, el
Papa Juan Pablo II nos decía, en relación con el aumento de protestantes:
“Los avances proselitistas de las sectas y de los nuevos grupos religiosos
en América no pueden contemplarse con indiferencia. Exigen de la Igle-
sia en este Continente un profundo estudio, que se ha de realizar en cada
nación y también a nivel internacional, para descubrir los motivos por los
que no pocos católicas abandonan la Iglesia. A la luz de sus conclusiones
será oportuno hacer una revisión de los métodos pastorales empleados,
de modo que cada Iglesia particular ofrezca a los fieles una atención
religiosa más personalizada, consolide las estructuras de comunión y mi-
sión, y use las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad
popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos en
Jesucristo, por la oración y la meditación de la palabra de Dios”5.

ACTUAR
14. ¿Qué hacer, para tener una perspectiva más favorable? ¿Qué
debemos estimular y promover, para lograr una evangelización que sea
nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones? No tenemos re-

4 JUAN PABLO II, Exhortación Ecclesia in America,73


5 Ib.

134
DIMENSIONES

cetas inmediatistas. Pedro y los demás apóstoles hablaban y prometían


mucho, pero a la hora de la verdad negaron y abandonaron a Jesús. Fue
el Espíritu Santo quien los llevó a la verdad completa, quien los hizo
testigos calificados del Señor, hasta el martirio. Acudamos con insisten-
cia a pedir su luz y su fortaleza, para que nos entusiasmemos más y más
por Jesús, pues sólo entonces seremos en verdad discípulos y misioneros
suyos. Así lo decíamos en Aparecida, en comunión con el Papa. “A todos
nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a
ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuen-
tro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte
a la vida y, con ello, una orientación decisiva”6 (DA 12).
15. En Aparecida, se nos señalan varios lineamientos para seguir
impulsando una nueva evangelización: la pastoral bíblica, la lectio divi-
na, la catequesis más kerigmática, la formación permanente de todos los
servidores de la pastoral, la adecuada preparación desde el Seminario, la
atención a la vida consagrada, la promoción de los laicos, la comunión
eclesial, la pastoral familiar, juvenil y vocacional, la renovada opción por
los pobres, la pastoral social para la promoción humana integral, las co-
munidades eclesiales de base, los nuevos movimientos laicales, la misión
permanente, la formación de equipos misioneros con laicas y laicos, las
celebraciones litúrgicas dignas, la traducción católica de la Biblia a los
idiomas indígenas, la inculturación, etc.
16. En síntesis, se nos pide una conversión pastoral y la renovación
misionera de las comunidades: “La conversión pastoral de nuestras co-
munidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a
una pastoral decididamente misionera. Así será posible que “el único
programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada co-
munidad eclesial”7 con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia
se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedo-
ra, una escuela permanente de comunión misionera” (DA 370).
17. Todo esto que se sugiere en Aparecida, se puede concentrar en
la renovación de las parroquias: “Uno de los anhelos más grandes que
se ha expresado en las Iglesias de América Latina y El Caribe, es el de

6 BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 1


7 JUAN PABLO II, Novo Millenio Ineunte, 12

135
SER SACERDOTE VALE LA PENA

una valiente acción renovadora de las Parroquias a fin de que sean de


verdad espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración
de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios,
organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movi-
mientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de
sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y supraparroquiales
y a las realidades circundantes” (DA 170).
18. “La renovación de las Parroquias, al inicio del tercer milenio,
exige reformular sus estructuras, para que sean una red de comunidades
y grupos, capaces de articularse logrando que sus miembros se sientan y
sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión. Des-
de la Parroquia, hay que anunciar lo que Jesucristo “hizo y enseñó”
(Hch 1,1) mientras estuvo con nosotros. Su Persona y su obra son la
buena noticia de salvación anunciada por los ministros y testigos de la
Palabra que el Espíritu suscita e inspira. La Palabra acogida es salvífi-
ca y reveladora del misterio de Dios y de su voluntad. Toda Parroquia
está llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se
celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, es la
fuente dinámica del discipulado misionero. Su propia renovación exige
que se deje iluminar siempre de nuevo por la Palabra viva y eficaz”
(DA, 172).
19. “La V Conferencia General es una oportunidad para que todas
nuestras parroquias se vuelvan misioneras… La renovación misionera
de las Parroquias se impone tanto en la evangelización de las grandes
ciudades como del mundo rural de nuestro Continente, que nos está exi-
giendo imaginación y creatividad para llegar a las multitudes que anhe-
lan el Evangelio de Jesucristo. Particularmente, en el mundo urbano, se
plantea la creación de nuevas estructuras pastorales, puesto que muchas
de ellas nacieron en otras épocas para responder a las necesidades del
ámbito rural” (DA, 173).
20. “Los mejores esfuerzos de las Parroquias, en este inicio del
tercer milenio, deben estar en la convocatoria y en la formación de lai-
cos misioneros. Solamente a través de la multiplicación de ellos podre-
mos llegar a responder a las exigencias misioneras del momento actual8.
8 ARIZMENDI FELIPE, Misiones Populares para el Tercer Milenio, Centro de Publicaciones
CELAM, Bogotá, 2000

136
DIMENSIONES

También es importante recordar que el campo específico de la actividad


evangelizadora laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las
ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la eco-
nomía, así como los ámbitos de la familia, la educación, la vida pro-
fesional, sobre todo en los contextos donde la Iglesia se hace presente
solamente por ellos” (DA, 174).
21. Tengamos en cuenta, sin embargo, que “la renovación de la
parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que
están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un
auténtico discípulo de Jesucristo, porque sólo un sacerdote enamorado
del Señor puede renovar una parroquia. Pero, al mismo tiempo, debe
ser un ardoroso misionero que vive el constante anhelo de buscar a los
alejados y no se contenta con la simple administración” (DA 201).
22. Transcribo lo que escriben dos presbiterianos, el matrimonio
Scott y Kimberly Hahn, convertidos recientemente al catolicismo: “En
los años recientes la Iglesia católica ha perdido literalmente millones de
miembros que se han pasado a denominaciones o congregaciones fun-
damentalistas y evangélicas. Esto crea nuevas y estimulantes oportuni-
dades, no sólo de convencer a ex católicos para que vuelvan a la Iglesia,
sino también de mostrarles a los no católicos nuestra fe como realmente
es: basada en la Biblia y cristocéntrica. Hemos de reconocerlo: muchos
cristianos no católicos nos ponen en vergüenza. Con su Biblia en la
mano y su gran celo por las almas, hacen mucho más con menos medios,
que muchos católicos que tienen la plenitud de la fe en la Iglesia, pero
que están raquíticos y adormilados. ¡Es tanto lo que compartimos con
los demás cristianos en cuanto a la verdad que la Biblia enseña sobre
Cristo! Pero a ellos les falta nada menos que la presencia real de Cristo
en la Eucaristía… ¿Acaso nos pide demasiado nuestro Señor a los cató-
licos, al decirnos que hagamos más, mucho más, por ayudar a nuestros
hermanos separados a descubrir en el Santísimo Sacramento al Señor
que tanto aman? Si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará?9

9 SCOTT Y KIMBERLY HAHN, Roma, dulce hogar, Rialp, Madrid, 2005, pág. 195

137
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Conclusión

¿Qué perspectivas tenemos de una nueva evangelización en México?


Si no hay una conversión personal, comunitaria y pastoral, quizá segui-
rá descendiendo el número y la calidad de los católicos, aumentarán un
poco los protestantes, y sobre todo crecerán el secularismo, el indiferen-
tismo y el ateísmo.
¿Qué nos estimula? La prometida asistencia del Señor, la protección
de Santa María de Guadalupe, la perseverante piedad popular y tantos
corazones buenos y apostólicos que suscita el Espíritu para bendecir a
nuestra Iglesia. Esto nos alienta en la esperanza y nos acicatea para hacer
lo que nos corresponde como pastores.

ANEXO:

Hay estados donde el porcentaje de católicos es superior al nacional:


Guanajuato (97.12), Aguascalientes (96.35), Jalisco (96.09), Querétaro
(96.05), Zacatecas (95.90), Michoacán (95.56), Tlaxcala (94.24), Coli-
ma (93.76), Nayarit (92.55), Puebla (92.35), México (91.92), Hidalgo
(91.40). El Distrito Federal llega al 91.12. Son las zonas occidente y
centro del país, donde la población es casi homogéneamente católica.
Los estados donde hay menos porcentaje de católicos, son, por una
parte: Veracruz (84), Tamaulipas (84), Morelos (84), Baja California
(83), y en el sur: Campeche (75.04), Tabasco (72.26), Quintana Roo
(71.76) y Chiapas (64.16).
El porcentaje de protestantes, a nivel nacional, es de 6.61%. Los
Estados con más alto porcentaje son: Campeche (16.21), Quintana Roo
(17.26), Tabasco (18.35) y Chiapas (22.59).
En el país, quienes se declaran “sin religión”, llegan a un 3.27%. Las
cifras más altas están en Campeche (8.09), Tabasco (8.86), Quintana Roo
(9.81) y Chiapas (12.16).

138
DIMENSIONES

Es interesante y preocupante ver la evolución en Chiapas:

1970 1980 1990 2000


Católicos 91.2 76.9 67.6 64.16
Protestantes 4.8 11.5 16.3 22.59
Sin religión 3.5 10.0 12.7 12.16
Otras y no especificado 0.4 1.6 3.4 0.79

El descenso de católicos se ha frenado. De 1970 a 1980, dejaron el


catolicismo el 14.3% de la población. De 1980 a 1990, el 9.3% de la
población. En cambio, de 1990 al 2000, sólo el 3.44%. Esto no nos con-
suela ni nos deja pasivos, pero es señal de que se han hecho esfuerzos
por mejorar la evangelización, sobre todo en la promoción del laicado, de
catequistas, de diáconos permanentes y de otros servidores.

139
SER SACERDOTE VALE LA PENA

18. PALABRA DE DIOS E INCULTURACIÓN

Conferencia en el Encuentro Latinoamericano de Pastoral Indígena


Lima, Perú, 9-13 de febrero de 2009

1. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”


El Padre, al enviarnos a su Hijo, quiso que éste se encarnara en
un tiempo concreto y en una cultura determinada. “El Verbo de Dios,
haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura”
(Benedicto XVI, Discurso inaugural en Aparecida, 1). Asumió la cultura
judía, con todas sus limitaciones, para después perfeccionarla, corregirla
en sus desviaciones y llevarla a su plenitud.
La encarnación del Verbo es ley de encarnación para la Iglesia. Esta
nace en un pueblo y en una cultura, la judía, pero está llamada a encarnar-
se en otros pueblos y en otras culturas, pues no es exclusiva de un tiempo
y de un lugar. Es católica, porque su vocación y misión es encarnarse en
todas las culturas, pues “Dios quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tim 2,4).

2. Semillas del Verbo


Dios se ha hecho presente de muchas formas en las diferentes cul-
turas. Decía el Papa Juan Pablo II en Santo Domingo: “Los pueblos del
Nuevo Mundo eran conocidos por Dios desde toda la eternidad y por
Él siempre abrazados con la paternidad que el Hijo ha revelado en la
plenitud de los tiempos” (Discurso inaugural, 3). “Hace ahora 500 años
el Evangelio de Jesucristo llegó a vuestros pueblos. Pero ya antes, y
sin que acaso lo sospecharan, el Dios vivo y verdadero estaba presente
iluminando sus caminos… En efecto, las semillas del Verbo estaban ya
presentes y alumbraban el corazón de vuestros antepasados para que
fueran descubriendo las huellas del Dios creador de todas sus criaturas:
el sol, la luna, la madre tierra, los volcanes y las selvas, las lagunas y los
ríos” (Mensaje a los indígenas, el 12 de octubre de 1992).
El Papa Benedicto XVI dijo en Aparecida: “¿Qué ha significado la
aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del

140
DIMENSIONES

Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios


desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas
tradiciones religiosas” (Discurso Inaugural, 1).
Por nuestra parte, los obispos participantes en Aparecida expresamos:
“Las semillas del Verbo, presentes en las culturas autóctonas, facilita-
ron a nuestros hermanos indígenas encontrar en el Evangelio respues-
tas vitales a sus aspiraciones más hondas: Cristo era el Salvador que
anhelaban silenciosamente” (DA 4). “En Santo Domingo, los Pastores
reconocíamos que los pueblos indígenas cultivan valores humanos de
gran significación; estos valores y convicciones son fruto de las semillas
del Verbo, que estaban ya presentes y obraban en sus antepasados” (DA
92). “Como discípulos de Jesucristo, encarnado en la vida de todos los
pueblos, descubrimos y reconocemos desde la fe las semillas del Verbo
presentes en las tradiciones y culturas de los pueblos indígenas de Amé-
rica Latina” (DA 529).
Por tanto, si Dios quiso hacerse cultura de nuestros pueblos y ser par-
te integrante de su historia, de sus costumbres y tradiciones, incluso des-
de antes de que llegaran los primeros evangelizadores, no podemos ir en
sentido contrario; no podemos prescindir de las culturas de los pueblos,
antiguas y modernas, ni despreciarlas, sino conocerlas a fondo, valorar-
las y discernirlas. Tampoco hemos de imponerles otra cultura, para que
dejen de ser lo que son, como si lo suyo ya no sirviera para estos tiempos,
sino encontrar métodos adecuados para que la vida de Jesús se haga cul-
tura de nuestros pueblos; para que las semillas del Evangelio que ya han
estado en ellos, crezcan conforme al Evangelio y en Cristo encuentren
su plenitud. Él será siempre el criterio fundamental de referencia, para
discernir qué es vida y qué es muerte para ellos, tanto en sus tradiciones
ancestrales, como en las ofertas nuevas que la globalización cultural hace
llegar hasta los rincones más apartados.

3. Inculturación y universalidad
Inculturar la Palabra de Dios es encarnarla en una cultura determi-
nada, antigua o moderna; es concretizarla y aterrizarla; es transmitirla
en conceptos, símbolos y expresiones propias de los pueblos, que son
diferentes entre sí. Es el camino que Dios siguió con Israel: “Las cues-

141
SER SACERDOTE VALE LA PENA

tiones que suscita actualmente la inculturación del Rito romano pueden


encontrar alguna aclaración en la historia de la salvación. El proceso
de inculturación ya fue planteado de formas diversas. Israel conservó a
lo largo de su historia la certeza de ser el pueblo elegido por Dios. Tomó
de los pueblos vecinos ciertas formas cultuales, pero su fe en el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob las modificó profundamente, primero de
sentido y muchas veces de forma, para celebrar las maravillas de Dios
en su historia incorporando estos elementos a su práctica religiosa. El
encuentro del mundo judío con la sabiduría griega dio lugar a una nue-
va forma de inculturación: la traducción de la Biblia al griego introdujo
la palabra de Dios en un mundo que le estaba cerrado y originó, bajo
la inspiración divina, un enriquecimiento de las Escrituras” (Congrega-
ción para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: Instrucción
Varietates legitimae, No. 9).
Sin embargo, debe quedar muy claro que el punto de referencia para
llegar a la verdad plena, no son las culturas, sino Dios mismo, el Verbo
encarnado. Las culturas son particulares, limitadas y locales; Dios es in-
finito y universal, y no se puede encerrar en una sola cultura: “Al venir
a la tierra, el Hijo de Dios se ha sometido a las condiciones sociales y
culturales del pueblo de la Alianza con los que ha vivido y orado. Al
hacerse hombre ha asumido un pueblo, un país y una época, pero en
virtud de la común naturaleza humana, en cierto modo se ha unido a
todo hombre” (Ib 10).
Así lo expresó el Papa Benedicto XVI, en la meditación de Tercia
durante el reciente Sínodo Mundial de Obispos: “Todas las experiencias
religiosas humanas son finitas, muestran un aspecto de la realidad, por-
que nuestro ser es finito y comprende siempre sólo una parte, algunos
elementos. Sólo Dios es infinito. Por eso, también su Palabra es uni-
versal y no tiene fronteras. Así pues, al entrar en la Palabra de Dios,
entramos realmente en el universo divino. Salimos de la limitación de
nuestras experiencias y entramos en la realidad que es verdaderamente
universal. Al entrar en la comunión con la Palabra de Dios, entramos
en la comunión de la Iglesia que vive la Palabra de Dios. No entramos
en un pequeño grupo, en la regla de un pequeño grupo, sino que salimos
de nuestros límites. Salimos hacia el espacio abierto, en la verdadera
amplitud de la única verdad, la gran verdad de Dios. Entramos real-

142
DIMENSIONES

mente en lo universal. Así salimos a la comunión de todos los herma-


nos y hermanas, de toda la humanidad, porque en nuestro corazón se
esconde el deseo de la Palabra de Dios, que es una. Por eso, incluso la
evangelización, el anuncio del Evangelio, la misión, no son una especie
de colonialismo eclesial con el que queremos integrar a los demás en
nuestro grupo. Es salir de los límites de cada cultura para entrar en la
universalidad que nos relaciona a todos, que une a todos, que nos hace
a todos hermanos” (6 de octubre 2009).

4. La Palabra de Dios en los pueblos originarios


Es notable cómo la Palabra de Dios se siembra y se arraiga en las
comunidades indígenas, que son pobres y tienen hambre de luz, de con-
suelo, de esperanza, de liberación y de sentido. Cuando la descubren, se
apasionan por ella y no la dejan. Es la que les sostiene y guía, en medio
de sus pobrezas y sufrimientos. Es la que les fortalece, cuando son des-
preciados y excluidos. Es la que les indica el camino, cuando parece
que todo les es contrario. Su vida se transforma; se les ilumina el rostro,
con una nueva dignidad. Descubren que Dios les ama y que quiere que
tengan vida en abundancia.
Muchos indígenas han aprendido a leer a partir de su esfuerzo por
leer la Biblia. La meditación de la Palabra de Dios les ha devuelto su
dignidad, les ha hecho valorar sus derechos, ha sostenido la vida comuni-
taria y la solidaridad fraterna. Muchas mujeres han descubierto su lugar y
su importancia en el plan de Dios, tanto en la familia como en la sociedad
y en la Iglesia. Varios han dejado el alcoholismo, a partir del contacto
con la Palabra de Dios.
Sin embargo, hay dos peligros. El primero es que se apasionan tanto
por el texto, literalmente interpretado, que se hacen fundamentalistas y
abandonan sus costumbres, sus ritos, su cultura. Es lo que han hecho mu-
chos grupos protestantes. Rechazan por completo las costumbres indíge-
nas, sus fiestas y tradiciones, sus danzas y sus cargos, porque consideran
que tienen una matriz católica. Al cambiar de religión, muchas personas
cambian también lo que les daba identidad cultural.
El otro peligro es que algunos se sirvan de textos bíblicos, sobre todo
del Antiguo Testamento, para alentar cambios violentos e incluso gue-

143
SER SACERDOTE VALE LA PENA

rrillas, como si esa fuera la única forma de luchar por la justicia y por el
cambio social y político. Insisten mucho en el Éxodo, en algunos textos
proféticos contra las injusticias, en la escena de Jesús en la sinagoga de
Nazaret, cuando se presenta como quien viene a liberar a los pobres. Se
menosprecia la oración, la liturgia de la Iglesia, e incluso la Eucaristía,
pues para ellos lo importante y definitivo de la fe cristiana sería la lucha
por el Reino, entendido éste sólo en una dimensión socio-política.

5. Traducciones bíblicas
Uno de los primeros pasos para inculturar la Palabra de Dios en los
pueblos originarios es la traducción de la Biblia a sus idiomas. En esto,
hay que reconocerlo, los católicos vamos muy atrasados y lentos. Es
innegable que los protestantes se nos adelantaron, desde hace muchos
años, traduciendo la Biblia a casi todas las lenguas nativas. El Instituto
Lingüístico de Verano, con sus propios intereses no siempre religiosos,
llegó a todas partes y contó con muchos recursos. La mayoría de los indí-
genas católicos se han alimentado de estas traducciones y se han familia-
rizado tanto con ellas, que les cuesta trabajo asumir las católicas.
Sin embargo, se han constatado graves deficiencias culturales y lin-
güísticas en esas traducciones, pues muchas son hechas por un exper-
to solitario, que llega a una zona indígena, vive allí unos pocos años,
aprende la lengua y con ello hace una traducción literal, que no refleja la
profundidad de la cultura, pues la desconoce. Pone muchas palabras en
español, que destruyen la lógica interna de la lengua y, con ello, la van
empobreciendo.
Esas traducciones, además, tienen graves errores doctrinales, pues
traducen algunos textos en forma dolosa y perversa, para atacar verda-
des de nuestra fe católica, como los referentes a María, a la Eucaristía,
a la Iglesia, a las imágenes, a las fiestas, al primado de Pedro, etc. Con
una traducción tendenciosa, siembran dudas y preparan el camino para
que sus predicadores fundamenten en la Biblia sus ataques a la Iglesia
Católica.
Son pocas las traducciones católicas de la Biblia que hayan segui-
do no sólo el camino canónico, sino también todo un proceso cultural
adecuado. Por ello, dijimos en Aparecida: “Como Iglesia, que asume

144
DIMENSIONES

la causa de los pobres, alentamos la participación de los indígenas y


afroamericanos en la vida eclesial. Vemos con esperanza el proceso de
inculturación discernido a la luz del Magisterio. Es prioritario hacer
traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúrgicos a sus idio-
mas” (DA 94).
“Con la inculturación de la fe, la Iglesia se enriquece con nuevas
expresiones y valores, manifestando y celebrando cada vez mejor el mis-
terio de Cristo, logrando unir más la fe con la vida y contribuyendo así
a una catolicidad más plena, no sólo geográfica, sino también cultural.
Sin embargo, este patrimonio cultural latinoamericano y caribeño se ve
confrontado con la cultura actual, que presenta luces y sombras. Debe-
mos considerarla con empatía para entenderla, pero también con una
postura crítica para descubrir lo que en ella es fruto de la limitación
humana y del pecado” (DA 479).
Se hace necesaria una encarnación de la Palabra de Dios, con una tra-
ducción que tenga en cuenta las culturas, como sucedió cuando se fue es-
cribiendo la Biblia en unos tiempos, lugares y circunstancias determina-
dos. Así lo dijeron los participantes en la XII Asamblea general ordinaria
del Sínodo de los obispos, en su Mensaje final: “La Biblia es también
carne, letra, se expresa en lenguas particulares, en formas literarias e
históricas, en concepciones ligadas a una cultura antigua… Debido a
esta dimensión carnal, exige un análisis histórico y literario… Si se lo
excluye, se podría caer en el fundamentalismo, que prácticamente niega
la encarnación de la Palabra divina en la historia, no reconoce que esa
Palabra se expresa en la Biblia según un lenguaje humano, que tiene
que ser descifrado, estudiado y comprendido, e ignora que la inspiración
divina no ha borrado la identidad histórica y la personalidad propia de
los autores humanos… Si se excluye la encarnación, se puede caer en el
equívoco fundamentalista o en un vago espiritualismo o psicologismo”
(Nos. 5 y 6).
“La Palabra sagrada debe tener una primera transparencia y difu-
sión por medio del texto impreso, con traducciones que respondan a la
variedad de idiomas de nuestro planeta” (Ib, 11).
“La Palabra de Dios no está encadenada a una cultura; más aún,
aspira a atravesar las fronteras… El Apóstol fue un artífice excepcional
de inculturación del mensaje bíblico dentro de nuevas coordenadas cul-

145
SER SACERDOTE VALE LA PENA

turales. Es lo que la Iglesia está llamada a hacer también hoy mediante


un proceso delicado pero necesario… Tiene que hacer que la Palabra de
Dios penetre en la multiplicidad de las culturas y expresarla según sus
lenguajes, sus concepciones, sus símbolos y sus tradiciones religiosas.
Sin embargo, debe ser capaz de custodiar la esencia de sus contenidos,
vigilando y evitando el riesgo de degeneración. La Iglesia tiene que ha-
cer brillar los valores que la Palabra de Dios ofrece a otras culturas, de
manera que puedan llegar a ser purificadas y fecundadas por ella. Como
dijo Juan Pablo II al Episcopado de Kenia durante su viaje a Africa
en 1980, ‘la inculturación será realmente reflejo de la encarnación del
Verbo cuando una cultura, transformada y regenerada por el Evangelio,
produce en su propia tradición expresiones originales de vida, de cele-
bración y de pensamiento cristiano’ ” (Ib 15).

6. Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios


Muchos de los participantes en el reciente Sínodo de los Obispos ha-
blaron de la importancia de inculturar la Palabra de Dios y, en concreto,
de hacer traducciones de la Biblia a los diferentes idiomas. Transcribo la
síntesis de algunas intervenciones:
“Urge un nuevo Pentecostés. Debemos salir del cenáculo y predi-
car a todos los pueblos de la tierra el único Evangelio en las diversas
lenguas. Y nos encontramos con el desafío de que hay más de seis mil
lenguas, pero la Biblia se ha traducido por completo sólo a 480 lenguas,
y el Nuevo Testamento en 1168. Quedan más de 4,000. Ciertamente es
un problema de carácter económico, pero también de orden pastoral”
(Mons. Vincenzo Paglia, de Italia).
“La Biblia debería traducirse a la lengua local como primer paso
hacia una inculturación, con la finalidad de hacer que la Palabra de
Dios sea más accesible a los fieles” (Mons. Cornelius Fontem, de Ca-
merún).
“La Palabra de Dios no ha penetrado profundamente en el corazón
y en la mente de muchos de nuestros cristianos; aún no han cambiado
su mentalidad; su cultura no ha sido completamente purificada por la
Palabra de Dios. Muchas veces son incapaces de encontrar una solución
a sus problemas y recurren con cierta facilidad a sus antiguas usanzas.

146
DIMENSIONES

La Biblia sólo está traducida a pocas lenguas de las numerosas tribus


existentes” (Mons. Antonio Menegazzo, de Sudán).
“La inculturación es una iniciativa de amor de Dios para salvar al
hombre caído en el pecado. El primero que realiza la inculturación en
su forma más perfecta es Jesucristo, la inculturación hecha persona. El
Verbo acepta unirse a una cultura, que además está manchada por el
pecado, y sufrir su influencia. Como el podador poda la viña, así el Verbo
intenta erradicar de la cultura los elementos no acordes con su imagen,
es decir, el pecado y sus consecuencias. La inculturación es el futuro de
toda forma de apostolado… Que el método de la inculturación se inscriba
en la línea suscitada por el impulso ardiente del Verbo en la encarnación,
por Aquel que hemos definido la inculturación en persona” (Mons. Fide-
le Agbatchi, de Benín).
“La Palabra de Dios fue la fuente de la literatura etíope… La Socie-
dad bíblica etíope está haciendo mucho para que la Biblia se traduzca
a las lenguas locales y regionales” (Mons. Berhaneyesus Dmerew, de
Etiopía).
“En muchos lugares se ha iniciado una relación entre la Palabra y
las culturas indígenas. En cierto sentido, la Biblia es muy cercana a sus
concepciones y cosmogonías por la cultura rural de ambas. La creación,
el concepto de Dios, el sentido de la Redención y de la cruz, la vida
en comunidad, dan muchas posibilidades de encuentro. Hay una escasa
traducción católica de la Biblia a los idiomas indígenas y muy poco se
ha buscado una comprensión de su cultura y su concepción. Mientras la
Palabra revelada no se haga palabra viva, escrita en sus culturas y en su
vida, es muy difícil que se llegue a penetrar en el corazón y a encarnar
en estos pueblos” (Mons. Enrique Díaz, de San Cristóbal de Las Casas,
México).
“Urge ayudar, animar a los fieles a leer la Palabra de Dios, medi-
tarla, rezarla en cuanto tiene la posibilidad de suscitar en el lector afri-
cano la toma de conciencia de la propia responsabilidad frente a una
sociedad que espera ser transformada en todas sus estructuras según
los valores del Evangelio. Esto requiere un acceso más fácil al texto
bíblico a través de traducciones. Es una de las urgencias pastorales de
nuestra Iglesia” (Mons. Louis Portella, del Congo).

147
SER SACERDOTE VALE LA PENA

“En Asia la proclamación de la Palabra exige diálogo e incultura-


ción como requisitos del Verbo encarnado. La Palabra de Dios debe
convertirse en palabra de vida para los pobres de Asia. Debemos afron-
tar las causas estructurales de la pobreza y de la marginación para
la liberación integral a la luz de la Palabra de Dios” (Mons. Ignatius
Suharyo, de Indonesia).
“La realidad actual nos muestra que la Palabra de Dios y las cultu-
ras antiguas y modernas son mundos separados o paralelos… El gran
desafío pastoral: relanzar una auténtica encarnación de la Palabra de
Dios, con rostro propio, en una situación concreta. Es prioritaria una
lectura de la Palabra contextualizada que sea capaz de transformar las
personas y las estructuras. Una interpretación que fomente la lectura
desde los más pobres y excluidos; que permita descubrir a las culturas
la misteriosa presencia de Dios en su propia historia, para que cada
creyente sea sujeto vivo de su historia y sea un testimonio de la expe-
riencia de Dios. En América Latina se necesita una lectura desde las
culturas indígenas emergentes que por siglos han caminado de forma
paralela al proceso de evangelización” (Mons. Ricardo Ernesto Cente-
llas, de Bolivia).
“La inculturación debería conllevar la proclamación del Evangelio
en las culturas locales, pero también y ante todo, debería consistir en
evangelizar las mismas culturas desde dentro… El Espíritu Santo obra
incluso fuera de los confines de la Iglesia y deja semillas de la Palabra
también en las religiones no cristianas, planteándonos el desafío de ha-
cer que estas semillas florezcan en la sagrada Persona de nuestro Señor
Jesucristo” (Mons. Marian Golebiewski, de Polonia).
“Ser cristiano desde las propias raíces y tradiciones culturales re-
quiere iluminarlas con el Evangelio. Y eso sólo es posible cuando se va
decididamente tras los pasos de Cristo, que enseñó a valorar adecuada-
mente ambos polos” (Mons. Juan Matojo, de Guinea Ecuatorial).
“En los últimos cuarenta años hemos realizado 134 traducciones
en colaboración con la Iglesia católica. Lamentablemente, sólo en 438
de las 7,000 lenguas del mundo existe una traducción completa de la
Biblia” (Rev. Archibal Millar, de las Sociedades Bíblicas Unidas).
“Como prioridad, habría que hacer un gran esfuerzo por terminar la
traducción de la Biblia, a fin de ponerla al alcance de todos. El pueblo

148
DIMENSIONES

cristiano tiene el derecho de disponer de una Biblia y los pastores tienen


el deber de garantizar el acceso al alimento de la Palabra de Dios, para
que sea posible encontrar en ella a Jesús Salvador” (Mons. Venant Ba-
cinoni, de Burundi).
Los círculos menores dijeron: “Hay que hacer todo lo posible para
asegurar la traducción y la difusión de la Biblia en el mayor número de
lenguas” (Francés C). “Muchas personas todavía no tienen acceso a la
Biblia en su propio idioma” (Inglés C). “Es vital que la Biblia sea tradu-
cida en la mayor cantidad de lenguas posible” (Inglés A).

7. Proposiciones sinodales
Como fruto de las deliberaciones de los participantes en el Sínodo
de los obispos, se hicieron estas propuestas, que servirán de base para
la elaboración de la Exhortación Postsinodal, que se espera publicará el
Papa en su momento oportuno. Transcribo tres, que tienen que ver con
el tema que nos ocupa.

Palabra de Dios y cultura


“La Palabra de Dios está destinada a toda la humanidad. Hay que re-
conocer que, a lo largo de los siglos, ha inspirado a las diversas culturas,
generando valores morales fundamentales, expresiones artísticas exce-
lentes y estilos de vida ejemplares. En la palabra de Dios, se encuentran
diversas instancias que pueden ayudar tanto a la ciencia en su descubri-
miento de cada vez nuevas conquistas, como a incrementar el diálogo
con cuantos comparten nuestra misma fe. Los padres sinodales, por tan-
to, auguran un diálogo entre Biblia y cultura, sobre todo ante las diversas
preguntas de sentido presentes en nuestro tiempo, de modo que encuen-
tren en ella la respuesta definitiva a su búsqueda” (Proposición 41).

Biblia y traducción
“El Sínodo recomienda que, en culturas afines y en las regiones lin-
güísticas similares, se apruebe y use la misma traducción de la Biblia,
tanto en el uso litúrgico como en el privado. Muchas Iglesias esparcidas

149
SER SACERDOTE VALE LA PENA

por el mundo están todavía privadas de biblias traducidas a sus lenguas


locales. Por esto, considera importante, antes que nada, la formación de
especialistas que se dediquen a las diversas traducciones de la Biblia”
(Proposición 42)

Biblia e inculturación
“La revelación se constituyó tomando de las diversas culturas hu-
manas los valores auténticos susceptibles de expresar la verdad que,
para nuestra salvación, Dios comunicó a los hombres” (cf. DV 11). La
Palabra de Dios, en cuanto revelación ha introducido en las culturas el
conocimiento de verdades que de otro modo hubieran permanecido des-
conocidas y creó progreso y desarrollo cultural. El mandato que el Señor
da a la Iglesia de anunciar el Evangelio a todas las criaturas (cf. Mc 16,
15) implica el encuentro de la Palabra de Dios con todos los pueblos de
la tierra y sus culturas. Esto supone el mismo proceso de inculturación de
la Palabra de Dios acaecido en la Revelación.
Por tanto, la Palabra de Dios debe penetrar en cada ambiente de
modo que la cultura produzca expresiones originales de vida, liturgia,
pensamiento cristiano (cf. CT 53). Esto sucede cuando la Palabra de
Dios, propuesta a una cultura, “fecunda como desde dentro las cuali-
dades espirituales y las tradiciones de cada pueblo, las confirma, las
perfecciona y las recapitula en Cristo” (GS 58), suscitando así nuevas
expresiones de vida cristiana.
Para una auténtica inculturación del mensaje evangélico, se debe
asegurar una formación de los misioneros con medios adecuados, para
conocer en profundidad el ambiente vital y las condiciones socio-cultu-
rales, de modo que puedan insertarse en el ambiente, en la lengua y en
las culturas locales.
Corresponde en primer lugar a la Iglesia local llegar a una auténtica
inculturación del mensaje evangélico, prestando atención naturalmente
al riesgo del sincretismo. La calidad de la inculturación depende del gra-
do de madurez de la comunidad evangelizadora” (Proposición 48).
En alusión a la experiencia del Sínodo de obispos, el Papa Benedicto
XVI expresó en su Discurso navideño a la Curia Romana: “Dios habla
siempre en presente, y sólo escucharemos de modo pleno la Biblia cuan-

150
DIMENSIONES

do se descubra este presente de Dios, que nos llama ahora… Era impor-
tante experimentar que también hoy en la Iglesia hay un Pentecostés, es
decir, que la Iglesia habla en muchas lenguas; y esto no sólo en el senti-
do exterior de que en ella están representadas todas las grandes lenguas
del mundo, sino sobre todo en un sentido más profundo: en ella están
presentes los múltiples modos de la experiencia de Dios y del mundo, la
riqueza de las culturas… Sin embargo, también nos dimos cuenta de que
Pentecostés sigue en marcha, de que aún no se ha completado: existen
numerosas lenguas que aún esperan la Palabra de Dios contenida en la
Biblia” (22 diciembre 2008).

8. Criterios para la inculturación


El Papa Juan Pablo II escribió en la Exhortación Postsinodal “Pasto-
res dabo vobis”: “Un problema ulterior nace de la exigencia —hoy inten-
samente sentida— de la evangelización de las culturas y de la incultura-
ción del mensaje de la fe. Es éste un problema eminentemente pastoral.
En las actuales circunstancias, en que en algunas regiones del mundo la
religión cristiana se considera como algo extraño a las culturas, tanto
antiguas como modernas, es de gran importancia que en toda la forma-
ción intelectual y humana se considere necesaria y esencial la dimensión
de la inculturación. Pero esto exige previamente una teología auténti-
ca, inspirada en los principios católicos sobre esa inculturación. Estos
principios se relacionan con el misterio de la encarnación del Verbo
de Dios y con la antropología cristiana e iluminan el sentido auténti-
co de la inculturación; ésta, ante las culturas más dispares y a veces
contrapuestas, presentes en las distintas partes del mundo, quiere ser
una obediencia al mandato de Cristo de predicar el Evangelio a todas
las gentes hasta los últimos confines de la tierra. Esta obediencia no
significa sincretismo, ni simple adaptación del anuncio evangélico,
sino que el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna
en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y
con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación
que proviene de Cristo” (No. 55).
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacra-
mentos publicó, el 25 de enero de 1994, la Instrucción Varietates legiti-

151
SER SACERDOTE VALE LA PENA

mae, que contiene criterios importantes para el proceso de inculturación


de la Liturgia, y que nos iluminan para la inculturación de la Palabra de
Dios.
“Desde antiguo se ha admitido en el Rito Romano una diversidad
legítima y también recientemente ha sido prevista por el Concilio Va-
ticano II en la Constitución Sacrosanctum Concilium, especialmente
para las misiones. La Iglesia no pretende imponer una rígida unifor-
midad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad,
ni siquiera en la Liturgia. Por el contrario, habiendo reconocido en el
pasado y en la actualidad diversidad de formas y de familias litúrgicas,
considera que tal diversidad no perjudica su unidad sino que la enri-
quece” (No. 1).
“En su Carta Apostólica Vicesimus quintus annus, el Papa Juan Pa-
blo II ha señalado, como un cometido importante para la renovación
litúrgica, la tarea de enraizar la Liturgia en las diversas culturas. Esta
tarea debe proseguir, asumiendo, donde sea necesario, los valores cul-
turales que puedan armonizarse con el verdadero y auténtico espíritu
litúrgico, respetando la unidad substancial del Rito romano expresada
en los libros litúrgicos” (No. 2). “La liturgia de la Iglesia no debe ser ex-
traña a ningún país, a ningún pueblo, a ninguna persona, al mismo tiem-
po que trasciende todo particularismo de raza o nación. Debe ser capaz
de expresarse en toda cultura humana, conservando al mismo tiempo su
identidad por la fidelidad a la tradición recibida del Señor” (No. 18).
“La expansión del Evangelio en el mundo hizo que surgieran otras
formas rituales en las Iglesias que procedían de la gentilidad, formas
influenciadas por otras tradiciones culturales. Y, siempre bajo la luz del
Espíritu Santo, se realizó el adecuado discernimiento entre los elemen-
tos procedentes de culturas paganas para distinguir lo que era incompa-
tible con el cristianismo y lo que podía ser asumido por él, en armonía
con la tradición apostólica y en fidelidad al Evangelio de la salvación”
(No. 16).
“La creación y el desarrollo de las formas de la celebración cristia-
na se han realizado gradualmente según las condiciones locales de las
grandes áreas culturales en que se ha difundido el Evangelio… La Igle-
sia de Roma adoptó en su Liturgia la lengua viva del pueblo, el griego
primero, después el latín y, como las demás Iglesias latinas, aceptó en

152
DIMENSIONES

su culto elementos importantes de la vida social de Occidente dándoles


una significación cristiana. A lo largo de los siglos el Rito romano ha
demostrado repetidamente su capacidad de integrar textos, cantos, ges-
tos y ritos de diversa procedencia y ha sabido adaptarse a las culturas
locales en países de misión, aunque en algunas épocas ha prevalecido la
preocupación de la uniformidad litúrgica” (No. 17).
“La Liturgia, como el Evangelio, debe respetar las culturas, pero
al mismo tiempo invita a purificarlas y a santificarlas… Los cristianos
venidos del paganismo al adherirse a Cristo tuvieron que renunciar a los
ídolos, a las mitologías, a las supersticiones” (No. 19).
“Conciliar las renuncias exigidas por la fe en Cristo con la fidelidad
a la cultura y a las tradiciones del pueblo al que pertenecen, fue el reto
de los primeros cristianos…, y lo mismo será para los cristianos de to-
dos los tiempos… El discernimiento que se ha efectuado a lo largo de la
historia de la Iglesia sigue siendo necesario para que, a través de la Li-
turgia, la obra de la salvación realizada por Cristo se perpetúe fielmente
en la Iglesia por la fuerza del Espíritu, a través del espacio y del tiempo,
y en las diversas culturas humanas” (No. 20).
“La Iglesia se alimenta de la palabra de Dios, consignada por es-
crito en los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento, y, al proclamarla
en la Liturgia, la acoge como una presencia de Cristo: ‘Cuando se lee
en la Iglesia las Sagradas Escrituras, es Él quien habla’ (SC 7). “En la
celebración de la Liturgia, la palabra de Dios tiene suma importancia,
de modo que la Escritura Santo no puede ser sustituida por ningún otro
texto, por venerable que sea” (No. 23).
“La tradición misionera de la Iglesia siempre ha intentado evange-
lizar a los hombres en su propia lengua. En ocasiones han sido precisa-
mente los primeros misioneros de un país los que han fijado por escrito
lenguas que hasta entonces habían sido solamente orales. Y justamente,
es a través de la lengua materna, vehículo de la mentalidad y de la cul-
tura, como se llega a comprender el alma de un pueblo, formar en él el
espíritu cristiano y permitirle una participación más profunda en la ora-
ción de la Iglesia. Después de la primera evangelización, en las celebra-
ciones litúrgicas es de gran utilidad para el pueblo la proclamación de
la palabra de Dios en la lengua del país. La traducción de la Biblia, o al
menos de los textos bíblicos utilizados en la Liturgia, es necesariamente

153
SER SACERDOTE VALE LA PENA

el comienzo del proceso de inculturación litúrgica… La inculturación de


la Liturgia supone ante todo una apropiación de la Sagrada Escritura
por parte de la misma cultura” (No. 28).
Hay que evitar el peligro de un sincretismo religioso. “Ello podría
suceder si los lugares, los objetos de culto, los vestidos litúrgicos, los
gestos y las actitudes dan a entender que, en las celebraciones cristianas,
ciertos ritos conservan el mismo significado que antes de la evangeliza-
ción. Aún sería peor el sincretismo religioso si se pretendiera reempla-
zar las lecturas y cantos bíblicos, o las oraciones, por textos tomados de
otras religiones, aun teniendo estos un valor religioso o moral innega-
bles... La recepción de los usos tradicionales debe ir acompañada de una
purificación y, donde sea preciso, incluso de una ruptura... Es preciso
evitar cualquier ambigüedad en todos los casos” (Ib 47; 48).
La misma Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos publicó, el 28 de marzo de 2001, la Instrucción Liturgiam
authenticam, sobre el uso de las lenguas vernáculas en la edición de los
libros de la Liturgia romana. En particular, hay que tomar muy en cuenta
las normas referidas a las traducciones de los libros sagrados y a la pre-
paración de los leccionarios (Nos. 34-45).

9. ¿Qué hacer?
9.1 La traducción es el primer paso de la inculturación. Por ello, es
urgente hacer la traducción católica de la Biblia a los idiomas originarios.
Es una injusticia que muchos pueblos aún no la tengan. Para ello, ade-
más de biblistas y teólogos, se requiere la participación de los mismos
indígenas y de conocedores de la cultura. La traducción debe hacerse en
colaboración con las mismas comunidades, y no ser trabajo o servicio
sólo de un experto, o de un pequeño grupo. No puede ser imposición de
un inquieto agente de pastoral, que a los pocos días de llegar a la misión,
ya quiere cambiar todo, como si todo lo supiera.
9.2 Debemos encarnarnos en las culturas donde el Señor nos ha
colocado: conocer, valorar y respetar a nuestros pueblos; estar cerca de
sus gozos y tristezas; compartir su vida y hacernos uno de ellos. Sin esta
actitud del corazón, no es posible ninguna inculturación, ni de la liturgia,
ni del Evangelio, ni de la Iglesia.

154
DIMENSIONES

9.3 Es requisito indispensable conocer a fondo, por una parte, la


teología, la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, y, por otra, la
historia, la antropología y la sociología de las culturas indígenas. Esto
pide un trabajo interdisciplinar, que requiere tiempo, paciencia, constan-
cia y recursos económicos, así como la participación de los catequistas,
de los jóvenes y ancianos, de los servidores.
9.4 Hay que tomar en cuenta que las culturas siempre están cam-
biando, y las culturas indígenas actuales están en un profundo proceso
de transformación, por los medios masivos de comunicación, por la mi-
gración y la movilidad humana constante, por el racismo persistente. No
podemos encerrarlos en una reserva cultural, para exponerlos, como en
un museo, a la observación de los antropólogos.
9.5 Hay que involucrar tanto al obispo diocesano y a los agentes
de pastoral, como a la Conferencia Episcopal. Para avanzar con firmeza
y confianza, se requiere estar en comunión con las Iglesias de la misma
Provincia eclesiástica, con la Conferencia Episcopal, y con los Dicaste-
rios de la Curia Romana a quienes compete el asunto. La inculturación
debe ser hecha por las Iglesias locales, pero siempre en comunión con
quien preside la Iglesia universal y sus colaboradores.
9.6 Debemos empezar por traducir a los idiomas indígenas los tex-
tos bíblicos que se usan en las celebraciones litúrgicas, para lo cual hay
que tomar en cuenta el iter que prescribe la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos (cf Anexo).
9.7 Que los agentes de pastoral mestizos aprendan y dominen, en la
medida de lo posible, el idioma indígena que se usa en donde desarrollan
su servicio. El uso de la lengua del lugar es un derecho que tienen los
pueblos originarios. Si no logramos hablarlo en forma normal, que al
menos hagamos el esfuerzo por leer los textos litúrgicos ya traducidos.
9.8 Compartir los esfuerzos y avances que se hacen en otras dióce-
sis, donde haya indígenas de la misma etnia. Hacer lo posible por lograr
textos unificados del mismo idioma, a pesar de la resistencia que existe
hacia las diferencias dialectales con los pueblos vecinos.
9.9 Ante el fenómeno actual de la globalización de una cultura uni-
formizante, que está influyendo gravemente para que las nuevas gene-
raciones ya no sigan las tradiciones de sus mayores, buscar el método
pastoral para que los niños y los jóvenes no pierdan las riquezas de las

155
SER SACERDOTE VALE LA PENA

culturas indígenas, y al mismo tiempo armonicen sus valores con los de


la modernidad. Hay que educar para la pluralidad cultural. No se puede
conservar a los indígenas sin influencias del exterior, sino que se han
de beneficiar de lo positivo que tienen el desarrollo y el progreso de la
humanidad, sin perder sus valores más profundos.
9.10 Inculcar, desde los Seminarios y Casas Religiosas, la pasión
por encarnarse en las culturas de nuestros pueblos, asemejándose al Ver-
bo encarnado. Que las vocaciones indígenas no pierdan sus raíces y sean
el puente que une las culturas, siempre a la luz del Evangelio y del Ma-
gisterio de la Iglesia. Ofrecer a los mismos indígenas la posibilidad de
hacer estudios especializados, para que sean ellos quienes hacen la mejor
inculturación.

156
DIMENSIONES

19. SERVICIO DE LA LITURGIA

“Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y ma-


nifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne,
y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y
participar de la naturaleza divina... La revelación se realiza por obras
y palabras intrínsecamente ligadas: las obras que Dios realiza en la
Historia de la Salvación manifiestan y confirman la doctrina y las reali-
dades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las
obras y explican su misterio” (DV 2).
Jesús acompaña su tarea evangelizadora con la realización de varios
signos: expulsa demonios, cura enfermos, perdona pecados (cf Mc 1,21-
2,11).
Pero “esta obra de la redención humana y de la perfecta glorifica-
ción de Dios, Cristo el Señor la realizó principalmente por el Misterio
Pascual de su bienaventurada Pasión, Resurrección de entre los muertos
y gloriosa Ascensión” (SC 5).
“Así como Cristo fue enviado por el Padre, él a su vez envió a los
Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evan-
gelio a toda creatura, y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y
resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte y nos condu-
jo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que
proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los
cuales gira toda la vida litúrgica” (SC 6).
El Señor nos ha confiado actualizar toda su obra de salvación. Quiere
seguir ejerciendo su sacerdocio, por nuestra mediación. Continúa glori-
ficando al Padre y santificando a los hombres, mediante los signos salví-
ficos de su Iglesia.
“Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente
en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sa-
crificio de la Misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora
por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la
cruz, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con
su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es
Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee
en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por

157
SER SACERDOTE VALE LA PENA

último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió:


donde están dos o tres congregados en mi nombre, ahí estoy yo en medio
de ellos’’ (SC 7; Mt 18,20).
¡Con cuánta dignidad y respeto deberíamos celebrar los sagrados
misterios! Estamos haciendo presente a Cristo. Estamos colaborando con
Él en la salvación del mundo. “Dios, que es el solo Santo y Santificador,
quiso tomar a los hombres como compañeros y ayudadores que le sirvie-
ran humildemente en la obra de la santificación” (PO 5).
¡Qué tristeza ver la rutina y las prisas de muchas celebraciones!
¡Cuánto desorden, polvo, suciedad y mal gusto en altares, presbiterios,
templos y objetos de culto! ¡Qué presentación tan poco cuidada de al-
gunos ministros! Y eso que estamos realizando lo más sagrado que
tenemos...“Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote
y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia con el mismo título y el mismo grado, no la iguala ninguna otra
acción de la Iglesia” (SC 7).
A veces damos la impresión de no tener fe en lo que hacemos. O de
considerar el culto sólo como una fuente de ingresos económicos...
¡Cuánto desconocimiento y cuánta arbitrariedad en las rúbricas! Hay
sacerdotes que, con muy buena voluntad, quieren hacer adaptaciones,
pero a veces con una ignorancia tan grande de la historia de los ritos y
de su sentido, que hasta en graves errores teológicos incurren. Y eso no
sucede solamente entre el clero joven.
Muchísimos nunca han leído los Prenotandos de los Rituales de cada
sacramento, de la Liturgia de las horas y de otros sacramentales. Ni si-
quiera habían oído que existían...
En cuanto a las rúbricas, todas tienen su razón de ser, su historia,
teología, espiritualidad y pastoral. Los mejores especialistas del mundo
colaboraron para su actualización. Y una vez que la Iglesia las hace su-
yas, “nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna
por iniciativa propia” (SC 22,3).
Somos ministros de la Iglesia; por tanto, hemos de celebrar los
ritos como la misma nos indica. De lo contrario, estamos haciendo nues-
tra propia iglesia; es decir, hacemos sectas. La misma rúbrica prevé qué
adaptaciones se pueden hacer en cada momento, pero no debemos sentir-
nos dueños de la celebración, sino ministros, servidores.

158
DIMENSIONES

Con esto, tampoco estamos aprobando el “simple ritualismo” (cf


DP 92).
Sobre estos puntos, dijo el Papa Juan Pablo II a los sacerdotes de
Estados Unidos, en Miami: “La renovación en la gracia y en la vida
de Cristo depende grandemente del desarrollo de la vida cultual de la
Iglesia. Puesto que los sacerdotes presidimos la liturgia, hemos de co-
nocer y estimar los ritos de la Iglesia a través del estudio y la plegaria.
Estamos llamados a presidir las celebraciones que han de ser fieles a las
disposiciones disciplinares de la Iglesia y, al mismo tiempo, adaptadas
legítimamente, según las normas, para el bien de los fieles” (L‘OR 20
sept. 1987, pág. 4).
Las adaptaciones son necesarias e imprescindibles. Ya los mismos
Rituales indican las variaciones que el mismo celebrante puede hacer.
No se debe celebrar siempre igual. Eso es pereza e ignorancia. Pero en
cuanto a modificar o añadir ritos, con el noble propósito de adaptar la
liturgia a nuestras culturas, hay orientaciones precisas:
“La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello
que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la
liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades
peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si
puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuen-
tra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y
aun a veces lo acepta en la misma liturgia, con tal que se pueda armoni-
zar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico” (SC 37).
“Corresponderá a la competente autoridad eclesiástica territorial
determinar estas adaptaciones” (SC 39; cf 22). Estas autoridades son
el Obispo local, por medio de su Comisión Diocesana de Liturgia, la
Conferencia Episcopal nacional, por medio de su propia Comisión de
Liturgia, y la Sede Apostólica, por medio de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Ojalá nos animáramos a intentar, en forma seria, científica y ordena-
da, este tipo de adaptaciones. Como nos decían en Roma en una Visita
“Ad limina”, no esperemos que Roma nos diga qué inculturaciones de-
ben hacer las Iglesia locales; es a éstas a quienes corresponde hacer las
propuestas, y la Santa Sede revisa y confirma lo que sea necesario (cf DP
899; 926; 940).

159
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Un cuidado especialmente delicado debemos tener hacia la Eucaris-


tía, memorial de la muerte y resurrección del Señor, “sacramento de pie-
dad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual
se recibe a Cristo como alimento, el alma se llena de gracia y se nos da
una prenda de la gloria venidera” (SC 27).
“La celebración eucarística, centro de la sacramentalidad de la
Iglesia y la más plena presencia de Cristo en la humanidad, es centro y
culmen de toda la vida sacramental” (DP 923).
“Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio
en la celebración de la Santísima Eucaristía, por la que debe, consi-
guientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.
Esta celebración, para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las
variadas obras de caridad y a la ayuda mutua, como a la acción misio-
nal y a las variadas formas de testimonio cristiano” (PO 6; cf SC 10; DP
902; 925; 939).
¡Cómo deberíamos preparar nuestras celebraciones eucarísticas, so-
bre todo las dominicales! Para ello, se necesitan la oración personal, el
estudio y la organización de buenos equipos litúrgicos.
La Eucaristía es sumamente importante para la Iglesia, pero en par-
ticular para los sacerdotes. Como ha dicho Juan Pablo II, las mismas pa-
labras con las que Jesús instituye la Eucaristía, son con las que instituye
el sacerdocio (cf Lc 22,19; Carta a los sacerdotes, Jueves Santo 1985).
Al pronunciar diariamente las palabras de la consagración, estamos ra-
tificando nuestra propia alianza sacrificial con la comunidad particular.
Al decir: “Esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes. Esta es mi
sangre, que será derramada por ustedes”, no sólo actualizamos el miste-
rio pascual de Cristo; nosotros mismos nos ofrecemos en Él, por Él, con
Él, para la gloria del Padre y para ser comidos y bebidos por el pueblo.
Ojalá siempre “seamos en Cristo víctima viva para alabanza” del
Padre (Plegaria Eucarística IV; cf SC 48; PO 5). Al respecto, dijo tam-
bién el Papa a los sacerdotes de Estados Unidos: “Los fieles esperan de
nosotros que seamos hombres de fe y de oración. Los fieles esperan de
nosotros la verdad sobre Cristo y las enseñanzas de la Iglesia. Ellos
exigen ver el amor de Cristo encarnado en nuestras vidas. Todo esto nos
recuerda una verdad esencial: que el sacerdote es ‘otro Cristo’. En este
sentido, los sacerdotes somos Cristo para con cuantos ejercemos nuestro

160
DIMENSIONES

ministerio. Esto es verdad con respecto a todos los aspectos de nuestro


trabajo sacerdotal, pero lo es particularmente en el sacrificio eucarísti-
co, del que nace nuestra identidad sacerdotal y en el que se expresa del
modo más evidente y efectivo. Esta verdad tiene una particular relevan-
cia también en lo que se refiere a nuestro quehacer como ministros del
sacramento de la reconciliación, mediante el cual prestamos un servicio
único a la causa de la conversión y de la paz, y a la implantación del
reino de Dios en la tierra” (L’OR 20 sept. 1987, pág. 4).
Sobre la práctica de este sacramento, advierte: “Cuando se trata de
invitar a las personas a la conversión, el ejemplo de los sacerdotes es
de vital importancia para la autenticidad de la vida de la Iglesia. Esto
es verdad de forma particular cuando nosotros mismos, sacerdotes, nos
acercamos al sacramento de la Penitencia, a través del cual nos conver-
timos reiteradamente a Dios. En esta condición, radica la plena eficacia
sobrenatural de nuestro ‘ministerio de la reconciliación’ (2 Cor 5, 18),
y de toda nuestra vida como sacerdotes. La experiencia de la Iglesia nos
enseña que “la celebración de la Eucaristía y el ministerio de los otros
sacramentos, el celo pastoral, la relación con los fieles, la comunión con
los hermanos, la colaboración con el obispo, la vida de oración, en una
palabra, toda la existencia sacerdotal sufre un inevitable decaimiento, si
le falta, por negligencia o cualquier otro motivo, el recurso periódico e
inspirado en una auténtica fe y devoción al sacramento de la penitencia.
En un sacerdote que no se confesase o se confesase mal, su ser como
sacerdote y su ministerio se resentirían muy pronto, y se daría cuenta
también la comunidad de la que es Pastor” (Ibid. Exhortación Reconci-
liatio et Paenitentia, 31).
Sin embargo, “la sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la
Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesa-
rio que antes sean llamados a la fe y a la conversión: “¿Cómo invocarán
a Aquél en quien no han creído? O ¿cómo creerán en Él sin haber oído
de Él? Y ¿cómo oirán, si nadie les predica? Y ¿cómo predicarán, si no
son enviados?” (Rom 10,14-15). Por eso, a los no creyentes la Iglesia
proclama el mensaje de salvación, para que todos los hombres conozcan
al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo y se conviertan de
sus caminos haciendo penitencia. Y a los creyentes les debe predicar
continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos además para

161
SER SACERDOTE VALE LA PENA

los sacramentos, enseñándoles a cumplir cuanto mandó Cristo y estimu-


larlos a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, para que
se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser de este mundo, son luz del
mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres” (SC 9).
Qué oportuna advertencia, sobre todo para aquellos sacerdotes que
se dedican sólo a celebrar Misas, en mayor cantidad a la permitida por la
Iglesia (cf CIC 905). Ser sacerdote no es sólo celebrar ritos, sino también
predicar la palabra de Dios, atender a los enfermos, alentar la promoción
integral de los pobres. Si no se les diera ningún estipendio, ¿lo seguirían
haciendo? (cf CIC 947) ¿Por qué no dedican el mismo tiempo a confesar
y evangelizar?
Es verdad que la gente pide muchas Misas y que los sacerdotes so-
mos insuficientes. Pero también hay otras soluciones. Ya son más acep-
tadas las Misas con intenciones comunitarias, dejándose al sacerdote
el estipendio correspondiente a una sola y destinando el resto a obras
de caridad o al servicio pastoral de la parroquia. Hasta los indígenas de
rancherías más alejadas aceptan gustosos esta práctica, si se les explica
suficientemente. También se pueden realizar sólo Celebraciones de la
Palabra, en bodas, entierros, quince años, presentaciones de tres años,
etc., siempre y cuando se instruya a la comunidad (cf CIC 1248,2).

Que la Virgen María, que estuvo junto a su Hijo, cuando éste se ofre-
cía en el sacrificio de la cruz (cf Jn 19,25), nos ayude a celebrar con
dignidad las maravillas del Señor (cf Lc 1,46-55).

162
DIMENSIONES

20. LOGROS Y RETOS


DE LA INCULTURACIÓN LITÚRGICA
EN LOS PUEBLOS ÍNDIGENAS

Conferencia en el Encuentro Latinoamericano sobre Liturgia inculturada,


promovido por el CELAM,
en San José de Costa Rica, del 27 al 31 de marzo de 2007

Introducción
Considerando que al término “inculturación” se le dan muchas inter-
pretaciones, asumo lo que el Magisterio de la Iglesia nos dice sobre su
significado y sus exigencias.
Según el Papa Juan Pablo II, “la inculturación significa una íntima
transformación de los auténticos valores culturales por su integración
en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las diversas
culturas humanas” (RMi 52). También: “la encarnación del Evangelio
en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas
culturas en la vida de la Iglesia” (Slavorum Apostoli, 21). “Por la incul-
turación, la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al
mismo tiempo, ella introduce los pueblos con sus culturas en su propia
comunidad” (RMi 52).
Como ya había dicho el Concilio Vaticano II, la penetración del
Evangelio en un determinado medio sociocultural, por una parte, “fecun-
da como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios
valores de cada pueblo..., los consolida, los perfecciona y los restaura
en Cristo” (GS 58); por otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto
son compatibles con el Evangelio, “para profundizar mejor el mensaje
de Cristo y expresarlo más perfectamente en la celebración litúrgica y
en la vida de la multiforme comunidad de fieles” (Ibid). Este doble mo-
vimiento que se da en la tarea de la inculturación expresa así uno de los
componentes del misterio de la Encarnación (cf Juan Pablo II: Catechesi
tradendae, 53).
“Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo
lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el Evangelio,
a fin de comunicarles las riquezas de Cristo y enriquecerse ella misma

163
SER SACERDOTE VALE LA PENA

con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra” (Juan Pablo II:


Discurso al Pontificio Consejo para la Cultura [17 enero 1987], No. 5).
Por su parte, el Papa Benedicto XVI ha tenido ya intervenciones ilu-
minadoras en el tema de la inculturación: “Para cumplir la misión salví-
fica que la Iglesia recibió de Cristo, se trata de hacer que el Evangelio
penetre en lo más profundo de las culturas y las tradiciones de vuestro
pueblo, caracterizadas por la riqueza de sus valores humanos, espiritua-
les y morales, sin dejar de purificar estas culturas, mediante una conver-
sión necesaria, de lo que en ellas se opone a la plenitud de verdad y de
vida que se manifiesta en Cristo Jesús. Esto también requiere anunciar
y vivir la buena nueva, entablando sin temor un diálogo crítico con las
culturas nuevas vinculadas a la aparición de la globalización, para que
la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más pertinente y creíble, perma-
neciendo fiel al mandato que recibió de su Señor (cf Mt 28,19)” (A los
Obispos de Camerún: 18 de marzo de 2006: L’Osservatore Romano del
24 de marzo de 2006, pág. 7).
“El cristianismo está abierto a todo lo que hay de justo, verdadero
y puro en las culturas y en las civilizaciones; a lo que alegra, consuela
y fortalece nuestra existencia. San Pablo, en la carta a los Filipenses,
escribió: ‘Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro,
de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio,
todo esto tenedlo en cuenta’ (Flp 4,8). Por tanto, los discípulos de Cristo
reconocen y acogen de buen grado los auténticos valores de la cultura de
nuestro tiempo, como el conocimiento científico y el desarrollo tecnoló-
gico, los derechos del hombre, la libertad religiosa y la democracia. Sin
embargo, no ignoran y no subestiman la peligrosa fragilidad de la natu-
raleza humana, que es una amenaza para el camino del hombre en todo
contexto histórico. En particular, no descuidan las tensiones interiores y
las contradicciones de nuestra época. Por eso, la obra de evangelización
nunca consiste sólo en adaptarse a las culturas, sino que siempre es tam-
bién una purificación, un corte valiente, que se transforma en maduración
y saneamiento, una apertura que permite nacer a la ‘nueva creatura’
(2 Cor 5,17; Gál 6,15) que es el fruto del Espíritu Santo” (Benedicto
XVI a la IV Asamblea Eclesial Nacional Italiana, 19 de octubre de 2006:
L’Osservatore Romano del 27 de octubre de 2006, pág. 9).

164
DIMENSIONES

“El papel histórico, espiritual, cultural y social que ha desempeñado


la Iglesia católica en América Latina sigue siendo primario, también
gracias a la feliz fusión entre la antigua y rica sensibilidad de los pue-
blos indígenas con el cristianismo y con la cultura moderna. Como sabe-
mos, algunos ambientes afirman un contraste entre la riqueza y profun-
didad de las culturas precolombinas y la fe cristiana, presentada como
una imposición exterior o una alienación para los pueblos de América
Latina. En verdad, el encuentro entre estas culturas y la fe en Cristo
fue una respuesta interiormente esperada por esas culturas. Por tanto,
no hay que renegar de ese encuentro, sino que se ha de profundizar:
ha creado la verdadera identidad de los pueblos de América Latina”
(Benedicto XVI, a los Nuncios Apostólicos de los países de América
Latina, 17 de febrero de 2007: L’Osservatore Romano en español del 23
de febrero de 2007, pág. 10).
Y en su reciente Exhortación Sacramentum caritatis, afirma: “A par-
tir de las afirmaciones fundamentales del Concilio Vaticano II, se ha
subrayado varias veces la importancia de la participación activa de los
fieles en el Sacrificio eucarístico. Para favorecerla, se pueden permitir
algunas adaptaciones apropiadas a los diversos contextos y culturas.
El hecho de que haya habido algunos abusos no disminuye la claridad
de este principio, que se debe mantener de acuerdo con las necesidades
reales de la Iglesia, que vive y celebra el misterio de Cristo en situacio-
nes culturales diferentes. En efecto, el Señor Jesús, precisamente en el
misterio de la Encarnación, naciendo de mujer como hombre perfecto,
no sólo está en relación directa con las expectativas expresadas en el
Antiguo Testamento, sino también con las de todos los pueblos. Con eso,
Él ha manifestado que Dios quiere encontrarse con nosotros en nues-
tro contexto vital. Por tanto, para una participación más eficaz de los
fieles en los santos Misterios, es útil proseguir el proceso de incultura-
ción en el ámbito de la celebración eucarística, teniendo en cuenta las
posibilidades de adaptación” de los diversos documentos de la Iglesia
al respecto. “Para lograr este objetivo, recomiendo a las Conferencias
Episcopales que favorezcan el adecuado equilibrio entre los criterios y
normas ya publicadas y las nuevas adaptaciones, siempre de acuerdo
con la Sede Apostólica” (No. 54).

165
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Iluminado por estos criterios, expongo a continuación tanto algunos


logros que hemos tenido en la inculturación de la liturgia en los pueblos
indígenas, como los retos que implica.

1. Logros
1.1 En varias etnias se tiene ya la traducción a las lenguas nativas
de la Biblia, o al menos del Nuevo Testamento. En algunas partes, este
trabajo lo hicieron primero los protestantes, sobre todo los del Institu-
to Lingüístico de Verano; sin embargo, se ha comprobado que, además
de errores doctrinales, tienen deficiencias culturales. En otras partes, se
han hecho y se están haciendo traducciones ecuménicas, o sólo católicas.
Este primer logro es fundamental, pues en la liturgia se proclaman mu-
chos textos bíblicos y se debe contar con una edición católica confiable.
1.2 En varios pueblos indígenas, la liturgia se celebra en el idioma
del lugar, porque hay agentes de pastoral nativos, o porque los que han
llegado de fuera han aprendido el idioma. Algunas traducciones litúr-
gicas ya han sido aprobadas por la Santa Sede; otras están en proceso
de lograrlo. El dominio del idioma indígena es presupuesto básico para
inculturarse. Es una injusticia que se siga imponiendo una liturgia en un
idioma que no es el propio.
1.3 Se ha formado a laicos indígenas, hombres y mujeres, como
catequistas y servidores para diversos ministerios, tanto instituidos como
reconocidos. Al menos, se les ha nombrado como Ministros Extraordi-
narios de la Comunión. Ha habido un trabajo notable para lograr que a la
mujer se le reconozca su dignidad y su lugar en la Iglesia y en la comu-
nidad, a pesar de la persistente marginación.
1.4 Se han revalorado diferentes servicios tradicionales, como ma-
yordomos, fiscales, topiles, alféreces, capitanes, presidentes de ermitas,
rezadores, principales, ancianos, arregladores del corazón, etc., para el
servicio de la comunidad; la mayoría, tienen que ver con los ritos y ce-
lebraciones de la piedad popular y de la liturgia. Algunos de sus ritos
tradicionales se han incorporado a la celebración litúrgica, aunque no
siempre con el debido discernimiento.
1.5 Se hacen esfuerzos por descubrir las “semillas del Verbo” en
las culturas indígenas, conociendo y valorando más la sabiduría de los

166
DIMENSIONES

antepasados, tanto en sus libros sagrados, como en sus lugares de culto


y en sus costumbres. Se han ido perfilando los pasos para elaborar una
“Teología India” católica, lo cual incidirá ciertamente en las celebracio-
nes litúrgicas.
1.6 En varias diócesis, ha habido mucha creatividad para lograr
una Liturgia inculturada, incorporando a la Misa, a otros sacramentos
y sacramentales, a la Celebración Dominical de la Palabra, diversos ri-
tos propios de los pueblos indios, como danzas, “siembra de velas”, ac-
tos penitenciales, ofrendas, incienso, procesiones, etc. Sin embargo, no
siempre se ha hecho con la debida armonía con el rito litúrgico, sin la
aprobación de la Conferencia Episcopal y sin la recognitio de la Santa
Sede. A veces, se tiene muy buena voluntad para inculturar la Liturgia,
pero se desconoce tanto su teología como la cultura indígena. Hay agen-
tes de pastoral que dan otro sentido, a veces ideologizado, de algunos
ritos indígenas, que no corresponde a lo que realmente contienen.
1.7 En nuestra diócesis, la institución de diáconos permanentes, en
su gran mayoría indígenas, ha respondido a una verdadera necesidad pas-
toral. Son elegidos con gran participación de la comunidad; se capacitan
sin salir de su cultura y ejercen el ministerio en su pueblo. Además de los
servicios litúrgicos ordinarios, tienen responsabilidades en las otras áreas
pastorales de la evangelización y la promoción social. Sus esposas les
acompañan en el desempeño de las ceremonias. Son una riqueza para ser
una Iglesia más inculturada y autóctona. La orden de la Santa Sede para
suspender temporalmente la ordenación de más diáconos permanentes,
es por el temor de que su gran número (330 en este momento, y sólo 84
sacerdotes) sea una presión para exigir su ordenación como sacerdotes
casados. No vamos por ese camino; no lo intentamos, aunque sí ha habi-
do peticiones en ese sentido.

2. Retos
2.1 Como cimiento y base de toda inculturación, se requieren tres
amores, que son uno solo: Amor a Jesucristo, amor a su Iglesia y amor a
los pueblos indígenas. Amor a Jesucristo, porque es Él nuestra inspira-
ción y el centro al que debemos llevar a los pueblos. Amor a su Iglesia,
para construirla en comunión. Amor a los indígenas, para ser un sacra-

167
SER SACERDOTE VALE LA PENA

mento del amor del Padre, y no ir por otros intereses. Sin amor apasiona-
do por Jesucristo, no hacemos lo posible por llevar a los pueblos hacia Él,
sino que los dejamos con lo que tienen. Sin amor sufriente y perseverante
a nuestra Iglesia, corremos el peligro de hacer nuestras propias iglesias,
como sectas, que giran en torno a un agente de pastoral, o amargarnos y
desanimarnos cuando no encontramos el apoyo que deseamos. Sin amor
misericordioso a los pobres, no soportamos por mucho tiempo vivir con
ellos.
2.2 Jesucristo, al encarnarse, asumió la cultura judía. Este es el pri-
mer desafío para la Iglesia: encarnarnos en las culturas donde el Señor
nos ha colocado. Esto implica conocer, valorar y respetar a nuestros pue-
blos; estar cerca de sus gozos y tristezas; compartir su vida y hacernos
uno de ellos. Sin esta actitud del corazón, no es posible ninguna incultu-
ración, ni de la liturgia, ni del Evangelio, ni de la Iglesia.
2.3 Jesucristo, sin embargo, manifestó plena libertad para purificar
y transformar lo que en la cultura judía no correspondía al plan original
del Padre. Tuvo más problemas con quienes defendían las tradiciones
mosaicas, que con el régimen romano. Además, no encerró a su Iglesia
en una cultura, sino que ordenó evangelizar todas las culturas. La evan-
gelización debe respetar las culturas; pero también tener la audacia y la
libertad de purificarlas y santificarlas.
2.4 La plenitud de los pueblos indios es Jesucristo. Es necesario
que Él crezca en ellos, y no seamos nosotros el centro. Nuestra tarea
es llevarles al encuentro vivo con Él, sobre todo en su Palabra y en sus
sacramentos. Para ello, es urgente hacer la traducción católica o ecumé-
nica de la Biblia, en los pueblos donde no se tenga. Es una injusticia que
muchos pueblos aún no tengan la traducción católica de la Biblia. Ade-
más de biblistas y teólogos, se requiere la participación de los mismos
indígenas y de conocedores de la cultura. La traducción debe hacerse en
colaboración con las comunidades, y no ser sólo fruto de un experto.
2.5 Hay que seguir buscando caminos para lograr una liturgia más
inculturada, en que se asuman ritos y costumbres que sean acordes con
el Evangelio y la práctica de la Iglesia. Esta “no tiene ningún poder para
cambiar lo que es voluntad de Cristo, que es lo que constituye la parte
inmutable de la liturgia. Romper el vínculo que los sacramentos tienen
con Cristo que los ha instituido, o con los hechos fundacionales de la

168
DIMENSIONES

Iglesia, no sería inculturarlos, sino vaciarlos de su contenido” (Con-


gregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La
Liturgia Romana y la Inculturación, 25). Por ejemplo, “en la celebración
de la Liturgia, la palabra de Dios tiene suma importancia, de modo que
la Escritura Santa no puede ser sustituida por ningún otro texto por ve-
nerable que sea” (Ib 23).
2.6 Para hacer una buena inculturación litúrgica en los pueblos in-
dígenas, no basta la buena voluntad y el cariño por ellos. Es requisito
indispensable conocer a fondo la historia, la teología y la pastoral de la
liturgia, por una parte, y la historia, la antropología y la sociología de las
culturas indígenas, por otra. Esto pide un trabajo interdisciplinar, que
requiere tiempo, paciencia, constancia y recursos económicos. Desde
luego, la participación de la propia comunidad, de los catequistas, de los
jóvenes y ancianos, de los servidores, es de primera importancia. No pue-
de ser imposición de un inquieto agente de pastoral, que a los pocos días
de llegar a la misión, ya quiere cambiar todo. Además, hay que tomar en
cuenta que las culturas siempre están cambiando, y las culturas indígenas
actuales están en un profundo proceso de transformación, porque a casi
todas partes llevan los medios masivos de comunicación, por la migra-
ción y la movilidad humana constante, por el racismo persistente. No
podemos encerrarlos en una reserva cultural, para exponerlos, como en
un museo, a la observación de los antropólogos.
2.7 Para que el proceso de inculturación litúrgica tenga futuro,
hay que involucrar tanto al obispo diocesano y a los agentes de pastoral,
como a la Conferencia Episcopal. Para avanzar con firmeza y confian-
za, se requiere procurar estar en comunión siempre con las Iglesias de
la misma Provincia eclesiástica, con la Conferencia Episcopal, y con la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
pues no somos dueños de la liturgia, sino sus servidores. No conviene
que un agente de pastoral, sin estar en comunión con el resto de la Iglesia,
haga por sí mismo todos los cambios que considere pertinentes, porque
al poco tiempo le cambian de lugar, viene otro que no está de acuerdo
con el anterior, y las comunidades sufren desconcierto. A pesar de las
resistencias que a veces encontremos en las instancias eclesiales para
introducir cambios, por encima de todo está la comunión eclesial. La
inculturación la hacen las Iglesias locales, pero siempre en comunión con

169
SER SACERDOTE VALE LA PENA

quien preside la Iglesia universal y sus colaboradores. Hemos de hacer


lo posible por que allá comprendan nuestras realidades y situaciones tan
diversas, y que nosotros aceptemos de corazón sus indicaciones, para
salvar la unidad eclesial.
2.8 La traducción es el primer paso de la inculturación. Por ello,
debemos empezar por traducir los textos litúrgicos actuales a los idiomas
indígenas, para lo cual hay que tomar en cuenta el iter que prescribe la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
(cf Anexo). Pero es necesario trabajar por llegar a tener rituales propios
inculturados, con aprobación de la Conferencia Episcopal y la recognitio
de la Santa Sede.
2.9 Que los agentes de pastoral mestizos aprendan y dominen, en
la medida de lo posible, el idioma indígena que se usa en donde desarro-
llan su servicio. El uso de la lengua del lugar es un derecho que tienen
los pueblos originarios. Si no logramos hablarlo en forma normal, que
al menos leamos los textos litúrgicos ya traducidos, previo conveniente
ensayo.
2.10 Que las diócesis con mayoría de población indígena, den los
pasos necesarios para ser una Iglesia autóctona; para ello, que en todas
las comunidades haya agentes de pastoral indígenas: catequistas, servi-
dores, diáconos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Ha de llegar el tiem-
po en que haya obispos indígenas. Hay que evitar, sin embargo, el riesgo
de ser una Iglesia autónoma, pues “cada Iglesia particular debe estar en
comunión con la Iglesia universal, no sólo en la doctrina de la fe y en los
signos sacramentales, sino también en los usos recibidos universalmente
de la tradición apostólica ininterrumpida” (Ib 26).
2.11 Pedir al Espíritu Santo que nos conceda su luz, para realizar un
adecuado discernimiento de los elementos paganos que puedan subsistir
aún en las culturas indígenas, para distinguir lo que es incompatible con
el cristianismo y lo que puede ser asumido, en armonía con la tradición
apostólica y en fidelidad al Evangelio de la salvación (cf Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia
Romana y la Inculturación, 16). “Los cristianos venidos del paganismo,
al adherirse a Cristo, tuvieron que renunciar a los ídolos, a las mitolo-
gías, a las supersticiones... Conciliar las renuncias exigidas por la fe en
Cristo con la fidelidad a la cultura y a las tradiciones del pueblo al que

170
DIMENSIONES

pertenecen fue el reto de los primeros cristianos... Y lo mismo será para


los cristianos de todos los tiempos” (Ib 19; 20).
2.12 Hay que evitar el peligro de un sincretismo religioso. “Ello
podría suceder si los lugares, los objetos de culto, los vestidos litúrgi-
cos, los gestos y las actitudes dan a entender que, en las celebraciones
cristianas, ciertos ritos conservan el mismo significado que antes de la
evangelización. Aún sería peor el sincretismo religioso si se pretendiera
reemplazar las lecturas y cantos bíblicos, o las oraciones, por textos to-
mados de otras religiones, aun teniendo estos un valor religioso o moral
innegables... La recepción de los usos tradicionales debe ir acompaña-
da de una purificación y, donde sea preciso, incluso de una ruptura...
Es preciso evitar cualquier ambigüedad en todos los casos” (Ib 47; 48).
No se puede volver a una situación anterior a la evangelización (cf Ib
32).
2.13 Compartir los materiales litúrgicos inculturados que ya existen
en unas diócesis, con otras donde haya indígenas de la misma etnia. Hay
que hacer lo posible por lograr textos unificados del mismo idioma, a
pesar de la resistencia que existe hacia las diferencias dialectales con los
pueblos vecinos.
2.14 Tengamos en cuenta, sin embargo, que no todos los actos reli-
giosos, no todas las expresiones cultuales, ni toda la vida cristiana deben
estar integrados a la liturgia. La liturgia es la máxima expresión de la
Iglesia, es fuente y culmen, es lo más sublime, pero no todo es liturgia.
Hay muchas expresiones de fe que no necesariamente deben meterse en
la celebración litúrgica. Esto nos da mucha libertad para respetar, valorar
y promover variadas formas de oración, muchos ritos indígenas, com-
patibles con el catolicismo, sin necesidad de pretender a fuerza hacerlos
que quepan en la liturgia. Esta tiene sus propias leyes y nosotros no so-
mos sus dueños, sino sus ministros, sus servidores.
2.15 Ante el fenómeno actual de la globalización de una cultura uni-
formizante, que está influyendo gravemente para que las nuevas gene-
raciones ya no sigan las tradiciones de sus mayores, buscar el método
pastoral para que los niños y los jóvenes no pierdan las riquezas de las
culturas indígenas, y al mismo tiempo armonicen sus valores con los de
la modernidad. Hay que educar para la pluralidad cultural. No se puede
conservar a los indígenas como en reservas, sin influencias del exterior,

171
SER SACERDOTE VALE LA PENA

sino que se han de beneficiar de lo positivo que tienen el desarrollo y el


progreso de la humanidad, sin perder sus valores más profundos.
2.16 No se debe reducir el servicio evangelizador inculturado a con-
servar las buenas tradiciones indígenas, sobre todo las rituales, sino lo-
grar que éstas también se impliquen en la urgente transformación social,
para que los pueblos indios ya no vivan más en la injusticia, la margina-
ción, el racismo y la exclusión. El plan de Dios es que nuestros pueblos
en Cristo tengan vida, digna y abundante. De lo contrario, los reducimos
a ser un espectáculo folclórico.
2.17 La inculturación “exige un esfuerzo metódico y progresivo de
investigación y discernimiento... Sólo podrá ser el fruto de una madura-
ción progresiva en la fe” (Ib 5). A ello nos anima el Papa Juan Pablo II:
“Reafirmo con insistencia la necesidad de movilizar a toda la Iglesia en
un esfuerzo creativo, por una evangelización renovadora de las perso-
nas y de las culturas. Porque solamente con este esfuerzo la Iglesia esta-
rá en condición de llevar la esperanza de Cristo al seno de las culturas
y de las mentalidades actuales” (Discurso al Pontificio Consejo para la
Cultura, 17 enero 1987).

ITER
PARA LA APROBACIÓN DE LA TRADUCCIÓN
Y LA PETICIÓN DE LA RECOGNITIO
A LA SANTA SEDE

De la Instrucción “Liturgiam authenticam”,


de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos

79. La aprobación de los textos litúrgicos, sea definitiva, sea ad in-


terim o ad experimentum, se debe realizar mediante decreto. Para llevar
a cabo esto, de modo legítimo, es preciso observar lo que sigue:

a) Para que los decretos sean legítimos se requieren, en votación


secreta, dos tercios de los sufragios de los que tienen derecho, en
la Conferencia de Obispos, a voto deliberativo.

172
DIMENSIONES

b) Todas las decisiones que deban ser aprobadas por la Sede Apos-
tólica, se deben enviar a la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos, en doble copia, firmada por
el Presidente y el Secretario de la Conferencia, y con el debido
sello. En dichas actas debe constar:
i) Los nombres de los Obispos y de los que se les equiparan
en derecho, que estuvieron presentes en la reunión.
ii) La relación de lo acontecido, en la que debe constar el re-
sultado de las votaciones, para cada una de las decisiones,
junto con el número de los votos favorables, los negativos
y las abstenciones.
iii) La exposición clara de cada una de las partes de la Litur-
gia que se deben traducir a lengua vernácula.
c) Se deben enviar dos ejemplares de los textos litúrgicos prepara-
dos en lengua vernácula; en la medida de lo posible, envíese el
texto en soporte informático.
d) En una relación particular se debe explicar con toda claridad lo
que sigue:
i) El proceso y criterios seguidos en la traducción.
ii) Un elenco de las personas que han participado en las di-
versas fases del trabajo, junto con una breve nota que in-
dique sus cualidades y pericia.
iii) Los cambios introducidos, respecto a la traducción ante-
rior del mismo libro litúrgico, junto con las causas de los
mismos.
iv) La indicación de cualquier cambio respecto al contenido
de la edición típica latina, junto con las causas por las que
esto ha sido necesario, y con la mención de la licencia
concedida por la Sede Apostólica para introducir un cam-
bio de este tipo.

80. La praxis de pedir la recognitio de la Sede Apostólica, para to-


das las traducciones de los textos litúrgicos, ofrece la necesaria seguridad
de que la traducción es auténtica y conforme con los textos originales; y
expresa y realiza el verdadero vínculo de comunión entre el Sucesor de
San Pedro y sus hermanos en el Episcopado...

173
SER SACERDOTE VALE LA PENA

81. La recognitio concedida por la Sede Apostólica se debe indicar


en la edición impresa, junto con la frase “concuerda con el original”,
suscrita por el Presidente de la Comisión litúrgica de la Conferencia de
Obispos, así como el imprimatur, firmado por el Presidente de la misma
Conferencia. Además, se deben enviar dos ejemplares de toda edición
impresa a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos.

174
DIMENSIONES

21. SERVICIO DE PASTOREO

“Los presbíteros, que ejercen el oficio de Cristo, cabeza y pastor,


según su parte de autoridad, reúnen, en nombre del obispo, la familia de
Dios, como una fraternidad de un solo ánimo y, por Cristo, en el Espíri-
tu, la conducen a Dios Padre. Y para ejercer este ministerio, como para
cumplir las restantes funciones del presbítero, se les confiere protestad
espiritual, que ciertamente se da para edificación... De poco aprovecha-
rán las ceremonias, por bellas que fueren, si no se ordenan a educar a
los hombres para que alcancen la madurez cristiana” (PO 6).
Esta autoridad, en la línea de Cristo, es para servir (cf Mc 10,42-45;
Lc 22,24-27; Jn 13,12-15).
La imagen que mejor expresa el servicio de Cristo, y por tanto de
quienes presiden la comunidad en su nombre, es la del Buen Pastor (cf Jn
10,1-18; Ez 34,11-31).
Así lo expresan los obispos latinoamericanos: “Quienes reciben el
ministerio jerárquico quedan constituidos, según sus funciones, pastores
en la Iglesia. Como el Buen Pastor, van delante de las ovejas; dan la vida
por ellas, para que tengan vida y la tengan en abundancia, las conocen
y son conocidos por ellas. Ir delante de las ovejas significa estar atento
a los caminos por los que los fieles transitan, a fin de que, unidos por el
espíritu, den testimonio de la vida, el sufrimiento, la muerte y la Resu-
rrección de Jesucristo, quien, pobre entre los pobres, anunció que todos
somos hijos de un mismo Padre y por consiguiente hermanos. Dar la
vida señala la medida del ministerio jerárquico y es la prueba del mayor
amor; así lo vive Pablo, que muere todos los días en el cumplimiento de
su ministerio (cf 2 Co 4,11). Conocer las ovejas y ser conocido por ellas
no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es involu-
crar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir”
(DP 681-684).
Ser pastor como Jesús, en cualquier lugar y cargo, significa, por tanto:

• Entrar por la puerta: Es decir, proceder siempre con recta in-


tención, con interés sólo pastoral.
• No ser ladrón ni salteador: Administrar honradamente los bie-
nes eclesiásticos y no alterar arbitrariamente los “aranceles”.

175
SER SACERDOTE VALE LA PENA

• Ser una voz de confianza: Predicar sólo la palabra de Dios, no


doctrinas extrañas, ni criterios mundanos.
• Llamar a las ovejas por su nombre: Conocer personalmente a
los fieles, su situación, sus problemas y necesidades.
• Ir delante de las ovejas: Estar al pendiente de lo que pasa a la
comunidad, prevenir los riesgos, alertar a los ingenuos.
• No ser causa de huida: Cuando las ovejas no se acercan, es
tiempo de una revisión a fondo; ya no somos buenos pastores,
sino extraños y quizá hasta lobos.
• Proporcionar pasto: Que tengan vida en abundancia; que no les
falte la evangelización, la catequesis, la predicación, los sacra-
mentos, la orientación.
• Dar la vida: Desgastarse y no cuidarse tanto; no contentarse
con cumplir lo mínimo; tener creatividad pastoral; intentar nue-
vos caminos de servicio; sacrificarse en el confesonario, en la
atención a los enfermos, en los desvelos (cf 2 Cor 4,10).
• No abandonar ni huir: Ser fiel al servicio, no desatender la co-
munidad, no dejarse derrotar por los problemas.
• No ser un asalariado: Atender a las personas incluso fuera de
los horarios y sin esperar recompensa económica.
• No ser lobo: No espantar a la gente, mucho menos matar su fe
ni destruir su esperanza; no abusar de la confianza que deposi-
tan en nosotros.
• Llamar a las ovejas que están fuera: Preocuparse por los aleja-
dos, los separados, los desconocidos.
• Formar un solo rebaño: Fomentar la unidad, crear relaciones,
luchar por la fraternidad.
• Tener un solo pastor: Centrarles en Cristo; que reconozcan su
presencia en el Papa y el Obispo; no favorecer grupos persona-
les (cf 2 Cor 4,5).
• Dar la vida voluntariamente: Ponerse a disposición del obispo,
libre y espontáneamente, para que nos envíe al lugar que nece-
site, donde nadie quiera ir.

176
DIMENSIONES

Un sacerdote que vive en esta línea, se siente fecundo, feliz, reali-


zado, útil. Los días, los meses y los años se le pasan de prisa. Vendrán
épocas de cansancio y de crisis, pero pronto las vencerá, si continúa en
esta trayectoria (cf 2 Cor 12,7-10).
Así, sí vale la pena ser sacerdote. De otra forma, vienen mil frustra-
ciones, amarguras, tristezas y decepciones. Por ellas, algunos sienten la
tentación de abandonar el ministerio. La solución es “emplearse a fondo”
(cf 2 Cor 11,23-33).
Ser pastor, así, no es tarea fácil. Ser sacerdotes, así, no es una profe-
sión más. Se exige una verdadera vocación, una consagración, una dedi-
cación total. Por eso, nada más connatural a nuestra vida que el celibato,
la obediencia y la entrega por amor.
Ser pastor, como Cristo, es no quedarse alejado, en las nubes, en la
comodidad, sino sentir como propios los problemas de las ovejas, comul-
gar con sus angustias y sufrir con sus dolores (cf 2 Cor 11,29).
Por eso, nos dice el Concilio: “Si es cierto que los presbíteros se
deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los
pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido
(cf Mt 25,34-45), y cuya evangelización se da como signo de la obra
mesiánica” (PO 6; cf Lc 4,18).
Ser pastores, hoy, en nuestros pueblos, no nos permite quedarnos con
los brazos cruzados, mirando a distancia y contentándonos con lamentos
estériles.
“Los pastores de América Latina tenemos razones gravísimas para
urgir la evangelización liberadora, no sólo porque es necesario recor-
dar el pecado individual y social, sino porque la situación se ha agrava-
do en la mayoría de nuestros países” (DP 48).
“La situación de injusticia nos hace reflexionar sobre el gran desafío
que tiene nuestra pastoral para ayudar al hombre a pasar de situaciones
menos humanas a más humanas. Las profundas diferencias sociales, la
extrema pobreza y la violación de derechos humanos, que se dan en mu-
chas partes, son retos a la Evangelización. Nuestra misión de llevar Dios
a los hombres y los hombres a Dios implica también construir entre ellos
una sociedad más fraterna. Esta situación social no ha dejado de aca-
rrear tensiones en el interior mismo de la Iglesia; tensiones producidas
por grupos que, o enfatizan lo espiritual de la misión, resintiéndose por

177
SER SACERDOTE VALE LA PENA

los trabajos de promoción social, o bien quieren convertir la misión de


la Iglesia en un mero trabajo de promoción humana” (DP 90).
Preocuparse por una evangelización integral, liberadora, y no dedi-
carse sólo a celebrar ritos sacramentales y atender una oficina parroquial,
trae muchos problemas al pastor.
“La acción positiva de la Iglesia en defensa de los derechos humanos
y su comportamiento con los pobres ha llevado a que grupos económica-
mente pudientes, que se creían adalides del catolicismo, se sientan como
abandonados por la Iglesia que, según ellos, habría dejado su misión
espiritual” (DP 79).
Sin embargo, es peor traicionar nuestra misión y ser unos malos pas-
tores (cf Jn 10,12; Ez 34,1-10): “Hombres disminuidos por carencias
de toda índole reclaman acciones urgentes en nuestro esfuerzo promo-
cional, que hacen siempre necesarias las obras asistenciales. No pode-
mos proponer eficazmente esta enseñanza sin ser interpelados por ella
nosotros mismos, en nuestro comportamiento personal e institucional.
Ella exige de nosotros coherencia, creatividad, audacia y entrega total.
Nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de
Cristo... La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta
la interpelación recíproca que, en el curso de los tiempos, se establece
entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre”
(DP 476; cf EN 29).
Pastorear una comunidad, en la línea de una evangelización integral,
comporta sus riesgos; fácilmente podemos caer en radicalizaciones. Por
eso, es importante tener muy en cuenta que “la Iglesia es un pueblo de
servidores. Su modo propio de servir es evangelizar; es un servicio que
sólo ella puede prestar. Determina su identidad y la originalidad de su
aporte. Dicho servicio evangelizador de la Iglesia se dirige a todos los
hombres, sin distinción. Pero debe reflejarse siempre en él la especial
predilección de Jesús por los más pobres y los que sufren” (DP 270).
El Papa Juan Pablo II, al conmemorar el XX aniversario de la Po-
pulorum Progressio de Pablo VI, precisa lo siguiente: “Debemos reco-
nocer, hoy especialmente, que la Iglesia tiene en este campo un papel
que desempeñar. Tal papel no consiste ciertamente en proponer planes
técnicos concretos, sino en individuar, a la luz de la herencia evangélica,
las exigencias éticas y las verdaderas finalidades, dignas del hombre,

178
DIMENSIONES

que deben guiar toda la actividad humana, personal y social, privada


y pública, económica, política e internacional” (L’OR, 13 sept. 1987,
pág. 16).
No parcialicemos la liberación, reduciéndola a sus implicaciones so-
ciales y económicas. La liberación cristiana tiene “dos elementos com-
plementarios e inseparables: La liberación de todas las servidumbres
del pecado personal y social, de todo lo que desgarra al hombre y a
la sociedad y que tiene su fuente en el egoísmo, en el misterio de ini-
quidad, y la liberación para el crecimiento progresivo en el ser, por
la comunión con Dios y con los hombres que culmina en la perfecta
comunión del cielo, donde Dios es todo en todos y no habrá más
lágrimas” (DP 482).
“Si no llegamos a la liberación del pecado en todas sus seduccio-
nes e idolatrías; si no ayudamos a concretar la liberación que Cristo
conquistó en la cruz, mutilamos la liberación de modo irreparable”
(DP 485).
En una carta de los obispos de Brasil, Juan Pablo II expresó: “En
armonía y coherencia con las enseñanzas del Evangelio, de la Tradi-
ción viva y del perenne Magisterio de la Iglesia, estamos convencidos,
tanto vosotros como yo, de que la teología de la liberación no es sólo
oportuna, sino útil y necesaria. Debe constituir una etapa nueva —en
estrecha conexión con las anteriores— de esa reflexión teológica inicia-
da con la Tradición apostólica y continuada con los grandes Padres y
Doctores, con el Magisterio ordinario y extraordinario y, en época más
reciente, con el rico patrimonio de la doctrina social de la Iglesia... Una
reflexión teológica plenamente adherente a la constante enseñanza de
la Iglesia en materia social y, al mismo tiempo, apta para inspirar una
praxis eficaz en favor de la justicia social y de la equidad, de la salva-
guarda de los derechos humanos, de la construcción de una sociedad
humana basada en la fraternidad y en la concordia, en la verdad y en la
caridad... Dios os ayude a velar incesantemente para que esa correcta y
necesaria teología de la liberación se desarrolle en Brasil y en América
Latina de un modo homogéneo y no heterogéneo respecto a la teología
de todos los tiempos, en plena fidelidad a la doctrina de la Iglesia, atenta
a un amor preferencial, no excluyente ni exclusivo, por los pobres” (9
de abril, 1986, L’OR, 27 abril 1986, p. 11 y 12; cf Instrucciones de la

179
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la liberación: “Libertatis


nuntius”, del 6 de agosto de 1984; “Libertatis conscientia”, del 22 de
marzo de 1986).
Y en su Encíclica ‘‘Sollicitudo rei socialis”, tiene advertencias muy
fuertes: “La concepción de la fe explica claramente por qué la Iglesia se
preocupa de la problemática del desarrollo, lo considera un deber de su
ministerio pastoral, y ayuda a todos a reflexionar sobre la naturaleza y
las características del auténtico desarrollo humano. Al hacerlo, desea,
por una parte, servir al plan divino que ordena todas las cosas hacia
la plenitud que reside en Cristo (cf Col 1,19), y que Él comunicó a su
Cuerpo, y, por otra, responde a la vocación fundamental de sacramento;
o sea, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de
todo el género humano…
Pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia la
convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros
están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no
sólo con lo superfluo, sino con lo necesario. Ante los casos de necesidad,
no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a
los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligato-
rio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien
carece de ello. Como ya se ha dicho, se nos presenta aquí una jerarquía
de valores —en el marco del derecho de propiedad— entre el tener y el
ser, sobre todo cuando el tener de algunos puede ser a expensas del ser
de tantos otros” (No. 31; cf No. 46).
Sin embargo, el presbítero, “como pastor que se empeña en la libe-
ración integral de los pobres y oprimidos, obra siempre con criterios
evangélicos (cf EN 18). Cree en la fuerza del Espíritu para no caer ‘en
la tentación de hacerse líder político, dirigente social o funcionario de
un poder temporal’ (Juan Pablo II a los sacerdotes en México); esto le
impedirá ser signo y factor de unidad y fraternidad” (DP 696).
¿Cómo formar a lo futuros pastores desde el Seminario con estos cri-
terios y actitudes? Esta es nuestra preocupación, porque muchos semina-
ristas, a pesar de provenir de ambientes pobres, tienen poca sensibilidad
social y pronto se aburguesan. ¿Qué hacer para evitarlo?
El episcopado mexicano, en sus Normas Básicas para la Formación
Sacerdotal, establece: “Fórmese a los futuros sacerdotes para que la

180
DIMENSIONES

relación con Cristo y con su Iglesia se manifieste en la relación con hom-


bres y mujeres en auténtica fraternidad, y en una evangélica inserción
en la cultura, pues la expresión de la identificación con Cristo sacerdote
incluye la fidelidad a Dios y la solidaridad con los seres humanos, que
tienen su fuente en el misterio de la Encarnación. Acompáñeseles para
que se consoliden en el amor oblativo a toda la humanidad y éste se
exprese particularmente en la solicitud por los pobres y en un amor mi-
sericordioso por los pecadores.
En esta doble vertiente y a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia,
el seminarista debe fomentar la búsqueda de la justicia y de la verdad,
la promoción y defensa de la dignidad humana, y colaborar para que
quienes no tienen voz expresen su palabra, en orden a una acción trans-
formadora y liberadora de las personas y de las estructuras temporales,
para contribuir, desde su propia identidad sacerdotal, al advenimien-
to del Reino de Dios en nuestra Patria, siempre en la perspectiva de
la reconciliación y la paz como valores propios del Evangelio en este
campo. Por eso, evite militar en partidos políticos, y adherirse a falsas
ideologías y olvidar, cuando trata de promover el bien, que el mundo es
redimido sólo por la cruz de Cristo” (Nos. 182-183).

Que la Virgen del Magnificat nos ayude, para ser y formar pastores
en la línea de Dios (cf Lc 1,46-53).

181
SER SACERDOTE VALE LA PENA

22. ACTITUDES PASTORALES

a) Creatividad pastoral
Ser sacerdote es ser sacramento de Cristo, buen pastor que da la vida
por sus ovejas (cf Jn 10,11; PO 2).
Esto significa que nuestra vocación no es para buscar un puesto, un
honor, privilegios y ventajas personales, sino para dedicarnos a hacer el
bien a todos, sobre todo a quienes sufren (cf Hech 10,38).
Siendo tantas las necesidades, no podemos desfallecer ni contentar-
nos con lo mínimo (cf 2 Cor 4,1.16; Mc 2,2; 3,20; 6,31). Viendo a tanta
gente que sufre, no podemos quedarnos con los brazos cruzados (cf Mt
9,35-36).
El que ama, es muy creativo. El enamorado inventa formas para con-
quistar a su amada. El sacerdote que es buen postor busca todas las ma-
neras posibles de acudir, atender, alimentar y dirigir a su comunidad.
Si en su parroquia se presenta el problema de las sectas, de la de-
serción constante de católicos hacia otras denominaciones, de la indife-
rencia y de muchos alejados, piensa como contrarrestar esta situación e
implementa diversos servicios de evangelización.
Si están creciendo los núcleos urbanos o suburbanos y no le alcanzan
las fuerzas para atender las nuevas colonias y los barrios; si no puede ir
con frecuencia a todas las comunidades que le corresponden, capacita
laicos para que sean agentes de pastoral y hagan presente a la Iglesia en
esos lugares. Aunque lo pudiera hacer, no acapara la pastoral, sino que da
a los laicos el lugar que les corresponde. Organiza misiones populares, se
sirve de la radio y de los medios de comunicación para evangelizar.
Si el alcoholismo, la drogadicción, la migración o la vagancia juvenil
están afectando a su comunidad, crea servicios u organismos adecuados
para enfrentar esos retos.
Si persiste el analfabetismo, si faltan fuentes de trabajo o centros de
esparcimiento, si no hay escuelas, agua potable, energía eléctrica, mé-
dico, vías de comunicación, etc., promueve a las personas para que se
organicen, los acompaña acudiendo a las autoridades respectivas para
que se les atienda en sus servicios básicos, se une a “las fuerzas vivas”
del pueblo, personalmente mueve sus contactos y hace cuanto puede para

182
DIMENSIONES

que la comunidad pase de condiciones menos humanas a más humanas.


Alienta cooperativas y organizaciones de la sociedad civil.
Es una palabra, en vez de reducirse a quejas y lamentos por lo que
está mal, por fallas de la jerarquía eclesiástica o del gobierno civil, se
desgasta aportando su granito de arena para la venida del Reino de Dios,
en la justicia, la fraternidad, la paz.

b) Unidad de vida, por la caridad pastoral


La vida de un sacerdote comporta multiplicidad de actividades: cele-
brar los sacramentos, preparar la homilía y predicar, organizar la cateque-
sis, capacitar colaboradores pastorales, visitar enfermos, dar orientación
y consejos a quien lo necesita, prever las catequesis pre-sacramentales,
presidir reuniones de grupos y de movimientos, dar cursos bíblicos o
de otras materias, pacificar a los matrimonios, convivir con los jóvenes,
entrevistarse con las autoridades, cuidar el archivo parroquial, estar al
pendiente de una construcción, estudiar, orar, leer, descansar, etc.
¿Qué hacer para que todo esto no nos divida? ¿Cómo realizar estas
actividades, no como un profesionista, sino como un pastor?
El Concilio Vaticano II nos da unas pistas (cf PO 14):

• No basta con ser muy organizado y saber darle a cada cosa su


tiempo.
• Tampoco es suficiente “la sola práctica de los ejercicios de
piedad”.
• Es necesario tratar de hacer en todo la voluntad del Padre (cf
Jn 4,34; 6,38-40; 17,4; 19,30). Es decir, descubrir qué nos pide
Dios en cada momento y responderle con fidelidad.
• En cada servicio, procurar entregarnos a nosotros mismos; po-
ner entusiasmo y decisión; escuchar con atención; hacer lo que
se nos pide con el mayor cuidado; poner amor de pastor en cada
actividad (cf 1 Jn 3,16).
• Ofrecer con Cristo, en la Eucaristía cotidiana, todo lo que el día
nos vaya a traer; hacerse, con Él y en Él, pan para ser comido y
víctima para ser inmolada; ser una “víctima viva”, para gloria
del Padre.

183
SER SACERDOTE VALE LA PENA

• Vivir en comunión eclesial con el Papa, los Obispos y los her-


manos sacerdotes, para no hacer sectas dentro de la misma
Iglesia.
• En una palabra, estar dispuestos a “dar la vida”, como un buen
pastor, en cualquier servicio que se nos solicite.

Dice el Papa Juan Pablo II en Pastores dabo vobis No. 70:

“Alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la cari-


dad pastoral: el Espíritu Santo, que infunde la caridad pastoral, inicia y
acompaña al sacerdote a conocer cada vez más profundamente el miste-
rio de Cristo, insondable en su riqueza (cf. Ef 3, 14 ss.) y, consiguiente-
mente, a conocer el misterio del sacerdocio cristiano. La misma caridad
pastoral empuja al sacerdote a conocer cada vez más las esperanzas,
necesidades, problemas, sensibilidad de los destinatarios de su minis-
terio, los cuales han de ser contemplados en sus situaciones personales
concretas, familiares y sociales”.

c) Hombres de fe
Nos movemos entre realidades que suponen y exigen la fe; es decir,
entre realidades que trascienden lo visible y lo inmediato, que están más
allá de lo material e histórico (cf Hbr 11,1).
Al bautizar, celebrar la Eucaristía, absolver los pecados, o ungir a
los enfermos, estamos haciendo presente todo el misterio salvífico de
Jesucristo, muerto y resucitado (cf SC 6 y 7).
Al predicar, no estamos transmitiendo una ideología, sino presentan-
do nuestra voz a Cristo, para que Él siga anunciando su Evangelio (cf
SC 7 y 33).
Al presidir, en nombre de la Iglesia, la celebración de un matrimonio,
queremos garantizar la presencia de Jesucristo en el amor de los esposos
(cf Jn 2,1-11).
Al retirarnos a la soledad del silencio, para orar personalmente en
nombre de la Iglesia, testimoniamos que el Señor es la parte mejor de
nuestra vida (cf Lc 10,41-42) y la única fuente de agua viva (cf Jn 4,14).
Al atender sin distinciones a pobres y ricos, sabios e ignorantes, jó-

184
DIMENSIONES

venes y ancianos, descubrimos en su rostro a Cristo y queremos servirlo


en ellos (cf Mt 25,40.45; DP 31-39).
En fin, cuanto hacemos sólo se explica por la fe. Por eso, deberíamos
ser contemplativos en cualquier acción pastoral.
Esta fe nos lleva a realizar los ritos con devoción, con calma y res-
peto; a demostrar con nuestra propia actitud que somos los primeros en
creer lo que decimos.
¡Nada más triste que un sacerdote sin fe! Todo lo hace de prisa, como
quien despacha asuntos, sin saborear ni gustar lo que está celebrando.
La fe es la base fundamental de todo el proceso salvífico (cf Rom
10,9-17). Hay que pedir, por tanto, el Espíritu Santo, que la tengamos
cada día más viva (cf Rom 8,26).

d) Testigos de esperanza
Por todas partes escuchamos sólo quejas y lamentos. Es común oír:
“A dónde iremos a llegar… Todo es mentira y corrupción… Ya no puede
uno confiar en nadie… El dinero ya no alcanza para nada…Qué perdi-
da está la juventud… Este gobierno es una farsa… La Iglesia no hace
nada…” etc.
Por nuestra vocación, estamos llamados a proclamar a Cristo resu-
citado, triunfador del pecado y de la muerte (cf Hech 4,33; 5,30-32;
10,39-42).
Nuestra misión es cimentar a nuestros hermanos en Cristo, como en
una roca firme, para que nada les derrumbe (cf Mt 7,24-27; Hech 4,
11-12).
Hemos de presentar a Dios como un Padre providente, que nos cuida
para que nada nos falte (cf Mt 6,25-34), nos perdona y nos comprende en
nuestras debilidades (cf Lc 15,1-32; Rom 5,8-11).
Aunque todos nos abandonen, Dios nos ama y nos sostiene (cf Is
49,15-16). Lo que para nosotros parece imposible, para Dios es posible
(cf Mt 19,26; Mc 9,23). Y si contamos con la fuerza de Dios, a nada
temeremos (cf Jn 16,33; 1 Jn 5,4-5).
Pueden venir crisis económicas, morales y familiares peores que las
que estamos viviendo, pero, con la gracia del Señor, saldremos adelante.
Pueden crecer en número otras religiones, aumentar las deficiencias de

185
SER SACERDOTE VALE LA PENA

los cristianos, ser escandalosos los pecados de los clérigos, pero la Iglesia
de Cristo prevalecerá (cf Mt 16,18).
Con el Señor, todo se puede (cf Filip 4,13).
Si tenemos obligación de denunciar el mal, también hemos de anun-
ciar el amor de Dios y la salvación en Cristo, puesto que “el anuncio es
siempre mas importante que la denuncia” (SRS 41).
Jesucristo viene a traer, a hacer palpable en todo tiempo la buena
nueva y la liberación (cf Lc 4,16-21; SRS 31). Por tanto, no nos dejemos
vencer por el pesimismo (cf Lc 24,21). Con Cristo resucitado se abren
nuevos panoramas y posibilidades. Lo único que necesitamos es dejarnos
invadir por su Espíritu (cf Rom 8,14-17).

e) En el mundo sin ser del mundo


Desarrollamos nuestro ministerio en este mundo. Hacemos presente
a Jesucristo en las realidades concretas de la existencia humana. Estamos
rodeados de las maravillas de la naturaleza y de los progresos del hom-
bre. Pero también experimentamos las miserias, las degradaciones, los
pecados y las tentaciones que aquejan a cualquiera (cf Jn 17,11.15; GS
4-10; SRS 11-26).
No podemos vivir en las nubes. No servimos a ángeles. Convivimos
con los triunfos y los errores de nuestro tiempo.
Sufrimos el atractivo por lo material y lo sensible. Nos llama la aten-
ción lo que es contante y sonante. Estamos condicionados por el dinero.
La publicidad nos bombardea.
Sin embargo, no pertenecemos al mundo del pecado. Estamos lla-
mados a ser testigos de otras realidades, de aquello que trasciende lo
inmediato y material (cf Jn 17,14.16).
Dice el Concilio Vaticano II: “Los presbíteros, tomados de entre los
hombres y constituidos a favor de los hombres en lo que a Dios de re-
fiere para que ofrezcan dones y sacrificios por los pecados (cf Hbr 5,1),
conviven, como hermanos, con los otros hombres. Así también el Señor
Jesús, Hijo de Dios, enviado por el Padre como Hombre a los hombres,
habitó entre nosotros y quiso asemejarse en todo a nosotros, a excep-
ción, no obstante, del pecado (cf Hebr 2,17; 4,15). A Él imitaron los
santos Apóstoles. San Pablo, maestro de los gentiles, que fue segregado

186
DIMENSIONES

por el Evangelio de Dios (Rom 1,1), atestigua haberse hecho todo para
todos a fin de salvarlos a todos. Los presbíteros del Nuevo Testamento,
por su vocación y ordenación, son en realidad segregados, en cierto
modo, en el seno del pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del
pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a
las obras para las que el Señor los llama (cf Hch 13,2). No podrían ser
ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida
distinta de la terrena; no podrían tampoco servir a los hombres si per-
manecieran alejados de la vida y condiciones de los mismos. Su propio
ministerio exige por título especial que no se configuren con este siglo
(cf Rom 12,2); pero requiere al mismo tiempo que vivan en este siglo
entre los hombres y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas y
trabajen para atraer a las que no son de este aprisco, para que también
ellas oigan la voz de Cristo, y así se forme un solo aprisco y un solo
pastor (cf Jn 10,14-16). Mucho contribuyen a lograr este fin las virtudes
que con razón se estiman en el trato humano, como son la voluntad de
corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, el continuo
afán de justicia, la urbanidad y otras, que el apóstol Pablo encarece,
diciendo: Poned vuestro pensamiento en todo lo que es verdadero, en
todo lo puro, en todo lo justo, en todo lo santo, en todo lo amable, en
todo lo bien sonante, en cuanto sea virtud, en cuanto merezca alabanza
[Filip 4,8] (PO 3).

Más en detalle, ¿Qué significa estar en el mundo sin ser de él?

• Saber usar el automóvil, pero que no sea lujoso ni siempre de


último modelo.
• Tener suficiente comodidad en casa y oficina, pero prescindien-
do de lo superfluo.
• Usar la televisión y los otros medios de comunicación, pero
permaneciendo libres y críticos ante ellos.
• Vestir como lo hacen la mayoría, sin ceder a la tentación de la
moda.
• Y no presumir con anillos y cadenillas.
• Estar al tanto de lo que acontece a nuestro alrededor, juzgándo-
lo con criterios evangélicos.

187
SER SACERDOTE VALE LA PENA

• Ser realista para aceptar las debilidades de quienes formamos la


Iglesia, pero luchar también por purificarla y santificarla.
• Convivir con todos, como uno entre todos, pero también saber
usar la sotana, u otro distintivo clerical, cuando el servicio lo
requiera.
• Cuidar la presentación personal, pero evitando todo aquello que
sea vanidad (cf CIC 282,1; 285,1-2).

f) Formación permanente
No basta la ordenación sacerdotal para ser un buen ministro del Se-
ñor y un eficaz servidor de la comunidad. Es necesaria una continua for-
mación en todas las áreas: humana, intelectual, espiritual y pastoral (cf
PO 19).
Al respecto, dicen los Obispos Latinoamericanos: “La gracia reci-
bida en la ordenación, que ha de reavivarse continuamente, y la misión
evangelizadora, exigen de los ministros jerárquicos una seria y continua
formación, que no puede reducirse a lo intelectual sino que se extenderá
a todos los aspectos de la vida. Objeto de la formación, que tendrá en
cuenta la edad y la condición de la persona, ha de ser: capacitar a los
ministros jerárquicos para que, de acuerdo a las exigencias de su voca-
ción y misión y la realidad latinoamericana, vivan personal y comunita-
riamente un continuo proceso que los haga pastoralmente competentes
para el ejercicio del ministerio” (DP 719-720).
Para lograr este proceso continuo de formación, hay que aprovechar
los medios que la propia diócesis puede organizar, como ejercicios espi-
rituales, cursos, reuniones, semanas de estudio, etc. Hay muchos cursos
de verano en nuestras universidades y varias oportunidades en otros lu-
gares.
A nivel personal, hay que crearse el hábito de leer y estudiar; para
ello, programarse días, tiempos y espacios adecuados.
Las necesidades pastorales son muchas y nos agobian. Ordinariamen-
te no nos sobra tiempo. Pero si no nos retiramos un poco, para capacitar-
nos, y sobre todo para apoyar más nuestra santificación, no podremos
responder a los requerimientos de los tiempos actuales.
Un sacerdote que no estudia, pronto se hace repetitivo. Un sacerdote

188
DIMENSIONES

que no lee, hará predicaciones que están fuera de la realidad y dará con-
sejos que no responden a las necesidades reales. Un sacerdote que no se
renueva, se inutiliza; poco a poco la gente se le aleja y se queda sólo; se
amarga, se aísla y se refugia en mil compensaciones.
Para evitar esto, la actual legislación de la Iglesia claramente ordena:
“Los clérigos, en su propia conducta, están obligados a buscar la san-
tidad… Para poder alcanzar esta perfección… están obligados a asistir
a los retiros espirituales…” (CIC 276). “Aún después de recibido el sa-
cerdocio, los clérigos han de continuar con sus estudios sagrados” (CIC
279,1).
“Según las prescripciones del derecho particular, los sacerdotes,
después de la ordenación, han de asistir frecuentemente a las leccio-
nes de pastoral que se establezcan, así como también a otras lecciones,
reuniones teológicas y conferencias, en los momentos igualmente de-
terminados por el mismo derecho particular, mediante las cuales se les
ofrezca la oportunidad de profundizar en el conocimiento de las ciencias
sagradas y de los métodos pastorales” (CIC 279,2).
El buen pastor, por amor a sus ovejas, esta siempre capacitándose,
para serviles mejor. Por tanto, dejar la parroquia por unos días, en tiem-
pos pre-establecidos, para atender la formación personal, es también una
forma de dar vida al pueblo, porque es una manera de recibir para poder
dar vida en abundancia. Esto no es perder el tiempo ni descuidar las
obligaciones, puesto que capacitarse para compartir, es una de nuestras
obligaciones. Siempre y cuando se deje a la comunidad con el justo equi-
librio.

189
SER SACERDOTE VALE LA PENA

23. OPCIONES PRIORITARIAS

Se es sacerdote de una Iglesia y en una Iglesia, no un francotirador


aislado de una causa noble. Se es ministro de la Iglesia, no fundador de
una secta. Se es representante de una sola cabeza, no apóstol indepen-
diente. Se es colaborador de los Obispos, no gestor autónomo de una
empresa religiosa.
Por eso, ser sacerdote hoy es comulgar con las líneas pastorales que
los Obispos señalan a nivel latinoamericano, nacional y local. Es conocer
las prioridades, los objetivos, las opciones y los caminos metodológicos
que nos indican. Es estudiarlos, asimilarlos, aplicarlos y adaptarlos.
Es lamentable, pero muchos sacerdotes no han leído los documentos
completos del Concilio Vaticano II, los de Medellín, Puebla, Santo Do-
mingo y Aparecida. ¿Habrán leído íntegra la Biblia?
El documento de Puebla, por haber sido elaborado en nuestra patria,
fue más conocido. Sin embargo, no se nota que haya influido mucho en
la pastoral y en la vida. Parece que ya no se le toma muy en cuenta. Lo
mismo sucede con los otros documentos latinoamericanos. Quizá porque
no se ha profundizado en cada una de sus afirmaciones, o porque son
muy fuertes sus exigencias.
Hubo un tiempo en que era frecuente escuchar que esos documentos
eran para Centro y Sudamérica; que la realidad mexicana es muy diferen-
te. Sin embargo, son los caminos por donde el Espíritu lleva a su Iglesia
en esta parte de nuestro Continente y sus opciones han de ser las nuestras,
con sus debidas adaptaciones.

Opción preferencial por los pobres


“La inmensa mayoría de nuestros hermanos siguen viviendo en si-
tuación de pobreza y aún de miseria que se ha agravado” (DP 1135).
“Afirmamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una
opción preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral”
(DP 1134).
Opción preferencial no es una actitud exclusiva y excluyente, como
repetidamente insistió Juan Pablo II, pero sí una opción fundamental,

190
DIMENSIONES

asumida no por oportunismo demagógico, sino por hondas raíces evan-


gélicas.
“El compromiso evangélico de la Iglesia debe ser como el de Cris-
to, un compromiso con los más necesitados. La Iglesia debe mirar, por
consiguiente, a Cristo cuando se pregunta cuál ha de ser su acción evan-
gelizadora. El Hijo de Dios demostró la grandeza de ese compromiso al
hacerse hombre, pues se identificó con los hombres haciéndose uno de
ellos, solidario con ellos y asumiendo la situación en que se encuentran,
en su nacimiento, en su vida y, sobre todo, en su pasión y muerte donde
llegó a la máxima expresión de la pobreza” (DP 1141).
“Por esta sola razón, los pobres merecen una atención preferencial,
cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren.
Hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen
está ensombrecida y aún escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y
los ama. Es así como los pobres son los primeros destinatarios de la
misión y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión
de Jesús” (DP 1142).
Así lo comentaba el Cardenal Roger Etchegaray, entonces Presidente
de la Pontificia Comisión “lustitia et Pax”, con ocasión del XX aniversa-
rio de la encíclica Populorum Progressio: “El amor preferencial por los
pobres no es una opción sentimental o táctica, y mucho menos ideológi-
ca, sino la opción misma de Dios en su proyecto de amor hacia todos los
hombres” (L’OR 13 de septiembre 1987, pág. 16).
En la misma línea, afirma la Instrucción “Libertatis conscientia” de
la Congregación para la Doctrina de la Fe: “La miseria humana atrae
la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre Sí e
identificarse con los más pequeños de sus hermanos (cf Mt 25,40.45).
También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor
de preferencia por parte de la Iglesia que, desde los orígenes y a pesar
de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para
aliviar, defender y liberar a esos oprimidos. Lo ha hecho mediante innu-
merables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan
siendo indispensables. Además, mediante su doctrina social, cuya apli-
cación urge, la Iglesia ha tratado de promover cambios estructurales en
la sociedad con el fin de lograr condiciones de vida digna de la persona
humana... La opción preferencial por los pobres, lejos de ser un signo

191
SER SACERDOTE VALE LA PENA

de particularismo o de sectarismo, manifiesta la universalidad del ser y


de la misión de la Iglesia. Dicha opción no es exclusiva. Esta es la razón
por la que la Iglesia no puede expresarla mediante categorías sociológi-
cas e ideológicas reductivas, que harían de esta preferencia una opción
partidista y de naturaleza conflictiva” (No. 68).
El Papa Juan Pablo II, en su Encíclica “Sollicitudo rei socialis’’,
expresa: “La opción preferencial por los pobres es una opción o una
forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la
cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de
cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica
igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente,
a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar cohe-
rentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes... Este amor pre-
ferencial no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de
hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos, y sobre todo,
sin esperanza de un futuro mejor; no se puede olvidar la existencia de
esta realidad. Ignorarlo significaría parecernos al ‘rico epulón’, que
fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta (cf Lc 16,19-
31)... Por desgracia, los pobres, lejos de disminuir, se multiplican no
sólo en los países desarrollados, sino también en los más desarrollados,
lo cual resulta no menos escandaloso... Esta preocupación acuciante por
los pobres —que, según la significativa fórmula, son los ‘pobres del Se-
ñor’— debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas hasta
alcanzar decididamente algunas reformas necesarias” (Nos. 42-43).
Por su parte, los Obispos latinoamericanos dicen: “Acercándonos al
pobre para acompañarlo y servirlo, hacemos lo que Cristo nos enseñó,
al hacerse hermano nuestro, pobre como nosotros. Por eso el servicio a
los pobres es la medida privilegiada, aunque no excluyente, de nuestro
seguimiento de Cristo. El mejor servicio al hermano es la evangelización
que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libera de las injusticias
y lo promueve integralmente” (DP 1145). “Es de suma importancia que
este servicio al hermano vaya en la línea que nos marca el Concilio
Vaticano 11: Cumplir antes que nada las exigencias de la justicia, para
no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia;
suprimir las causas y no sólo los efectos de los males y organizar auxi-
lios de tal forma que quienes los reciben se vayan liberando progresi-

192
DIMENSIONES

vamente de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos”


(DP 1146; AA 8).
“Para vivir y anunciar la exigencia de la pobreza cristiana, la Igle-
sia debe revisar sus estructuras y la vida de sus miembros, sobre todo
de los agentes de pastoral, con miras a una conversión efectiva. Esta
conversión lleva consigo la exigencia de un estilo austero de vida y una
total confianza en el Señor, ya que en la acción evangelizadora la Iglesia
contará más con el ser y el poder de Dios y de su gracia, que con el tener
más y el poder secular. Así, presentará una imagen auténticamente po-
bre, abierta a Dios y al hermano, siempre disponible, donde los pobres
tienen capacidad real de participación y son reconocidos en su valor”
(DP 1157-1158).
“El testimonio de una Iglesia pobre puede evangelizar a los ricos,
que tienen su corazón apegado a las riquezas, convirtiéndolos y liberán-
dolos de esta esclavitud y de su egoísmo” (DP 1156).
¡Qué tremendas exigencias nos plantea nuestra Iglesia! ¡Con razón
preferimos no hacerles caso!
“No todos en la Iglesia de América Latina nos hemos comprometido
suficientemente con los pobres; no siempre nos preocupamos por ellos y
somos solidarios con ellos. Su servicio exige, en efecto, una conversión
y purificación constantes, en todos los cristianos, para el logro de una
identificación cada día más plena con Cristo pobre y con los pobres”
(DP 1140).

Que María, la pobre de Nazareth y de Belén, interceda por nosotros.

Opción preferencial por los jóvenes


Si la opción por los pobres es profundamente evangélica, por tanto
esencial y permanente en la Iglesia, la opción por los jóvenes es coyun-
tural, debido a su elevado porcentaje en la población actual y a la impor-
tancia que tienen para dinamizar y transformar la sociedad y la misma
Iglesia.
Juan Pablo II dijo a un grupo de Obispos mexicanos, el 30 de octubre
de 1979, al concluir su visita “Ad limina”: “Una de las notas más carac-
terísticas de vuestro ambiente eclesial es la juventud de la población, en

193
SER SACERDOTE VALE LA PENA

la que el 60 por ciento no llega a los veinte años. Ello constituye para
vosotros un verdadero desafío que la Iglesia no puede perder. Esos jó-
venes de hoy son la Iglesia y la sociedad de mañana, son su futuro, su
esperanza. Hay que saber conducirlos a Cristo, presentándolo a ellos
como el único ideal grande que puede colmar sus inquietudes, sus de-
seos de libertad, de justicia, de autenticidad, de transformación de los
corazones y, con ello, de una sociedad tantas veces injusta y enferma.
Sólo así, con ideas nobles en su mente y con vivencias generosas en
sus corazones, podrán superar vacíos existenciales que están a la raíz
de tristes fenómenos de violencia, de droga y sexo, o de desviaciones a
ideologías que, finalmente, son contradictorias con los ideales dignos
por lo que se creía luchar”.
En los últimos años, se nota una mayor preocupación pastoral por la
juventud. Son raras las parroquias que no cuentan con grupos juveniles.
Muchas vocaciones consagradas provienen de esos grupos. Se organizan
actividades, retiros, pláticas especiales para ellos.
Sin embargo, no faltan sacerdotes que parecen tenerles miedo. Por-
que los jóvenes son inquietos, inconformes, cuestionan todo, con muchas
cosas no están de acuerdo, dicen lo que piensan o sienten.
Hay sacerdotes mayores que no saben tener paciencia con los jóvenes,
pues éstos todavía son un poco irresponsables, inestables, impuntuales e
informales. Además, los jóvenes nunca tienen dinero, y las actividades
con ellos más bien nos hacen gastar, que dejarnos algún ingreso.
Otros se contentan con que canten la Misa, para lo cual organizan una
estudiantina o una rondalla.
En general, es difícil llevar un proceso serio y gradual de formación;
pero son los jóvenes, sobre todo si son estudiantes, quienes más necesidad
tienen de una pastoral global, “que tenga en cuenta la realidad social de
los jóvenes; atienda a la profundización y al crecimiento de la fe para la
comunión con Dios y con los hombres; oriente la opción vocacional de
los jóvenes; les brinde elementos para convenirse en factores de cambio
y les ofrezca canales eficaces para la participación activa en la Iglesia y
en la transformación de la sociedad” (DP 1187; cf 1193-1205).

194
DIMENSIONES

La Familia

“La Pastoral Familiar, lejos de haber perdido su carácter priorita-


rio, aparece hoy todavía más urgente, como elemento muy importante
de la evangelización” (DP 590).
La razón es clara. Lo que somos y hacemos en la vida depende, en
gran medida, de como haya sido nuestra familia.
Para un sacerdote, en cualquier forma de pastoral que desempeñe,
la atención a la familia, en particular a los padres, ha de significarle una
preocupación de primera importancia.
Son muchos los momentos en que debemos evangelizar y ofrecer la
gracia salvífica: “noviazgo, desposorio, boda, paternidad y educación
de los hijos, aniversarios, bautismos, primeras comuniones, fiestas y
celebraciones familiares, sin excluir crisis de la convivencia familiar,
momentos de dolor como la enfermedad y la muerte” (DP 597).
Son muy variadas las formas como podemos ayudar; entre otras, re-
salto las siguientes:

• Que la familia sea “sujeto y agente insustituible de evangeliza-


ción” (DP 602).
• “Acompañar a los esposos para ayudarlos a crecer en la fe y a
profundizar en el misterio del matrimonio cristiano..., enseñán-
doles a cultivar el amor, entrar en diálogo, tener delicadezas
y atenciones; a centrar en el hogar todos los intereses de la
vida” (DP 607).
• “Atender, en una actitud pastoral profundamente evangélica,
al sentido problema de las uniones matrimoniales de facto, de
las familias incompletas, con un profundo espíritu de compren-
siva prudencia” (DP 608). Habría que añadir las parejas de di-
vorciados o separados, vueltos a casar.
• Educar para una paternidad responsable, ante tantas campañas
antinatalistas (cf DP 609-611).
• “Promover y fortalecer los movimientos y formas de apostola-
do familiar” (DP 615).
• “Recalcar la necesidad de una educación de todos los miem-
bros de la familia en la justicia y en el amor, de tal manera que

195
SER SACERDOTE VALE LA PENA

puedan ser agentes responsables, solidarios y eficaces para


promover soluciones cristianas de la compleja problemática
social latinoamericana” (DP 604).

Pienso que todo esto deberíamos aplicarlo a nuestra propia familia,


sobre todo a la que convive con nosotros, para no ser “candil de la calle
y oscuridad de la casa”.

Evangelización de la cultura
Esta es una prioridad de la que apenas empezamos a tomar concien-
cia y, sin embargo, es fundamental. Juan Pablo II y Benedicto XVI han
insistido mucho en su importancia.
Entendemos por cultura “el modo particular como, en un pueblo, los
hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con
Dios. Es el estilo de vida común que caracteriza a los diversos pueblos”
(DP 386; cf GS 53).
“La cultura, así entendida, abarca la totalidad de la vida de un pue-
blo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debili-
tan y que, al ser participados en común por sus miembros, los reúne en
base a una conciencia colectiva (cf EN 18). La cultura comprende, así
mismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores
se expresan y se configuran, es decir las costumbres, la lengua, las insti-
tuciones y estructuras de convivencia social” (DP 387).
“Cristo envió a su Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los hom-
bres, a todos los pueblos. Puesto que cada hombre nace en el seno de
una cultura, la Iglesia busca alcanzar, con su acción evangelizadora,
no solamente al individuo, sino a la cultura del pueblo (cf EN 18). Tra-
ta de alcanzar y transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios
de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la huma-
nidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio
de salvación. Podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es
evangelizar, no de una manera decorativa, como un barniz superficial,
sino de manera vital, en profundidad, y hasta sus mismas raíces la cultu-
ra y las culturas del hombre” (DP 394; EN 19-20).

196
DIMENSIONES

Nuestra cultura mexicana está muy marcada por elementos religio-


sos: Navidad, Semana Santa, difuntos, fiestas de los pueblos, sacra-
mentos, canciones que mencionan a Dios (hasta el Himno Nacional),
cruces en los caminos, imágenes en las fábricas, comercios y casas,
devoción a la Virgen de Guadalupe, toque de campanas, fin de curso
en escuelas, etc.
Sin embargo, varias cosas están cambiando: árbol de Navidad, en
vez de Nacimiento; Santa Claus, en vez de Reyes Magos; Hallowen, en
vez de altares a los difuntos, con sus ofrendas; nombres extraños en el
Bautismo; vacaciones de invierno y de primavera, en vez de Navidad y
Semana Santa; dijes de toda especie, en vez de una cruz o una imagen;
nuestros gobernantes se manifiestan prácticamente ateos, aunque en par-
ticular practiquen algunas cosas…
Ojalá vayamos comulgando con estas prioridades que nos marca
nuestra Iglesia.

Religiosidad Popular
“Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular,
entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las
actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que
las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la
religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latino-
americano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe
católica. Es un catolicismo popular” (DP 444; cf EN 48).
“Por falta de atención de los agentes de pastoral y por otros com-
plejos factores, la religión del pueblo muestra en ciertos casos signos de
desgaste y deformación; aparecen sustitutos aberrantes y sincretismos
negativos” (DP 453).
¡Cuántas veces hemos despreciado, o explotado, las devociones de
nuestro pueblo! Otras veces las juzgamos muy superficialmente, conde-
nando como superstición lo que es otra forma cultural de expresar su fe.
Por ejemplo: el tocar imágenes, las danzas, el culto a los muertos...
“Estamos en una situación de urgencia. El cambio de una sociedad
agraria a una urbana-industrial somete la religión del pueblo a una cri-
sis decisiva” (DP 460).

197
SER SACERDOTE VALE LA PENA

“La religión del pueblo debe ser evangelizada siempre de nuevo...


Será una labor de pedagogía pastoral, en la que el catolicismo popular
sea asumido, purificado, completado y dinamizado por el Evangelio...
Para ello, se requiere conocer los símbolos, el lenguaje silencioso, no
verbal, del pueblo, con el fin de lograr, en un diálogo vital, comunicar la
Buena Nueva mediante un proceso de reinformación catequética... Esto
exige, antes que todo, amor y cercanía al pueblo, ser prudentes y firmes,
constantes y audaces para educar esa preciosa fe, algunas veces tan
debilitada” (DP 457-458).

Constructores de la Sociedad Pluralista


Porque la Iglesia ama a los pobres, por eso se dirige también a aque-
llos “que tienen poder decisivo” (DP 1228), que “elaboran, difunden y
realizan ideas, valores y decisiones” (DP 1237). Con ellos, “hay que tra-
bajar prioritariamente”, pues son “los que colaboran en la construcción
de la sociedad” (DP 1228).
“Vivimos en una sociedad pluralista, en la cual se encuentran diver-
sas religiones, concepciones filosóficas, ideológicas, sistemas de valores
que, encarnándose en diferentes movimientos históricos, se proponen
construir la sociedad del futuro, rechazando la tutela de cualquier ins-
tancia incuestionable” (DP 1210).
En concreto, en nuestra acción pastoral no podemos descuidar a los
políticos y hombres de gobierno, al mundo intelectual y universitario,
a los científicos, técnicos y forjadores de la sociedad tecnológica, a los
responsables de los medios de comunicación, a los artistas, a los juristas,
a los obreros y campesinos, a los economistas y empresarios, a los mili-
tares y funcionarios, a los profesionistas y comerciantes, a los maestros y
médicos, etc. (cf DP 1238-1249).
También ellos tienen necesidad de Dios. Muchos sienten verdadera
hambre de Él, y viven sin conocerlo. De ellos depende en gran medida
el proceso de la sociedad y tenemos obligación de ofrecerles la luz del
Evangelio. Hay que acercarse a ellos con autenticidad, humildad y desin-
terés. El Señor se encargará de lo demás.

198
DIMENSIONES

Medios de Comunicación

Uno de los fenómenos actuales es la fuerza y el poder que tienen


los medios de comunicación: internet, redes sociales, celular, televisión,
radio, prensa, revistas, videos, teatro, etc. La evangelización, que es el
“anuncio del Reino” y la “transmisión de la Buena Nueva” (DP 1063),
“no puede prescindir, hoy en día, de los medios de comunicación” (DP
1064; cf EN 45).
Es lamentable que, en nuestra pastoral, muchos casi no tienen en
cuenta este factor. Poco aprovechan la radio y la televisión para evan-
gelizar; algunos dicen que no tienen tiempo, sin darse cuenta del gran
alcance de auditorio que estos medios poseen. Son pocos agentes de pas-
toral que escriban en los periódicos. Es difícil conseguir obras de teatro
actuales y con buen mensaje.
Es verdad que nuestras leyes civiles impiden que las iglesias y aso-
ciaciones religiosas seamos dueños de estaciones de radio y televisión,
pero debería ser un reto para nuestra creatividad encontrar soluciones
adecuadas. En esto, los laicos, apoyados por los pastores, deben tener la
delantera.
“Urge que la jerarquía y los agentes de pastoral conozcamos, com-
prendamos y experimentemos más profundamente el fenómeno de la
comunicación social, a fin de que se adapten las respuestas pastorales
a esta nueva realidad e integremos la comunicación en la Pastoral de
Conjunto” (DP 1083).
“La tarea de formación en el campo de la comunicación social es
una acción prioritaria. Por tanto, urge formar en este campo a todos los
agentes de la evangelización” (DP 1085).
En el Documento de Puebla, se nos proponen puntos muy con-
cretos:
“Cada Iglesia particular, dentro de las normas litúrgicas, disponga
la forma más adecuada para introducir en la liturgia, que en sí misma
es comunicación, los recursos de sonido e imagen, los símbolos y for-
mas de expresión más aptos para representar la relación con Dios, de
forma que se facilite una mayor y más adecuada participación en los
actos litúrgicos” (DP 1086).

199
SER SACERDOTE VALE LA PENA

“Recomiéndese un esmerado manejo del sonido en los lugares de


culto” (DP 1087).
“Educar al público receptor, para que tenga una actitud crítica ante
el impacto de los mensajes ideológicos, culturales y publicitarios que
nos bombardean continuamente, con el fin de contrarrestar los efectos
negativos de la manipulación y de la masificación” (DP 1088).
“Sin descuidar la necesaria y urgente presencia de los medios masi-
vos, urge intensificar el uso de los medios de comunicación grupal que,
además de ser menos costosos y de más fácil manejo, ofrecen la posibi-
lidad del diálogo y son más aptos para una evangelización de persona a
persona, que suscite adhesión y compromiso verdaderamente persona-
les” (DP 1090).
“La Iglesia, para una mayor eficacia en la transmisión del mensaje,
debe utilizar un lenguaje actualizado, concreto, directo, claro y a la vez
cuidadoso. Este lenguaje debe ser cercano a la realidad que afronta el
pueblo, a su mentalidad y a su religiosidad, de modo que pueda ser fá-
cilmente captado, para lo cual es necesario tener en cuenta los sistemas
y recursos del lenguaje audio-visual propio del hombre de hoy” (DP
1091).
“La presencia de la Iglesia en el mundo de la comunicación social
exige importantes recursos económicos, que deben ser provistos por la
comunidad cristiana” (DP 1093).
Todos deberíamos hacernos conscientes de la importancia de este
fenómeno, capacitarnos y capacitar agentes, para que le demos la impor-
tancia pastoral que reclama.
¿Qué conversión nos piden estas opciones prioritarias de nuestra
Iglesia? ¿Qué actitudes debemos cambiar, para ser ministros de esta
Iglesia?

Que el Espíritu Santo nos contagie de su fuego, para que destruya


nuestras basuras e inflame nuestro dinamismo apostólico. Con el auxilio
de la “Estrella de la Evangelización”.

200
DIMENSIONES

24. LA INCULTURACIÓN DEL EVANGELIO


Y DE LA IGLESIA EN LOS PUEBLOS INDÍGENAS

Introducción
La mayoría de los pueblos indígenas viven empobrecidos y exclui-
dos. Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, pues la globa-
lización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como
pueblos diversos. Su progresiva transformación cultural provoca la rápi-
da desaparición de algunas lenguas y culturas. La migración, forzada por
la pobreza, está influyendo profundamente en el cambio de costumbres y
de relaciones, e incluso de religión. Persiste un racismo inhumano y an-
ticristiano contra ellos, incluso en ambientes eclesiales. Sin embargo, se
constata una clara emergencia de diversas etnias, que se hacen cada vez
más presentes en la sociedad y en la Iglesia, exigiendo sus derechos.
Nuestra Iglesia Católica no ha permanecido al margen de esta reali-
dad, sino que ha ido promoviendo el lugar y la misión que corresponde a
los indígenas, para que sean sujetos, protagonistas de la evangelización,
agentes de la acción pastoral. En muchas partes, se está impulsando una
evangelización integral, con insistencia en la promoción humana y en la
inculturación del Evangelio y de la misma Iglesia.
Sin embargo, hay graves quejas de grupos indígenas contra obispos,
sacerdotes y religiosas, porque dicen que no tenemos un corazón encar-
nado e inculturado en sus pueblos. Muchos desconocen las culturas indí-
genas y tienen prejuicios. En los Seminarios, poco se ha hecho por una
formación inculturada de los candidatos indígenas al sacerdocio.

1. Inculturación del Evangelio y de la Iglesia


1.1 El gran reto que el Espíritu Santo recordó a la Iglesia de estos
tiempos, desde el Concilio Vaticano II, es la prioridad de la evangeli-
zación, pues como decía Pablo VI, “evangelizar constituye la dicha y
vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe
para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de
la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios”10 .
10 Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 14

201
SER SACERDOTE VALE LA PENA

1.2 Evangelizar, sin embargo, no se reduce a un aprendizaje de


doctrinas y de normas, sino que implica “alcanzar y transformar con la
fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes,
los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspirado-
ras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con
la Palabra de Dios y con el designio de salvación… Lo que importa es
evangelizar —no de una manera decorativa, como con un barniz superfi-
cial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces— la
cultura y las culturas del hombre en el sentido rico y amplio que tienen
sus términos en la Gaudium et spes”11.
1.3 Según el Papa Juan Pablo II, “la inculturación significa una
íntima transformación de los auténticos valores culturales por su in-
tegración en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las
diversas culturas humanas… Por la inculturación, la Iglesia encarna el
Evangelio en las diversas culturas y, al mismo tiempo, ella introduce a
los pueblos con sus culturas en su propia comunidad”12.
1.4 Como ya había dicho el Concilio Vaticano II, la penetración
del Evangelio en un determinado medio sociocultural, por una parte, “fe-
cunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios
valores de cada pueblo..., los consolida, los perfecciona y los restaura en
Cristo”13; por otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto son com-
patibles con el Evangelio, “para profundizar mejor el mensaje de Cristo
y expresarlo más perfectamente en la celebración litúrgica y en la vida
de la multiforme comunidad de fieles”14. Este doble movimiento que se
da en la tarea de la inculturación expresa uno de los componentes del
misterio de la Encarnación15.
1.5 “Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe aco-
ger todo lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el
Evangelio, a fin de comunicarles las riquezas de Cristo y enriquecerse
ella misma con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra”16.
10 Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 14
11 Ib., 19 y 20; cf Gaudium et spes, 53
12 Encíclica Redemptoris missio, 52
13 Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 58
14 Ib.
15 Cf Juan Pablo II, Catechesi tradendae, 53
16 Juan Pablo II, Discurso al Pontificio Consejo para la Cultura [17 enero 1987], No. 5

202
DIMENSIONES

1.6 Por su parte, el Papa Benedicto XVI ha tenido intervenciones


iluminadoras en el tema de la inculturación. Dijo a obispos africanos:
“Para cumplir la misión salvífica que la Iglesia recibió de Cristo, se
trata de hacer que el Evangelio penetre en lo más profundo de las cultu-
ras y las tradiciones de vuestro pueblo, caracterizadas por la riqueza de
sus valores humanos, espirituales y morales, sin dejar de purificar estas
culturas, mediante una conversión necesaria, de lo que en ellas se opone
a la plenitud de verdad y de vida que se manifiesta en Cristo Jesús. Esto
también requiere anunciar y vivir la buena nueva, entablando sin temor
un diálogo crítico con las culturas nuevas vinculadas a la aparición de
la globalización, para que la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más
pertinente y creíble, permaneciendo fiel al mandato que recibió de su
Señor (cf Mt 28,19)”17.
1.7 Y más en concreto sobre la relación entre cristianismo y cultu-
ras indígenas de nuestros pueblos, expresó: “El papel histórico, espiri-
tual, cultural y social que ha desempeñado la Iglesia católica en América
Latina sigue siendo primario, también gracias a la feliz fusión entre la
antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas con el cristianismo
y con la cultura moderna. Como sabemos, algunos ambientes afirman un
contraste entre la riqueza y profundidad de las culturas precolombinas
y la fe cristiana, presentada como una imposición exterior o una aliena-
ción para los pueblos de América Latina. En verdad, el encuentro entre
estas culturas y la fe en Cristo fue una respuesta interiormente esperada
por esas culturas. Por tanto, no hay que renegar de ese encuentro, sino
que se ha de profundizar: ha creado la verdadera identidad de los pue-
blos de América Latina”18.
1.8 En Aparecida, nos dijo sobre esto mismo: “¿Qué ha significa-
do la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina
y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el
Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus
ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silen-
ciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del
17 Benedicto XVI, Discurso a los Obispos de Camerún: 18 de marzo de 2006: L’Osservatore Roma-
no del 24 de marzo de 2006, pág. 7
18 Benedicto XVI, Discurso a los Nuncios Apostólicos de los países de América Latina, 17 de febre-
ro de 2007: L’Osservatore Romano en español del 23 de febrero de 2007, pág. 10

203
SER SACERDOTE VALE LA PENA

bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber
recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus cultu-
ras, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas
que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los
caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio
no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas preco-
lombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Cristo no es aje-
no a cultura alguna ni a ninguna persona. El Verbo de Dios, haciéndose
carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura”19.
1.9 Sobre las necesarias adaptaciones de la liturgia a las culturas, el
mismo Papa ha expresado: “A partir de las afirmaciones fundamentales
del Concilio Vaticano II, se ha subrayado varias veces la importancia
de la participación activa de los fieles en el Sacrificio eucarístico. Para
favorecerla, se pueden permitir algunas adaptaciones apropiadas a los
diversos contextos y culturas. El hecho de que haya habido algunos abu-
sos no disminuye la claridad de este principio, que se debe mantener
de acuerdo con las necesidades reales de la Iglesia, que vive y celebra
el misterio de Cristo en situaciones culturales diferentes. En efecto, el
Señor Jesús, precisamente en el misterio de la Encarnación, naciendo
de mujer como hombre perfecto, no sólo está en relación directa con
las expectativas expresadas en el Antiguo Testamento, sino también con
las de todos los pueblos. Con eso, Él ha manifestado que Dios quie-
re encontrarse con nosotros en nuestro contexto vital. Por tanto, para
una participación más eficaz de los fieles en los santos Misterios, es útil
proseguir el proceso de inculturación en el ámbito de la celebración
eucarística, teniendo en cuenta las posibilidades de adaptación” de los
diversos documentos de la Iglesia al respecto. “Para lograr este objeti-
vo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el ade-
cuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas
adaptaciones, siempre de acuerdo con la Sede Apostólica”20 .

19 Discurso en la apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El


Caribe
20 Benedicto XVI, Exhortación Sacramentum caritatis, 54

204
DIMENSIONES

2. Criterios para la inculturación

2.1 Como cimiento y base de toda inculturación, se requieren tres


amores, que son uno solo: Amor a Jesucristo, amor a su Iglesia y amor a
los pueblos indígenas. Amor a Jesucristo, porque es Él nuestra inspiración
y el centro al que debemos llevar a los pueblos. Amor a su Iglesia, para
construirla en comunión. Amor a los indígenas, para ser un sacramento
del amor del Padre, y no ir por otros intereses. Sin amor apasionado por
Jesucristo, no hacemos lo posible por llevar a los pueblos hacia Él, sino
que los dejamos con sus costumbres. En vez de que logren la plenitud de
la madurez en Cristo, el Verbo, los dejamos sólo con las “semillas del
Verbo”. Sin amor sufriente y perseverante a nuestra Iglesia, corremos
el peligro de hacer nuestras propias iglesias, como sectas, que giran en
torno a un agente de pastoral, o amargarnos y desanimarnos cuando no
encontramos el apoyo que deseamos. Sin amor misericordioso a los po-
bres, no soportamos por mucho tiempo vivir con ellos y nos convertimos
en caciques.
2.2 Jesucristo, al encarnarse, asumió la cultura judía. Este es el pri-
mer desafío para la Iglesia: encarnarnos en las culturas donde el Señor
nos ha colocado. Esto implica conocer, valorar y respetar a nuestros pue-
blos; estar cerca de sus gozos y tristezas; compartir su vida y hacernos
uno de ellos. Sin esta actitud del corazón, no es posible ninguna incultu-
ración, ni de la liturgia, ni del Evangelio, ni de la Iglesia. El dominio del
idioma indígena es presupuesto básico, pues es una injusticia que se siga
imponiendo una evangelización y una liturgia en un idioma que no es el
propio.
2.3 Jesucristo, sin embargo, manifestó plena libertad para purificar
y transformar lo que en la cultura judía no correspondía al plan original
del Padre. Tuvo más problemas con quienes defendían las tradiciones
mosaicas, que con el régimen romano. Además, no encerró a su Iglesia
en una cultura, sino que ordenó evangelizar todas las culturas. La evan-
gelización debe respetar las culturas; pero también tener la audacia y la
libertad de purificarlas y santificarlas.
2.4 La plenitud de los pueblos originarios es Jesucristo. Es necesa-
rio que Él crezca en ellos, y no seamos nosotros el centro. Nuestra tarea
es llevarles al encuentro vivo con Él, sobre todo en su Palabra y en sus

205
SER SACERDOTE VALE LA PENA

sacramentos. Al respecto, en Aparecida, el Papa manifestó: La utopía


de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de
Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso.
En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado
en el pasado. La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortuna-
damente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los
misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad
popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos…
Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el
precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe
proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar”21.
2.5 En el mismo sentido nos expresamos los obispos que partici-
pamos en Aparecida: “Aquí está el reto fundamental que afrontamos:
mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos
y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por
doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Je-
sucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra
prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que
Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y co-
municado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Éste
es el mejor servicio —¡su servicio!— que la Iglesia tiene que ofrecer a
las personas y naciones”22.
2.6 Y sobre la indeclinable tarea de evangelizar a los pueblos y las
culturas indígenas, dijimos: “Nuestro servicio pastoral a la vida plena
de los pueblos indígenas exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva
del Reino de Dios, denunciar las situaciones de pecado, las estructuras
de muerte, la violencia y las injusticias internas y externas, fomentar el
diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico. Jesucristo es la plenitud
de la revelación para todos los pueblos y el centro fundamental de refe-
rencia para discernir los valores y las deficiencias de todas las culturas,
incluidas las indígenas. Por ello, el mayor tesoro que les podemos ofrecer
es que lleguen al encuentro con Jesucristo resucitado, nuestro Salvador.
21 Discurso en la apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El
Caribe
22 V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, Documento de Apareci-
da, 14

206
DIMENSIONES

Los indígenas que ya han recibido el Evangelio están llamados, como dis-
cípulos y misioneros de Jesucristo, a vivir con inmenso gozo su realidad
cristiana, a dar razón de su fe en medio de sus comunidades y a colaborar
activamente para que ningún pueblo indígena de América Latina renie-
gue de su fe cristiana, sino que, por el contrario, sientan que en Cristo
encuentran el sentido pleno de su existencia”23. “La Iglesia estará atenta
ante los intentos de desarraigar la fe católica de las comunidades indí-
genas, con lo cual se las dejaría en situación de indefensión y confusión
ante los embates de las ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que
atentaría contra el bien de las mismas comunidades”24.
2.7 Se debe hacer un adecuado discernimiento de los elementos pa-
ganos que puedan subsistir aún en las culturas indígenas, para distinguir
lo que es incompatible con el cristianismo y lo que puede ser asumido,
en armonía con la tradición apostólica y en fidelidad al Evangelio de la
salvación25 . “Los cristianos venidos del paganismo, al adherirse a Cris-
to, tuvieron que renunciar a los ídolos, a las mitologías, a las supersticio-
nes... Conciliar las renuncias exigidas por la fe en Cristo con la fidelidad
a la cultura y a las tradiciones del pueblo al que pertenecen fue el reto de
los primeros cristianos... Y lo mismo será para los cristianos de todos los
tiempos”26 .
2.8 Hay que evitar el peligro de un sincretismo religioso. “Ello
podría suceder si los lugares, los objetos de culto, los vestidos litúrgi-
cos, los gestos y las actitudes dan a entender que, en las celebraciones
cristianas, ciertos ritos conservan el mismo significado que antes de la
evangelización. Aún sería peor el sincretismo religioso si se pretendiera
reemplazar las lecturas y cantos bíblicos, o las oraciones, por textos to-
mados de otras religiones, aun teniendo estos un valor religioso o moral
innegables... La recepción de los usos tradicionales debe ir acompañada
de una purificación y, donde sea preciso, incluso de una ruptura... Es
preciso evitar cualquier ambigüedad en todos los casos”27. No se puede
volver a una situación anterior a la evangelización.
23 Ib., 95
24 Ib., 531
25 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la
Inculturación, 16
26 Ib., 19 y 20
27 Ib., 47 y 48; cf 32

207
SER SACERDOTE VALE LA PENA

2.9 No se debe reducir el servicio evangelizador inculturado a con-


servar las buenas tradiciones indígenas, sobre todo las rituales, sino lograr
que éstas también se impliquen en la urgente transformación social, para
que los pueblos indios ya no vivan más en la injusticia, la marginación, el
racismo y la exclusión. El plan de Dios es que nuestros pueblos en Cristo
tengan vida, digna y abundante. De lo contrario, los reducimos a ser un
espectáculo folclórico. Sin embargo, nos advertía el Papa Juan Pablo II:
“Como señalaron algunos Padres sinodales, hay que preguntarse si una
pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales
de los destinatarios no haya terminado por defraudar el hambre de Dios
que tienen esos pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante
cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, es indispensable que to-
dos tengan contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y
transformante, especialmente mediante la predicación en la liturgia”28.
2.10 La inculturación “exige un esfuerzo metódico y progresivo de
investigación y discernimiento... Sólo podrá ser el fruto de una madu-
ración progresiva en la fe”29. A ello nos anima el Papa Juan Pablo II:
“Reafirmo con insistencia la necesidad de movilizar a toda la Iglesia en
un esfuerzo creativo, por una evangelización renovadora de las perso-
nas y de las culturas. Porque solamente con este esfuerzo la Iglesia esta-
rá en condición de llevar la esperanza de Cristo al seno de las culturas
y de las mentalidades actuales”30.

3. Logros de la inculturación
3.1 En la mayoría de las etnias, se tiene ya la traducción a lenguas
nativas de la Biblia, o al menos del Nuevo Testamento; sin embargo, casi
en todas partes este trabajo fue hecho por los protestantes, sobre todo los
del Instituto Lingüístico de Verano. Lamentablemente se ha comprobado
que, además de errores doctrinales, tienen graves deficiencias culturales.
En pocas partes se han hecho y se están haciendo traducciones católicas,
o ecuménicas.
28 JUAN PABLO II, Exhortación Ecclesia in America,73
29 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la
Inculturación, 5
30 Juan Pablo II, Discurso al Pontificio Consejo para la Cultura, 17 enero 1987

208
DIMENSIONES

3.2 En varios pueblos indígenas, la liturgia se celebra en el idioma


del lugar, bien porque hay agentes de pastoral nativos, bien porque los
que han llegado de fuera han aprendido el idioma. Algunas traducciones
litúrgicas ya han sido aprobadas por la Santa Sede; otras están en proceso
de lograrlo.
3.3 Se ha formado a laicos indígenas, hombres y mujeres, como
catequistas y servidores para diversos ministerios, tanto instituidos como
reconocidos. Al menos, se les ha nombrado como Ministros Extraordi-
narios de la Comunión. Ha habido un trabajo notable para lograr que a la
mujer se le reconozca su dignidad y su lugar en la Iglesia y en la comuni-
dad, a pesar de la persistente marginación. Dijimos en Aparecida: “Como
Iglesia, que asume la causa de los pobres, alentamos la participación de
los indígenas y afroamericanos en la vida eclesial. Vemos con esperanza
el proceso de inculturación discernido a la luz del Magisterio”31.
3.4 Se han revalorado diferentes servicios tradicionales, como ma-
yordomos, fiscales, topiles, alféreces, capitanes, presidentes de ermitas,
rezadores, principales, ancianos, arregladores del corazón, etc., para el
servicio de la comunidad. La mayoría colaboran con la evangelización,
presiden los ritos y celebraciones de la piedad popular, y participan en la
liturgia. Algunos de sus ritos tradicionales se han incorporado a la cele-
bración litúrgica, aunque no siempre con el debido discernimiento.
3.5 Se hacen esfuerzos por descubrir las “semillas del Verbo” en
las culturas indígenas, conociendo y valorando más la sabiduría de los
antepasados, tanto en sus libros sagrados, como en sus lugares de culto
y en sus costumbres. Se han promovido encuentros regionales y conti-
nentales, simposios y otros eventos, para reflexionar sobre la situación
de los pueblos indígenas, sobre los muchos nombres que se dan a Dios
en las culturas indígenas, sobre el lugar de Jesucristo y de la Iglesia. Se
han ido perfilando los pasos para elaborar una “Teología India” católica,
lo cual incidirá ciertamente en las celebraciones litúrgicas; sin embargo,
hay varios puntos de esta Teología que aún requieren clarificación, a la
luz del Magisterio de la Iglesia.
3.6 En varias diócesis, ha habido mucha creatividad para lograr
una Liturgia inculturada, incorporando a la Misa, a otros sacramentos
31 V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, Documento de Apareci-
da, 94

209
SER SACERDOTE VALE LA PENA

y sacramentales, a la Celebración Dominical de la Palabra, diversos


ritos propios de los pueblos indios, como danzas, “siembra de velas”,
actos penitenciales, ofrendas, incienso, procesiones, etc. Sin embargo,
no siempre se ha hecho con la debida armonía con el rito litúrgico; no
se ha pedido la aprobación de la Conferencia Episcopal y la recognitio
de la Santa Sede. Algunos tienen muy buena voluntad para inculturar
la Liturgia, pero desconocen tanto la teología litúrgica como la cultura
indígena.
3.7 En nuestra diócesis, la institución de diáconos permanentes, en
su mayoría indígenas, ha respondido a una verdadera necesidad pastoral.
Son elegidos con gran participación de la comunidad; se capacitan sin
salir de su cultura y ejercen el ministerio en su pueblo. Además de los
servicios litúrgicos ordinarios, tienen responsabilidades en las otras áreas
pastorales de la evangelización y la promoción social. Sus esposas les
acompañan en el desempeño de las ceremonias. Son una riqueza para ser
una Iglesia más inculturada y autóctona. La orden de la Santa Sede de
suspender temporalmente la ordenación de más diáconos permanentes,
es por el temor de que su gran número (320 en este momento, y sólo 82
sacerdotes) sea una presión para exigir su ordenación como sacerdotes
casados. Nosotros no vamos por ese camino. Hubo en otro tiempo peti-
ciones en ese sentido, pero no alentamos ninguna esperanza para ello,
sino que estamos convencidos de la bondad y necesidad del celibato para
el ministerio presbiteral.

4 Retos de la inculturación
4.1 Es necesario presentar a los pueblos indígenas la persona y el
mensaje de Jesús, en toda su profundidad. Cuando lo descubren, su vida
es diferente. Son capaces de valorar las riquezas de sabiduría y trascen-
dencia que Dios sembró en sus culturas, así como juzgar las limitaciones
de algunas costumbres y tradiciones. Es lamentable que algunos agentes
de pastoral insistan más en actividades de promoción social, siempre ne-
cesaria, dejando en un segundo momento el anuncio explícito de Jesús y
la celebración de los misterios cristianos. Algunos idealizan lo indígena,
como si el pecado no estuviera presente allí también.
4.2 Hay que armonizar una doble fidelidad: por una parte, a Je-

210
DIMENSIONES

sucristo, a su Iglesia, con Pedro y bajo Pedro; por otra, a los pueblos
indígenas, con sus ricas y variadas culturas, en las que Dios se ha hecho
presente, y que necesitan también la redención. Debemos caminar al uní-
sono de nuestros hermanos indígenas, en el momento actual en que ellos
irrumpen en la sociedad y en la Iglesia, reclamando el reconocimiento de
su identidad cultural y religiosa.
4.3 Es urgente hacer la traducción católica o ecuménica de la Bi-
blia, en los pueblos donde no se tenga, pues es una injusticia que muchos
pueblos aún no la tengan. Sobre este punto, dijimos en Aparecida: “Es
prioritario hacer traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúr-
gicos a sus idiomas”32. Disfrutar de la Biblia en el propio idioma, una
edición católica confiable, es un derecho primario para la evangeliza-
ción y la liturgia, pues en ésta se proclaman muchos textos bíblicos. La
traducción debe hacerse en colaboración con las comunidades, y no ser
sólo fruto de un experto. Además de biblistas y teólogos, se requiere la
participación de los mismos indígenas y de conocedores de la cultura.
4.4 Hay que seguir buscando caminos para lograr una liturgia más
inculturada, en que se asuman ritos y costumbres que sean acordes con
el Evangelio y la práctica de la Iglesia. Esta “no tiene ningún poder para
cambiar lo que es voluntad de Cristo, que es lo que constituye la parte
inmutable de la liturgia. Romper el vínculo que los sacramentos tienen
con Cristo que los ha instituido, o con los hechos fundacionales de la
Iglesia, no sería inculturarlos, sino vaciarlos de su contenido”33. Por
ejemplo, “en la celebración de la Liturgia, la palabra de Dios tiene
suma importancia, de modo que la Escritura Santa no puede ser susti-
tuida por ningún otro texto por venerable que sea”34.
4.5 Para hacer una buena inculturación litúrgica en los pueblos in-
dígenas, no basta la buena voluntad y el cariño por ellos. Hay agentes
de pastoral que dan otro sentido, a veces ideologizado, a algunos ritos
indígenas, que no corresponde a lo que realmente contienen. Es requi-
sito indispensable conocer a fondo la historia, la teología y la pastoral
de la liturgia, por una parte, y la historia, la antropología y la sociología
32 Ib.
33 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la
Inculturación, 25
34 Ib., 23

211
SER SACERDOTE VALE LA PENA

de las culturas indígenas, por otra. Esto pide un trabajo interdisciplinar,


que requiere tiempo, paciencia, constancia y recursos económicos. La
participación de la propia comunidad, de los catequistas, de los jóvenes y
ancianos, de los servidores, es de primera importancia. No puede ser im-
posición de un inquieto agente de pastoral, que a los pocos días de llegar
a la misión, ya quiere cambiar todo. Además, hay que tomar en cuenta
que las culturas siempre están cambiando, y las culturas indígenas actua-
les están en un profundo proceso de transformación, porque a casi todas
partes llevan los medios masivos de comunicación, por la migración y
la movilidad humana constante, por el racismo persistente. No podemos
encerrarlos en una reserva cultural, para exponerlos, como en un museo,
a la observación de los antropólogos.
4.6 Para que el proceso de inculturación litúrgica tenga futuro, den
involucrarse el obispo diocesano, los agentes de pastoral y las comuni-
dades; pero para avanzar con firmeza, confianza y seguridad, se requiere
estar en comunión siempre con la respectiva Provincia eclesiástica, con
la Conferencia Episcopal, y con la Congregación para el Culto Divino y
la Disciplina de los Sacramentos, pues no somos dueños de la liturgia,
sino sus servidores. No conviene que un agente de pastoral, sin estar en
comunión con el resto de la Iglesia, haga por sí mismo todos los cambios
que considere pertinentes, porque al poco tiempo le cambian de lugar,
viene otro que no está de acuerdo con el anterior, y las comunidades
sufren desconcierto. Cuando encontremos resistencias para introducir
cambios legítimos, mantengamos el diálogo fraterno, pues sobre todo
importa la comunión eclesial. Hemos de hacer lo posible por que en
Roma comprendan nuestras realidades y situaciones tan diversas, y que
nosotros aceptemos de corazón sus indicaciones, para salvar la unidad
eclesial. La inculturación la hacen las Iglesias locales, pero siempre en
comunión con quien preside la Iglesia universal y sus colaboradores:
“Cada Iglesia particular debe estar en comunión con la Iglesia univer-
sal, no sólo en la doctrina de la fe y en los signos sacramentales, sino
también en los usos recibidos universalmente de la tradición apostólica
ininterrumpida”35.

35 Ib, 26

212
DIMENSIONES

4.7 La traducción es el primer paso de la inculturación. Por ello,


debemos empezar por traducir los textos litúrgicos actuales a los idiomas
indígenas, para lo cual hay que tomar en cuenta el iter que prescribe la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Es necesario llegar a tener rituales propios inculturados, con aprobación
de la Conferencia Episcopal y la recognitio de la Santa Sede.
4.8 Que los agentes de pastoral mestizos aprendan y dominen, en
la medida de lo posible, el idioma indígena que se usa en donde desarro-
llan su servicio. El uso de la lengua del lugar es un derecho que tienen
los pueblos originarios. Si no logramos hablarlo en forma normal, que
al menos leamos los textos litúrgicos ya traducidos, previo conveniente
ensayo.
4.9 Que las diócesis con mayoría de población indígena, den los
pasos necesarios para que, en todas las comunidades, haya agentes de
pastoral indígenas: catequistas, servidores, diáconos, sacerdotes, religio-
sos y religiosas. Ha de llegar el tiempo en que haya obispos indígenas.
Dijimos en Aparecida: “Se necesita promover más las vocaciones y los
ministerios ordenados procedentes de estas culturas”36.
4.10 Compartir los materiales de evangelización y los litúrgicos ya
inculturados que existen en unas diócesis, con otras donde haya indíge-
nas de la misma etnia. Hay que hacer lo posible por lograr textos unifi-
cados del mismo idioma, a pesar de la resistencia que existe hacia las
diferencias dialectales con los pueblos vecinos.
4.11 Tengamos en cuenta, sin embargo, que no todos los actos reli-
giosos, no todas las expresiones cultuales, ni toda la vida cristiana deben
estar integrados a la liturgia. La liturgia es la máxima expresión de la
Iglesia, es fuente y culmen, es lo más sublime, pero no todo es liturgia.
Hay muchas expresiones de fe que no necesariamente deben meterse en
la celebración litúrgica. Esto nos da mucha libertad para respetar, valorar
y promover variadas formas de oración, muchos ritos indígenas, com-
patibles con el catolicismo, sin necesidad de pretender a fuerza hacerlos
que quepan en la liturgia. Esta tiene sus propias leyes y nosotros no so-
mos sus dueños, sino sus ministros, sus servidores.

36 V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, Documento de Apareci-


da, 94

213
SER SACERDOTE VALE LA PENA

4.12 Ante el fenómeno actual de la globalización de una cultura uni-


formizante, que está influyendo gravemente para que las nuevas gene-
raciones ya no sigan las tradiciones de sus mayores, buscar el método
pastoral para que los niños y los jóvenes no pierdan las riquezas de las
culturas indígenas, y al mismo tiempo armonicen sus valores con los de
la modernidad. Hay que educar para la pluralidad cultural. No se puede
conservar a los indígenas como en reservas, sin influencias del exterior,
sino que se han de beneficiar de lo positivo que tienen el desarrollo y el
progreso de la humanidad, sin perder sus valores más profundos.

214
DIMENSIONES

25. LA PASTORAL INDÍGENA LATINOAMERICANA


EN LA V CONFERENCIA EN APARECIDA

Mi intervención, como Responsable de la Sección de Pastoral Indígena


del CELAM
Aparecida, Brasil, mayo de 2007

1. Según algunos censos, en toda América hay más de 42 mi-


llones de indígenas; la mayoría empobrecidos, con graves ataques a su
identidad. Desaparecen lenguas y culturas. Hay quejas contra obispos,
sacerdotes y religiosas, porque dicen que algunos no tenemos un cora-
zón encarnado en sus pueblos. Se desconocen las culturas indígenas y se
tienen prejuicios. Persiste un racismo anticristiano contra ellos, incluso
en ambientes eclesiales.
2. Es una injusticia que sean muy pocas las etnias que gozan de
traducciones católicas de la Biblia y de la Liturgia, a las cuales tienen
pleno derecho. Se usan traducciones bíblicas hechas por protestantes, con
graves deficiencias culturales y doctrinales. Son muy escasos los ritos
litúrgicos inculturados, aprobados por la Santa Sede. En los Seminarios,
poco se ha hecho por una formación inculturada de los candidatos indí-
genas al sacerdocio.
3. Hay una fuerte emergencia de diversas etnias, que se hacen
cada vez más presentes en la sociedad y en la Iglesia, exigiendo sus dere-
chos, incluso en forma violenta. Nuestra Iglesia ha ido reconociendo su
lugar, para que sean sujetos, protagonistas de la evangelización, agentes
de la acción pastoral. En muchas partes, se está impulsando una evange-
lización integral, con insistencia en la promoción humana y en la incul-
turación del Evangelio y de la misma Iglesia, no siempre con el debido
equilibrio. Cada día hay más ministros indígenas, sacerdotes, religiosas
y diáconos indígenas, para llegar a ser Iglesias autóctonas, como las des-
cribe el Vaticano II (Decreto Ad Gentes 6), sin negar los riesgos que este
concepto implica. Faltan más obispos indígenas.
4. Es creciente el consenso de considerar “teología” a la llamada
“Teología India”. Esta tiene su propio método, más simbólico que con-
ceptual, que debe seguir definiendo. Hay que distinguir “Teología India
India”, que revalora la sabiduría de los mayores, sin referencia al Evan-

215
SER SACERDOTE VALE LA PENA

gelio, y quiere recuperar las religiones precolombinas; “Teología India


Cristiana”, que se discierne a la luz de Jesucristo, junto con otras con-
fesiones cristianas; y la “Teología India Católica”, que se confronta y
enriquece también con el Magisterio. Se resalta el clima sereno y maduro
de diálogo que se ha ido creando sobre temas delicados, entre pastores
y expertos en Teología India, con acompañamiento de la Congregación
para la Doctrina de la Fe. Se recomienda continuar estos contactos, es-
cuchar sin prejuicios sus contenidos, definir sus logros, dificultades y
deficiencias.
5. Es necesario presentar a los pueblos indígenas la persona y el
mensaje de Jesús, en toda su profundidad. Cuando lo descubren, su vida
es diferente. Son capaces de valorar las riquezas de sabiduría y trascen-
dencia que Dios sembró en sus culturas, así como juzgar las limitaciones
de algunas costumbres y tradiciones. Es lamentable que algunos agentes
de pastoral insistan más en actividades de promoción social, dejando en
un segundo momento el anuncio explícito de Jesús y la celebración de los
misterios cristianos. Algunos idealizan lo indígena, como si el pecado no
estuviera presente allí también.
6. Hay que armonizar una doble fidelidad: a Jesucristo y a su Igle-
sia, con Pedro y bajo Pedro; y a los pueblos indígenas, con sus ricas
culturas, en las que Dios se ha hecho presente, y que necesitan también
la redención. En resumen, defender la vida amenazada de los pueblos
indígenas, acoger la Vida que el Espíritu sembró en ellos y ofrecerles
la Vida plena en Cristo.

216
CAPÍTULO IV
RELACIONES

26. RELACIÓN CON LA PROPIA


FAMILIA

Las relaciones con las figuras materna, paterna y fraternas, desde la


infancia, son de importancia capital. En cierta manera nos configuran en
nuestra personalidad.
La relación con una madre que nos dio afecto, protección, aceptación
y las atenciones requeridas, nos hace sentir más seguros, aceptados y
amados.
Cuando tuvimos un padre responsable, trabajador, fuerte, no vicioso,
justo y cercano, podremos más fácilmente sentirnos capaces de afrontar
los problemas; seremos creativos, sanamente inquietos y lucharemos por
aportar algo para mejorar la vida.
Si tenemos la dicha de gozar de una familia integrada por varios her-
manos y hermanas, en que nos ayudamos unos a otros, aceptamos y res-
petamos la diferencia de edades y de caracteres, competimos entre igua-
les, descubrimos las diferencias de ambos sexos y aprendemos a tratarnos
con respeto, damos y recibimos afecto, se nos reconocen nuestros valores
y valoramos los de los otros, etc., entonces seremos capaces de entablar
buenas relaciones con toda clase de personas, con superiores, iguales e
inferiores; podremos entablar amistades profundas y serenas; daremos su
justo lugar a la mujer; sabremos colaborar y trabajar en equipo; no nos
costará tanto ser serviciales; adoptaremos menos actitudes infantiles para
llamar la atención; tampoco seremos autoritarios ni negativos.
Hijos únicos, hijos de padres ausentes o deficientes, alcohólicos o
autoritarios, con mucha dificultad pueden subsanar sus carencias psíqui-
cas. A no ser que se haya logrado una adecuada suplencia. Sin embargo,
hay sacerdotes que proceden de familias en que hubo varios problemas

217
SER SACERDOTE VALE LA PENA

y el Señor se dignó, por diferentes medios que Él dispone, suplir esas


deficiencias.
Es importante que cada quien conozca y analice cómo fueron sus
relaciones familiares, sobre todo en su infancia y su niñez, porque allí
puede encontrar la explicación de muchas de sus reacciones, positivas
o negativas.
Esto es verdad para el proceso de toda persona. En el nacimiento, de-
sarrollo y madurez de una vocación sacerdotal, la relación con la familia
es igualmente vital.
Por eso, los Obispos mexicanos han ordenado a los Seminarios:
“Considérense oportunamente los diversos orígenes familiares, sociales
y culturales de los candidatos, de modo que se les asegure un acompa-
ñamiento personalizado” (NBFSM 49).
Cuando se aborda la formación en el Seminario Menor, se dice: “La
familia juega un papel insustituible en el desarrollo de la personalidad
humana y cristiana del seminarista, así como en su proceso vocacional,
por lo cual, se le debe motivar a que acompañe su camino formativo
con la oración, el respeto, el testimonio, el buen ejemplo de las virtudes
domésticas, y la ayuda material y espiritual, sobre todo en los momentos
de dificultad (cf. PDV 68; SD 214).
Los formadores conozcan a las familias de las cuales proceden los
seminaristas, realizando visitas al hogar, entrevistándose con los fami-
liares, valorando la experiencia religiosa de la familia, elaborando, en
caso necesario, estudios socioeconómicos, etc. Asimismo, mantengan
una relación cercana con las familias de los seminaristas y lleven a cabo
con ellas un programa conveniente de pastoral familiar. Además, cuiden
que los jóvenes tengan relación con su propia familia, que se interesen
por ella y que no pierdan el contacto ni se desarraiguen de su contexto
socio-cultural (cf OT 3; PDV 68).
Teniendo en cuenta la grave crisis por la que atraviesa actualmente
la institución familiar, los formadores deben prestar particular atención
a la familia y a la estructura educacional que de suyo constituye, así
como al proceso de los seminaristas que provienen de familias con algún
tipo de disfunción” (NBFSM 62-64).
“Se espera que al concluir la etapa del Seminario Menor, el semi-
narista haya alcanzado un suficiente conocimiento y aceptación de sí

218
RELACIONES

mismo, consolidado su identificación psico-sexual masculina, madurado


en la aceptación de su realidad familiar…” (Ibid 101).
Cuando se trata del Seminario Mayor, se establece: “Cuídese con
especial atención la relación entre el futuro sacerdote y su familia.
Oriéntese a las familias para que acompañen el camino formativo del
seminarista “con la oración, el respeto, el buen ejemplo de las virtudes
domésticas y la ayuda espiritual y material, sobre todo en los momentos
difíciles” (PDV 68), y a su vez, exijan su correspondiente testimonio y
compromiso.
Es recomendable realizar una conveniente pastoral en favor de las
familias de los candidatos al sacerdocio, máxime teniendo en cuenta que
actualmente un alto porcentaje de seminaristas proviene de familias des-
integradas e incluso disfuncionales (cf OECS 85; PDV 68)” (NBFSM
133-134).
“Póngase especial cuidado en la madurez afectiva de los seminaris-
tas, promoviendo la educación en el amor oblativo que conduzca su afec-
tividad y sexualidad, haciéndoles conscientes del papel determinante del
amor en la existencia humana. Aprendan a relacionarse sin ambigüeda-
des con toda clase de personas, empezando por la propia familia; sean
capaces de vivir la amistad serena y profunda, habituándose a tratar a
hombres y mujeres con el respeto, el sentido de la complementariedad
y la prudencia que exige el celibato que abrazarán por el Reino de los
cielos (DA 196 y 321; cf. CS 6)” (NBFSM 150).
En la vida de un sacerdote, sobre todo del clero diocesano, su familia
sigue siendo muy importante.
Seguimos necesitando su afecto, apoyo, interés, oración, cariño y
comprensión. No podemos vivir sin afecto. Si no lo recibimos de nuestra
familia, peligrosamente lo buscaremos en otras personas.
En la medida de lo posible, es de desear que alguien de la familia, de
preferencia padres o hermanos, acompañen al sacerdote en su ministerio
y vivan con él. Serán una mutua protección y defensa. Pero con las si-
guientes advertencias:
Que respeten la libertad de acción pastoral del sacerdote y no se in-
miscuyan indebidamente en la administración de la comunidad, Que ten-
gan una presencia discreta y servicial, como la de María: “Hagan lo que
Él les diga’’ (Jn 2,5).

219
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Que no se carguen a la parroquia y al hijo sacerdote la educación y


sostenimiento de los demás hijos, sobrinos o familiares, pues serían un
peso exagerado para la comunidad.
Que le urjan cumplir con todas sus obligaciones, y no lo mimen de-
masiado. Cuando una persona requiera sus servicios con urgencia, sobre
todo si se trata de enfermos, que no nieguen su presencia, aunque sea a
cualquiera hora del día y de la noche.
Que lo sigan educando en toda su personalidad, aunque a veces los
sacerdotes nos negamos a aceptar las correcciones que se nos hacen. A
veces la comunidad no se atreve a corregir a su pastor, y la familia debe
ayudar en esto, pues en toda la vida estamos en proceso de maduración.
Que procuren colaborar en algunos servicios de la comunidad: lim-
pieza y orden de la sacristía y del templo, lavado de ropa del altar, cate-
quesis, oficina, promoción humana de los pobres, etc.
Si trabajan con el sacerdote en su manutención, tienen derecho a
casa, alimento, vestido, salud, cultura y descanso; pero si les es posible
coadyuvar a estos gastos con el patrimonio familiar, se disminuirá la ten-
tación de hacer depender todo de los “aranceles” ministeriales. Tener un
hijo sacerdote no es una inversión económica, para que mejore la situa-
ción patrimonial de la familia.
Por mi parte, agradezco profundamente a Dios que me haya regala-
do una familia unida y cristiana. Siempre me han dado todo su apoyo,
cariño, comprensión y afecto. Han respetado plenamente mi libertad mi-
nisterial. No dependen económicamente de mí, sino que subsisten por su
trabajo. Al contrario, me ayudan y me comparten lo que tienen y pueden.
En vez de que sean una carga para mí, se siguen preocupando por mí.
Oran mucho por mi santificación.
Me tienen muy en cuenta y me buscan para sus problemas morales.
Gozo y descanso con ellos. Comparto sus fiestas y sus penas. Me acom-
pañan en las mías.

¡Gracias, Señor, por el don de mi familia!

Pero hay también sacerdotes y seminaristas que se avergüenzan de


sus padres y hermanos, por su condición social o económica. Buscan
afanosamente una familia sustituta. Parecen haber nacido y vivido solos.

220
RELACIONES

No les gusta frecuentar su propio hogar y su pueblo natal. Están desli-


gados de todo vínculo familiar. ¡Qué peligrosas son sus relaciones y sus
reacciones!
Jesús quiso nacer y vivir en una familia bien constituida (cf Mt 1,18-
25; Lc 2,39-40.51-52). Desde los 12 años, manifestó plena libertad para
seguir su vocación (cf Lc 2,41-50), pero permaneció en Nazareth hasta
cerca de los 30 años (cf Lc 3,23).
Aunque pide no anteponer la propia familia al servicio del Reino
(cf Lc 9,59-62; 14-25-26), El regresa ocasionalmente a Nazareth (cf Lc
4,16) y, al final de su vida, se preocupa por la suerte de su madre (cf Jn
19, 25-27).

Que el Señor nos ayude a encontrar el equilibrio necesario, en nues-


tras relaciones familiares.

27. RELACIONES CON LOS LAICOS

“Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constitui-


dos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás,
existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la
acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de
Cristo. Pues la distinción que el Señor estableció entre los sagrados mi-
nistros y el resto del pueblo de Dios lleva consigo la solidaridad, ya que
los pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por recíproca
necesidad” (LG 32).
“Los sacerdotes del Nuevo Testamento, si bien es cierto que, por ra-
zón del sacramento del orden, desempeñan en el Pueblo y por el Pueblo
de Dios un oficio excelentísimo y necesario de padres y maestros, son,
sin embargo, juntamente con todos los fieles, discípulos del Señor que,
por la gracia de Dios que llama, fueron hechos partícipes de su reino.
Porque, regenerados como todos en la fuente del bautismo, los presbíte-
ros son hermanos entre sus hermanos, como miembros de un solo y mis-
mo Cuerpo de Cristo, cuya edificación ha sido encomendada a todos.

221
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Es menester, consiguientemente, que, sin buscar su propio interés,


sino el de Jesucristo, de tal forma presidan los presbíteros que aúnen su
trabajo con los fieles laicos y se porten en medio de ellos a ejemplo del
Maestro, que no vino a ser servido entre los hombres, sino a servir y dar
su vida para rescate de muchos. Reconozcan y promuevan los presbíte-
ros la dignidad de los laicos y la parte propia que a estos corresponde
en la misión de la Iglesia” (PO 9).
“Obispos, sacerdotes y diáconos: Discernamos y acojamos los dones
del Espíritu presentes en los fieles laicos y estimulemos el sentido de la
comunión y de las responsabilidades”, dice el Mensaje final del Sínodo
de los Obispos, dedicado a la Vocación y misión de los laicos en la Igle-
sia y en el mundo (L’OR, 8 noviembre 1987, pág. 24).
Si pusiéramos en práctica estas recomendaciones, ¡qué diferentes se-
rían muchas parroquias e instituciones! Porque hay sacerdotes que si-
guen teniendo una pastoral muy clericalizada, centrada totalmente en
ellos. Desconfían de los laicos; los ven como niños. Se imaginan que, si
los toman más en cuenta y asumen su protagonismo laical, los sacerdotes
pierden poder... ¿Por qué muchos no intentan siquiera formar un consejo
parroquial, donde los laicos sean corresponsables con el sacerdote en la
pastoral?
La siguiente afirmación del Concilio debería estremecernos:“La Igle-
sia no está verdaderamente formada, no vive plenamente, no es señal
perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la
jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede
penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de
un pueblo sin la presencia activa de los seglares... Los ministros de la
Iglesia aprecien grandemente el activo apostolado de los seglares. Fór-
menlos para que, como miembros de Cristo, sean conscientes de su res-
ponsabilidad en pro de todos los hombres; instrúyanlos profundamente
en el misterio de Cristo; inícienlos en los métodos prácticos y asístanles
en las dificultades” (AG 21; cf AA 3).
San Pablo enumera muchos colaboradores que, de una forma u otra,
le ayudaron en su misión (cf Rom 16,1-15.21-24; Hech 18,18.26; Col
4,7-17). En el Evangelio se dice que, aparte de los apóstoles, Jesús envió
a otros setenta y dos (cf Lc 10,1).
Y nosotros, ¿por qué queremos acaparar todo?

222
RELACIONES

La misión específica del laico está en las estructuras temporales: la


familia, la cultura, la economía, las profesiones, la política, las relaciones
internacionales, los medios de comunicación, el deporte, etc. (cf LG 33 y
36; AA 7). Pero, para que sean “sal y luz” (cf Mt 5,13-14), necesitan una
evangelización y una catequesis específicas. Y nos compete a nosotros
proporcionárselas.
Criticamos a los católicos que están en puestos importantes, en la
política y en los liderazgos sociales, porque no son coherentes con su fe.
Pero, ¿cuándo hemos hecho algo para prepararlos en esa línea? Debe-
ríamos dedicarles una atención especializada, no para obtener ventajas
materiales, sino para que colaboren a establecer el Reino de Dios.
Además, al interior de la comunidad cristiana, ¡cuántos servicios
pueden prestar! (cf AA 10). Después de una oportuna capacitación, se
pueden responsabilizar de los enfermos, la catequesis, las pláticas pre-
sacramentales, el equipo litúrgico, la pastoral exequial, la administración
económica, la construcción material, la promoción social, la pastoral ju-
venil y familiar, la asistencia a los necesitados, los ministerios laicales de
lector y acólito, etc. Se nota inmediatamente la vitalidad de la comuni-
dad, donde hay un verdadero laicado.
En el Sínodo de los Obispos dedicado a los laicos (octubre 1987), se
insistió mucho en valorar la dignidad y el aporte específico de la mujer en
la Iglesia, para que no se le discrimine. ¡Cuánto necesitamos convertir-
nos todos, para reconocer el lugar de la mujer en nuestras comunidades!
Lamentablemente hay sacerdotes que se relacionan con muchos lai-
cos, pero a un nivel muy personal de amistad o compadrazgo. Podríamos
preguntarnos: ¿Cuántos de mis amigos seglares son apóstoles en su am-
biente? ¿Para qué les ha servido mi amistad?
Jesús, a sus amigos los hace santos y testigos de su resurrección (cf
Lc 10,38-42; Jn 12,1-3: 20,11-18).

Ojalá nuestras amistades laicales sirvan para complementamos y


apoyarnos, y así la Iglesia sea instrumento más eficaz de salvación.

223
SER SACERDOTE VALE LA PENA

22. RELACIÓN CON RELIGIOSAS Y RELIGIOSOS

“Recuerden los presbíteros que todos los religiosos, varones o mu-


jeres, como quiera que son la parte más excelente en la casa del Señor,
son dignos de cuidado especial en orden a su adelantamiento espiritual
para bien de toda la Iglesia” (PO 6).
Los obispos mexicanos, al establecer cómo debe ser la formación de
los futuros pastores, dicen: “Conozcan los seminaristas las estructuras
pastorales de la Iglesia y en particular las de su propia diócesis; la na-
turaleza y los derechos de los institutos religiosos; el funcionamiento y
finalidad de los movimientos del apostolado de los laicos, así como las
gracias y carismas de los diferentes miembros del Pueblo de Dios, a fin
de que estén capacitados para trabajar en los planes de pastoral orgáni-
ca a nivel diocesano, regional y nacional” (NBFSM 232).
No puede ser de otra manera. Con los sacerdotes religiosos, compar-
timos el mismo sacramento del Orden. Con los demás religiosos y reli-
giosas, participamos de una consagración y misión muy semejantes. En
el fondo, son muy pocas las diferencias. Son estilos y carismas diversos,
pero las exigencias evangélicas de perfección son comunes.
Sin embargo, con frecuencia nos desconocemos mutuamente y nos
ignoramos. En algunos lugares, hay pugnas y competencias.
Necesitamos incrementar la relación, la ayuda mutua, la integración
en la pastoral y la complementación.
No faltan sacerdotes que hacen menos a las religiosas; las consideran
menos preparadas, o muy encerradas y sin tanta libertad para la acción
pastoral. Sin embargo, cuando ellas les solicitan pláticas, cursos de actua-
lización, ejercicios espirituales, o confesión, son pocos los que aceptan
darles esos servicios.
Se les exige que se integren a nuestra pastoral, pero poco se aprecia
lo que ellas hacen y se desconoce su carisma específico.
Por ejemplo, a quienes se dedican a escuelas se les pide que, además
del trabajo agotador en lo que ya hacen, den catequesis, impartan pláticas
pre sacramentales, etc., como si educar cristianamente a la niñez no fuera
ya, de por sí, una pastoral absorbente. Lo que necesitan es que las apoye-
mos, para que presten el servicio que se espera de un colegio católico.
Cuando las religiosas encuentran un párroco o un sacerdote que las

224
RELACIONES

aprecia, que valora su trabajo y las impulsa, son más generosas y entre-
gadas que nosotros; complementan maravillosamente la pastoral; viven
felices su consagración y se portan como verdaderas ‘‘madres’’ y “her-
manas”.
Nos encontramos, a veces, amistades muy maduras entre un sacerdo-
te y una religiosa. Es verdad que nunca faltan los peligros, pues la con-
sagración no destruye la naturaleza, y hay que ser muy prudentes, sobre
todo para evitar escándalos innecesarios. Sin embargo, ¿con qué mujer
podemos comulgar mejor, en ideales, en luchas y experiencias, que con
una religiosa? Las hay que nos corrigen duramente y nos dicen nuestras
verdades con toda claridad, como nadie se atreve a hacerlo. Otras nos
piden dirección espiritual, sobre todo si nos descubren como “hombres
de Dios”.

Nos necesitamos mutuamente. Jesús quiso necesitar de un Madre,


María. Que Ella nos ayude a construir una relación evangélica entre unos
y otros.

29. RELACIÓN CON LA MUJER

Desde el principio, en los planes de Dios, el hombre y la mujer se han


necesitado mutuamente. Para bien y para mal (cf Gén 2,18; 3,1-24).
En la historia de Israel y de la humanidad, encontramos a muchas
mujeres célebres, que han influido definitivamente en el cambio de los
acontecimientos.
El Hijo de Dios, por decisión del Padre y por obra del Espíritu, nace
de una mujer (cf Gál 4,4; Lc 1,26-35; Mt 1,18-20). Podría haber apareci-
do en la tierra de muchas otras formas, y salvarnos de muy distinta mane-
ra, sin depender de una mujer, pero el plan de Dios pasa necesariamente
por la mujer.
En su ministerio apostólico, Jesús asocia a “algunas mujeres, que
habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades.., y otras
muchas que le servían con sus bienes” (Lc 8, 1-3; cf Mc 15,40-41). Son
las que permanecen fieles, hasta en la cruz, mejor que los apóstoles (cf
Mt 27,55-56; Lc 23,49.55-56; Jn 19,25).

225
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Lleva amistad con Marta y María, hermanas de Lázaro (cf Lc 10,38-


42; Jn 11,1-44; 12,1-3).
María Magdalena y otras mujeres son las elegidas para ser las prime-
ras a quienes Jesús se aparece resucitado (cf Jn 20,1-18; Lc24,1-10; Mc
16,1-10: Mt 28,1-10).
Jesús hace santas a las mujeres con quienes se relaciona. He aquí el
criterio fundamental para toda relación entre el sacerdote y la mujer: La
mutua santificación, el impulso y el apoyo para la evangelización. Si no
es esto lo que se busca, estamos perdiendo el tiempo y legitimando amis-
tades que no tienen justificación.
El sacerdote, como todo varón, necesita de la mujer. En primer lu-
gar, de su propia madre. Después, de sus hermanas y parientes cercanas.
Sólo así puede alcanzar un desarrollo afectivo normal, y lograr su propia
identidad masculina.
En la vida, no puede ser un machista misógino, permanecer aislado y
prescindir de todo lo que sea femenino. Sería una vida irreal y anormal.
En la sociedad y en la Iglesia, la mujer ocupa un lugar imprescindi-
ble. Ella complementa al varón. Aporta su propia identidad. Como Ma-
ría, toda mujer “es presencia sacramental de los rasgos maternales de
Dios” (DP 291). El mundo estaría frío e incompleto, sin la presencia
tierna y fecunda de la mujer.
En la mayoría de nuestras culturas, la mujer es más sensible a los va-
lores espirituales, morales y religiosos. Se reconoce humilde y pobre. Por
eso, es la que más acude al templo, la que más practica los ritos, la que
más conserva las tradiciones de la fe, la que más educa en la religión.
El sacerdote trata más con mujeres que con hombres.
Al respecto, participando en los cursos de una maestría en Desarrollo
Humano, pregunté a una maestra psicóloga si la mujer acudía más al
templo por una oculta búsqueda del sacerdote como hombre. Me respon-
dió negativamente. Su explicación era más sencilla. El hombre siente que
no necesita pedir consejos ni ayuda; se considera autosuficiente; piensa
que acercarse a un sacerdote es humillarse y su cultura machista no se lo
permite. En cambio, la mujer siempre se ha sentido necesitada de ayuda
y de protección; por eso se acerca más a la religión. Y agregaba: “Si la
mujer buscase en el sacerdote al varón, yo, como psicóloga, tendría en
mi consultorio más varones; y la verdad es que me visitan más las mu-

226
RELACIONES

jeres; un varón difícilmente acepta recibir ayuda, y menos de una mujer,


aunque sea profesional”.
Si el sacerdote, en la práctica, debe relacionarse tanto con la mujer,
ha de educarse para esta realidad, desde su tierna infancia, en la fami-
lia, así como durante su formación en el Seminario. Así lo piden los
Obispos mexicanos: “Póngase especial cuidado en la madurez afectiva
de los seminaristas, promoviendo la educación en el amor oblativo que
conduzca su afectividad y sexualidad, haciéndoles conscientes del papel
determinante del amor en la existencia humana. Aprendan a relacio-
narse sin ambigüedades con toda clase de personas, empezando por la
propia familia; sean capaces de vivir la amistad serena y profunda, ha-
bituándose a tratar a hombres y mujeres con el respeto, el sentido de la
complementariedad y la prudencia que exige el celibato que abrazarán
por el Reino de los cielos (DA 196 y 321; cf. CS 6).
Exclúyase del camino al sacerdocio a quien practique la homo-
sexualidad, presente tendencias homosexuales arraigadas o sostenga
la así llamada cultura gay, así como a quien manifieste tendencias
de pederastia o rasgos de cualquier otro desequilibro afectivo grave,
ofreciéndole la ayuda humana y espiritual para su necesaria sanación
integral, y encauzándolo a buscar la santidad en otro estado de vida”
(NBFSM 150).
Las Normas Básicas de la Congregación para la Educación Católica
(19-III-1985) son muy explícitas al respecto: “Los que se preparan al
sacerdocio, conozcan y acepten el celibato como don especial de Dios; y
por medio de una vida entregada intensamente a la oración, a la unión
con Cristo y a la sincera caridad fraterna, creen las condiciones necesa-
rias para poder guardarlo con integridad y alegría de espíritu, preocu-
pados constantemente por la donación que han hecho de sí mismos.
Para que la elección del celibato sea enteramente libre, es necesario
que el joven pueda analizar atentamente a la luz de la fe el valor evangé-
lico de este don y al mismo tiempo estime en su justa medida los bienes
del estado matrimonial.
Goce también de una total libertad psicológica interna y externa, y
posea el grado necesario de madurez afectiva, de modo que pueda sentir
y vivir el celibato como plenitud de su propia persona. Para esto, es ne-
cesaria una adecuada educación sexual, la cual, para los alumnos que

227
SER SACERDOTE VALE LA PENA

han llegado a una mayor madurez en su adolescencia, consiste más en la


educación para un casto amor de las personas, que en la preocupación
a veces sumamente molesta de evitar pecados; debe prepararlos con vis-
tas al trato futuro propio del ministerio pastoral. Por lo cual, invítese y
muévase gradualmente a los jóvenes con sana y espiritual discreción, a
que en los grupos y en los diversos campos de apostolado y cooperación
social, experimenten y manifiesten un amor sincero, humano, fraterno,
personal y sacrificado, a ejemplo de Cristo, hacia todos y cada uno y
sobre todo hacia los pobres, los que sufren y hacia los más próximos;
de esta manera, superarán del corazón la soledad. Aprendan a discernir
en el Señor este amor, con la ayuda de sus directores espirituales y de
los superiores, manifestándoselo abiertamente y con confianza; sin em-
bargo, eviten las relaciones individuales con personas de distinto sexo,
sobre todo si son prolongadas y solitarias; esfuércense más bien en ofre-
cer un amor abierto a todos y en consecuencia, verdaderamente casto y
acostúmbrense a pedirlo a Dios como un don.
Una vez examinada la peculiar naturaleza de este don que viene de
arriba, descendiendo del Padre de las luces (Sant 1,17), es necesario
que los candidatos al sacerdocio, apoyados en la ayuda de Dios, y sin
confiar demasiado en las propias fuerzas, practiquen la mortificación y
la guarda de los sentidos. No omitan tampoco los medios naturales que
favorecen la salud del alma y cuerpo. Así, no se dejarán conmover por
las falsas doctrinas que presentan la castidad perfecta como imposible
y dañosa para la plenitud humana y rechacen, como por instinto espiri-
tual, todo lo que ponga en peligro la castidad” (No. 48).
La vivencia del celibato no se improvisa; tiene que haber toda una
educación previa y permanente. Por eso, no es legítimo que un semina-
rista viva un verdadero noviazgo, o algo que se le parezca, y continúe su
formación en el Seminario. Eso sería empezar a llevar una vida doble,
que tanto daña a todos. Si alguien tiene serias dudas sobre este campo, es
preferible que interrumpa su estancia dentro y salga a experimentar otro
género de vida. No puede, un seminarista, llevar al mismo tiempo un
noviazgo y estarse preparando para el celibato; es una contradicción.
Ya en la vida ministerial, el sacerdote debe seguirse educando para la
relación con la mujer. Incluso más que durante su vida en el Seminario,
porque las ocasiones y tentaciones pueden aumentar.

228
RELACIONES

Jesucristo nos advierte que el espíritu está muy dispuesto al bien, a la


honestidad, al buen comportamiento, pero nuestra carne es débil; por eso
hay que extremar las preocupaciones y orar mucho (cf Mc 14,38). Hay
que ser sencillos, nada morbosos ni mal pensados, pero también listos y
prudentes (cf Mt 10,16), porque donde y cuando menos se espera, puede
surgir una relación difícil de controlar. En este sentido, hay que hacerle
caso a la sabiduría divina, que nos advierte muy explícitamente: “Todo
el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en
su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y
arrójalo de ti... Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela
y arrójala de ti’’ (Mt 5,28-30).
No hay que presumir de nuestras fuerzas, o de una pretendida madu-
rez, como si nosotros no corriéramos ningún peligro, o fuéramos siempre
capaces de tener pleno control del cuerpo, de la mente y del corazón.
Como dice el dicho, es preferible que digan “aquí corrió”, y no “aquí
quedó”.
Entonces, ¿es imposible una amistad sana y madura entre sacerdote y
mujer? No es imposible, pero sí requiere muchísima madurez de ambas
partes, y no sólo madurez humana, sino santidad. Y aun así, hay que
extremar las precauciones, porque “entre santa y santo, pared de cal y
canto; y más si no son tanto”.
Hay ocasiones en que la mujer, al tener problemas en su casa, siendo
soltera o casada, acude sincera y limpiamente al sacerdote, solicitando
orientación espiritual. El sacerdote la escucha, ella se siente compren-
dida; encuentra atención, respeto, apoyo, fuerza y cariño, que no le han
brindado el esposo, el novio o la familia. En estos casos, es muy frecuen-
te que, insensiblemente, se vaya apegando al sacerdote y, cuando menos
se piense, se llegue a un verdadero enamoramiento, por parte de ella o
de ambas partes.
La actuación del sacerdote debe ser bien definida, tan pronto empiece
a percibir que ella lo busca demasiado y por cualquier pretexto; que se
encela cuando él trata con otras mujeres; que inventa o exagera proble-
mas, para tener motivos de estar cerca de él; que se hace más religiosa
y hasta apostólica, pero si es con él; que hace a un lado al esposo y a su
familia, cuando está con él; que le insinúa, o le provoca explícitamente,
para llegar a tener relaciones sexuales.

229
SER SACERDOTE VALE LA PENA

El proceder del sacerdote ha de ser bien definido: Poner las cosas en


su lugar. Con toda claridad y verdad, respetar y valorar sus sentimientos,
pero hacerle ver que son incorrectos e indebidos. Si es posible, ayudarle a
descubrir los vacíos afectivos que hay en su hogar, y que pueden explicar
lo que está pasando.
No es que uno se espante; pero esta situación a nada positivo puede
conducir. Por tanto, si la relación no se normaliza, hay que ser cortante
y tajante, aunque no grosero ni injusto. Poner tiempo y espacio de por
medio. Distanciar o evitar las entrevistas. Negarse, por todos los medios
posibles, a permanecer solos y aislados, sobre todo a horas de la noche.
Se supone, en esta situación, que sólo ella es la enamorada; que el
sacerdote está bien centrado en su vocación, se siente realizado y fecun-
do en su ministerio; que tiene buena relación con su Obispo y hermanos
sacerdotes; que recibe afecto de su familia y de otras personas; que hace
oración y está feliz de lo que es. En este caso, le será relativamente más
fácil superar el problema. A pesar de todo, ha de tomar sus precauciones
y alejarse de los peligros. Que no acepte continuar esta posible amistad,
si no hay pruebas seguras de que los sentimientos ya están bien puestos
en su lugar. Y que la relación sea, preferentemente, con la familia com-
pleta, incluido el esposo, y no sólo con la mujer.
Pero si el caso es que el sacerdote es el que se ha enamorado, enton-
ces los remedios deben ser más radicales: Alejarse por completo. Pedir
un cambio de parroquia. Entregarse por completo al ministerio. Intensifi-
car la oración. Convencerse de la necesidad del sacrificio y la penitencia
del cuerpo. Acudir a un director espiritual y a sacerdotes amigos. Buscar
el afecto de la propia familia. Convivir con otras familias cristianas, equi-
libradas y apostólicas. Evitar la ociosidad. Confiar en el Obispo. Invocar
la protección de la Virgen María.
En todo este asunto, hay que evitar el escándalo del pueblo fiel y
sencillo. Es mucha responsabilidad provocar rumores, angustias y malos
ejemplos en nuestra comunidad, alegando que no estamos haciendo co-
sas malas (cf Mt 18,6-11) Aquí, como dice san Pablo, es preferible, por la
debilidad e ignorancia de los fieles, abstenerse hasta de lo que no estaría
prohibido (cf 1 Cor 8,7-13). Todo por amor al Señor y a su Iglesia.

230
RELACIONES

Que María, la mujer virgen (cf Lc 1,34; Mt 1,23), nos enseñe a tener
un corazón sólo para Dios y para su Reino.

30. RELACIÓN CON MARÍA,


MADRE DEL SACERDOTE

Como reacción a los tiempos anteriores al Concilio Vaticano II, en


que parecíamos darle tanta o más importancia a la Virgen María que a
Cristo, nos fuimos al extremo contrario. Rendirle veneración y mani-
festarle devoción, parecía un infantilismo, un sentimentalismo, o una
simple y menospreciada religiosidad popular.
Afortunadamente las cosas han cambiado. La doctrina de la Lumen
Gentium, ubicando correctamente a María en el misterio de Cristo y de
la Iglesia, ha evitado exageraciones tanto por de más, como por de menos
(cf LG 52-69).
Nosotros somos sacerdotes por Cristo sacerdote. Somos sus sacra-
mentos; es decir, somos una prolongación y actualización de Él. En Él y
por Él somos lo que somos.
Jesús quiso tener a María por Madre. María es, por tanto, Madre de
Cristo, también como sacerdote. En Cristo, por Cristo y con Cristo, so-
mos también hijos de María. Ella es, consiguientemente, Madre de nues-
tro sacerdocio.
Lo que el Concilio afirma de María, como “nuestra madre en el orden
de la gracia”, se puede aplicar también al orden de nuestro Sacerdocio:
“Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo
al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la Cruz,
cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obe-
diencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar
la vida sobrenatural de las almas” (LG 61).
Por eso, el mismo Concilio nos dice: “Los presbíteros reverenciarán
y amarán, con filial devoción y culto, a esta Madre del sumo y eterno
Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).
¡De cuántas maneras ella ha estado presente en la historia de nuestra
vocación!

231
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Desde pequeños, la hemos invocado. En los tiempos de Seminario,


como en un nuevo Nazareth, ocupó un lugar especial. En los momentos
de la ordenación —que fueron nuestro nacimiento al Sacerdocio— nos
pusimos en su regazo. En los primeros años del ministerio, le tendimos
los brazos, confiados en su protección maternal. En los tiempos de calva-
rio, la sentimos siempre cercana. En ella, como madre, después de Dios,
es en quien más podemos confiar, y a quien con más seguridad podemos
acudir.
Si a veces nos sentimos pobres de todo, rechazados e incomprendi-
dos, ella nos brinda el calor de su corazón y nos arropa con la seguridad
de su amor (cf Lc 2,7).
Si recibimos noticias que nos llegan al alma, nos sostiene y nos de-
fiende (cf Lc 2, 34-35).
Si la vida nos trae de un lugar para otro, con inseguridades y cambios
frecuentes, siempre nos ofrece su compañía y en todas partes se nos hace
presente (cf Mt 2, 13-14).
Si no comprendemos los designios de Dios sobre nuestra historia,
nos alienta a seguir adelante en el ministerio (cf Lc 2,50).
Si se nos acaba el vino del fervor y del entusiasmo, intercede para que
lo tengamos en abundancia (cf Jn 2, 1-10).
Si nos falta fe para acatar con espíritu sobrenatural las disposiciones
de los superiores, nos ayuda a encontrar la dicha de creer (cf Lc 1 ,45).
Si el orgullo y la altivez nos sublevan, nos enseña a ser dóciles y
humildes (cf Lc 1, 38).
Si las tentaciones contra la castidad y el celibato nos ciegan, ruega
para que permanezcamos fieles y en gracia (cf Lc 1, 28.34-35).
Si queremos presumir de los dones recibidos, nos enseña a ser discre-
tos (cf Mt 1, 18-19).
Si alegamos privilegios para no prestar servicios humildes, nos ani-
ma a colaborar en las cosas más pequeñas (cf Lc 1,39-40.56).
Si queremos ser sólo maestros y no discípulos de la Palabra, nos guía
para saborear los secretos del Reino (cf Lc 2,19.51; 8,21; 11,27-28).
Si nos cuesta la oración, nos lleva de la mano al encuentro de su Hijo
(cf Mt 2, 11; Lc 2,16.22).
Si la obediencia se nos hace imposible, nos anima a hacernos escla-
vos dóciles del Señor (cf Lc 1,38).

232
RELACIONES

Si el atractivo del dinero nos subyuga, nos hace saborear la paz de la


pobreza (cf Lc 2,7.24).
Si las dudas en la vocación nos angustian, nos sostiene para hacer
exclusivamente la voluntad del Señor (cf Lc 1,38).
Si nos agobia la cruz del dolor y de los problemas, se hace presente
para fortalecernos (cf Jn 19,27).
Si nos sentimos solos, ella es la “presencia sacramental de los rasgos
maternales de Dios” (DP 291).
Si sufrimos por las fallas de nuestra Iglesia, ora con nosotros, para
que venga el fuego del Espíritu (cf Hech 1,14).
En fin, como madre, siempre está cerca, al pendiente de nuestra vo-
cación, puesto que ve en nosotros a su propio Hijo. ¿Cómo no amarla?
¿Cómo no acudir a ella? ¿Cómo no imitarla?
Las formas de oración y de devoción hacia María son muy variadas.
Están ante todo, las litúrgicas. Por otra parte, los Papas no se cansan de
recomendar el Rosario y el Ángelus. Pero el amor de un hijo es creativo
y original; busca sus propias maneras de estar cerca de quien ama.
Particular relación hemos de tener con Santa María, en su advocación
de Guadalupe, pues ella se encarnó totalmente en nuestra cultura, para
hacernos sentir la proximidad de su amor: “Es nada la que te asusta y
aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo
aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ven-
tura, en mi regazo?” (Nicán Mopohua).

¿Quién podrá permanecer indiferente ante tanto amor?

31. RELACIÓN CON AMÉRICA LATINA

Hago una breve relación de oportunidades que Dios me ha concedido


de participar en eventos latinoamericanos, lo que me ha permitido vivir
esta dimensión eclesial como una riqueza, un don, una oportunidad, que
nos enriquece y alienta.
De julio a noviembre de 1979, en Bogotá, Colombia, tome un Curso
de Planeación Pastoral, patrocinado por la Universidad Javeriana, bajo la
dirección del R.P. Jesús Andrés Vela, S.J.

233
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Durante el mes de diciembre del mismo año, conocí muy de cerca


algunas experiencias pastorales de Riobamba, Ecuador, con Mons.
Léonidas Proaño.
Desde Octubre de 1983, siendo ya Presidente de la Organización de
Seminarios Mexicanos, empecé a tener la oportunidad de participar en
reuniones latinoamericanas de Formadores de Seminarios. En ese mes,
hubo un encuentro de Rectores de América Latina, en la ciudad de Méxi-
co, al que fui invitado.
Del 8 al 13 de mayo de 1984, representando a México, tomé parte
en el Congreso con motivo de las Bodas de Plata de la Organización de
Seminarios Latinoamericanos (OSLAM), realizado en Quito, Ecuador.
Del 29 de octubre al 2 de noviembre de 1984, como Experto del
Departamento de Vocaciones y Misioneros (DEVYM) del CELAM, in-
tervine en el Encuentro sobre Manuales de Teología para Seminarios,
llevado a cabo en Bogotá, Colombia.
Del 4 de julio al 9 de agosto de 1985, viví el IV Curso para Forma-
dores de Seminarios Latinoamericanos, en Santo Domingo, Republica
Dominicana, conviviendo con 46 sacerdotes de todos los países de Amé-
rica Latina.
Del 1 al 5 de noviembre de 1985, asistí como Delegado de México
a la X Asamblea Ordinaria de la OSLAM, en Zipaquirá, Colombia. Al
final, fui elegido Presidente de la misma Organización.
Del 5 al 8 de noviembre de 1985, participé en el Encuentro sobre
“Causas del abandono del ministerio presbiteral”, promovido por el DE-
VYM del CELAM, en Bogotá.
Del 30 de junio al 1 de agosto de 1986, colaboré activamente en la
organización del V Curso para Formadores de Seminarios Latinoameri-
canos, en Toluca, junto al Seminario Conciliar, con la participación de
70 sacerdotes.
Del 19 al 23 de septiembre de 1986, tomé parte en el I Encuentro
Regional de Formadores de Seminarios, para Centroamérica, México y
Panamá, realizado en Guatemala.
En noviembre de 1986, asistí al Encuentro Regional de Pastoral Vo-
cacional, en Caracas, Venezuela. Allí mismo realizamos la primera re-
unión estatutaria de la Junta Directiva de la OSLAM.
En febrero de 1987, fui convocado a Bogotá por la Presidencia del

234
RELACIONES

CELAM para una reunión emergente, sobre Seminarios, con la Secreta-


ría y la Presidencia del DEVYM.
Del 17 al 21 de julio de 1987, estuve en el Encuentro Regional de
Formadores de Seminarios del Cono Sur, celebrado en Cochabamba,
Bolivia.
A mi paso por Lima, Perú, conocí personalmente algunas experien-
cias de Seminarios y Pastoral Vocacional.
Del 27 al 31 del mismo julio, tuve una mañana de trabajo con los
Obispos del DEVYM, en Bogotá, y participé en algunas de sus sesiones,
dentro de la Reunión General de Coordinación del CELAM.
Del 11 al 14 de septiembre de1987, en Panamá, tomé parte en el II
Encuentro Regional de Formadores de Seminarios para Centroamérica,
México y Panamá. Allí mismo, del 15 al 17, realizamos la segunda re-
unión estatutaria de la Junta Directiva de la OSLAM.
A mi regreso pasé por San Salvador, El Salvador, para tomar contac-
to directo con algunas realidades de ese país.
Del 10 al 13 de octubre de 1987, estuve en Puerto Rico y República
Dominicana, con ocasión del I Encuentro Regional de Formadores de
Seminarios, para el Caribe Antillano, realizado en Santo Domingo.
Del 1 de julio al 6 de agosto de 1988, en Viamao, Brasil, se organi-
zó el IV Curso para Formadores de Seminarios Latinoamericanos. Allí
mismo, en la última semana, tuvimos la Junta Directiva de la OSLAM
nuestra tercera reunión estatutaria.
Participé en el Encuentro Regional de Centroamérica, México y Pa-
namá, en Honduras, en septiembre de 1988, y en el del Caribe Antillano,
en Cuba, en octubre del mismo año.
Del 1 al 5 de noviembre de 1988, en San José de Costa Rica, tuvimos
la XI Asamblea Ordinaria de la OSLAM, en que concluí mi servicio
como Presidente y se eligió la nueva Directiva.
Del 30 de septiembre al 28 de octubre de 1990, siendo Rector del
Seminario de Toluca y antes de ser Obispo, fui convocado a participar
como Auditor en la VIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos,
en Roma, representando a los Seminarios de América Latina. El tema fue
la formación sacerdotal. El fruto fue la Exhortación Apostólica de Juan
Pablo II Pastores dabo vobis.

235
SER SACERDOTE VALE LA PENA

De 1992 a 1999, siendo ya Obispo de Tapachula, fui elegido miem-


bro de la Comisión Episcopal del Departamento de Vocaciones y Minis-
terios del CELAM (DEVYM).
En octubre de 1992, participé como miembro de la IV Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo, elegido
por los obispos mexicanos.
También fui designado como Miembro de la Asamblea Especial del
Sínodo de los Obispos para América, en Roma, del 16 de noviembre al
12 de diciembre de 1997.
Fui elegido Secretario General del CELAM para el cuatrienio 1999-
2003, pero renuncié en mayo de 2000, cuando fui nombrado Obispo de
San Cristóbal de Las Casas.
Serví como Responsable de la Sección de Pastoral Indígena, del CE-
LAM, en el periodo 2003-2007. Como tal, coordiné el III Simposio de
Teología India, en Guatemala, en octubre de 2006. Ya había participado
en el II, realizado en el año 2002, en Riobamba, Ecuador. Posteriormen-
te, tomé parte del IV Simposio, en Lima, Perú, en mayo de 2011.
Participé como Miembro de la V Conferencia General del Episcopa-
do Latinoamericano, en Aparecida, en mayo de 2007.
He querido hacer una relación de las oportunidades que Dios y la
Iglesia me han regalado para relacionarme con muchas personas, sobre
todo sacerdotes y alumnos de Seminario, porque así es como he podido
descubrir los caminos por donde el Espíritu lleva a su Iglesia en nuestro
continente latinoamericano.
He apreciado una Iglesia viva, dinámica, valiente, pobre, más y más
evangélica.
La he visto servidora y luchando por desprenderse de privilegios y
ataduras con el poder civil, político y económico.
He valorado sus iniciativas para hacer realidad la “comunión y parti-
cipación” en todos los niveles.
La he sentido muy cercana a los pobres, defensora de los derechos
humanos, libre para denunciar todo tipo de atropellos e injusticias.
He admirado su multiplicidad de misterios, sobre todo de parte de
los laicos.
He gozado con el esperanzador aumento de vocaciones, que se dan
en casi todos los países, incluido Cuba.

236
RELACIONES

He palpado la sincera preocupación de los pastores por el sufrimiento


de los pueblos, aportando su voz y su acción ante los graves problemas
económicos, políticos, culturales y sociales que aquejan a la región.
Me pregunto por qué lo mexicanos tenemos más abiertos la mente, el
corazón y los brazos hacia Europa y Estados Unidos, que hacia los her-
manos de América Latina. En los últimos años, estamos comprendiendo
la importancia de acercarnos, conocernos e integrarnos.
Pienso que una dimensión importante de ser Iglesia, es serlo a nivel
latinoamericano. Y para ello, hay que relacionarnos mucho más. El amor
de hermanos crea lazos de comunión.

237
CAPÍTULO V
LAS EXIGENCIAS

32. ¿POR QUÉ FALLA O TRIUNFA UN SACERDOTE?

Cada persona es un ministerio y cada historia es un caso irrepetible.


Sin embargo, hay algunas constantes que son válidas para la mayoría de
las situaciones.

1. CAUSAS POR LAS QUE UN SACERDOTE PUEDE


FALLAR
Fallar como sacerdote significa no responder satisfactoriamente a lo
que Cristo, la Iglesia y la humanidad esperan de nosotros. Esta falla pue-
de desembocar en el abandono del ministerio, pero no siempre conduce a
esa opción, aunque en algunos casos sería la más lógica y coherente.
Expondré algunas causas que llevan a que los sacerdotes no seamos
lo que se espera.

1.1 Inadecuado discernimiento vocacional


Quizá desde el Seminario, no se alcanzó a descubrir que alguien no
tenía la idoneidad requerida, y así fue ordenado. Es verdadero sacerdote,
porque Dios no se arrepiente de sus dones y es fiel; pero puede haber
serias deficiencias humanas, sobre todo psíquicas o intelectuales, que im-
pidan la realización plena de una vocación.
Esto pudo pasar por incompetencia de los formadores, por favoritis-
mo de algún Obispo, por no conocer a fondo al candidato, o porque éste

239
SER SACERDOTE VALE LA PENA

se cerró, no se dio a conocer, no manifestó su interioridad y hasta pudo


engañar, o andar de un Seminario a otro, hasta que se ordenó.

1.2 Abandono de la oración


Si la vocación sacerdotal es la expresión de una relación de amistad
(cf Mc 3,13-14; Jn 15,15-16), dejar de orar es romper esa base. Ser sacer-
dote es ser sacerdote de Dios para salvar a los seres humanos. Dejar de
orar es quererse convertir en causa principal de la salvación, destruyendo
la dependencia fundamental con Aquél que nos llamó.
Ser sacerdote es servir de conducto para que las personas se acerquen
al Señor. Dejar de orar es hacernos el centro y la meta de nuestro trabajo
pastoral.
Algunos sacerdotes no oran, o lo hacen en su mínima expresión, por-
que dicen no tener tiempo, porque no quieren enfrentarse con Dios y con
la verdad de sí mismos, porque ya se establecieron en su estilo cómodo
de vida, porque no están dispuestos a cambiar, porque ya desistieron de
su vocación a ser santos.
Orar poco, por rutina, por cumplimiento, o no orar, es exponerse no
sólo a la mediocridad, sino a la inutilidad y a la infecundidad.

1.3 Aislamiento
Si todo ser humano esta hecho para la relación con los demás (cf Gen
2,18), puesto que ha sido creado a imagen de la Trinidad, que es relación
en la unidad (cf Gen 1,27; Jn 14,11; 16,13-15), el sacerdote que se aísla
se destruye en su ser fundamental como ser humano, contradice su mis-
ma esencia de persona humana.
La misma consagración sacerdotal nos contribuye en un solo presbí-
tero con el Obispo, haciéndonos hermanos sacramentales (cf PO8). Por
tanto, alejarse de los demás sacerdotes y del Obispo es condenarse a la
auto-desintegración. No podemos ser lo que somos sino en relación y en
comunión. La soledad egoísta y autosuficiente, o acomplejada y traumá-
tica, es una contradicción con nuestro ser sacramental.
Hay sacerdotes que sistemáticamente no acuden a ningún tipo de
reuniones, pretextando mil razones de toda naturaleza. Hay quienes se

240
EXIGENCIAS

encierran en su parroquia, o en su trabajo específico, despreciando lo


que son y hacen los demás; desconfían de todo lo que huela a autoridad
y Obispo, y huyen instintivamente, sea quien sea. Otros, por alguna falla
personal, se sienten condenados e indignos de participar en cualquier
reunión, porque temen que se les señale como culpables. Unos se juntan
con “amigos” sólo para criticar y terminan, a veces, en la embriaguez,
con lo que se hunden más y más.
También los hay que nunca se acercan a otro sacerdote para solicitar
un consejo, ni para pedirle ayuda; ya no sienten necesidad de un director
espiritual, así sea ocasional; no tienen confianza con su Obispo, para
plantearle lo que les acontece.
Una soledad de esta naturaleza es lo más contrario a nuestra vacación.
Pronto se buscará algo, o a alguien, con quien compensar el vacío que se
lleva dentro. Porque en una soledad patológica nadie puede sobrevivir.

1.4 Vida fácil y cómoda


La vida sacerdotal es una inmolación continua y una obligación soste-
nida (cf Jn 10,11; Lc 9,23-24; 14,26-27). No puede ser una vida cómoda
y holgada (cf Mt 10,24-25; Jn 15,20). Tampoco ha de ser una búsqueda
de privilegios y de poder (cf Jn 13,12-15; Mc 10,41-45; Lc 22,24-27).
Sin embargo, muchas veces tenemos la tentación de evitar el sacrifi-
co y la cruz (cf Mt 16, 21-23). El aburguesamiento es un peligro constan-
te. Nos gusta consentirnos más de la cuenta.
Es más fácil dejarse vencer por la televisión, que ponerse a leer, es-
tudiar y orar.
Es más atractivo organizar grupos, convivencias y dinámicas, que
sentarse horas y horas a confesar.
Es más cómodo limitarse a unos horarios, establecidos según la con-
veniencia personal, que estar disponible para lo que se necesite, a la hora
que sea, sobre todo para las emergencias y las confesiones por la noche
a los enfermos.
Es menos exigente dedicarse sólo a celebrar Misas y otros ritos, que
crear nuevos métodos pastorales y atender la nueva evangelización in-
tegral.

241
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Quien siembra poco, poco cosecha (cf 2 Cor 9,6). Quien no se sacri-
fica en la entrega pastoral, se sentirá infecundo e insatisfecho.
Quien se contenta con ser mediocre, pronto se sentirá frustrado y
su propio ministerio se le hará aburrido y pesado. Pueden venirle serias
tentaciones de abandonarlo.

1.5 Imprudencias
La historia de sacerdotes implicados en problemas afectivos, empie-
zan muchas veces por imprudencias en el trato con la mujer.
Se van acortando las distancias, se eliminan las precauciones, se le-
gitiman las familiaridades, se abusa de la confianza, no se prevén las
consecuencias y, cuando menos se piensa, el corazón ciega la mente y se
llega fácilmente a la infidelidad.
Otras veces presumimos de listos, experimentados, fuertes, sabios
y santos, como si no corriéramos ningún peligro. Olvidamos que, por
más firmes que tengamos nuestras convicciones, “la carne es débil” (Mt
26,41).
Los riesgos no son exclusivos de los sacerdotes jóvenes, sino que
pueden durar toda la vida. Sin embargo, pasados los primeros fervores
de la ordenación, hay algunos que no saben usar su nueva libertad y se
exponen imprudentemente a las tentaciones. Por eso, no son raros los
casos de recién ordenados que pronto empiezan a tener problemas por
este motivo.

1.6 Afán de dinero


La vocación sacerdotal requiere una actitud de renuncia a los bie-
nes y de pobreza interior y exterior (cf Lc 16,13; Mc 10,28; 2 Cor
6,10; PO 17). Nada es más contradictorio con nuestra identidad pres-
biteral que convertir el ministerio en un comercio (cf Ez 34,2-3; Lc
19,45-46; 16,14).
Cuando un sacerdote condiciona sus servicios a una paga; cuando
es arbitrario y por su solo criterio modifica los “aranceles” diocesanos;
cuando celebra más misas de las autorizadas, por razones económicas;
cuando no es generoso con el pobre y ni a ellos les hace gratuitamente los

242
EXIGENCIAS

servicios (cf CIC 848; 1181); cuando, apenas sale del Seminario, asume
compromisos muy apretados de pagar letras mensuales, como para com-
prar un carro nuevo, cae en la obsesión y la esclavitud del dinero; cuando
ambiciona lujos y cosas innecesarias; cuando él mismo quiere juntar la
limosna en las Misas, para obtener más; cuando desconfía de los laicos,
para que éstos lleven la administración económica, etc.; entonces el alma
se le enfriando; pierde libertad y espontaneidad; se hace duro para exigir
y cobrar; la gente se le aleja y se queda solo. Como Judas (cf Jn 13,30).

2. CAMINO PARA TRIUNFAR COMO SACERDOTE


Triunfar no es necesariamente lograr puestos, cargos o títulos, sino
sentirse realizado como ministro del Señor y de su Iglesia, al servicio de
Los demás; es vivir con fecundidad, alegría, entusiasmo y dinamismo
el ministerio pastoral; es experimentarse fecundo y útil, incluso cuando
llega la cruz, que es el camino para la glorificación (cf Jn 12,23-28.32;
13,31).
Un sacerdote puede triunfar, aunque siempre permanezca en un pue-
blo alejado, aunque trabaje en cualquier lugar y puesto, por más sencillo
y humilde que parezca (cf PO 15), aunque nunca sea promovido a cargos
de importancia, siempre y cuando viva a plenitud su ser sacerdotal.
¿Qué le puede ayudar?

2.1 Estar identificado con su vocación


Sentirse feliz de lo que se es: sacerdote. Dedicarse sólo a eso: a ser
sacerdote. Centrar todas sus energías, inquietudes e ilusiones en servir
como sacerdote. No distraerse en otras ocupaciones o profesiones.
Hay sacerdotes que son más profesores de una escuela o de Universi-
dad, que pastores, evangelizadores y testigos del Señor.
Hay quienes ocupan mucho de su tiempo en atender sus animales, su
tierra, su negocio, sus cuentas de banco, etc., descuidando el ministerio
pastoral. No podemos darnos el lujo de ser granjeros, ganaderos, agríco-
las o comerciantes, siendo tan urgentes las necesidades pastorales.
Pueden ser legítimas estas actividades cuando tienen una finalidad
propiamente pastoral, con tal de que se hagan de forma ocasional, su-

243
SER SACERDOTE VALE LA PENA

pletoria y transitoria. Jesús, cuando se consagró a su ministerio público,


jamás se dedicó a eso. No le quedaba tiempo, a veces, ni para comer o
descansar (cf Mc 6,31-34; 3,20-21).
La vocación sacerdotal exige dedicación a tiempo completo y para
siempre; ser sacerdote en todas partes y en cualquier circunstancia: en el
templo y en la calle, con sotana y sin ella, al celebrar los ritos y cuando
se toman vacaciones. El sacerdocio no es algo que se puede colgar en el
perchero de la sacristía; es toda una vida.
Sólo así se puede disfrutar: Cuando nos llena el alma el dedicarnos al
servicio de la comunidad, en lo que refiere a Dios (cf Hebr 5,1). Cuando
no añoramos ser otra cosa. Cuando no nos da pena decir lo que somos (cf
Mt 10,32-33; Lc 9,26).

2.2 Desgastarse en el servicio


Es cierto lo que dice Jesús: la única forma de tener vida es darla (cf
Mc 8,35; Jn 12,24).
Cuando uno se consiste demasiado, se exige poco, se contenta con lo
mínimo, entonces no pasa de ser un mediocre; no se va a sentir fecundo;
su ministerio no le va a llenar ni a satisfacer; casi no producirá frutos y
se sentirá un poco inútil.
Pero cuando alguien se entrega generosamente y con gusto, no de
mala gana ni como a la fuerza (cf 1 Pedr 5,1-4); cuando le pone creativi-
dad pastoral a su servicio; cuando busca nuevos caminos ante los nuevos
retos; cuando está atento a los peligros que corren a los fieles, para con-
trarrestarlos (cf Ez 33,7-9); cuando hace las cosas a conciencia y no por
cumplir, entonces su sacerdocio le traerá inmensas satisfacciones y se
sentirá realmente como un padre (cf 1 Cor 4,15; Gál 4,19; 1 Tes 2,11).
Esto no es lo mismo que un activismo alocado, en el que se descui-
da la oración y el estudio. Para que el trabajo pastoral sea fecundo, se
requieren largas horas de contemplación y de silencio (cf Mt 14,13; Lc
6,12; Sal 127 [126], 1). Además, nunca se puede olvidar que el camino
de la resurrección pasa necesariamente por la cruz (cf Lc 24,26).
Nada más satisfactorio que poder decir con San Pablo: He hecho
cuanto podía y debía; ahora sólo me resta esperar la corona del Señor
(cf 2 Tim 4,6-8).

244
EXIGENCIAS

2.3 Vivir en comunión eclesial

Somos sacerdotes de la Iglesia y para la Iglesia, con el Obispo y los


presbíteros, para el servicio del Pueblo de Dios.
Esto nos exige cultivar, necesariamente, una relación de fe y de amor,
en primer lugar con el Papa y nuestros Obispos, piedra angular y colum-
nas de nuestra Iglesia (cf Mt 16,18; 18,18; Gál 2,2.9). Romper con ellos o
distanciarse, es exponerse a hacer sectas dentro de la misma Iglesia.
La integración, afectiva y efectiva, al propio presbiterio, es expresión
de la “íntima fraternidad sacramental” (PO 8). Trabajar en conjunto, te-
ner amigos sacerdotes, frecuentarse, ayudarse, corregirse, apoyarse unos
a otros, es condición de autenticidad (cf Jn 13,35), defensa contra el ais-
lamiento (cf Ec 4,10) y testimonio de comunidad (cf Hech 4,32).
La relación de padres y hermanos con los propios feligreses (cf PO 9;
Mt 23,8-11; 1 Cor 4,15; 1 Tes 2,7-12) nos constituye en familia de Dios
(cf LG 6). Por ellos somos lo que somos y sin ellos no tendrían razón
nuestra vocación.
Esta comunión eclesial nos hace pertenecer a alguien, ser para al-
guien y con alguien. No hay nada más despersonalizante que sentirse
sólo un número, una pieza.
Judas se desesperó y se arruinó, porque se alejó del grupo apostólico,
para hacer lo que pensaba que era lo correcto (cf Jn 13,30; Hech 1,17-18).

2.4 Practicar los medios de espiritualidad


La Iglesia, con su secular experiencia, nos propone algunos medios
indispensables para mantenernos fieles y creer en santidad. Descuidarlos
es poner en peligro la plena realización de nuestro sacerdocio.
La oración en sus varias formas (personal, comunitaria, litúrgica, po-
pular) es como el oxígeno para la espiritualidad. Las visitas al Santísimo,
el Rosario, la meditación, la contemplación, son expresiones normales
del que se relaciona con el Ser amado.
Acudir a retiros y ejercicios espirituales, dedicar unos días a la sole-
dad y al silencio, leer artículos, libros o documentos que nos elevan, es-
cuchar conferencias o pláticas para reflexionar, conocer vidas de santos,
son ayudas que nunca se deben descuidar.

245
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Celebrar los ritos con calma y devoción, preparar la homilía en el


estudio y la oración personal, ser discípulo de la Palabra, saborear lo que
decimos y hacemos en la liturgia, son actitudes que, tarde o temprano,
irán transformando nuestra vida.
Practicar la ascesis de los sentidos, sacrificar el espíritu, la mente y
el cuerpo, no exponerse imprudentemente a las tentaciones, es requisito
para permanecer fieles y limpios.
Dice la Carta Circular de la Congregación para la Educación Cató-
lica, sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual de
los Seminarios (6 de enero de 1980): “El sacerdote no puede ser fiel a su
carga y a sus compromisos, sobre todo al del celibato, si no se ha pre-
parado para aceptar, y para imponer a sí mismo un día, una verdadera
disciplina… La ausencia de una regla concreta y cumplida es para el
sacerdote fuente de muchísimos males: pérdida de tiempo, pérdida de
la conciencia de la propia misión y de las renuncias que ésta le impo-
ne, vulnerabilidad progresiva a los ataques del sentimiento… Piénsese
en los sacrificios que impone la fidelidad conyugal: ¿no los habría de
exigir la fidelidad sacerdotal? Sería una paradoja. Un sacerdote no
pude verlo todo, oírlo todo, decirlo todo, gustarlo todo… El Seminario
debe haberlo hecho capaz, en la libertad interior, de sacrificio y de una
disciplina personal inteligente y sincera” (II, 3).
Requerimos, también, acercarnos al sacramento de la reconciliación,
y no muy de cuando en cuando. Somos pecadores y necesitamos pedir
perdón. Quien no se confiesa, quizás no conoce sus deficiencias, o está
perdiendo la conciencia y el sentido de lo que es pecado. Puede hacerse
muy laxista consigo mismo. Eso le alejará progresivamente de la san-
tidad.
También necesitamos que otro sacerdote nos oriente, nos corrija, nos
impulse y nos anime. De preferencia que sea más santo y más sabio que
nosotros. No es lo más recomendable escoger a un sacerdote compañero
o amigo, a no ser que su dirección espiritual sea auténtica y exigente.
Finalmente, debemos aprender a programar nuestro tiempo y nues-
tro día, para no dejar lo importante para cuando se vaya pudiendo. La
desorganización personal es el inicio del poco crecimiento. Urgirse, por
ejemplo, darle a la oración un buen espacio de tiempo por la mañana, es
asegurar el cimiento de todo el día.

246
EXIGENCIAS

33. MADUREZ HUMANA

Jesucristo es “el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia


de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado” (GS 22).
“El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez
más en su propia dignidad de hombre” (GS 41; cf Ibid 45).
El sacerdote es sacramento de Jesucristo; por tanto, debe esforzarse
por llegar al “estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de
Cristo” (Ef 4,13).
“La vocación sacerdotal requiere la madurez humana y cristiana
para que la respuesta a la llamada divina esté fundamentada en la fe, y
al mismo tiempo en condiciones de comprender el sentido de la vocación
y de sus exigencias” (OECS 30).
Los problemas que muchos sacerdotes tienen se deben a la carencia
de madurez humana. Quizá seamos o parezcamos muy “espirituales”,
pero a veces somos poco humanos. Y no hay que olvidar que Jesús es
perfecto Dios, pero también perfecto hombre.
Puesto que “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la supone
y la eleva”, siempre hemos de estar revisando nuestra personalidad hu-
mana, no sea que las faltas de urbanidad e higiene, por ejemplo, sean la
primera causa por la que alejamos a muchas personas del Señor Jesús.

¿Qué es la madurez?
Transcribo una larga cita del documento de la Congregación para la
Educación Católica, denominado “Orientaciones para la educación en el
celibato sacerdotal” (OECS), del 11 de abril de 1974, que siguen siendo
muy válidas y actuales, y que reflejan las opiniones de renombrados psi-
cólogos, cuyas teorías son acordes con el Magisterio de la Iglesia.
Empieza afirmando que una personalidad madura se caracteriza “por
la armonía entre todos sus elementos, por la integración de sus tenden-
cias y sus valores” (OECS 18).
“Según lo subrayan los psicólogos de hoy, la madurez no es una
cualidad simple; tiene muchos aspectos y cada uno de ellos puede desa-
rrollarse de manera diversa… La madurez es una realidad compleja y
no es fácil circunscribirla completamente. Se ha convenido, sin embar-

247
SER SACERDOTE VALE LA PENA

go, en considerar maduro, en general, al hombre que ha conseguido la


suficiente capacidad habitual para obrar libremente; que ha integrado
sus bien desarrolladas capacidades humanas en hábitos virtuosos; que
ha conseguido un fácil y habitual control emotivo, con la integración de
la fuerza emotiva que debe estar al servicio de una conducta racional;
que prefiere vivir comunitariamente, por que quiere hacer partícipes a
los demás de su donación; que se compromete a un servicio profesional
con estabilidad y serenidad; que demuestra saber comportarse según la
autonomía de la conciencia personal; que posee la libertad de explo-
rar, investigar y elaborar una experiencia, es decir, de transformar los
conocimientos para que resulten fructíferos en el futuro; al hombre que
ha logrado llevar al debido nivel de desarrollo todas sus potencias y
posibilidades específicamente humanas” (Ibid).
“Lo que hace que un hombre esté verdaderamente formado, es el
querer libre, consciente y responsablemente el bien, con toda su perso-
nalidad psicológica y espiritual” (Ibid 19).
“La madurez debe ser alcanzada en todos sus aspectos, comprendido
naturalmente y sobre todo el afectivo… Puesto que la afectividad está
considerada como una dimensión esencial de la persona, la madurez
afectiva se puede considerar como requisito indispensable para el opti-
mum del funcionamiento de la personalidad.
Considerado como un aspecto de la vida psicológica, la afectividad
puede entenderse de diversas maneras: como un conjunto de reacciones
interiores y exteriores a la exigencia de la satisfacción, como la capaci-
dad de experimentar sentimientos y emociones, como capacidad de amar
o como posibilidad de establecer relaciones interpersonales.
Una personalidad bien integrada sabe hacer prevalecer la naturaleza
racional del hombre sobre la naturaleza impulsiva; al contrario, mientras
menos integrada esté una persona, tanto mayor será la fuerza impulsiva
que predomine sobre la fuerza racional. Por eso, una educación que quie-
re favorecer en el educando el desarrollo íntegro de la personalidad, debe
hacerle adquirir ante toda la capacidad de equilibrio emocional.
Intimamente unido con el factor emocional, está el problema de la
adaptación, que consiste en afrontar serenamente los propios proble-
mas, adquirir responsabilidad de los mismos y elaborar soluciones para
las dificultades presentadas. La inadaptación, en el cambio, lleva consi-

248
EXIGENCIAS

go el predominio de la emotividad negativa, de los factores adversos, de


la dependencia, de la inadaptación social y, al mismo tiempo, el predo-
minio de problemas no resueltos” (Ibid 20).
“La sexualidad debe considerarse como un factor determinante de
la madurez de la personalidad. La madurez sexual representa una etapa
necesaria para alcanzar un nivel psicológicamente adulto… Para poder
hablar de persona madura, el instinto sexual debe superar dos típicas
formas de inmadurez: el narcisismo y la homosexualidad, y alcanzar la
heterosexualidad. Esta es la primera fase del desarrollo sexual; pero
necesaria también una segunda fase: el amor debe ser una donación, y
no el buscarse a sí mismo” (Ibid 21).
“El aspecto oblativo de la sexualidad comporta el sentimiento de ser
el uno para el otro. La obligación no está, pues, disociada de la recepción:
la sexualidad coloca a la persona en una vida de relación; por eso exige
la capacidad tanto de dar como de recibir y la disposición a aceptar el
amor que se ofrece en una actitud de total correspondencia” (Ibid 22).
“La elección del celibato sacerdotal no obstaculiza, antes bien pre-
supone el desarrollo normal de la afectividad: el hombre célibe está lla-
mado a mostrar una singular manifestación de la capacidad de amar…
El celibato, elegido por el reino de los cielos, es un estado de amor… En
virtud de su celibato, el sacerdote puede ser por completo el hombre de
Dios, que se ha dejado conquistar eternamente por Cristo y que sólo vive
para Él. El amor virginal le invita a poseer de una manera más absoluta
a Dios y, por eso, a irradiarlo, a darlo en toda plenitud. El amor del sa-
cerdote al prójimo debe estar caracterizado por una finalidad pastoral:
conviene que se manifieste mediante la cordialidad… El sacerdote es
capaz de verdaderas y hondas amistades, singularmente útiles para su
expansión afectiva, cuando éstas se cultivan en la fraternidad sacerdo-
tal” (Ibid 31).
He aquí un amplio panorama para hacer una revisión personal: ¿Soy
hombre maduro? ¿Qué aspectos debo desarrollar más? ¿Qué emociones
necesito controlar? ¿Qué dimensiones he de cultivar?
No pensemos que este punto es de poca importancia: “La madurez
humana, antes que exigencia del estado sacerdotal, es exigencia elemen-
tal de la vida cristiana. La historia de los sacerdotes frustrados es con
frecuencia la historia de hombres frustrados: historia de personalidades

249
SER SACERDOTE VALE LA PENA

no unificadas, no integradas, en las que se busca en vano al hombre


maduro y equilibrado” (Ibid 25).
Los casos de sacerdotes que tienen problemas de toda naturaleza
(con el obispo, con los demás presbíteros, con su pueblo, con su familia,
alcoholismo, rebeldía, infidelidad al celibato, afición al dinero, mal ca-
rácter, depresiones, etc.), muchas veces se explica por falta de madurez
humana.
No tienen estabilidad espíritu, capacidad para tomar prudentes de-
cisiones, rectitud en el modo de juzgar acontecimientos y personas, sin-
ceridad, afán constante de justicia, fidelidad a la palabra dada y a las
promesas, buena educación, urbanidad en el obrar, modestia unida a la
caridad en el hablar, espíritu de servicio fraterno, laboriosidad, capacidad
para colaborar con otros, etc. (cf OT 11; RFIS 51).
A veces las fallas empiezan por cosas muy sencillas y elementales:
descuidar la presentación externa personal, no bañarse, ni rasurarse, no
cortarse las uñas ni limpiarlas, no asearse la boca, no peinarse, etc.
A partir de estos detalles, las personas se alejan del sacerdote porque
su figura les resulta menos grata. El sacerdote se siente solo. Echa la cul-
pa a los demás. Se amarga. Se aísla. Busca mil compensaciones. Y puede
terminar en un fracaso.
La impuntualidad para empezar la misa y para llegar a los compro-
misos contraídos, es razón para que algunos se sientan molestos y otros
ya no acudan a él.
El lenguaje poco digno, sobre todo en la predicación, escandaliza a
los pequeños en su fe. Las expresiones vulgares ofenden la dignidad de
las celebraciones y de la comunidad.
Las desatenciones con los demás, sobre todo con los pobres, hacen a
éstos sentirse marginados, y no los preferidos del Señor.
La incapacidad de aceptar las propias deficiencias y de reconocer los
errores personales, nos hacen orgullosos y autoritarios.
La ingratitud con tantas personas que nos hacen el bien y nos com-
parten lo que son y lo que tienen, nos hacen sentirnos merecedores de
todos los favores. A veces, no saludamos ni sonreímos, y nos vamos
haciendo de un carácter seco, frío, duro e insensible; descuidamos los
detalles humanos en las fiestas o en las penas de los demás, y nos vamos
queriendo convertir en ángeles o en estatuas…

250
EXIGENCIAS

Sin embargo es muy digno de tomarse en cuenta la siguiente adver-


tencia del Papa Juan Pablo II a los sacerdotes de Estados Unidos en Mia-
mi: “Es importante que nos sintamos satisfechos en nuestro ministerio,
y que seamos sinceros en la naturaleza de la satisfacción que de él
podemos recibir. La salud física y emocional del sacerdote es un factor
muy importante en su contextura humana y en sentirse dichoso como
ministro del Señor; ciertamente es necesario atender a ello. Felicito
a vuestro obispo y a vosotros mismos por haber prestado durante los
últimos años una atención particular a estas materias. No obstante, el
sentirse realizado que dimana de nuestro ministerio, en última instan-
cia no consiste sólo en sentirse bien, de orden físico o psicológico; y
menos aún en la comodidad material o en el sentirse protegido. Nuestra
realización depende de nuestra relación con Cristo y del servicio que
nosotros ofrendamos a su Cuerpo que es la Iglesia. En verdad cada uno
de nosotros será más él mismo cuando sea hombre para los demás”
(LOR 20 de sept. de 1987, pág.3).
Que Jesús, el hombre por excelencia (cf Jn 19,5), y María, la bendita
entre las mujeres (cf Lc 1,42), nos ayuden a ser personas maduras y equi-
libradas. Sólo así nos sentiremos realizados.

Ejercicio para valorar tu madurez humana:


a) Califícate a ti mismo, del 5 al 10, sobre las siguientes virtudes
humanas que se piden a un presbítero, para que sea “puente y no
obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo” (cf PDV
43; 26; 18 y 72; OT 11; RFIS 51; OECS 18).
b) Compartir con uno o dos sacerdotes que te conocen bien, para
que te digan si es correcta la calificación que te pusiste.
Algunos elementos indicativos de madurez humana:
1. Conocer en profundidad el alma humana
2. Intuir dificultades y problemas
3. Facilitar el encuentro y el diálogo
4. Obtener la confianza y la colaboración
5. Expresar juicios serenos y objetivos
6. Personalidad equilibrada

251
SER SACERDOTE VALE LA PENA

7. Personalidad sólida
8. Libertad
9. Capacidad para las responsabilidades
10. Amar la verdad
11. Lealtad
12. Respeto por la persona
13. Sentido de la justicia
14. Fidelidad a la palabra dada
15. Verdadera compasión
16. Coherencia
17. Equilibrio de juicio
18. Equilibrio de comportamiento
19. Capacidad de relacionarse con todos
20. Hombre de comunión
21. No ser arrogante
22. No ser polémico
23. Afable
24. Hospitalario
25. Sincero en palabras y en el corazón
26. Prudente
27. Discreto
28. Generoso
29. Disponible para el servicio
30. Capacidad de ofrecer y suscitar en todos relaciones leales y fra-
ternas
31. Dispuesto a comprender
32. Dispuesto a perdonar
33. Dispuesto a consolar
34. Sabiduría
35. Firmeza doctrinal en lo esencial
36. Libertad sobre puntos de vista subjetivos
37. Desprendimiento personal
38. Paciencia
39. Gusto por el esfuerzo diario
40. Confianza en los sencillos y pobres
41. Hombre de diálogo

252
EXIGENCIAS

42. Saber buscar en común la verdad


43. Promoción de la justicia y la paz
44. Sensibilidad humana
45. Comprender necesidades y acoger ruegos
46. Intuir preguntas no expresadas
47. Compartir esperanzas y expectativas
48. Compartir alegrías y trabajos de los otros
49. Hacer propia la experiencia del dolor
50. Autocontrol emotivo
51. Estabilidad y serenidad
52. Autonomía
53. Creatividad
54. Aprender de las experiencias
55. Sinceridad
56. Buena educación y urbanidad en el obrar
57. Modestia en el hablar
58. Laboriosidad
59. Capacidad para colaborar con otros
60. Capacidad de discernir y coordinar dones y carismas
61. Presentación personal
62. Limpieza
63. Puntualidad
64. Alegría

Para reflexión personal sobre la madurez afectiva:


1. “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mis-
mo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le
revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo
hace propio, si no participa en él vivamente” (Juan Pablo II: Redemptor
Hominis, 10). ¿Cuál es tu experiencia de amar y ser amado, en diferentes
niveles: familia, compañeros, superiores, amigos, amigas, etc.?
2. “A la vista del compromiso del celibato, la madurez afectiva ha
de saber incluir, dentro de las relaciones humanas de serena amistad y
profunda fraternidad, un gran amor, vivo y personal a Jesucristo” (PDV
44). ¿De qué forma armonizas tu amor humano y tu amor a Jesucristo?

253
SER SACERDOTE VALE LA PENA

3. “Puesto que el carisma del celibato, aun cuando es auténtico y


probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y los impulsos
del instinto,... se necesita una madurez afectiva que capacite a la pru-
dencia, a la renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, a la estima
y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres. Una
valiosa ayuda podrá hallarse en una adecuada educación a la verdadera
amistad, a semejanza de los vínculos de afecto fraterno que Cristo mis-
mo vivió en su vida” (PDV 44). ¿Qué significa este texto del Magisterio
de la Iglesia para mi propia madurez afectiva?
4. Es “urgente una educación a la sexualidad que sea verdadera
y plenamente personal... La madurez afectiva exige una formación clara
y sólida para la libertad: que la persona sea verdaderamente dueña de
sí misma, decidida a combatir y superar las diversas formas de egoísmo
e individualismo... Intimamente relacionada con la formación a la liber-
tad responsable está también la educación de una conciencia moral”
(PDV 44). ¿Tengo bien educada mi sexualidad? ¿Soy verdaderamente
libre? ¿Está rectamente formada mi conciencia?

34. OBEDIENCIA

Adán, por su desobediencia a Dios, perdió el paraíso que Él le había


regalado. Se quedó desnudo (cf Gn 3, 1-24). Su desobediencia nos con-
tagió a todos (cf Rom 5,19).
Por lo contrario, Jesucristo, “siendo de condición divina, se despojó
de sí mismo, tomando forma de siervo…, y se humilló a sí mismo, obe-
deciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Filip 2, 6-8). Su obediencia
nos hace justos (cf Rom 5,19).
Si Jesús se hubiera encarnado, hubiera dicho y hecho todo cuanto rea-
lizó, pero no hubiera obedecido la voluntad el Padre, no nos habríamos
salvado. Desde luego, no sería Hijo del Padre.
Para Jesús, hacer la voluntad del Padre era el criterio fundamental y
la explicación final de todo su ser (cf Jn 4,34; 5,30; 6,38-40; 17,4; 19,30;
Mt 26,39.42; Heb 10,5-7; Lc 2,49).
No puede ser otra la línea de vida para todo cristiano y, en particular,

254
EXIGENCIAS

para el sacerdote, que hacer la voluntad del Padre (cf Mt 6,10; Hech 21,14;
Ef 1,9; 5,17; Rom 12,2; Ef 6,6; Heb10,36; 13,21; 1 Pedr 4,2; 1 Jn 2,17).
Jesús nos hace comprender que María está cerca de Él más por ha-
cer la voluntad de Dios, que por haberlo engendrado físicamente (cf Mc
3,31; Lc 11,27-28).
Con razón dice el Concilio Vaticano II: “Entre las virtudes que ma-
yormente se requieren para el ministerio de los presbíteros, hay que
contar aquella disposición de ánimo por la que siempre están prontos
a buscar no su propia voluntad, sino la voluntad de Aquél que los ha
enviado… El verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, inda-
gando cuál sea el beneplácito de Dios y, como atado por el Espíritu, se
guía en todo por la voluntad de Aquél que quiere que todos los hombres
se salven” (PO 15).

Sin embargo ¿cómo conocer la voluntad de Dios?


El mismo Concilio responde: La voluntad de Dios se “puede descu-
brir en las circunstancia cotidianas de la vida, sirviendo a todos los que
le han sido encomendados por Dios en el cargo que se le ha confiado y
en los múltiples acontecimientos de la vida” (Ibid).
“Ahora bien, el ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio
de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con
todo el Cuerpo. Así la caridad personal apremia a los presbíteros a que,
obrando en comunión, consagren por la obediencia su propia voluntad al
servicio de Dios y de sus hermanos, aceptando y ejecutando con espíritu
de fe lo que se manda o que se recomienda por parte del Sumo Pontífice y
del propio Obispo, lo mismo que por otros superiores: gastando de bue-
nísima gana y hasta desgastándose a sí mismo en cualquier cargo, por
humilde y pobre que sea, que les fuere confiado” (Ibid; cf CIC 273).
La obediencia por amor es la virtud más importante y necesaria en el
sacerdote, y también la más difícil, porque toca lo más hondo de nuestra
personalidad.
Cuestan mucho el celibato y la pobreza, pero no tanto como la obe-
diencia. Y sin embargo, ésta es la más indispensable para ser sacramento
de Cristo, quien salvó al mundo por hacerse obediente a una decisión que
parecía la más absurda e injusta del mundo.

255
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Lo mas difícil de la vida sacerdotal es renunciara los propios criterios


y aceptar los de aquellos que han sido puestos como responsables de la
Iglesia. Esto es negarse a sí mismo con absoluta radicalidad (cf Lc 9,23-
24).
Pero, una obediencia de esta naturaleza, ¿no nos lleva a la desperso-
nalización?
En Jesús vemos que no sucedió eso; al contrario; fue precisamente
por su obediencia hasta la muerte en cruz por lo que fue exaltado (cf Filip
2, 9-11).
Obedecer no le impide expresar al Padre sus deseos, necesidades y
convicciones; se las manifiesta confiada e insistentemente; pero tam-
bién le ratifica su total disponibilidad para acatar lo que Él decida (cf Mt
26,39-44).
Es lo que dice el Concilio: “Esta obediencia, que conduce a la más
madura libertad de los hijos de Dios, exige por su naturaleza que, al bus-
car prudentemente los presbíteros, en el cumplimiento de su ministerio,
movidos de la caridad, nuevos métodos para el mayor bien de la Iglesia,
propongan confiadamente sus proyectos y expongan insistentemente las
necesidades de la grey que se les ha sido confiada, prontos siempre a so-
meterse al juicio de los que ejercen la autoridad principal en el gobierno
de la Iglesia de Dios” (PO 15).
Es decir: obedecer no es ser un ejecutor autómata de órdenes superio-
res, sino un colaborador adulto y corresponsable.
“Por su misma naturaleza”, dice el Concilio, la obediencia exige
creatividad, diálogo, e incluso insistencia en la presentación de proyectos
pastorales, siempre y cuando sean movidos por la caridad pastoral, por el
bien de la comunidad, y no por conveniencias e intereses personales.
Con todo, lo esencial será siempre acatar las disposiciones del supe-
rior, no porque nos convenzan, sino porque descubrimos en ellas, por la
fe, la voluntad del Señor.
Obedecer sólo cuando me parecen buenas las decisiones, no es obe-
decer; eso no es virtud. Obedecer en forma pasiva, no es ni humano.
Obedecer por servilismo, es indigno y degradante. Obedecer por miedo,
no hace libres a las personas. Obedecer por conveniencia, es repulsivo y
farisaico. Obedecer por motivos de fe y de amor, nos asemeja a Jesús y
nos hace ser sus verdaderos sacramentos.

256
EXIGENCIAS

¿Por qué algunos sacerdotes no cumplen la promesa que, libremente,


hicieron el día de su ordenación, de vivir en obediencia y reverencia a
su Obispo?
La raíz del pecado de Adán, al desobedecer, es el orgullo; es decir, la
pretensión de hacerse como Dios (cf Gn 3,5).
Cuando alguien desobedece, quiere sentirse “como Dios”: él es quien
manda y decide, sin depender de nadie; no tiene por qué hacer lo que
otros digan; sus criterios y razones son los que valen; el Obispo no saben
nada y sus consejeros menos… Pero, eso sí, en su comunidad se hace lo
que él manda. Fácilmente se convierte en un cacique, autoritario e impo-
sitivo; sus normas son las que prevalecen.
Muchos casos de desobediencia se explican por los rechazos pater-
nos que algunos vienen arrastrando desde su infancia. Se revelan contra
todo lo que se huela a autoridad de cualquier nivel, aunque las decisiones
sean buenas. Lo más importante es llevar la contra y hacerse notar; apa-
recer como valientes “profetas”.
Esto no quiere decir que siempre la autoridad tenga la razón y que los
súbditos siempre sean los rebeldes. La autoridad que decretó la muerte
de Jesús, cometió una verdadera injusticia. Pero en esa decisión, Él des-
cubrió la voluntad del Padre. Y su obediencia a una orden injusta fue lo
que nos salvó.
Para poder llegar a esta obediencia, por convicción y servicio ecle-
sial, se requiere mucha humildad, mucha fe y muchísima oración de ro-
dillas ante el Sagrario.
Cuando morimos a nuestra voluntad y a nuestro criterio (cf Jn 12,24-
28) y obedecemos con sencillez, sin amarguras ni resentimientos, el Se-
ñor se encarga de nosotros, nos da una fecundidad indescriptible (cf Filip
2,6-11; Hech 4,10-12; Hebr 11,8-12). Sólo así Él puede hacer su obra en
nosotros; sólo así lo seguimos por los caminos que Él quiere, caminos
que siempre deben pasar por la cruz (cf Mt 10,38; 16,24; Mc 10,21; Gál
6,14; Filip 2,8).
En cambio, cuando alguien no obedece, se queda infecundo y no par-
ticipa en la glorificación de la cruz.
¡Vale la pena optar por obedecer siempre!

257
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Que María, la mujer más humilde y más obediente (cf Lc 1,34-38),


interceda por nosotros, para que valoremos y practiquemos la virtud de la
obediencia. Entonces seremos realmente libres y verdaderos sacramen-
tos de Cristo.

Para la reflexión personal:


1. El día de la ordenación diaconal y presbiteral, prometiste “obedien-
cia y respeto” a tu obispo, a sus sucesores y a tus legítimos superio-
res. ¿Cómo has hecho vida este compromiso?
2. Dice PDV en el No. 28: “La sumisión a cuantos están revestidos
de la autoridad eclesial no tiene nada de humillante, sino que nace
de la libertad responsable del presbítero”. ¿Cómo compaginas tu
propia dignidad con una obediencia sincera y libre?
3. La forma en que Jesucristo obedeció tanto a su Padre como a las
autoridades humanas, ¿cómo inspira tu obediencia?
4. “La obediencia, que conduce a la más madura libertad de los hijos
de Dios, exige por su naturaleza que, al promover los presbíteros,
en el cumplimiento de su ministerio, movidos de la caridad, nuevos
métodos para el mayor bien de la Iglesia, propongan confiadamen-
te sus proyectos y expongan insistentemente las necesidades de la
grey que les ha sido confiada, prontos siempre a someterse al juicio
de los que ejercen la autoridad principal en el gobierno de la Iglesia
de Dios” (PO 15). ¿Qué te dice este texto del Concilio para tu propia
manera de vivir la obediencia?

35. LA CASTIDAD

Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, permaneció siempre casto y de-


cidió vivir célibe.
El sacerdote, que es sacramento de Cristo, debe ser casto siempre. Y
aunque el celibato “no se exige por la naturaleza misma del sacerdocio,
está, sin embargo, en múltiple armonía con el sacerdocio” (PO 16).
Por eso, la Iglesia prescribe: “Los clérigos están obligados a obser-
var una continencia perfecta y perpetua por el reino de los cielos y, por

258
EXIGENCIAS

tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de


Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácil-
mente a Cristo con un corazón indiviso y dedicarse con mayor libertad
al servicio de Dios y de los hombres” (CIC 277,1).
El celibato sacerdotal, sin embargo, no es sólo fruto de una ley, o
exigencia de una norma canónica. Es consecuencia lógica de nuestra
identificación sacramental con Cristo. Por eso, si queremos asemejarnos
en todo a Él y ser una imagen más fiel de su persona, es muy necesario
ratificar nuestra decisión, libre y consciente, de permanecer célibes como
Él. Y aunque la Iglesia latina llegara a cambiar su praxis —cosa que no
se ve factible ahora, por múltiples y justificadas razones (cf Encíclica de
Pablo VI: Sacerdotalis Coelibatus, 24 de junio 1967)— y hubiera la po-
sibilidad de ser presbítero casado, nosotros, en este momento, hemos de
reasumir la opción del celibato, por una intima convicción personal.

¿Por qué es más conveniente el celibato?


Para consagrarse “de nueva y excelente manera a Cristo”; para unir-
se “más fácilmente a Él con corazón indiviso” (PO 16; cf 1 Cor 7,32-34).
Para entregarse “más libremente, en Él y por Él, al servicio de Dios y de
los hombres”; para servir “más expeditamente a su Reino y a la obra de
la regeneración sobrenatural”; para hacerse “más apto para recibir más
dilatada paternidad en Cristo” (PO 16). Para evocar “aquel misterioso
connubio, por el que la Iglesia tiene por único esposo a Cristo” (PO 16,
cf LG 42 y 44; PC 12). Para convertirse “en signo vivo de aquel mundo
futuro, que se hace ya presente por la fe y la caridad, y en el que los hijos
de la resurrección no tomarán ni las mujeres maridos ni los hombres
mujeres” (PO 16; cf Lc 20,35-36).
El celibato, si se asume y se vive por amor, no es una limitación,
ni una castración; mucho menos una frustración o una despersonaliza-
ción antinatural. Al contrario: es una plenitud, es una mayor libertad para
amar, es una fuente de una gran fecundidad, es una realización personal.
La única condición es que se viva por un amor exclusivo y total al
Señor y a su pueblo, para amar a los hermanos con la totalidad del propio
ser. Sin esto, no pasa de ser una simple soltería, con muchos riesgos de
frustración y fracaso.

259
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Hay sacerdotes que parecen más unos solterones amargados, que


unos padres felices.
Para llegar a ser célibes, antes hay que aprender a ser casto; es de-
cir, hay que educarse para ser limpios, respetuosos, honestos, “de pen-
samiento, palabra y obra”, ante la sexualidad, tanto propia como de los
demás (cf 1 Cor 6,19-20).
Debemos evitar todo género de impurezas, la fornicación, el liber-
tinaje, la grosería, las necedades, las expresiones vulgares y hasta los
malos deseos (cf Gál 5,16-25; Ef 4,17-24; 5,3-17; Col 1,21-22; 3,5-10; 1
Cor 5,1-13; 6,12-20; 1 Tes 4,7; Mt 5, 27-30).
En esta materia, se pueden presentar dos problemas; que requieren un
particular tratamiento: la masturbación y la homosexualidad.
La masturbación, que en la adolescencia podría ser menos conflic-
tiva, en la vida adulta siempre es signo de que hay algún problema de
personalidad. Es una regresión a la etapa fetal, en que el individuo está
vuelto sobre sí mismo. Es una compensación a muchas frustraciones. Es
un autoconsuelo egoísta. Es producirse una autosatisfacción, porque la
vida no nos complace. Es una señal de que no se está recibiendo el afecto,
el aprecio y el reconocimiento que necesitamos para disfrutar la vida.
Sin embargo, es un autoengaño pasajero y transitorio, que provoca
nuevas frustraciones y decepciones de sí mismo. “Es peor el remedio
que la enfermedad”.
Cuando alguien tenga este problema, debe replantearse su vida, sus
metas, sus relaciones, su forma de ser y de actuar. Porque no es sólo un
pecado contra la castidad; es un problema de personalidad. Que salga
de sí mismo. Que pida ayuda, incluso especializada. Que analice las
posibles causas, incluso desde su infancia. Que se entregue a servir,
a dar la vida, sin esperar recompensa. Que no se aísle, que ore, haga
penitencia y no deje los sacramentos. Que acuda a la Virgen María (cf
Rom 7,14-25).
La homosexualidad, en la vida de un adulto, refleja graves fallas de
equilibrio en la personalidad. Sus raíces normalmente están en la caren-
cia de una figura paterna adecuada. O en la falta de relaciones normales
dentro de la familia.
Si alguien tuviera este problema, no es apto para el sacerdocio; por
tanto, se le debe excluir definitivamente del Seminario. No sólo porque

260
EXIGENCIAS

es incapaz de vivir el celibato, sino porque es incapaz de amar en forma


adulta y equilibrada.
Si hubiera algún sacerdote con esta desviación, debe atenderse in-
mediatamente, con especialistas de criterio ortodoxo; alejarse de toda
ocasión; extremar sus precauciones para no pecar; ser humilde; replan-
tearse su historia personal, empezando por su infancia; reeducarse para
la relación con su propia familia, sobre todo con su padre, y acudir in-
sistentemente al Señor, quien puede hacer maravillas (cf 1 Tes 4,1-8; Ef
2,1-10; Col 3,5-15; Lc 18,27).
A pesar de las limitaciones humanas y de tantas fallas que se pueden
dar en la vida de algunos sacerdotes, sí es posible vivir el celibato; sí es
hermoso guardar continencia perfecta y perpetua. Y hay que afirmar, sin
temor a equivocarse, que la mayoría de los sacerdotes son fieles a sus
compromisos de castidad absoluta.
Sin embargo, “el celibato no es para todos. Requiere una especial
llamada del Señor y no deja de ser para toda la vida un riesgo y un pe-
ligro, si se extinguiese la llamada de la paternidad pastoral universal y
la exclusiva dedicación a Cristo” (OECS 32).

¿Qué medios pueden ayudar a vivirlo en plenitud?


Ante todo, educarse permanentemente para amar con toda intensidad
al Señor y a su Iglesia. Ser célibe es estar dedicado sólo a amar, hasta dar
la vida (cf Jn 15,13; Ef 5,25; OECS 31). Quien deja de amar, quien no
es un pastor que da la vida, se expone a que su vida no sea plenamente
satisfactoria y a buscar compensaciones de toda naturaleza.
Así mismo, no descuidar la ascesis de los sentidos y el autocontrol de las
emociones; “moderar siempre las solicitaciones que renacen de manera
nueva e imprevista” (OECS 33). “Al igual que el amor humano, la ple-
nitud del amor que el celibato lleva consigo, requiere el cotidiano reno-
varse en la gozosa renuncia de sí mismo. Sólo así pueden superarse las
dificultades que nacen con el paso del tiempo y de una cierta monotonía
en la propia vida, como también de la resistencia de la naturaleza”
(Ibid).
“El celibato sacerdotal se vislumbra como un ofrecimiento al Señor
durante toda la vida. La consagración de la continencia no se agota en

261
SER SACERDOTE VALE LA PENA

el gesto aislado de la ordenación sacerdotal, sino que se renueva en la


continua y necesaria vigilancia frente a simpatías, amores sensibles y
afectos pasionales” (Ibid).
Por eso, dice el Código de Derecho Canónico: “Los clérigos han de
tener la debida prudencia en el trato con aquellas personas que pueden
poner en peligro su obligación de guardar la continencia o ser causa
de un escándalo par los fieles” (Canon 277,2). Sobre esto, hablaremos
ampliamente en el tema “Relación con la mujer”.
Hay que ser humildes, para reconocer la propia debilidad, y huir de
todas las ocasiones de fallar (cf Mc 14,38; Mt 5,27-30).
Ser sincero en la confesión y no dejar la dirección espiritual. Renovar
diariamente, en la Eucaristía, nuestro compromiso de inmolación con
Cristo.
Pedir “humildemente e insistentemente” el don de la fidelidad, pues-
to que el celibato es un regalo que podemos fácilmente perder (cf Mt 6,
13; 19,11; 2 Cor 4,7; PO 16).
Sobre estos puntos, dijo el Papa Juan Pablo II a los sacerdotes de Es-
tos Unidos, en Miami: “Para perseverar en nuestro ministerio pastoral,
necesitamos sobre todo una sola cosa, la cual, dice Jesús, hace falta (cf Lc
10,42). Necesitamos conocer muy bien al Pastor. Necesitamos una pro-
funda relación personal con Cristo, fuente y modelo supremo de nuestro
sacerdocio; una relación que exige la unión en la oración. Nuestro amor
por Cristo, que se enciende siempre de nuevo en la oración —particular-
mente en la plegaria ante el Santísimo Sacramento— constituye la base de
nuestro compromiso con la vida célibe. Este amor hace posible también
que, que como servidores del reino de Dios, podamos amar a nuestros
fieles profunda y castamente” (L´OR 20 de sept. de 1987, pág. 4).
Acudamos a María, la Virgen (cf Mt 1,22-23; Lc 1,27.34), para que
nos proteja en nuestras tentaciones y nos fortalezca en nuestras debili-
dades.

Para la reflexión personal:


1. ¿Por qué decidí consagrar mi vida en el celibato? ¿Qué significa
para mí ser célibe?
2. La “perfecta continencia por el reino de los cielos es señal y estí-

262
EXIGENCIAS

mulo de la caridad y manantial extraordinario de espiritual fecun-


didad en el mundo... El celibato libremente escogido y perpetuo...
es un enriquecimiento positivo del sacerdocio” (PDV 29). ¿De qué
manera mi celibato me hace sentir plenamente realizado como un
padre fecundo?
3. “Será la oración, unida a los Sacramentos de la Iglesia y al esfuerzo
ascético, los que infundan esperanza en las dificultades, perdón en
las faltas, confianza y ánimo en el volver a empezar” (PDV 29).
“Son de máxima importancia para la formación de la castidad en
el celibato la solicitud del Obispo y la vida fraterna entre los sacer-
dotes..., un adecuado grado de madurez psíquica y sexual, así como
una vida asidua y auténtica de oración,... la dirección de un padre
espiritual..., la estima de la amistad sacerdotal y de la autodiscipli-
na, como también la aceptación de la soledad y un correcto estado
personal físico y psicológico... Es necesario instruir y educar a los
fieles laicos..., de modo que ayuden a los presbíteros con la amistad,
comprensión y colaboración” (PDV 50). ¿Cuáles de estos medios te
han ayudado más a vivir serena y gozosamente tu celibato?
4. ¿Cómo manifiestas tu disposición a pedir ayuda, cuando la has ne-
cesitado, y a darla a quien le hace falta?

36. LA POBREZA

Jesucristo siendo rico, dueño y señor de todas las cosas, decidió na-
cer, crecer, vivir y morir pobre (cf 2 Cor 8,9). Quiso asumir la naturaleza
humana, con todas sus limitaciones, menos el pecado, para estar más
cerca de nosotros. Por ello, se despojó libremente de la gloria que le
pertenece como Dios (cf Filip 2,6-8).
El sacerdote es sacramento de Jesucristo, pobre entre los pobres. Por
tanto, es esencial al sacerdote —para ser signo verdadero de Cristo— ser
pobre y vivir como pobre, por decisión personal, por vocación sacra-
mental.
Para el sacerdote diocesano, no hace falta emitir un voto como el
religioso, para urgirse la pobreza. Se nos exige por nuestra misma orde-
nación, por nuestra identificación con Cristo.

263
SER SACERDOTE VALE LA PENA

¿Qué significa para nosotros ser pobres?

Siguiendo al Concilio Vaticano II, en su decreto sobre el ministerio y


vida de los presbíteros (Nº 17), ser pobre es saber ser libre ante las cosas;
es usar el mundo como si no se usara (cf 1 Cor 7,31); es evitar todo afecto
desordenado hacia lo creado; es no depender de los objetos materiales
para ser feliz. Todo esto en orden a hacerse dóciles para oír la voz de
Dios en la vida cotidiana.
Ser pobre es fiarse totalmente de Dios; es estar seguros de que Él,
como buen padre, no nos puede dejar (cf Mt 6,25-34; 7,7-11; Lc 12,22-
34; 22,35).
Ser pobre es estar completamente abierto a Dios, para que Él reine en
nuestra vida (cf Mt 5,3).
Ser pobre es hacerse sencillo y pequeño, para descubrir y acoger las
maravillas y los secretos de Dios (cf Lc 10,21).
Ser pobre es saber tomar una actitud recta ante los bienes terrenos,
por otra parte “absolutamente necesarios para el provecho personal del
hombre” (PO 17).
Ser pobre es “usar los bienes temporales sólo para aquellos fines a
que, de acuerdo con la doctrina de Cristo Señor y la ordenación de la
Iglesia, es lícito ordenarlos” (Ibid).
Ser pobre es pedir consejos y ayuda de laicos peritos para la adminis-
tración económica y, si es posible, dejarla en sus manos (cf Ibid).
Ser pobre es saber destinar los bienes temporales “para la ordena-
ción del cultivo divino, para procurar la honesta sustentación, para ejer-
cer las obras del sagrado apostolado o de la caridad, señaladamente
con los menesterosos y para el cumplimiento de los deberes del propio
estado” (Ibid).
Ser pobre es emplear “en bien de la Iglesia o en las obras de cari-
dad” (Ibid) lo que sobrare de lo que necesitamos en estricta justicia (cf
CIC 282,2).
Ser pobre es no tener “como negocio el oficio eclesiástico” (PO 17;
cf CIC 947).
Ser pobre es no emplear las ganancias que provengan del oficio ecle-
siástico “para aumentar el patrimonio de la propia familia” (PO 17).

264
EXIGENCIAS

Ser pobre es no “apegar de manera alguna su corazón a la riqueza”


(Ibid).
Ser pobre es evitar “siempre toda codicia” y abstenerse “cuidadosa-
mente de todo género de comercio” (Ibid; cf CIC 286).
En particular, ser pobre es “conformarse más manifiestamente a
Cristo y tornarse más pronto para el sagrado ministerio” (PO 17).
Ser pobre es dar gratuitamente el don de Dios, porque en forma gra-
tuita lo hemos recibido (cf Ibid).
Ser pobre es saber “estar en la abundancia y sufrir escasez” (Ibid;
cf Filip 4,12).
Ser pobre es tratar de llegar a establecer, con quienes convivimos,
una “comunidad de bienes”, por medio de “cierto uso común de las co-
sas” (PO 17).
Ser pobre es evitar “todo aquello que de algún modo pudiera alejar
a los pobres” (Ibid).
Ser pobre es “apartar, más que los otros discípulos de Cristo, toda
especie de vanidad” (Ibid; cf CIC 282,1; 285,1 y 2).
Ser pobre es disponer de la casa de “tal forma de que a nadie resulte
inaccesible, ni nadie, aún el más humilde, tenga nunca miedo de frecuen-
tarla” (PO 17; cf CIC 282,1).
Ser pobre es no olvidar nuestro origen, ni avergonzarnos de nuestros
padres y familiares, por más sencillos que sean (cf Mc 6,1-3).
Ser pobre es dejar “casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o
capitales”, por el Señor y por su Evangelio (Mc 10,29).
Ser pobre es saber recibir “el ciento por uno, ya desde el presente”
(Mc 10,30).
Ser pobre es no acumular bienes terrenos, ni poner en ellos el cora-
zón; tampoco hacer depender el futuro ministerial de presupuestos eco-
nómicos (cf Mt 6,19-21; 10,9-10).
Ser pobre es no postrarse ante el dinero ni hacer depender el éxito
personal por la cantidad que se posea; no dejarse comprar con dinero; no
condicionar los servicios a una paga (cf Mt 4,8-10; 6,24; 10,8).
Ser pobre es aceptar las correcciones que nos hacen los demás y cam-
biar de vida (cf Mt 18,15).
Ser pobre es estar dispuesto hasta dar la vida por el Señor y por los
prójimos, y no sólo dar las cosas materiales (cf Mt 10,39; 16,24-26).

265
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Ser pobre es tener una preferencia especial por los pobres, sin excluir
a nadie (cf Lc 4,18; Mt 11,5; DP 1134-1165).
Ser pobre es exponerse a morir desnudo, sin nada para cubrirse (cf
Jn 19,23-24).
Ser pobre es ser humilde para recibir servicios de los ricos (cf Mt
27,57-60); aceptar sus “obras buenas” con nosotros (cf Mt 26,6-10; Lc
8,1-3) y permitir ser honrado con un “gran banquete” (cf Lc 5,29; 7,36-
38; 11,37; 14,1); pero no depender de ellos, ni perder la libertad para
predicarles el Evangelio en su radicalidad (cf Lc 6,24-26).
Ser pobre es no hacer consistir la felicidad en la cantidad de bienes
que se posea (cf Lc 12,13-21).
Ser pobre, en fin, es vivir como hijo del Padre y como hermano de
todos los demás (cf Mt 6,9-13; Lc 6,36-38).
Perdonar y hacer el bien a quien nos ha causado algún daño, es señal
de pobreza (cf Lc 6,27-35). Igualmente, perder el tiempo y los bienes,
con tal de estar cerca del necesitado (cf Lc 10,30-37).
¿Cuál nuestra actitud ante el dinero y los bienes materiales? ¿Cuál ha
de ser nuestro estilo de pobreza? Es decir: ¿De qué Cristo quiero y debo
ser sacramento?
Es difícil la pobreza espiritual, pero también es dura la pobreza ma-
terial, sobre todo cuando alguien de la familia depende económicamente
de nosotros; o cuando no podemos atendernos una enfermedad por falta
de recursos; o cuando estamos en parroquias donde apenas alcanza para
mal comer, y vemos que otros “hermanos” tienen para lujos y comodida-
des… Sin embargo, ¡cuan libres nos hace esta pobreza!
Vivir la pobreza efectiva nos ayuda a purificar nuestra fe, a valorar
las pequeñas cosas buenas de cada día, a contentarnos con lo indispen-
sable, a no ambicionar más de lo necesario, a identificarnos más con
Cristo pobre.
Y cuando uno decide ser y vivir realmente pobre, Dios Padre nunca
nos deja. Vemos milagros a cada momento, porque Él cumple siempre su
palabra (cf Mt 5 25-34; 10,9-10).
Los fieles de nuestra comunidad, si nos ven desprendidos y desinte-
resados, nos dan más que el ciento por uno; nos comparten lo mucho o
lo poco que tienen; nos proporcionan más de lo que necesitamos. Y si
alguien no cree esto, que haga la prueba de ser pobre, y experimentará

266
EXIGENCIAS

la felicidad del amor de Dios, manifestado en la generosidad de los cris-


tianos.
Por eso, para vivir una pobreza feliz y hermosa, hay que tener una fe
firme a Dios Padre y una entrega apasionada al servicio de la comunidad.
Ellos se encargarán siempre de nosotros.
¿Por qué algunos sacerdotes, a pesar de preceder de familias humil-
des, se han enriquecido?
Puede ser para compensar las limitaciones padecidas en su familia;
o para ocultar complejos de inferioridad; o para sentirse triunfadores al
menos en este campo. Puede ser por el contagio del medio ambiente; por
las presiones de la misma familia. En última instancia, es por falta de la
espiritualidad que la Iglesia pide a sus sacerdotes.
Con todo, puedo afirmar con toda seguridad que la inmensa mayoría
de los sacerdotes viven con sencillez y austeridad. En cualquier otra pro-
fesión, con los estudios que tienen y con el trabajo que desarrollan, muy
pronto podrían tener mucho más de lo que ahora poseen.
Que María, la mujer pobre de Nazareth y Belén (cf Lc 2,7), la humil-
de esclava del Señor (cf Lc 1,38), la que engrandece a quien exalta a los
humildes y derriva a los potentados (cf Lc 1,52-53), la que escoge a un
indígena, Juan Diego, para expresarnos su amor y su ternura, nos enseñe
a ser pobres, humildes y sencillos.

Para la reflexión personal:


1. ¿Qué significa para ti la pobreza evangélica vivida y enseñada por
Jesús?
2. “Los sacerdotes deben ser capaces de testimoniar la pobreza con
una vida simple y austera, habituados ya a renunciar generosamen-
te a las cosas superfluas” (PDV 30). ¿Tu vida es simple y austera?
¿A qué cosas superfluas debes renunciar?
3. “Sólo la pobreza asegura al sacerdote su disponibilidad a ser en-
viado allí donde su trabajo sea más útil y urgente, aunque compor-
te sacrificio personal” (PDV 30). ¿Estás dispuesto a ir donde te
envíen, “sin lastres y sin ataduras, siguiendo sólo la voluntad del
Maestro”? (Ib).

267
SER SACERDOTE VALE LA PENA

4. “La libertad interior, que la pobreza evangélica custodia y alimenta,


prepara al sacerdote para estar al lado de los más débiles; para ha-
cerse solidario con sus esfuerzos por una sociedad más justa; para
ser más sensible y más capaz de comprensión y de discernimiento
de los fenómenos relativos a los aspectos económicos y sociales de
la vida; para promover la opción preferencial por los pobres; ésta,
sin excluir a nadie del anuncio y del don de la salvación, debe incli-
narse ante los pequeños, ante los pecadores, ante los marginados de
cualquier clase, según el modelo ofrecido por Jesús en su ministerio
profético y sacerdotal” (PDV 30). ¿Cómo vives tú la opción prefe-
rencial por los pobres?

37. LA ORACIÓN DEL SACERDOTE

El sacerdote es sacramento de Jesucristo; por tanto, debe reflejar en


su vida las mismas actitudes de Él. Ahora bien, “los evangelios nos pre-
sentan a Jesús muchísimas veces en oración” (OGLH 4):

• Cuando el Padre le revela su misión: Lc 3,21-22.


• Antes del llamamiento a los apóstoles: Lc 6,12.
• Cuando bendice a Dios en la multiplicación de los panes: Mt
14,19; 15,36; Mc 6,41; 8,7; Lc 9,16; Jn 6,11.
• En la transfiguración: Lc 9,28-29.
• Cuando sana al sordo y mudo: Mc 7,34.
• Cuando resucita a Lázaro: Jn 11,41ss.
• Antes de requerir de Pedro su confesión: Lc 9,18.
• Cuando enseña a orar a sus discípulos: Lc 11,1.
• Cuando los discípulos regresan de la misión: Mt 11,25ss; Lc
10,21ss.
• Cuando bendice a los niños: Mt 19,13.
• Cuando ora por Pedro: Lc 22,32.
• Cuando se retira al desierto o al monte a orar: Mc 1,35; 6,46; Lc
5,16; Mt 4,1; 14,23.
• Levantándose muy de mañana: Mc 1,35.
• Permaneciendo en oración, al anochecer, hasta la madrugada:

268
EXIGENCIAS

Mt 14,23.25; Mc 6,46.48; Lc 6,12.


• Participando en las oraciones públicas de la sinagoga, donde
entró en sábado, “como era su costumbre”: Lc 4,16.
• Participando en las oraciones del templo, al que llamó casa de
oración: Mt 21,13.
• Al comer, dirige a Dios las tradicionales bendiciones: Mt 14,19;
15,36; 26,26.30; Lc 24,30.
• Acercándose ya el momento de la pasión: Jn 12,17ss.
• En la última Cena: Jn 17,1-26.
• En la agonía: Mt 26,36-44.
• En la cruz: Lc 23,34.46; Mt 27,46; Mc 15,34.
• Resucitado, ruega por nosotros: Heb 7,25.

“Lo que Jesús puso por obra nos los mando también hacer a noso-
tros” (OGLH 5):

• Muchas veces dijo: “orad… pedid”: Mt 5,44; 7,7; 26,41; Mc


13,33; 14,38; Lc 6,28; 10,2; 11,9; 22,40.46.
• Indicó que pidiéramos en su nombre: Jn 14,13s; 15,16; 16,23s.
26.
• Nos proporcionó una fórmula de plegaria: Mt 6,9-13; Lc 11,
2-4.
• Advirtió que la oración es necesaria: Lc 18,1.
• Dijo que la oración debe ser humilde: Lc 18,9-14.
• Que debe ser atenta: Lc 21,36; Mc 13,33.
• Que debe ser perseverante y confiada en la bondad del Padre:
Lc 11,5-13; 18,1-8; Jn 14,13; 16,23.
• Que debe ser pura de intención y concorde con lo que Dios es:
Mt 6,5-8; 23,14; Lc 20,47; Jn 4,23.

“Los apóstoles, que, en sus cartas, frecuentemente nos aportan ora-


ciones, sobre todo de alabanza y acción de gracias, también insisten”
(OGLH 5):

• En la oración asidua: Rom 12,12; 1 Cor 7,5; Ef 6,18; Col 4,2; 1


Tes 5,17; 1 Tim 5,5; 1 Pe 4,7.

269
SER SACERDOTE VALE LA PENA

• Dirigida a Dios: Heb 13,15.


• Por medio de Jesús: 2 Cor 1,20; Col 3,17.
• En el Espíritu Santo: Rom 8,15.26; 1 Cor 12,3; Gál 4,6; Jud 20.
• En su eficacia para la santificación: 1 Tim 4,5; St 5,15; 1 Jn 3,
22; 5,14s.
• En la oración de alabanzas: Ef 5,19s; Heb 13,15; Apoc 19,5.
• En la acción de gracias: Col 3,17; Filip 4,6; 1 Tes 5,17; 1Tim
2,1.
• En la petición: Rom 8,26; Filip 4,6.
• En la intercesión por todos: Rom 15,30; 1 Tim 2,1s; Ef 6,18;
1 Tes 5,25; Sant 5,14.16.

“Ya que el hombre proviene todo él de Dios, debe reconocer y con-


fesar este dominio de su creador, como en todos lo tiempos hicieron,
al orar, los hombres piadosos. La oración que se dirige a Dios, ha de
establecer conexión con Cristo, Señor de todos los hombres y único me-
diador, el único por quien tenemos acceso a Dios” (OGLH 6; cf 1 Tim
2,5; Heb 8,6; 9,15; 12,24; Rom 5,2; Ef 2,18; 3,12).
“No puede darse oración cristiana sin la acción de Espíritu Santo”
(OGLH 8; cf Rom 8,15.26; Gál 4,6; 1 Cor 12,3; Ef 5,18; Jud 20).
Si Jesús, la Virgen María, los apóstoles y todos los santos han dado
tanta importancia a la oración, orar es esencial para el cristiano y para el
sacerdote. Sólo así se puede tener el espíritu de Jesús.
Así lo decía Juan Pablo II a los sacerdotes de Estados Unidos, en
Miami: “Para nosotros, los sacerdotes, no es ni un lujo ni una alternati-
va practicarla o no practicarla según convenga. La oración es esencial
para la vida pastoral. Mediante la plegaria, nosotros crecemos en sen-
sibilidad hacia al Espíritu divino que está presente en la Iglesia y en no-
sotros mismos. Nos comprometemos más con los otros cuando estamos
atentos a sus necesidades, a su vida y destino. En efecto, a través de la
oración amamos más profundamente a aquellos que Jesús ha confiado
a nuestro ministerio. De particular importancia para nuestras vidas y
nuestro ministerio es la oración de alabanza que representa la Litur-
gia de las Horas, que la Iglesia nos regala y mediante la cual nosotros
oramos en su nombre y en nombre del Señor Jesús” (LOR, 20 de sept.
1987, pág. 4).

270
EXIGENCIAS

Y se debe orar no sólo en forma ocasional, transitoria, rápida y breve;


mucho menos por cumplir una norma, pues, como decía un refrán anti-
guo: “El monje que ora sólo cuando suena la campana, no ora”.
“El ejemplo y el mandato de Cristo y de los apóstoles de orar siem-
pre sin desfallecer e insistentemente, no han de tomarse como simple
norma legal, ya que pertenecen a la esencia íntima de la Iglesia, la cual,
al ser una comunidad, debe manifestar su propia naturaleza comunita-
ria incluso cuando ora… (cf Hech 1,14; 2,42; 4,32).
Si bien la oración hecha en oculto y cerrada la puerta (cf Mt 6,6),
que es necesaria y debe recomendarse siempre (cf SC 12), la realizan
los miembros de la Iglesia por medio de Cristo y el Espíritu Santo, la
oración comunitaria encierra una especial dignidad, conforme a lo que
el mismo Cristo manifestó: “Donde dos o tres están reunidos en mi nom-
bre, allí estoy en medio de ellos” (OGLH 9; Mt 18,20).
Entre las formas comunitarias de oración, aparte de la celebración eu-
carística y las oraciones de los sacramentos y sacramentales, sobresale la
Liturgia de las Horas, “que tiene como característica propia la de servir
para santificar el curso del día y de la noche” (OGLH 10).
La Liturgia de las Horas no es oración exclusiva del sacerdote, de los
clérigos y de las religiosas. Es oración de la comunidad. Es oración de
Cristo y de la Iglesia. Por eso, “es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no la iguala ninguna otra
acción en la Iglesia” (SC 7).
Hay sacerdotes que menosprecian la Liturgia de las Horas. Dicen que
es arcaica; que es una oración que no les ayuda, sino que les estorba para
orar como ellos necesitan hoy. Que los salmos contienen expresiones
fuera de nuestro tiempo y lugar, e incluso precristianas. Dicen que ya
hacen suficiente oración con el pueblo, con las oraciones tradicionales de
las culturas originarias.
Ciertamente no es la única forma de oración, pero sí la más importan-
te. Lo que demuestran esos sacerdotes es su ignorancia bíblica, teológica
e histórica. Si Cristo, María, los apóstoles, los Santos Padres y la Iglesia,
desde el principio, usaron los salmos para orar, porque son las oraciones
inspiradas por Dios mismo para dirigirnos a Él, mal hacemos al pensar
que nuestras oraciones espontáneas son mejores y más adecuadas. Lo
que debemos hacer es estudiar los salmos y sintonizarnos con los senti-

271
SER SACERDOTE VALE LA PENA

mientos de Cristo y de los diferentes miembros de la Iglesia, para orar


en su nombre.
La Liturgia de las Horas nos permite orar no sólo en nombre propio,
sino de todo el pueblo que se nos ha confiado, y hasta en nombre de todo
el mundo (Cf PO 5). Es decir, celebrando esta oración, aunque sea en
particular y sin pueblo, estamos siendo verdaderos pastores; realizamos
una acción pastoral, ya que contribuimos “de modo misterioso y profun-
do al crecimiento del pueblo de Dios” (OGLH 18).
Ser pastor es también orar por el pueblo y en nombre del pueblo.
Es estar orando en nombre de la gente, aunque ésta ni sepa que lo hace-
mos; pero, por nuestros labios y nuestro corazón, pasan sus necesidades
e intenciones. Con nuestra oración, sobre todo la litúrgica, que tiene la
fuerza del Espíritu, de la Iglesia, de Jesucristo, también ayudamos a su
salvación. Esto es así, si tenemos fe en la fuerza de la oración de Cristo
y de la Iglesia, que es la Liturgia de las Horas.
Cuando un sacerdote no ora, se considera causa principal de la sal-
vación, y no causa instrumental. Piensa que con todas sus actividades
va hacer mucho por los demás, los va a salvar y liberar, sin darse cuenta
que “si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”
(Sal 127[126],1).
La Liturgia de las Horas es oración de la Iglesia; por tanto, es propia
de todo el Pueblo de Dios, particularmente de quienes ocupamos en lugar
especial en ella, al presidirla en nombre de Cristo: “La Iglesia los delega,
de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño
de lo que es función de toda la comunidad, y se mantenga en la Iglesia
sin interrupción la oración de Cristo” (OGLH 28; Cf PO 13).
“Por consiguiente, los presbíteros deberán recitarla diariamente en
su integridad, y en cuanto sea posible, en los momentos del día que de
veras corresponden. Ante todo, darán la importancia que les es debida
a las Horas que vienen a construir el núcleo de esta Liturgia, es decir,
las Laudes de la mañana y las Vísperas; y se guardarán de omitirlas
si no es por causa grave. Hagan con fidelidad del Oficio de Lectura.
Tomarán también con sumo interés el recitar la Hora Intermedia y las
Completas” (OGLH 29; cf CIC 276,2; 1173-1174).
Quede, pues, claro; dejar de rezar Laudes o Vísperas, sin razones
graves, es faltar a una obligación muy importante; es cometer un pecado

272
EXIGENCIAS

mortal. Es no ser pastor como Jesús, que pasaba largas horas en oración
a su Padre, para luego volver a su contacto directo con la gente. Se daba
tiempo para orar.
“Con todo, la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda
la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe
no obstante, entrar también a su cuarto a orar al Padre en secreto (Cf
Mt 6,6); más aún, debe orar sin descanso, según enseña el Apóstol” (SC
12; cf 1 Tes 5,17).
En la misma línea, exhorta el Concilio a los presbíteros: “A fin de
cumplir con fidelidad su ministerio, gusten de corazón el cotidiano co-
loquio con Cristo Señor en la visita y culto personal de la Santísima Eu-
caristía; acudan de buen grado al retiro espiritual… De muchos modos,
especialmente por la alabada oración mental y por las varias formas de
preces que libremente eligen, los presbíteros buscan y fervorosamen-
te piden a Dios aquel espíritu de verdadera adoración por el que ellos
mismos, junto con el pueblo que se les ha encomendado, se unan más
íntimamente con Cristo, Mediador del Nuevo Testamento, y puedan así
clamar como hijos de adopción: ¡Abba! ¡Padre!” (PO 18; Rom 8,15).
Sin embargo, como advierte Juan Pablo II, “perseverar en la oración
no es fácil. Sequedad de espíritu, distracciones externas, tentación de
que podemos usar nuestro tiempo de forma más eficaz; son estas cosas
bien conocidas por el sacerdote que desea orar. De una manera u otra
son factores que inevitablemente se presentan en la vida de oración de
un sacerdote” (LOR, 20 de sept. 1987, pág. 4).

Que María, la Virgen orante (cf Lc 1,46; Jn 2,3; Hech 1,14) nos ayu-
de a ser “hombres de oración” (cf DP 932; 955; 694).

La oración por excelencia es la celebración de la Eucaristía. Por ello,


es conveniente preguntarse:

1. El sacrificio eucarístico es “fuente y cima de toda la vida cris-


tiana” (LG 11). “La sagrada Eucaristía, contiene todo el bien espiritual
de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que
da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (PO 5). “Cuando
la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección

273
SER SACERDOTE VALE LA PENA

de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de


salvación y se actualiza la obra de nuestra redención” (Juan Pablo II:
Encíclica Ecclesia de Eucharistia [EDE] 11; cf LG 3). ¿Qué importancia
le das a la Eucaristía en tu vida diaria?
2. La Eucaristía es “el don por excelencia”, “misterio grande,
misterio de misericordia” (EDE 11), “lo más precioso que la Iglesia
puede tener en su caminar por la historia” (EDE 9). “Aquí está el tesoro
de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre,
aunque sea inconscientemente, aspira” (EDE 59). Ante este gran miste-
rio, espontáneamente brotan “sentimientos de gran asombro y gratitud”
(EDE 5). ¿Cuáles son tus sentimientos ante la Eucaristía?
3. “La Eucaristía edifica la Iglesia...; la Iglesia vive de la Euca-
ristía... Hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de
la Iglesia... Los gestos y las palabras de Jesús en la Ultima Cena fun-
daron la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la Nueva Alianza...
La Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de
Dios inmolado por nosotros” (EDE 21). Por ello, “la celebración euca-
rística es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia” (Ib), pues
“no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene su raíz y
centro en la celebración de la sagrada Eucaristía” (PO 6; cf EDE 23).
En tu comunidad, ¿qué lugar ocupa la Eucaristía?
4. “La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por
ello comunidad entre los hombres” (EDE 24). “Muchos son los proble-
mas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo... En este mundo es
donde tiene que brillar la esperanza cristiana. También por eso el Señor
ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta
presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada
por su amor... El apóstol Pablo califica como ‘indigno’ de una comu-
nidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un
contexto de división e indiferencia hacia los pobres” (EDE 20). ¿De qué
forma tu Eucaristía construye comunidad, sobre todo con los pobres?
5. “Las actividades pastorales del presbítero son múltiples... El
Concilio Vaticano II ha identificado en la caridad pastoral el vínculo
que da unidad a su vida y a sus actividades. Esta —añade el Concilio—
‘brota, sobre todo, del sacrificio eucarístico que, por eso, es el centro y
raíz de toda la vida del presbítero’ (PO 14). Se entiende, pues, lo impor-

274
EXIGENCIAS

tante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la
Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar
de celebrar cotidianamente la Eucaristía,‘la cual, aunque no puedan
estar presentes los fieles, es ciertamente una acción de Cristo y de la
Iglesia’ (PO 13). De este modo, el sacerdote será capaz de sobreponerse
cada día a toda tensión dispersiva, encontrando en el Sacrificio eucarís-
tico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual
necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Cada jorna-
da será así verdaderamente eucarística” (EDE 31). ¿Procuras celebrar
todos los días la Santa Misa? ¿Para qué te sirve?

38. EL SACERDOTE ANTE LA CRUZ

“Cristo, a quien el Padre santificó o consagró y envió al mundo (cf


Jn 10,36), se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo peculiar suyo, celador de buenas
obras (Tit 2,14), y así, por su pasión, entró en la glorificación (cf Lc
24,26); de manera semejante, los presbíteros, consagran por la unión
del Espíritu Santo, y enviados por Cristo, mortifican en sí mismo las
obras de la carne y se consagran totalmente al servicios de los hombres,
y así, por la santidad de que están enriquecidos en Cristo, puedan avan-
zar hasta el varón perfecto” (PO 12).
Es decir, Jesús, para redimirnos, tuvo que pasar por la cruz, libre y
amorosamente aceptada (cf Mt 16,21-23; 17,22-23; 20,17-19). El sacer-
dote, para ser colaborador y continuador de esa obra de salvación, no
puede seguir un camino diferente. Necesita sumir la cruz. Sin cruz, no
hay redención, ni resurrección.
Así la señala Jesús con toda claridad: “Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mc 8,34).
Cuando envía a sus discípulos a la primera misión, los previene de
los problemas que les esperan (cf Mt 10,16-39).
Al final de su vida, les advierte: “En el mundo tendrán tribulación.
Pero, ¡ánimo! ¡Yo he vencido al mundo!” (Jn 16,33).
No se puede dar fruto, si no hay una muerte previa, como pasa con
el grano de trigo (cf Jn 12,24-25). Es lo mismo que dice a los discípulos

275
SER SACERDOTE VALE LA PENA

de Emaús: “¿No era necesario que el Mesías padeciera eso y entrara así
en al gloria?” (Lc 24,26).
Los apóstoles experimentaron persecuciones, cárceles, azotes, ca-
rencias y problemas de toda clase (cf Hech 4,1-3.17-21; 5,18.28.33.40;
7,57-58; 9,16; 12,1-5; 13,45.50; 14,2.4-6.19; etc.).
San Pablo es muy explícito al respecto. Después de haber sido ape-
dreado, arrastrado fuera de la ciudad y dado por muerto, dice: “Es nece-
sario que pasemos por muchísimas tribulaciones para entrar al reino de
Dios” (Hech 14,22).
Describe cuánto ha tenido que sufrir: 2 Cor 1,3-11; 4,8-16; 11,23-
29. Sin embargo, los apóstoles dicen sentirse “contentos por haber sido
considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre de Jesús” (Hech
5,41; cf Sant 1,2-4).
Por tanto, ser sacramento de Cristo significa, para el sacerdote, estar
preparado para asumir la cruz, en cualquier forma que se presente:

• en la entrega pastoral de cada día;


• en el desgaste progresivo de la salud y la vida;
• en la atención fiel y permanente a las necesidades que siempre
se presentan;
• en el cumplimiento callado y oscuro de las obligaciones minis-
teriales;
• en las horas pesadas de sentarse a confesar;
• en el dedicar nuestro tiempo al que necesita ser escuchado;
• en el dormir menos y levantarse temprano;
• en no dejarse vencer por las inclemencias del tiempo;
• en estar siempre disponible para servir;
• en no tener tiempo para nosotros y para lo que nos gustaría
hacer;
• en sufrir las incomprensiones de los superiores y de la gente;
• en experimentar la ingratitud de aquellos a quienes hemos en-
tregado la vida;
• en atender con cariño a los pequeños;
• en tener paciencia con los ignorantes, necios y borrachos;
• en estudiar de noche, para preparar lo que debemos impartir;
• en confesar serenamente a los adoradores nocturnos;

276
EXIGENCIAS

• en levantarse de noche para ir a confesar a un enfermo;


• en sufrir injustamente calumnias, amenazas, persecuciones y,
quizá, hasta la muerte;
• en soportar las enfermedades y las limitaciones personales;
• en participar en reuniones que nos resultan pesadas;
• en visitar las comunidades más lejanas;
• en sacrificar los días de descanso, cuando es necesario;
• en hacer mortificaciones voluntarias (cf 1 Cor 9,27), no por una
piedad afectada (cf Col 2,16-23);
• en permanecer al “pie del cañón”, es decir, “dar la vida por las
ovejas” (Jn 10,11)

En la palabra, la cruz es ofrecemos como “víctimas vivas” (cf Rom


12,1; 2 Cor 4,10-11) y “ofrendas permanentes” (Anáfora III), comple-
tando en nuestra carne “lo que falta a las tribulaciones de Cristo, a favor
de su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
Es muy frecuente escuchar que los seminaristas actuales y los sacer-
dotes jóvenes rehúyen todo lo que sea sacrificio; que son superficiales y
volubles; que fácilmente se cansan; que piden privilegios y reclaman sus
derechos; que quieren todo bueno y pronto; que se consienten demasia-
do; que se compensan bien los trabajos que hacen; que no entran a lo duro
y, sobre todo, que no perseveran.
En gran parte, esto tiene mucho de verdad. Y no todo es por culpa
del Seminario. El medio ambiente y la sociedad actual hacen así no sólo
a los jóvenes, sino también a los que recibimos una formación rígida y
más ascética. Todos estamos expuestos a dejarnos llevar por la vida fácil
del mundo.
Por eso, hemos de vigilar y orar (cf Mt 26,41). Hemos de redescubrir
el valor de la ascesis y asumir la cruz de Jesús.

Que María, quien permaneció fiel al pie de la Cruz (cf Jn 19,25), y


quien experimentó el dolor del exilio (cf Mt 2,13-23), nos acompañe y
nos fortalezca, sobre todo cuando la cruz se nos haga más pesada. Y así,
con ella, disfrutemos el gozo de la resurrección.

277
SER SACERDOTE VALE LA PENA

39. MISIONEROS DE LA ESPERANZA


Aunque a juicio de los hombres hayan sufrido castigos,
su esperanza estaba llena de inmortalidad.
Desgraciados los que desprecian la sabiduría y la instrucción;
vana es su esperanza (Sab 3, 4.11).
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo: Salud de mi rostro, Dios mío (Salmo 42).

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga,
y yo les daré alivio (Mt 11,28).

“Cristo Jesús es nuestra esperanza” (1 Tim 1,1)

Introducción
Hay muchas situaciones que nos preocupan y angustian; hay muchos
retos y desafíos que parecen rebasarnos y nos producen desaliento; hay
problemas para los que no encontramos solución y pareciera que no nos
queda otra que aguantarnos. Hay decisiones, costumbres y estructuras
sociales, políticas, económicas y religiosas que no nos parecen adecua-
das, y ante las cuales no sabemos qué hacer. Lamentamos y criticamos,
comentamos e interpelamos, pero a veces nos sentimos imposibilita-
dos de cambiar las cosas. Esto nos puede convertir en unos amargados,
desconfiados sistemáticos de todo y de todos, negativos y opuestos a
cualquier propuesta. Ante estas situaciones, necesitamos esperanza, para
nosotros mismos y para las comunidades.
Con el método de ver, juzgar y actuar (cf DA 19), traigo a colación
algunos hechos de vida, que ilumino con la Palabra de Dios y el Ma-
gisterio de la Iglesia, para sugerir algunas actitudes que nos hagan ser
misioneros de esperanza. Enumero sólo problemas, porque son éstos los
que más nos cuestionan y conturban; sin embargo, son muchos más los
hechos positivos de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia, que alientan y
sostienen nuestra esperanza.

1. Pobreza y marginación
V: Son inocultables los persistentes niveles de analfabetismo, in-
salubridad, desempleo, falta de oportunidades, lo cual genera migración

278
EXIGENCIAS

incontenible, frustración social, riesgos de una mayor espiral de violen-


cia. Son escandalosos los abismos entre los diferentes Mexicos, entre
unos que disfrutan de todas los privilegios de un super primer mundo, y
quienes apenas sobreviven. Los campesinos e indígenas siguen mayori-
tariamente marginados, excluidos, explotados, como si fueran estorbos
para el progreso, sobrantes, desechables (DA 65). La creciente globali-
zación los deja sin posibilidad de preservar sus culturas.
J: “Frente a esta forma de globalización, sentimos un fuerte lla-
mado para promover una globalización diferente que esté marcada por
la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos,
haciendo de América Latina y El Caribe no sólo el Continente de la es-
peranza, sino también el Continente del amor” (DA 64). “No se concibe
que se pueda anunciar el Evangelio sin que éste ilumine, infunda aliento
y esperanza, e inspire soluciones adecuadas a los problemas de la exis-
tencia” (DA 333). “La Doctrina Social de la Iglesia es capaz de suscitar
esperanza en medio de las situaciones más difíciles, porque, si no hay
esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni siquiera para los
llamados ricos” (Juan Pablo II: Exhortación Pastores gregis, 67).
A: No tenemos poder político ni económico para cambiar los siste-
mas y las estructuras, ni para remediar todas las pobrezas, pero tenemos
a Dios, tenemos a Jesucristo, quien proyecta indefectiblemente nuestro
corazón a los pobres. Dijo el Papa Benedicto XVI, en Santiago de Com-
postela: “Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el ser-
vir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su
ser. La lógica del amor y del servicio, contenido esencial del Evangelio,
os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de
cortos alcances, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y
ser semilla de esperanza” (6-X-2010). Y en su Carta Encíclica Spe Salvi
(SS): “Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser
«para todos», hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete
en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos
realmente llegar a ser para los demás, para todos. El amor de Dios se
manifiesta en la responsabilidad por el otro. Cristo murió por todos.
Vivir para Él significa dejarse moldear en su «ser-para»” (SS 28). La
prueba de que en verdad hemos conocido a Jesús, es que no somos indi-
ferentes ante el dolor de los pobres: “De la esperanza de estas personas

279
SER SACERDOTE VALE LA PENA

tocadas por Cristo ha brotado esperanza para otros que vivían en la


oscuridad y sin esperanza” (SS 8).

2. Violencia e inseguridad
V: A diario hay asesinatos, asaltos, levantamientos, secuestros, ro-
bos, pleitos, extorsiones, amenazas, enfrentamientos, inseguridad, inva-
siones, bloqueos, ansiedad. Algunas de nuestras ciudades se han vuelto
campos de batalla entre cárteles de drogas. Los narcotraficantes quieren
ser dueños de plazas, rutas y del país en general. Algunos pugnan por
legalizar la siembra, tráfico y consumo de drogas, como un remedio a la
violencia, sin advertir los efectos nocivos de esa medida.
J: “La fe en Dios está vigente en la esperanza contra toda espe-
ranza y la alegría de vivir aún en condiciones muy difíciles que mueven
el corazón de nuestras gentes” (DA 7). “El Señor nos dice: ‘No tengan
miedo’ (Mt 28,5). Como a las mujeres en la mañana de la Resurrec-
ción, nos repite: ‘¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?’
(Lc 24,5). Nos alientan los signos de la victoria de Cristo resucitado,
mientras suplicamos la gracia de la conversión y mantenemos viva la
esperanza que no defrauda. Lo que nos define no son las circunstancias
dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que
debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias
a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo” (DA 14).
A: Nos dijo el Papa Benedicto XVI, en su Discurso Inaugural en
Aparecida: “La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las
penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de
tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo”. Nuestro
aporte es estar con nuestro pueblo, no huir ante los lobos. Nuestro servicio
pastoral es acompañar a los que sufren e invitar a todos a la conversión.

3. Divisiones comunitarias
V: Son frecuentes las divisiones al interior de las mismas comu-
nidades y organizaciones, por problemas agrarios, políticos, culturales,
económicos y religiosos. La lucha por la tierra confronta y enfrenta. Lo
que más nos duele y preocupa es la división eclesial, la exclusión de unos

280
EXIGENCIAS

contra otros, por las diferentes maneras de vivir la fe, por las distintas
formas de ser Iglesia, por las diversas eclesiologías, cristologías, antro-
pologías, opciones y acentos pastorales. Son constantes las confrontacio-
nes entre grupos, espiritualidades, movimientos eclesiales, coordinados
o descoordinados, y aún entre sacerdotes y religiosas, por historias y ac-
titudes que conforman nuestra personalidad, por la formación recibida en
diversas partes, por caracteres y traumas personales, por líneas pastorales
con matices distintos.
J: “Ante un mundo roto y deseoso de unidad, es necesario pro-
clamar con gozo y fe firme que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, unidad en la distinción, el cual llama a todos los hombres a que
participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que
esta comunión es el proyecto magnífico de Dios Padre; que Jesucristo,
que se ha hecho hombre, es el punto central de la misma comunión, y
que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión
y restaurarla cuando se hubiera roto. Es necesario proclamar que la
Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada
en el tiempo y dirigida a su plenitud del Reino. La Iglesia es signo de co-
munión porque sus miembros, como sarmientos, participan de la misma
vida de Cristo, la verdadera vid. En efecto, por la comunión con Cristo,
Cabeza del Cuerpo místico, entramos en comunión viva con todos los
creyentes” (Ecclesia in America, 33).
A: “Como miembro de una Iglesia particular, todo sacerdote
debe ser signo de comunión con el Obispo en cuanto que es su inmediato
colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio. Ejerce su minis-
terio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha
sido confiada, y la conduce a Jesucristo Buen Pastor. Su vocación exige
que sea signo de unidad. Por ello debe evitar cualquier participación en
política partidista que dividiría a la comunidad… Los presbíteros, en
cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben estar atentos a los
desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de
sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una
actitud de solidaridad con los pobres. Procurarán discernir los carismas
y las cualidades de los fieles que puedan contribuir a la animación de la
comunidad, escuchándolos y dialogando con ellos, para impulsar así su
participación y corresponsabilidad” (Ecclesia in America, 39).

281
SER SACERDOTE VALE LA PENA

4. Crisis cultural

V: Son un reto a nuestra esperanza el laicismo feroz, las concien-


cias fragmentadas y desintegradas, la deshumanización de los secuestra-
dores y narcotraficantes, el subjetivismo dominante, el distanciamiento
entre razón y fe, la desconfianza en las instituciones, la educación sin
valores morales trascendentes. Se justifica el aborto como un derecho,
se califican como “matrimonio” las uniones entre personas del mismo
sexo, etc.
J: “No cabe duda de que un «reino de Dios» instaurado sin Dios
—un reino, pues, sólo del hombre— desemboca inevitablemente en ‘el
final perverso’: lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y otra
vez” (SS 23). “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperan-
zas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene
toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre
que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios
que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta
el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el
amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida»” (SS 27).
A: “El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperan-
za, no hay amor, no hay futuro” (Benedicto XVI, Discurso Inaugural
en Aparecida, 3). Nosotros tenemos una esperanza, una respuesta, una
solución, un camino: Jesucristo: “Toda la vida de nuestros pueblos fun-
dada en Cristo y redimida por Él, puede mirar al futuro con esperanza
y alegría” (DA 128). Estamos convencidos de que “un auténtico camino
cristiano llena de alegría y esperanza el corazón y mueve al creyente
a anunciar a Cristo de manera constante en su vida y en su ambiente”
(DA 288 d). Los “Lineamenta” para el Sínodo sobre la nueva evangeli-
zación nos dicen: “Nos hemos confrontado con escenarios que describen
cambios históricos, que suscitan con frecuencia en nosotros aprensión
y miedo. En esta situación, advertimos la necesidad de una visión que
nos permita ver el futuro con esperanza, sin lágrimas de desesperación.
Como Iglesia, ya tenemos esta visión. Se trata del Reino que viene, que
nos ha sido anunciado por Jesucristo y descrito en sus parábolas. Es el
Reino que ya ha comenzado con su predicación y, sobre todo, con su
muerte y resurrección por nosotros. Sin embargo, a menudo tenemos la

282
EXIGENCIAS

impresión de no lograr a dar forma concreta a esta visión, de no lograr


“hacerla nuestra”, de no lograr hacer de ella palabra viva para noso-
tros y para nuestros contemporáneos, de no asumirla como fundamento
de nuestras acciones pastorales y de nuestra vida eclesial” (No. 24).

5. Dictadura del relativismo


V: Aún en comunidades indígenas donde antes todo se hacía en
consenso, donde las verdades de los padres y de los ancianos eran in-
cuestionables, donde toda la comunidad tenía una sola identidad cultural
y religiosa, ahora todo ha cambiado. Los jóvenes cuestionan todo y ya
no aceptan lo que siempre fue válido para sus mayores. La movilidad
social y los medios de comunicación les han hecho conocer otros modos
de vida, otras culturas, otras religiones, otra moral. Y si esto pasa en
comunidades indígenas alejadas en la selva, ¡qué no será en los pueblos
y ciudades! Parece que nada es cierto, que no hay verdades absolutas y
definitivas, sino que cada quien tiene su verdad; cada quien tiene su de-
recho a pensar y hacer lo que quiera, sin importarle nada ni nadie. Y esto
se extiende a la religión, a la moral, a las costumbres.
J: Dice el Papa Benedicto XVI: “La Verdad es Cristo. Al encon-
trar a Cristo encontramos la verdad” (24-VIII-2011). Y a los jóvenes
en la Jornada Mundial de la Juventud: “Habéis encontrado a Jesucristo.
Os sentiréis yendo contra corriente en medio de una sociedad donde
impera la cultura relativista que renuncia a buscar y a poseer la verdad.
Pero el Señor os ha enviado en este momento de la historia, lleno de
grandes desafíos y oportunidades, para que, gracias a vuestra fe, siga
resonando por toda la tierra la Buena Nueva de Cristo” (21-VIII-2011).
¿Cuáles son las consecuencias del relativismo en la vida social? Dijo al
Embajador de Inglaterra: ”Cuando las políticas no fomentan o promue-
ven valores objetivos, el resultado moral es el relativismo, que, en lugar
de conducir a una sociedad libre, justa y comprensiva, tiende a producir
frustración, desesperación, egoísmo y la indiferencia por la vida y la
libertad de los demás” (9-IX-2011).
A: El Papa Juan Pablo II, al entregarnos en la Basílica de Guada-
lupe su Exhortación Postsinodal Ecclesia in America, el 22 de enero de
1999, nos dijo: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta

283
SER SACERDOTE VALE LA PENA

el fin del mundo (Mt 28,20). Confiando en esta promesa del Señor, la
Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone con en-
tusiasmo a afrontar los desafíos del mundo actual y a los que el futuro
pueda deparar. En el Evangelio, la buena noticia de la resurrección del
Señor va acompañada de la invitación a no temer. La Iglesia en América
quiere caminar en la esperanza, como expresaron los Padres sinoda-
les: ‘Con una confianza serena en el Señor de la historia, la Iglesia se
dispone a traspasar el umbral del tercer milenio sin prejuicios ni pusi-
lanimidad, sin egoísmo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio pri-
mordial que debe prestar en fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres
del Continente’. Este doble sentimiento de esperanza y gratitud ha de
acompañar toda la acción pastoral de la Iglesia en el Continente” (No.
75). Los “Lineamenta” para el Sínodo sobre la nueva evangelización nos
dicen: “Nueva evangelización quiere decir compartir con el mundo sus
ansias de salvación y dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de
la esperanza (cf. 1 P 3, 15). Los hombres tienen necesidad de esperanza
para poder vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es
el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extre-
mo. Uno los obstáculos para la nueva evangelización es la ausencia de
alegría y de esperanza que tales situaciones crean y difunden entre los
hombres de nuestro tiempo. Con frecuencia esta falta de alegría y de
esperanza son tan fuertes que influyen en nuestras mismas comunidades
cristianas” (No. 25).

6. Un mundo sin Dios


V: Según el censo oficial, en el año 2000 los católicos en México
éramos el 88.22%; en el año 2010, somos sólo el 83.9. Lo más preocu-
pante es el aumento de quienes se declaran sin religión. En el año 2000,
eran el 3.5%; ahora son el 4.6%. Y esto lo podemos constatar en la vida
diaria: muchas personas viven sin relación con Dios; no se bautizar y mu-
cho menos buscan otros sacramentos. Viven como si Dios no existiera;
como si no les hiciera falta. Y en la vida pública, se quisiera eliminar has-
ta nombrar a Dios. Se critica a los políticos que lo mencionan, alegando
que eso es contrario al laicismo oficial.
J: “Fortaleced vuestros corazones", dice la Escritura. ¿Cómo lo

284
EXIGENCIAS

podemos hacer? ¿Cómo pueden ser más fuertes nuestros corazones, si


ya de por sí son más bien frágiles, y si la cultura en la que estamos su-
mergidos les hace más inestables? La ayuda no nos falta: es la Palabra
de Dios. De hecho, mientras todo pasa y muda, la Palabra del Señor no
pasa. Si las vicisitudes de la vida nos hacen sentirnos perdidos y parece
que se derrumba toda certeza, tenemos una brújula para encontrar la
orientación, tenemos un ancla para no ir a la deriva”. (Benedicto XVI:
Angelus del 12 de diciembre de 2010).
A: Las deficiencias en la jerarquía y los antitestimonios de muchos
creyentes, alejan a la gente de Dios y de la Iglesia. Ponernos todos en
estado de conversión permanente e impulsar la nueva evangelización:
con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones, es lo que puede
generar esperanza. Como dijimos en Aparecida: “¡Necesitamos un nuevo
Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las fami-
lias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el
don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de ‘sentido’,
de verdad y amor, de alegría y de esperanza!” (DA 548). Jesucristo es
luz de vida y fuente de esperanza. Quien lo encuentra, tiene siempre mo-
tivos para no desesperar. Nosotros lo hemos conocido. Compartámoslo
ampliamente a quienes no lo conocen, porque muchos se encadenan a
los ídolos del dinero, del poder y del placer, se refugian en el alcohol
y las drogas, se suicidan, o viven como ateos, porque no hay quien los
contagie de Él.

7. Contradicción entre fe y vida


V: Constatamos con dolor la incoherencia entre la fe recibida y la
vida ordinaria en la política, la economía, las legislaciones, la educación,
el trabajo, las fiestas, los espectáculos, los medios de comunicación, las
vacaciones, la familia, etc. “Es una contradicción dolorosa que el Conti-
nente del mayor número de católicos sea también el de mayor inequidad
social” (DA 527).
J: “Nos encontramos ante el desafío de revitalizar nuestro modo
de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor, para que la
fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas
y los pueblos latinoamericanos como acontecimiento fundante y encuen-

285
SER SACERDOTE VALE LA PENA

tro vivificante con Cristo. Él se manifiesta como novedad de vida y de


misión en todas las dimensiones de la existencia personal y social. Esto
requiere, desde nuestra identidad católica, una evangelización mucho
más misionera, en diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos
los hombres. De lo contrario, el rico tesoro del Continente Americano…
su patrimonio más valioso: la fe en Dios amor, corre el riesgo de seguir
erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores
de la población” (DA 13).
A: Quien alienta la esperanza es Jesucristo. Nuestra tarea no es
hacernos resaltar nosotros, sino llevar a todos hacia Él; que Él crezca
y nosotros disminuyamos. Nosotros podemos fallar, y en efecto falla-
mos; pero Cristo no falla y él es el cimiento de la vida nueva. “Todos los
bautizados estamos llamados a recomenzar desde Cristo, a reconocer
y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo po-
der de afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los
primeros discípulos a las orillas del Jordán” (DA 549). “La meta es
conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y
amigo, Maestro y Pastor misericordioso, esperanza, camino, verdad y
vida. La referencia a Cristo ayudará a ver la historia como Cristo la ve,
a juzgar la vida como Él lo hace, a elegir y amar como Él, a cultivar la
esperanza como Él nos enseña, y a vivir en Él la comunión con el Padre
y el Espíritu Santo” (DA 336).

8. Débil práctica religiosa


V: Muchos bautizados en la Iglesia Católica son poco practican-
tes; sólo ocasionalmente participan en las celebraciones religiosas. Es
muy bajo el porcentaje de quienes son asiduos a la Misa dominical. Mu-
chos sólo van al templo en las fiestas patronales de su pueblo o de su
barrio, en algunas ceremonias, como bodas o sepelios, y en fechas muy
concretas, como fin de año, ceniza, 12 de diciembre, etc. ¡Cuántos de
ellos, sin cimientos sólidos de su fe, cambian de religión y aceptan una
de tantas ofertas protestantes que hay!
J: En el Motu Proprio Ubicumque et semper, por el cual institu-
ye el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización,
el Papa Benedicto XVI dice: “Considero oportuno dar respuestas ade-

286
EXIGENCIAS

cuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del
Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso
misionero capaz de promover una nueva evangelización”.
A: Lo que genera esperanza es que todos pongamos creatividad y
dinamismo pastoral, para entrar en un proceso de Misión Permanente.
Los laicos sienten anhelos de trabajar en ella, pero necesitan el apoyo
de sus pastores, pues si éstos no la asumen, se desvanece la esperanza y
todo sigue igual. “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la
vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con
normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en
mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo” (DA 12).

9. Muchos alejados
V: A los no creyentes, a los pocos practicantes, se agregan los ale-
jados. ¡Cuántos fueron bautizados, quizá hicieron su Primera Comunión
y recibieron la Confirmación, pero viven lejos de la Iglesia! Si viven en
pareja, no se casan por la Iglesia. Si llevan algún escapulario, una cruz al
pecho, una imagen religiosa, una estampita, quizá sea más por un sentido
mágico de protección, que por devoción y fe. No se sienten miembros de
la Iglesia. Son presa fácil de otras denominaciones religiosas, de cultos
como el de la llamada “santa muerte”, adictos a acudir a brujos, adivinos
y espiritistas.
J: “Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su
existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el
poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribu-
lación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas
las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la
humanidad y no profetas de desventuras” (DA 30).
A: “Estamos llamados a ser maestros de la fe y, por tanto, a anun-
ciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos, a velar
y promover con solicitud y coraje la fe católica” (DA 187). “El forta-
lecimiento de variadas asociaciones laicales, movimientos apostólicos
eclesiales e itinerarios de formación cristiana, y comunidades eclesiales
y nuevas comunidades, que deben ser apoyados por los Pastores, son un
signo esperanzador. Ellos ayudan a que muchos bautizados y muchos

287
SER SACERDOTE VALE LA PENA

grupos misioneros asuman con mayor responsabilidad su identidad


cristiana y colaboren más activamente en la misión evangelizadora. Por
ello, un adecuado discernimiento, animación, coordinación y conduc-
ción pastoral, sobre todo de parte de los sucesores de los Apóstoles,
contribuirá a ordenar este don para la edificación de la única Iglesia”
(DA 214).

10. Pluralismo religioso


V: Según el censo del año 2010, aunque en números reales au-
mentamos los católicos en México, el porcentaje sigue descendiendo. En
el año de 1950, éramos el 98.21 por ciento; en 1960, el 96.47; en 1970,
el 96.17; en 1980, el 92.62; en 1990, el 89.69; en 2000, el 88.22. Ahora,
somos sólo el 83.9. Disminuimos en un 4.32%, en relación a la década
anterior.
En contraparte, aumentan los protestantes o evangélicos. En 1950,
eran el 1.28 por ciento; en 1960, el 1.65; en 1970, el 1.82; en 1980, el
3.29; en 1990, el 4.89; en 2000, el 5.21; ahora son el 7.6.
En Chiapas hay 4.796,580 habitantes. De ellos, 2.796.685 son católi-
cos (58.30%); 1.312,873 protestantes o evangélicos de muy diversas de-
nominaciones (27.35%). Alarma que 580,690 (12.10%) se declaran sin
religión y 103,107 (2.14%) no especifican su creencia, están indefinidos.
Profesan otras religiones 2,712 personas (0.05%); de religión judaica son
sólo 513 (0.01%). Resalto que no todos los que dejaron de ser católicos
se hicieron protestantes, pues nosotros disminuimos un 5.86% y entre
todos ellos crecieron sólo un 4.76%. Aumentaron quienes no especifican
su religión: de ser el 0.79% en el año 2000, ahora son el 2.14%.
En la clasificación de protestantes y evangélicos, hay muchas dife-
rencias. Las religiones más numerosas no son las que tienen historia y
tradición que arranca de la Reforma, sino las llamadas pentecostales y
neopentecostales, que han ido surgiendo en últimos tiempos, subdivi-
siones unas de otras; tienen 402,602 congregantes (8.39%). Aquí entran
Asambleas de Dios, Ejército de Salvación, Iglesia Cristiana, Iglesia de
Dios, Iglesia del Evangelio Completo, Iglesia Sólo Cristo Salva, Príncipe
de Paz, y un largo etc. Otra gran variedad de congregaciones evangélicas
distintas, muchas de reciente fundación, suman 225,935 fieles (4.71%).

288
EXIGENCIAS

Los Mormones son 8,501 (0.17%); los de la Luz del Mundo, en nuestro
Estado, apenas son 4,875 (0.10%).
Las llamadas religiones históricas congregan a 287,945 fieles (el
6.00%); en ellas están anglicanos, bautistas, calvinistas, del Nazareno,
luteranos, metodistas y presbiterianos. Una de las confesiones más nu-
merosas es la de los Adventistas del Séptimo Día; ellos solos suman
255,885 (5.33%). Los Testigos de Jehová son 127,130 (2.75%)
J: “Hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi
exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios, no haya ter-
minado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, de-
jándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuesta-
mente espiritual. Por eso, es indispensable que todos tengan un contacto
con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y transformante,
especialmente mediante la predicación en la liturgia” (EAm 73).
Dice el Papa Benedicto XVI: “La búsqueda del restablecimiento
de la unidad entre los cristianos divididos no puede reducirse a un re-
conocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una
convivencia pacífica; lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo
mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la
fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se
debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa
del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y
del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo”
(25-I-2011). Y advierte con toda claridad: “Toda división en la Iglesia es
una ofensa a Cristo; y, al mismo tiempo, es siempre en él, única Cabeza
y único Señor, en quien podemos volvernos a encontrar unidos, por la
fuerza inagotable de su gracia” (23-I-2011).
A: ¿Qué hacer? ¿Resignación y pesimismo? ¿Pleitos entre reli-
giones? ¿Disminución o abandono de la evangelización? ¿Da lo mismo
tener cualquier religión?
Dice el Papa: “Nuestro deber es proseguir con pasión el camino ha-
cia esta meta (la unidad) con un diálogo serio y riguroso para profun-
dizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el
reconocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas
generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la
oración”.

289
SER SACERDOTE VALE LA PENA

11. Juventud sin sentido y horizonte

V: Pareciera que no tenemos respuesta convincente para la ju-


ventud actual, invadida por el relativismo, el laxismo, el hedonismo, el
consumismo, el secularismo, sin unos padres que sean capaces de es-
cucharlos, comprenderlos y orientarlos, y sin una pastoral juvenil que
responda a sus necesidades reales. En las ciudades, en los barrios, entre
campesinos e indígenas, el cambio cultural es invasor y totalizante. Lo
de antes ya no vale; todo es nuevo; y mientras más estrambótico sea, es
más atractivo. Adolescentes y jóvenes se unen en pandillas que les dan
seguridad e identidad, expuestos no sólo al alcohol y las drogas, sino
a cualquier causa que les resulte atractiva y les genere dinero o fama.
“Denunciamos que la comercialización de la droga se ha hecho algo
cotidiano en algunos de nuestros países, debido a los enormes intereses
económicos en torno a ella. Consecuencia de ello es el gran número de
personas, en su mayoría niños y jóvenes, que ahora se encuentran escla-
vizados y viviendo en situaciones muy precarias, que recurren a la droga
para calmar su hambre o para escapar de la cruel y desesperanzadora
realidad que viven” (DA 424).
J: “Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con
Cristo no tenían en el mundo «ni esperanza ni Dios» (Ef 2,12). Natural-
mente, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión,
pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contra-
dictorios no surgía esperanza alguna. En el mismo sentido les dice a los
Tesalonicenses: «No os aflijáis como los hombres sin esperanza» (1 Ts
4,13). Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una
vida nueva” (SS 2). “Antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban
sin esperanza, porque estaban en el mundo «sin Dios». Llegar a conocer
a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza”
(SS 3).
A: Dijo el Papa Benedicto XVI en la clausura de la Jornada Mun-
dial de la Juventud en Madrid: “Ciertamente, son muchos en la actuali-
dad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocer-
lo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes
personales. Os invito a que deis un audaz testimonio de vida cristiana
ante los demás. Así seréis fermento de nuevos cristianos y haréis que la

290
EXIGENCIAS

Iglesia despunte con pujanza en el corazón de muchos. Llevad el cono-


cimiento y el amor de Cristo por todo el mundo. Él quiere que seáis sus
apóstoles en el siglo veintiuno y los mensajeros de su alegría. ¡No lo
defraudéis!” Y animó a los obispos y sacerdotes “a seguir cultivando
la pastoral juvenil con entusiasmo y dedicación. Los jóvenes responden
con diligencia cuando se les propone con sinceridad y verdad el encuen-
tro con Jesucristo, único redentor de la humanidad. No temáis presentar
a los jóvenes el mensaje de Jesucristo en toda su integridad e invitarlos
a los sacramentos, por los cuales nos hace partícipes de su propia vida”
(21-VIII-2011).

12. Desintegración de la familia


V: Cada día hay más divorcios y separaciones, más conflictos fa-
miliares, más infidelidades, más uniones de hecho, sin sacramento, más
parejas decididas a no tener hijos, nuevas legislaciones contrarias a la
naturaleza del matrimonio. Hay más ataques a la vida incipiente en el
seno materno, y a la vida concluyente por enfermedad o ancianidad.
J: “Dios ama nuestras familias, a pesar de tantas heridas y divi-
siones. La presencia invocada de Cristo a través de la oración en familia
nos ayuda a superar los problemas, a sanar las heridas y abre cami-
nos de esperanza” (DA 119). “Alienta nuestra esperanza la multitud de
nuestros niños, los ideales de nuestros jóvenes y el heroísmo de muchas
de nuestras familias que, a pesar de las crecientes dificultades, siguen
siendo fieles al amor” (DA 127).

A: El Papa Benedicto XVI, en su mensaje a las comisiones episco-


pales de la familia y de la vida en América Latina, dijo: “La familia es el
valor más querido de esas nobles tierras. Se constata con dolor, sin em-
bargo, cómo los hogares sufren cada vez más situaciones adversas pro-
vocadas por los rápidos cambios culturales, por la inestabilidad social,
por los flujos migratorios, por la pobreza, por programas de educación
que banalizan la sexualidad y por falsas ideologías. No podemos que-
dar indiferentes ante estos retos. En el Evangelio encontramos luz para
responder a ellos sin desanimarnos. Cristo con su gracia nos impulsa a
trabajar con diligencia y entusiasmo para acompañar a cada uno de los

291
SER SACERDOTE VALE LA PENA

miembros de las familias en el descubrimiento del proyecto de amor que


Dios tiene sobre la persona humana. Ningún esfuerzo, por tanto, será
inútil para fomentar cuanto contribuya a que cada familia, fundada en
la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, lleve a cabo su mi-
sión de ser célula viva de la sociedad, semillero de virtudes, escuela de
convivencia constructiva y pacífica, instrumento de concordia y ámbito
privilegiado en el que, de forma gozosa y responsable, la vida humana
sea acogida y protegida desde su inicio hasta su fin natural. Por este
motivo, la pastoral familiar tiene un puesto destacado en la acción evan-
gelizadora de cada una de las Iglesias particulares” (28-III-2011).

13. Prensa hostil


V: En los últimos tiempos, se ha desatado una notable actitud crí-
tica, a veces despiadada y tendenciosa, ante toda institución, y también
ante nuestra Iglesia. Hay una insistencia en poner al descubierto nuestras
fallas y ventilarlas a los cuatro vientos. Es verdad que el pecado y el
enemigo están dentro de la misma Iglesia, como ha reconocido el Papa
Benedicto XVI; sin embargo, en algunos casos se nota que nos quie-
ren restar autoridad moral para denunciar las inmoralidades públicas,
las costumbres degradadas, las legislaciones inadecuadas, las injusticias
opresoras del sistema imperante; y para ello resaltan en forma desorbita-
da nuestras deficiencias, que por otra parte son reales e inocultables.
J: “Los cristianos tienen que aprender en qué consiste realmente
su esperanza, qué tienen que ofrecer al mundo y qué es, por el contrario,
lo que no pueden ofrecerle. Es necesario que en la autocrítica de la edad
moderna confluya también una autocrítica del cristianismo moderno,
que debe aprender siempre a comprenderse a sí mismo a partir de sus
propias raíces” (SS 22).
A: Propone el Papa “estudiar y favorecer el uso de las formas mo-
dernas de comunicación, como instrumentos para la nueva evangeliza-
ción” (Ubicumque et semper). Sobre esto, dijimos en Aparecida: “Te-
nemos radios, televisión, cine, prensa, Internet, páginas web y la RIIAL,
que nos llenan de esperanza” (DA 99 f). Es algo que debemos potenciar
mucho.

292
EXIGENCIAS

14. Deficiencias presbiterales

V: ¡Cuánta angustia en el corazón y cuántos quebraderos de ca-


beza sufrimos por las fallas comprobadas en nuestros presbiterios! Más
que por herejías que hubieran dicho, ¡cuántas quejas por su mal carácter,
por el mal trato a los fieles! Quisiéramos defender a los sacerdotes, pero
muchas veces los reclamos y las críticas de la gente tienen fundamento.
Se dan casos de alcoholismo, fallas en el celibato, ambición del dinero y
de puestos eclesiales, ideologías y partidismos, divisiones, apatía y poca
entrega en la pastoral, aburguesamiento y doble vida…
J: El Papa Benedicto XVI nos apremia a la corresponsabilidad:
“Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelaza-
das unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo.
Ninguno peca solo. Nadie se salva solo. En mi vida entra continuamente
la de los otros: en lo que pienso, digo, me ocupo o hago. Y viceversa, mi
vida entra en la vida de los demás, tanto en el bien como en el mal. Así se
aclara aún más un elemento importante del concepto cristiano de espe-
ranza. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza
para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como
cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo
salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo
hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la
estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por
mi salvación personal” (SS 48).
A: La oración es fuente de esperanza firme y segura, de discerni-
miento y de valor: “La fecundidad espiritual depende de la intensidad
de su vida de unión con el Señor. Es de la oración de donde debe sacar
luz, fuerza y consuelo en su actividad pastoral. La oración es como el
bastón en el que apoyarse en su camino de cada día. Quien reza, no se
desanima ante las dificultades por graves que sean, pues siente a Dios
a su lado, y encuentra refugio, serenidad y paz en sus brazos paternos.
Abriéndose a Dios con confianza, se abre con mayor generosidad al
prójimo haciéndose capaz de construir la historia según el proyecto
divino” (DMPO 36).

293
SER SACERDOTE VALE LA PENA

15. Pederastia clerical

V: ¡Cuán tristes y vergonzosos han sido los casos comprobados de


abusos de niños, por parte de clérigos! Han minado gravemente la cre-
dibilidad de mucha gente en nuestra Iglesia. El hecho de que éste no sea
un delito exclusivo del gremio, no le quita gravedad. El no haber actuado
a tiempo y con medidas eficaces, nos hace aparecer como tolerantes e
irresponsables. El no estar más al pendiente de la formación en nuestros
Seminarios, nos turba la conciencia.
J: Dijo el Papa Benedicto XVI a los periodistas, en su vuelo hacia
la Gran Bretaña: “En primer lugar, tengo que decir que estas revelacio-
nes han sido para mí un shock, son una gran tristeza. Es difícil entender
cómo fue posible esta perversión del ministerio sacerdotal. El sacerdote,
en el momento de la ordenación, preparado por años para este momen-
to, dice "sí" a Cristo para hacerse su voz, su boca, su mano, y servir
con toda la existencia para que el buen Pastor, que ama, que ayuda y
que guía a la verdad, esté presente en el mundo. Es difícil comprender
cómo un hombre que ha hecho y dicho esto puede luego caer en esta
perversión. Es una gran tristeza, una tristeza también que la autoridad
de la Iglesia no fuera suficientemente vigilante y suficientemente veloz
y decidida para tomar las medidas necesarias. Por todo esto, estamos
en un momento de penitencia, de humildad, de renovada sinceridad. Me
parece que ahora debemos vivir precisamente un tiempo de penitencia,
un tiempo de humildad, y renovar y aprender nuevamente la sinceridad
absoluta”.
A: Sigue diciendo el Papa: “En cuanto a las víctimas, diría que
hay tres cosas importantes. El primer interés son las víctimas. ¿Cómo
podemos reparar? ¿Qué podemos hacer para ayudar a estas personas
a superar este trauma, a reencontrar la vida, a reencontrar también la
confianza en el mensaje de Cristo? Atención, compromiso con las vícti-
mas, es la primera prioridad, con ayudas materiales, psicológicas y es-
pirituales. Lo segundo es el problema de las personas culpables: la justa
pena, excluirlos de toda posibilidad de contacto con los jóvenes, porque
sabemos que ésta es una enfermedad, que la libre voluntad no funciona
donde está esta enfermedad y, por lo tanto, debemos proteger a estas
personas de sí mismas y encontrar la manera de ayudarlas y excluirlas

294
EXIGENCIAS

de todo acceso a los jóvenes. Y el tercer punto es la prevención y la edu-


cación en la elección de los candidatos al sacerdocio. Estar atentos para
que, según las posibilidades humanas, se excluyan futuros casos”.

16. Incomprensiones y calumnias


V: Todos estamos expuestos, con culpa o sin culpa de nuestra par-
te, a ser mal interpretados, incomprendidos, calumniados, perseguidos,
difamados. ¡Cuánto duele que los más cercanos te critiquen a tus espal-
das, y no te corrijan fraternalmente! ¡Cuánto desanima que tus propios
hermanos y hermanas den informaciones inconsistentes sobre ti, sin an-
tes confrontarlas lealmente contigo! La soledad es una cruz muy pesada,
que a veces nos puede aplastar. Es la experiencia de Jesús en el Huerto
de los Olivos.
J: “Armate de valor y fortaleza, y en el Señor confía” (Salmo 26).
“Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la ora-
ción. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya
no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar
con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme —cuando se trata de
una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de
esperar—, Él puede ayudarme. Durante trece años en la cárcel, nueve
de los cuales en aislamiento, en una situación de desesperación aparen-
temente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para el inolvi-
dable Cardenal Nguyen Van Thuan una fuerza creciente de esperanza,
que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el
mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga
ni siquiera en las noches de la soledad” (SS 32).
A: “Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón
privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso
de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente
por eso, capaces también para los demás” (SS 33). “En la oración nos
hacemos capaces de la gran esperanza y nos convertimos en ministros
de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido cristiano es
siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual
luchamos para que las cosas no acaben en un «final perverso»” (SS 34).
En la oración, encontramos fuerza para saber pedir ayuda, escuchamos

295
SER SACERDOTE VALE LA PENA

y apoyarnos, dedicarnos tiempo unos a otros, corregirnos con compren-


sión, sobrellevarnos en nuestras limitaciones y amarnos como hermanos.
Así renace la esperanza para continuar adelante en el servicio apostólico.
Esperamos justicia en este mundo, pero si no llega, no faltará la justicia
de Dios, junto con su amor: “Dios existe, y Dios sabe crear la justicia de
un modo que nosotros no somos capaces de concebir y que, sin embar-
go, podemos intuir en la fe. Sí, existe la resurrección de la carne. Existe
una justicia. Existe la «revocación» del sufrimiento pasado, la repara-
ción que restablece el derecho. Por eso la fe en el Juicio final es ante
todo y sobre todo esperanza, esa esperanza cuya necesidad se ha hecho
evidente precisamente en las convulsiones de los últimos siglos. Estoy
convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial o,
en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna.
La injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto”
(SS 43).

17. Cansancio y desaliento


V: A veces nos podemos sentir cansados, frustrados, sin ilusión,
con deseos de renunciar a la vocación. El exceso de trabajo y a veces la
poca respuesta del pueblo, disminuyen nuestro entusiasmo de los prime-
ros años. Quisieras dejar todo por la paz, tirar la cruz, buscar otros ca-
minos y quizá te consueles con compensaciones. Podemos seguir donde
estamos, en el mismo lugar y servicio que se nos ha confiado, pero como
arrastrando la cruz, amargados, culpando a todo mundo y sólo resaltando
lo negativo de la vida, de los demás y de la propia comunidad eclesial.
J: “Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y nuestro Padre
Dios, que nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno
y una feliz esperanza, conforten los corazones de ustedes y los dispongan
a toda clase de obras buenas y de buenas palabras… Oren también para
que Dios nos libre de los hombres perversos y malvados que nos acosan,
porque no todos aceptan la fe” (2 Tes 2,16-17; 3,1-2). “Agustín, en la
difícil situación del imperio romano, que amenazaba también al África
romana y que, al final llegó a destruirla, quiso transmitir esperanza, la
esperanza que le venía de la fe y que, en total contraste con su carácter
introvertido, le hizo capaz de participar decididamente y con todas sus

296
EXIGENCIAS

fuerzas en la edificación de la ciudad. En las Confesiones, dice: Cris-


to ‘intercede por nosotros; de otro modo desesperaría. Porque muchas
y grandes son mis dolencias; sí, son muchas y grandes, aunque más
grande es tu medicina. De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado
entre nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza
humana y desesperar de nosotros’ (SS 29). “Está claro que el hombre
necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede
contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca
podrá alcanzar” (SS 30).
A: Necesitamos un “reavivamiento de la esperanza” (DA 97),
con la ayuda de los hermanos, pues “la Iglesia es ‘casa y escuela de
comunión’, donde los discípulos comparten la misma fe, esperanza y
amor al servicio de la misión evangelizadora” (DA No. 158). Dicen los
“Lineamenta” para el Sínodo sobre la nueva evangelización: “Afronte-
mos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y
reconfortante alegría de evangelizar, aunque parezca que el anuncio sea
una siembra entre lágrimas (cf. Sal 126, 6). «Hagámoslo —como Juan
el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa
multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo
de la historia de la Iglesia— con un ímpetu interior que nadie ni nada
sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas en-
tregadas. Y ojalá que el mundo actual —que busca a veces con angustia,
a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través
de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a
través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes
han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan
consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar
la Iglesia en el mundo” (No. 25)

18. Enfermedades y sufrimientos


V: Todos estamos expuestos a diversas enfermedades, transitorias
y permanentes, que nos limitan para llevar a cabo nuestro servicio pas-
toral. Los años avanzan y los achaques se acumulan. Inquieta la insegu-
ridad económica en la ancianidad y en la enfermedad. El no tener quién
nos cuide en esas etapas de la vida, puede causarnos angustia. A algunos

297
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ya les podemos parecer como estorbos, y quisieran vernos ausentes o


lejanos.
J: “El sufrimiento forma parte de la existencia humana. Es cierto
que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero ex-
tirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemen-
te porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque
ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa,
que —lo vemos— es una fuente continua de sufrimiento. Esto sólo podría
hacerlo Dios: y sólo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personal-
mente en la historia y sufriese en ella. Nosotros sabemos que este Dios
existe y que, por tanto, este poder que «quita el pecado del mundo» (Jn
1,29) está presente en el mundo. Con la fe en la existencia de este poder
ha surgido en la historia la esperanza de la salvación del mundo. Pero
se trata precisamente de esperanza y no aún de cumplimiento; esperan-
za que nos da el valor para ponernos de la parte del bien aun cuando
parece que ya no hay esperanza, y conscientes además de que, viendo el
desarrollo de la historia tal como se manifiesta externamente, el poder
de la culpa permanece como una presencia terrible, incluso para el fu-
turo” (SS 36). “Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra
él, pero no podemos suprimirlo. Lo que cura al hombre no es esquivar el
sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribula-
ción, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión
con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (SS 37).
A: “Nuestra alegría se basa en el amor del Padre, en la partici-
pación en el Misterio Pascual de Jesucristo quien, por el Espíritu Santo,
nos hace pasar de la muerte a la vida, de la tristeza al gozo, del absurdo
al hondo sentido de la existencia, del desaliento a la esperanza que no
defrauda. Esta alegría no es un sentimiento artificialmente provocado
ni un estado de ánimo pasajero” (DA 17). “Ante la desesperanza de un
mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la
existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que
Dios será todo en todos (cf. 1 Cor 15,28). (DA 109). “La grandeza de la
humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufri-
miento y con el que sufre. Una sociedad que no logra aceptar a los que
sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el su-
frimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una

298
EXIGENCIAS

sociedad cruel e inhumana. Aceptar al otro que sufre significa asumir


de alguna manera su sufrimiento, de modo que éste llegue a ser también
mío. Pero precisamente porque ahora se ha convertido en sufrimiento
compartido, en el cual se da la presencia de un otro, este sufrimiento
queda traspasado por la luz del amor. Pero también la capacidad de
aceptar el sufrimiento por amor del bien, de la verdad y de la justicia, es
constitutiva de la grandeza de la humanidad porque, en definitiva, cuan-
do mi bienestar, mi incolumidad, es más importante que la verdad y la
justicia, entonces prevalece el dominio del más fuerte; entonces reinan
la violencia y la mentira. La verdad y la justicia han de estar por encima
de mi comodidad e incolumidad física, de otro modo mi propia vida se
convierte en mentira. Y también el «sí» al amor es fuente de sufrimiento,
porque el amor exige siempre nuevas renuncias de mi yo, en las cuales
me dejo modelar y herir. En efecto, no puede existir el amor sin esta
renuncia también dolorosa para mí, de otro modo se convierte en puro
egoísmo y, con ello, se anula a sí mismo como amor” (SS 38).

19. Fracasos
V: ¡Cuánto nos desaniman los fracasos! Nadie los desea, pero a
veces llegan. Piensas que todo va bien, y resulta al revés. Tomas una
decisión, y sale contraproducente. Confías en una persona, y te defrauda.
Alguien emite votos o recibe la ordenación, y al poco tiempo deja todo
y cambia de estilo de vida. Elaboras planes con ilusión, y casi nadie te
secunda. Proyectas una obra, y se derrumba. Te sacrificas por algo o por
alguien, y sales perdiendo.
J: “En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos
y también a nosotros (Rm 8,24). Se nos ofrece la salvación en el sentido
de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la
cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un pre-
sente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si pode-
mos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique
el esfuerzo del camino” (SS 1). “Si no podemos esperar más de lo que
es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar
que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida
se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza. Es importante sin

299
SER SACERDOTE VALE LA PENA

embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya


no tenga nada más que esperar para mi vida o para el momento histó-
rico que estoy viviendo. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar
de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto
están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias
al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así
puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar. Eso sigue
teniendo sentido aunque en apariencia no tengamos éxito o nos veamos
impotentes ante la superioridad de fuerzas hostiles. Así, por un lado, de
nuestro obrar brota esperanza para nosotros y para los demás; pero al
mismo tiempo, lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en
los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada
en las promesas de Dios” (SS 35).
A: “El creyente necesita saber esperar soportando pacientemente
las pruebas para poder «alcanzar la promesa» (cf. Hebr 10,36). Dios
se ha manifestado en Cristo. Nos ha comunicado ya la «sustancia» de
las realidades futuras y, de este modo, la espera de Dios adquiere una
nueva certeza. Se esperan las realidades futuras a partir de un presente
ya entregado. La Segunda Carta a Timoteo (1,7) caracteriza la actitud
de fondo del cristiano con una bella expresión: «Dios no nos ha dado
un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio»”
(SS 9). “Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y
de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una
persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humani-
dad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo. En las pruebas verdade-
ramente graves, en las cuales tengo que tomar mi decisión definitiva de
anteponer la verdad al bienestar, a la carrera, a la posesión, es nece-
saria la verdadera certeza, la gran esperanza de la que hemos hablado.
Por eso necesitamos también testigos, mártires, que se han entregado
totalmente, para que nos lo demuestren día tras día. Los necesitamos en
las pequeñas alternativas de la vida cotidiana, para preferir el bien a la
comodidad, sabiendo que precisamente así vivimos realmente la vida.
Digámoslo una vez más: la capacidad de sufrir por amor de la verdad es
un criterio de humanidad. No obstante, esta capacidad de sufrir depende
del tipo y de la grandeza de la esperanza que llevamos dentro y sobre la
que nos basamos. Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser

300
EXIGENCIAS

hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros,


porque estaban repletos de la gran esperanza” (SS 39).

20. ¡Animo!
V: Hay muchos motivos para desesperar, para desanimarnos, para
culpar a otros y desconfiar de todo y de todos. Podemos hacernos pesi-
mistas y negativos, con un carácter triste, agrio y repelente. O podemos
caer en una indiferencia, en que todo nos vale, nos resbala, y nada nos
importa ni inquieta: con tal de que no me afecte, a mí qué…
J: “Nosotros necesitamos tener esperanzas —más grandes o
más pequeñas—, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin
la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no
bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el uni-
verso y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos
no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma
parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no
cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha
amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad
en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un
futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado
y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de
perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la
esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al
mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe
aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, es-
peramos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente»
vida” (SS 31).
A: “En esta hora, en que renovamos la esperanza, queremos ha-
cer nuestras las palabras de S.S. Benedicto XVI: ¡No teman! ¡Abran,
más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!…quien deja en-
trar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace
la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las
puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes
potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad expe-
rimentamos lo que es bello y lo que nos libera… ¡No tengan miedo de

301
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Cristo! Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento


por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontra-
rán la verdadera vida” (DA 15). “Esperamos un nuevo Pentecostés que
nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una
venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza”
(DA 362).
“Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza (cf. Ef 2,12). Sólo
Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace. La
imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica,
sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros
de la esperanza. Dios es justicia y crea justicia. Éste es nuestro con-
suelo y nuestra esperanza. Pero en su justicia está también la gracia.
Esto lo descubrimos dirigiendo la mirada hacia el Cristo crucificado
y resucitado. Ambas —justicia y gracia— han de ser vistas en su justa
relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injus-
ticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto
se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. Al final
los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a
la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada” (SS 44).
“El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque
es gracia” (SS 47).

21. ¡Con María!


V: “En el corazón y la vida de nuestros pueblos late un fuerte
sentido de esperanza, no obstante las condiciones de vida que parecen
ofuscar toda esperanza. Ella se experimenta y alimenta en el presente,
gracias a los dones y signos de vida nueva que se comparte; compromete
en la construcción de un futuro de mayor dignidad y justicia y ansía los
cielos nuevos y la tierra nueva que Dios nos ha prometido en su morada
eterna” (DA 536).
J: “En la Virgen María, llega a cumplimiento la esperanza de los
pobres y el deseo de salvación” (DA 267). “María brindará a los sacer-
dotes fortaleza y esperanza en los momentos difíciles y los alentará a
ser incesantemente discípulos misioneros para el Pueblo de Dios” (DA
320).

302
EXIGENCIAS

A: Oremos, pues la oración hecha con fe es una acción muy eficaz:

1. Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes


en Israel que, como Simeón, esperó «el consuelo de Israel» (Lc
2,25) y esperaron, como Ana, «la redención de Jerusalén» (Lc
2,38).
2. Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de
Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a
Abrahán y a su descendencia (cf. Lc 1,55). Así comprendemos
el santo temor que te sobrevino cuando el ángel de Dios entró en
tu aposento y te dijo que darías a luz a Aquél que era la esperan-
za de Israel y la esperanza del mundo.
T. Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hacerse reali-
dad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante
la grandeza de esta misión y has dicho «sí»: «Aquí está la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

1. Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Ju-
dea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen
de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo
por los montes de la historia. Pero junto con la alegría que, en
tu Magnificat, con las palabras y el canto, has difundido en los
siglos, conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas
sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo.
2. Sobre su nacimiento en el establo de Belén brilló el resplandor
de los ángeles que llevaron la buena nueva a los pastores, pero
al mismo tiempo se hizo de sobra palpable la pobreza de Dios en
este mundo. El anciano Simeón te habló de la espada que traspa-
saría tu corazón (cf. Lc 2,35), del signo de contradicción que tu
Hijo sería en este mundo.

1. Cuando comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste


quedarte a un lado para que pudiera crecer la nueva familia que
Él había venido a instituir y que se desarrollaría con la aporta-
ción de los que hubieran escuchado y cumplido su palabra (cf. Lc
11,27s).

303
SER SACERDOTE VALE LA PENA

2. No obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos de


la actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experimentas-
te la verdad de aquella palabra sobre el «signo de contradicción»
(cf. Lc 4,28ss). Así has visto el poder creciente de la hostilidad
y el rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jesús
hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracasado,
expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador del mun-
do, el heredero de David, el Hijo de Dios. Recibiste entonces la
palabra: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26).
T. Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te
convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los
que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo. La espada del dolor
traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza? ¿Se había que-
dado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin meta?

1. Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aque-


lla hora la palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor
en el momento de la anunciación: «No temas, María» (Lc 1,30).
¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípu-
los: no temáis! En la noche del Gólgota, oíste una vez más estas
palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora de la
traición, Él les dijo: «Tened valor: Yo he vencido al mundo» (Jn
16,33). «No tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,27).
«No temas, María».
2. En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: «Su reino no ten-
drá fin» (Lc 1,33). ¿Acaso había terminado antes de empezar?
No, junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te conver-
tiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad
del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido
a encontrar con la mañana de Pascua.
1. La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha
unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse
en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad
de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban
unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14), que
recibieron el día de Pentecostés.

304
EXIGENCIAS

2. El «reino» de Jesús era distinto de como lo habían podido ima-


ginar los hombres. Este «reino» comenzó en aquella hora y ya
nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos como
madre suya, como Madre de la esperanza.
T. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer,
esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estre-
lla del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.

Canto: Santa María de la esperanza.

305
CAPÍTULO VI
SÍNTESIS VITAL

40. MI SECRETO PARA SER FELIZ

Dios me ha regalado la gracia de sentirme feliz, plenamente realiza-


do, fecundo, lleno de vida, de serenidad y de paz.
Mientras más avanzan los años, más se consolidan mis decisiones,
se afianzan mis valores, crecen mis ilusiones, disfruto la vida, los días se
pasan más de prisa y gozo con lo que me rodea.
Puedo decir, con toda humildad y verdad, que el Señor me ha con-
cedido ser un hombre feliz y un sacerdote alegre, optimista, dinámico y
“dador de vida”.
Si esto es verdad, también es verdad que todo se lo debo al amor de
Dios. Porque yo no me considero ni muy inteligente ni muy dotado. Soy
una persona común y corriente. Lo único que me ha valido es que he
procurado dejarme guiar por Dios, aprender de otros y sacar provecho de
mis experiencias de vida.
He pasado por situaciones difíciles; he tenido problemas graves, y
algunos muy graves; he experimentado el dolor y la cruz; he sufrido li-
mitaciones por la salud y por mis incapacidades; se me han atravesado
tentaciones diversas; he padecido injusticias, calumnias e incomprensio-
nes. Además, sé que debo estar preparado para los tiempos de Getsemaní
y de Calvario que el Señor me depare, en cualquier forma que se pudieran
presentar.
Pero en medio de todo esto, estoy seguro del amor de Dios; estoy
cierto de que no me ha dejado ni me dejará; tengo puesta toda mi confian-
za en Él y sé que no me defraudará. Porque Él es bueno y fiel, aunque yo
sea débil e infiel.

307
SER SACERDOTE VALE LA PENA

¿Qué es lo que he hecho para lograr esta experiencia tan bella y tan
realista de la vida? ¿Qué es lo que más me ha ayudado? ¿Qué medios me
han servido más?
Con frecuencia varias personas me lo preguntan. Cuando no me
creen lo años que tengo, siempre me dicen que cómo le hago. Mi res-
puesta, desde hace varios años, es la misma. Ahora la comparto, por si a
alguien le sirve para su vida.
Mi secreto para ser feliz, lo resumo en cinco puntos:

1. Estar en paz con Dios y con mi conciencia


Este es el punto fundamental. En el cimiento de todo: Procurar vivir
conforme Dios enseña y hacerle caso a su palabra (cf Mi testamento).
Antes de realizar o pensar algo, preguntarme si eso está de acuerdo con
lo que Él enseña. Tratar de modelar mis criterios y decisiones por lo que
El dice y de regir mis deseos por el Evangelio. Y si al hacer algo mi con-
ciencia me reprocha, o preveo que me va a reprochar, me exijo evitarlo
en la medida de lo posible.
Cuando he logrado esta obediencia a Dios y a su voz interior a mí,
que es la conciencia, ¡cuánta armonía, serenidad, paz y tranquilidad ex-
perimento! No las cambio por nada. Aunque me consideren tonto e inge-
nuo. Aunque me insulten por no “disfrutar la vida”, al estilo de otros, en
una forma distinta al Evangelio.
Por lo contrario, cuando no vivo este punto, me viene una intranqui-
lidad y un desasosiego tal, que con nada se puede calmar o ahogar. Sólo
el perdón de Dios en la confesión y rectificar la conducta me devuelven
la paz.
Es difícil actuar conforme Dios dice y la conciencia dicta. Pero esta
es la base de todo.

2. En cuanto de mí depende, estar en paz con los demás


Me ha ayudado muchísimo creerle a Jesús, que nos dice: “Si aman a
quienes le amen a ustedes, ¿qué mérito tienen?... Si hacen el bien a quie-
nes se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen?... Amen a sus enemigos;
hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio; y su recompensa será

308
SÍNTESIS VITAL

grande, y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y
perversos” (Lc 6,32-35).
Es decir, he procurado que mi vida no dependa de cómo son los de-
más conmigo, sino de cómo quiero yo ser con ellos, de cómo Dios es
conmigo y de cómo me enseña a ser con los demás.
Si alguien me trata mal, me molesta y me hace daño, procuro no
hacerle lo mismo, sino todo lo contrario, empezando por perdonarle de
todo corazón, rezar por el o por ella y, tan pronto sea posible, demostrarle
atención, bondad y servicio.
Esto es lo más sano y positivo. Esta actitud me hace libre y no de-
pendiente de cómo sean conmigo los otros. De esta forma, me convierto
en fuente de vida, y no me quedo en lamentos, críticas amargas y des-
confianzas.
Cada día me convenzo más de que la única manera de tener y gozar la
vida, es darla a los demás (cf Mt 16,25; Lc 9,24; Jn 12,24-25).

3. Ser feliz con mi vocación


Me gusta lo que soy. Me satisface lo que hago. Estoy identificado
con mi sacerdocio. Mi servicio pastoral me hace sentir realizado y fecun-
do. Si volviera a nacer y Dios me siguiera llamando, decidiría, sin dudar
un momento, ser sacerdote.
Estoy convencido de la verdad de Jesucristo, y por eso quiero que
otros lo conozcan y lo sigan.
Estoy seguro de que las celebraciones litúrgicas son una presencia
sacramental del amor de Dios, manifestado en Cristo, y por eso procu-
ro realizarlas con devoción, para que los fieles se llenen de la vida de
Dios.
Creo que la Iglesia es el instrumento de salvación que nos dejó Je-
sucristo (cf LG 1), y por eso la amo, me complace ser miembro de ella,
lucho por no desprestigiarla en hechos y palabras, y me quiero entregar a
su purificación y santificación.
Ha experimentado la plenitud que se alcanza al consagrarme a servir
a mis hermanos hombres y mujeres, y quiero seguir colaborando para su
realización integral, para su salvación y liberación.

309
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Agradezco al Señor que me haya elegido para esta vocación, que


me haya hecho su amigo y que me haya confiado sus secretos (cf Jn
15,15-16).

4. Trabajar mucho
De mi padre y de mi familia aprendí el valor del trabajo constante,
responsable y serio.
Nada más negativo que el conformismo, la pereza, la irresponsabili-
dad, la “dejación”. Este es el camino más seguro para la mediocridad y
para la búsqueda de compensaciones.
Hay que dedicarse mucho, ser creativos e inquietos, no esperar a que
todos no lo den ya casi hecho, ni contentarse con lo fácil.
Hay que enfrentarse a los problemas y no rehuir lo difícil. Hay que
ponerse metas elevadas y los medios pertinentes.
Hay que exigirse más a uno mismo y no contentarse con lo mínimo.
No hay que esperar que nos cuiden, ni que nos obliguen, para hacer lo
que debemos. Ni estarse fijando si los demás lo hacen o no. Yo sé mis
responsabilidades y basta.
No hay que consentirse demasiado. La vida es breve y las necesida-
des ingentes. De nada sirve echar culpas a los demás y vivir de lamentos.
Hay que aportar propuestas y soluciones. Y si una de estas falla, intentar
otra. Así obra el que ama.
En una palabra, hay que desgastar la vida (cf 2 Cor 12,15; Hech
20,18-24.35).

5. Saber descansar
Pareciera que esto es secundario y superfluo; sin embargo, también
tiene su importancia.
Somos limitados y débiles. A veces quisiéramos seguir trabajando,
estudiando o sirviendo, pero las energías no dan para más. Hay que reco-
nocer que no podemos hacer todo y que necesitamos tiempos y espacios
de descanso.
Saber descansar es un arte y hay mucha gente que no lo sabe hacer.
Porque no consiste necesariamente en no hacer nada, sino hacer lo que

310
SÍNTESIS VITAL

realmente nos hace recobrar nuevas energías, en el cuerpo y en el es-


píritu.
Cada quien tiene su forma de descansar, según sus necesidades per-
sonales. Yo descanso retirándome a la soledad (por ejemplo, Santo De-
sierto de Tenancingo, o a los montes de Chiltepec), donde leo, estudio,
escribo, camino, duermo y hago más oración que en los días ordinarios.
Y, de cuando en cuando, cuando podía hacerlo, disfrutando el sol de la
playa, pero sin los ajetreos de andar de una parte para otra, ni en fiestas
o espectáculos ruidosos.
Contemplar la naturaleza, convivir con la familia y los amigos, ver
un buen programa de televisión o una buena película, ir al teatro, leer
el periódico o una novela que sea positiva, conocer otros lugares, ha-
cer deporte o ejercicio físico, practicar un juego de mesa, etc., son otras
tantas formas de descansar, de acuerdo a los gustos, necesidades y re-
querimientos de cada uno. Cambiar de actividad es una buena forma de
descansar.
Las parrandas, las fiestas y algunos paseos no siempre descansan,
sino que producen el efecto contrario.
Por otra parte, el descanso no es tal si antes no se ha cansado uno,
trabajando duramente. Descansar sin haberse cansado es un aburrimiento
y una pérdida de tiempo.
Finalmente, el descanso no es un valor absoluto. Muchas veces hay
que renunciar a él, porque hay urgencias de amor y servicio al prójimo,
que no se pueden posponer. En esos casos, hay que olvidarse de sí mismo
y atender a quien nos necesita (cf Mc 6,31-34). Ya nos llegará el descan-
so eterno (cf Hebr 4,10-11; Apoc 14,13).

311
SER SACERDOTE VALE LA PENA

41. UTOPÍA DE FIGURA SACERDOTAL

Escrita el 27 de junio de 1980

En mi concepto, el sacerdote ideal debería tener, entre otras, las si-


guientes características como fundamentales:

1. Estar muy lleno de Dios; es decir, haberse convencido de que


el Señor vive, que tiene razón y que es capaz de hacer feliz la vida. Al-
guien que le ha creído al Señor; que lo ha aceptado en su corazón; que
tiene la experiencia de que sólo Él lo ha salvado. Alguien que está “ena-
morado”; es decir, entusiasmado por el Señor; que habla de Él a todas
horas, en todas partes y a toda la gente. Alguien que escucha al Señor,
que se alimenta de Él, piensa en Él y en todo depende de Él. Alguien, por
tanto, para quien el Señor es el centro, la razón, la fuente y la meta de su
vida.
2. Estar totalmente entregado al servicio de la comunidad,
con preferencia a los más pobres y necesitados, como hizo el Señor
Jesús. Alguien cuyo tiempo esté siempre disponible para escuchar, ayu-
dar y pensar en los demás. Alguien cuyas facultades estén encaminadas,
creativa y espontáneamente, a buscar la forma de hacer el bien a todos.
Alguien que no ponga pretextos para servir donde se le llame. Alguien
que no busque tanto su interés personal, su prestigio o un puesto. Alguien
que estudie, lea y se prepare para servir mejor; por tanto, que, haga lo que
haga, esté pensando en los demás. Alguien que preste fácilmente sus co-
sas, se desprenda generosamente del dinero y no condicione sus servicios
a la retribución económica. Que sea libre ante el dinero y los ricos, ante
los sabios y poderosos.
3. En las circunstancias concretas de México y de América Latina,
el sacerdote debería estar dedicado a cooperar para que se resuelvan
los problemas de marginación, opresión e injusticia, que tanto aque-
jan a las grandes mayorías. Por tanto, alguien que conozca los mecanis-
mos del sistema capitalista; alguien que sea valiente para denunciar las
injusticias; alguien con iniciativa para formar a los laicos en sus respon-
sabilidades históricas de crear nuevos modelos de sociedad; alguien que
sienta como propios los dolores de nuestro pueblo; alguien que no busca

312
SÍNTESIS VITAL

privilegios y que está dispuesto a sufrir incomodidades y carencias; al-


guien que gusta convivir con los pobres y dejar a un lado las compensa-
ciones burguesas que la sociedad de consumo ofrece; alguien dispuesto a
ser pobre y vivir como pobre; alguien que guarde el equilibrio en su trato
con toda clase de gente; que no sea ni pacifista ni activista, sino que viva
según la praxis de Jesús.
4. Para lograr todo esto, el sacerdote debería ser fiel a la Iglesia y
dócil al Magisterio, pero también con capacidades críticas y sano jui-
cio, para adaptarse a las diversas circunstancias, en fidelidad al Evange-
lio. Que sepa convivir con toda clase de personas: pobre y ricos, sabios e
ignorantes, hombres y mujeres, ateos y creyentes, jóvenes, niños y ancia-
nos, sacerdotes, religiosas y laicos. Que sea humano y normal en su trato
con todos, en particular con la mujer; pero también capaz de no dejarse
llevar por sus instintos, por la fuerza de la costumbre o de la moda. Que
sea sabio para discernir, a la luz del Evangelio, la verdad de los criterios
y de las actitudes de la mayoría, y también valiente para ser distinto, para
ir contra la corriente, parecer “anormal”, siempre y cuando sea por dar
testimonio de un mundo y de unos valores distintos: los del Evangelio.

Señor Jesús:

Tú me has llamado. Tú me conoces.


Sabes mis limitaciones
y mis posibilidades.

GRACIAS por esta vocación.


Gracias por hacerme tu colaborador,
tu instrumento,
tu signo ente los hombres.

Dame tu Espíritu,
que me purifique de mis fallas
y me haga sincero
conmigo y contigo.

313
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Dame tu Espíritu,
para que,
cada día,
sea un instrumento real
de tu presencia.

Ruega al Padre,
para que me tome en sus manos
y pueda, contigo,
rehacer este mundo en su amor.

Madre María,
intercede por mí
y por todos,
para que se forme Cristo en nosotros
y, así, colaboremos eficientemente
al proyecto original
del Padre Dios.

Amén.

314
SÍNTESIS VITAL

42. A LOS VEINTICINCO AÑOS

Homilía en las Bodas de Plata Sacerdotales


25 de agosto de 1988
Seminario Conciliar de Toluca

Textos bíblicos de la Misa: Ex 3,7-12; 4,10-12. Salmo 39. 1 Cor 1,


23 -2,5. Jn 15,13-16

Al hacer un recuento de toda mi existencia: el haber nacido y crecido


en una familia cristiana e integrada; la educación en el Seminario y las
oportunidades de formación que he recibido; la ordenación sacerdotal;
los primeros años de ministerio pastoral en el Seminario, en Coatepec
Harinas, Zacualpan y San Andrés Cuexcontitlán; los últimos 18 años de
servicio en el Seminario: 9 como director espirituales del Menor, 2 como
profesor, 7 como Rector, y de 1974 a 1981 coordinando la Pastoral Vo-
cacional; en todos y cada uno de los momentos de mi vida, no encuentro
más que motivos para quedarme admirando y extasiado por la bondad
del Señor conmigo. Todo ha sido gracia; incluso los problemas y los
obstáculos.
Me quedo sorprendido de cómo su mano ha guiado toda mi historia.
No sé por qué lo ha hecho. Sólo sé que es porque me ama.
Por eso, lo único que puedo decirle es: ¡Gracias, Señor! ¡Aquí estoy:
a tu plena disposición! Haz de mí lo que quieras. Soy de ti y para ti. Quie-
ro hacer sólo tu voluntad. Me fío plenamente de ti. Estoy completamente
seguro de que nunca me has abandonado y sé que jamás me defraudarás.
Me siento amado por ti. Te amo y quisiera amarte mucho más todavía.
Deseo que toda mi vida se gaste, en ti, contigo y por ti, por la gloria del
Padre, para el servicio de tu Iglesia y para la salvación de mis hermanos.
Junto con María, nuestra Madre.

1. ¿Qué ha significado para mí ser sacerdote?

¿Qué experiencia de vida sacerdotal quisiera compartir hoy, al cele-


brar el XXV aniversario de mi ordenación?

315
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Leyendo en mi propia historia, he podido constatar que es verdad lo


que nos dice la Palabra que hemos escuchado: Que la vocación al sacer-
docio es una elección totalmente gratuita por parte de Dios. El me eligió
porque quiso. Como escogió a Abraham, a Moisés, a los profetas, a los
apóstoles y a todos los demás. Como eligió a nuestro Obispo, a mis com-
pañeros de generación y a todos los sacerdotes. Todo es obra de su amor.
Puedo decir como Moisés: “¿Quién soy yo?” (Ex 3,11). Y mi res-
puesta no es otra que la de San Pablo: “Dios ha elegido a los ignorantes
en este mundo…, a los débiles del mundo…, a los insignificantes y des-
preciados del mundo, es decir, a los que no valen nada…; de manera que
nadie pueda presumir delante de Dios” (1 Cor 1,27-29).
El Señor me ha llamado, levantándome del polvo. Procedo de una
familia campesina. Mi padre empezó por ser un ejidatario y un arriero.
Hasta hoy, los míos subsisten de la tierra, del comercio y del trabajo
responsable y humilde. Mi madre, a sus 84 años, no deja de trabajar.
El Señor me entresacó de un pueblo sencillo, que hace tiempo estaba
olvidado entre los cerros. Su forma de ser es parte de mí y siempre irá
conmigo. Por eso, pedí que la banda de música de Chiltepec acompañara
los cantos de esta celebración.
Puedo decir también como Moisés: “Yo no he sido nunca hombre de
palabra fácil” (Ex 4,10). Y como San Pablo: “Me presente ante ustedes
débil, tímido y tembloroso” (1Cor 2,3). Muchos saben cuánto me costaba
hablar en público, intervenir en reuniones, participar en grupos.
Sin embargo, el Señor me confío el encargo de su Palabra y he senti-
do la responsabilidad de transmitirla. Muchas veces me era más cómodo
callar, contentarme con criticar, lamentar y no aportar nada. Pero al ver
las necesidades de nuestra Iglesia, al comprobar las esclavitudes de nues-
tra gente y, sobre todo, al ir descubriendo cada día el amor de Dios Padre,
manifestado en Jesús, he pedido la fuerza del Espíritu Santo, para decir o
escribir la palabra oportuna, sea a los jóvenes o a los matrimonios, a los
enfermos y a los que sufren, a los seminaristas y a los sacerdotes.
Quisiera centrar toda mi vida, como San Pablo, en predicar a Cristo
crucificado, aunque sea escándalo para unos y necedad para otros. Estoy
cada día más convencido de que Él es “la fuerza de Dios y la sabiduría
de Dios” (1 Cor 1,24), y de que sólo en Él se encuentra “el camino, la
verdad y la vida” (Jn 14,16).

316
SÍNTESIS VITAL

Por su bondad, el Señor me eligió para ser su amigo, para confiarme


sus secretos, para estar muy cerca de Él. Sé de cierto que no soy digno;
pero Él, que es bueno, me llamó y me destinó a conducir a otros a sus
infinitos tesoros de sabiduría y de gracia, de perdón y de paz, de vida y
de amor (cf Jn 15,15; Mc 3,13-14).
Es un don incalculable el bautizar en su nombre, predicar su palabra,
perdonar con su poder, actualizar su pascua en la Eucaristía, sanar y for-
talecer a los enfermos con su misericordia, consolidar a los esposos con
su amor, alimentar con su Cuerpo y con su Sangre a los miembros de
la Iglesia, consolar con su bondad a los que sufren, abrir las puertas del
paraíso a los moribundos, levantar con su fuerza a los caídos… En una
palabra, ser un instrumento para que Él continúe siendo salvador y reden-
tor de mis hermanos, es un regalo que nunca alcanzaré a comprender, y
que nunca terminaré de agradecer.
Por todo ello, no me cansaré de repetir: ¡Gracias, Señor! No soy dig-
no de tanto amor. Al contrario, tu conoces mis debilidades. Me duelen,
porque son ingratitudes sin razón. Quiero pedirte, de corazón, que me
perdones. Y como yo solo no soy capaz de agradecerte y suplicarte como
mereces, ha venido a tu presencia esta familia eclesial, para acompañar-
me. Quieren unirse conmigo, para alabarte y darte gracias; para pedirte
me perdones, y para rogarte me concedas dar los frutos para los que tú
me elegiste. Esta es, pues, una reunión festiva para ti, y no tanto sólo
para mí.

2. Quiero darte las gracias

Quiero darte las gracias, también, Señor, por tantas personas que han
sido tus mediaciones, por las cuales me llamaste, me formaste, me acom-
pañaste, me sostuviste y, en una palabra, me manifestaste y me sigues
manifestando tu amor y tu predilección.
Gracias por que mi papá Moisés (difunto hace 12 años y medio) y
por ni mamá Coínta; por mi abuelita Rosa y por toda mi familia. Lo que
soy, allí tiene sus raíces más profundas. Gracias, en particular, por el
testimonio fuerte y alegre de mi papá; por la sencillez y la delicadeza de
mi mamá; por su amor de esposos; por su profunda vida cristiana; por
el respeto y apoyo que siempre me dieron. Gracias por el cariño y com-

317
SER SACERDOTE VALE LA PENA

prensión de mis hermanos, por la unidad de la familia y por el afecto de


todos mis parientes.
Gracias por el Padre Juvencio González (qepd), entonces párroco de
Coatepec Harinas, que me bautizó.
Gracias por quienes fueron tus instrumentos para que yo empezara
a decir, desde los más tiernos años de mi infancia, que yo quería ser
sacerdote.
Gracias por el Padre Liborio de la Fuente, CP (qepd), misionero pa-
sionista español, que atendió tantas veces a mi pueblo, y cuya presencia
sacerdotal fue la primera más cercana que tuve.
Gracias por los párrocos y vicarios de Coatepec Harinas, a donde
pertenecía mi pueblo, y por los sacerdotes y seminaristas del Seminario
Conciliar de la Arquidiócesis de México, que iban de paseo desde Almo-
loya de Alquisiras a Chiltepec. Su figura tuvo mucho que ver, de que mis
sueños de ser sacerdote se fueran consolidando.
Gracias por mi primer Obispo, Mons. Arturo Vélez Martínez, quien
me abrió las puertas de su recientemente inaugurado Seminario en Valle
de Bravo. El fue quien personalmente habló con mi papá, para ver la
posibilidad de admitirme, aunque habían pasado varios días de que ya se
había inciado el curso. El se preocupó por toda nuestra formación y fue el
medio por el que Dios me regaló tantas oportunidades. Por la imposición
de sus manos, recibí la ordenación sacerdotal y con él ejercí 18 años de
mi vida ministerial. Con él experimente el misterio pascual de la obe-
diencia, pero también la serenidad de la comunión posterior y presente.
Gracias a mi hermano Adulfo y a Víctor Hernández, que me llevaron
a Valle de Bravo, para iniciar mi vida seminarística.
Gracias por don Manuel Domínguez (qepd) y por mi tía Lupe Bernal,
que ayudaron a mi papá con la colegiatura mensual.
Gracias por los padres José Álvarez, Telésforo Flores, Heriberto Es-
camilla y Agustín Escudero, vicerrector, prefectos y director espiritual
respectivamente, que me recibieron en Valle de Bravo. Ellos siempre me
apoyaron; me animaron cuando yo insistía en volver a Chiltepec, extra-
ñando los mimos del hogar; tuvieron paciencia con mis lágrimas de niño
y con la limitada preparación escolar con que llegué.
Gracias a mis primeros compañeros y amigos de generación, con
quienes compartí penas y alegrías. En particular, gracias por el padre

318
SÍNTESIS VITAL

Rosendo Arenas, entonces “sotaministro” porque sus atenciones y cui-


dados suplieron, en parte, aquellos a los que estaba acostumbrado.
Gracias por las padres Jesús Delgado, Telésforo Olivares, Carlos Ar-
zate, Margarito Ávila, Hernán Gamper y Leocadio Chávez, por los ya
difuntos Pablo Guadarrama, Isidro Pedraza y Santiago Ruiz, así como
por otros tantos formadores y maestros, que fueron desgranando su vida
en nuestro servicio, esforzándose por forjar en nosotros al ministro del
Señor y de la Iglesia.
Gracias por el regalo tan enriquecedor de la amistad del Padre Jesús
Márquez, con quien he compartido todos los avatares de mi existencia
sacerdotal. El me ha impulsado, me ha exigido, y en todo me ha acom-
pañado. Así mismo, gracias por la amistad sacerdotal de Samuel Martín,
Luciano Villanueva, Jorge García, y tantos más con quienes he trabaja-
do, gozado, sufrido y aprendido.
Gracias también, por mis primos sacerdotes Victor Díaz y Arturo
Domínguez, que me han brindado siempre su cariño, apoyo, compren-
sión y bondad. Igualmente por el Padre Noé Esquivel, también de mi
familia, y por mi paisano el Padre Fernando Olascoaga; con ellos voy
caminando y luchando por responderte con fidelidad.
Gracias, Señor, por mi actual Obispo, Mons. Alfredo Torres Rome-
ro. Gracias por la confianza que ha depositado en mí, por el apoyo que
siempre me ha ofrecido; por la comunión en la fe y en el amor a la Iglesia
que hemos compartido.
Gracias por tantos sacerdotes que, que de una u otra forma me han
ayudado. Por Mons. Adolfo Carduño (quepd), antiguo Vicario General;
por el Padre Bernardo Reyes y el padre Emilio Oviedo (quepd), mis pá-
rrocos en Coatepec Harinas y en Zacualpan; por Mons. Carlos González
Anaya, durante un buen tiempo mi director espiritual; por el Padre José
Cardiel, mi Foráneo cuando yo era párroco en San Andrés Cuexcontit-
lán, y por tantos otros con quienes he compartido la fraternidad sacra-
mental.
Quiero darte las gracias, Señor, muy particularmente por los diversos
equipos formadores del Seminario, con quienes he convivido durante los
últimos 18 años de mi existencia sacerdotal. Ellos me han hecho crecer.
En especial, no sé cómo agradecerte el apoyo, cariño, respeto, colabora-
ción, amistad, atención, lealtad y comprensión del actual equipo forma-

319
SER SACERDOTE VALE LA PENA

dor, que se ha preocupado también por preparar una digna celebración de


estas bodas de plata sacerdotales.
Gracias por las diferentes generaciones de seminaristas, con quienes
y por quienes me has permitido entregar mis energías y capacidades.
Me han hecho sentir la plenitud de la paternidad espiritual, incluso en
medio de los dolores que comparta el engendrarlos en Cristo. Con sus
exigencias e inconformidades, me han urgido a seguir creciendo. Con
su respeto, cariño, obediencia y confianza, me han hecho gozar la ex-
periencia de estar desempeñando una verdadera misión pastoral dentro
del Seminario. Les agradezco cuanto han hecho con ocasión de estos 25
años sacerdotales y te pido, Señor, que les sigas ayudando a clarificar su
vocación y les concedas tu Espíritu y se entreguen a tu Iglesia con todo
el entusiasmo de su corazón juvenil.
Gracias, Señor, por tantos amigos y conocidos, hombres y mujeres,
religiosos y religiosas, jóvenes y adultos, apóstoles seglares y familias,
con quienes me has permitido ir entretejiendo mi vida y mi sacerdocio.
Con ellos, me has concedido ser padre, hermano y amigo. Todos han sido,
y siguen siendo, signos de tu amor y de tu providencia. Me han ayudado
no sólo con sus oraciones, sino con su testimonio, con sus consejos y has-
ta con sus bienes materiales. Devuélveles, Señor, con la generosidad que
te caracteriza, cuanto han hecho por mí. Concédeles que sigan creciendo
en su fe y en su esperanza. Regálales paz y unidad en sus hogares, salud
y prosperidad en sus tareas. Dales tu Espíritu, para que sean cristianos
convencidos y apóstoles fervientes. Y permíteme ser, cada día, un mejor
sacerdote para ellos; un signo de tu amor, de tu bondad y misericordia, de
tu paz y fortaleza, de tu perdón y alegría. Que encuentren en mí cada vez
algo más de ti; que tú crezcas en ellos y yo disminuya (cf Jn 3,30).
Ante ti y ante ellos, quiero repetir: ¡Gracias, Señor! Me has levan-
tado del polvo y me has exaltado, al llamarme para ser tu ministro, tu
sacramento, tu presencia; es decir, para ser como otro tú. ¿Quién puede
ser digno de tal vocación? Todo es gracia de tu amor y señal de tu pre-
dilección.
Padre Dios: soy incapaz de agradecerte como es injusto y necesario
hacerlo. Soy limitado y pecador. En mi historia hay muchas deficiencias
que tú bien conoces. Por eso, no tengo —no tenemos—otra acción de
gracias mejor que esta Eucaristía de tu Hijo Jesucristo. Nos unimos a Él,

320
SÍNTESIS VITAL

para que Él sea, ante ti, la máxima expresión de cuanto queremos expre-
sarte. Que por Él, con Él y en Él, sea para ti toda gloria y todo honor.
Por siempre.
Y unidos a Jesucristo, tu Hijo amado, y en presencia de tu Iglesia,
quiero ratificarte mi compromiso de seguir esforzándome, toda mi vida,
por ser una “víctima viva”, para alabanza de tu gloria, y confirmarte mi
decisión de estar dispuesto a hacer siempre tu voluntad, donde quieras,
cómo quieras y en la forma que dispongas.

Con la fuerza de tu Espíritu y la protección de Santa María. ¡Amén!

321
SER SACERDOTE VALE LA PENA

43. MI TESTAMENTO

Escrito el 18 de diciembre de 1979

Estando próximo a cumplir cuarenta años y sabiendo que el Señor en


cualquier momento me puede decir “Ven”, quiero expresar lo siguiente:
¡¡¡VALE LA PENA HACERLE CASO AL SEÑOR!!! Lo que Él
nos dice y el camino que Él nos propone, es el medio más seguro para ser
feliz, para ser alguien, para que la vida tenga sentido.
De esto me he convencido por experiencia de mi propia vida. Y como
he tenido la oportunidad de conocer a mucha gente en un nivel muy pro-
fundo, puedo decir con toda seguridad que, mientras alguien no se decida
a hacerle caso al Señor, mientras no acepte practicar su Palabra, nunca va
a encontrar la paz interior total, nunca va a ser plenamente feliz, por más
cosas, dinero o experiencias sensibles que pueda tener.
Personalmente, me ciento lleno de vida, salud, paz, esperanza y segu-
ridad; me considero muy fecundo y realizado, con muchas posibilidades
en el futuro, cargado de experiencias y de energías. No le temo al futuro
ni a la gente.
Y todo esto que considero haber logrado y que me hace profunda-
mente feliz, me lo explico no porque ya sea muy capaz o muy inteligente,
sino porque el Señor ha estado conmigo y porque he procurado hacerle
caso al camino que Él me ha enseñado.
A la vez, puedo decir que cuando me he dejado llevar por el medio
ambiente o por mis propias inclinaciones, y no he vivido conforme a
su Palabra, me he sentido triste, solo, angustiado, con temor y sin paz
interior.
Pero Él me comprende más que yo a mí mismo; me da nuevas fuerzas
y, con Él, voy luchando y triunfando.
Por experiencia de mi vida, puedo asegurar que VALE LA PENA
HACERLE CASO AL SEÑOR.
Cómo quisiera que todo el mundo conociera a Jesús, que hiciera la
experiencia de dejarse conducir por Él… Toda su vida cambiaría. Y para
quien no me crea, sólo le sugeriría que hiciera la prueba.
Este es el principal mensaje que quisiera dejar. En cuanto a las po-
cas cosas que poseo, me basta decir que dejo al Seminario mis libros y

322
SÍNTESIS VITAL

revistas. En cuanto a mi ropa o alguna cosa que posea, que mi familia


disponga, sin olvidarse de los pobres.
Me gustaría ser sepultado en el panteón de mi pueblo, junto a mi papá
y mamá Rosa, de quienes aprendí que el Señor es el camino, la verdad y
la vida. Me gustaría, también, que cuando estén velando mi cadáver, el
féretro permanezca cerrado.

Pido perdón a todos y que el Señor se apiade de mí.

NOTA:

El día 1 de mayo del año 2004, siendo obispo de San Cristóbal de Las Ca-
sas, agregué lo siguiente:
Ratifico en todas sus partes lo que escribí hace casi veinticinco años. Sólo
agrego lo siguiente:
Dono mis órganos, por si son útiles para algún trasplante. Advierto, sin
embargo, que desde hace varios años he debido controlar mi colesterol y los
triglicéridos.
Se puede cremar mi cuerpo, si es más conveniente y oportuno para el tras-
lado de mis restos al panteón de mi pueblo, pues deseo reposar en la capilla
familiar, junto también a mi mamá.

+ Felipe Arizmendi Esquivel


Obispo de San Cristóbal de Las Casas

323
SER SACERDOTE VALE LA PENA

44. CÁMARA HIPERBÁRICA O SAGRARIO

Artículo publicado el 18 de mayo de 2011

VER

Unos amigos chinos de la costa de Tapachula me preguntaron si ya


había probado las bondades de la “cámara hiperbárica”. Les pregunté
qué era eso y me explicaron que es un “recinto cuya presión interior es
superior a la atmosférica”, que oxigena el cerebro y todo el organismo,
para descansar y quitarse tensiones. Les respondí, sin mucho pensar, que
yo logro eso y mucho más sólo con el Sagrario, ante Jesús vivo y resu-
citado. Con Él platico y me alimento todos los días; me fortalezco, me
consuelo y me animo; me reviso, me cuestiono y me exijo; con eso me
oxigeno para empezar o concluir el trabajo, y todo gratis, sin gastar un
solo centavo.
Cada quien tiene su sistema para descansar y reanimarse. Unos acu-
den a sicólogos y terapeutas de toda tendencia, a veces con costos muy
elevados. Otros leen, duermen, ven televisión, descansan, pasean, buscan
a sus amistades, o incluso se refugian en el alcohol, las drogas, el abu-
so de sexo, etc. No faltan quienes andan buscando ansiosos las últimas
novedades para combatir su stress permanente, a veces con resultados
transitorios o nulos. Mantenerse en búsqueda es inicio de curación.

JUZGAR
Estoy plenamente convencido de que Jesús es el único camino, la
única verdad, la única vida, para todo el que busca sinceramente. El dice:
“Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y
encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo
he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,9-
10). ¿Por qué no te acercas a Él? Nada pierdes y ganas mucho. Ganas
todo, porque encuentras todo lo que necesitas.
Con toda claridad Jesús afirma: “Vengan a mí todos los que están
fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen sobre ustedes mi yugo, y

324
SÍNTESIS VITAL

aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descan-


so para su alma, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-
30). Es verdad; apartarse del quehacer ordinario, dedicarle al menos una
media hora diaria, o si se puede una hora, entrar a una iglesia donde está
el Sagrario con el Santísimo Sacramento, y platicar, de corazón a cora-
zón, con Jesús que nos ve, nos oye, nos comprende, nos ama, se levanta
uno renovado, fortalecido, descansado, rejuvenecido. Es una medicina
mejor que cualquier otra. Es una terapia de resultados increíbles. Es mu-
cho más desestresante que cualquier otro ejercicio, físico o sicológico.
Como dice el Salmo 34(33): “Haz la prueba y verás qué bueno es el
Señor; dichoso quien se refugia en él… Los que miran hacia él, queda-
rán radiantes; no habrá sonrojo en su semblante. Si el afligido invoca
al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias… Nada les falta a los
que lo temen; los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan al
Señor no carecen de nada”
El Salmo 23(22) es muy alentador, con su lenguaje simbólico: “El
Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar
y hace fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. Me guía
por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada
temo, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me dan seguridad”.

ACTUAR
La vida no es tranquila. Quien más quien menos, quien de una forma
quien de otra, todos tenemos problemas. Aún no estamos en el paraíso
y a veces la cruz se hace pesada, y hasta muy pesada. No faltan incom-
prensiones y persecuciones. Pero no estamos solos. Jesucristo está con
nosotros y nos dice que no tengamos miedo (Jn 14,27).
Busca a Jesús, de preferencia en el Sagrario, y verás que tu cruz se
hace menos pesada, porque Él lleva la parte más dura; con Él, le encon-
trarás un nuevo sentido redentor a tus sufrimientos. Confíale lo que te
aflige; saldrás de su presencia con nuevos bríos para enfrentarte a lo que
sea; no sufrirás angustias desmedidas ni insalvables. Platícale con con-
fianza tus proyectos, también tus alegrías, y El te iluminará para discernir
lo conveniente.

325
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Pide al Espíritu Santo que te conceda una fe suficiente, para descubrir


a Jesús vivo, resucitado, presente en el Sagrario, y superarás el stress, la
soledad, los fracasos, la desesperación. Él te acompaña y te comprende,
te levanta y te sostiene.

326
CAPÍTULO VII
FORMACIÓN SACERDOTAL

45. SER PASTOR EN EL SEMINARIO

Durante mucho tiempo se pensó que el servicio en un Seminario,


como formador o profesor, no era una acción pastoral; que ésta sólo se
podía llevar a cabo en una parroquia o en otros lugares, menos en el
Seminario.
En la actualidad, crece la conciencia de que nada es más pastoral que
formar pastores.

¿Cómo se puede ser pastor en un Seminario?


“El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). En el Semina-
rio se desgasta la vida de muchas maneras, pues implica estar a disposi-
ción de cuanto se les ofrezca a los alumnos, preparar y dar clases, sujetar-
se a unos horarios estables, convivir con otros sacerdotes, participar en
reuniones periódicas con el equipo presbiteral, tomar decisiones, educar
en todo el proceso de la formación, inclusive en aseos y disciplina.
El buen pastor se preocupa de que las ovejas “tengan vida y la tengan
en abundancia” (Jn 10,10). En el Seminario hay que estar al pendiente
de la vida de cada seminarista en todas las áreas: humana (salud, higiene,
alimentos, economía, ropa, etc.), intelectual (clases, lecturas, estudio, ca-
lificaciones métodos, biblioteca, internet, etc.), espiritual (oración, sacra-
mentos, actitudes, fe, esperanza, caridad, dirección espiritual, virtudes,
etc.), pastoral (capacitación para ser profeta, sacerdote y pastor, prácticas
apostólicas, relaciones pastorales con el Obispo, presbíteros, religiosos,

327
SER SACERDOTE VALE LA PENA

laicos, movimientos, opción por los pobres, etc.) y vocacional (idonei-


dad, motivaciones, decisión, entrega, discernimiento, capacidad para la
pobreza, castidad, obediencia, vida comunitaria, etc.).
El buen pastor conoce a sus ovejas (cf Jn 10,13-14; Ez 34,16). En el
Seminario, un formador debe conocer a fondo a cada uno de los alum-
nos, no sólo por su nombre, sino por su historia, su realidad familiar,
su situación económica, su proceso vocacional, sus criterios y valores,
sus reacciones y actitudes, sus cualidades y defectos, sus necesidades y
problemas, sus traumas y complejos, sus angustias y temores, su profun-
didad espiritual y su rendimiento académico, etc. Las entrevistas, perió-
dicas u ocasionales, más la observación directa, le permiten acompañar
todo el desarrollo del alumno.
El buen pastor “va delante” de las ovejas y éstas “le siguen” (Jn
10,4). En el Seminario, el formador debe ser más exigente consigo mis-
mo que con los alumnos. Si les dice que hagan oración, él debe hacer más
que ellos. Si les urge la disciplina, él necesita ser más puntual y cumplido
que ellos, levantarse igual o antes que ellos. Si les pide aprovechar el
tiempo para estudiar, él ha de dedicarse más y llevarles la delantera, estar
actualizado y enseñarles métodos de aprovechamiento, sobre todo a par-
tir de la propia experiencia. Si les forma para ser apóstoles, él no puede
encerrarse en una actitud cómoda y egoísta, limitándose a los muros del
Seminario.
El buen pastor es “la puerta de las ovejas”, no un ladrón ni un sal-
teador (cf Jn 10,1-2.7-10). Con su vida, el formador se convierte en un
ejemplo y modelo para los alumnos; éstos lo imitan, como un hijo refleja
a su padre. No les presenta doctrinas extrañas (cf Jn 10,5), sino la voz
segura de Jesús y de su Iglesia. Educa para la comunión eclesial con el
Papa y el Obispo, empezando por su propia relación de fe y de amor
hacia éstos. Es un hombre de Iglesia.
El buen pastor no es un asalariado (cf Jn 10,12-13). En la mayoría de
los Seminarios, es poca la retribución económica que se da a los forma-
dores; por tanto, su trabajo no está condicionado a una paga. No sólo sus
servicios son prácticamente gratuitos, sino que, además, las necesidades
de sus alumnos les hacen desembolsar en su ayuda lo poco que pudieran
tener. Es frecuente que algunos formadores no tengan dinero “ni para la
gasolina”.

328
FORMACIÓN SACERDOTAL

El buen pastor se preocupa por otras ovejas que no son de su redil (cf
Jn 10,16). Un formador del Seminario no puede limitarse a atender a los
alumnos que son de su comunidad, de su grupo o curso; se debe interesar
por todos los integrantes del Seminario, por los empleados, las cocineras,
las secretarias y los trabajadores. Aún más. Como son tantas las necesi-
dades y urgencias de la comunidad diocesana, debe encontrar tiempo, sin
descuidar su obligación prioritaria, que es el Seminario, para colaborar
en diferentes servicios, en una capellanía o parroquia, en un movimiento
o en una organización de apostolado, en un colegio o en la dirección
espiritual de quien se lo solicita. Esto le permite estar cerca de la realidad
pastoral de la diócesis, para la cual está formando pastores.
El buen pastor debe velar por su ovejas (cf Ez 34,11-16). Un for-
mador ha de interesarse por todas las necesidades de sus alumnos; cui-
dar que no les falte lo indispensable; integrar comunitariamente a los
dispersos; proteger de los peligros y de los lobos; curar a los heridos y
enfermos, del cuerpo y del alma; enderezar a los descarriados y buscar a
los perdidos; ser justo en el trato y no dejarse llevar por preferencias, ni
por la violencia y la dureza; fortalecer a los débiles y sostener a quienes
están en peligro de caer (cf Ez 34,4; Jer 23,1-4).
El buen pastor debe “juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y ma-
cho cabrío” (Ez 34,17; cf Ibid 34,18-22). Un formador en el Seminario
tiene la gravísima responsabilidad de discernir quiénes tienen vocación
para ser pastores, quiénes para laicos y quiénes son “machos cabríos”;
porque no faltan alumnos que abusan de los más pequeños y débiles; que
ni aprovechan ellos ni dejan que los otros estudien y oren; que se burlan
de los buenos y sencillos; que todo lo enturbian; que incitan a faltar al
reglamento y provocan que algunos se desanimen. Tomar la decisión de
que alguien debe salir del Seminario porque no manifiesta señales cla-
ras de vocación, es una carga muy pesada. Esos son los momentos más
difíciles de un formador, o del equipo presbiteral. Porque nos podemos
equivocar y estas decisiones trascienden para toda la vida, incluso para
la eternidad.
La Iglesia, en este punto, es muy explícita: “A lo largo de toda la
selección y prueba de los alumnos, procédase siempre con la necesaria
firmeza, aunque haya que deplorar penuria de sacerdotes, ya que, si
se promueven los dignos, Dios no permitirá que su Iglesia carezca de

329
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ministros. A quienes carezcan de idoneidad, oriénteseles paternalmente,


a tiempo, hacia otras ocupaciones; y ayúdeseles para que, conscientes
de su vocación cristiana, se entreguen con entusiasmo al apostolado se-
glar” (OT 6).
“Oriéntese oportunamente a abrazar otro estado de vida a aquellos
candidatos que, a juicio del rector y su equipo formador, en acuerdo con
el Obispo, no sean encontrados idóneos para el ministerio sacerdotal”
(RFIS 40; NBFSM 117).
En resumen, es buen pastor quien da voluntariamente la vida por sus
ovejas (cf Jn 10,18). Un buen formador es aquel que está en el Seminario
no por la fuerza de un nombramiento del Obispo, sino porque ama el
servicio que la Iglesia le pide; es aquél que no está suspirando por salir a
una parroquia, sino que le encuentra sentido pastoral y plenitud sacerdo-
tal a su trabajo con los alumnos; es aquél que procura capacitarse más y
más, hasta especializarse en este campo; es aquél que tiene la inquietud
permanente de gastarse y desgastarse hasta que se forme Cristo en los
futuros pastores (cf Gál 4, 19; 1 Tes 2,1-12; 1 Cor 4,15).
Con razón la Iglesia pide una estricta selección, para que a alguien
se le llame a ser pastor en un Seminario: “Dado que la formación de
los alumnos depende de la sabiduría de las normas y, sobre todo, de la
idoneidad de los educadores, los superiores y profesores de Seminarios
han de ser elegidos de entre los mejores, y deben prepararse con sólida
doctrina, conveniente experiencia pastoral y especial formación espiri-
tual y pedagógica” (OT 5).
Y los Obispos mexicanos ratifican: “Procúrese, al elegir a los miem-
bros de la comunidad de formadores, que sean sacerdotes con suficiente
madurez humana y cristiana, con experiencia en el ministerio pastoral,
identificados con su sacerdocio, que vivan en comunión con el Obispo
y con sus hermanos sacerdotes, sean sensibles a la problemática del
mundo y de la Iglesia, estén dispuestos a entender, aceptar y amar a
los jóvenes en su proceso personal (cf. PDV 66; RFIS 30) e interesados
en capacitarse permanentemente, a fin de ser competentes doctrinal y
pedagógicamente para el ejercicio de este ministerio. Es oportuno que
la comunidad de formadores tenga una cierta estabilidad y que resida
en el seminario (PDV 66; DPFS 24 y 26; DA 317). Asimismo, es indis-
pensable que los formadores conozcan a fondo la realidad y los planes

330
FORMACIÓN SACERDOTAL

pastorales de la diócesis, a fin de que los esfuerzos formativos permitan


ofrecer a la Iglesia particular el tipo de pastores que el Espíritu le pide
para cada momento histórico.
Los miembros del equipo formador integren, con el rector, una co-
munidad presbiteral con unidad de criterios y de acción corresponsable
en la formación de los seminaristas, y sean solidarios, principalmente
cuando se toman las decisiones más importantes en la dirección del se-
minario” (NBFSM 129-130).
Hay muchos sacerdotes que no aceptan colaborar en un Seminario.
Se resisten a ser nombrados miembros de un equipo formador. Algunos
porque conocen la responsabilidad que implica y no se consideran capa-
ces; pero otros es porque ya se instalaron cómodamente en una parro-
quia, en la que reciben más satisfacciones, con menos obligaciones.
Es verdad que la vida del Seminario es un poco ingrata y monótona.
Los seminaristas pocas veces aprecian y agradecen lo que se hace por
ellos; más bien exigen siempre más y parecen nunca estar contentos con
lo que se les da.
Agréguese a esto que la comunidad diocesana, en particular los pres-
bíteros, cuando ven ciertas fallas en los recién ordenados, culpan inme-
diatamente al Seminario, a la formación que recibieron y a sus formado-
res, sin caer en la cuenta de que también quienes ya llevan más años en
el ministerio son igualmente corresponsables de la formación o deforma-
ción de los sacerdotes jóvenes.
Con todo, cuando uno se entrega apasionadamente a su labor educa-
tiva en el Seminario, las satisfacciones son muy profundas. Como las de
un padre y una madre, que van viendo cómo sus hijos crecen, cambian,
se desarrollan y se transforman, hasta llegar a ser “otros Cristos’’.

Que María, la educadora del Sumo y Eterno Sacerdote, nos ayude a


formar a Cristo en los candidatos al sacerdocio.

331
SER SACERDOTE VALE LA PENA

46. VISIÓN DE CONJUNTO


SOBRE LA FORMACIÓN SACERDOTAL EN
AMÉRICA LATINA

Conferencia dictada en Santo Domingo, República Dominicana, el 12 de


Octubre de 1987, en el I Encuentro Regional de Formadores de Seminarios
del Caribe Antillano.

1. Introducción
En la década 1965-75, los Seminarios vivieron una etapa crítica y
decisiva, como aconteció en la Iglesia y en la sociedad. La formación
sacerdotal fue cuestionada en sus diversas dimensiones. Todo se puso en
duda. A raíz de esto, hubo en fuerte descenso en las vocaciones; varios
Seminarios se cerraron y se buscaron nuevos sistemas de preparación al
sacerdocio, sin Seminarios propiamente dichos. En la década 1875-85, se
produce un desencanto generalizado, debido a los extremismos de cier-
tas experiencias de formación. Al mismo tiempo, se va encontrando el
equilibrio de la renovación de la Iglesia y de los Seminarios. Se reubica
y se afianza la identidad sacerdotal. Se intensifican la pastoral juvenil y
vocacional. Las iglesias se comunican sus valores y sus hallazgos en la
educación a los candidatos al sacerdocio. Se abren nuevos Seminarios y
se amplían otros. La III Conferencia General del Episcopado Latinoame-
ricano, en Puebla, condensa en criterios claros, dinámicos y profundos,
las líneas más significativas sobre la formación sacerdotal, adecuada a
nuestra realidad. El Congreso de la Organización de Seminarios Latinoa-
mericanos (OSLAM), con motivo de los 25 años de su fundación (Quito,
Ecuador, mayo de 1984), crea conciencia de seguridad en los formado-
res, alienta la esperanza, provoca nuevos retos y contagia el entusiasmo
por la tarea educativa en los Seminarios. Los cursos para formadores,
promovidos por el Departamento de Vocaciones y Ministerios del CE-
LAM (DEVYM) y la OSLAM, sientan bases solidad para capacitar a
los responsables de los Seminarios. En la actualidad, se vive un clima
de búsqueda serena, de paz dinámica, de equilibrio creativo, de apertura
crítica, de fidelidad adulta a las normas de la Iglesia, de “comunión y
participación”. A pesar de la gran variedad y riqueza de experiencias,

332
FORMACIÓN SACERDOTAL

hay muchas líneas comunes. Expongo a continuación, después de haber


participado en varias reuniones con Formadores del Continente, algunas
de las pistas por donde se está desarrollando la formación sacerdotal en
los Seminarios de nuestra América Latina.

2. Aumento de vocaciones
En todas partes, inclusive en Cuba, se constata el crecimiento del
número de seminaristas. Algunos Seminarios tienen más alumnos, so-
bre todo mayores, que en sus mejores tiempos. En varios lugares ya son
insuficientes los espacios físicos. Se crean nuevos Seminarios. Como
causas de este aumento, se anotan las siguientes: La pastoral juvenil y
vocacional, potenciadas e integradas en la pastoral de conjunto. La re-
novación de la Iglesia y de los mismos Seminarios. El testimonio de los
consagrados. El desencanto de los jóvenes por el materialismo reinante y
su búsqueda de valores espirituales. La figura del Papa, su cercanía con
la juventud, su doctrina clara y segura.
Algunos se preguntan si este aumento se puede deber a la crisis eco-
nómica de nuestros países: Que algunos busquen el sacerdocio, para te-
ner trabajo y comida seguros. Habrá que estar muy atentos a discernir
cada caso, pero no es lo común. Muchos jóvenes descubren o cultivan su
vocación sacerdotal en los grupos juveniles y en los movimientos apos-
tólicos, impulsados casi siempre por la presencia alegre y generosa de
un sacerdote o de un seminarista. Varios candidatos ingresan atraídos
por la fuerza social que tiene la Iglesia en su país. Quieren hacer algo
por los demás y encuentran en el sacerdocio un espacio de libertad y de
participación. Esto exige un discernimiento personalizado para clarificar
las motivaciones y no se busque el Seminario solo como una promoción
social o un camino para la lucha política.
Aumentan los casos de alumnos que vienen de hogares desintegra-
dos; por tanto con problemas de carácter afectivo, con experiencias nega-
tivas, con carencias en su desarrollo humano. La mayoría de candidatos
procede de la clase media y media baja, tanto de las ciudades como del
campo. Son pocos los de clase media alta y casi ninguno de la muy baja
o la muy alta.

333
SER SACERDOTE VALE LA PENA

3. Seminarios Menores

Durante varios años se les despreció, por considerarlos poco aptos


para el crecimiento normal de los adolescentes y de los jóvenes. En mu-
chas partes se suprimieron. Se consideró que era más pedagógico cultivar
y seleccionar los candidatos antes de ingresar al Seminario Mayor, en la
pastoral juvenil y vocacional, sin sacarlos de su ambiente. Sin embargo,
en muchos lugares resistieron el embate; se renovaron totalmente, sobre
todo en sus objetivos y su pedagogía; actualmente, están resurgiendo vi-
gorosos. Son pocos los países donde no existen. Se ve que la formación
recibida en el Seminario Menor es más seria, profunda y adecuada a los
requisitos para ingresar al Seminario Mayor. Hay decepción generaliza-
da sobre los diferentes sistemas educativos de los países. Los alumnos
llegan con graves carencias académicas. En cambio, en un Seminario
Menor se pueden poner las bases necesarias, en todos los aspectos de la
formación, para iniciar los estudios eclesiásticos. Se cultiva adecuada-
mente la vocación, pues ésta puede manifestarse en cualquiera edad. Se
tiene cuidado de que la relación con la familia y la juventud sea prove-
chosa y rectamente encausada. La Santa Sede está insistiendo en que se
promuevan y se impulsen. El CELAM, por su parte, ha solicitado el apo-
yo de la OSLAM, para capacitar formadores apropiados. Sin embargo,
no se imponen como única opción para ingresar a un Seminario Mayor.

4. Cursos Introductorios
Con el impulso de la pastoral juvenil y vocacional, muchos jóve-
nes, y aun mayores de edad, con estudios universitarios y experiencia
de trabajo, ingresan a los Seminarios Mayores. Sin embargo, como no
han pasado por la formación propia de un Seminario Menor, carecen de
muchas bases para iniciar la educación eclesiástica. Por eso, en todas
partes surgieron experiencias para subsanar estas deficiencias. La Con-
gregación para la Educación Católica, en su Carta Circular sobre algunos
aspectos de la Formación Espiritual en los Seminarios (6 de enero 1980),
sugirió la conveniencia de un período especial, previo a los estudios ecle-
siásticos, dedicado especialmente a la vida espiritual. La IX Asamblea de
la OSLAM (Cali, noviembre 1982) trató este punto. En los Encuentros

334
FORMACIÓN SACERDOTAL

Nacionales y Regionales de Formadores, así como en los Cursos latinoa-


mericanos, se han dado pasos muy importantes para urgir su necesidad y
clarificar su identidad. Se puede decir que, hoy, son una realidad en casi
todos los países. Su objetivo es asegurar una suficiente formación espi-
ritual, vocacional y, si es el caso, académica, para empezar con buenos
cimientos la formación propiamente sacerdotal en el Seminario Mayor.
En la mayoría de los países su duración es de un año, aunque también los
hay de seis meses. Hay muchas variaciones en cuanto a su relación con
el Seminario Mayor y el Menor, pero la tendencia es que esté en un lugar
separado de ambos y con un programa específico.

5. Seminarios y pequeñas comunidades


Durante algunos años, se desconfió de la estructura clásica de los
Seminarios. Pulularon experiencias de formación sacerdotal fuera del
Seminario, sea en pequeños grupos, sea individualmente. El acompaña-
miento vocacional, los estudios, la vida comunitaria, la inserción en un
trabajo renumerado y en la pastoral, se desarrollaron por caminos muy
variados. Los resultados también fueron muy diversos y no todos ne-
gativos. En la actualidad, sin embargo, son raros los casos de alumnos
que reciben su formación sacerdotal fuera de los Seminarios. Aparte de
algunos lugares de Brasil, donde ya hay normas muy sólidas y serias para
las pequeñas comunidades de seminaristas, en el resto del Continente ya
casi se abandonaron estas experiencias. Se ha revalorado la necesidad de
que todos pasen por un Seminario formal, aunque, a decir verdad, éstos
se han renovado totalmente. Por ejemplo, es muy común que, dentro de
la estructura general, la gran comunidad esté organizada en pequeños
grupos, distribuidos ordinariamente según los diferentes cursos, bajo la
responsabilidad de un sacerdote. Hay intentos por tener Seminarios más
adaptados a ciertos ambientes, sobre todo de obreros y campesinos. No
conozco alguno exclusivamente para indígenas.

6. Participación de los alumnos


Con madurez y equilibrio, los seminaristas asumen la responsabili-
dad de ser los agentes principales de la formación. En todas partes, se

335
SER SACERDOTE VALE LA PENA

crean canales eficaces de diálogo y participación. Los alumnos sugieren,


aportan, colaboran, son consultados y tomados en cuenta; realizan algu-
nos servicios, como los aseos de la casa, y se distribuyen los cargos co-
munitarios; en varias partes, ayudan con su trabajo físico (huerta, granja,
talleres, etc.) al sostenimiento del Seminario.

7. Jóvenes de su tiempo
Los seminaristas son fruto de la sociedad actual. Padecen la falta de
concentración y la superficialidad, típica del joven moderno; les cuesta
mucho el silencio, la retención y memorización; son más impresionistas
que profundos; llegan con una formación humanística muy deficiente, a
pesar de que tengan estudios profesionales; es vergonzosa su ortografía;
su redacción es defectuosa; carecen de visión histórico-social; su cultura
general es pobre; les resulta difícil emitir juicios críticos, profundos y
bien razonados; le cuesta el razonar y el asimilar. Sin embargo, son más
espontáneos, sinceros, generosos y entregados, aunque no constantes;
son nobles, creativos y desinteresados; se apasionan por todo lo que sea
justicia y opción por los pobres, a pesar de que no siempre son coheren-
tes. Como sucede en la sociedad y en las universidades, se nota un cierto
peligro de conservadurismo.

8. Instalación
En muchas ocasiones se ha señalado el problema de que los semi-
naristas, al recibir todo y de buena calidad, se aburguesan y se instalan
en una vida cómoda; exigen derechos, con pocas obligaciones; se des-
arraigan del medio de donde provienen; se avergüenzan de su origen; se
resisten a todo los que sea sacrificio. Para evitar este peligro, en algunas
partes desarrollan trabajos productivos para el mismo Seminario; colabo-
ran con los quehaceres de su familia; durante las vacaciones, se emplean
en servicios remunerados; en general, se les exige suficiente rendimiento
intelectual, como su trabajo específico.

336
FORMACIÓN SACERDOTAL

9. Identidad

No son raros los jóvenes que desean ingresar a los Seminarios, y que
de hecho ingresan, teniendo problemas de identidad masculina, sea con
modales afeminados, sea con conductas homosexuales. Los formadores
se preguntan si estos casos abundan hoy más que antes, o si la estructura
del Seminarios como internado puede provocar estas situaciones. En rea-
lidad, siempre ha habido anomalías de esta naturaleza; lo que pasa es que
hoy se tratan con más apertura. Por otra parte, como aumenta la desinte-
gración familiar y faltan figuras paternas adecuadas, abundan más los ca-
sos de jóvenes con lesiones en su personalidad, que buscan el Seminarios
como un refugio. En general, los formadores reciben más capacitación
para detectar estos casos. Se procede con claridad, para ayudarles, pero
también con firmeza, para excluirlos del Seminario, desde las primeras
manifestaciones.

10. Formación intelectual


En todos lados hay interés por lograr una formación doctrinal seria,
profunda, segura y actualizada. Se están capacitando profesores, sobre
todo en Universidades de la Iglesia, en Roma y en otras partes. Hay fide-
lidad al Magisterio y apertura crítica a las corrientes modernas, en parti-
cular a las teologías de la liberación. Se plantea la necesidad de revisar la
forma como se enseña la filosofía, para que nuestros jóvenes, superficia-
les y dispersos como los de su época, aprendan a pensar y a profundizar.
Se están renovando los métodos pedagógicos, para una participación más
activa de los alumnos en su formación académica. Uno de los retos que
se tienen es cómo darle proyección pastoral a los estudios. Todos esta-
mos de acuerdo en que no es cuestión de ofrecer recetas practicistas, sino
de conocer, asumir, analizar y discernir, filosófica y teológicamente, las
inquietudes y necesidades del Pueblo de Dios, para darles respuesta ade-
cuada desde la fe. No podemos contentarnos con formar doctores de la
ley. Necesitamos pastores para la comunidad, que empiecen por ser bue-
nos samaritanos. Son pocos los lugares donde se continúa la experiencia
de integrar los estudios de filosofía y teología. Lamentablemente se fue
abandonando, ante todo, por razones de conveniencia práctica. Donde

337
SER SACERDOTE VALE LA PENA

los alumnos asisten a cursar sus estudios en facultades o institutos ajenos


al Seminario, se siente la necesidad de una mayor coordinación entre
ambas instituciones, para que, desde el campo académico, se atiendan
también la formación integral, sobre todo pastoral, de los aspirantes al
sacerdocio. En todas partes se piden libros de texto actualizados y segu-
ros. Se aprecia mucho lo que está empezando a editar el CELAM, con
ayuda de la OSLAM.

11. Formación espiritual


Una de las mayores preocupaciones de Obispos y formadores es ase-
gurar una espiritualidad recia, bíblica y eclesial, que lleve a la “experien-
cia de Dios” y que, a partir de ella, el alumno aprenda a responder a los
desafíos de la realidad social, política, cultural y económica. Se pretende
evitar tanto el intimismo individualista, como el reduccionismo de la es-
piritualidad al compromiso socio-político. Ante la conflictividad social,
se les quiere educar para que sean ministros de reconciliación, de unidad
y de perdón. Ante la agudización de los problemas de nuestros pueblos,
se siente la necesidad de que sean, no hombres pesimistas y derrotados,
sino ministros de esperanza, a partir de su fe con Cristo Resucitado. Se
ha revalorado la piedad popular, dentro de la misma práctica religiosa del
Seminario. La Virgen María ocupa un lugar preponderante y serio en el
corazón del seminarista. Durante algún tiempo, se menospreció la ora-
ción personal, la meditación y la contemplación; todo era comunitario,
participado y litúrgico. Ahora, hay más equilibrio. Hay un nuevo aprecio
por la oración individual y el silencio ante el Sagrario. Falta insistir en
una educación más sólida para el sacrificio, dentro de la dimensión pas-
cual de la espiritualidad, dado el ambiente hedonista que nos contagia
por todas partes. Se ha notado el peligro, en algunos lados, de que ciertos
alumnos lleven una formación paralela, procedente de espiritualidades o
movimientos diferentes al Seminario.

12. Formación pastoral


Algo que ha unificado la renovación de todos los Seminarios es su
dimensión pastoral. El Seminario no es para formar seminaristas, sino

338
FORMACIÓN SACERDOTAL

futuros pastores. Por eso, todas las ares de la formación: humana, espiri-
tual, doctrinal y pastoral, han de tender a formar en el alumno al “sacra-
mento de Cristo Cabeza”. Se han asumido, aunque no siempre con total
coherencia, las opiniones prioritarias de la Iglesia en América Latina,
sobre todo por los pobres, los jóvenes y la familia. Se educa a los alum-
nos para que conozcan y vivan la identidad de su vocación sacerdotal,
promuevan el lugar de los laicos y los religiosos, animen todos los cam-
pos de la pastoral, no se reduzcan a una sola línea, y promuevan los di-
ferentes carismas en la Iglesia. Hay preocupación por el problema de las
sectas fundamentalistas, que nos están invadiendo por todas partes. No se
ha superado cierta dicotomía que hay entre la pastoral y las demás áreas
de la formación. No siempre se lleva una práctica pastoral planificada y
gradual. Algunos seminaristas carecen de una sólida formación huma-
nística, filosófica y teológica. No se tiene suficiente relación pastoral con
los constructores de la sociedad; se siente temor de trabajar con ellos.
Se requiere mayor comunicación con los párrocos, con quienes prestan
su servicio los alumnos, para que intervengan más directamente en la
formación pastoral, e incluso expresen su parecer sobre la idoneidad y
madurez de los candidatos. En cuanto al tiempo dedicado a las prácticas
pastorales, se da mucha variedad. Hay lugares donde los alumnos salen
desde el viernes por la tarde y regresan el domingo por la noche. En otros,
ciertamente raros, no salen ni el domingo; sólo en periodos intensivos o
en misiones durante las vacaciones. Hay también donde se distribuyen
los meses, en forma equitativa: unos son exclusivamente para clases, y
otros para servicio pastoral; es una forma de ir aplicando a la realidad lo
que se estudia en la teoría.

13. Inserción en la realidad


Los Seminarios, la Iglesia, no pueden permanecer al margen de la
vida de nuestro pueblo. Si formamos pastores, es para que sirvan a per-
sonas muy concretas y determinadas, con necesidades y problemas espe-
cíficos. Conocer esta realidad, analizarla con toda seguridad, ayudados
por las ciencias humanas, iluminarla desde el Evangelio y colaborar a
su transformación, desde el propio puesto y función, es uno de los retos
que impulsan la renovación de nuestros Seminarios. Vivir al margen de

339
SER SACERDOTE VALE LA PENA

lo que sufren los pueblos, provoca aburguesamiento e instalación. Ad-


vertimos claramente, sin embargo, que el “contacto con la realidad tiene
que ser gradual, diversificado, reflexivo y acompañado por los forma-
dores; ha de ser constructivo, positivo y sin extremismos, para que no se
formen personas pesimistas, sino hombres de esperanza. El Seminario
se aproximará a la realidad en la perspectiva propia del futuro pas-
tor, cuya función no se identifica con un liderazgo social o político”
(Conclusiones del Congreso de la OSLAM, No. 27. Quito, 1984). Nos
interesa tanto esta dimensión de la formación, que ha acaparado nuestras
preocupaciones. Por ejemplo, en el Encuentro Regional del Cono Sur
(Cochabamba, julio 1987), uno de los temas tratados fue “La formación
socio-política”. En el encuentro de Panamá, Centro América y México
(Panamá, septiembre 1987), todo versó entorno a “Los retos que plantea
la realidad socio-política a la formación sacerdotal”. La asamblea de la
OSLAM (San José de Costa Rica, noviembre 1988) se dedicará, por peti-
ción mayoritaria de los delegados, al tema: “La dimensión socio-política
en la formación sacerdotal”. Como se ve, estamos conscientes de que
debemos formar pastores para esta realidad concreta y conflictiva. Y si
esto se pretende formar en los alumnos, hay que empezar para convertir
a los mismos formadores.

14. Capacitación de formadores


La formación de quienes están al frente de los Seminarios es una
preocupación de todos los Obispos y de las Conferencias Episcopales.
En varias naciones, se sufre carencia de formadores y profesores; en al-
gunas, cuentan sólo con religiosos y extranjeros. Por otra parte, no basta
la buena voluntad, ni la especialización académica, para ser un buen for-
mador. Hay quienes se desempeñan bien como profesores y no así como
formadores, o al contrario. Para responder a esta necesidad, tanto el DE-
VYM como la OSLAM y las Organizaciones Nacionales de Seminarios
se han preocupado por capacitar a los formadores con cursos adecuados,
sea en las líneas generales de la formación, sea en áreas más específicas.
Una de las convicciones que se pretende inculcar es que el servicio en
el Seminario es un auténtico ministerio pastoral. Nada puede ser más
pastoral que formar pastores.

340
FORMACIÓN SACERDOTAL

15 Organizaciones de Seminarios

En la actualidad, están funcionando la OSCHI (Chile), la OSCOL


(Colombia), la OSIB (Brasil), la OSMEX (México) y la OSVEN (Ve-
nezuela). Se acaban de crear la OSCAN (Caribe Antillano) y la OSEC
(Ecuador). Están en gestación la OSCAP (Centro América y Panamá),
la OSPER (PERU), la OSBOL (Bolivia) y la OSAR (Argentina). Des-
empeñan un papel de primera importancia, a nivel nacional o regional,
pues hacen posible la comunicación y participación entre formadores y
también entre alumnos.

16. Conclusión
Nuestros Seminarios, al ritmo de nuestra Iglesia, avanzan, crecen
y se consolidan. Que el Espíritu Santo, con la ayuda de Santa María
de Guadalupe, los hagan producir frutos benditos, para la redención de
nuestra América Latina.

341
SER SACERDOTE VALE LA PENA

47. INTEGRACIÓN DE LAS DIMENSIONES


DE LA FORMACIÓN SACERDOTAL

Identidad de un Seminario

“El Seminario, antes que ser un lugar o un espacio material, debe


ser un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que fa-
vorezca y asegure un proceso formativo, de manera que el que ha sido
llamado por Dios al sacerdocio pueda llegar a ser, con el sacramento del
Orden, una imagen viva de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia...
Vivir en el Seminario, escuela de Evangelio, es vivir en el seguimiento de
Cristo como los apóstoles; es dejarse educar por él para el servicio del
Padre y de los hombres, bajo la conducción del Espíritu Santo. Más aún,
es dejarse configurar con Cristo buen Pastor para un mejor servicio
sacerdotal en la Iglesia y en el mundo” (PDV 42).
El espíritu que debe animar y sostener los distintos estilos de Semi-
narios es “promover al sacerdocio solamente los que han sido llamados
y llevarlos debidamente preparados, esto es, mediante una respuesta
consciente y libre que implica a toda la persona en su adhesión a
Jesucristo, que llama a su intimidad de vida y a participar en su misión
salvífica” (Ib).
“El Seminario, que representa como un tiempo y un espacio geográ-
fico, es sobre todo una comunidad educativa en camino: la comunidad
promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor
para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia for-
mativa que el Señor dedicó a los Doce. En realidad, los Evangelios nos
presentan la vida de trato íntimo y prolongado con Jesús como condi-
ción necesaria para el ministerio apostólico...
La identidad profunda del Seminario es ser, a su manera, una conti-
nuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en tor-
no a Jesús, en la escucha de su palabra, en camino hacia la experiencia
de la Pascua, a la espera del don del Espíritu para la misión. Esta identi-
dad constituye el ideal formativo..., para que se preparen adecuadamen-
te al sacerdocio, y por tanto a prolongar en la Iglesia y en la historia la
presencia redentora de Jesucristo, el buen Pastor” (PDV 60).

342
FORMACIÓN SACERDOTAL

“En cuanto comunidad educativa, toda la vida del Seminario, en sus


más diversas expresiones, está intensamente dedicada a la formación
humana, espiritual, intelectual y pastoral de los futuros presbíteros...
Ahora bien, los contenidos y las formas de la labor educativa exigen que
el Seminario tenga definido su propio plan, o sea, un programa de vida
que se caracterice tanto por ser orgánico-unitario, como por su sintonía
y correspondencia con el único fin que justifica la existencia del Semina-
rio: la preparación de los futuros presbíteros” (PDV 61).

Jesucristo, fundamento de la unidad en la formación


“Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo,
único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una
transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son,
en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesu-
cristo Cabeza y Pastor... Existen y actúan para el anuncio del Evange-
lio y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza
y Pastor, y actuando en su nombre” (PDV 15). “Han sido puestos, al
frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de
Cristo” (Ib 16).
“El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, Esposo
de la Iglesia” (PDV 22; cf 43 y 72). “Está llamado a hacerse epifanía
y transparencia del buen Pastor que da la vida” (Ib 49). “La vida y el
ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del
mismo Cristo. Esta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la
fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra vida” (Ib 18).
“El sacerdote es escogido por Cristo no como una cosa, sino como
una persona. No es un instrumento inerte y pasivo, sino un instrumento
vivo... El Concilio habla de los sacerdotes como compañeros y colabo-
radores del Dios santo y santificador... Semejante relación tiende, por
su propia naturaleza, a hacerse lo más profunda posible, implicando la
mente, los sentimientos, la vida” (PDV 25).
Decía el Papa Juan Pablo II: “Mediante la ordenación, habéis reci-
bido el mismo Espíritu de Cristo, que os hace semejantes a Él, para que
podáis actuar en su nombre y vivir en vosotros sus mismos sentimien-
tos... Esta íntima comunión con el Espíritu de Cristo,... debe expresarse

343
SER SACERDOTE VALE LA PENA

también en el fervor de la oración, en la coherencia de vida, en la cari-


dad pastoral” (PDV 33).
“El Espíritu Santo, consagrando al sacerdote y configurándolo con
Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el mismo ser del
sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es,
consciente y libre, mediante una comunión de vida y de amor cada vez
más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sen-
timientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús
y el sacerdote, —relación ontológica y psicológica, sacramental y mo-
ral— está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella vida según el
Espíritu y para aquel radicalismo evangélico al que está llamado todo
sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su
aspecto espiritual” (PDV 72).

Unidad e integralidad de la formación


En los Seminarios, se hace una distinción pedagógica entre las cuatro
dimensiones de la formación; pero en Jesucristo hay unidad plena en su
personalidad: Es Dios y Hombre: una persona divina y dos naturalezas.
Se distinguen los aspectos humanos y divinos, pero es un solo ser: “Es
el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”. Por tanto, la
formación debe ser unitaria e integral.
“La educación seminarística debe tender a formar pastores de almas,
a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, maestro, sacerdote y pastor. Este
propósito educador presupone e implica que en los alumnos se promo-
cione simultáneamente la formación del hombre, del cristiano y del sa-
cerdote. Por eso, las metas educativas programáticas de los candidatos al
sacerdocio son tres y corresponden a la urgencia de preparar personali-
dades íntegramente humanas, cristianas y sacerdotales.
“Las tareas educativas deben por lo tanto respetar siempre, plena y
equilibradamente, las relaciones entre estos tres niveles de la formación,
sin hacer hincapié en uno de ellos con detrimento de los otros dos, y sin
separar el nivel cristiano del humano, ni el sacerdotal del cristiano.
En este triple componente formativo humano-cristiano-sacerdotal
es imperioso subrayar la distinción esencial, que debe armonizarse con
la unidad; así como es necesario subrayar la complementariedad y la

344
FORMACIÓN SACERDOTAL

interacción. En efecto, si la formación humana es una condición y un


axioma para una vida cristiana, la gracia es la fuerza dinámica para
realizar esta plenitud humana” (Congregación para la Educación Cató-
lica: Orientaciones para la formación en el celibato sacerdotal, 17).
Pablo VI, en la Carta Apostólica Sumi Dei Verbum, 4 nov 1963, ha-
blaba de “la necesaria simultaneidad de la formación humana, cristiana
y sacerdotal”, y afirmaba que “la formación del hombre debe ir sincro-
nizada con la del cristiano y la del futuro sacerdote”.
Las Normas Básicas para la Formación Sacerdotal en México urgen
la integración de las dimensiones: “Todas las áreas tienen su propio ca-
rácter y su objetivo particular; sin embargo, deben estar interrelacio-
nadas, favoreciendo una formación personalizada, gradual, integral y
progresiva, asumiendo el momento histórico de los alumnos” (No. 21).
“La formación en el seminario mayor deberá integrar armónicamente
todos los recursos de que dispone, en un marco de corresponsabilidad
de las personas y de continuidad en los objetivos, planes y programas”
(No. 91).

Integración de las dimensiones


Las dimensiones espiritual, intelectual y pastoral requieren la huma-
na: “Sin una adecuada formación humana, toda la formación sacerdotal
estaría privada de su fundamento necesario… El presbítero, llamado a
ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procu-
rar reflejar en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección
humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparen-
ta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás... Para que su
ministerio sea humanamente lo más creíble, es necesario que el sacer-
dote plasme su personalidad humana de tal manera que sirva de puente
y no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo, Redentor
del hombre” (PDV 43).
Las dimensiones humana, intelectual y pastoral se unifican y vivifi-
can por la dimensión espiritual: “La misma formación humana, si se
desarrolla en el contexto de una antropología que abarca toda la verdad
sobre el hombre, se abre y se completa en la formación espiritual… Así
como para todo fiel la formación espiritual debe ser central y unificado-

345
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ra en su ser y en su vida de cristiano,… de la misma manera, para todo


presbítero la formación espiritual constituye el centro vital que unifica
y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio… Sin la forma-
ción espiritual, la formación pastoral estaría privada de su fundamento”
(PDV 45).
Las dimensiones humana, espiritual y pastoral exigen una buena for-
mación intelectual: “La formación intelectual, aun teniendo su propio
carácter específico, se relaciona profundamente con la formación huma-
na y espiritual, constituyendo con ellas un elemento necesario… Mani-
fiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva evangelización… Esta
exigencia pastoral de la formación intelectual confirma cuanto se ha
dicho sobre la unidad del proceso educativo en sus varias dimensiones.
La dedicación al estudio, que ocupa una buena parte de la vida de quien
se prepara al sacerdocio, no es precisamente un elemento extrínseco y
secundario de su crecimiento humano, cristiano, espiritual y vocacional;
en realidad, a través del estudio, sobre todo de la teología, el futuro
sacerdote se adhiere a la palabra de Dios, crece en su vida espiritual y
se dispone a realizar su ministerio pastoral… Para que pueda ser pasto-
ralmente eficaz, la formación intelectual debe integrarse en un camino
espiritual marcado por la experiencia personal de Dios, de tal manera
que se pueda superar una pura ciencia nocionística y llegar a aquella
inteligencia del corazón que sabe ‘ver’ primero y es capaz después de
comunicar el misterio de Dios a los hermanos” (PDV 51). En el mismo
sentido se expresan las Normas Básicas de México: “La formación inte-
lectual, que abarca gran parte del tiempo que pasa el alumno en el Se-
minario, debe estar en armónica y constante relación con su crecimiento
humano, espiritual y pastoral” (No. 129). Por ello, pide a los profesores:
“Cuantos introducen y acompañan a los futuros sacerdotes a la sagrada
doctrina, tienen una particular responsabilidad educativa; por lo cual,
dediquen el tiempo necesario para participar activamente en la forma-
ción humana, espiritual y pastoral de los alumnos” (No. 71).
La formación humana, espiritual e intelectual tiene una dimensión
pastoral: “Toda la formación de los candidatos al sacerdocio está orien-
tada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad
de Cristo, buen Pastor. Por tanto, esta formación, en sus diversos as-
pectos, debe tener un carácter esencialmente pastoral. Lo afirma cla-

346
FORMACIÓN SACERDOTAL

ramente el decreto conciliar Optatam totius… Insiste en la profunda


coordinación que hay entre los diversos aspectos de la formación hu-
mana, espiritual y pastoral; y, al mismo tiempo, en su finalidad pastoral
específica. En este sentido, la finalidad pastoral asegura a la formación
humana, espiritual e intelectual algunos contenidos y características
concretas, a la vez que unifica y determina toda la formación de los
futuros sacerdotes” (PDV 57).

Conclusión
Uno de los mejores medios para lograr esta unidad en la formación
de los alumnos, es que los formadores tengan una personalidad bien inte-
grada; es decir, que sean sacerdotes íntegros, en los cuales resplandezca
Cristo, y que sean una comunidad unida e integrada.

347
SER SACERDOTE VALE LA PENA

48. CAMINOS PARA LA FORMACIÓN


SACERDOTAL
DE CANDIDATOS INDÍGENAS
Informe a la Conferencia del Episcopado en México,
por parte de las Comisiones Episcopales de Pastoral Indígena,
Seminarios y Vocaciones.
Lago de Guadalupe, Cuautitlán Izcalli, Méx., 12 de noviembre de 1993

1. En la LIII Asamblea Plenaria de la CEM (9-13 Noviembre de 1992),


como fruto del estudio y de la aplicación a México de la Exhortación
“Pastores dabo vobis”, se tomó el siguiente acuerdo: “Que se haga
un estudio sobre los caminos a seguir para la formación del clero in-
dígena. Esto se encomienda a la Comisión Episcopal de Seminarios
y Vocaciones, apoyada por la Comisión Episcopal de Indígenas”.

2. El 21 de abril de 1993, en la Sede-CEM, organizamos una reunión de


Obispos interesados en este proyecto. Participamos 24. Estos son los
aportes que se hicieron:

2.1. No conviene fundar un Seminario Nacional de Indígenas. Por-


que hay una gran diversidad de etnias y culturas. Porque se les
desarraigaría de su propio contexto cultural. Porque se propicia-
ría la formación de dos clases de cleros, dando lugar a discrimi-
naciones.

2.2. No se pueden establecer esquemas valederos para todos los can-


didatos indígenas, porque algunos prácticamente ya perdieron su
cultura; otros viven con una cultura desgarrada; otros aún con-
servan sus raíces y su cultura. En cuanto a la fe, hay indígenas
no cristianos, con sus propias costumbres; hay indígenas cuya
fuente de identidad está más en la cultura que en la religión; hay
indígenas evangelizados, con conciencia de su propia cultura,
y dispuestos a hacer una traducción cultural; hay indígenas que
sólo conservan la lengua.

348
FORMACIÓN SACERDOTAL

2.3. Tomar en cuenta los “Fundamentos Teológicos de la Pastoral


Indígena” y el “Encuentro Nacional Indígena”. Así mismo, escu-
char a los ancianos de las comunidades indígenas, para conocer
sus tradiciones, su realidad, su teología.

2.4. Conviene buscar criterios generales para la formación de los can-


didatos indígenas. Entre otros, se señalaron estos:

2.4.1. No se deben disminuir las exigencias académicas, ni las de


otras áreas de formación: humana, espiritual y pastoral, sino
adaptarlas a su cultura.
2.4.2. En cada área de formación deben buscarse objetivos bási-
cos, que les ayuden a valorar su cultura y no rechazarla; por
ejemplo, en el área humana, que asuman su propia cultu-
ra, sin sentirse menos, y que la expresen ante los demás,
pero que también sean capaces de insertarse en la realidad
pluricultural de la diócesis; en el área intelectual, que se
promuevan estudios e investigaciones sobre su cultura y su
idioma, pero también que busquen modos y formas de ex-
presar su fe, a través de su cultura; en el área pastoral, que
realicen experiencias apostólicas tanto en sus comunidades
de origen, como en las de otra cultura. Todo esto bajo un
objetivo general, que defina cauces, medios y metas, a fin de
integrarlos dentro del Seminario y de promover el respeto a
todas las culturas.
2.4.3. El sacerdote es presencia de Cristo, Pastor de la Iglesia Ca-
tólica, y no de una Iglesia nacional o indigenista. Por tanto,
ha de ser formado como pastor que se hace todo para todos,
disponible para todos los fieles; por ello, que conozca, res-
pete y aprecie otras culturas, e incluso que busque espacios
para que se expresen. Pero el criterio básico ha de ser el de
evangelizar las culturas con los valores del Evangelio, y que
el Evangelio se revista de aquellas expresiones culturales
de los destinatarios. Que el sacerdote indígena no se sienta
limitado para ir a otras comunidades que no sean las suyas.
Que su fe lo impulse a formar comunión.

349
SER SACERDOTE VALE LA PENA

2.4.4. No es tan fácil entender a los indígenas, si no se parte des-


de su mundo. Por eso, para su formación, hay que tomar
en cuenta su realidad actual, el pensamiento de los antiguos
indígenas y la Biblia, su lenguaje mítico-simbólico, el papel
de la comunidad. Sólo así se podrá lograr que los futuros
sacerdotes den fuerza a la vida del pueblo y a la comuni-
dad cristiana, y ésta no les dé la espalda. De lo contrario, se
sentirán desplazados de su cultura. Hay que meterse en su
realidad, en sus valores, y desde ahí ofrecerles algo.
2.4.5. No puede haber un solo camino para la formación de candi-
datos indígenas, porque las etnias presentan diferencias no-
tables entre sí. No todos los candidatos son indígenas netos,
como tampoco lo son las comunidades de donde proceden y
a las que serán enviados. Ya hay mucha mezcla de sangre y
de cultura. Por lo mismo, cada Obispo ha de buscar la ma-
nera de formar a sus sacerdotes indígenas, de acuerdo a su
realidad, preparándolos también para enfrentarse a la actual
transformación de la sociedad. Sin embargo, sí hay deno-
minadores comunes, que se pueden encontrar recogiendo
todos los valores de las diferentes culturas indígenas. En
base a estos denominadores comunes, se puede establecer
una determinada línea de acción o formación. Para ello, hay
que entrar en diálogo intercultural e interreligioso con las
etnias, pues desconocemos sus símbolos y expresiones. Hay
que captar su confianza.
2.4.6. El sacerdote es pastor para todos. Por tanto, los candidatos
indígenas se deben formar en un Seminario común u ordi-
nario, en el cual se han de incluir los elementos de la cultura
local, acentuar sus rasgos y acentos, conocer la historia del
lugar y de la Iglesia particular. Que los alumnos sean capa-
ces de ser pastores de toda la Iglesia.
2.4.7. Evitar toda clase de discriminaciones. No insistir tanto en
las diferencias, pero sí tenerlas en cuenta. Conocer y abrir
nuevos caminos. Despertar la creatividad. El indígena es
persona y así hay que tratarlo.

350
FORMACIÓN SACERDOTAL

2.5. Como un paso previo a la formación sacerdotal, hay que inten-


sificar la evangelización de las zonas indígenas, con una promo-
ción humana que respete sus valores. Crear Centros de Forma-
ción Integral Indígena, que propicien vocaciones sacerdotales y
religiosas y provoquen ambientes favorables a la formación de
pastores de su propia lengua.

2.6. Promover vocaciones en zonas indígenas; hacerles ver que sí


pueden ser sacerdotes. No sacarlos de su realidad, porque des-
pués ya no quieren regresar a su medio. Tampoco apartarlos de
su hogar siendo muy niños, sino darles un acompañamiento re-
ligioso y cultural, sobre todo en la afectividad. Después llegará
el momento de estar en el Seminario, con un acompañamiento
apropiado.

2.7. Conocer las experiencias que hay sobre formación de candidatos


indígenas; recoger la problemática; encontrar elementos comu-
nes y señalar objetivos.

3. Mons. Bartolomé Carrasco, Arzobispo Emérito de Oaxaca, nos hizo


llegar sus “Puntos de Reflexión” sobre la posibilidad de establecer un
“Seminario Indígena”. Los resumimos así:

3.1. Hay abundantes vocaciones sacerdotales indígenas, pero no per-


severan, o pasan por enormes dificultades, porque carecemos de
instituciones idóneas inculturadas.

3.2. Urge que en todas partes se vaya teniendo una actitud diferente
hacia los procesos históricos de los pueblos indígenas. Necesita-
mos que todos los pastores actuales y futuros posean una visión
no etnocéntrica acerca de las culturas indígenas. Los maestros en
Teología, Sagrada Revelación y Misionología han de emprender
un diálogo interreligioso y tomar en cuenta la “Teología India”.

3.3. No se puede concebir un Seminario Indígena sólo para las dióce-


sis con población indígena, pues en todas partes hay indígenas.

351
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Son necesarios los aportes de todas las diócesis, pues los servi-
cios de ese Seminario serán para toda la Iglesia en México.

3.4. El hecho de instituir un Seminario Indígena debe abordarse a to-


dos los niveles, especialmente en todos los Seminarios, escuelas,
colegios y universidades para evitar una discriminación, que se-
ría completamente contraproducente.

3.5. Es ineludible elaborar otra “Ratio”, enmarcada especialmente en


las culturas indígenas, pero en relación articulada a nivel meto-
dológico, tanto con lo que a lo nacional se refiere, como con lo
que toca a lo cristiano occidental.

3.6. Es necesario considerar el concurso y acompañamiento de las


bases indígenas en favor de los participantes en el Seminario.
Debe haber una relación muy estrecha entre el Seminario y las
mismas comunidades, para ir incorporando la vida cotidiana de
los indígenas a nivel de contenidos filosóficos, teológicos y pas-
torales. Hay que aprender de la experiencia, y no tanto de nocio-
nes y conceptos abstractos.

3.7. Se requieren profesores ad hoc. Si no se tienen, hay que contar


al menos con la asesoría ad hoc, para mantener el sentido de
inculturación y de nueva evangelización que están a la raíz del
Seminario Indígena.

3.8. En un Seminario Indígena, los participantes —que no llegarán


todos a ser sacerdotes —han de capacitarse en otros ministerios,
como serían los de salud, los sociales, los jurídicos, los de De-
rechos Humanos y Derechos Comunitarios Indígenas, pues la
inculturación está exigiendo esa gama y articulación vital de los
ministerios.

3.9. En un Seminario Indígena, debe haber cotidianamente un am-


biente de trabajo, que mantenga a los participantes en contacto
con la experiencia básica de los indígenas.

352
FORMACIÓN SACERDOTAL

4. Mons. Felipe Arizmendi tuvo la oportunidad de participar en un En-


cuentro Latinoamericano, promovido por el DEVYM del CELAM,
sobre “Inculturación de la Formación Presbiteral”, realizado en Qui-
to, Ecuador, del 29 de mayo al 1 de junio pasado. Su objetivo fue
“revisar un anteproyecto de formación inculturada, a fin de ofrecer
orientaciones para la formación de los candidatos al presbiterado,
provenientes de culturas autóctonas”. Algunos puntos que se trataron
fueron los siguientes:

4.1. Para la formación sacerdotal inculturada, hay que partir de Jesu-


cristo. Él, siendo de cultura judía, formó a sus apóstoles, también
judíos, para una cultura universal. Hay que aprender de la forma
cómo los apóstoles afrontaron los conflictos, cuando algunos
querían subordinar el cristianismo a la cultura judaica. Jesucristo
asume la cultura judía, pero la relativiza. El único absoluto es
Dios. Jesucristo es la revelación de lo que no puede cambiar ni
perderse, al inculturar la fe. Él es quien nos dice qué aspectos de
la cultura pueden esclavizar al hombre.

4.2. Ser sacerdote inculturado significa asumir la propia cultura —in-


dígena o no—, pero también criticarla, relativizarla, elevarla,
transformarla, sublimarla: según esté o no de acuerdo con Jesús.

4.3. Evitar el dogmatismo y el relativismo. Que cada etnia no sólo


acepte sus propios valores, sino que se abra a los de otras. Hay
contenidos esenciales que deben ser respetados por todos; así
mismo, hay valores culturales del medio ambiente donde está el
Seminario, que han de ser tomados en cuenta por todos.

4.4. Que se eduquen las actitudes de los formadores y alumnos no


indígenas hacia los indígenas.

4.5. No todas las experiencias de candidatos indígenas en los Semi-


narios clásicos han sido negativas. Algunos indígenas se han
enriquecido con la cultura universal, sin perder la propia. Todos
los sacerdotes indígenas se han formado en Seminarios clásicos.

353
SER SACERDOTE VALE LA PENA

En general, son sacerdotes ejemplares. Algunos se han vuelto


prepotentes y resentidos, o se avergüenzan de su origen. Otros
se han radicalizado y dan más valor a la cultura indígena que al
Evangelio.

4.6. Se presentaron experiencias de diversos países:

4.6.1. Colombia: En la Prefectura “Tierra Dentro”, confiada a los


Padres Vicentinos, se empezó hace diez años el Seminario
Menor, para indígenas de la etnia “páez”; hace cuatro años,
se inició el Seminario Mayor. Es un intento muy valioso.
4.6.2. Guatemala: En la diócesis de la Vera Paz, que tiene cerca
de un 90% de indígenas quekchíes, se empezó el Seminario
Menor desde 1979; el Seminario Mayor desde 1989. Tiene
alumnos de otras etnias y también no indígenas. Es más se-
mejante a nuestros Seminarios clásicos.
4.6.4. Ecuador: A pesar del alto porcentaje indígena, no tienen
Seminario indígena; sin embargo, hay mucha pastoral in-
dígena. En Riobamba hay un proyecto de formación de mi-
nistros laicos indígenas, que puede ser principio para una
formación sacerdotal.
4.6.5. Perú: No tiene ninguna experiencia para candidatos indí-
genas.

5. En Izamal, Yuc., los días 9 y 10 de agosto pasado, antes del encuentro


del Santo Padre con los indígenas, promovimos una reunión de sacer-
dotes y otra de seminaristas indígenas de México, con el objetivo de
escuchar sus planteamientos sobre los caminos para la formación de
candidatos indígenas al sacerdocio. Participaron 37 seminaristas y 39
sacerdotes.

6. Los seminaristas aportaron lo siguiente:

6.1. Que no haya un Seminario exclusivo para indígenas, sino que los
candidatos indígenas estén integrados con los demás, para evitar
marginación y divisiones. Algunos opinaban que sí lo hubiera,

354
FORMACIÓN SACERDOTAL

pero en el plenario se inclinaron por la negativa.

6.2. Impulsar el aprendizaje de lenguas autóctonas y darles la misma


importancia que tienen las lenguas extranjeras. En la medida de
lo posible, que aprendan el latín y los idiomas extranjeros, para
no estar al margen de la cultura humanista y de la actual.

6.3. Crear en los Seminarios un programa para la Pastoral Indígena.

6.4. Valorar la dignidad personal, dándose a respetar, para respetar a


los demás.

6.5. Quitar los complejos de inferioridad en los grupos étnicos y en


los seminaristas.

6.6. Que los seminaristas exploten sus cualidades y no se avergüen-


cen de su cultura.

6.7. Que haya acompañamiento psicológico para el candidato al sa-


cerdocio, y así afronte los retos que se le presenten.

6.8. Que en el Equipo Formador de los Seminarios haya sacerdotes


indígenas, que asuman su cultura.

6.9. Que se continúe con la promoción de vocaciones autóctonas.

6.10. Que en cada Seminario se tomen en cuenta elementos indígenas,


para valorarlos más; vgr: la danza en los ritos litúrgicos.

6.11. Es necesario tomar estos elementos, para penetrar en la realidad


de la teología indígena.

6.12. Elaborar una teología india y que se introduzca como materia de


estudio en los Seminarios, para conocer el pensamiento indígena
en su relación con la divinidad.

355
SER SACERDOTE VALE LA PENA

6.13. Que los sacerdotes sean enviados para su ministerio a comunida-


des indígenas de donde proceden.

6.14. Que haya un coordinador diocesano de Pastoral Indígena.

6.15. Valorar las tradiciones propias de cada cultura.

6.16. Impulsar la evangelización desde la propia cultura.

6.17. Que los sacerdotes conozcan primero la realidad de sus comuni-


dades para evangelizar.

6.18. Que los sacerdotes no violenten las tradiciones de la cultura, des-


terrándolas, sino que más bien deben conocerlas primero y luego
purificar lo malo que existe.

6.19. Que los sacerdotes sean más humanos en su trato con los indíge-
nas, respetando su dignidad.

6.20. Que se tomen algunos elementos del Encuentro Nacional Indíge-


na de octubre de 1991.

6.21. Que se promuevan más estas reuniones.

7. Los sacerdotes indígenas aportaron lo siguiente:

7.1. Hacer realidad la inculturación del Evangelio, para que los mis-
mos indígenas seamos protagonistas de la evangelización.

7.2. Crear Centros de formación que acrediten a futuros formadores


para Seminarios Indígenas, aprobados por la CEM.

7.3. Que los responsables de la Pastoral Indígena en cada diócesis


promuevan eficazmente el estudio de una filosofía y teología in-
dia: con base en documentos del Magisterio y otros; vgr. “Fun-
damentos Teológicos de la Pastoral Indígena”.

356
FORMACIÓN SACERDOTAL

7.4. Que en los Seminarios se tomen en cuenta las iniciativas y ele-


mentos indígenas: gramática, simbología, liturgia autóctona y
valores culturales.

7.5. Una formación permanente y cualificada de todos: obispos y sa-


cerdotes, que incluya el conocimiento y valoración de las dife-
rentes culturas autóctonas.

7.6. La creación de equipos vocacionales indígenas que promuevan


estas vocaciones.

7.7. Urge que haya obispos indígenas, de preferencia en aquellos lu-


gares con mayor población indígena.

7.8. Que se forme una comisión de sacerdotes indígenas, para que,


apoyados por la CEI, trabajen en la formación permanente del
clero indígena.

7.9. Que se envíe a los sacerdotes recién ordenados a comunidades


indígenas, para que asimilen sus valores.

7.10. Crear centros de formación en cada diócesis con población indí-


gena, para indígenas.

7.11. Sumar esfuerzos con personas, organismos e instituciones al ser-


vicio de la causa indígena.

8. Se solicitó a CENAMI su opinión y sus proposiciones sobre este pun-


to. Para ello, nos pidieron los resultados de las reuniones con semina-
ristas y sacerdotes indígenas, en Izamal. Lo central de su valoración
es la siguiente:

“Es muy difícil que todo lo que los participantes en el Encuentro de


Izamal han propuesto pueda llevarse a cabo en un seminario como lo
que hasta ahora hemos tenido. Decimos esto porque aparece con mucha
claridad que si se implementan adecuadamente, usando discretamente

357
SER SACERDOTE VALE LA PENA

los marcos pedagógicos, psicológicos, sociológicos, antropológicos, ma-


gisteriales y espirituales necesarios, estaríamos montando de hecho una
realidad completamente diferente, otra estructura, otra organización, otro
sistema de estudio, otra convivencia. Por ello, nos sorprende la propuesta
categórica que hacen: QUE NO HAYA UN SEMINARIO EXCLUSI-
VO PARA INDÍGENAS.
Un Seminario al estilo hindú, ¿respondería en México para mexica-
nos? Y ¿qué diríamos de un Seminario alemán para mexicanos? Y algo
estructurado para Sudáfrica, ¿funcionaría para nosotros? Pues igualmen-
te pasa con un Seminario mexicano estructurado y planificado por mes-
tizos, con una formación y una espiritualidad mestiza, en el que se están
capacitando para el sacerdocio varios candidatos que son indígenas. Los
indígenas son pueblos, son naciones, son experiencias culturales diversas
de la mestizas... Los indígenas son naciones. Entonces, su formación en
un Seminario no indígena no puede satisfacer adecuadamente las exigen-
cias globales que su ser cultural y religioso tienen.
Nos parece que, no obstante la proposición de QUE NO HAYA UN
SEMINARIO EXCLUSIVO PARA INDÍGENAS, debe entenderse, a
partir de todas las proposiciones, precisamente al contrario: QUE SE
INICIE LA EXPERIENCIA DE SEMINARIOS EXCLUSIVOS PARA
INDÍGENAS. Esto no quiere decir que se requerirían 52 seminarios in-
dígenas en México. Así como mexicanos mestizos pueden compartir con
seminaristas de otros países latinoamericanos o europeos su experien-
cia de formación, debido a que en la base se da un fondo macrocultural
“occidental”, igualmente, muchos seminaristas indígenas de diversas
procedencias, podrían perfectamente compartir una misma experiencia
de formación con otros indígenas, teniendo a la base la macrocultura
mesoamericana que está en la raíz de todas sus culturas”.

9. Se ha solicitado a sacerdotes historiadores, que hagan una investiga-


ción sobre el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco: cómo funciona-
ba y por qué se clausuró.

10. El 7 de octubre pasado, se presentó ante el Consejo Permanente de la


CEM lo que hemos realizado. Nos alentaron a seguir adelante y nos
pidieron informar a los Señores Obispos en esta Asamblea.

358
FORMACIÓN SACERDOTAL

11. En la semana de Pascua de 1994, habrá una segunda reunión nacio-


nal de seminaristas indígenas, participando también seminaristas no
indígenas, en coordinación con OSMEX.

12. Como síntesis de los aportes recibidos, podríamos resaltar lo si-


guiente:

12.1. Aunque hay quienes sostienen la necesidad de un Seminario in-


dígena, a nivel nacional o local, la mayoría opina que no es con-
veniente. Sin embargo, cada Obispo verá lo más oportuno para
su diócesis.

12.2. En los Seminarios y en las diócesis ha de implementarse mejor


la Pastoral Indígena.

12.3. En los Seminarios actuales que tienen alumnos indígenas, se han


de revisar actitudes hacia ellos y tomar en cuenta su cultura, para
no destruirla, sino que sea un elemento enriquecedor para toda la
comunidad.

12.4. Hay que seguir estudiando los “Fundamentos Teológicos de la


Pastoral Indígena” y analizar la “Teología India”.

12.5. Aún no es tiempo de tomar decisiones sobre este punto, sino se-
guir buscando caminos. Cuando se tengan resultados más cla-
ros y completos, se han de integrar en las “Normas Básicas” de
México, que ahora están en revisión.

+ FELIPE AGUIRRE FRANCO + FELIPE ARIZMENDI ESQUIVEL


Obispo de Tuxtla Gutiérrez Obispo de Tapachula
Presidente de la CEI Presidente de la CESV

359
SER SACERDOTE VALE LA PENA

49. HACIA UNA FORMACIÓN


SACERDOTAL INCULTURADA

IX Encuentro Nacional de Seminaristas Indígenas


Chilapa, Gro., 14-17 de septiembre de 2005

Desde la Exhortación Postsinodal “Pastores dabo vobis”, publicada


el 25 de marzo de 1992, el Papa Juan Pablo II nos dijo a toda la Iglesia:
“Un problema ulterior nace de la exigencia —hoy intensamente sen-
tida— de la evangelización de las culturas y de la inculturación del men-
saje de la fe. Es éste un problema eminentemente pastoral, que debe ser
incluido con mayor amplitud y particular sensibilidad en la formación
de los candidatos al sacerdocio. En las actuales circunstancias, en que
en algunas regiones del mundo la religión cristiana se considera como
algo extraño a las culturas, tanto antiguas como modernas, es de gran
importancia que en toda la formación intelectual y humana se considere
necesaria y esencial la dimensión de la inculturación. Pero esto exige
previamente una teología auténtica, inspirada en los principios católicos
sobre esa inculturación. Estos principios se relacionan con el misterio
de la encarnación del Verbo de Dios y con la antropología cristiana e
iluminan el sentido auténtico de la inculturación; ésta, ante las culturas
más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes
del mundo, quiere ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar
el Evangelio a todas las gentes hasta los últimos confines de la tierra.
Esta obediencia no significa sincretismo, ni simple adaptación del anun-
cio evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en las culturas,
se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles
con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de
la salvación que proviene de Cristo. El problema de esta inculturación
puede tener un interés específico cuando los candidatos al sacerdocio
provienen de culturas autóctonas; entonces, necesitarán métodos ade-
cuados de formación, sea para superar el peligro de ser menos exigentes
y desarrollar una educación más débil de los valores humanos, cristia-
nos y sacerdotales, sea para revalorizar los elementos buenos y auténti-
cos de sus culturas y tradiciones” (No. 55).

360
FORMACIÓN SACERDOTAL

“Otro aspecto que hay que subrayar aquí es la labor educativa que,
por su naturaleza, es el acompañamiento de estas personas históricas
y concretas que caminan hacia la opción y la adhesión a determinados
ideales de vida. Precisamente por esto la labor educativa debe saber
conciliar armónicamente la propuesta clara de la meta que se quiere
alcanzar, la exigencia de caminar con seriedad hacia ella, la atención
al viandante, es decir al sujeto concreto empeñado en esta aventura y,
consiguientemente, a una serie de situaciones, problemas, dificultades,
ritmos diversos de andadura y de crecimiento. Esto exige una sabia
elasticidad, que no significa precisamente transigir ni sobre los valores
ni sobre el compromiso consciente y libre, sino que quiere decir amor
verdadero y respeto sincero a las condiciones totalmente personales de
quien camina hacia el sacerdocio. Esto vale no sólo respecto a cada
una de las personas, sino también en relación con los diversos contextos
sociales y culturales en los que se desenvuelven los Seminarios y con la
diversa historia que cada uno de ellos tienen. En este sentido, la obra
educativa exige una constante renovación. Por ello,… salva la validez de
las formas clásicas del Seminario, el Sínodo desea que continúe el traba-
jo de consulta de las Conferencias Episcopales sobre las necesidades ac-
tuales de la formación… Revísense oportunamente las Rationes de cada
nación o rito…, para integrar en ellas diversos modelos comprobados
de formación, que respondan a las necesidades de los pueblos de cultura
así llamada indígena, de las vocaciones de adultos, de las vocaciones
misioneras, etc.” (No. 61).
Después, en la Exhortación Postsinodal “Ecclesia in America” (22
enero 1999), el mismo Papa nos insistió: “Una atención particular se
debe dar a las vocaciones nacidas entre los indígenas; conviene propor-
cionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos candidatos al
sacerdocio, mientras reciben la adecuada formación teológica y espiri-
tual para su futuro ministerio, no deben perder las raíces de su propia
cultura” (No. 40).
“Si la Iglesia en América, fiel al Evangelio de Cristo, desea recorrer
el camino de la solidaridad, debe dedicar una especial atención a aque-
llas etnias que todavía hoy son objeto de discriminaciones injustas. En
efecto, hay que erradicar todo intento de marginación contra las pobla-
ciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar

361
SER SACERDOTE VALE LA PENA

sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender
a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que
recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las
sociedades en las que viven… Para lograr estos objetivos es indispensa-
ble formar agentes pastorales competentes, capaces de usar métodos ya
inculturados legítimamente en la catequesis y en la liturgia. Así también,
se conseguirá mejor un número adecuado de pastores que desarrollen
sus actividades entre los indígenas, si se promueven las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada entre dichos pueblos” (No. 64).
Esto que el Papa nos pidió hace tiempo, no hemos logrado ponerlo
en práctica satisfactoriamente. No hemos aterrizado en experiencias con-
cretas lo que hoy nos pide el Magisterio de la Iglesia. Algunos, incluso,
sienten recelo cuando se tratan estos temas, como si ya hubieran asumido
la posición, consciente o inconsciente, de que lo indígena es un tema
de moda que pronto pasará. A veces, nos sentimos seguros y confiados
de nuestros sistemas educativos en los Seminarios, y no apreciamos la
conveniencia de intentar los cambios que las culturas, indígenas y no
indígenas, nos exigen. Nuestra labor educativa no cambia, en lo que de-
bería cambiar, a pesar de las evidentes y progresivas transformaciones
culturales de los pueblos.

Algunos pasos que se han dado


Hace unos doce años, la Conferencia del Episcopado Mexicano pi-
dió a las Comisiones Episcopales de Pastoral Indígena y de Seminarios
y Vocaciones, entonces presididas por Mons. Felipe Aguirre Franco y
un servidor, que hiciéramos un estudio al respecto. Promovimos una
consulta con los obispos, con los formadores de los Seminarios y con
algunos especialistas. Nos planteamos si sería conveniente establecer un
Seminario Nacional Indígena. La respuesta mayoritaria de los obispos
mexicanos y de los formadores fue negativa. Entre otras razones, se ano-
taban las diferencias culturales que hay entre las 56 etnias del país, de un
extremo al otro; éstas marcan también las diferencias pastorales que la
Iglesia debe dar. Se advertía, también, del peligro de formar sacerdotes
de segunda clase, sin la profundidad de la filosofía que se imparte en los
Seminarios, y sin la hondura que requiere la teología. En especial, se

362
FORMACIÓN SACERDOTAL

insistió en el inconveniente de separar a los sacerdotes indígenas de los


no indígenas, lo cual podría generar choques culturales. Por otra parte,
se hacía notar que los sacerdotes indígenas deben formarse para atender
también a las poblaciones mestizas, y lo sacerdotes mestizos a las comu-
nidades indígenas, por lo que era necesario tener una formación básica
común, no sólo en lo intelectual, sino también en lo humano, espiritual y
pastoral. Sin embargo, se nos dieron pautas importantes sobre el camino
que debería seguir el proceso de inculturar la formación sacerdotal. Se
insistió en que esto se llevara a cabo en las propias diócesis y regiones
pastorales con presencia indígena.
Esta inquietud ha estado presente en el Departamento de Vocaciones
y Ministerios del CELAM (DEVYM) y de la Organización de Semina-
rios Latinoamericanos (OSLAM). Se han promovido algunos encuen-
tros, con el fin de compartir experiencias de lo que se ha hecho al respeto,
y de alentar nuevos caminos de formación inculturada. Sin embargo, a
nivel latinoamericano, han sido muy pocas las experiencias que perduran
hasta el momento. En Ecuador, Mons. Leonidas Proaño, obispo de Rio-
bamba, intentó hacer algo. Enviaba a los seminaristas a las comunidades
indígenas, donde permanecían tres semanas en plan misionero, y en la
otra semana de cada mes regresaban a la casa que servía de sede para la
formación, en la ciudad episcopal. Lamentablemente nadie de sus semi-
naristas era indígena y la mayoría eran extranjeros. Con el tiempo, esto
se desvaneció. En la actualidad, Mons. Víctor Corral, su sucesor, está
intentando hacer algo, insistiendo en la cercanía con las comunidades
indígenas y en el trabajo agrícola, sin descuidar la formación filosófica y
teológica, sino adecuándola a la cultura quéchua.
El episcopado ecuatoriano intentó formar un Seminario propio para
indígenas, con un programa concreto de formación; sin embargo, no ha
prosperado. Dicen que han faltado profesores especializados en materias
para profundizar la cultura indígena, y que los cambios culturales del
pueblo quéchua exigen una formación conforme a esos cambios.
En Guatemala, Mons. Gerardo Flores, obispo emérito de Vera Paz,
empezó la experiencia de que los alumnos aprendieran alguna de las len-
guas indígenas de su diócesis, y no fueran al Seminario Nacional que
está en la capital, para que estuvieran más cerca de las comunidades.
Esto permanece.

363
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Una experiencia notable fue la que se llevó a cabo en la Prelatura


“Tierra Adentro”, en Colombia, con la etnia páez. No sólo se usaba la
lengua, sino que el Seminario estaba organizado en la forma como fun-
cionan las comunidades indígenas, con cargos y servicios semejantes. La
liturgia, el trabajo, la relación con la familia y las comunidades reflejaban
lo que se hacía en el pueblo indígena.
El Episcopado Mexicano, en las “Normas Básicas para la Forma-
ción Sacerdotal en México (12 noviembre 1996), estableció: “Dado que
muchos sacerdotes estarán al servicio de cristianos indígenas, y algu-
nos son procedentes de estos pueblos, es necesario que los seminarios
proporcionen una visión apropiada de su historia, de su cultura y de su
situación actual, y programen disciplinas antropológicas y lingüísticas,
así como otras actividades, encaminadas a que tanto el mensaje cristia-
no como todas las ramas de la pastoral, se encarnen y se inculturen en
los diferentes grupos indígenas que existen en nuestra patria, especial-
mente en las respectivas diócesis” (No. 159). “La formación teológica
debe tomar muy en cuenta algunos elementos de la vida cristiana de
nuestro pueblo, como son: el hecho guadalupano, las manifestaciones
de la piedad popular, las ‘semillas del Verbo’ y su desarrollo en nues-
tras culturas indígenas, la relación entre fe y compromiso social, las
implicaciones y condicionamientos de la historia de la evangelización
en México, etc., que piden una seria reflexión teológica y pastoral, para
que el alumno sea capaz de leer, a la luz del Evangelio, los signos de los
tiempos” (No. 150).
Hemos hecho esfuerzos por llevar a la práctica estas exigencias; sin
embargo, hasta la fecha no hay una experiencia que haya cuajado, como
para presentarla como modélica. Mientras no hagamos un esfuerzo serio
y sistemático por ello, estamos faltando gravemente a un deber de justicia
con nuestros pueblos indígenas. En mi diócesis, con una población del
75% indígena, yo lo siento como una obligación apremiante. Sueño que,
cuando tengamos más alumnos y formadores adecuados, empecemos a
dar los pasos necesarios para concretar esta exigencia de la evangeliza-
ción. En este curso, de los 34 alumnos (9 en el Menor y 25 en el Mayor),
18 son indígenas, de las cinco etnias que hay en la diócesis (tseltal, tsot-
sil, ch’ol, tojolabal y zoque).

364
FORMACIÓN SACERDOTAL

Sugerencias hacia una formación sacerdotal inculturada

1. A ejemplo de Jesús, buen pastor, amar con todo el corazón y


con toda la mente a nuestro pueblo, en sus diferentes culturas, para en-
carnarse en ellas, purificarlas y llevarlas a su pleno desarrollo en Cristo.
2. Que los indígenas candidatos al sacerdocio amen sus raíces, no
se avergüencen de ellas, las conozcan a fondo, las defiendan y las pro-
muevan. Que se sientan identificados con su cultura, la valoren y la enri-
quezcan con las cosas positivas que pueda traer la globalización cultural.
No encerrarse en la propia cultura, sino abrirse a los cambios culturales,
con discernimiento crítico y evangélico. Ni sacralizar, ni satanizar cual-
quier cultura.
3. Crear en los Seminarios un ambiente de apertura, respeto, apre-
cio y promoción de las culturas indígenas, evitando toda discriminación
o marginación. En la medida de lo posible, y en las diócesis donde haya
suficiente población nativa, que algunos formadores provengan de estas
etnias.
4. Garantizar el aprendizaje de idiomas indígenas, donde sea ne-
cesario; incluso que los mismos indígenas logren un manejo adecuado,
escrito y hablado, de su propio idioma.
5. Programar celebraciones religiosas, incluso litúrgicas, en espe-
cial la Santa Misa, conforme a los ritos indígenas, siguiendo las normas
de la Iglesia sobre la inculturación litúrgica. Que en las celebraciones
ordinarias se utilicen idiomas propios de las culturas indígenas del lugar,
como en las lecturas bíblicas y en las peticiones de la oración universal
de los fieles.
6. Asumir, en los Seminarios con considerable población indíge-
na, algunas formas de organización comunitaria, propias de los pueblos
indios, así como cargos, servicios y tradiciones.
7. Invitar a “ancianos”, “principales” y agentes de pastoral con
experiencia indígena, para que compartan sus vivencias y realicen alguna
de sus celebraciones, con la debida explicación y evitando lo que no esté
conforme con el Evangelio y las normas de la Iglesia.
8. Que los alumnos participen en los ritos y tradiciones de sus
propios pueblos, conviviendo con sus familias y respetando el cargo de
quienes los presiden.

365
SER SACERDOTE VALE LA PENA

9. Que los alumnos indígenas tengan oportunidad de cursar es-


tudios especializados en las materias eclesiásticas, así como en otras;
por ejemplo, antropología, lingüística, psicología, sociología, etc., para
que ayuden a sus comunidades a rescatar con profundidad sus culturas.
Así mismo, promover especialistas en filosofía y teología propias de las
culturas indígenas.
10. Alentar experiencias de formación sacerdotal inculturada en las
propias diócesis con población indígena, en comunicación con la Confe-
rencia Episcopal y la Congregación para la Educación Católica.

366
FORMACIÓN SACERDOTAL

50. LA FORMACIÓN SACERDOTAL


INCULTURADA EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Conferencia que ofrecí en el XIII Encuentro Nacional de Seminaristas Indígenas,


siendo entonces Responsable de la Dimensión de Pastoral Indígena en la CEM.
Seminario de Misiones, México, D. F. , 1-3 de octubre de 2009

Jesucristo, fuente y origen de nuestro sacerdocio, se encarnó en una


cultura determinada; la asumió, la hizo experiencia personal, la vivió du-
rante muchos años, la conoció a fondo, y sólo después la purificó, la
complementó, la llevó a su desarrollo, como era el plan primero del Pa-
dre. Cuando algunos elementos culturales y rituales eran usados como
medios para esclavizar y explotar al pueblo por parte de autoridades re-
ligiosas y políticas, Jesús los relativizó, diciendo que lo importante es el
ser humano, y que éste tenga vida en plenitud, no tanto las prescripciones
legales. Así procedió, con una gran libertad profética, ante las leyes refe-
rentes al sábado, a las purificaciones rituales y al lugar de la mujer. Esto
le trajo persecución y muerte.
La formación de los candidatos al sacerdocio tiene un único modelo:
Jesucristo. Por tanto, Él es el camino, y no hay otro. Encarnarse en la
propia cultura, es requisito para ser persona, para ser cristiano, para ser
apóstol incluso en otras culturas. Despreciar, desconocer o negar las pro-
pias raíces, es secar el corazón y hacerse estéril; es vivir una dicotomía y
una esquizofrenia. Se legitimarán compensaciones para tapar complejos
de fondo, pero el vacío existencial con nada quedará llenado.
Esto es válido para todas las culturas, y para todos los candidatos al
sacerdocio de cualquier cultura: campesina, urbana o indígena. Sin em-
bargo, tiene una urgencia particular en el caso de candidatos proceden-
tes de nuestras culturas originarias, porque muchas veces deben remar
contra corriente. La cultura dominante no respeta los rasgos propios de
estas culturas, sino que los avasalla, los destruye, intenta desconocerlos
y eliminarlos. Si acaso, los considera folclor para turistas, o los tolera
como algo que pronto pasará a la historia y al olvido. Sin embargo, son
semillas del Verbo, presencias de Dios que no se pueden perder, sino
todo lo contrario: la misión de la Iglesia es luchar por que tengan vida, y
para que nos den vida en Cristo.

367
SER SACERDOTE VALE LA PENA

¿Qué dice el Magisterio de la Iglesia sobre la formación de los candi-


datos indígenas al sacerdocio?

1. Documento de Aparecida (mayo de 2007)

1.1 Valoración y defensa de los pueblos originarios:


89. Los indígenas y afroamericanos son, sobre todo, “otros” dife-
rentes, que exigen respeto y reconocimiento. La sociedad tiende a me-
nospreciarlos, desconociendo su diferencia. Su situación social está mar-
cada por la exclusión y la pobreza. La Iglesia acompaña a los indígenas
y afroamericanos en las luchas por sus legítimos derechos.
90. Hoy, los pueblos indígenas y afros están amenazados en su
existencia física, cultural y espiritual; en sus modos de vida; en sus iden-
tidades; en su diversidad; en sus territorios y proyectos. Algunas comuni-
dades indígenas se encuentran fuera de sus tierras porque éstas han sido
invadidas y degradadas, o no tienen tierras suficientes para desarrollar
sus culturas. Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, pues
la globalización económica y cultural pone en peligro su propia existen-
cia como pueblos diferentes. Su progresiva transformación cultural pro-
voca la rápida desaparición de algunas lenguas y culturas. La migración,
forzada por la pobreza, está influyendo profundamente en el cambio de
costumbres, de relaciones e incluso de religión.
91. Los indígenas y afroamericanos emergen ahora en la sociedad
y en la Iglesia. Éste es un “kairós” para profundizar el encuentro de la
Iglesia con estos sectores humanos que reclaman el reconocimiento ple-
no de sus derechos individuales y colectivos, ser tomados en cuenta en la
catolicidad con su cosmovisión, sus valores y sus identidades particula-
res, para vivir un nuevo Pentecostés eclesial.
94. Como Iglesia, que asume la causa de los pobres, alentamos la
participación de los indígenas y afroamericanos en la vida eclesial. Ve-
mos con esperanza el proceso de inculturación discernido a la luz del
Magisterio. Es prioritario hacer traducciones católicas de la Biblia y de
los textos litúrgicos a sus idiomas. Se necesita, igualmente, promover
más las vocaciones y los ministerios ordenados procedentes de estas
culturas.

368
FORMACIÓN SACERDOTAL

95. Nuestro servicio pastoral a la vida plena de los pueblos indí-


genas exige anunciar a Jesucristo y la Buena Nueva del Reino de Dios,
denunciar las situaciones de pecado, las estructuras de muerte, la violen-
cia y las injusticias internas y externas, fomentar el diálogo intercultural,
interreligioso y ecuménico. Jesucristo es la plenitud de la revelación para
todos los pueblos y el centro fundamental de referencia para discernir los
valores y las deficiencias de todas las culturas, incluidas las indígenas.
Por ello, el mayor tesoro que les podemos ofrecer es que lleguen al en-
cuentro con Jesucristo resucitado, nuestro Salvador. Los indígenas que
ya han recibido el Evangelio están llamados, como discípulos y misio-
neros de Jesucristo, a vivir con inmenso gozo su realidad cristiana, a dar
razón de su fe en medio de sus comunidades y a colaborar activamente
para que ningún pueblo indígena de América Latina reniegue de su fe
cristiana, sino que, por el contrario, sientan que en Cristo encuentran el
sentido pleno de su existencia.
99. b) Se han hecho algunos esfuerzos por inculturar la liturgia en
los pueblos indígenas y afroamericanos.
529. Como discípulos de Jesucristo, encarnado en la vida de todos
los pueblos descubrimos y reconocemos desde la fe las “semillas del
Verbo” presentes en las tradiciones y culturas de los pueblos indígenas
de América Latina…
530. Como discípulos y misioneros al servicio de la vida, acom-
pañamos a los pueblos indígenas y originarios en el fortalecimiento
de sus identidades y organizaciones propias, la defensa del territorio,
una educación intercultural bilingüe y la defensa de sus derechos. Nos
comprometemos también a crear conciencia en la sociedad acerca de la
realidad indígena y sus valores, a través de los medios de comunicación
social y otros espacios de opinión. A partir de los principios del Evan-
gelio apoyamos la denuncia de actitudes contrarias a la vida plena en
nuestros pueblos originarios, y nos comprometemos a proseguir la obra
de evangelización de los indígenas, así como a procurar los aprendiza-
jes educativos y laborales con las transformaciones culturales que ello
implica.
531. La Iglesia estará atenta ante los intentos de desarraigar la fe
católica de las comunidades indígenas, con lo cual se las dejaría en situa-
ción de indefensión y confusión ante los embates de las ideologías y de

369
SER SACERDOTE VALE LA PENA

algunos grupos alienantes, lo que atentaría contra el bien de las mismas


comunidades.
532. Ser discípulos y misioneros significa asumir la actitud de com-
pasión y cuidado del Padre, que se manifiestan en la acción liberadora
de Jesús. La Iglesia defiende los auténticos valores culturales de todos
los pueblos, especialmente de los oprimidos, indefensos y marginados,
ante la fuerza arrolladora de las estructuras de pecado manifiestas en la
sociedad moderna.
533. Por esto, la Iglesia denuncia la práctica de la discriminación y
del racismo en sus diferentes expresiones, pues ofende en lo más profun-
do la dignidad humana creada a “imagen y semejanza de Dios”.

1.2 Formación inculturada:


325. Los jóvenes provenientes de familias pobres o de grupos in-
dígenas requieren una formación inculturada, es decir, deben recibir la
adecuada formación teológica y espiritual para su futuro ministerio, sin
que ello les haga perder sus raíces y, de esta forma, puedan ser evangeli-
zadores cercanos a sus pueblos y culturas.

2. Exhortación del Papa Juan Pablo II: “Pastores dabo vobis”


(25 marzo 1992)
55. Un problema ulterior nace de la exigencia —hoy intensamente
sentida— de la evangelización de las culturas y de la inculturación del
mensaje de la fe. Es éste un problema eminentemente pastoral, que debe
ser incluido con mayor amplitud y particular sensibilidad en la formación
de los candidatos al sacerdocio. En las actuales circunstancias, en que
en algunas regiones del mundo la religión cristiana se considera como
algo extraño a las culturas, tanto antiguas como modernas, es de gran
importancia que en toda la formación intelectual y humana se considere
necesaria y esencial la dimensión de la inculturación. Pero esto exige
previamente una teología auténtica, inspirada en los principios católicos
sobre esa inculturación. Estos principios se relacionan con el misterio
de la encarnación del Verbo de Dios y con la antropología cristiana e
iluminan el sentido auténtico de la inculturación; ésta, ante las culturas

370
FORMACIÓN SACERDOTAL

más dispares y a veces contrapuestas, presentes en las distintas partes del


mundo, quiere ser una obediencia al mandato de Cristo de predicar el
Evangelio a todas las gentes hasta los últimos confines de la tierra. Esta
obediencia no significa sincretismo, ni simple adaptación del anuncio
evangélico, sino que el Evangelio penetra vitalmente en las culturas, se
encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con
la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la sal-
vación que proviene de Cristo. El problema de esta inculturación puede
tener un interés específico cuando los candidatos al sacerdocio provie-
nen de culturas autóctonas; entonces, necesitarán métodos adecuados
de formación, sea para superar el peligro de ser menos exigentes y de-
sarrollar una educación más débil de los valores humanos, cristianos y
sacerdotales, sea para revalorizar los elementos buenos y auténticos de
sus culturas y tradiciones.
61. Otro aspecto que hay que subrayar aquí es la labor educativa
que, por su naturaleza, es el acompañamiento de estas personas históri-
cas y concretas que caminan hacia la opción y la adhesión a determina-
dos ideales de vida. Precisamente por esto la labor educativa debe saber
conciliar armónicamente la propuesta clara de la meta que se quiere
alcanzar, la exigencia de caminar con seriedad hacia ella, la atención
al viandante, es decir al sujeto concreto empeñado en esta aventura y,
consiguientemente, a una serie de situaciones, problemas, dificultades,
ritmos diversos de andadura y de crecimiento. Esto exige una sabia
elasticidad, que no significa precisamente transigir ni sobre los valores
ni sobre el compromiso consciente y libre, sino que quiere decir amor
verdadero y respeto sincero a las condiciones totalmente personales de
quien camina hacia el sacerdocio. Esto vale no sólo respecto a cada una
de las personas, sino también en relación con los diversos contextos
sociales y culturales en los que se desenvuelven los Seminarios y con
la diversa historia que cada uno de ellos tienen. En este sentido, la obra
educativa exige una constante renovación. Por ello,… salva la validez
de las formas clásicas del Seminario, el Sínodo desea que continúe el
trabajo de consulta de las Conferencias Episcopales sobre las necesida-
des actuales de la formación… Revísense oportunamente las Rationes
de cada nación o rito…, para integrar en ellas diversos modelos com-
probados de formación, que respondan a las necesidades de los pueblos

371
SER SACERDOTE VALE LA PENA

de cultura así llamada indígena, de las vocaciones de adultos, de las vo-


caciones misioneras, etc.

3. Exhortación del Papa Juan Pablo II: “Ecclesia in America”


40. Una atención particular se debe dar a las vocaciones nacidas
entre los indígenas; conviene proporcionar una formación inculturada
en sus ambientes. Estos candidatos al sacerdocio, mientras reciben la
adecuada formación teológica y espiritual para su futuro ministerio, no
deben perder las raíces de su propia cultura.
64. Si la Iglesia en América, fiel al Evangelio de Cristo, desea re-
correr el camino de la solidaridad, debe dedicar una especial atención a
aquellas etnias que todavía hoy son objeto de discriminaciones injustas.
En efecto, hay que erradicar todo intento de marginación contra las po-
blaciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar
sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender
a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que
recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las
sociedades en las que viven… Para lograr estos objetivos es indispensa-
ble formar agentes pastorales competentes, capaces de usar métodos ya
inculturados legítimamente en la catequesis y en la liturgia. Así también,
se conseguirá mejor un número adecuado de pastores que desarrollen
sus actividades entre los indígenas, si se promueven las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada entre dichos pueblos.

4. Normas Básicas para la Formación Sacerdotal en México


(12 noviembre 1996)
150. La formación teológica debe tomar muy en cuenta algunos
elementos de la vida cristiana de nuestro pueblo, como son: el hecho
guadalupano, las manifestaciones de la piedad popular, las ‘semillas del
Verbo’ y su desarrollo en nuestras culturas indígenas, la relación entre fe
y compromiso social, las implicaciones y condicionamientos de la his-
toria de la evangelización en México, etc., que piden una seria reflexión
teológica y pastoral, para que el alumno sea capaz de leer, a la luz del
Evangelio, los signos de los tiempos.

372
FORMACIÓN SACERDOTAL

159. Dado que muchos sacerdotes estarán al servicio de cristianos


indígenas, y algunos son procedentes de estos pueblos, es necesario que
los seminarios proporcionen una visión apropiada de su historia, de su
cultura y de su situación actual, y programen disciplinas antropológicas
y lingüísticas, así como otras actividades, encaminadas a que tanto el
mensaje cristiano como todas las ramas de la pastoral, se encarnen y
se inculturen en los diferentes grupos indígenas que existen en nuestra
patria, especialmente en las respectivas diócesis.

5. Sugerencias para una formación sacerdotal inculturada


5.1 A ejemplo de Jesús, buen pastor, amar con todo el corazón y
con toda la mente a nuestro pueblo, en sus diferentes culturas, para en-
carnarse en ellas, purificarlas y llevarlas a su pleno desarrollo en Cristo.
5.2 Que los indígenas candidatos al sacerdocio amen sus raíces, no
se avergüencen de ellas, las conozcan a fondo, las defiendan y las pro-
muevan. Que se sientan identificados con su cultura, la valoren y la enri-
quezcan con las cosas positivas que pueda traer la globalización cultural.
Que visiten con frecuencia a su familia, y ésta les visite en el Seminario
y participe de alguna manera en la vida del Seminario. Sin embargo, no
encerrarse en la propia cultura, sino abrirse a los cambios culturales, con
discernimiento crítico y evangélico. Ni sacralizar, ni satanizar cualquier
cultura.
5.3 Crear en los Seminarios un ambiente de apertura, respeto, apre-
cio y promoción de las culturas indígenas, evitando toda discriminación
o marginación. Que formadores y alumnos promuevan expresiones cul-
turales y religiosas propias de los pueblos originarios, no sólo tolerándo-
las, sino apreciándolas como una riqueza que no se debe perder. En la
medida de lo posible, y en las diócesis donde haya suficiente población
nativa, que algunos formadores provengan de estas etnias.
5.4 Garantizar el aprendizaje de idiomas indígenas, donde sea nece-
sario. El año de servicio, en que se interrumpe la estancia en el Seminario
y se da la oportunidad de insertarse en otras experiencias pastorales, en la
vida de la diócesis o de la familia, o se busca el discernimiento vocacio-
nal, los alumnos vivan en una familia y en una comunidad preponderan-
temente indígena, para que aprendan ese idioma y conozcan más a fondo

373
SER SACERDOTE VALE LA PENA

la vida, la historia, las costumbres de estos pueblos. Que los mismos


alumnos indígenas logren un dominio adecuado, escrito y hablado, tanto
de su propio idioma, como del castellano, conociendo y practicando la
gramática. A veces, por no hablar bien el castellano, son infravalorados
sus aportes.
5.5 Programar celebraciones religiosas, incluso litúrgicas, en espe-
cial la Santa Misa, conforme a los ritos indígenas, siguiendo las normas
de la Iglesia sobre la inculturación litúrgica. Que en las celebraciones
ordinarias se utilicen idiomas propios de las culturas indígenas del lugar,
como en las lecturas bíblicas y en las peticiones de la oración universal
de los fieles.
5.6 Asumir, en los Seminarios con considerable población indíge-
na, algunas formas de organización comunitaria, propias de estos pue-
blos, como tradiciones, cargos y servicios.
5.7 Invitar a “ancianos”, “principales”, diáconos, catequistas y
agentes de pastoral con experiencia indígena, hombres y mujeres, para
que compartan sus vivencias y presidan alguna celebración u oración,
evitando lo que no esté conforme con el Evangelio y las normas litúrgi-
cas de la Iglesia, y dando una explicación adecuada de lo que se hace.
5.8 Que los alumnos participen en los ritos y tradiciones de sus
propios pueblos, conviviendo con sus familias y respetando el cargo de
quienes los presiden. Con sus profesores, analizar lo vivido para que sea
fructuoso.
5.9 Que los alumnos indígenas tengan oportunidad de cursar en
Universidades estudios especializados en materias eclesiásticas y en
otras como antropología, lingüística, psicología, sociología, etc., para
que ayuden a sus comunidades a rescatar con profundidad sus culturas.
Así mismo, promover especialistas en filosofía y teología propias de las
culturas indígenas.
5.10 Alentar experiencias de formación sacerdotal inculturada en las
propias diócesis con población indígena, en comunicación con la Confe-
rencia Episcopal y la Congregación para la Educación Católica, para que
todo sea en comunión eclesial.

374
FORMACIÓN SACERDOTAL

Que el Espíritu Santo nos impulse e ilumine, para que sigamos bus-
cando caminos para la formación de sacerdotes inculturados en su pue-
blo, siendo fieles a la misión de inculturar el Evangelio en la historia.
Por intercesión de Santa María de Guadalupe, “gran ejemplo de evange-
lización perfectamente inculturada” (Juan Pablo II en Santo Domingo,
1992).

375
SER SACERDOTE VALE LA PENA

51. CONCLUSIONES DEL ENCUENTRO


SOBRE EL ABANDONO DEL MINISTERIO
PRESBITERIAL

del 5 al 8 de noviembre 1985, en Bogotá, Colombia


Participé representando a México y como Presidente de la OSLAM

INTRODUCCIÓN
1. Convocados por el Departamento de Vocaciones y Ministerios
del CELAM, en cumplimiento del programa 112 del PLAN GLOBAL
(1983-1986), nos hemos reunido del 5 al 8 de noviembre 1985, en Bo-
gotá (Colombia) un grupo de Obispos y presbíteros de varios países de
América Latina, con el fin de estudiar —en clima de oración e intercam-
bio fraterno— las causas del abandono del ministerio en nuestro conti-
nente.
2. Somos conscientes que este delicado fenómeno, que ha afecta-
do a la Iglesia universal en las dos ultimas décadas, necesita un reposado
análisis en cuanto a sus causas e incidencias, que permita al mismo tiem-
po, valorar la importancia del compromiso perpetuo del sacerdocio en la
Iglesia católica y dar recomendaciones claras y prudentes a los Obispos
y Rectores de Seminarios Mayores en América Latina
3. Reconocemos también que no siempre todo aquel que deja
el sacerdocio comete una infidelidad que pudiera llamarse culpable; ni
siempre todo el que permanece en el ejercicio del ministerio ejerce au-
ténticamente la virtud de la fidelidad.
4. La nueva evangelización a la que nos ha convocado Juan Pablo
II con ocasión de los quinientos años del inicio de la primera evangeli-
zación, necesita reforzar la vida sacerdotal y la misión de los sacerdotes
en América Latina. Esto incluye el que ellos sean objeto de una atención
pastoral especializada que los haga vivir en verdadero gozo pascual, y
evite —en la medida de lo humanamente posible— las situaciones que a
tantos de ellos los llevaron a abandonar el ejercicio de su ministerio, tan
indispensable para el proceso evangelizador.
5. Hemos dividido nuestro aporte en 3 secciones: la primera, bus-
car enuclear las causas o grupos de causas en tres áreas: cambios socio-

376
FORMACIÓN SACERDOTAL

culturales del mundo, cambios dentro de la Iglesia y problemática perso-


nal del presbítero. La segunda pretende identificar las grandes tendencias
que actualmente aparecen en nuestras iglesias respecto al fenómeno que
nos ocupa. Y la tercera ofrece respetuosa y fraternalmente algunas reco-
mendaciones.

I. CAUSAS

a) Cambios socio-culturales
6. Los cambios de la sociedad contemporánea se han manifestado
y siguen manifestándose a través de algunas realidades que global e indi-
vidualmente han incidido en el abandono del ministerio sacerdotal:
7. El secularismo: Delante del mundo secularizado, el sacerdote
se siente desplazado, aislado y comprueba su impreparación para desa-
rrollar su misión de pastor. Pierde el sentido de su ministerio y, en algu-
nos casos, hasta el sentido de la vida, encuentra dificultades para ubicarse
social e históricamente.
8. Una sociedad materialista, hedonista, consumista y capitalis-
ta: Uno de los principales efectos de dicha sociedad, ha sido el espíritu
de escepticismo y relativismo que se ha infiltrado en el corazón humano.
Destruyendo la existencia de una jerarquía de valores cristianos, propone
sus propios antivalores e introduce el espíritu ateo o indiferente que los
anima. Consciente e inconscientemente, este espíritu ha hecho mella en
la mentalidad sacerdotal.
9. La situación de miseria e injusticia en América Latina: La toma
de conciencia de la situación en que vive el continente y la ansiedad por
encontrar una solución eficaz, interpelan fuertemente la misión propia
del sacerdote. A raíz de ello, hay sacerdotes que ideologizan su ministe-
rio, asumiendo compromisos que los aparta de su misión especifica.
10. Desintegración familiar: Debido a diversas condiciones, sobre
todo sociales y económicas, el núcleo familiar de muchas de las familias
de donde provienen vocaciones al sacerdocio, está desintegrado. Hay
con frecuencia abandono del hogar por parte del padre; la madre, sola,
también deja el hogar para buscar trabajo; los hijos suelen vivir gran
parte del día en la calle y ociosos; hay un clima de tensión y hostilidad

377
SER SACERDOTE VALE LA PENA

entre los miembro de la familia, etc. Con frecuencia, esta ausencia física
y afectiva del padre ha influido notablemente en algunos sacerdotes, en
la confusión de su rol y en sus relaciones con los demás, especialmente
con la autoridad de la Iglesia.
11. El rol de la mujer en el mundo y la sociedad: La mujer en la
época moderna tiene por lo general un mayor campo de acción y una
mayor injerencia en la vida social. Sus posibilidades de relación se han
multiplicado, creando así nuevas situaciones de las que es protagonista.
La relación de la mujer con el sacerdote se ha modificado. El problema
surge cuando el sacerdote no ha sabido relacionarse con ella de modo
sereno y consciente del testimonio que puede dar.

b) Cambios dentro de la Iglesia


12. La iglesia y lo temporal: La nueva forma como la Iglesia reali-
za su misión en lo temporal, cuya autonomía reconoce, produce en el sa-
cerdote una frustración al no ejercer ya ciertas funciones que pueden ser
llamadas “de suplencia”: liderazgo en lo civil, impulso en lo asistencial y
educativo etc. De sete modo viene la búsqueda de compensaciones.
13. Deficiente comprensión de la Eclesiología del Vaticano II: El
Concilio Vaticano II, al enfatizar el papel del Obispo, como único y au-
téntico pastor, y el del laico, propicia en algunos presbíteros una crisis
de identidad, haciendo que el sacerdote se sienta “innecesario” en su mi-
sión y provocando tensiones entre el presbítero y el Obispo, los presbíte-
ros entre sí, y con los laicos.
14. Renovación de la formación: Los cambios en la formación sa-
cerdotal y particularmente en la enseñanza teológica y filosófica, produ-
jeron inestabilidad e inseguridad, y en algunos desorientación, que afecta
la identidad sacerdotal, sobre todo en aquellos que fueron formados inte-
lectualmente en otras opciones.
15. Tensiones individuo-comunidad: El énfasis conciliar en la di-
mensión comunitaria del trabajo pastoral, chocó con la mentalidad indi-
vidualista en la que algunos sacerdotes habían sido formados, llevándo-
los al aislamiento personal y pastoral.

378
FORMACIÓN SACERDOTAL

c) Problemática personal del presbítero

16. La problemática personal en al abandono del ministerio presbi-


teral, puede enfocarse desde tres niveles que son inseparables entre sí:
17. Nivel psicológico-individual: Se comprueba la falta de madu-
rez humano-afectiva que tiene múltiples manifestaciones que se dan en
mayor o menor grado, tales como: La adolescencia prolongada, el desco-
nocimiento de sí y la falta de auto-estima, la inseguridad, la incapacidad
de mantener el equilibrio entre autonomía e independencia, una baja to-
lerancia a las frustraciones, insatisfacciones en el trabajo, la debilidad en
el control emocional y la incapacidad de asumir responsabilidades.
18. Tales manifestaciones desembocan en una cierta incapacidad
del sacerdote para asumir un compromiso claro y definitivo en relación
al ministerio o a su consagración celibataria, lo que podría comportar
llevar una vida incoherente.
19. Nivel psicológico-social: Algunos sacerdotes presentan dificul-
tades para relacionarse adecuadamente con el Obispo, los presbíteros,
los agentes de pastoral, la comunidad y particularmente la mujer. Hay
que subrayar además que el mal manejo de los impulsos agresivos, ori-
ginado a veces por influencias familiares negativas, produce actitudes de
aislamiento, desconfianza, enfrentamiento y ruptura, o bien de excesiva
timidez y dependencia. En su relación con los demás, algunos no superan
el amor captativo y posesivo, para lograr pasar a un amor oblativo y de
entrega, fuente de gozo en su vida celibataria.
20. Nivel espiritual: Hay que notar la existencia de un debilita-
miento del sentido de la fe y del ideal sacerdotal, junto a una ausencia de
fraternidad sacerdotal, de caridad pastoral y de esperanza y afecto hacia
la Iglesia, de la cual es miembro particularmente responsable. En la vi-
vencia de la espiritualidad cristiana y sacerdotal, también se dan fenóme-
nos que pueden influir en la estabilidad del ejercicio ministerial: se debe
destacar una falta de ascesis, con el consecuente descuido de los medios
que favorecen el crecimiento en la vida espiritual: oración, dirección es-
piritual, sacramento de la reconciliación.

379
SER SACERDOTE VALE LA PENA

II. TENDENCIAS

21. En el momento actual de América Latina, se descubren algunas


tendencias significativas. Tales son, entre otras, las siguientes:
22. Se comprueba que en los últimos años ha disminuido el número
de sacerdotes que abandonan el ministerio. Sin embargo, mientras no se
eliminen las causas de este abandono y haya más preocupación por la
organización pastoral en la diócesis que por la vida de los presbíteros,
continúa el riesgo de la que la crisis permanezca.
23. Preocupa sobre todo que en la actualidad y en algunos lugares
se den casos de sacerdotes recién ordenados que deciden abandonar el
ministerio; así como el que otros prefieran acomodarse a una vida rutina-
ria y funcional.
24. Por otro lado, se nota un progresivo aumento de vocaciones y
una mejor selección de candidatos al sacerdocio, como fruto del impulso
que se ha dado a la pastoral juvenil y vocacional.
25. La formación en los seminarios se ha mejorado notablemente,
en fidelidad a lo que la Iglesia y el mundo requieren. Así mismo han
surgido variadas iniciativas de atención pastoral a los sacerdotes para
ayudarles en su formación permanente.
26. En muchos sacerdotes y presbíteros se descubre un renovado
entusiasmo por su vocación; serenidad, alegría y fidelidad en sus com-
promisos sacerdotales y búsqueda de diferentes estilos de vida comu-
nitaria.
27. Como resultado de la evangelización que presentan la Evan-
gelii nuntiandi y el documento de Puebla, muchos sacerdotes han re-
descubierto el sentido de su ministerio al servicio de esa evangelización
integral.
28. Se ha clarificado mejor la espiritualidad propia del sacerdote
diocesano, con consecuencias muy positivas para la vivencia del sacer-
docio por parte de muchos.
29. La Iglesia en América Latina ha mejorado su imagen pública
por ser “voz de los sin voz” y por la opción preferencial a favor de los
pobres, con lo que el sacerdote se siente más realizado en su compro-
miso como pastor.

380
FORMACIÓN SACERDOTAL

30. Se está rescatando la religiosidad popular con una mejor inte-


gración entre culto y evangelización del pueblo. Con ello el sacerdote se
siente cercano y útil a la comunidad.
31. Se incrementa la pastoral de conjunto; las relaciones entre
Obispos y presbíteros han mejorado dentro de un clima de fe y caridad.
32. Hay una mayor serenidad doctrinal en los seminarios y los
presbiterios, debido en gran parte a las orientaciones seguras y oportunas
de la Iglesia. Pero en este aspecto falta mucho, para que los jóvenes sa-
cerdotes tengan una síntesis teológica y una adecuada forma teológica de
pensamiento.
33. Se vislumbra, sin embargo, en algunos sectores una tendencia
al conservadurismo y a posiciones extremas, irreconciliables entre sí y
con las orientaciones del Magisterio.

III. RECOMENDACIONES

a) Recomendaciones generales:
34. Conducir a una asimilación más profunda y eclesial de lo que
el Magisterio enseña sobre el sacerdocio ministerial, enfatizando su per-
petuidad, su vigencia actual y la urgencia de que los presbíteros crezcan
en un amor inconmovible a la Iglesia.
35. Ofrecer elementos que formen en los seminaristas y presbíteros
un discernimiento crítico que los capacite para enfrentar el secularismo
teórico y práctico actual.
36. Privilegiar la Palabra de Dios y la Liturgia como fuentes espe-
ciales de renovación en la vida y ministerio sacerdotales.

b) Recomendaciones para los Seminarios:


37. Estudiar más profundamente el Sacramento del Orden y los
Ministerios, incluyéndolos como tratado dentro del plan de estudios.
38. Educar la conciencia de los seminaristas para que, lejos de una
moral marginal y de riesgo, se capaciten y den garantías para llevar una
vida sacerdotal coherente.

381
SER SACERDOTE VALE LA PENA

39. Crear una conciencia sacerdotal de adhesión a Cristo y a su


Iglesia, que crezca progresivamente a medida que transcurran los años
de formación.
40. Emplear formadores maduros y específicamente preparados
para las diferentes áreas de la formación integral del pastor, y para ello,
destinar los mejores recursos de personas y de bienes.
41. Ofrecer elementos formativos para una postura crítica y valora-
tiva de los seminaristas frente al mundo secularizado y pluralista:
• en lo humano-comunitario, formar personalidades maduras e in-
tegradas;
• en lo espiritual, formar creyentes sólidos y con una fe en continuo
crecimiento;
• en lo teológico-intelectual, formar conocedores de la problemáti-
ca humana y del Magisterio de la Iglesia;
• en lo pastoral, formar apóstoles relacionados con el mundo que
van a evangelizar.
42. Descubrir, con técnicas adecuadas, y excluir desde la selección
a candidatos con rasgos y antecedentes negativos o de mal pronóstico
para una vida psico-afectiva-sexual adecuada al celibato.
43. Promover formas para educar en el sentido de la responsabili-
dad y del compromiso definitivo.
44. Instituir formas de acompañamiento general y de evaluación
periódica, con instrumentos idóneos, para la maduración psico-afectiva
de los candidatos.
45. Educar al seminarista para una relación sana, positiva, serena
y propia de un célibe consagrado ante la mujer.
46. Procurar que, además de las orientaciones eclesiales, los semi-
naristas aprovechen los recursos científicos respecto del desarrollo de la
personalidad y de la vida afectiva, para la educación al celibato por el
Reino de Dios.
47. En este proceso de maduración psico-afectiva, promover la
amistad auténtica de los seminaristas entre sí y con sus formadores, pro-
curando crear un clima propicio que incluya la corrección fraterna y la
comunicación familiar en la vida del seminario y que se proyecte a la
vida del presbiterio.

382
FORMACIÓN SACERDOTAL

48. Conservando la autonomía propia de su vocación, fomentar los


lazos de unión y de afecto del seminarista con su propia familia.
49. Ofrecer una educación específica en la que los seminaristas
tengan y valoren la experiencia de vivir y trabajar con otros y para otros
en comunión y participación.
50. Promover una vida espiritual profunda alimentada por el estu-
dio de la Teología espiritual y de los grandes místicos y maestros espiri-
tuales.
51. Educar a los seminaristas para su experiencia y servicio de la
Reconciliación.
52. Fomentar el aprecio por el silencio y la soledad, como ámbito
necesario para profundizar en el diálogo con Dios.
53. Enseñar a discernir la propia vida cristiana por el examen de
conciencia, la revisión de vida, el sacramento de la penitencia y la direc-
ción espiritual.
54. Revalorizar la formación ascética para una mayor disponibili-
dad y entrega al Señor.
55. Intensificar una auténtica espiritualidad mariana en el amor fi-
lial a María y en la imitación de su fidelidad que escucha la Palabra, la
medita y la lleva a la práctica.
56. Propiciar que los seminaristas se mantengan vinculados estre-
chamente con la acción pastoral diocesana.
57. Formar al futuro pastor para que sepa promover, valorar y co-
ordinar los diversos carismas en la comunidad que presida.
58. Fomentar un afecto sincero al Papa, a los Obispos y a los demás
presbíteros.
59. Preparar a los candidatos para un discernimiento pastoral de la
realidad socio-cultural secularizada.
60. Despertar la disponibilidad misionera de los seminaristas.
61. Que los formadores ayuden a crear una disposición positiva
para la formación sacerdotal permanente en los seminaristas.

c) Recomendaciones para la pastoral sacerdotal:


62. Que en todas las Iglesias Particulares se dé prioridad a la pas-
toral sacerdotal para que, mediante estructuras y servicios adecuados,

383
SER SACERDOTE VALE LA PENA

los sacerdotes logren la formación integral que les corresponde y vivan


de manera creciente la fraternidad sacerdotal, conforme a su vocación y
misión.
63. Impulsar y organizar, en nivel nacional, regional y diocesano,
la formación humana, espiritual, teológica y pastoral permanente para los
sacerdotes.
64. Profundizar con los sacerdotes en la Teología y Espiritualidad
del sacerdote diocesano, para propiciar una mejor identidad sacerdotal
dentro del mundo actual.
65. Ofrecer en los presbiterios temas de reflexión sobre la ma-
durez humana, subrayando particularmente las etapas del crecimiento
psico-afectivo.
66. Revitalizar las estructuras ya existentes para la comunión pres-
biteral y crear nuevas formas (grupos, asociaciones, etc.) que, por su
fuerza solidaria y de fraterna amistad, favorezcan el crecimiento humano
de los sacerdotes y contribuyan a solucionar sus dificultades.
67. Educar a los sacerdotes para que sean factores de concordia y
comunión en el presbiterio, ayudando a superar las dificultades de inco-
municación y su consecuente aislamiento.
68. Promover servicios para la suficiente seguridad social y econó-
mica del sacerdote, como también para el descanso y recreación adecua-
dos y para la atención de sus demás necesidades.
69. Promover una formación espiritual permanente que afronte la
deficiente maduración en la fe de algunos sacerdotes y ayude al creci-
miento espiritual de todos. Poner énfasis en el examen de conciencia,
el sacramento de la reconciliación, la revisión evangélica de la vida y la
dirección espiritual.
70. Dedicar algunos sacerdotes entre los mejor aceptados en el
presbiterio, para que realicen la delicada labor de apoyar espiritualmente
a sus hermanos sacerdotes.
71. Establecer y apoyar el año sabático para todos los sacerdotes,
con el fin de que puedan tener una renovación en los diversos aspectos
de su vida, incluso en su propia salud.
72. Animar a los sacerdotes para que cultiven y profundicen su re-
lación con Cristo, especialmente mediante su oración personal.

384
FORMACIÓN SACERDOTAL

73. Acrecentar la relación afectuosa entre el Obispo y sus presbí-


teros en la Iglesia particular, como principio de una actividad pastoral
gozosa y fecunda.
74. Promover una capacitación y actualización pastoral de los sa-
cerdotes para el discernimiento de la realidad y para el servicio específi-
co que les corresponde en ella, en vista a la concreción de una verdadera
pastoral orgánica.
75. Ayudar a los sacerdotes a que ordenen mejor su vida y activi-
dad conforme a las orientaciones de la Iglesia y a las necesidades de la
comunidad.
76. Que el Obispo y los sacerdotes presten, con particular solicitud
y caridad pastoral, su ayuda fraterna a aquellos sacerdotes que se encuen-
tran en grave riesgo de abandonar el ministerio.

d) Recomendaciones para la atención pastoral de los sacerdotes


que han abandonado el ministerio:
77. Cumplir todos los deberes de la caridad y de la justicia con los
sacerdotes que, por diversos motivos, han dejado el ministerio.
78. Exigir a quienes trabajan en las curias diocesanas que traten
con caridad, delicadeza y respeto profundo a los sacerdotes que tramitan
la pérdida del estado clerical.
79. Ofrecer ayuda sacerdotal adecuada a la situación de cada sacer-
dote que ha abandonado el ministerio, manteniendo con ellos una actitud
comprensiva y fraterna, y si fuera preciso, un discreto silencio.
80. Ayudar incondicional y gustosamente a quienes pueden y quie-
ren regresar al ministerio, arbitrando todos los medios exigidos por la
caridad y la prudencia para una fructuosa reincorporación en el servicio
pastoral.
81. Sugerimos respetuosamente que se busquen formas para mejo-
rar la ayuda pastoral a los sacerdotes que han abandonado el ministerio,
con el fin de que mejoren las relaciones mutuas.

385
SER SACERDOTE VALE LA PENA

d) Palabras finales

82. Al término de nuestro trabajo, agradecemos la fidelidad y pro-


videncia de Dios sobre todos los sacerdotes, que se han manifestado par-
ticularmente, también, en nuestro Encuentro.
83. Confiamos en que, con la fuerza del Espíritu, la atención a estas
recomendaciones que hemos formulado, logre afrontar suficientemente
los factores que generan el abandono del ministerio sacerdotal.
84. Pedimos a los religiosos y laicos de las diversas comunidades,
que manifiesten solicitud creciente por sus sacerdotes, expresándola
principalmente en la oración, en el justo aprecio por el ministerio que
ejercen y en la amistad hacia ellos.
85. Invocamos a la Santísima Virgen, que en Nazaret acompañó
con maternal cuidado el crecimiento de Jesús, para que aliente nuestra
santificación y así podamos configurarnos más con Jesucristo, al servicio
de todos los hombres.

386
FORMACIÓN SACERDOTAL

52. ENCUESTA A SACERDOTES MEXICANOS


SOBRE LAS CAUSAS DEL ABANDONO
DEL MINISTERIO PRESBITERIAL

El Departamento de Vocaciones y Ministerios del CELAM promovió


un Encuentro de Expertos sobre “Las causas del abandono del ministerio
presbiteral”, que se realizó en Bogotá, Colombia, del 5 al 8 de noviembre
de 1985, y en el cual participé.
Entre las aportaciones que se presentaron, están los resultados de una
encuesta que hice con 42 sacerdotes mexicanos, formadores y rectores
de diferentes Seminarios del país, y miembros del Consejo Presbiteral
de Toluca.
Colaboró con su respuesta el entonces Secretario General de la Con-
ferencia del Episcopado Mexicano, Mons. Alfredo Torres Romero, Obis-
po de Toluca.
Se envió también la encuesta a algunos sacerdotes que dejaron el mi-
nisterio, pero no se recibió respuesta; quizá fue por falta de organización
y relación.
Se hicieron tres preguntas y he aquí el resultado. El número entre
paréntesis indica la frecuencia de respuestas; si no se pone número, señal
de que es respuesta de uno solo.

1. ¿Por qué algunos sacerdotes han abandonado el ministerio


presbiteral?
1.1 Por la soledad y el aislamiento (17). Se marginaron a sí mismos
por complejos personales o problemas morales (2). Les faltó comunica-
ción en todos los niveles. Se aislaron del ambiente eclesial y no recibie-
ron auxilio adecuado cuando estuvieron en crisis.
1.2 Por abandonar la espiritualidad (10); en particular, por dejar la
oración (9); quizá nunca llegaron a un encuentro personal con el Señor.
Perdieron la fe, o nunca la tuvieron (5). Les faltó fuerza de voluntad, de-
jándose llevar por la ley del menor esfuerzo (2). No aceptaron el sentido
de la cruz y del sacrificio. Desde el Seminario, fueron mediocres en el
cumplimiento del reglamento. Hubo superficialidad en el estudio de la

387
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Palabra de Dios y poco gusto por las cosas santas. Dejaron la confesión
y la dirección espiritual.
1.3 Por falta de fraternidad sacerdotal (10). No tuvieron sacerdotes
amigos (2), sino más bien problemas con otros sacerdotes (2). Se sintie-
ron despreciados por los demás, o recibieron antitestimonios sacerdota-
les; les faltó confianza. Algunos le dieron preponderancia a su formación
académica y se sintieron superiores intelectualmente a los demás, por lo
que no se integraron al presbiterio.
1.4 Por incomprensión y actitudes negativas de su Obispo (9). No
recibieron el acompañamiento adecuado, en los primeros años de sacer-
docio (4). Tuvieron problemas con su Obispo (4); se sintieron margina-
dos por él y por los sacerdotes (3). Como les faltó formación teológica
y espiritual, sobre todo para aceptar las limitaciones de la Iglesia (2),
tuvieron crisis de fe (4) y de obediencia (3).
1.5 Por falta de madurez afectiva (8), o por descuidos en su afec-
tividad (7). Les faltó formación sexual (2) y educación para vivir el ce-
libato con alegría (2). Fueron superficiales en el trato con la mujer (2),
exponiendo imprudentemente su vocación. Algunos por su inmadurez
psicológica (2), eran incapaces de ser célibes. Otros ingresaron al Semi-
nario de corta edad y no fueron suficientemente formados para la relación
con el otro sexo. Hubo quienes dejaron el ministerio sólo por cumplir un
compromiso ya contraído, como es la evidencia de un embarazo, o por
buscar quién les quiera.
1.6 Por falta de identidad (8), o bien por no haber clarificado la vo-
cación al sacerdocio (5). Buscaron un “modus vivendi” materialista y hu-
manista (3); les faltó amor al sacerdocio. Tenían otras motivaciones (2)
y no se sintieron realizados como sacerdotes (2); por ello, se dedicaron
a otros ministerios (2), buscando incluso compromisos socio-políticos.
Algunos llevaban una vida doble desde el Seminario, tenían ideas muy
particulares, o eran muy superficiales.
1.7 Por deficiencia en la formación integral desde el Seminario (6).
No fueron formados para el cambio social y eclesial (4), o manifestaron
incapacidad para adaptarse a los cambios. Les faltó contacto con la reali-
dad, o sufrieron los desconciertos doctrinales de la época.
1.8 Por sentirse frustrados en sus proyectos pastorales (3), sea por
no querer integrarse a una pastoral orgánica (3), sea por el demasiado

388
FORMACIÓN SACERDOTAL

institucionalismo que les ahogaba. Algunos no tuvieron inventiva pas-


toral, lo cual les provocó rutina y desgano en su ministerio. Otros se
sintieron frustrados porque trabajaron mucho, quizá con demasiado acti-
vismo, y no encontraron respuesta y elogios a su trabajo (2). No tuvieron
una remuneración congrua y no encontraron los suficientes satisfactores
socio-económicos que esperaban (4).
1.9 Algunos tomaron esa decisión por el deseo de ser “auténticos”
y porque querían responderle a Dios de otro modo.

2. ¿Qué hacer para evitar el abandono del ministerio presbi-


teral?

2.1 Cultivar la amistad sacerdotal (15) y la fraternidad (13) entre


los sacerdotes. Comprender y ayudar a quien está en conflicto vocacional
(9), sobre todo por parte de sus compañeros de generación. Fomentar los
equipos sacerdotales y eclesiales para el trabajo pastoral (8). Promover
encuentros sacerdotales (3); alabar y apoyar los éxitos logrados (2); va-
lorar el ejemplo de sacerdotes entregados. Comprender a los de carácter
difícil. Afinar criterios e integrarse en la planeación pastoral. Dar testi-
monio interpresbiteral.
2.2 Fomentar la espiritualidad del clero diocesano (13). Buscar,
desde una fe profunda (2), la intimidad con el Señor por la oración (5) y
la dirección espiritual (2). Descubrir y aceptar con profundidad la cruz y
la renuncia (4), contrarrestando la influencia hedonista del inundo. Vivir
con alegría y dignidad el celibato (2). Pedir al Señor la perseverancia.
Promover la “Hora Santa Sacerdotal”. Tener sentido de la disciplina, el
orden y el respeto.
2.3 Identificarse plenamente, desde el Seminario, con lo que es el
sacerdocio (10). Valorar el “misterio’’ con todas sus consecuencias. De-
dicarse a servir al pueblo (2), pero evitando el trabajo excesivo y apren-
diendo a descansar. Formar comunidades litúrgicas, donde el sacerdote
se realice como liturgo. Tener una vida transparente y pedir orientación
cuando se empiezan a tener problemas en la relación con el otro sexo.
Cultivar amistades sinceras y respetuosas con laicos equilibrados.

389
SER SACERDOTE VALE LA PENA

2.4 Que los Obispos busquen más comunión con su presbiterio (8).
No marginar al que cae, sino atenderlo como el buen Pastor (6). Estre-
char lazos entre obispos y sacerdotes (5); cultivar el esparcimiento entre
sacerdotes y entre éstos y su Obispo (8). Prevenir, más que sólo corregir,
problemas personales (2). No dejar aislados a los sacerdotes (2); cambiar
de lugar a quien el ambiente no le favorece. Facilitar el diálogo franco y
sincero (2). Que los superiores sean justos, pero también comprensivos;
que tomen en cuenta los carismas de cada quien. Que el Obispo inspire
confianza y dé amistad. Que se provea una subsistencia decorosa (4) y
que haya una rotación periódica de ministerios.
2.5 Dar una formación seria en el Seminario (8) y cuidar la selec-
ción de candidatos al sacerdocio (5). Educarlos para que tengan profun-
didad de espíritu.
2.6 Dar particular importancia a la formación continua del clero
(6). Cuidar los primeros destinos de los sacerdotes (3) y establecer bien
el Post-Seminario (3). Promover en las diócesis estructuras vivas de apo-
yo a los sacerdotes, por ejemplo, formar una Comisión que oriente y
acompañe al sacerdote joven. Dar oportunidad de años sabáticos, para
estudiar, orar, descansar, etc. Que no falte a los sacerdotes la asistencia
de sus familiares, procurando que éstos sean mayores de edad (2).

3. ¿Cómo debe ser la formación en los Seminarios, para evitar el


abandono del ministerio presbiteral?
3.1 Promover una vivencia profunda de la espiritualidad (11). Que
los alumnos se convenzan de la importancia de la oración (6); que no se
contenten con asistir a los actos piadosos, sino que logren la experiencia
de Dios, en el amor personal con Cristo (4). Que se dispongan al sacri-
ficio y a “perder la vida” (4), en una disponibilidad para el servicio total
(3). Que maduren en la fe (3), profundizando en la Biblia y viviendo los
valores del Evangelio. Que aprecien la dirección espiritual (3), descubran
el sentido de la Confesión y que la practiquen. Que se les forme hacia
la espiritualidad propia del sacerdote diocesano y para ser liturgos en
la comunidad. Educarles para los consejos evangélicos, especialmente
la obediencia y la pobreza. Exigir la disciplina, hasta comprobar que el
alumno tiene dominio de sí (4).

390
FORMACIÓN SACERDOTAL

3.2 Luchar por una profunda madurez en la formación humana,


cristiana y pastoral (10), según la línea trazada por los documentos de
la Iglesia; que sea realista, hablando con claridad de los riesgos. Lograr
una sólida formación doctrinal (3). Que se conozca la cultura actual, para
transformarla (3). La formación sea menos teórica y más vivencial (3),
continua y progresiva, adecuándose a los tiempos de hoy, sin perder lo
perenne. Que los formadores tengan experiencia (3) y se especialicen
cada día más. Intensificar la práctica pastoral e instituir experiencias de
pre-diaconado en las parroquias, durante uno o más años.
3.3 Procurar la madurez en la formación afectiva (10). Favorecer
amistades profundas (5), confianza y sinceridad en las relaciones inter-
personales (4). Educar para el trato respetuoso y prudente con la mujer
(3). Propiciar la relación con la propia familia y con otros ambientes hu-
manos. Fomentar el trato amistoso y claro entre formadores y alumnos,
sin crear complejos en éstos. Insistir en la formación afectivo-sexual,
presentando el celibato en todo su sentido, como un don, y no sólo como
una ley canónica.
3.4 Hacer una selección cuidadosa de los candidatos, por medio
de un acompañamiento vocacional personalizado (6), serio (4) y comu-
nitario (2). Conocer la situación sicológica del candidato (4); descubrir
a tiempo sus deficiencias o su falta de idoneidad (3), tomando en cuenta
la familia de donde procede (3). Que los candidatos lleguen a hacer una
opción libre y madura (3). Cuidar la recta intención del alumno (2) y
cuestionarlo sobre su generosidad y entrega (2). Crear un ambiente de
apertura, para que cada quien se exprese como es. Facilitar al alumno
que se conozca y urgirle la lealtad consigo mismo. Que no prevalezca el
factor “necesidad de sacerdotes”, sobre la autenticidad de la vocación
3.5 Que el alumno interiorice la doctrina de la Iglesia sobre el
sacerdocio (4), presentándole el ser y quehacer del futuro pastor. Que
asuma el sacerdocio con todas sus consecuencias como una verdadera
realización. Que se informe sobre la realidad del mundo y de la Iglesia
(3), convencido de que estamos en el mundo, pero que, sin embargo, no
somos del mundo (2). Que conozca modelos de vida sacerdotal y que sus
formadores sean los mejores testimonios (3).
3.6 Educar a los alumnos con un sentido de Iglesia (3). Para esto,
insistir en la vida comunitaria (2), promover la corresponsabilidad entre

391
SER SACERDOTE VALE LA PENA

formadores y alumnos (2), iniciar la fraternidad sacerdotal (2), disfrutar


el trabajo en equipo, sentir más cercana la presencia del Obispo (2) y
propiciar una relación positiva con el presbiterio (2).

392
FORMACIÓN SACERDOTAL

53. CAUSAS DEL ABANDONO DEL MINISTERIO


SACERDOTAL EN AMÉRICA LATINA

Conferencia que compartí en un Encuentro del DEVYM y la OSLAM


Bogotá Colombia, el 18 de febrero de 1995

Durante los trabajos de los "Círculos Menores" del Sínodo de 1990,


dedicado a la formación de los sacerdotes, se nos informó que, por esas
fechas, había un promedio anual de mil peticiones de dispensa de las
obligaciones del ministerio presbiteral, de las cuales una considerable
cantidad era de sacerdotes jóvenes; algunos, recién ordenados.
Las dos causales más frecuentemente aducidas eran: 1. Un cierto
sentimiento de frustración y de no-realización personal en el sacerdocio.
2. La soledad afectiva, no sólo en relación con la mujer, sino también en
la comunicación con el obispo, con los demás presbíteros y con la misma
comunidad de los fieles.
Para contrarrestar esa realidad, la Exhortación Postsinodal "Pastores
dabo vobis" ofrece sugestivas indicaciones, tanto para el período de la
formación inicial, como para la formación permanente.
Con el fin de analizar este inquietante fenómeno y buscar caminos
adecuados de solución, tanto en los Seminarios como en la posterior for-
mación permanente, el DEVYM del CELAM promovió una encuesta, di-
rigida a todos los obispos de América Latina, sobre "Las causas del aban-
dono del ministerio sacerdotal por parte de los sacerdotes jóvenes (de 1 a
10 años de ordenados) en los últimos cinco años" (de 1990 a 1994).
En América Latina hay 747 diócesis. Llegaron solo 197 respuestas.
Las más numerosas fueron las de Brasil (54), México (24), Argentina
(20), Colombia (18) y Chile (18). Sin embargo, la mayoría de diócesis de
esos países no contestó. Por ejemplo, las respuestas de Brasil representan
sólo el 21% del total esperado; las de México, el 30% ; de Argentina, el
36% ; de Colombia, el 12% ; De Chile el 45%. En cambio, aunque de
Bolivia sólo llegaron 12, representan el 75% de las diócesis. De Puerto
Rico llegaron 3, pero son el 60%. No llegó ninguna respuesta de Cuba,
Haití y Nicaragua. De las 197 diócesis que respondieron, en este periodo
de 1990 a 1994, 93 no han tenido abandonos; sí los hubo en las restantes
104. En total, abandonaron el ministerio 176 presbíteros.

393
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Las 197 respuestas significan sólo el 25% de las diócesis; a pesar de


ello, nos ofrecen un panorama indicativo. Nos ayuda mucho conocer esta
realidad, para reflexionar sobre ella, prevenir situaciones semejantes y
proponer posibles pistas de solución.

1. Causas originadas en la formación desde el Seminario


Es frecuente culpar de todas las deficiencias de los presbíteros a la
formación recibida en el Seminario. Esto es injusto e irreal. Hay muchas
fallas desde antes del ingreso: en la familia, en la escuela, en la parroquia
y en el medio ambiente; así también las hay en el acompañamiento pos-
terior a la ordenación. Al respecto, una respuesta dice: “La mayor parte
de las razones que los empujaron a salir, aparecieron después del Semi-
nario; como seminaristas, eran excelentes”. Sin embargo, es verdad que
los Seminarios no están exentos de responsabilidad y que una buena par-
te de las deficiencias presbiterales se podrían haber detectado y corregido
desde los años seminarísticos; aún más, desde una selección bien hecha
en la Pastoral Vocacional, antes de ingresar en el Seminario.

1.1 Causas originadas en la formación humana


Casi todas las respuestas señalan la falta de madurez humana, sobre
todo afectiva, como la causa más grave y común de las deserciones. Esta
inmadurez se expresa en una gran fragilidad psicológica, que hace a los
jóvenes incapaces de compromisos serios y definitivos. La cultura de lo
transitorio, del “úsese y tírese”, del plástico, de la moda pasajera, influye
para que los candidatos sean inconsistentes. Vivir a merced de los deseos
del momento y de los sentimientos dominantes, a veces contradictorios,
los hace vulnerables y expuestos a los vaivenes de las circunstancias.
No actúan por razones, por valores, por convicciones profundas y perso-
nales, sino por los sentimientos del momento. Las nuevas generaciones
manifiestan una estructura antropológica frágil y vulnerable en el aspecto
humano afectivo.
Esta fragilidad tiene sus orígenes en el ambiente familiar. En efecto,
un joven considera casi normal la infidelidad, cuando es testigo de la
relativa facilidad con que, en su propia familia, se rompen los vínculos

394
FORMACIÓN SACERDOTAL

sagrados del matrimonio, se inician y se terminan nuevos intentos de


formar otro hogar. Algunos llegan con estructuras psicológicas débiles y
pasan los años con fuerte rechazo a la autoridad y a todo tipo de asesoría.
Si un candidato ingresa con estos antecedentes, es muy difícil sanar de
raíz su mente y su corazón. Puede ser un “buen” seminarista y parecer
que acepta los valores cristianos, la teología y la moral; pero su inesta-
bilidad está muy arraigada en el inconsciente. Se requiere, por parte de
los formadores, conocer muy de cerca su historia y su realidad familiar,
para ayudarle a asumirla y a transformarla. Por ello, hay que analizar con
cuidado si se puede admitir en el Seminario a los hijos de familias no
integradas; en caso afirmativo, se debe adecuar su formación, solicitando
incluso ayuda de especialistas. Por otra parte, se afirma que todavía hay
casos de quienes acuden al sacerdocio por presión familiar. La inma-
durez afectiva se manifiesta, también, en el apego excesivo a familias
distintas a la propia y en la búsqueda de compensaciones no sanas en
el trato con mujeres, sobre todo jóvenes. Hay formadores que, ingenua-
mente, ven todo “muy normal”, y no advierten los límites y los riesgos.
Algunos aprueban el noviazgo de seminaristas mayores; con ello, a éstos
se les hace fácil justificar como naturales las relaciones sexuales y no
tienen mayor problema de conciencia en llegar así a la ordenación. Hay
mucha libertad en los afectos y cariños con el elemento femenino joven.
En cualquier momento llegan los hijos. Hubo cuestiones sueltas a nivel
afectivo sexual, que no fueron habladas oportunamente, y que aparecie-
ron planteadas o puestas de manifiesto ya ejerciendo el ministerio.
Hay formadores que tienen mucha indulgencia con los defectos y
caprichos de los jóvenes, como si el tiempo curara todo. Se van poster-
gando las incoherencias de los formandos y, cuando menos se piensa, ya
están próximos a la ordenación. Son complacientes y toleran fallas de
aislamiento e individualismo, sabiendo que estas son señales claras de
no-identidad para el ministerio presbiteral.
Todo esto indica la grave falta de acompañamiento por parte de los
formadores. Sus excesivas ocupaciones, dentro o fuera del Seminario, les
impiden conocer en verdad, de manera personalizada, a los candidatos.
La carencia de formadores y la sobrecarga de actividades no permite
un acompañamiento personal y serio, desde el inicio, imposibilitando el
descubrir las verdaderas motivaciones, conscientes e inconscientes. Se

395
SER SACERDOTE VALE LA PENA

siente la falta de sacerdotes amigos. Falta un diálogo abierto y personal,


que lleve al joven a asumir una opción clara y consciente para toda la
vida. Se necesita un asesoramiento de especialistas en el acompañamien-
to personal, para evitar que el periodo de formación sea sólo tolerado y
no interiorizado. Faltan convicciones profundas, docilidad y sencillez.
Hay seminaristas que no fácilmente abren su corazón y su concien-
cia; no tienen confianza a los superiores ni acuden espontáneamente a un
buen director espiritual. Buscan apoyo en quien no lo puede dar. Apa-
rentan aceptar la formación impartida y no se manifiestan tal cual son,
por temor a que se les despida. Les falta transparencia y sinceridad. Una
respuesta afirma que en las relaciones internas del Seminario existe mu-
cha hipocresía, falta apertura a los superiores y al obispo. Además, hay
una mala entendida solidaridad, que tiende a encubrir a los compañeros,
aunque conozcan cosas graves, y así pueden pasar todo el periodo del
Seminario sin que los formadores se enteren de la verdad.
Otra señal de inmadurez afectiva es la carencia de amistades profun-
das desde el Seminario. Durante largos años, los alumnos conviven en
todo momento, pero hay quienes no se comprometen con lo que exige
una amistad. Este vacío puede ser llenado, después, con cualquier per-
sona, incluso con prácticas homosexuales. El aislamiento lleva a buscar
compensaciones afectivas de todo tipo. Llegan personas inmaduras, con
experiencias traumáticas, que no recibieron el apoyo suficiente para la
maduración. Hay casos de desequilibrio emocional y de incapacidad para
vivir la soledad humana; por tanto, les falta salud psíquica. El aislamien-
to, cuando es fruto del egoísmo, del orgullo y de traumas no superados,
es el camino seguro para una soledad afectiva que destruye al ser huma-
no; incluso, puede provocar el suicidio.
La dimensión comunitaria es esencial para toda vida humana, para
el cristiano, para el Seminario y para el presbiterio. Así formó Jesús a
sus apóstoles y así viven los auténticos discípulos de Jesús: en comuni-
dad. Sin embargo, este aspecto de la formación en los Seminarios plantea
cuestionamientos muy graves. Siempre viven en comunidad, pero des-
pués se aíslan en un individualismo y autosuficiencia insuperables. Se
les forma comunitariamente y, después, es difícil encontrar un sacerdote
que quiera formar comunidad con otro. Se habla mucho en el Seminario
de vida comunitaria, pero no se logra vivirla. La vida comunitaria del Se-

396
FORMACIÓN SACERDOTAL

minario tiene mucho de artificial. Hay mucha libertad, para que cada cual
organice su vida, y solamente se reúnen en comedor y capilla, sin espíritu
de comunidad. Hay aislamiento e incapacidad para trabajar en equipo.
Por la forma tan reglamentada como se lleva la vida de comunidad en
el Seminario, el seminarista no llega a tener una genuina experiencia
de cómo se vive en comunidad. Existe mucha camaradería, pero falta
comunión fraterna. Hay relaciones funcionales. La vida comunitaria
está marcada por el compañerismo y el grupismo; poco responde a la
realidad afectiva. Hay un individualismo contrarrestado por una hiper-
sensibilidad a los demás.
Dicen también que se percibe mucho carrerismo y aburguesamiento.
Los seminaristas mayores no son motivados para compartir los bienes.
Falta espíritu de pobreza y de renuncia. Hay rechazo a la obediencia, au-
tosuficiencia basada en un liderazgo artificial, búsqueda de autopromo-
ción. La solidaridad y la fraternidad son valores no asimilados en la vida
de comunidad. La experiencia comunitaria es más soportada que vivida
de manera entusiasta y participativa. Hay poca valoración de la revisión
de vida y de la dirección espiritual.
Con todo, hay respuestas que reconocen que las fallas no sólo se pue-
den achacar a los Seminarios. De alguien se dice que su individualismo
se manifestó después, en todas sus actividades como integrante del Pres-
biterio. Subsisten personalismos e individualismos, especialmente entre
los más pobres, que se encierran en su propio mundo. La subjetividad
que trae la modernidad no facilita la experiencia comunitaria; impide la
apertura al otro y al director espiritual.
Otro elemento que impide la maduración y que puede ser causa pos-
terior de abandono del ministerio es la falta de educación para la ascesis,
la disciplina, el sacrificio y la inmolación. Pareciera que la cultura actual
nos exigiera experimentar todo, disminuir el esfuerzo, hacer todo más
fácil y dejarnos llevar por lo que nuestros sentidos reclamen, sin tener en
cuenta que “un sacerdote no puede verlo todo, oírlo todo, decirlo todo,
gustarlo todo... El Seminario debe haberlo hecho capaz, en la libertad in-
terior, de sacrificio y de una disciplina personal inteligente y sincera”37.

37 Carta Circular de la Congregación para la Educación Católica, del 6 de enero de 1980, sobre
algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios

397
SER SACERDOTE VALE LA PENA

En resumen, tenemos Seminarios poco preparados para un tipo de


formación donde lo humano es fundamental. Ha sido deficiente la forma-
ción de la personalidad. Una respuesta afirma que la estructura formativa
no favorece la madurez personal. Otro afirma que hay obispos con afán
de tener sus propios seminarios, pero sin contar con una adecuada cali-
dad de los formadores.

1.2 Causas originadas en la formación espiritual


Un número considerable de respuestas señala que, en la raíz de mu-
chos abandonos del ministerio presbiteral, está la falta de una experiencia
profunda de Dios, de oración, de actitudes profundamente evangélicas.
Se tiene la impresión de que, durante todo el periodo del Seminario, no
se logra un encuentro personal con Cristo, capaz de invadir todos los
ámbitos de la persona del futuro sacerdote; que la espiritualidad se hace
consistir en prácticas religiosas externas, desconectadas del seguimiento
radical de Jesús; que hay mucha apariencia, pero poco convencimiento
interior. La experiencia espiritual no lleva a la conversión. La formación
espiritual es poco profunda, sin una vivencia real de Cristo; no lleva a
convicciones interiores y profundas. Sólo existe una aceptación formal
de las normas y exigencias. El periodo de formación no logra proporcio-
nar una experiencia personal de Dios.
Estas afirmaciones son muy graves, pues si no se logra una relación
profunda, convencida, llena de fe y de amor, con Jesucristo, que es el
cimiento de la vida espiritual, cristiana y sacerdotal, todo el edificio de
la vocación se derrumba estrepitosamente. Esto es más preocupante en
los casos de alumnos que están muy debilitados en su madurez humana y
no encuentran en lo espiritual un soporte suficientemente bien formado.
Falta un plan unitario y exigente de formación espiritual, que integre el
proceso formativo entre lo humano y lo espiritual, con objetivos claros
según las edades y las etapas. Es muy débil la visión trinitaria del com-
promiso sacerdotal en una Iglesia misterio, comunión y misión.
La formación espiritual puede ser a veces excesivamente ingenua
y sentimentalista; desestructurada, sin crear convicciones profundas;
orientada para el Seminario y no para la vida interior y para el ministerio.
Hay una vida espiritual aparente, sentimental, separando fe y vida. Se

398
FORMACIÓN SACERDOTAL

tiene una espiritualidad ritualista, descuidando la interiorización. Por otra


parte, está el reto de enfrentarse al secularismo y evitar la racionalización
de lo espiritual y una espiritualidad intelectual. El fenómeno de la moder-
nidad y post-modernidad es un factor desestabilizador de los valores per-
sonales y espirituales. Los Seminarios o son muy exigentes en lo exterior
y no calan hondo en la vida espiritual, o carecen de un proyecto sólido de
formación. Falla el sentido de la cruz y de la soledad propios de la vida
sacerdotal. El aburguesamiento nos indica que falta espíritu de sacrificio
y mortificación. La formación hacia una opción radical debe ser hecha en
una lógica de fe, y no simplemente en una lógica humana.
Otra causa que explica, aunque no justifica, la deserción del ministe-
rio presbiteral es la falta de buenos y capacitados directores espirituales.
En los años decisivos de la formación, no hay un guía espiritual cerca-
no, compañero, amigo, confidente. Hay poca valoración de la dirección
espiritual. El acompañamiento espiritual es fragmentario, superficial,
insuficiente y débil. Alguien afirma que la formación espiritual que se
proporciona es incoherente con lo específico del sacerdote. Otros, que
hay pérdida y debilitamiento del perfil sacerdotal. Se sufre carencia de
formadores, que acompañen adecuadamente durante toda la formación, a
partir de una correcta antropología cristiana, para interiorizar los valores
del Reino. Agréguese a ello la inmadurez y antitestimonio de sacerdotes
y formadores.
Varias respuestas hacen alusión a las deficiencias en la oración y en
el aprecio por el sacramento de la Reconciliación. Falta amor a la Euca-
ristía, que se dediquen más a la oración personal y que aprendan a rezar
con la vida. Aunque hubo fidelidad en los momentos de oración comu-
nitaria, la oración personal es deficiente. Los actos litúrgicos y demás
actos de piedad están regulados por un horario, pero no se cuida la inte-
riorización de los mismos. No se han encontrado nuevas formas de ora-
ción, adecuadas a la nueva etapa formativa. Se impone una espiritualidad
tradicional, que no corresponde a la juventud de hoy. Muchas fórmulas y
poca vivencia real en Cristo y su seguimiento. Falta más oración bíblica
y un hábito tenaz, coherente con los ejercicios de piedad. Además, hay
un rechazo a todo lo formal y estructurado de la oración de la Iglesia,
como si fuera imposición. Se afirma que la práctica espiritual de algunos
tiene las características de apariencia y ritualismo; que su espiritualidad

399
SER SACERDOTE VALE LA PENA

sacramental no lleva a una vivencia personal de Cristo. Hay descuido en


las celebraciones.
Esta enumeración de hechos negativos nos hace ver que nuestros Se-
minarios han de esforzarse más por realizar su identidad ideal de “ser, a
su manera, una continuación, en la Iglesia, de la comunidad apostólica
formada en torno a Jesús, en la escucha de su Palabra, en camino ha-
cia la experiencia de la Pascua, a la espera del don del Espíritu para
la misión” 38. El Seminario no es “un simple lugar de habitación y de
estudio, sino una comunidad que revive la experiencia del grupo de los
Doce unidos a Jesús” 39.
Como dijeron los Padres del Sínodo de 1990, en su Mensaje final:
“Vivir en el Seminario, escuela del Evangelio, es vivir en el seguimiento
de Cristo como los apóstoles; es dejarse educar por él para el servi-
cio del Padre y de los hombres, bajo la conducción del Espíritu Santo.
Más aún, es dejarse configurar con Cristo buen Pastor...; es aprender a
dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ‘¿Me
amas?’ ”40 .

1.3 Causas originadas en la formación intelectual y en factores


socio-culturales
En la encuesta, faltó hacer una pregunta explícita sobre la formación
intelectual; sin embargo, hubo señalamientos interesantes, sobre todo, a
partir de los factores socio-culturales.
El área doctrinal es de suma importancia, pues varios de los que aban-
donan el ministerio no tienen bien cimentada su formación filosófica y
teológica. Aprobaron algunas materias sólo por conmiseración de ciertos
profesores, que pensaron con ello hacerles un bien. Subsisten lagunas
muy hondas en cuestiones bíblicas y dogmáticas, además de graves fallas
en la formación de la conciencia y en las actitudes ante la legislación
eclesial. Su cultura está alimentada en revistas y en la televisión; por lo
cual, son superficiales y están expuestos a cualquier ideología. No asu-

38 Juan Pablo II: Exhortación Pastores dabo vobis, 60


39 Ib. ; cfr Mc 3,13
40 Juan Pablo II: Exhortación Pastores dabo vobis, 42

400
FORMACIÓN SACERDOTAL

men el estudio serio y personal; sus investigaciones se reducen a copiar


textos, pero sin digerirlos ni analizarlos críticamente. Con esas deficien-
cias, nada es sólido y permanente. El ambiente socio-cultural inestable y
superficial, repercute en las decisiones trascendentales. Una mentalidad
de lo provisional hace buscar el sacerdocio como promoción.
El secularismo no es suficientemente explicado y combatido. La for-
mación humanística, filosófica y teológica no corresponde a los tiempos
modernos. Falta una filosofía cimentada, que apoye una visión más con-
gruente del hombre, del mundo y de Dios. El choque cultural influye
mucho en la situación actual de los sacerdotes. Falta cotejar la realidad
socio-cultural de hoy con la propuesta cristiana. Al respecto, alguien
afirma: En general me parece que no hemos logrado todavía un sistema
de formación que sea capaz de responder a los seminaristas que llegan
de una nueva cultura, con sus valores y antivalores. Otro sostiene que
la formación en los Seminarios no corresponde a las exigencias de los
tiempos modernos.
La mayoría de los candidatos son de clase pobre y de capacidad in-
telectual reducida; por lo cual, se torna difícil suplir todas las carencias
en lo intelectual. Algunos buscan un status social, olvidando sus raíces
humildes. Muchos vocacionados, venidos de realidades distintas, no se
inculturan y generan conflictos personales, con repercusiones pastorales.
Cuando son ordenados, se olvidan con facilidad de sus orígenes. Faltan
Seminarios inculturados, donde la formación respete los valores cultura-
les. La movilidad social causa graves traumas en los candidatos de cul-
turas autóctonas.
Los seminaristas traen todo tipo de deficiencias de sus ambientes,
principalmente por la cultura de los medios de comunicación social, con
problemas graves de orden moral. La cultura moderna y post-moderna,
transmitida por los medios de comunicación social, tiene una influen-
cia muy fuerte en la vida de los presbíteros. Para el joven, y en general
para las personas, cuenta su propia realización, al margen de todo criterio
moral. La cultura actual no cree que el celibato sea un valor, y tampoco
cree que el sacerdote sea célibe. El hedonismo, el ambiente erotizado, la
sociedad machista, el liberalismo sexual, la cultura de la subjetividad y
otras situaciones nuevas, reclaman una nueva presencia del sacerdote. Lo
socio-cultural es un permanente desafío para la formación de hoy.

401
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Los candidatos al sacerdocio son víctimas de la cultura ambiente,


frente a la cual no logran actitudes críticas; les falta discernimiento; por
eso, van por un camino distinto al que presenta el Seminario. Lo socio-
cultural es una problemática de muy difícil manejo, quizás por falta de
mecanismos efectivos para acompañar la vida y el ministerio de los pres-
bíteros. El aspecto socio-cultural está ausente del pensum académico. El
nivel cultural no corresponde a los tiempos. Falta socialización y conoci-
miento de las reglas de urbanidad.
La formación intelectual en los Seminarios consiste más en opinio-
nes de teólogos, que en doctrina del Magisterio. La consecuencia es gra-
ve. Una visión fragmentada de la realidad produce radicalismos inconse-
cuentes y frustraciones. Por ejemplo, algunos llegaron a tomar parte en la
política partidista, por no conocer la Doctrina Social de la Iglesia.

1.4 Causas originadas en la formación pastoral


Es verdad que toda la formación en el Seminario tiene una finali-
dad netamente pastoral, como ya se ordenaba desde el Concilio: “La
preocupación pastoral debe informar por entero la formación de los
alumnos” 41 . Para responder a esta exigencia, se han hecho toda clase de
experiencias, pero no todas han sido satisfactorias. Se ha concedido tal
importancia a las prácticas pastorales, que se ha descuidado la formación
pastoral, profunda y seria. Esta no se reduce a métodos y técnicas, sino
que tiene cimientos sólidos en la formación humana, espiritual y doctri-
nal. Los seminaristas, desde los primeros años, saben muchas técnicas
pastorales, pero no han logrado “una verdadera y propia iniciación a la
sensibilidad del pastor” 42 , que les garantice “el crecimiento de un modo
de estar en comunión con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo,
buen Pastor”43.
Las respuestas así lo confirman: Se polarizó el proceso formativo
sobre la tarea pastoral desde el Seminario, en detrimento de las dimen-
siones de la formación. Hay una supervaloración de lo pastoral, en detri-

41 Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius, 19 ; cfr Pastores dabo vobis, 57
42 Juan Pablo II: Exhortación Pastores dabo vobis, 58
43 Ib., 57

402
FORMACIÓN SACERDOTAL

mento de la formación integral. La acción pastoral absorbe casi todo el


tiempo del seminarista. No se forma al estudiante para la vida pastoral,
sino para el hacer pastoral. Hay un desequilibrio en la práctica de la liber-
tad y la apertura hacia la realidad. En el tiempo de formación, lo pastoral,
sin un acompañamiento, descuida las otras dimensiones y el activismo
desmotiva la pastoral futura. Termina siendo una fuga del Seminario y
de los compromisos de estudio. Hay muchas actividades y prácticas, pero
con poco acompañamiento pastoral.
Una formación pastoral reducida a la abundancia de prácticas, lleva
al mucho hacer y poco testimoniar. Cuando no se forman el corazón y la
mente del pastor, se cae en activismo, protagonismo, exageraciones, falta
de reflexión, carencias en las bases teológicas. Cuando hay deficiencia
en la caridad pastoral, no hay amor en el ministerio sacerdotal. Muchas
experiencias de apostolado son superficiales, con poco espíritu de sacri-
ficio. Hay un optimismo exagerado, y poco sentido de la cruz. Hay de-
bilidad frente a los fracasos pastorales. Con razón se oyen afirmaciones
como esta: Era muy comprometido en la pastoral, tomando el sacerdocio
como profesión, sin convicciones profundas.
Cuando esto acontece; es decir, cuando alguien no tiene bien fun-
damentada su teología y su espiritualidad, la primera solución que se le
ocurre, ante el primer problema que se le presenta, es el abandono del
ejercicio ministerial. En términos generales, diría que la causa del aban-
dono del ministerio en el sacerdote joven es el desengaño.
Hay carencia de una planeación, acompañamiento y revisión de las
actividades pastorales. La pastoral está proyectada en forma masiva y
eso no le da sentido a una vida sacerdotal. Falló la selección de párrocos
y parroquias para la praxis pastoral, pues con frecuencia los seminaristas
se encuentran con modelos opuestos de pastoral. Una pastoral predomi-
nantemente impuesta desde el exterior, va creando un vacío interior y la
consecuente búsqueda de compensaciones.
Todavía está presente en muchos jóvenes sacerdotes la idea de que
el presbítero es una figura que posee la autoridad, el mando, el respeto.
Falta una formación pastoral de corresponsabilidad con los laicos. Se
requiere insistir más en el sentido de vida de equipo. Se considera la ac-
ción pastoral como búsqueda de reconocimiento y protagonismo, como
autoafirmación. Predomina la idea de status y poder. A algunos, la orde-

403
SER SACERDOTE VALE LA PENA

nación sacerdotal los hace prepotentes y autoritarios. Cuando la forma-


ción pastoral desconoce el magisterio latinoamericano, produce una falsa
identidad sacerdotal. El sacerdote sale del Seminario con una formación
de funcionario público. Hay poco apasionamiento por el ministerio pas-
toral. Hay seminaristas de acción pastoral poco comprometida, marcada
por lo inmediato, sin ardor misionero y verdadera caridad pastoral. El
eficientismo y activismo pastoral provocan desánimo. Se cae en el abur-
guesamiento y la ideologización.
Todos estos cuestionamientos son muy graves. Significan un reto
para nuestros Seminarios y hay que tener la valentía de replantearnos
seriamente esta área de la formación, que la tenemos fragmentada y con
exceso de prácticas. Tendría que darse un seguimiento serio en lo que se
suele llamar práctica pastoral. De la forma como está organizada, hace
más daño que beneficio.

Reflexión:
Hemos escuchado muchas opiniones sobre las causas que pueden ex-
plicar el abandono del ministerio presbiteral. Si atendemos sólo la enu-
meración de tantas deficiencias en los Seminarios, nos podemos quedar
con una impresión injustamente negativa.
Es verdad que, si los Seminarios no logran su identidad, habría que
cerrarlos, o transformarlos por completo. Sin embargo, a juzgar por los
frutos, que son tantos buenos sacerdotes formados en nuestros Semi-
narios en América Latina, considero que sí cumplen su cometido. Las
afirmaciones que se han escuchado se basan en los casos de sacerdotes
que han abandonado el ministerio; pero éstos no son la mayoría. Con
todo, significan un llamado de atención a los formadores y a los mismos
alumnos, para hacer una revisión seria del estilo formativo que cada Se-
minario lleva a cabo, y sacar luz de los errores cometidos.
La Iglesia cree en los Seminarios. Reconoce la validez de las for-
mas clásicas del Seminario, aunque también exige una constante reno-
vación44. Así lo expresa el Santo Padre Juan Pablo II, haciendo suya
la Proposición 20 de los Padres Sinodales de 1990: “La institución del
Seminario Mayor, como lugar óptimo de formación, debe ser confirma-

44 Ib., 61

404
FORMACIÓN SACERDOTAL

da como ambiente normal, incluso material, de una vida comunitaria y


jerárquica; es más, como casa propia para la formación de los candi-
datos al sacerdocio, con superiores verdaderamente consagrados a esta
tarea. Esta institución ha dado muchísimos frutos a través de los siglos y
continúa dándolos en todo el mundo”45.

2. Causas originadas después de la ordenación sacerdotal


El Seminario no puede proporcionar toda la formación que necesi-
taremos en el ministerio. Es imposible que lo pretenda hacer. Las cir-
cunstancias son tan cambiantes y las necesidades tan variadas, que sería
utópico esperar del Seminario la solución de todos los problemas futuros.
Al Seminario compete corregir las deficiencias traídas de la familia, de la
escuela y de la parroquia; poner cimientos sólidos para la vida ministerial
y presentar los caminos de un crecimiento posterior ininterrumpido.
“Es de mucha importancia darse cuenta y respetar la intrínseca rela-
ción que hay entre la formación que precede a la Ordenación y la que le
sigue...La formación permanente no es una repetición de la recibida en
el Seminario... Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e
integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de
los diversos aspectos de la formación —humana, espiritual, intelectual y
pastoral—, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de
la caridad pastoral y en relación con ella” 46.
Si el crecimiento se detiene y no se ejercita lo aprendido, la caridad
pastoral se apaga y pronto el ministerio deja de ser fuente de gozo y de
plenitud. Es entonces cuando aparece la tentación de abandonar el minis-
terio, o la obligación apremiante del obispo de exigir a un sacerdote que
se aleje, para evitar mayores daños a la comunidad y a él mismo.
Veamos, pues, las principales causas de este abandono, después de la
ordenación sacerdotal. En general, hay que advertir que son del mismo
orden que las de antes de la ordenación.

45 Ib., 60
46 Ib., 71

405
SER SACERDOTE VALE LA PENA

2.1 Causas originadas en la formación humana

El mayor número de respuestas señala las deficiencias en el área


humana como la más frecuente causa que influyó en el abandono del
ministerio.
En algunos persiste el rechazo a su origen humilde, buscan una pro-
moción personal y un estilo cómodo de vida, con tendencia a un rápido
aburguesamiento y a la búsqueda de facilidades. El individualismo cami-
na junto con la preocupación por los bienes materiales, con la intención
de crear una seguridad para el futuro. Se preocupan por lo económico,
asumiendo muchas clases en las escuelas del Estado. Son hijos del con-
sumismo. Se buscan amistades con personas adineradas y relaciones pre-
ferenciales o discriminadas con los laicos. Algunos tienen una preocupa-
ción excesiva por su familia.
Hay poca apertura para resolver los problemas de orden psicológico,
que tienen su origen en la niñez y adolescencia. El alcoholismo y el ais-
lamiento son manifestaciones que provienen de fallas en el celibato y de
complejos no superados.
Hay superficialidad, inestabilidad emocional, poca profundización y
constancia, debilidad para superar los conflictos. Faltan reciedumbre y
seriedad. La revolución sexual y el materialismo reinante, sumergen al
presbítero que no está adecuadamente formado para esta realidad. Hay
quienes son extrovertidos y exhibicionistas.
Los sacerdotes que abandonaron el ministerio, no se caracterizaron
por la prudencia en sus relaciones con la mujer; eran más bien compensa-
torias. Tuvieron excesiva familiaridad en el trato, con una cierta presun-
ción por no guardar el celibato. Sus relaciones fueron frívolas. Tuvieron
marcada dependencia de la relación con el sexo femenino. A unos les
faltó trato con personas del otro sexo. En lo humano-afectivo, no están
suficientemente bien formados. Hay muchos casos de soledad afectiva.
En muchos sacerdotes jóvenes, hay un desdoblamiento de personali-
dad, en relación con lo que fueron en el Seminario. El ministerio produjo
cambio de personalidad. Se hacen independientes y presumen: “Ahora
hago lo que quiero”. Se busca la autonomía, pero con agresividad. No
saben escuchar.
En las relaciones dentro del presbiterio, existen muchos recelos, su-

406
FORMACIÓN SACERDOTAL

perficialidad y no aceptación de la corrección fraterna, camuflando la


realidad. Hay insuficiencia de amistad auténtica y de una profunda re-
lación con Dios. En la convivencia con otro sacerdote, influye la doble
vida del otro. Falta integración con la parroquia y con los compañeros
sacerdotes. El trato entre los presbíteros es más funcional que fraternal.
Falta comunión, conciencia de presbiterio, colegialidad afectiva y efecti-
va. Hay dificultad para compartir lo personal. Muy poca amistad y com-
pañerismo entre los sacerdotes. Se crean círculos limitados de amistades.
Relaciones secundarias y superficiales, estereotipadas, funcionales, sin
compromiso. Hipocresía. Hay incompatibilidad de caracteres. Falta diá-
logo y apertura. Incapacidad de relaciones auténticas. Algunos conside-
ran que vivir en un presbiterio integrado es una utopía. El aislamiento se
hace progresivo y trae búsqueda de compensaciones, como el alcoholis-
mo, el enamoramiento, etc. Hay miedo de encontrar soluciones. Quienes
se aíslan, caen en una actitud crítica a la Iglesia.
La vida fraterna no se vive en profundidad; se reduce a un mero ami-
guismo. Hay poco aprecio por el otro. Cuesta que vivan en comunidad,
especialmente los de una misma generación; cada uno quiere vivir inde-
pendientemente. Las relaciones se quedan en lo meramente formal, sin
abrirse a los problemas profundos. Hay poca fraternidad y confianza mu-
tua. Hace mucho daño el antitestimonio sacerdotal. Hay desintegración,
falta solidaridad e incapacidad para la corrección fraterna. No se tiene
mucha confianza, porque todos hablan de todos. Influye el mal ejemplo
de los mayores. A veces los sacerdotes mayores son feroces con los sa-
cerdotes nuevos.
Las relaciones entre sacerdotes y obispos dejan mucho que desear;
son muy pobres, esporádicas, marcadamente hipócritas y no van más allá
de lo protocolario. Se limitan a lo pastoral y jurídico. Correctas y servi-
ciales, pero no abiertas sacerdotalmente. No hay suficiente acercamiento
y confianza. Poca transparencia y franqueza. Falta sinceridad, confianza
y búsqueda de ayuda, por parte de los sacerdotes, así como visión de fe
en la relación con el obispo. Hay temor a abrirse de forma sincera. La co-
municación recíproca es insuficiente. De alguien se afirma: Se mostraba
atento, servicial y hasta sumiso, pero no confiaba sus grandes problemas.
De otro: Era muy respetuoso, muy educado, pero no llegó a tener una
relación sincera y amistosa.

407
SER SACERDOTE VALE LA PENA

En algunos casos, falta tacto y cuidado paterno por parte del obispo.
Hay una escasa relación filial y paternal. Autoritarismo de ambas partes
y dificultad para aceptar los errores. El obispo conoce poco a los sacer-
dotes y le falta cercanía con ellos. Falta sinceridad e interés de algunos
colaboradores del obispo, para compartir oportunamente problemas de
los sacerdotes. Se entienden equivocadamente las relaciones con el obis-
po. Hay poca comprensión con la figura paternal del obispo.
En este último punto, se nota que las respuestas vinieron sólo de
parte de los obispos. Nosotros nos defendemos y fácilmente culpamos
a los presbíteros. Si la encuesta se hubiera hecho también a ellos, sobre
todo a quienes abandonaron, nos culparían mucho más a nosotros. Nos
dirían, por ejemplo, que no fuimos capaces de escucharlos, de buscarlos
como un buen pastor, de curarlos en sus heridas. Nos reprocharían no
tener programas concretos de acompañamiento, diferenciados para las
distintas edades. Nos tacharían, quizá, de injustos y arbitrarios, insensi-
bles, poco paternales y amigos.
Cada sacerdote que abandona el ministerio debería ser ocasión de un
examen de conciencia, para cada obispo y para cada comunidad pres-
biteral.

2.2 Causas originadas en la formación espiritual


Junto con las graves carencias en el aspecto humano, el problema
fundamental tiene sus raíces en el área espiritual. Cuando ésta tiene ci-
mientos sólidos, las fallas humanas son transformadas. Cuando lo espiri-
tual es deficiente, el edificio presbiteral se derrumba, aunque lo humano
no presente mayores fracturas.
A algunos les faltan identidad sacerdotal y convicciones evangélicas;
tienen poca solidez espiritual; pronto llegan a un desengaño de la vida minis-
terial. Falta sentido de servicio total. Baja motivación por el Reino de Dios.
Llevan una vida desordenada e hiperactiva, con poca solidez espiri-
tual. Relativizan su vida espiritual, que ya de por sí es débil y superficial.
Ante la ausencia de convicciones e ideales evangélicos interiorizados, se
termina por abandonar la vida sacramental para sí mismo. El activismo
funcionalista produce abandono de la oración personal. Sus relaciones
con el otro y con Dios son superficiales.

408
FORMACIÓN SACERDOTAL

Después de la ordenación, baja fuertemente la preocupación por la


vida espiritual y se busca demasiado apoyo en lo económico. Se vive la
pastoral sin compromiso y se reduce a ser un funcionario de lo sagrado.
Se ejerce la pastoral más por complacencia, que por compromiso de fe
con la comunidad. Se nota un espíritu lucrativo, rutinario y sacramenta-
lista. Ministerio funcional. Falta un gran celo apostólico.
Hay menosprecio de la autoridad del obispo y de la Iglesia jerárquica.
Poco amor a la Iglesia particular y al magisterio. Hay sólo un respeto
formal, no de corazón y de fe, por el misterio de la Iglesia concreta. Baja
conciencia de pertenencia a la Iglesia particular. Falta acompañamiento
y dirección espiritual. Es muy difícil lograr que un joven sacerdote tenga
un director espiritual que lo ayude a afrontar la nueva situación.
El abandono de la oración privada y litúrgica, el menosprecio por los
sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, el rechazo de la de-
voción a la Virgen María, la falta de “lectura espiritual” y de un espíritu
recio de sacrificio, llevan indiscutiblemente al abandono del ministerio,
o lo hacen totalmente vacío y sin sabor.

2.3 Causas originadas en la formación intelectual y en factores


socio-culturales
Muy pocas respuestas señalaron causas en esta área; sin embargo,
quienes abandonan el ministerio ordinariamente tienen ideas doctrinales
poco firmes y ortodoxas. Sus lecturas no son propiamente libros teo-
lógicos serios y seguros, sino teorías y revistas de signo contestatario.
Cuando se les preguntan razones por las que quieren dejar el ministerio,
son más de carácter sentimental que teológico.
Los cambios sociales constituyen los desafíos más fuertes a la vida y
ministerio del presbítero, sobre todo cuando lleva una vida solitaria y de
aislamiento. El fenómeno de la modernidad y postmodernidad desestruc-
tura al presbítero joven. Faltan modelos sacerdotales.
Hay deficiente comprensión del ministerio sacerdotal. Tendencia al
secularismo. Opción exclusiva por lo social. Otros caen en radicalismos
ideológicos. Algunos se adhieren a movimientos milenaristas, por falta
de una formación profunda. Les falta sensus Ecclesiae. Falsa compren-
sión de la obediencia. Hay dificultad para aceptar las estructuras ecle-

409
SER SACERDOTE VALE LA PENA

siásticas. Se les dan cargos de mucha responsabilidad, sin la preparación


debida.

2.4 Causas originadas en la formación pastoral


Las respuestas sobre el área pastoral indican que, por lo general, los
problemas que se presentan son consecuencia de fallas en lo humano, en
lo espiritual y en lo doctrinal.
El activismo está caracterizado por una dispersión pastoral, que hace
fallar en la oración y el seguimiento de Jesús. Excesivos compromisos
apostólicos y falta de planeación. No siguen un sistema de vida donde
fe y acción pastoral están unidos. La entrega pastoral se confunde con
la búsqueda de reconocimiento y de éxito, con afán de protagonismo y
triunfalismo, de raíz más narcisista que evangélica. Hay quienes caen en
un trabajo demasiado pesado para sus fuerzas. Otros manifiestan debi-
lidad e inestabilidad en los compromisos y poco espíritu de sacrificio.
Rehuyen parroquias difíciles. Tienen miedo a la realidad urbana. Faltan
celo, responsabilidad pastoral y compromiso con el pueblo.
El hecho de estar solos en las parroquias, a algunos los hace inde-
pendientes y autosuficientes. Falta disposición para trabajar en equipo.
Destinados solos al frente de una parroquia, llevan poca vida de oración
y buscan demasiadas comodidades. Se les envía a trabajar en parroquias
muy aisladas, sin una organización pastoral equilibrada. Dada la grave
urgencia de atender a regiones muy necesitadas, es frecuente destinar allí
a los recién ordenados. Por laudable que sea la intención, muchas veces
la distancia lleva a la soledad, al aislamiento con el obispo, con los supe-
riores, compañeros y con quien le pueda alentar a no descuidar su vida.
Al poco tiempo de la ordenación, aparecen el autoritarismo y el cle-
ricalismo; llevan una pastoral dominadora, donde ellos hacen todo, sin la
participación de los laicos. Autoritarismo centralizado. Hay una ruptura
entre la eclesiología y los planes de pastoral. Falta de comunión con la
diócesis; se dejan llevar por puntos de vista propios. Algunos se radi-
calizan en su pastoral y no se comprometen con la pastoral orgánica.
Pastoral sacramentalista. Falta discernimiento pastoral y participación en
el logro de los objetivos de la Iglesia particular. Indiferencia ante la pro-
gramación diocesana. Aislamiento en la toma de decisiones. Hay tensión

410
FORMACIÓN SACERDOTAL

entre la línea pastoral del obispo y la de los sacerdotes. Se rechazan sus


recomendaciones y consejos. Poca comprensión del obispo como pastor.
Poco aprecio por la autoridad.

Reflexión:
Analizando las causas del abandono del ministerio presbiteral, des-
pués de la ordenación, es patente que muchas son un desenvolvimiento y
un desarrollo de las deficiencias que ya habían aparecido en el Semina-
rio. Este hizo cuanto estuvo a su alcance. Cultivó la planta, sembrada por
Dios, la hizo crecer y madurar. Sin embargo, si después de la ordenación
no hubo el cuidado suficiente, por culpa propia y de los demás agentes
de la formación permanente, la planta se puede secar, o al menos no dar
el fruto que se esperaba.
Por eso, las respuestas insisten en que falta formación permanente,
entendida como crecimiento personal integral. Hay desinterés, debilidad
e indiferencia por sistematizarla de una forma orgánica, estable y com-
prometida.

Que el Espíritu del Señor nos ilumine, para encontrar los caminos de
una formación que acompañe adecuadamente a todos los presbíteros, en
sus diferentes etapas y necesidades, y así gocen con plenitud su ministe-
rio. Por intercesión de nuestra Señora, la Virgen María, la que permane-
ció firme en el Calvario, y la que congregó a los apóstoles en la unidad
de la fe y de la oración, para la llegada de Pentecostés.

411
SER SACERDOTE VALE LA PENA

54. CARTA A SACERDOTES JÓVENES

Escrita el 4 de octubre de 1987


siendo Rector del Seminario de Toluca

Muy estimado Padre:

Después de pensarlo mucho, he tomado el atrevimiento de escribirte


las siguientes líneas. La intención es compartirte algunas preocupacio-
nes, ya que hasta la Rectoría del Seminario llegan comentarios, críticas
e inquietudes de toda naturaleza, que provocan serias reflexiones en mí,
en el Sr. Obispo y en el Equipo Formador. Escribo lo mismo a cuantos se
han ordenado en los últimos años. El contenido es igual para todos.

Con frecuencia se escucha:

* que los padres jóvenes no salen bien formados,


* que son comodinos y poco sacrificados,
* que exigen muchos derechos para sí,
* que se sienten superiores y nadie les puede decir algo,
* que se dedican sólo a pequeños grupitos,
* que son superficiales y confianzudos con las mujeres,
* que algunos han fallado gravemente en el celibato,
* que se dedican poco al confesonario,
* que usan lenguaje elevado o, por lo contrario, vulgar,
* que en su predicación son más moralistas que profundos en teo-
logía,
* que no tienen interés por la catequesis de niños,
* que no llevan una seria evangelización de adultos,
* que descuidan su presentación externa, etc. etc...

¿Qué te parece? Quizá digas que son exageraciones; que son apre-
ciaciones que no corresponden a la realidad... Es posible; pero más que
defendernos, humildemente hemos de ponernos ante el Sagrario, y tratar
de descubrir qué nos quiere decir Dios en todo esto.

412
FORMACIÓN SACERDOTAL

Por otra parte, es verdad que cada uno es responsable de su propia


vida y que, con la ordenación sacerdotal, el Seminario ya terminó la tarea
formativa directa; sin embargo, yo no puedo quedarme indiferente ante
estos comentarios; siento que, por la “fraternidad sacramental” que nos
une, y no sólo por haber sido tu último Rector, debo decirte una palabra
y recordarte algunas de las cosas que les decía en el seminario:

• Por favor, no dejes la oración, tanto la litúrgica como la personal. Al


respecto, te transcribo lo que dijo hace poco el Papa, Juan Pablo II:
“Preparad, en la intimidad con el Señor, el encuentro salvador con
los hombres. En la oración filial, el cristiano tiene la posibilidad de
entablar un diálogo con Dios Uno y Trino, que mora en el alma de
quien vive en gracia (cf Jn 14,23) para poder después anunciarlo a
los hermanos. Esta es la dignidad filial de los cristianos: invocar a
Dios como Padre y dejarse guiar por el Espíritu, para identificarse
en plenitud con el Hijo. Por medio de la oración, buscamos, encon-
tramos y tratamos a nuestro Dios, como a un amigo íntimo (cf Jn
15,15), a quien contamos nuestras penas y alegrías, nuestras debi-
lidades y problemas, nuestros deseos de ser mejores y de ayudar a
que otros también lo sean. El Evangelio nos recuerda dedicar todos
los días un tiempo de vuestra jornada a conversar con Dios, como
prueba sincera de que lo amáis, pues el amor busca la cercanía del
ser amado. Por eso la oración debe ir antes que todo; quien no lo
entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta
de tiempo: lo que le falta es amor” (Discurso en Viedma, Argenti-
na: 7 abril 1987).
• Entrégate en plenitud al servicio pastoral. Recuerda que tu modelo
no es lo que hacen o piensan los demás, sino los criterios y actitudes
del Buen Pastor, quien está pronto a dar hasta la vida por sus ovejas
(cfJn 10,11).
• No te contentes con cumplir lo mínimo indispensable, lo que te
toca. Usa tu creatividad pastoral; preocúpate por tantas necesidades
de la gente; no esperes que las personas te busquen y te pidan servi-
cios; ve tras las ovejas perdidas y ofréceles al Señor y su Evangelio.
¡Nada hay más plenificante que desgastarse, para que los demás
tengan vida! (cf Lc 9,23-25).

413
SER SACERDOTE VALE LA PENA

• Cuida los detalles de tu relación: con tu familia, con tu párroco y


los sacerdotes del Decanato, con los pobres, con los jóvenes y es-
tudiantes, con los constructores de la sociedad, con tu Obispo, con
el Seminario.
• Sé prudente en el trato con la mujer. Si una relación empieza a ser
peligrosa, más vale cortar tajantemente (cf Mt 5,28-30). No em-
pieces a justificar imprudencias, porque, cuando menos pensamos,
podemos caer. Cuídate mucho. No hagas cosas buenas, que den la
impresión de ser malas, escandalizando a la gente sencilla de tu co-
munidad (cf Mt 18,5-9). Acepta tus limitaciones y sé humilde para
pedir consejo a tu director espiritual, o a tus amigos de confianza.
¡Pobre de aquél que se siente seguro y que piensa no necesitar cau-
telas: es de los primeros en caer! (cf Mc 14,29-31).
• Sé desinteresado por el dinero. Más vale sufrir injusticias y que se
aprovechen de nosotros, antes de dar la impresión de ser comer-
ciantes con el ministerio (cf 1 Cor 6,7-11). Ten la seguridad de que
Dios sí cumple su promesa: si dejamos todo por Él, ciertamente nos
dará el ciento por uno (cf Mc 10,28-38). La gente tiene un olfato
muy fino: rechaza al sacerdote dinerero y comparte su pobreza con
el que es desprendido. En mis 24 años de sacerdote, he comprobado
que esta es una de las verdades más contundentes.
• Sé sencillo, agradecido, atento y amable. No olvides la urbanidad y
las buenas maneras; saluda a todos. Cuida la limpieza de tu persona
y de los objetos sagrados. Recuerda que también les pedía rasurar-
se todos los días y abstenerse de cosas superfluas, como anillos y
cadenillas.
• En fin, cuántas cosas más te quisiera decir, porque duele en el alma
saber que fulano ya falló en esto y aquél en lo otro... Y cómo la-
mentamos que, desde el Seminario, no les hayamos dado mejores
elementos de formación, para que ahora fueran más santos e ínte-
gros...

Para reflexionar sobre estas cosas, junto con los demás sacerdotes jó-
venes, ¿no crees que estaría bien solicitarle al Sr. Obispo algunas reunio-
nes, retiros, estudios, o cosas parecidas? Por mi parte, estoy dispuesto a
colaborar.

414
FORMACIÓN SACERDOTAL

Al escribirte la presente, créeme que lo hago con la mejor de las in-


tenciones. No es por juzgarte o condenarte; tampoco es porque no quiera
dejarte en paz; mucho menos porque yo me considere bueno, limpio y
superior. Es porque, en verdad, me sigue interesando tu vida y tu per-
sona.
Sé que, al escribirte, me expongo a ser mal interpretado. Quizá te
moleste mi carta. Sin embargo, prefiero correr ese riesgo, antes que callar
y permanecer sin hacer algo por los sacerdotes jóvenes. Y te repito que el
contenido es el mismo para todos.

Que la Virgen, Madre de nuestra vocación, interceda ante el Padre


y el Espíritu, para que todos seamos una imagen más fiel de su Hijo
Sacerdote.

Con afecto de hermano:

P. Felipe Arizmendi E.

415
SER SACERDOTE VALE LA PENA

55. FORMACIÓN SACERDOTAL


Y PEDERASTIA

Artículo publicado el 1 de junio de 2011

VER
Los obispos del país nos reunimos en nuestra asamblea ordinaria, y
en esta ocasión fue para actualizar las Normas Básicas para la formación
sacerdotal en el país. Algunos medios informativos elucubran que sólo
trataremos lo de la pederastia clerical. No es así.
La formación incluye muchos otros aspectos más fundamentales,
como el proceso para lograr una profunda consolidación de la persona-
lidad humana, configurada con la persona de Jesús. Se debe formar el
corazón pastoral de los futuros y actuales presbíteros, para que sean ca-
paces de sentir y reaccionar, como Jesús, ante niños, ancianos, hombres,
mujeres, pobres, ricos, políticos, legisladores, migrantes, presos, creyen-
tes y descreídos. La formación es integral y abarca lo humano, espiritual,
intelectual y pastoral. Del Seminario deben salir verdaderos discípulos y
misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en El tengan Vida.
Y de estos aspectos estamos reflexionando en asamblea.
En cuanto al grave delito de pederastia clerical, que no abunda entre
nosotros, la Congregación para la Doctrina de la Fe, de parte del Papa,
nos ha enviado una carta para que la conferencia episcopal elabore una
guía sobre cómo proceder con más eficacia cuando se presenten esos ca-
sos. Hemos nombrado un comité que se encargará de hacer las consultas
pertinentes y, en noviembre próximo, definiremos este procedimiento.

JUZGAR
Las Normas Básicas, que estamos actualizando, resaltan lo dicho
por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Pastores dabo vobis: “Los
presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y
supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una trans-
parencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son una
representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Existen y

416
FORMACIÓN SACERDOTAL

actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación


de la Iglesia, personificando a Cristo y actuando en su nombre”. Son
una “imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. La vida y ministe-
rio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo
Cristo”. Por tanto, “el sacerdote está llamado a ser imagen viva de Je-
sucristo, Esposo de la Iglesia, instrumento vivo de la obra de Salvación,
epifanía y transparencia del Buen Pastor que da la vida. Esta identidad
está en la raíz de la naturaleza de la formación que debe darse en vista
del sacerdocio y, por lo tanto, a lo largo de toda la vida sacerdotal”. Por
ello, “los candidatos al sacerdocio deben prepararse con gran seriedad
y acoger y vivir el don de Dios, conscientes de que la Iglesia y el mundo
tienen absoluta necesidad de ellos; deben enamorarse de Cristo Buen
Pastor; moldear el propio corazón a imagen del suyo; estar dispuestos
a salir por los caminos del mundo como imagen suya, para proclamar
a todos a Cristo, que es Camino, Verdad y Vida. Su vocación es un lla-
mado a configurarse, por el sacramento del orden, con Cristo Cabeza y
Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia” mediante una “ligazón ontológica
específica”.
Esta fundamentación teológica del ministerio presbiteral nos obliga a
formar sacerdotes que reflejen esa altísima vocación y misión.

ACTUAR
¿Qué hacer para evitar que haya sacerdotes pederastas? Las Normas
Básicas dan criterios tajantes: Al concluir el Seminario Menor (bachille-
rato), el alumno debe haber “consolidado su identificación psico-sexual
masculina”. En Filosofía y Teología, se pide poner “especial cuidado
en la madurez afectiva de los seminaristas promoviendo la educación
en el amor oblativo, en la afectividad y en la sexualidad, haciéndoles
conscientes del papel determinante del amor en la existencia humana.
Aprendan a relacionarse sin ambigüedades con toda clase de personas,
empezando por la propia familia; sean capaces de vivir la amistad se-
rena y profunda, habituándose a tratar a hombres y mujeres con el
respeto y la prudencia que exige el celibato que abrazarán por el Reino
de los cielos”.

417
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Y con claridad se indica: “Los formadores estén atentos al proceso


personal de cada formando, para acompañarlos adecuadamente y dis-
cernir a tiempo los casos de inadecuada identidad psicosexual o cual-
quier otro desequilibrio de la personalidad que los haga no aptos para
abrazar y ejercer el ministerio sacerdotal. Téngase en cuenta que la pro-
moción de estos candidatos compromete no sólo la responsabilidad del
individuo, sino también la de la Iglesia, e incluso puede llegar a tener
repercusiones civiles y legales en el futuro”.

418
CAPÍTULO VIII
HOMILÍAS SACERDOTALES

INTRODUCCIÓN

Una de las mayores alegrías de un obispo es celebrar el sacramento


del Orden, por el cual son consagrados los diáconos y presbíteros para
que sean sacramentos de Jesucristo, Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de
la Iglesia. Es también una de las mayores responsabilidades, pues no se
debe imponer las manos sin el debido discernimiento sobre la idoneidad
de los candidatos (cf 1 Tim 5,22).
El Espíritu del Señor me ha concedido esta gracia en varias ocasio-
nes, siendo obispo de Tapachula (del 7 de marzo de 1991 al 30 de abril
de 2000) y de San Cristóbal de Las Casas (desde el 1 de mayo de 2000).
En las homilías que he predicado, he procurado invitar a los ordenandos
a que vivan en profundidad el misterio del que son hechos partícipes. Las
comparto ahora, como un servicio tanto a quienes se preparan a la orde-
nación diaconal o presbiteral, como a quienes ya fueron ordenados, para
su meditación y su crecimiento en la fidelidad al don recibido.
Es obvio que cada homilía fue predicada en circunstancias diversas,
lo que explica las referencias a personas y tiempos concretos. No he que-
rido eliminar estos detalles, que pudieran distraer, porque toda homilía
debe tomar en cuenta la Palabra de Dios que se proclama en las lecturas,
y las personas a las que uno se dirige.
Estoy convencido de que la renovación de la Iglesia pasa, en gran
medida, aunque no en forma exclusiva, por la santificación de los sacer-
dotes. Si éstos se esfuerzan por ser santos, respondiendo al llamado que
han recibido de “estar con el Señor” (Mc 3,13), contagiarán de Cristo a
la comunidad que se les ha confiado; serán “discípulos y misioneros de
Cristo, para que nuestros pueblos en El tengan vida”.

419
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Pido al Espíritu Santo que obispos, sacerdotes y diáconos seamos,


cada día más, una imagen viva, una transparencia, una epifanía, una
prolongación, una derivación, un instrumento vivo de Jesucristo. Con
la ayuda materna de la Virgen María y de San José, los formadores del
sumo y eterno sacerdote.

56. SACRAMENTOS DE CRISTO

Ordenación de presbíteros, en la solemnidad de San José.


Tapachula, Chiapas, (19/III/1996)

Celebramos con alegría la fiesta de san José, el siervo prudente y fiel,


a quien el Señor puso al frente de su familia, como dice la antífona de
entrada en la Misa de hoy.
En efecto, es justo y necesario alegrarnos al celebrar a san José, el
hombre justo, el siervo bueno y fiel, el esposo de María, de la cual nació
Jesús, llamado Cristo. A él están dedicadas esta parroquia y catedral. El
es patrono de nuestra diócesis y del Seminario, Menor y Mayor. El sigue
estando al frente de la nueva familia de Dios, que es la Iglesia.
San José, además, junto con la Virgen María, fue el formador del
sumo y eterno sacerdote, Jesucristo. Por ello, ponemos bajo su protección
a los cinco diáconos, que hoy serán ordenados presbíteros. Nos alegra-
mos con ellos, con su familia, con el presbiterio, con toda la comunidad
diocesana, y los encomendamos al patrocinio de san José.
La solemnidad de san José es fiesta para toda la diócesis. Y no hay
mejor forma de celebrarla que con esta ordenación presbiteral, pues así
como Dios quiso poner bajo la protección de san José el nacimiento y
la infancia de nuestro Redentor, los nuevos sacerdotes van a recibir la
misión de proseguir y llevar a término la obra de la redención humana.
Que el Espíritu del Señor les conceda el mismo amor y pureza de corazón
con que se entregó san José a servir a Jesús y a María.
1. La Palabra de Dios que hemos escuchado y el salmo con que
le hemos respondido, nos ayudan a profundizar el misterio que celebra-
mos.

420
HOMILÍAS SACERDOTALES

En la primera lectura, Dios le dice a David que Él ha escogido un des-


cendiente suyo, para consolidar su reino, que permanecerá para siempre
y será estable. El salmo responsorial canta la fidelidad de Dios, que es
eterna, pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre y mi lealtad
más firme que los cielos... Yo jamás le retiraré mi amor ni violaré el
juramento que le hice”.
Hermanos diáconos, que van a ser ordenados presbíteros: Dios los ha
escogido a ustedes, para que colaboren en el establecimiento de su Reino
en este mundo. No duden ya de la elección divina, que se les ha mani-
festado por las mediaciones humanas que Él dejó en su Iglesia. El amor
de Dios es para siempre y nunca va a dejarlos de amar, porque Él es leal
y no deja de cumplir el juramento que hoy les hace. Aunque ustedes le
fallaran —cosa que nadie desea— Él permanece fiel y nunca les retirará
su amor preferente; les seguirá llamando a estar con Él, como sus amigos
y colaboradores más cercanos. Así es el amor de Dios: eterno.
En correspondencia a este amor fiel y permanente de Dios, ustedes
también luchen por mantenerse fieles y por perseverar en su vocación.
Esfuércense por dar una respuesta sólida y permanente, diaria y cons-
tante. Que su entrega al Reino de Dios sea total y definitiva, plena y
absoluta, sin regateos ni dobles vidas, sin vueltas atrás ni añoranzas de lo
que dejan; es decir, que su consagración amorosa al Señor y a la Iglesia
sea para siempre.
Es necesario recalcar esta solidez en la entrega, porque la juventud
de hoy se caracteriza por ser muy inestable y por rehuir los compromisos
definitivos. Viven al vaivén de sus sentimientos y parecen carecer de
raíces profundas y seguras. Ante cualquier problema o eventualidad, se
refugian en la superficialidad y no tienen reparo en cambiar de decisión,
de profesión y hasta abandonar una vocación.
Ustedes, por lo contrario, sean como san José: fieles hasta el final, a
pesar de que a veces no se comprenda la voluntad de Dios, o haya que
pasar por situaciones difíciles. Tengan en cuenta que su consagración no
es temporal o accidental, sino sustancial y ontológica; es decir, que los
hace ser —no sólo representar— otros Cristos. Su sacerdocio no es una
profesión, que se pueda cambiar o abandonar; es la consagración de toda
su persona; por tanto, de su mente, de su voluntad, de sus sentimientos
y hasta de su corporeidad. Son todo para el Señor y todo para su Iglesia.

421
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Y en la medida en que se mantengan fieles y perseveren hasta el final, se


sentirán felices y plenamente realizados.
2. San Pedro, en la segunda lectura que escuchamos hoy, nos dice
cómo hemos de vivir nuestra vocación de pastores, al frente de las comu-
nidades que Dios mismo nos confía.
a) Ante todo, nos invita a apacentar el rebaño no como obligados
por la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere. Es decir, que esta-
mos aquí por nuestra libre y completa voluntad; que ustedes se quieren
consagrar con plena libertad y desgastar sus vidas de buena gana. Estos
son los pastores que requiere la nueva evangelización. Por tanto, que
sean creativos en el servicio y no se reduzcan a cumplir lo mínimo. Que
no esperen que los fieles les estén rogando que les atiendan, sino que
ustedes vayan delante de las ovejas y les ofrezcan diversas iniciativas
para crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad. Que no se hagan
insensibles ante los graves problemas que padecemos por la indiferencia
religiosa, el proselitismo de grupos no católicos, el fenómeno migratorio,
la injusticia social y la marginación. Que de buena gana se desvivan por
el Reino de Dios, que es verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor
y paz.
b) San Pedro nos pide también no actuar por ambición de dinero,
sino con entrega generosa. Es muy oportuna esta advertencia, porque
san Pedro no olvida lo que pasó con Judas. Lamentablemente, son casos
que se pueden repetir y nunca estaremos exentos de esa tentación. Con
todo el corazón anhelamos que ustedes la venzan y que no conviertan su
ministerio en un negocio.
Vivan en entrega generosa y verán que ni Dios ni la comunidad les
van a dejar sin comer. Nuestro pueblo cristiano es tan fino en su sensibi-
lidad hacia sus pastores que, cuando percibe que somos entregados y no
aficionados al dinero, nunca nos abandona y hasta nos hace vivir en la
abundancia. Son tantas sus atenciones de bondad, que nos sentimos ape-
nados, a la vez que sumamente agradecidos. Por ello, no se afanen por
ser exigentes en las ofrendas que se piden por los servicios religiosos. Es
preferible que nos engañen y que padezcamos limitaciones, antes que dar
la más pequeña impresión de comerciantes de lo sagrado. Para ello, les
servirá mucho el reciente “Decreto sobre la reestructuración económica
de la diócesis”.

422
HOMILÍAS SACERDOTALES

Tengan un particular amor misericordioso hacia los pobres y margi-


nados. Que se distingan, más que por discursos y palabras, por hechos
concretos de promoción humana y defensa de los derechos de cuantos
son vejados y despreciados. Recuerden que a los pobres debemos ofre-
cerles nuestros servicios en forma totalmente gratuita y, aún más, com-
partirles nuestras propias limitaciones.
c) San Pedro nos hace una tercera advertencia, que no es menos
importante. Nos dice que no nos consideremos los dueños de las comu-
nidades que se nos han confiado, sino que en todo demos un buen ejem-
plo. ¡Qué necesaria es esta prescripción, no sólo para ustedes, próximos
sacerdotes, sino para quienes ya estamos al frente de las comunidades!
Por la ordenación presbiteral, somos hechos partícipes de Cristo Ca-
beza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. Y la forma como Cristo es
Cabeza y Pastor, es haciéndose Siervo y Esposo; es decir, amando y en-
tregándose generosamente, como un esclavo, que es capaz hasta de lavar
los pies a sus propios discípulos.
Carmelo, Rigoberto, Onorio, Manuel y Oscar, nunca olviden que no
son dueños de las comunidades que se les confíen. No pueden hacer lo
que quieran, ni ser arbitrarios en la imposición de normas. Deben saber
tomar prudentes y sabias decisiones; para ello, oigan a la comunidad; con-
sulten a sus hermanos presbíteros y a las religiosas; tomen en cuenta a los
catequistas y a sus colaboradores; sobre todo, mantengan permanente co-
munión con su obispo, pues ningún sacerdote es dueño de una parroquia,
así como tampoco un obispo puede hacer lo que quiera en la diócesis.
No impongamos más cargas que las que la Iglesia, universal o par-
ticular, haya señalado, apoyada en la Palabra de Dios y asistida en su
experiencia histórica por el Espíritu Santo. No seamos caciques clerica-
les, ni demos lugar a que los fieles nos teman. No seamos duros y secos,
fríos e impositivos, como si con ello adquiriéramos autoridad. Ser cabeza
y pastor, al estilo de Jesús, es tener entrañas de amor y de ternura con
las ovejas, en particular con las descarriadas, y ser manso y humilde de
corazón.
3. Finalmente, el texto bíblico de la aclamación antes del Evan-
gelio, tomado del salmo 83, nos dice: Dichosos los que viven en tu casa;
siempre, Señor, te alabarán.

423
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Dichosos ustedes, próximos presbíteros, que han sido llamados por


Jesús para estar con Él, para vivir en su casa y pasar su existencia en
alabanza permanente, como adelantando la vida que es propia de los án-
geles.
Si quieren ser buenos sacerdotes, al estilo de Jesús, aprecien mucho
su vida de oración, privada y litúrgica, personal y comunitaria. No la
consideren una obligación, sino una oportunidad de convivir con el Se-
ñor. Es una dicha, no una carga. Es un regalo, no una imposición.
Gusten y valoren la Liturgia de las Horas. No le den el tiempo que
les sobra, ni sólo la procuren cuando no tengan otra cosa que hacer. Pro-
gramen su día y reserven el mejor momento para la oración. Tengan
en cuenta que sacerdote que no ora, que no pasa buenos ratos ante el
Sagrario, puede llegar a hacerse un líder social, pero no un sacramento
de Jesucristo, quien para entregarse de lleno al servicio de las multitudes,
antes se pasaba largas horas en contemplación silenciosa y solitaria con
su Padre Dios. Quien no ora, pretende ser causa principal de la reden-
ción, en vez de causa instrumental en manos del Señor.
Particular empeño pongan en la celebración diaria de la Eucaristía.
La Iglesia, no yo, pide a los sacerdotes celebrarla diariamente, aún en los
casos aislados de que no haya comunidad presente de fieles. En esto, no
valen el criterio personal, la pereza de los días de descanso, ni el activis-
mo. Vale lo que la Iglesia nos recomienda y ella sabe lo que más nos hace
falta. Eucaristía y Sacerdocio están íntimamente unidos y no se pueden
separar. Por eso, salvo casos raros de excepción, amen la Eucaristía dia-
ria y verán cómo se irán transformando más y más en buenos pastores,
por la acción de Cristo y de su Espíritu. Como dice la oración sobre las
ofrendas de este día, que el Señor les conceda celebrar la Eucaristía con
el mismo amor y pureza de corazón con que se entregó san José a servir
al Hijo unigénito, nacido de la Virgen María.
Sólo en esta dimensión se explica y se vive lo que a continuación va-
mos a celebrar. Antes de imponerles las manos y consagrarlos sacerdotes
para siempre, se van a postrar en el suelo en oración profunda, mientras
la comunidad intercede por ustedes. Después de ungirles las manos, les
entregaremos el pan y el vino para la Eucaristía y concelebrarán por vez
primera con su obispo y con el presbiterio, en favor de todo el Pueblo de
Dios. Es decir, su ordenación se realiza en un clima de oración y en una

424
HOMILÍAS SACERDOTALES

celebración eucarística, porque la oración y la Eucaristía son consustan-


ciales al sacramento del Orden.

Que San José y la Virgen María, formadores del sumo y eterno sa-
cerdote, los cuiden siempre e intercedan para que ustedes sean imágenes
fieles de Jesús. Que los ayuden a ser los santos y sabios pastores que su
familia, sus amigos y todos deseamos. Y, como dice san Pedro, cuando
aparezca el Pastor supremo, recibirán el premio inmortal de la gloria.
Así sea.

57. APASIONADOS POR CRISTO

Ordenación de diáconos y un presbítero, en la solemnidad de San José.


Tapachula, Chiapas, (19/III/1997)

Provenientes de las distintas parroquias que conforman esta familia


diocesana, nos hemos reunido hoy para celebrar la solemnidad de San
José, a quien están dedicados el Seminario Menor y Mayor, esta parro-
quia y catedral, y toda nuestra diócesis. Él es el hombre justo, dado por
esposo a la Virgen Madre de Dios, el fiel y prudente servidor a quien
Dios constituyó jefe de su familia. Nosotros, la Iglesia, somos la pro-
longación de esa familia, centrada en Jesús y acompañada siempre por
María.
En este contexto festivo, llevamos a cabo la ordenación presbiteral
de Rosario Marín y la ordenación diaconal de Asunción Adrián, José
Alfredo Villanueva, José Antonio Domínguez, Ramón de Paz y Salustio
Ovando. Ellos, de una manera propia al Orden que reciben, estarán tam-
bién al frente de la Iglesia, siendo consagrados para convertirse en fieles
y prudentes servidores de la familia de Dios. Que el Espíritu del Señor
les conceda el mismo amor y pureza de corazón con que se entregó san
José a servir a Jesús y a María.
Por otra parte, la fiesta de San José y esta ordenación acontecen en
el año dedicado a Jesucristo, dentro del programa preparatorio para ce-
lebrar el año dos mil de su Encarnación y el inicio del tercer milenio del
cristianismo. Esto le da un matiz propio a este día.

425
SER SACERDOTE VALE LA PENA

San José fue llamado por Dios para hacerse cargo del Verbo de Dios
Encarnado y de su Madre. Una vez superadas sus dudas, hizo lo que le
había mandado el ángel del Señor. Y con una sencillez y prudencia ex-
quisitas, se entregó por completo a cuidar a María y al Niño. El centro de
su vida, la razón de su existencia y el objetivo de su vocación fue Jesús.
Su preocupación fue proteger al Niño, sostenerlo y educarlo. Renunció
a ser padre de otros hijos y permaneció célibe y virgen, para dedicarse
en cuerpo y alma al servicio del Hijo de Dios e hijo de María. Esa es su
grandeza y en ello consiste su santidad.
Ustedes también, quienes van a ser ordenados, se han comprometido
a consagrar todo su ser, toda su vitalidad, todas sus energías y capacida-
des, para el servicio de Jesucristo y de su Iglesia, en orden al Reino de
Dios. Y lo han hecho con entusiasmo y con alegría, pues ven en ello un
carisma, un don extraordinario del Señor, que les ha llamado para ser
totalmente suyos. Vivan su celibato con gozo, con santo orgullo, con
fidelidad plena, y verán cuán fecunda es su existencia. Serán verdadera-
mente padres, como San José, aunque no engendren físicamente hijos.
Serán como el grano de trigo, que muere para dar fruto.
Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre, fue el
que dio sentido a la vida de San José. Que Jesucristo sea también, para
ustedes y para todos nosotros, el centro de su vida, el cimiento y la piedra
angular de su existencia, la razón e inspiración de su vocación, la fuerza
que los sostenga, la meta que los atraiga, el camino que los guíe, la luz
que los ilumine, el alimento que los impulse, el sello que los identifique,
el principio y el fin de su ministerio.
Nuestra vida y nuestra vocación no tienen sentido sin Cristo. No esta-
ríamos aquí, ni sería posible esta celebración, si no fuera por Él. En Él vi-
vimos, nos movemos y somos. Hacia Él vamos y su Evangelio es la pauta
de nuestros criterios y actitudes. Por Él trabajamos y con Él sufrimos. Él
es la fuente de nuestro gozo y la garantía de nuestra esperanza. Por Él, con
Él y en Él, luchamos y nos esforzamos porque se establezca el Reino de
Dios, que es verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz.
Es a Cristo a quien predicamos, no nuestras ideas o ideologías. Es
hacia Él a donde debemos atraer las personas, y no hacerlas girar en tor-
no a nosotros mismos. Es por Él por quien servimos a todos, en especial
a los más empobrecidos, pues en ellos debemos ver su rostro. Nuestra

426
HOMILÍAS SACERDOTALES

opción por los pobres tiene su raíz y fuerza en nuestra opción, única y
fundamental, por Cristo. Si no fuera por Él, no estaríamos dispuestos a
complicarnos la vida en la defensa y promoción de los desvalidos.
Que Jesucristo, pues, sea el centro de sus vidas. Así nos lo hemos
propuesto todos, al formular el objetivo general de nuestro Plan Dioce-
sano de Pastoral 1997-2000: Dinamizar, en comunión y participación, la
evangelización integral, centrada en la persona de Jesús, para transfor-
mar nuestra realidad diocesana y hacer presente el Reino de Dios.
Ustedes serán verdaderos agentes de transformación e instrumentos
del Reino de Dios, si efectivamente centran su vida y su ministerio en la
persona de Jesús, a ejemplo de San José y de la Virgen María.
Por tanto, mediten asiduamente la Palabra de Dios. Celebren cada día
la Santa Misa, o participen activamente en ella, aunque sea su día de des-
canso. Organicen su tiempo para que tengan largos momentos de oración
ante el Santísimo Sacramento. Saboreen la Liturgia de las Horas y celé-
brenlas en nombre de Cristo y a favor de todo el Pueblo de Dios. Al dar
un consejo o una opinión, inspírense en los criterios y actitudes de Jesús.
Al estar frente a las personas, ricas o pobres, con poder o sin él, reflejen
al mismo Cristo. Cuando les lleguen las tentaciones, actúen como lo hizo
Jesús. Ante los desalientos, las incomprensiones y la soledad, pongan su
mirada y su corazón en Él. Cuando más les cueste la obediencia, inmó-
lense con Él. Cuando el espíritu esté pronto, pero sientan la debilidad de
la carne, adhiéranse a Jesús y no se suelten de Él. Cuando la ambición de
dominio o de dinero les intente seducir, fortalézcanse en Él. Cuando el
mundo les atraiga, con sus vicios, concupiscencias y criterios, pónganse
en estado de desierto con Él.
Nunca se avergüencen de su fe en Cristo. Por lo contrario, a tiem-
po y a destiempo, que su preocupación central sea anunciar el Reino,
hecho realidad en Cristo. Que no tengan otra obsesión más que lograr
que todos lo conozcan, lo acepten y lo vivan. Que se apasionen por Él,
aunque les digan que están locos; si es por Él, ¡bendita locura! Y que,
inspirados, movidos y sostenidos por Él, se entreguen en cuerpo y alma
al servicio del Reino, desgastándose en las tareas fundamentales de la
Iglesia, que son la pastoral profética, litúrgica y social, en el contexto de
las prioridades que en nuestra diócesis hemos visto como más urgentes
y necesarias.

427
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Y que el Espíritu Santo, quien ahora los va a consagrar para una mi-
sión especial en la Iglesia, les conceda inmolarse con Cristo, Hostia y
Víctima viva, para la gloria del Padre.
Lo pedimos todos, para ellos y para los presentes, diciendo en nuestro
corazón la oración que compusimos para el Jubileo de la Encarnación:

Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, único Salvador del mundo, ayer,
hoy y siempre, nuestra única opción es por Ti.
Gracias, porque hace dos milenios, en el seno de María, por obra y
gracia del Espíritu Santo, asumiste nuestra naturaleza humana y per-
maneces con nosotros en tu Palabra, en tu Iglesia, en los pobres, en los
sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía.
Concédenos tu Espíritu, para que nos convirtamos a tu Reino, sea-
mos más santos por la fe, la esperanza y la caridad, nos amemos como
hermanos, te sirvamos en los marginados y construyamos la unidad, la
justicia y la paz.
Nos comprometemos, para celebrar dignamente el Jubileo de tu En-
carnación, a dinamizar, en comunión y participación, la evangelización
integral, centrada en tu persona, para transformar nuestra realidad dio-
cesana y hacer presente el Reino de Dios.
Ayúdanos a trabajar en las Prioridades que todos asumimos: la for-
mación de agentes de pastoral, la pastoral juvenil y vocacional, la pas-
toral familiar, la promoción humana y la pastoral de alejados.
Te lo pedimos por medio de Santa María de Guadalupe y de San
José, nuestros celestiales intercesores. Amén.

58. CONSAGRADOS POR EL ESPÍRITU

Ordenación de diáconos y presbíteros, en la solemnidad de San José.


Tapachula, Chiapas (19/III/1998)

El Espíritu del Señor nos ha reunido, como una sola familia, para
celebrar la solemnidad de nuestro celestial patrono, San José, y para par-
ticipar en la unción sagrada de tres nuevos presbíteros, José Alfredo,
José Antonio y Salustio, y en la ordenación diaconal de Cirilo y Marcos

428
HOMILÍAS SACERDOTALES

Antonio. Es un día de fiesta, no sólo para sus familiares, amigos y com-


pañeros, sino para toda la Iglesia diocesana. ¡El Señor sea bendito por el
regalo que ellos significan para la comunidad!
Esta celebración acontece en el marco preparatorio para el gran Ju-
bileo de la Encarnación, que conmemoraremos en el año dos mil, y par-
ticularmente en este año dedicado al Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo
quien ungió a Jesús y quien lo envió a evangelizar a los pobres (cf Lc 4,
18-19). Es el mismo Espíritu quien siempre guió a la Iglesia e inspiró a
los Apóstoles a escoger a siete varones, de buena fama, llenos de Espíritu
y de sabiduría, para imponerles las manos y destinarlos, no necesaria-
mente al sacerdocio, sino a dar determinados servicios en la comunidad
(cf Hech 6,1-6; LG 29). Destacaremos por ello, en esta ocasión, la impor-
tancia que tiene el Espíritu Santo en la vida de San José, en la ordenación
y en la vida de los consagrados.
Celebramos hoy el misterio pascual realizado en San José, quien re-
cibió el encargo de cuidar la obra del Espíritu Santo realizada en María,
es decir, la Encarnación del Hijo Eterno del Padre, como dice el Evange-
lio de hoy: “No dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque
ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le
pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus peca-
dos”. Y San José cumplió con toda fidelidad la encomienda de proteger,
acompañar, guiar y sostener al mismo Hijo de Dios. Respetó y cuidó la
obra del Espíritu Santo, que no era de José, pero que la asumió como
propia. En el silencio y en la fe, obedeció siempre.
La obra del Espíritu Santo, que es Jesucristo, se continúa por los
siglos en la Iglesia de Cristo, gracias a la acción del mismo Espíritu San-
to. Es él quien distribuye sus dones y carismas, quien nos hace llegar el
llamado vocacional, para un servicio particular en la Iglesia (cf 1 Cor
12,4-31). En cuanto a su acción en quienes fuimos llamados a presidir
la Iglesia como pastores, dice el libro de los Hechos de los Apóstoles:
“Hallándose Pablo en Mileto, mandó llamar a los presbíteros de la co-
munidad cristiana de Efeso. Cuando se presentaron, les dijo: Miren por
ustedes mismos y por el rebaño, del que los constituyó pastores el Espí-
ritu Santo, para apacentar a la Iglesia que Dios adquirió con la sangre
de su Hijo” (Hech 20,17-18.28).

429
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Por eso, en el rito de la ordenación de los presbíteros, les pregunta-


ré: “¿Quieren desempeñar para siempre el ministerio sacerdotal en el
grado de presbíteros, como fieles colaboradores del orden episcopal,
apacentando el rebaño del Señor, bajo la guía del Espíritu Santo?”.
Y en la oración que concluye las letanías, pedimos: “Derrama sobre
estos siervos tuyos tu Espíritu Santo y la gracia sacerdotal; concede la
abundancia de tus bienes a quienes consagramos en tu presencia”.
Y en el momento más trascendente del rito, después de la imposición
de las manos, en la Plegaria de Ordenación, suplicamos: “Señor, Padre
Santo..., para formar el pueblo sacerdotal, tú dispones con la fuerza del
Espíritu Santo, en órdenes diversos, a los ministros de tu Hijo Jesucris-
to... El, movido por el Espíritu Santo, se ofreció a ti como sacrificio sin
mancha, y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad, los hizo
partícipes de su misión; a ellos, a su vez, les diste colaboradores para
anunciar y realizar por el mundo entero la obra de la salvación... TE
PEDIMOS, PADRE TODOPODEROSO: RENUEVA EN SUS CORA-
ZONES EL ESPIRITU DE SANTIDAD... Sean honrados colaboradores
del orden de los obispos, para que por su predicación, y con la gracia
del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de
los hombres”.
Y en la unción de las manos, decimos: “Jesucristo el Señor, a quien
el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar
al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”.
En la ordenación de los diáconos, en el diálogo inicial, se les pregun-
ta: “¿Quieren consagrarse al servicio de la Iglesia por la imposición de
mis manos y la gracia del Espíritu Santo?”.
En la parte central del rito, en la Plegaria de Ordenación, decimos:
“A tu Iglesia..., articulada con miembros distintos y unificada en ad-
mirable estructura por la acción del Espíritu Santo, la haces crecer
y dilatarse... En los comienzos de la Iglesia, los apóstoles de tu Hijo,
movidos por el Espíritu Santo, eligieron, como auxiliares suyos en el
ministerio cotidiano a siete varones acreditados ante el pueblo a quie-
nes, orando e imponiéndoles las manos, les confiaron el cuidado de los
pobres, a fin de poder ellos entregarse con mayor empeño a la oración
y a la predicación de la palabra... ENVIA SOBRE ELLOS, SEÑOR, EL
ESPIRITU SANTO, PARA QUE FORTALECIDOS CON TU GRACIA

430
HOMILÍAS SACERDOTALES

DE LOS SIETE DONES, DESEMPEÑEN CON FIDELIDAD EL MI-


NISTERIO".
¿Qué nos quiere decir la Iglesia, al destacar con tanta insistencia la
acción del Espíritu Santo en los ritos de la ordenación?
1. Que nunca olvidemos que nuestra vocación, antes que ser una
iniciativa personal, es un don, una gracia, un carisma, que llega a no-
sotros por la acción del Espíritu Santo. Es él quien suscita personas en
la Iglesia que nos hacen llegar el llamado de parte de Dios Padre y del
Señor Jesús. Es él quien inspira a la Iglesia, para formar los pastores del
pueblo de Dios, según las exigencias cambiantes de los tiempos. Es él
quien nos consagra para el servicio del Evangelio, de la comunidad, y en
particular de los pobres.
2. Se nos hace comprender que, como a San José, se nos confía
la obra de la salvación, que no es fruto exclusivo nuestro, sino obra del
Espíritu Santo. Por tanto, hemos de ser como San José: padres espiritua-
les, para que Jesucristo se encarne, crezca y madure en los hijos de Dios,
que no son nuestros hijos carnales, pero que sí en gran parte dependen
de nuestros cuidados pastorales. No somos dueños de la Iglesia y de las
comunidades, sino servidores fieles de la obra de Dios. Por gracia del
Espíritu Santo, participamos en la paternidad de Dios y por eso somos
verdaderos padres, pero la obra es de Dios Padre, en Cristo, por el Espí-
ritu Santo. Por eso, no podemos hacer la pastoral, los sacramentos y las
parroquias o las diócesis como nosotros queramos, sino respetar, cuidar
y proteger la obra del Espíritu Santo.
Al respecto, siguen siendo muy actuales entre nosotros las recomen-
daciones de San Pablo a los presbíteros de Efeso: “Yo sé que después de
mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces, que no tendrán
piedad del rebaño y sé que, de entre ustedes mismos, surgirán hombres
que predicarán doctrinas perversas y arrastrarán a los fieles detrás de
sí. Por eso, estén alerta... Ahora los encomiendo a Dios y a su palabra
salvadora, la cual tiene fuerza para que todos los consagrados a Dios
crezcan en el espíritu” (Hech 20,29-32).
3. La liturgia nos hace caer en la cuenta de que el Espíritu Santo
nos consagra para la obra de Jesucristo, que es su Iglesia, y para des-
empeñar un servicio muy concreto, que no es el de los laicos, sino de
pastores al frente de la comunidad, para que no falte la predicación de la

431
SER SACERDOTE VALE LA PENA

palabra, la Eucaristía, el servicio de la caridad a los pequeños. Por tanto,


el Espíritu nos segrega, nos aparta, no para ser una casta privilegiada,
sino para consagrarnos, como San José, a cuidar, proteger, alimentar,
acompañar, defender, guiar y hacer crecer la obra de Dios en cada bau-
tizado y en toda la comunidad eclesial. Por tanto, respetemos lo que el
Espíritu confía a los seglares, y no caigamos en la tentación de liderazgos
sociales o políticos. Lo que el Espíritu y la Iglesia quieren de nosotros es
que seamos ministros del Señor y servidores integrales de la comunidad,
para que ésta crezca en el espíritu de Dios, no lobos rapaces, que arras-
tran a los fieles por otros caminos contrarios al Evangelio.
4. Como consecuencia de todo esto, tengamos conciencia clara
de que necesitamos acudir insistentemente al Espíritu Santo, para poder
permanecer fieles a nuestra vocación. Por ello, no descuiden su oración
personal diaria y prolongada. Soliciten siempre al Espíritu que les inspire
la palabra oportuna y la decisión más sabia, en las circunstancias tan dis-
tintas de cada día, al tener que asumir la responsabilidad de estar al frente
de la comunidad. Pídanle que les inspire las acciones que Él sabe, mejor
que nosotros, que son necesarias y convenientes para que crezca la obra
de Dios. Es obra de Dios, no nuestra; pero nos invita, como a San José, a
cuidarla y servirla.
5. En la situación concreta de Chiapas, el Espíritu del Señor nos
envía a evangelizar a los pobres. Por tanto, no se encierren en los lími-
tes de su parroquia, ni permanezcan al margen de los acontecimientos.
Esfuércense por colaborar en el proceso de la paz y de la reconciliación,
construyendo cimientos sólidos de justicia y de amor fraterno; lo uno y
lo otro; no sólo la justicia, sino también la fraternidad. En este sentido,
hemos de buscar caminos para que nuestro pueblo pobre tenga el pan de
cada día y una vida digna de seres humanos y de hijos de Dios, no por
senderos de violencia y de guerra, sino de trabajo común organizado, de
solidaridad fraterna, de opciones legales y pacíficas. Eduquémonos para
el respeto amoroso de los indígenas que, aunque en porcentaje mucho
menor al que hay en otras regiones de nuestro Estado, viven y sufren en-
tre nosotros la marginación y la miseria. El Señor nos los encomienda en
forma especial. De lo que hagamos por ellos, dependerá no sólo nuestra
identidad como seguidores de Jesucristo, sino hasta nuestra salvación
eterna. Y cuando no sepamos qué hacer ante la realidad de Chiapas, ore-

432
HOMILÍAS SACERDOTALES

mos con insistencia al Espíritu Santo, para que El nos conceda el don de
la sabiduría y de la fortaleza, de la audacia y de la prudencia que salvan.

59. ENVIADOS POR EL PADRE

Ordenación de diáconos y presbíteros, en la solemnidad de San José.


Tapachula, Chiapas (19/III/1999)

“Celebremos con alegría la fiesta de San José, el siervo prudente y


fiel, a quien el Señor puso al frente de su familia”, dice la Antífona de
Entrada de este día. “En verdad es justo y necesario —cantaremos en
el Prefacio—, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en
todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Y alabar,
bendecir y proclamar tu gloria en la solemnidad de San José, el hombre
justo que diste por esposo a la Virgen Madre de Dios, el fiel y prudente
servidor a quien constituiste jefe de tu familia para que, haciendo las
veces de padre, cuidara a tu Hijo unigénito”.
Conscientes del lugar tan importante que tiene San José en la historia
de la salvación y de que es el patrono de esta Catedral, del Seminario y de
toda nuestra Diócesis, nos esforzamos por tener una celebración diocesa-
na digna, y la mejor forma de resaltarla es con la ordenación de diáconos
y presbíteros. Hoy nos alegramos con Cirilo Villarreal y Marco Antonio
Vázquez, que serán ungidos para ser sacramentos de Cristo, Cabeza y
Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia, así como con Amado Godínez, Ju-
lio César de los Santos y René Figueroa, que participarán del Sacramento
del Orden, como diáconos, para el servicio de la Iglesia.
Esta celebración acontece en el año dedicado a Dios Padre, dentro del
triduo de años preparatorios al Gran Jubileo de la Encarnación del Señor.
San José es considerado padre de Jesús. A los sacerdotes nuestro pueblo
les da el calificativo de “padres”. Todo esto contiene verdades que dan
contenido profundo a nuestra celebración.

433
SER SACERDOTE VALE LA PENA

1. El año del Padre

Nos dice el Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Tertio Millen-
nio Adveniente: “El 1999, tercer y último año preparatorio, tendrá la
función de ampliar los horizontes del creyente según la visión misma de
Cristo: la visión del Padre celestial (cf Mt 5,45), por quien fue enviado y
a quien retornará (cf Jn 16,28).
‘Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdade-
ro, y al que tú has enviado, Jesucristo’ (Jn 17,3). Toda la vida cristiana
es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se
descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y
en particular por el ‘hijo pródigo’(cf Lc 15,11-32). Esta peregrinación
afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad
creyente para alcanzar la humanidad entera.
El Jubileo, centrado en la figura de Cristo, llega de este modo a ser un
gran acto de alabanza al Padre: ‘Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espiri-
tuales, en los cielos, en Cristo’” (Ef 1,3)(No. 49).
En efecto, Dios es nuestro Padre. Esta es la gran noticia que Jesús nos
trajo. Esta es la nueva realidad que, con su muerte y resurrección, nos ha
compartido. En Cristo, por la acción del Espíritu, somos hechos hijos
de Dios Padre. Ya no somos, pues, esclavos, ni extraños o advenedizos,
sino verdaderos y auténticos hijos en el Hijo. No somos un accidente de
la historia, ni una pluma en el aire, sino que somos expresión del amor de
un Dios que es Padre y que tiene entrañas maternas.
San José hizo las veces de padre con Jesús y, desde el cielo, no deja
de seguir ejerciendo su misión. Necesitamos su ayuda, para que Jesús se
siga formando en nosotros, particularmente en los que van a ser ordena-
dos, es decir, transformados en imagen de Cristo, Cabeza de la Iglesia.
Que con la colaboración de la Virgen María, San José nos enseñe a ca-
minar y a enfrentarnos a lo difícil de la vida, para que seamos fieles a
nuestra vocación. Que nos ayude a no pretender seguir nuestros planes y
proyectos, sino poner nuestra vida en las manos del Padre celestial, para
estar siempre dispuestos a hacer su voluntad, como lo hicieron Jesús,
María y José. La obediencia los hizo disponibles para realizar la obra de
Dios Padre.

434
HOMILÍAS SACERDOTALES

La obediencia que prometen los diáconos y presbíteros los hace li-


bres, para hacer lo que Dios quiera. Por tanto, no es una esclavitud, sino
una total disponibilidad para que el Señor guíe a su Iglesia y salve al
mundo, por su libre colaboración. En este sentido, enseñen también a los
fieles a hacer la voluntad del Padre. Para ello, empiecen ustedes por no
dejarse llevar por los instintos y las pasiones desordenadas, sino sujéten-
se en todo a la voluntad del Padre, expresada en la Santa Biblia, en los
acontecimientos y en las disposiciones de sus superiores.
Esfuércense, además, por ser una encarnación del amor misericor-
dioso del Padre. Sean verdaderos padres en Cristo, para llevar a todos
hasta el Padre celestial, sin olvidar que Él es la fuente de toda paterni-
dad; nosotros somos sólo una extensión de su amor paternal. Por ello,
sean amables, pacientes, bondadosos, comprensivos. Tengan en cuenta
que una de las quejas más frecuentes de los fieles contra sus padres en
la fe es que los tratan mal y no son amables, para atender sus deseos y
necesidades. Recuerden que no somos padrastros malhumorados, como
tampoco abuelos consentidores, pues hay que corregir a los hijos de Dios
en aquello que se desvíen de los caminos del Señor, como un buen padre
que no consiente todo a sus hijos, porque los perjudicaría.
Sean, a ejemplo de Dios Padre, unos padres espirituales en quienes
los fieles pueden confiar. Sepan dar orientación segura a la comunidad
y consuelo a quien está triste y solo. Preocúpense por los alejados y des-
carriados, sin contentarse con quienes acuden frecuentemente al templo.
Sean padres con entrañas maternas, como Dios, para los niños, los po-
bres, los migrantes, los presos y para cuantos sufren. Que no sean de los
que tienen el corazón frío e insensible, duro y reseco, a quien los fieles
rehuyen y temen, sino que despierten confianza y seguridad.

2. El sacramento de la Penitencia
Jesucristo nos ha revelado que Dios es un Padre que nos comprende
y sabe que somos pecadores. Él nos espera con los brazos abiertos, para
darnos su perdón, si nos arrepentimos y reconocemos nuestros errores.
Por eso, en este año debe resaltarse el gran tesoro que es el sacramento
de la Reconciliación, del que los nuevos presbíteros serán ministros au-
torizados.

435
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Al respecto, dice el Papa en su carta preparatoria al Tercer Milenio:


“El camino hacia el Padre deberá llevar a todos a emprender, en la
adhesión a Cristo Redentor del hombre, un camino de auténtica conver-
sión, que comprende tanto un aspecto negativo de liberación del pecado,
como un aspecto positivo de elección del bien, manifestado por los va-
lores éticos contenidos en la ley natural, confirmada y profundizada por
el Evangelio. Es éste el contexto adecuado para el redescubrimiento y
la intensa celebración del sacramento de la Penitencia en su significado
más profundo. El anuncio de la conversión como exigencia imprescin-
dible del amor cristiano es particularmente importante en la sociedad
actual, donde con frecuencia parecen desvanecerse los fundamentos
mismos de la visión ética de la existencia humana” (TMA, 50).
Todos los cristianos han de valorar este gran sacramento de la Con-
fesión. Nosotros, los pastores, hemos de dar ejemplo a nuestros fieles,
confesándonos con frecuencia, pues somos tan o más pecadores que
cualquiera. Dice el Papa: “La vida espiritual y pastoral del sacerdote
depende, para su calidad y fervor, de la asidua y consciente práctica
personal del Sacramento de la Penitencia. La celebración de la Eucaris-
tía y el ministerio de los otros Sacramentos, el celo pastoral, la relación
con los fieles, la comunión con los hermanos, la colaboración con el
Obispo, la vida de oración, en una palabra toda la existencia sacerdotal
sufre un inevitable decaimiento, si le falta, por negligencia o cualquier
otro motivo, el recurso periódico e inspirado en una auténtica fe y devo-
ción al Sacramento de la Penitencia. El sacerdote que no se confesase
o se confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían
muy pronto y se daría cuenta también la comunidad de la que es pastor”
(PDV 26).
Por eso, los nuevos sacerdotes den la importancia que merece la
celebración de este sacramento. No esperen a que los fieles les anden
suplicando atenderlos en confesión, sino que establezcan horarios fijos
para este delicado ministerio, sea diariamente, sea en días determinados.
Multipliquen las exhortaciones a los fieles, para que tengan delicadeza de
conciencia y se confiesen frecuentemente.
Al ejercer este servicio, sean padres, maestros, médicos y, sobre
todo, hermanos que reconocen ser también pecadores. Por tanto, no den
la impresión de que la confesión es para regañar a los fieles, sino para

436
HOMILÍAS SACERDOTALES

perdonar, sanar, alentar, consolar, sin olvidar corregir, pero con amor,
comprensión y paciencia, como hace el padre del hijo pródigo.
Tengan presente que, al orientar a los fieles sobre la moralidad de sus
actos, ustedes son ministros del Evangelio y de la Iglesia; por ello, sus
consejos sobre temas delicados han de reflejar fielmente la doctrina de la
Iglesia, sobre todo en asuntos de moral sexual. No sean ni más rigoristas
que las leyes de la Iglesia, ni tan tolerantes que den la impresión de que
todo se puede hacer. Para esto, deben actualizarse constantemente, para
saber responder a los nuevos planteamientos de los tiempos modernos.
Gocen con la dicha de ser instrumentos del perdón de Dios Padre. Por
sus manos y por sus palabras, pasa la vida de Dios, se aplica la sangre
salvadora de Cristo, el pecador resucita y se levanta transfigurado, se
reconstruye la persona, se renueva la familia y se salva el mundo. Ojalá
hagan de este ministerio su servicio preferido.

3. Hombres de la caridad
No sería, sin embargo, completa su identificación con Cristo si no
desgastan su vida como Él, que “pasó haciendo el bien” (Hech 10,38).
Al respecto, dice el Papa en su carta preparatoria al Tercer Milenio:
“Será oportuno, especialmente en este año, resaltar la virtud teo-
logal de la caridad, recordando la sintética y plena afirmación de la
primera Carta de Juan: ‘Dios es amor’ (4,8.16). La caridad, en su doble
faceta de amor a Dios y a los hermanos, es la síntesis de la vida moral
del creyente. Ella tiene en Dios su fuente y su meta” (TMA, 50).
“En este sentido, recordando que Jesús vino a ‘evangelizar a los
pobres’ (Mt 11,5; Lc 7,22) ¿cómo no subrayar más decididamente la
opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados?. Se
debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un
mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables
desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la
preparación y celebración del Jubileo. Así, en el espíritu del Libro del
Levítico, los cristianos deben hacerse voz de todos los pobres del mundo,
proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras
cosas en una notable reducción, si no una total condonación, de la deuda
internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones. El Jubileo

437
SER SACERDOTE VALE LA PENA

podrá además ofrecer la oportunidad de meditar sobre otros desafíos del


momento como, por ejemplo, la dificultad de diálogo entre culturas diver-
sas y las problemáticas relacionadas con el respeto de los derechos de la
mujer y con la promoción de la familia y del matrimonio” (TMA, 51).
De acuerdo a esta exigencia fundamental del cristianismo, que es el
amor al prójimo, todos los bautizados hemos de esforzarnos siempre, y
sobre todo en este año de la caridad, por abrir el corazón y ampliar nues-
tros horizontes de fraternidad hacia todo el que sufre. Entre nosotros,
hay que desarrollar la imaginación, para encontrar formas más audaces
de atención pastoral, que incluyen “la asistencia, promoción, liberación
y aceptación fraterna” (EAm, 58), para los damnificados por las inun-
daciones de septiembre pasado, los migrantes, los enfermos, los presos,
los niños de la calle, los drogadictos, los alcohólicos, los afectados por el
sida y todos aquellos que padezcan hambre y soledad.
Ustedes, que van a ser ordenados diáconos y presbíteros, pidan al
Espíritu Santo que transforme sus corazones, para que sean una imagen
fiel del amor misericordioso del Padre. Que no lleguen a una parroquia
exigiendo satisfactores, derechos y comodidades, sino preguntando qué
necesidades requiere su juventud generosa y sacrificada. Que no piensen
primero en su propia conveniencia, sino en lo que los otros necesitan.
Que sostengan, con la fuerza diaria de la Eucaristía, su ilusión de gastar
y desgastar su persona en el servicio a los demás. Sólo así la vida vale
la pena.
Al igual que Jesús, quien es el sacramento o encarnación visible del
amor del Padre, tengan particular sensibilidad hacia los pobres. Escú-
chenlos con el corazón. Procuren comprender sus dolores. Intuyan sus
necesidades (cf PDV 72). Y si nuestros recursos materiales y nuestras
escasas posibilidades económicas no nos permiten hacer más por ellos,
que no se vayan con las manos vacías y con el corazón encogido. Que
seamos padres de los pobres, en quienes ellos encuentren consuelo y re-
fugio. Esta es la razón de su consagración, de su obediencia, de su celi-
bato y de su pobreza.
Distínganse no por la superficialidad en sus conversaciones, ni por un
lenguaje vulgar, ni por frases atrevidas, sino por su amor fiel al Señor y
por su entrega generosa hacia los demás, con preferencia a los margina-
dos. Estos son los sacerdotes que necesitamos.

438
HOMILÍAS SACERDOTALES

Conclusión

Que “María Santísima, hija predilecta del Padre, ejemplo perfecto


de amor a Dios y al prójimo” (TMA 54), junto con San José, intercedan
por nosotros ante el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para que cada uno
vivamos nuestra identidad cristiana y pastoral, con “nuevo ardor, nuevos
métodos y nuevas expresiones”. Que esta Eucaristía sea fuente y culmen
de nuestra consagración bautismal y sacerdotal. Así sea.

60. COLABORADORES DE JESUCRISTO

Ordenación de diáconos y presbíteros, en el Jubileo de la Encarnación.


Tapachula, Chiapas (25/III/2000)

En comunión con toda la Iglesia, y en particular con el Papa Juan


Pablo II que hoy estuvo en Nazaret, celebramos litúrgicamente los dos
mil años de la Encarnación del Verbo eterno del Padre, por obra y gracia
del Espíritu Santo, en el seno purísimo de la Virgen María. Y hemos
querido resaltar esta conmemoración ordenando a dos nuevos sacerdotes
(Julio César de los Santos Gómez y René Figueroa Díaz) y a cinco diáco-
nos (Benigno Durán Toledo, Carlos de los Santos Gómez, José Antonio
Zuart Escobar, Marco Antonio Villanueva Santiago y Nicolás Nepomu-
ceno López).
Dentro de nueve meses celebraremos el nacimiento del Salvador, la
Navidad. Hoy celebramos su Encarnación. Es el gran misterio del amor
del Padre, manifestado en Jesús, el llamado Hijo del Altísimo, el San-
to Hijo de Dios, el Emmanuel, Dios con nosotros. Él es el centro de la
historia, el motivo de nuestra fe, la razón de nuestra esperanza, el fun-
damento de nuestra vocación. Si no fuera por Él, no estaríamos aquí; no
tendríamos diáconos, presbíteros y obispos. Sin Él, no se explica la vida
cristiana, ni el apostolado de los laicos; menos la vida consagrada.
Ante esta manifestación de amor del Padre, no nos queda otra actitud
que alabarlo y darle gracias, como diremos en el Prefacio: “En verdad
es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siem-
pre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,

439
SER SACERDOTE VALE LA PENA

por Cristo Señor nuestro”. Gracias, Padre, por habernos dado a Jesús,
tu Hijo único. Gracias, por no abandonarnos a nuestra suerte. Gracias,
porque en Él y por Él nos concedes todas tus gracias. ¡Bendito seas por
siempre!

1. Colaboración de María
Para llevar a cabo la obra de la salvación de la humanidad, Dios Pa-
dre pidió la colaboración de una mujer, la Virgen María. Fue preparada
por Dios mismo, quien la llenó de gracia, la protegió con el poder del
Altísimo, la fecundó por el Espíritu Santo, la hizo virgen y madre, cum-
pliendo así la profecía de Isaías.
La respuesta de María fue de una generosidad y disponibilidad tan
grande, que en esta expresión resume todo su ser: “Yo soy la esclava del
Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho” (Lc 1,38). En sus labios y en
su corazón resuena con toda verdad lo que cantamos en el salmo respon-
sorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo 39).
Es la disponibilidad que manifiestan estos siete jóvenes, al ofrecer
sus vidas para colaborar con la obra de Dios, “para dar a conocer el res-
plandor de la gloria de Dios, que se manifiesta en el rostro de Cristo”,
como dice San Pablo (2 Cor 4,6).
Dios podría llevar a cabo su obra sin nosotros; sin embargo, nos con-
cede la gracia de ser sus colaboradores, a ejemplo de María. Pedimos al
Espíritu Santo que les conceda sus dones, para que no desfallezcan, pues
“llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2 Cor 4,7).

2. Ser una prolongación de la Encarnación


Jesucristo es la manifestación visible, encarnada, de Dios mismo.
Quien se acerca a Jesús, se encuentra con Dios. En su humanidad, se
hace presente la divinidad.
Jóvenes ordenandos: ésta es su vocación: ser una epifanía, una trans-
parencia, una imagen viva de Jesús, Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo
de la Iglesia, como dice la Exhortación Pastores dabo vobis. Jesús los
necesita, para que su obra redentora llegue a toda la humanidad. Necesita
su corazón, para seguir amando, con pureza y sinceridad, sobre todo a los

440
HOMILÍAS SACERDOTALES

pobres, a los pecadores y a cuantos sufren. Necesita su voz para seguir


predicando su palabra. Necesita sus manos para seguir haciendo el bien.
Necesita su persona, íntegra y sin divisiones, para hacer llegar el amor
del Padre a los hijos dispersos y alejados. Los necesita para bautizar,
perdonar, alimentar con la Eucaristía, sanar a los enfermos, consolidar
los matrimonios, bendecir y estar cerca de su pueblo. Los necesita para
seguir orando al Padre, en nombre de su Iglesia y de toda la humanidad.
Sean, en sus palabras, en sus expresiones, en sus amistades, en su mi-
nisterio, un reflejo fiel de Jesús. Que quien se acerca a ustedes, encuen-
tre algún rasgo de Él. Traten a las personas no como dominadores, con
aspereza, prepotencia y groserías, sino con bondad y comprensión, con
paciencia y atención. Como Jesús, sientan compasión de las multitudes
hambrientas. No sean de corazón duro e insensible, sino que hagan suyos
los sufrimientos de nuestro pueblo. No imiten a los levitas y sacerdotes
del Antiguo Testamento, que sólo se preocupaban por las ceremonias y
las oraciones en el Templo, sino que háganse buenos samaritanos, para
hacer cuanto más sea posible por quienes están tirados al borde del cami-
no, explotados y excluidos.
Tengan muy en cuenta lo que hoy dice San Pablo: “No nos predica-
mos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor, y nos presentamos
como servidores de ustedes, por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo:
‘Brille la luz en medio de las tinieblas’, es el que ha hecho brillar su luz
en nuestros corazones, para dar a conocer el resplandor de la gloria de
Dios, que se manifiesta en el rostro de Cristo” (2 Cor 4,5-6). Por tanto,
no quieran convertirse en el centro de su ministerio. Somos sólo servi-
dores de Cristo y de la comunidad. Lo que importa es que Él crezca, y
que nuestra vida se desgaste dándolo a conocer a Él. Nosotros no somos
los salvadores y redentores. El único que salva es Jesús. Nuestra misión
es como la del Bautista: que todos lo conozcan y lo sigan a Él. ¡Cristo,
único camino!
Por ello, una de sus responsabilidades más importantes es predicar
el mensaje de Dios, centrado en Cristo, como dice San Pablo: “Puesto
que, por la misericordia de Dios, estamos encargados del ministerio de
la predicación, no sólo no desfallecemos, sino que renunciamos a ac-
tuar en forma oculta y vergonzosa, a proceder con astucia o a falsear
el mensaje de Dios. Solamente predicamos la verdad, y en esto consiste

441
SER SACERDOTE VALE LA PENA

nuestra recomendación ante el juicio que hagan de nosotros en la pre-


sencia del Dios de todos los hombres” (2 Cor 4, 1-2). Por tanto, no se
avergüencen de predicar el Evangelio. Necesitamos testigos intrépidos y
creativos, que con nuevos métodos y nuevas expresiones hagan llegar la
Palabra de Dios a tantas personas que tienen hambre y sed de Él. Sean
misioneros incansables y aprendan a usar los medios masivos de comu-
nicación para difundir la Buena Nueva. No se contenten con la gente que
llega al templo; sean como el buen Pastor, que sale a buscar a las ovejas
descarriadas.
Recuerden también lo que hoy les dice San Pablo: “Llevamos este
tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordi-
naria proviene de Dios y no de nosotros mismos” (2 Cor 4, 7). Por ello,
no dejen su oración. Hoy se han comprometido a hacerla constantemen-
te, en nombre propio y de la Iglesia. Sean hombres de oración, para que
sean hombres de Dios y servidores auténticos del pueblo, sin demagogias
y politiquerías. No confíen en sus propias fuerzas, pues todos reconoce-
mos nuestras limitaciones y fragilidades. Como dice el Señor, “el espí-
ritu está pronto, pero la carne es débil” ( Mt 26,41). No tengan miedo,
que por hacer mucha oración se vayan a alejar del pueblo, o vayan a caer
en un espiritualismo alienante. El ejemplo de los grandes santos nos dice
que, mientras más cerca estamos del Señor, tendremos un corazón más
semejante al suyo, lleno de compasión sincera hacia el que sufre.

3. Castos y obedientes, como María


La mujer que Dios Padre escogió como madre para su Hijo, fue vir-
gen y obediente. En ella se cumplió lo anunciado por Isaías (7,10-14).
Ella misma lo dice cuando pregunta al ángel: “¿Cómo podrá ser ésto,
puesto que yo permanezco virgen?” (Lc 1, 34). Su virginidad es una
consagración de todo su ser a la misión que Dios Padre, por la acción del
Espíritu Santo, le tenía reservada. Y esta misma donación la hace estar
disponible para hacer en todo la voluntad de Dios, con una obediencia
total.
El celibato y la obediencia de los diáconos y presbíteros son un signo
de su consagración total al Señor y a su Iglesia. No son una imposición
arbitraria; mucho menos algo inhumano. Por la fe, descubrimos al Señor

442
HOMILÍAS SACERDOTALES

como el mayor tesoro, por el cual renunciamos libre y gustosamente a


otros valores. No despreciamos el matrimonio. No somos menos hom-
bres por mantenernos castos y célibes. Seguimos el ejemplo de Jesús,
quien libremente decidió no casarse, para consagrarse totalmente a su
Padre y a su esposa la Iglesia, a la que ama con un amor de esposo fiel y
generoso, hasta dar la vida por ella (cf Ef 5, 25-32).
Amen y valoren su celibato. Eviten todo aquello que lo ponga en
peligro. No confíen en sí mismos, porque mientras más presumimos, más
bajo podemos caer. Y que el pueblo fiel, sus hermanos sacerdotes, sus
familiares y amistades les ayuden a mantenerse firmes en su decisión.
Que ninguna amistad sea ocasión de pecado y de infidelidad. Si alguna
lo fuere, más le valdría que le pusieran al cuello una enorme piedra y le
arrojaran al mar, para que no haga daño a un sacerdote que quiere man-
tenerse célibe (cfr Mc 9,42-50).
Y en cuanto a la obediencia, que es la virtud más difícil, pidan al
Espíritu Santo que seamos capaces de seguir el ejemplo de María y de
Jesús, siempre dispuestos a hacer la voluntad del Padre, descubierta en
los acontecimientos de cada día y en las disposiciones de los legítimos
superiores.
Van a prometer obediencia y respeto a mí, como su Obispo actual,
y a mis sucesores. La obediencia no nos deshumaniza, ni es contraria
a nuestra libertad. Asumida en la fe, nos hace descubrir que Dios guía
nuestra vida por caminos muchas veces misteriosos, pero que Él nunca
nos deja. Libremente renunciamos a hacer nuestro gusto y a dejarnos
llevar por nuestras preferencias, para poner nuestro destino en las ma-
nos del Señor. Estamos seguros de que Él no nos falla ni nos abandona,
aunque a veces las determinaciones de nuestros superiores nos traigan la
cruz y el sufrimiento.
Estén siempre disponibles para obedecer. No busquen lugares bue-
nos, parroquias y cargos menos arduos. Díganle al Señor: Mi vida está
en tus manos. Haz de mí lo que quieras. Que se haga en todo tu santa
voluntad. Mi vida te pertenece. Guíame por tus caminos y que en todo se
haga lo que tú quieras. Haz que me parezca, por la fuerza de tu Espíritu,
a Jesús tu Hijo, quien ante la cruz sólo supo decirte: “Padre, si es posible,
pase de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino tu voluntad”
(Lc 22,42).

443
SER SACERDOTE VALE LA PENA

En efecto, la obediencia es lo más costoso. ¡Cuántas veces estamos


muy contentos en un lugar, y se nos pide un cambio! Significa arrancarse
de personas muy queridas, de familiares cercanos, de amistades sinceras
y de colaboradores capaces. Sin embargo, es el Señor quien guía nuestra
historia y estamos en sus manos. ¡Que se haga su voluntad!

Conclusión
Celebramos este misterio de la Encarnación del Verbo del Padre en
esta Eucaristía. En ella, se hace presente todo el misterio de Jesucristo,
también su inmolación, para la vida del mundo. También nosotros, que
tenemos como centro de nuestro ministerio la celebración de la Santísi-
ma Eucaristía, hagámonos una ofrenda agradable al Señor, una víctima
viva para su alabanza, una donación constante para que este mundo se
salve.

Que la Virgen María y San José, que colaboraron tan de cerca en la


obra de la salvación, nos acompañen siempre con su intercesión, para
que seamos fieles a nuestra vocación. Así sea.

61. AMIGOS Y TESTIGOS DE JESÚS

Ordenación de presbíteros de la diócesis de Tapachula, Chiapas


(27/XII/2000)

Dentro del ambiente festivo del Gran Jubileo por la Encarnación de


nuestro Señor Jesucristo, que está llegando a su término, nos reunimos
hoy para celebrar la ordenación presbiteral de nuestros hermanos Amado
Godínez Trujillo, Benigno Durán Toledo, Carlos de los Santos Gómez,
José Antonio Zuart Escobar, Marco Antonio Villanueva Santiago y Ni-
colás Nepomuceno López.
Agradezco la invitación que me hicieron para presidir este gran mo-
mento, para mí tan significativo, porque no sólo me permite reecontrar-
me con esta Iglesia de Tapachula tan cercana a mi corazón, sino porque
somos testigos del gran acontecimiento que significa tener seis nuevos

444
HOMILÍAS SACERDOTALES

sacerdotes al servicio del Evangelio y de la comunidad. Sueño que no pa-


sen muchos años para que podamos hacer algo semejante en la diócesis
de San Cristóbal de las Casas. Les encomiendo ésta y otras intenciones
a su oración.
Hoy celebramos la fiesta de San Juan, apóstol y evangelista, el amigo
más cercano a Jesús, el testigo convencido del gran misterio que significa
el Verbo encarnado. Que él interceda por nosotros, para que también vi-
vamos con fe y transmitamos a otros el gran misterio del amor del Padre,
manifestado en Jesús de Nazaret.

1. Ser testigos del misterio


Dice San Juan: “Les anunciamos lo que ya existía desde el principio,
lo que hemos oído y hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos
contemplado y hemos tocado con nuestras propias manos. Nos referimos
a aquel que es la Palabra de la vida. Esta vida se ha hecho visible y no-
sotros la hemos visto y somos testigos de ella. Les anunciamos esta vida,
que es eterna, y estaba con el Padre y se nos ha manifestado a nosotros.
Les anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído” (1 Jn 1-3).
Su testimonio más elocuente es que Cristo ha resucitado, como lo
pudo comprobar cuando llegó corriendo con Pedro al sepulcro, “y vio y
creyó”, como dice el Evangelio que fue proclamado (cf Jn 20,2-8). Esta
certeza lo sostuvo siempre, a pesar de las persecuciones, hasta dar la vida
por su amigo, el Señor.
Esto es lo que nuestro mundo necesita: testigos, más que maestros;
y si se les valora como maestros, es en cuanto son testigos, como decía
Pablo VI y lo repite Juan Pablo II (cf EN 41). Es decir, de ustedes se espe-
ra que con su palabra y con sus vidas sean testigos de que Dios existe, de
que tenemos un Salvador en Jesucristo, de que hay otra vida después de la
presente, de que hay un camino cierto y seguro, que es Cristo.
De ustedes, nuevos presbíteros, no se espera que sean sólo unos pro-
motores sociales, sino una manifestación visible del amor encarnado de
Jesucristo en la comunidad. No se desea que se comporten como líderes
sociales o políticos, sino como una prolongación viva del buen pastor.
Nunca han de ser opresores de los fieles encomendados a su cuidado,
sino pastores, padres y maestros, que son servidores y esposos, que des-

445
SER SACERDOTE VALE LA PENA

gastan sus energías haciendo siempre el bien a todos, en especial a los


pobres, a los marginados, a los presos, migrantes, enfermos y excluidos.
A éstos, hay que darles el pan de cada día, promover su salud y hacer
valer su dignidad humana, pero sobre todo darles el tesoro que más ne-
cesitan, que es Jesucristo.
A todos los bautizados, pero especialmente a nosotros, los pastores,
se nos exige un nuevo ardor, para empeñarnos en la nueva evangeliza-
ción que el mundo requiere. Sean dinámicos y creativos, con un gran
impulso misionero, para llevar la Palabra de Dios a tantos que no la co-
nocen. No se conformen con cumplir lo mínimo del servicio pastoral,
sino que manifiesten un enorme deseo de que Jesucristo sea conocido y
aceptado por tanta gente que vive alejada de él. Los nuevos métodos y las
nuevas expresiones que pide la evangelización de nuestros días, requiere
pastores realmente convencidos de que no se pueden conformar con los
proporcionalmente pocos fieles que llegan a nuestras iglesias, sino ser
como el buen pastor, que busca a los elevados porcentajes de ovejas que
están lejos del redil de la Iglesia.

2. Amigos de Jesucristo
El apóstol y evangelista Juan se presenta como el amigo de Jesús,
“aquel a quien Jesús amaba”. En este trato cercano y confidente, Juan
encuentra la razón de su ministerio apostólico. Desde que, por invita-
ción del Bautista, conoce al Jesús, se apasiona por él y será el único que
permanece fiel hasta el Calvario. Participa en los momentos más impor-
tantes de Jesús y su Evangelio manifiesta la profundidad de su cercanía
con el Señor.
Hermanos que van a ser ordenados presbíteros: Sean amigos de Jesús.
Que ésta sea su principal ilusión, más que estudiar alguna especialidad,
o llegar a ocupar algún cargo importante en la diócesis. Traten a Jesús lo
más que les sea posible. Procuren hacer mucha oración personal, en trato
directo y frecuente ante el Sagrario. El tiempo que le dediquen, nunca
será en vano. Quizá en algunos momentos no le encontrarán sabor a la
oración, o sentirán que hay otras actividades más importantes o urgentes;
sin embargo, perseveren en esta comunicación amistosa, y verán los bue-
nos resultados, cuando menos se imaginen. Él nunca les defraudará.

446
HOMILÍAS SACERDOTALES

Esta amistad con Jesús les hará parecerse más y más a él, quien fue
obediente, célibe y pobre. Estando cerca de él, sabrán obedecer cuando
lleguen órdenes superiores que no nos convencen, ni nos gustan. Con-
viviendo con Jesús, sabrán vencer las tentaciones a su celibato, porque
él les ayudará a no engañarse y a discernir qué amistades les ayudan y
cuáles son una ocasión de tropiezo y de infidelidad. En el trato personal
con Jesús, sabrán ser libres ante los bienes materiales, para no ejercer el
ministerio como un oficio remunerado, o como un negocio para enri-
quecerse. En la oración, él nos confronta y nos exige, pero también nos
conforta, nos alienta y nos levanta.
La Liturgia de las Horas, que la Iglesia les ha confiado desde su or-
denación como diáconos, vívanla no como una ley, como una obligación
grave, sino como una oportunidad de orar con las mismas oraciones que
Dios ha revelado, las que ha inspirado a los autores sagrados, sobre todo
en los salmos, para dirigirnos a él, en nombre propio y de la comunidad
que se nos ha confiado. Encuéntrenle el sabor que tiene, como oración
de Cristo y de la Iglesia, en nombre y a favor de la misma Iglesia y de
toda la humanidad. Es un servicio que en justicia debemos hacer, y con
él hacemos una acción pastoral, pues con esa oración litúrgica también
salvamos a mucha gente, quizá más que la que atendemos con nuestra
acción desligada de la oración.

3. Servidores de los pobres


Sin embargo, no tengan prevenciones o temores, como si el hecho de
recomendarles tanto la oración y la amistad con Jesús, les vaya a hacer
indiferentes ante los hermanos que sufren, los pobres, los marginados,
los excluidos.
El mismo apóstol y evangelista Juan que nos insiste tanto en su cerca-
nía con Jesús, es el que con toda claridad afirma: “En esto se reconocen
los hijos de Dios y los hijos del Diablo: todo el que no obra la justicia no
es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano... Nosotros sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los herma-
nos. Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su
hermano es un asesino... En esto hemos conocido lo que es el amor: en
que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida

447
SER SACERDOTE VALE LA PENA

por los hermanos. Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su herma-


no padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer
en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de boca,
sino con obras y según la verdad” (1 Jn 1,10-18).
Y para que no queden dudas, remarca: “Dios es amor y quien per-
manece en el amor permanece en Dios y Dios en él... Si alguno dice que
ama a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien
no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Y hemos recibido de él este mandato: quien ama a Dios, ame también a
su hermano” (1 Jn 4,16.20-21).
Estando cerca de Jesús, él nos contagia de su amor a todas las perso-
nas, con especial predilección a los más necesitados. Él nos enseña a ser
bondadosos y pacientes, amables y comprensivos. Él nos impulsa a de-
fender los derechos humanos de los más débiles. Él nos ordena hacer lo
más posible por los enfermos y por los que no tienen casa, ropa y comida.
Él nos llevar a crear lazos de fraternidad con personas de cualquier etnia,
país, religión, color o tendencia política. Él nos hace hermanos, porque
nos hace hijos del mismo Padre.
Pidan al Espíritu Santo que los haga ser un jubileo permanente, un
año de gracia constante para los pobres, una presencia viva del amor
encarnado en Cristo Jesús.

Y que la Virgen María, junto con San José, que tanto intervinieron
en la historia de nuestra salvación, les ayuden a formar su corazón y su
mente al estilo de Jesús. Así sea.

62. UNGIDOS PARA EVANGELIZAR


A LOS POBRES
Ordenación de un presbítero, en la bendición de los Oleos.
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, (5/IV/2001)

Es la primera vez que, en esta diócesis, presido la bendición de los


Oleos y la consagración del Crisma, rodeado de mis primeros colabo-
radores, los presbíteros, junto con los diáconos, las religiosas, los reli-

448
HOMILÍAS SACERDOTALES

giosos y tantos fieles laicos de las diversas parroquias. Será también la


primera ordenación presbiteral que hago aquí, al estar por cumplir casi
un año del inicio de mi ministerio episcopal entre ustedes. Agradezco su
presencia y participación y les invito a adentrarnos en los misterios que
celebramos.

1. El Espíritu Santo y los Oleos


Las lecturas bíblicas que la Iglesia nos propone para esta ocasión nos
presentan a Jesús, el Mesías, el Ungido por el Espíritu Santo para evan-
gelizar a los pobres y hacer llegar el año de gracia del Señor. Todos los
bautizados y confirmados hemos sido ungidos por el Espíritu, para ser
una prolongación de Jesucristo en nuestra vocación específica.
Con el óleo de los catecúmenos, recibimos la fuerza del Espíritu para
enfrentarnos a los poderes contrarios al Evangelio. Con el óleo de los
enfermos, el Espíritu nos fortalece para mantenernos firmes en la fe y en
la esperanza, seguros de que Dios Padre nos da su perdón en Cristo y, si
es conveniente, nos puede conceder también la salud del cuerpo. Con el
santo Crisma, el Espíritu Santo nos injerta e incorpora en Cristo; por el
bautismo y la confirmación, en su Cuerpo, que es la Iglesia; por la orde-
nación sacerdotal y episcopal, nos identifica con Cristo, cabeza y pastor,
siervo y esposo de la Iglesia. Con el crisma también son dedicados los
templos y los altares.
Al bendecir hoy los óleos y consagrar el Crisma, pidamos al Espíritu
Santo que nos conceda a todos, fieles y pastores, ser una manifestación
viva del Ungido por excelencia, que es Jesucristo. Que cada uno, en el
lugar donde Dios le ha colocado, haga presente el amor de Dios Padre,
manifestado en Cristo Jesús. Que todos los bautizados y confirmados
seamos un sacramento visible, un signo viviente y actual, una epifanía,
una transparencia de Jesucristo. Que en nuestros criterios y comporta-
mientos, reflejemos el modo de ser, de pensar y de actuar de Jesús.
El Señor necesita tu persona, tu cerebro, tu corazón, tus manos, tus
pies, todo tu ser, para hacer presente el Reino de Dios; es decir, para que
en tu familia, en tu comunidad, en Chiapas, en nuestra diócesis, haya
verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz. Sin tu testimonio y
tu apostolado, Dios es el gran ausente; por lo contrario, se hace más pre-

449
SER SACERDOTE VALE LA PENA

sente y fuerte el pecado; es decir, la mentira, la cultura de la muerte, la in-


justicia, el egoísmo, la guerra. No esperes que todo lo arregle el gobierno,
el sistema imperante, quienes presidimos la Iglesia; sin tu ayuda, Chiapas
no será el paraíso de fraternidad, de justicia, de amor y de reconciliación
que todos anhelamos. Fuiste ungido, ungida, por el Espíritu, para renovar
la faz de la tierra. Con su gracia, es posible.

2. El Espíritu Santo, los pobres y la paz


Un punto en que necesitamos particulares gracias del Espíritu Santo
es para poner en práctica lo que hoy dicen las lecturas bíblicas: “El Es-
píritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los
pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la
curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el
año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).
Durante muchos años, la “opción por los pobres” nos ha enfrentado
al interior de la Iglesia; hemos gastado muchas energías en discutir sobre
ella; nos hemos atacado y ofendido; sin embargo, ya no deberían quedar-
nos dudas al respecto. La opción por los pobres no es optativa. Desde el
momento en que Jesús se hizo pobre y el Espíritu lo ungió para evangeli-
zar a los pobres, no podemos menos que hacer la misma opción por ellos,
aquí y en cualquier parte del mundo. Ningún cristiano puede quedarse
con los brazos cruzados, limitándose a lamentos y críticas al gobierno
y al sistema económico vigente. Quien no ama preferencialmente a los
pobres, no ha comprendido el Evangelio, no es un verdadero discípulo de
Cristo; en otras palabras, no es cristiano y no es un buen pastor.
Es nuestro deber hacer cuanto sea posible por ayudar a los margina-
dos a salir de su postración, mediante las cuatro acciones progresivas que
nos propone la Exhortación Postsinodal Ecclesia in America: “La Iglesia
en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad
de la Iglesia universal hacia los pobres marginados de todo género. Su
actitud debe incluir la asistencia, promoción, liberación y aceptación
fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados”
(No. 58).
Reconozco que los agentes de pastoral se están esforzando por vivir
esta dimensión del Evangelio. Sigamos dando prioridad a la promoción

450
HOMILÍAS SACERDOTALES

humana, al trabajo común organizado, a la pastoral de la salud, a la


atención de migrantes y presos, a la promoción de la mujer, la pastoral
educativa, la promoción de cooperativas, la pastoral de la tierra, la bús-
queda de soluciones al problema de los niños de la calle, de los infecta-
dos por el SIDA y los esclavizados por el narcotráfico. Esperamos que
los legisladores aprueben una justa y digna ley sobre derechos y cultura
indígena; pero independientemente de ello, sigamos esforzándonos por
lo que ha hecho la Iglesia en América Latina, y particularmente en esta
diócesis, para que los indígenas sean sujetos de su propio desarrollo y de
la evangelización.
No seamos como los sacerdotes y levitas del Antiguo Testamento,
que se conformaban con celebrar el culto en el Templo, y se olvidaban
del pobre malherido al borde del camino (cf Lc 10, 25-37). Pero tampoco
como Judas, que habla dizque en favor de los pobres, pero son otros sus
intereses (cf Jn 12,5-6). Sigamos el camino que nos señala Jesús.
Es digno de notarse, al respecto, que Jesús no asume, en la sinagoga
de Nazaret, toda la frase de Isaías. El profeta describía su misión así: “El
Espíritu del Señor... me ha enviado... a pregonar... el día de la venganza
de nuestro Dios” (Is 61,1-2). Jesús opta por los pobres, pero elimina
esta frase final. Él no viene a tomar venganza. Él no acepta la violencia.
Cuando el mismo Pedro hace uso de la espada, Jesús le reprocha y le
ordena guardarla (cf Lc 22,49-51; Mt 26,51-54). La espiritualidad del
Exodo debe ser confrontada con la del Evangelio, en particular con el
sermón de la montaña. Nuestro único camino es Cristo.
Si en el Antiguo Testamento, por la barbarie imperante en ese tiem-
po, Dios permitió el uso de las armas, Jesucristo da un paso cualitativo
en la historia de las relaciones entre los humanos: "Han oído que se dijo:
Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no resistan al mal"
(Mt 5,38-39), con lo que, como dice el comentario de la Biblia de Jerusa-
lén, Jesús prohíbe “resistir por venganza, devolviendo mal por mal; mas
no prohíbe oponerse dignamente a los ataques injustos (cf Jn 18,22s),
ni mucho menos combatir el mal en el mundo“. Y para que no quedaran
dudas al respecto, Jesús añadió: "Han oído que se dijo: Amarás a tu
prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos
y rueguen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre
celestial" (Mt 5,43-45). El perdón, como nos ha dicho el Papa Juan

451
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Pablo II en su mensaje para esta Cuaresma, es un pilar fundamental para


la paz verdadera.
Por tanto, hemos de ser fieles a la misión para la que nos ha ungido
el Espíritu Santo, no sólo a los sacerdotes y obispos, sino a todos los
bautizados y confirmados, de comprometernos a combatir la pobreza,
la miseria, el hambre, el analfabetismo, la insalubridad, el racismo, la
injusticia y la opresión. Pero con los métodos de Jesús. No con violencia
y con armas. No con palos y piedras. No con agresiones y amenazas. No
con descalificaciones mutuas y con enfrentamientos partidistas. No con
discursos incendiarios y con denuncias polarizadas. Como dice el profeta
Isaías: “Miren a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo
mis complacencias. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la
justicia sobre las naciones. No gritará ni clamará, no hará oír su voz en
las plazas, no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que
aún humea. Proclamará la justicia con firmeza, no titubeará ni se doble-
gará, hasta haber establecido el derecho sobre la tierra” (Is 42,1-4).
Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda su sabiduría, para seguir
el camino de Jesús, que sana a los enfermos, hace ver a los ciegos, con-
suela a los tristes, da de comer a los que tienen hambre, defiende a las
mujeres, libera a los endemoniados, perdona a los pecadores y resucita
a los muertos; dice su verdad tanto a las autoridades civiles y religiosas,
como a sus propios amigos y discípulos; sufre la cárcel, las calumnias y
las envidias; son violados sus derechos humanos y muere injustamente;
pero no encabeza grupos armados, ni organiza revueltas sociales o polí-
ticas, al estilo del asesino Barrabás. Él es “manso y humilde de corazón”
(Mt 11,29; cf 25,5). Nos enseña a amar y a servir, no a dominar (cf Jn
14,34-35; Mt 20,25-28). Pero nos advierte que si nada hacemos por los
que sufren necesidad, seremos excluidos de su Reino (cf Mt 25,31-46).
Hagámonos constructores de la paz, con justicia y dignidad, pero
también con amor y fraternidad, al estilo de Jesús. Hemos sido ungidos
para ser una prolongación suya, para hacerlo histórico y realmente pre-
sente en nuestro tiempo y en nuestra geografía. Depende de nosotros que
Él siga siendo una respuesta válida para la situación actual y los proble-
mas de nuestro pueblo. Sin nosotros, laicos, consagrados y ordenados, Él
no actúa, no salva, no ama, no perdona, no libera, no da vida.
Por eso, pidamos al Espíritu Santo, con el antiguo himno litúrgico del

452
HOMILÍAS SACERDOTALES

Veni Creator: “Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu amor


en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil
carne. Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé tú mismo
nuestro guía y, puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo”.

3. El Espíritu Santo y los sacerdotes


Hoy ordenaré presbítero a Luis Enrique Sánchez Segura. Su voca-
ción y su consagración es obra del Espíritu Santo, como dijo San Pablo
a los presbíteros de Efeso: “Miren por ustedes mismos y por el rebaño,
del que los constituyó pastores el Espíritu Santo, para apacentar a la
Iglesia que Dios adquirió con la sangre de su Hijo” (Hech 20,17-18.28).
Por eso, en el rito de la ordenación, le preguntaré: “¿Quieres desempeñar
para siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbítero, como
fiel colaborador del orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor,
bajo la guía del Espíritu Santo?”. Y en la oración que concluye las leta-
nías de los santos, pedimos: “Derrama sobre este siervo tuyo tu Espíritu
Santo y la gracia sacerdotal; concede la abundancia de tus bienes a
quien consagramos en tu presencia”.
Y en el momento más trascendente del rito, después de la imposición
de las manos, en la Plegaria de Ordenación, suplicamos: “Señor, Padre
Santo..., para formar el pueblo sacerdotal, tú dispones con la fuerza del
Espíritu Santo, en órdenes diversos, a los ministros de tu Hijo Jesucris-
to... Él, movido por el Espíritu Santo, se ofreció a ti como sacrificio sin
mancha, y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad, los hizo
partícipes de su misión; a ellos, a su vez, les diste colaboradores para
anunciar y realizar por el mundo entero la obra de la salvación... TE
PEDIMOS, PADRE TODOPODEROSO: RENUEVA EN SU CORAZÓN
EL ESPÍRITU DE SANTIDAD... Sea honrado colaborador del orden de
los obispos, para que por su predicación, y con la gracia del Espíritu
Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres”.
Y en la unción de las manos, le diré al recién ordenado: “Jesucristo el
Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie
para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”.
Luis Enrique, por la gracia del Espíritu Santo, estás llamado a ser
una epifanía, una transparencia, una imagen viva de Jesús, Cabeza y Pas-

453
SER SACERDOTE VALE LA PENA

tor, Siervo y Esposo de la Iglesia, como dice la Exhortación Pastores


dabo vobis. Jesús te necesita, para que su obra redentora llegue a toda
la humanidad. Necesita tu corazón, para seguir amando, con pureza y
sinceridad, sobre todo a los pobres, a los pecadores y a cuantos sufren.
Necesita tu voz para seguir predicando su palabra. Necesita tus manos
para seguir haciendo el bien. Necesita tu persona, íntegra y sin divisio-
nes, para hacer llegar el amor del Padre a los hijos dispersos y alejados.
Te necesita para bautizar, perdonar, alimentar con la Eucaristía, sanar a
los enfermos, consolidar los matrimonios, bendecir y estar cerca de su
pueblo. Te necesita para seguir orando al Padre, en nombre de su Iglesia
y de toda la humanidad.
Procura ser, en tus palabras, en tus expresiones, en tus amistades, en
tu ministerio, un reflejo fiel de Jesús. Que quien se acerca a ti, encuen-
tre algún rasgo de Él. Trata a las personas no como un dominador, con
aspereza, prepotencia y groserías, sino con bondad y comprensión, con
paciencia y atención. Como Jesús, siente compasión de las multitudes
hambrientas. No seas de corazón duro e insensible, sino que haz tuyos los
sufrimientos de nuestro pueblo. No imites a los levitas y sacerdotes del
Antiguo Testamento, que sólo se preocupaban por las ceremonias y las
oraciones en el Templo, sino sé un buen samaritano, para hacer cuanto
más sea posible por quienes están tirados al borde del camino, explotados
y excluidos.
Luis Enrique, para que Jesús continúe vivo y presente en ti y en tu
comunidad, necesitas al Espíritu Santo. Sin él, no podrás ni siquiera reco-
nocer a Jesús como el Señor (cf 1 Cor 12,3). Te puede pasar como a los
apóstoles, quienes a pesar de haber convivido con Jesús, lo negaron, lo
traicionaron y lo abandonaron. Fue hasta que vino sobre ellos el Espíritu
Santo, que lo reconocieron y se manifestaron valientemente como sus
testigos, dispuestos a dar la vida por Él. Para que puedas amar preferen-
cialmente a los pobres, al estilo de Jesús, acude al Espíritu Santo.
Permítanme una palabra para los sacerdotes, quienes hoy renuevan
sus compromisos libremente contraídos cuando fueron ordenados.
Nuestro mundo necesita hoy testigos de Jesucristo vivo, como nos
dice el Papa Juan Pablo II en su Carta para este Jueves Santo. Para lograr-
lo, sean amigos de Jesús. Que ésta sea su principal ilusión, pues fuimos
llamados para estar con Él y para hacernos sus amigos. Traten a Jesús lo

454
HOMILÍAS SACERDOTALES

más que les sea posible. Procuren hacer mucha oración personal, en trato
directo y frecuente ante el Sagrario. El tiempo que le dediquen, nunca
será en vano. Quizá en algunos momentos no le encontrarán sabor a la
oración, o sentirán que hay otras actividades más importantes o urgen-
tes; sin embargo, perseveren en esta comunicación amistosa, y verán sus
buenos resultados. Él nunca les defraudará. Redescubran toda la riqueza
de celebrar diariamente la Eucaristía, pues nuestro sacerdocio está muy
relacionado con ella, para que ahí bebamos el amor a los pobres que
necesitamos.
Esta amistad con Jesús les hará parecerse más y más a él, quien fue
obediente, célibe y pobre. Estando cerca de él, sabrán obedecer cuando
lleguen órdenes superiores que no nos convencen, ni nos gustan. Con-
viviendo con Jesús, sabrán vencer las tentaciones a su celibato, porque
Él les ayudará a no engañarse y a discernir qué amistades les ayudan y
cuáles son una ocasión de tropiezo y de infidelidad. En el trato personal
con Jesús, sabrán ser libres ante los bienes materiales, para no ejercer el
ministerio como un oficio remunerado, o como un negocio para enri-
quecerse. En la oración, Él nos confronta y nos exige, pero también nos
conforta, nos alienta y nos levanta.
La Liturgia de las Horas, que la Iglesia les ha confiado desde su or-
denación como diáconos, vívanla no como una ley, como una obligación
grave, sino como una oportunidad de orar con las mismas oraciones que
Dios ha revelado, las que ha inspirado a los autores sagrados, sobre todo
en los salmos, para dirigirnos a él, en nombre propio y de la comunidad
que se nos ha confiado. Encuéntrenle el sabor que tiene, como oración
de Cristo y de la Iglesia, en nombre y a favor de la misma Iglesia y de
toda la humanidad. Es un servicio que en justicia debemos hacer, y con
él hacemos una acción pastoral, pues con esa oración litúrgica también
salvamos a mucha gente, quizá más que la que atendemos con nuestra
acción desligada de la oración.
Pero no tengan prevenciones, como si les estuviera invitando a un es-
piritualismo alienante, o a un misticismo ahistórico. Es todo lo contrario,
como dice el Papa en la Exhortación sobre la formación de los sacerdo-
tes: “La vida espiritual es vida interior, vida de intimidad con Dios, vida
de oración y contemplación. Pero del encuentro con Dios y con su amor
de Padre de todos, nace precisamente la exigencia indeclinable del en-

455
SER SACERDOTE VALE LA PENA

cuentro con el prójimo, de la propia entrega a los demás, en el servicio


humilde y desinteresado que Jesús ha propuesto a todos como programa
de vida en el lavatorio de los pies a los apóstoles: ‘Les he dado ejemplo,
para que también ustedes hagan lo que yo he hecho con ustedes’ (Jn
13,15). La formación de la propia entrega generosa y gratuita represen-
ta una condición irrenunciable para quien está llamado a hacerse epifa-
nía y transparencia del buen Pastor que da la vida (cf Jn 10,11.15) (PDV
49). Por tanto, mientras más cercanos estamos de Jesucristo, estaremos
más comprometidos con nuestro pueblo en sus sufrimientos.
Finalmente, para que todos permanezcamos fieles a nuestra propia
vocación, necesitamos la gracia del Espíritu Santo. Para que asumamos
nuestra cruz y seamos testigos calificados del Señor Resucitado, necesi-
tamos los siete dones del Espíritu Santo (cf Hech 1,8; Is 11,2-3). Para
que seamos una imagen viva, una transparencia, una epifanía, una cons-
tante prolongación de la encarnación de Jesucristo, requerimos la gracia
del Espíritu Santo, la protección de la Virgen María y la ayuda de San
José, los formadores del Buen Pastor.

63. LLAMADOS PARA EL SERVICIO

Ordenación del diácono Marcelo Pérez Pérez,


en San Andrés Larráinzar, Chiapas (6/X/2001)

Siguiendo la tradición de los Apóstoles, como narra la segunda lec-


tura (Hech 6,1-7), nos reunimos hoy para ser testigos de la ordenación
de Marcelo como diácono de la Iglesia, al servicio de la comunidad.
Después de escuchar las opiniones de sus formadores en el Seminario
de Tuxtla Gutiérrez y de muchos hermanos de esta parroquia de San
Andrés, considero que hay los signos suficientes para descubrir que Dios
lo llama para este ministerio, y por ello procederé a imponerle las manos
y consagrarlo al Señor. Agradezco a la diócesis hermana de Tuxtla Gu-
tiérrez que se haya desprendido de Marcelo y lo haya cedido a nuestra
Iglesia, de la cual es originario. El Señor les premie su generosidad mi-
sionera, que es signo de comunión y solidaridad eclesial.

456
HOMILÍAS SACERDOTALES

1. Dios llama a quien quiere

En la primera lectura de la Misa (Jer 1,4-8), escuchamos que Dios


llama a Jeremías para encargarle la misión de ser profeta en el pueblo de
Israel. Jeremías se resiste, porque piensa que no es digno ni capaz; dice
que no sabe expresarse, que es tartamudo, que apenas es un muchacho.
Pero Dios le dice que lo conoce desde antes de formarlo en el seno de su
madre, y que lo consagró como profeta desde antes de que naciera. Le
dice que no tenga miedo, pues Dios está con él para protegerlo y para
que predique lo que Él ordene. Con esta confianza, deberá ir a donde
Dios lo mande.
Cuando nuestro Señor Jesucristo escogió a sus Apóstoles, los llamó
de entre gente muy sencilla, pues la mayoría eran pescadores. Muchos
de nosotros, obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, procedemos de
familias humildes. Yo nunca dejaré de reconocer que soy hijo de un cam-
pesino ejidatario. Dios escoge ahora a Marcelo, indígena tsotsil, miem-
bro de una familia y de un pueblo indígena. De esta manera, Dios con-
firma una vez más que elige con preferencia a los humildes y pequeños,
para hacerlos sus colaboradores muy cercanos en la obra de su Reino.
Por ello, Marcelo, siempre debes estar muy agradecido con Dios, que te
ha llamado, a pesar de tus limitaciones, como reconocemos todos que las
tenemos. No tengas miedo. El Señor te necesita y, por eso, te llama.
¿Y cómo sabemos que Dios llama a Marcelo? Dios manifiesta que
ha llamado a alguien por medio de las cualidades que le ha concedido
y que el candidato ha ejercitado debidamente. El Obispo tiene la obli-
gación de investigar si el candidato cumple los requisitos que la misma
Biblia impone (cf 1 Tim 3,8-10). Para ello, debe escuchar las opiniones
de la comunidad, pues ésta tiene la gracia de ayudar a comprobar si el
candidato reúne las virtudes que se necesitan. La comunidad ayuda a ver
si Dios llama a alguien, pero el llamado es de Dios, no una designación
o delegación de la comunidad. Yo agradezco a tantas personas que me
han dado su opinión favorable sobre Marcelo, y esperamos que éste no
nos defraude.
Dios llama a un indígena tsotsil para ser diácono, por ahora; pero te-
nemos la ilusión de que, pasado el tiempo oportuno, al menos seis meses,
pueda ser ordenado sacerdote indígena tsotsil. El Papa y la Iglesia Uni-

457
SER SACERDOTE VALE LA PENA

versal quiere que sigamos dando los pasos necesarios para que lleguemos
a tener una Iglesia autóctona. En esto no puede haber marcha atrás. Así
lo indican el Concilio Vaticano II y los documentos posteriores, y así lo
recoge el III Sínodo de nuestra diócesis.
En esta Iglesia particular, que tiene un 75% de población indígena,
necesitamos un porcentaje semejante de catequistas, religiosos, religiosas
y diáconos indígenas. También se requieren servidores mestizos, para el
restante 25%. Gracias a Dios y al trabajo de tantos agentes de pastoral, en
particular de los obispos antecesores, contamos con 8,000 catequistas y
337 diáconos permanentes, la mayoría indígenas. Nos hacen mucha falta
más religiosas y religiosos indígenas. Pero tenemos la grave urgencia de
tener sacerdotes indígenas, tsotsiles, tseltales, ch’oles, tojol ab’ales y zo-
ques. Mientras no promovamos más vocaciones sacerdotales indígenas,
a nuestra diócesis le faltará algo esencial para ser Iglesia autóctona. Les
invito, pues, a hacer más oración por las vocaciones y a tomar muy en
serio la pastoral vocacional sacerdotal.
Aún más. Necesitamos tener obispos indígenas. Debe llegar el tiem-
po en que podamos promover al episcopado a sacerdotes tsotsiles, tselta-
les, ch’oles, tojol ab’ales, zoques, mayas, etc. Entonces sí, seremos una
Iglesia más autóctona. Les ruego encarecidamente que pidamos al Señor
que acelere el tiempo, en que podamos tener aquí un obispo indígena, de
preferencia de estas etnias.

2. El diácono, presencia de Cristo Pastor


En la lectura del santo Evangelio (Jn 10,11-16), Jesús se nos presen-
ta como el buen pastor que da la vida por sus ovejas. Desde que tomó
nuestra naturaleza humana, está consagrado a hacer el bien, desgastando
su vida en el servicio a la misión que Dios Padre le encomendó, que es
la salvación de toda la humanidad. Por medio de la ordenación, los diá-
conos son consagrados para continuar el trabajo de nuestro Señor Jesu-
cristo; es decir, para ser buenos pastores de la Iglesia. Son miembros de
la comunidad, pero también la presiden en nombre del Señor, no como
dueños o caciques, sino como servidores, a ejemplo de Jesús. Eso quiere
decir diácono: servidor.
El diácono ayuda al Obispo y al sacerdote, en primer lugar, con la

458
HOMILÍAS SACERDOTALES

predicación de la Palabra de Dios. Para ello, debe estudiarla y meditarla


en la oración personal. Ha de explicarla al Pueblo de Dios, siempre con-
forme a la interpretación del Magisterio de la Iglesia, unido al Papa y a
los Obispos que están en comunión con él. Ni el diácono, ni el presbítero,
ni el Obispo, somos dueños de la Palabra de Dios, sino sus servidores.
Por ello, hemos de ser muy fieles a lo que la Iglesia nos autoriza a expli-
car como Palabra de Dios, para no predicar nuestras propias ideas como
si fueran revelación de Dios. La predicación debe iluminar con la luz del
Evangelio la situación, los problemas y las necesidades que vive nuestro
pueblo, pues así nos lo ordena Jesús; pero nuestro juicio sobre las rea-
lidades no es Palabra de Dios, sino un juicio humano que depende del
conocimiento que tengamos sobre las situaciones, y que a veces puede
ser muy parcial, e incluso equivocado. Hemos de pedir al Espíritu San-
to que nos ilumine, para que seamos fieles y prediquemos lo que Dios
manda (cf Jer 1,7).
El diácono también ayuda al Obispo y al sacerdote con la celebra-
ción de los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, con la distri-
bución de la Santa Comunión, con la visita a los enfermos, con algunas
bendiciones, con las oraciones por los difuntos, con la preparación de
otros ministros para las celebraciones. Sobre todo, ayuda al sacerdote
con algunos servicios en la celebración de la Santa Misa. Sin embargo,
estando presente el sacerdote, éste debe realizar las celebraciones, a no
ser que esté legítimamente impedido para hacerlas. No somos dueños
de las celebraciones, para organizarlas como se nos ocurra, sino que son
de la Iglesia, y ésta tiene sus normas que debemos conocer, respetar y
aprender a inculturar. Somos ministros de Jesucristo y él es nuestro punto
de referencia, incluso para analizar qué costumbres de nuestras culturas
manifiestan más claramente su Evangelio, y cuáles son contrarias al mis-
mo. Nuestra fidelidad es con Cristo, único camino de vida eterna. Este
es el criterio para lograr una liturgia inculturada, que es una de las tareas
ordenadas en nuestro Sínodo Diocesano.
El servicio del diácono, sin embargo, no se reduce a la predicación
y al culto divino. Su misión debe incluir, de manera muy importante, el
servicio a la caridad en la comunidad; es decir, su atención preferente
ha de ser hacia los pobres, los enfermos, ancianos, huérfanos, viudas,
presos, migrantes, etc. En nuestra diócesis, los diáconos han de apoyar la

459
SER SACERDOTE VALE LA PENA

pastoral de la salud, la defensa de los derechos humanos, la promoción


de la mujer, la pastoral penitenciaria y, en especial, la reconciliación y la
paz en las comunidades. Jesucristo ha venido a liberar de toda esclavitud
a los pobres, sin odios, venganzas y violencias. Por ello, la Iglesia, y por
tanto los diáconos, hemos de seguir ese camino. Olvidarse de los pobres
es traicionar nuestra vocación y misión, es ser infieles al Evangelio, es
no haber comprendido el mensaje de Jesucristo. Por ello, Marcelo, que
nunca te avergüences de tu origen sencillo y humilde, y que lleves en tu
corazón la situación en que viven miles de nuestros hermanos indígenas,
para que seas una presencia del amor preferente de nuestro Padre Dios y
de su Hijo Jesucristo.
Como vemos, el ministerio del diácono es muy exigente. No es un tí-
tulo de honor, una profesión para ganar dinero, sino un cargo, una carga,
un servicio, una vocación, una consagración. Pidamos al Espíritu Santo,
a la Virgen María y a todos los Santos, que ayude a Marcelo, para que
sea fiel al llamado que Dios le ha hecho. Que sea un hombre de Dios y
un servidor de la comunidad. Que sea hombre de oración y cercano a
su pueblo. Que ore mucho por su pueblo, sobre todo con la celebración
diaria de la Liturgia de las Horas, y al mismo tiempo muy sensible a la
marginación de sus hermanos indígenas. Que se sostenga célibe, sin ca-
sarse, como promete en este día, para que también en esto se parezca más
a nuestro Señor Jesucristo, quien decidió no casarse para estar totalmente
consagrado al servicio de la Iglesia. Y que, si el Señor quiere, conceda a
Marcelo el don del sacerdocio. Así sea.

64. TESTIGOS DE CRISTO RESUCITADO

Ordenación presbiteral de Marcelo Pérez y diaconal de Víctor Manuel Pérez,


en Chenalhó, Chiapas (6/IV/2002)

En toda la Iglesia Católica, estamos celebrando las fiestas de la Pas-


cua; es decir, de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Estas fiestas durarán cincuenta días, hasta el domingo de Pentecostés.
Pero damos particular importancia a esta semana de Pascua, que es como
la prolongación del domingo pasado, en que celebramos el triunfo de

460
HOMILÍAS SACERDOTALES

Jesucristo sobre la muerte, sobre el pecado y sobre el demonio. Todo ha


cambiado, porque Él resucitó y ya no morirá más. Él es el vencedor de
la muerte y, estando con Él, participaremos también de su resurrección
y de su gloria.
En esta semana de Pascua, celebramos la ordenación de Víctor Ma-
nuel como diácono y de Marcelo como presbítero. Dios Padre, por la
fuerza del Espíritu Santo, los llama para que consagren toda su vida a ser
testigos de Jesucristo resucitado y para que vayan por todo el mundo a
predicar el Evangelio a toda creatura, de cualquier raza o cultura, como
dicen las lecturas bíblicas que hemos proclamado.

1. “No podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído”


En la primera lectura (Hech 4,13-21), se nos dice que “los sumos sa-
cerdotes, los ancianos y los escribas se quedaron sorprendidos al ver el
aplomo con que Pedro y Juan hablaban, pues sabían que eran hombres
del pueblo sin ninguna instrucción”. Les prohibieron, con amenazas,
hablar y enseñar en nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan respondieron:
“Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído”.
En este texto descubrimos dos enseñanzas importantes. En primer
lugar, que Pedro y Juan, así como los demás apóstoles, “eran hombres
del pueblo sin ninguna instrucción”. Por ello, los que eran considerados
como autoridades religiosas de los judíos, los despreciaban y no querían
que predicaran.
Hoy vamos a ordenar a dos indígenas tsotsiles. Son hombres de su
pueblo. No han renegado de su familia y de su cultura, aunque fueron
al Seminario de Tuxtla Gutiérrez y estudiaron durante largos años para
conocer más la Palabra de Dios, que deben predicar. Agradecemos a los
papás y familiares de Marcelo y de Víctor Manuel todo el apoyo que
les han dado. También al Padre Diego Andrés Locket y, en particular, a
la diócesis hermana de Tuxtla Gutiérrez, porque generosamente se des-
prende de ellos, para que sirvan en esta su diócesis de origen. Que el
Señor les recompense con abundancia de nuevas vocaciones.
Nos alegra mucho ordenar al primer sacerdote tsotsil, con lo cual se
aumenta a dos el número de sacerdotes indígenas que hay en la diócesis
de San Cristóbal de las Casas. El otro es un sacerdote tojol ab’al. Espe-

461
SER SACERDOTE VALE LA PENA

ramos que, en fecha no lejana, también puedan ser ordenados sacerdotes


tsotsiles Víctor Manuel Pérez Hernández y Manuel Pérez Gómez, para
que nuestra diócesis vaya teniendo un rostro más autóctono, pues hasta
la fecha no tenemos más sacerdotes indígenas.
Necesitamos con urgencia sacerdotes tsotsiles, tseltales, ch’oles, to-
jol ab’ales y zoques, que son las etnias existentes en la diócesis. El Papa
y la Iglesia Universal quieren que sigamos dando los pasos necesarios
para que lleguemos a ser una Iglesia autóctona. En esto no puede haber
marcha atrás. Así lo indican el Concilio Vaticano II, los documentos pos-
teriores de la Iglesia universal y el III Sínodo Diocesano. Y mientras no
haya más sacerdotes indígenas, a nuestra diócesis le faltará algo esencial
para ser Iglesia autóctona.
Gracias a Dios, contamos con 344 diáconos permanentes, casi to-
dos indígenas. Ellos le dan un rostro autóctono a la evangelización, a la
liturgia y a la vida cristiana en las comunidades. La orden recibida de
la Santa Sede de suspender al menos por cinco años la ordenación de
nuevos diáconos permanentes, no es porque sean indígenas. No se trata,
como algunos lo han querido malinterpretar, de un desprecio a los pobres
y de otra nueva marginación a los indígenas. Es sólo para urgirnos a pro-
mover más sacerdotes indígenas, no sólo diáconos o catequistas. Cuando
tengamos más sacerdotes indígenas y mestizos, originarios de Chiapas,
no habrá dificultad en seguir ordenando más diáconos permanentes.
En segundo lugar, la primera lectura nos enseña que Marcelo y Víc-
tor Manuel, igual que Pedro y Juan, van a ser ordenados para ser testigos
de que Jesucristo está vivo y no se quedó en el sepulcro. Como dije en la
ordenación de Marcelo como diácono, “somos ministros de Jesucristo y
él es nuestro punto de referencia, incluso para analizar qué costumbres
de nuestras culturas manifiestan más claramente su Evangelio, y cuáles
son contrarias al mismo. Nuestra fidelidad es con Cristo, único camino
de vida eterna”.
Van a consagrar su vida para predicar el Evangelio que nos trajo
nuestro Señor Jesucristo, aunque a algunas personas no les guste, como
no les gustó a los sumos sacerdotes, a los ancianos y a los escribas de los
judíos. Estos prohibieron a los apóstoles predicar en nombre de Jesús.
Querían que todo siguiera igual y que no se anunciara la Palabra de Dios.
Los amenazaron, los torturaron y los metieron a la cárcel. Pero Dios los

462
HOMILÍAS SACERDOTALES

libró, y les ordenó seguir predicando el camino de la vida nueva enseña-


da por Jesús.
Marcelo y Víctor Manuel: El Espíritu Santo los consagra con este
sacramento, para que sean testigos valientes de Jesucristo. Una vez que
ustedes han conocido su Evangelio, ya no pueden dejar de comunicar a
sus paisanos lo que han visto y oído. Por ello, no deben reducir su misión
a ser promotores sociales. Han de tener un amor preferencial hacia los
pobres y marginados. Se han de comprometer en la defensa de los dere-
chos humanos y en la promoción integral de los indígenas. Pero sobre
todo deben procurar que hombres y mujeres lleguen a un encuentro vivo
con Jesucristo; que conozcan su Palabra y la pongan en práctica; que se
acerquen a los sacramentos y que aprendan a hacer oración. Pues, de
¿qué serviría tener todo y no carecer de nada, si se pierde la vida eterna,
que nos da únicamente Jesucristo? (cf Mt 16,26; Mc 8,36; Lc 9,25).

2. “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda


creatura”
En el texto evangélico que se proclamó (Mc 16,9-15), y que es el
mismo que se proclama hoy en toda la Iglesia Católica, se dice que Jesús
resucitado se apareció primero a María Magdalena, luego a dos discípu-
los que iban hacia Emaús, y después a los apóstoles. A éstos ordenó dejar
su familia y su pueblo, para ir por todo el mundo a predicar el Evangelio.
Esto tiene importantes enseñanzas.
En primer lugar, Jesús se aparece a una mujer y luego a dos que no
eran del grupo de los doce. Ellos fueron a dar la noticia a los apóstoles de
que Jesús había resucitado. Esto quiere decir que Dios necesita no sólo
obispos, sacerdotes y diáconos. También llama a las mujeres y a los fie-
les laicos a ser anunciadores de que Jesús vive. Por eso, Marcelo y Víctor
Manuel, han de promover a mujeres y a seglares para que sean colabo-
radores del Evangelio, en distintos ministerios como catequistas, evan-
gelizadores, lectores de la Palabra de Dios, ministros de la Eucaristía,
promotores de salud, defensores de los derechos humanos, mayordomos,
capitanes, principales, etc. En especial, han de promover que se respete a
las mujeres en su dignidad y que lleguen a ocupar el importante lugar que
han de tener en la familia, en la comunidad y en la Iglesia.

463
SER SACERDOTE VALE LA PENA

En segundo lugar, Jesús envía a sus apóstoles a ir por todo el mundo


para predicar el Evangelio. Esto quiere decir que ustedes son tsotsiles,
originarios de San Andrés, y no deben despreciar u olvidar su cultura;
pero Dios los necesita aquí y en otras partes. Así como San Pedro tuvo
que dejar Galilea e irse a vivir a Roma, para predicar allá la Palabra de
Dios. San Pablo dejó Judea y llegó a Grecia, Italia y quizá a España. San
Juan estuvo también en Grecia. De Santo Tomás se dice que llegó a la
India. Los demás apóstoles se dispersaron por otros países. No dejaron
de ser judíos o galileos; pero tuvieron que servir en otros lugares y en
otras culturas.
A ustedes también Dios les pide estar disponibles para ir a donde
se necesite, aunque han de empezar por parroquias de población tsotsil,
como los apóstoles empezaron por predicar en Israel. Por ello, hacen
el compromiso de no casarse, sino permanecer célibes y obedecer a su
Obispo, para ser libres e ir a donde la Iglesia los necesite. Esto no es
despreciar la propia cultura, sino compartir a otros la riqueza de la propia
identidad cultural, enriquecida con los valores del Reino de Dios. Una
cultura que se encierra en sí misma, se empobrece. Si se abre al Evange-
lio y a otras culturas, se perfecciona.

Conclusión
Hagamos oración para que el Espíritu Santo venga sobre Marcelo
y Víctor Manuel, y así se conviertan en testigos fieles de Jesucristo re-
sucitado, apóstoles valientes de su Evangelio, servidores generosos del
Pueblo de Dios. Que la Virgen María, San José, los apóstoles San Pedro
y San Andrés, San Cristóbal, el próximo Santo Juan Diego y los beatos
oaxaqueños Juan Bautista y Jacinto de los Angeles, los tres indígenas,
nos ayuden ante nuestro Padre Dios, para que Marcelo y Víctor Manuel
sean motivo de alegría, fiesta y honra de su familia, de su parroquia, de
su diócesis y de toda la Iglesia.

464
HOMILÍAS SACERDOTALES

65. ELEGIDOS PARA SER PROFETAS

Ordenación diaconal de Manuel Pérez Pérez,


en San Juan El Bosque, Chiapas (11/I/2003)

Nos hemos reunido para ser testigos de la ordenación de Manuel Pé-


rez Gómez como nuevo diácono de la Iglesia, con la esperanza de que
Dios le conceda, después de un breve tiempo, ser ordenado también sa-
cerdote, para el servicio del Pueblo de Dios.
Agradecemos a todos los que le han ayudado en su vida para que
llegue a este momento. En primer lugar, a sus padres y familiares, que le
han proporcionado cuanto han podido, en lo material y en lo espiritual.
Reconocemos el apoyo que recibió del Padre Diego Andrés Locket, de
sus profesores en las escuelas y de sus formadores en el Seminario de
Santa María de Guadalupe, en Tuxtla Gutiérrez. Pedimos a Dios que
bendiga a todas las personas que, de una u otra forma, le han acompa-
ñado y atendido en su formación, en particular a esta parroquia de San
Juan El Bosque, al Padre Joel Padrón, a las Religiosas Auxiliadoras, a los
diáconos, catequistas, servidores y fieles de la cabecera parroquial y de
las comunidades. Que el Señor les recompense.
Reflexionemos brevemente sobre los textos bíblicos que han sido
proclamados, para que participemos con mayor conciencia en esta ce-
lebración.

1 Desde antes de que nacieras, te consagré


En la primera lectura, se le hace ver a Jeremías que es Dios quien lo
ha llamado para servir al pueblo como profeta. No es una iniciativa que
haya salido de Jeremías, ni es una elección de parte de una asamblea po-
pular. Es una vocación que viene de Dios, para una misión muy concreta:
hacer llegar al pueblo la palabra de Dios. Esa es la función de un profeta:
comunicar al pueblo lo que dice Dios.
Manuel, Dios te ha dado signos de que te ha llamado. Tu familia, los
formadores del Seminario, tu parroquia de origen, San Andrés Apóstol,
y ésta de San Juan en que has ejercido tu apostolado por un año, me han
ayudado a descubrir que en verdad Dios te ha llamado, pues me han

465
SER SACERDOTE VALE LA PENA

dado un testimonio favorable de que se ten han concedido las cualidades


que se necesitan para este ministerio. La comunidad me ha ayudado a
discernir los signos positivos de que has sido llamado por Dios. Tú estás
dispuesto a responderle al Señor con toda tu vida, a consagrarte por com-
pleto a esta misión. Has decidido no casarte, no por temor o desprecio
al matrimonio, sino para estar libre y servir donde seas enviado. Pero es
Dios quien te ha llamado, por medio de la comunidad y de tu obispo.
Dale gracias y respóndele con toda generosidad.
Dios te llama, como a Jeremías, para que seas su profeta en medio
de su pueblo; es decir, para que transmitas a la comunidad la Palabra de
Dios. Por ello, al término de tu ordenación, te entregaré el libro de los
Evangelios, diciendo: “Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido
constituido mensajero; esmérate en creer lo que lees, enseñar lo que
crees y vivir lo que enseñas”. Por tanto, medita diariamente en tu cora-
zón la Palabra de Dios, para que la transmitas con toda fidelidad, y no
presentes al pueblo, como si fuera Palabra de Dios, tus ideas, tus análisis
de la realidad, tus sentimientos, tu ideología. No traiciones esta delicada
misión y ten siempre en cuenta el Magisterio de la Iglesia, es decir al
Papa y a los Obispos en comunión con él, para que mantengas la unidad
de la fe de la Iglesia.
Dios dice a Jeremías que no tenga miedo, pues estará con él para
librarlo. Manuel, no tengas miedo ante lo difícil del ministerio que se
te confía. Es Dios quien te ha llamado y él no te abandona. Tú no aban-
dones a Dios y él te dará la fortaleza para permanecer fiel, tanto en tu
celibato como en tus demás compromisos. Esfuérzate por hacer mucha
oración, por ti y por el pueblo, sobre todo con la Liturgia de las Horas. Si
eres hombre de oración, serás hombre de Dios, profeta de Dios. Sin ora-
ción, no escucharás a Dios y, entonces, no podrás comunicar al pueblo la
Palabra de Dios. Que el Espíritu Santo que vas a recibir, te haga hombre
de oración, para que te parezcas a Jesucristo, quien dedicaba largas horas
a la oración, para servir mejor al pueblo.

2 Eligieron a siete varones


En la segunda lectura, escuchamos que los Apóstoles impusieron las
manos a siete varones, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría,

466
HOMILÍAS SACERDOTALES

y los nombraron para el cargo de servidores de la comunidad, sobre todo


de los pobres, pues los Apóstoles no podían atender todas las necesidades
que se iban presentando entre los nuevos creyentes. Eran, pues, colabo-
radores de los Apóstoles.
Los diáconos son colaboradores de los Obispos y de los presbíteros,
pues sobre éstos recae la responsabilidad mayor de hacer presente en la
comunidad a Jesucristo, cabeza y pastor de su Iglesia. Los diáconos, por
tanto, no pueden desempeñar su ministerio sino en comunión con los
sacerdotes y con su Obispo. No son independientes y autónomos, pues la
Iglesia es como un cuerpo, que tiene una cabeza, y no cada quien hace la
Iglesia como quiere. Ni los Obispos podemos hacer las diócesis a nuestro
gusto y criterio, sino en comunión con el Papa y con los demás Obispos
que están en comunión con él.
Por ello, Manuel, procura ejercer tu ministerio en comunión con tu
Obispo y con tu párroco. No quieras vivir en forma aislada tu entrega
a la comunidad. Presenta tus iniciativas e inquietudes, tus proyectos y
sugerencias, siempre dispuesto a acatar la decisión de quien está al frente
de la comunidad, que es el párroco. Con él, colaboran las religiosas, los
otros diáconos, el consejo parroquial y los demás servidores. En comu-
nión con todos ellos, has de procurar dialogar constantemente y desa-
rrollar tus actividades pastorales, nunca en forma aislada y siempre en
coordinación con el párroco.
La promesa que haces de obedecer a tu Obispo no es una atadura y
una esclavitud, sino una forma de parecerte a Jesucristo, quien nos redi-
mió con su obediencia al Padre celestial hasta la cruz. Esta obediencia,
libremente ofrecida, no te esclaviza ni te quita tu personalidad, sino que
te hace libre para servir donde tu ministerio sea necesario. Colaboras con
tu Obispo y tu párroco para formar la Iglesia que Jesucristo quiso, con
Pedro y con los Apóstoles; no fundas una iglesia nueva, a tu imagen y
semejanza.

3 El buen pastor da la vida


En el Evangelio de San Juan, capítulo 10, Jesús se presenta como el
buen pastor que da la vida por sus ovejas. Él es el modelo de los pastores.
Por tanto, Jesús es el ejemplo que debemos seguir todos los responsables

467
SER SACERDOTE VALE LA PENA

de la pastoral en las comunidades, en particular los obispos, sacerdotes


y diáconos.
El buen pastor conoce a sus ovejas, las cuida, las alimenta, las prote-
ge del lobo, las guía hacia pastos abundantes; en una palabra, entrega su
propia vida para que las ovejas tengan vida, y vida en abundancia.
Esta es tu misión, Manuel. Por tanto, conoce la comunidad que se te
confía. Conoce su historia, su cultura, su realidad actual, sus alegrías y
sus tristezas. Tienes la ventaja de ser tsotsil, como la mayoría de los ha-
bitantes de esta parroquia. Nunca traiciones tu cultura; no te avergüences
de ella, sino todo lo contrario. Es una riqueza, con la que vas a enriquecer
a nuestra diócesis, que te ha aceptado con mucha ilusión y esperanza,
pues es urgente que tengamos sacerdotes indígenas, plenamente identifi-
cados con Jesucristo y con su pueblo.
La Iglesia no menosprecia a los indígenas, como si no fueran capa-
ces del sacerdocio, del celibato, e incluso del episcopado. Dios se fija
también en jóvenes indígenas, para llamarlos al sacerdocio, y les da las
cualidades y las oportunidades necesarias para que se formen y puedan
estar al frente de las comunidades. Así como llamó al indígena San Juan
Diego, que no fue diácono ni sacerdote, sino un fiel laico, así llama a
indígenas para que sean diáconos, unos casados y otros célibes, y tam-
bién para que sean sacerdotes y obispos. Dios nos conceda más vocacio-
nes consagradas en nuestros pueblos indígenas, tanto para el Seminario
como para el convento de las Hermanas Religiosas.
Manuel, entrégate al servicio de tu pueblo, para que lo hagas crecer
por medio de la fe y del Bautismo. Aliméntalo en abundancia con la
Palabra de Dios y con la Eucaristía. Cuídalo de los lobos que traen la di-
visión, la envidia, la droga, el alcohol, el odio y la violencia. Como Juan
Bautista, no quieras aparecer tú, sino lleva al pueblo hacia Jesucristo,
quien es el único camino, la única verdad, la única vida, el único salvador
del mundo.
Que venga el Espíritu Santo sobre ti, para que te transforme en un
buen servidor de su pueblo. Que la Virgen María, nuestra Madre de Gua-
dalupe, te forme como formó al primer y gran sacerdote, Jesucristo. Que
San Juan Diego te ayude a permanecer fiel a tu cultura y al Evangelio.
Que San Juan Bautista, quien llevó a San Andrés Apóstol hasta Jesús, te
ayude también para que sigas a Jesucristo y seas su apóstol. Así sea.

468
HOMILÍAS SACERDOTALES

66. PRESBÍTEROS PARA UNA IGLESIA AUTÓCTONA


LIBERADORA Y EVANGELIZADORA

Ordenación presbiteral de Víctor Manuel Pérez Hernández,


en San Andrés Larráinzar, Chiapas (9/VI/2003)

Apenas ayer celebramos la solemnidad de Pentecostés, con la que


concluimos las fiestas pascuales por la muerte y resurrección de nuestro
Señor Jesucristo. Hoy seremos testigos de un acontecimiento importan-
te, pues el mismo Espíritu Santo que descendió en forma visible sobre
los apóstoles y los transformó en testigos del Resucitado, vendrá sobre
Víctor Manuel Pérez Hernández, para consagrarlo como sacerdote para
siempre.
Es el mismo Espíritu Santo quien guía a su Iglesia, pues los obispos
y los agentes de pastoral no somos dueños de ella. Fue el Espíritu quien
escogió a los profetas, como a Jeremías, de quien nos habla la primera
lectura, para que no tuvieran miedo de hablar en nombre de Dios, “para
extirpar y destruir, para reconstruir y plantar” (Jer 1,4-10). El Espíritu
guió a los apóstoles para que fueran testigos de que Jesucristo resucitó,
está vivo y es el Señor. Es el mismo Espíritu Santo quien hoy convierte a
Víctor Manuel en un testigo de la resurrección del Señor, en un servidor
de la Iglesia fundada por Jesús, en un signo o sacramento de su presencia
entre nosotros. Víctor Manuel deberá ser, desde hoy, una prolongación
visible del mismo Jesús, cabeza y pastor de la Iglesia; una transparencia,
una imagen actual, un instrumento vivo de Jesús, y por tanto, un esposo
y un siervo de su Iglesia.
Agradecemos a todos los que le han ayudado en su vida para que
llegue a este día. En primer lugar, a sus padres y familiares, que le han
apoyado con cuanto han podido, en lo material y en lo espiritual. Agra-
decemos a la diócesis de Tuxtla Gutiérrez y a su Seminario toda la for-
mación que le proporcionaron. Valoramos el apoyo que recibió del Padre
Diego Andrés Locket. Agradecemos a esta parroquia de San Andrés, al
Padre Jesús Landín, a las Hermanas Religiosas, a los diáconos, catequis-
tas, servidores y fieles de la cabecera parroquial y de las comunidades.
Pedimos a Dios que bendiga a todas las personas que le han acompañado
y atendido en su formación.

469
SER SACERDOTE VALE LA PENA

El Espíritu Santo hará que Víctor Manuel esté plenamente integrado


a esta Iglesia que peregrina en la diócesis de San Cristóbal de las Casas.
¿Qué Iglesia queremos y debemos ser? ¿A qué Iglesia debe presidir y
servir Víctor Manuel? Nuestro III Sínodo Diocesano nos presenta seis
características de la Iglesia que queremos ser: autóctona, liberadora,
evangelizadora, servidora, en comunión y bajo la guía del Espíritu. En
esta ocasión, me fijaré sólo en las tres primeras, dejando las otras tres
para cuando hagamos la ordenación de Manuel.

1. Iglesia autóctona
Jesucristo, origen y modelo de todo sacerdocio, nació, creció y desa-
rrolló su ministerio en una cultura determinada: la judía, particularmente
en la cultura de la región de Galilea. Sus apóstoles pertenecieron también
a la misma cultura. Sin embargo, los envió a todo el mundo, a toda cul-
tura, pues todos los seres humanos están llamados a ser hijos de Dios.
Por ello, un sacerdote debe encarnarse en la cultura donde desarrolla su
ministerio, sea nativo del lugar, sea que venga de otra parte.
Nuestra diócesis quiere continuar este esfuerzo para ser una Iglesia
autóctona; es decir, que se encarne en las realidades de las regiones Al-
tos, Selva y Fronteriza de Chiapas. Quiere conocer más, apreciar, valorar
y promover, con la luz y la fuerza del Evangelio y de los sacramentos,
las culturas propias de estas regiones, para que lleguen a la plenitud de su
perfección en Cristo. Quiere descubrir las “semillas del Verbo”, que in-
dudablemente hay en muchas tradiciones y costumbres de quienes desde
siglos inmemoriales habitan en estas tierras, para purificar los elementos
que sean contrarios o indignos del Evangelio, y para que todos lleguen
al conocimiento y aceptación explícitos de Jesucristo, como único y de-
finitivo Salvador.
Víctor Manuel, tú eres nativo de San Andrés, hijo de esta cultura,
indígena tsotsil. Nos alegra el corazón que tú seas el segundo sacerdote
de esta etnia, después de tu paisano, el Padre Marcelo Pérez. Esperamos
con ilusión la pronta ordenación sacerdotal de Manuel Pérez, que sería
el tercer sacerdote tsotsil. En ustedes está cifrada nuestra esperanza, así
como en los diáconos permanentes y catequistas, de que sean los pri-
meros en hacer realidad lo mandado en nuestro Sínodo: ser una Iglesia

470
HOMILÍAS SACERDOTALES

autóctona, que vive y predica el Evangelio, que celebra la liturgia y que


se organiza, de una forma adecuada a las culturas propias de nuestra
diócesis. Nunca una Iglesia autónoma, al margen de la Iglesia universal,
ni distanciados del Sucesor de Pedro y de sus inmediatos colaboradores.
Nunca una Iglesia que prescinde de las normas y decisiones de Roma,
pero siempre una Iglesia encarnada en la cultura de nuestro pueblo.
Mantengan, pues, esa triple fidelidad: a Jesucristo, a la Iglesia y a su
pueblo tsotsil.

2. Iglesia liberadora
Jesucristo vino a liberar a cuantos estaban oprimidos por el pecado, el
demonio, los vicios, la enfermedad, la discriminación, el dominio de los
poderosos, las leyes injustas, el egoísmo de quienes todo poseen, la falta
de fe y de esperanza. Envió a los apóstoles a continuar su misma misión,
hasta el fin del mundo. Por ello, todo sacerdote, así como los demás
agentes de pastoral, debe ser un promotor de liberación.
Nuestra diócesis está comprometida en esta misma tarea de acompa-
ñar e impulsar a nuestro pueblo para que se libere de tantas cadenas que
lo esclavizan en la miseria, la insalubridad, la marginación, la injusticia,
el analfabetismo, la violencia por las divisiones internas en las comuni-
dades, el menosprecio a la mujer, el alcoholismo y la drogadicción. Nos
duele en el alma ver a tantos pobres, a quienes no llegan ni las miga-
jas que desperdician los ricos. Nos cuestiona la conciencia comprobar
cuántos mueren por falta de servicios de salud. Nos preocupa la falta
de un trabajo bien remunerado y los bajísimos precios del café y demás
productos que campo, lo que induce a una migración forzada y suma-
mente peligrosa. Nos conmueve la situación de las mujeres, sobre todo
indígenas, agobiadas por el peso de la leña, de los hijos, del hogar y del
excesivo trabajo, y sin ningún reconocimiento a su dignidad. Nos enoja
que para los pobres no hay justicia, y las cárceles están llenas de quienes
no tienen un eficiente defensor.
Víctor Manuel, tú no puedes, no debes ser un sacerdote ni un levita
como los del Antiguo Testamento, que pasan de lado sin compadecerse
de quien está malherido y tirado al borde del camino. No debes ser indi-
ferente al dolor de tu pueblo. No puedes quedarte con los brazos cruza-

471
SER SACERDOTE VALE LA PENA

dos, ni reducirte a lamentos y a culpar de todo al sistema, cuando ves el


sufrimiento de tu raza. No debes sólo buscar tu bienestar personal, sino
compartir las penas y tristezas de tus hermanos, para estar con ellos y
ofrecerles tus cualidades, y así ellos mismos sean los actores de su propia
liberación. Sin odios ni rencores. Sin enfrentamientos entre hermanos.
Sin partidismos políticos. Sin confiar en las armas y en métodos violen-
tos. Con diálogo y paciencia. Con amor y perdón mutuo. Con trabajo y
perseverancia. Con organización y armonía entre las comunidades. Con
respeto a las diferencias ideológicas, partidistas y religiosas. Con Evan-
gelio y Eucaristía. Con la Palabra de Dios y la oración.

3. Iglesia evangelizadora
Jesucristo vino a evangelizar, a traer la buena nueva de que nuestro
Padre Dios nos ama, la gran noticia de que somos sus hijos, la seguridad
de que Él no quiere el sufrimiento de nadie, sino la vida en plenitud para
todos. Recorría aldeas, pueblos y ciudades, para hacer difundir esta gran
novedad. Murió en la cruz, por fidelidad a su misión, pero resucitó y vive
hoy en su Iglesia. Envío a sus apóstoles a evangelizar, con la misma au-
toridad que Él había recibido del Padre. Por ello, los sacerdotes y demás
agentes de pastoral tienen como tarea prioritaria entregar su mente y su
corazón a la evangelización.
Nuestra diócesis quiere ser fiel a esta misión de Jesús, y por ello dedi-
ca su personal y sus recursos a hacer llegar el Evangelio hasta las últimas
barrancas y montañas. A ello encamina su pastoral profética, litúrgica y
social, dando prioridad a la evangelización de los pobres y marginados,
pues es la señal de autenticidad para la Iglesia y para todo cristiano. Con
una catequesis a todos los niveles, sin excluir a los niños y jóvenes, a las
familias y a las zonas urbanas. Con respeto a la piedad popular y a las
legítimas costumbres. Procurando ir a los alejados y abrir las puertas, no
cerrarlas, a católicos que han encontrado un camino de fe en movimien-
tos eclesiales y en formas tradicionales de religión.
Víctor Manuel, que tu primera ocupación sea meditar y predicar la
Palabra de Dios. Que comuniques la alegría y la paz que nos proporcio-
na saber que somos hijos de Dios. Que seas testigo de que Jesucristo
vive y es el único camino de vida eterna. Que el Espíritu Santo te haga

472
HOMILÍAS SACERDOTALES

misionero incansable, como San Pablo, como San Andrés, para que en
toda ocasión, en reuniones y celebraciones, no impongas tus ideas, sino
que ofrezcas la luz del Evangelio. Que si se hace análisis de la realidad,
tus juicios sean conformes a los criterios de Jesucristo. Que si participas
en la búsqueda de soluciones a los conflictos en las familias y en las
comunidades, tu servicio sea presentar los caminos señalados por Jesús.
Que no te presentes como un mesías, sino como quien sólo prepara el
camino al Señor.
Víctor Manuel, no temas. El Señor está contigo. Él te ha llamado,
como llamó a los apóstoles, según nos dice el texto evangélico que escu-
chamos (cf Lc 5,1-11). Somos pecadores, como decía San Pedro, pero el
Señor te ha escogido para que le ayudes en su tarea. Que la fuerza del
Espíritu Santo, que vas a recibir en este momento, te sostenga siempre.
Que te proteja la santísima Virgen María. Que te cuide San Andrés após-
tol. Que la oración y los buenos consejos de tu familia y de esta comuni-
dad eclesial te acompañen. Que la Eucaristía, que a partir de hoy podrás
celebrar, sea tu alimento de vida eterna. Así sea.

67. PRESBÍTEROS PARA UNA IGLESIA SERVIDORA,


EN COMUNIÓN Y BAJO LA GUÍA
DEL ESPÍRITU SANTO

Ordenación presbiteral de Manuel Pérez Gómez,


en Buena Vista, San Andrés Larráinzar, Chiapas (20/XI/2003)

Hoy es día de fiesta para este pueblo, para esta parroquia de San An-
drés Apóstol, para nuestra diócesis, para la Iglesia universal, y en parti-
cular para Manuel Pérez Gómez y su familia. Hoy nos sentimos llenos de
alegría y de esperanza, porque la ordenación del tercer sacerdote tsotsil
abre horizontes prometedores, para que nuestra Iglesia sea cada día más
autóctona. Que el Señor sea bendito y alabado por siempre.
Agradecemos a todos los que han ayudado a Manuel en su vida y en
su formación. A sus padres Pascual Pérez Hernández y Micaela Gómez
Núñez, a sus hermanos y familiares, a su pueblo donde nació y creció,
al Padre Diego Andrés Locket, a la diócesis de Tuxtla Gutiérrez y a su

473
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Seminario, a esta parroquia de San Andrés, a su párroco y a sus colabo-


radores, a los diáconos, catequistas, servidores y fieles de la cabecera
parroquial y de las comunidades, así como a la parroquia de San Juan El
Bosque, donde ha desarrollado su ministerio como diácono. Que el Señor
les bendiga por todo lo que han hecho por él.
El Espíritu Santo, por medio de mi servicio episcopal, va a consagrar
a Manuel para que sea un ministro de Dios Padre, un profeta del Evan-
gelio de Jesucristo, un servidor del Pueblo de Dios. Por la imposición
de mis manos y la oración consecratoria, será un sacramento vivo de
Jesucristo, para continuar la obra de salvación que él mismo realizó, en
favor de toda la humanidad.
Desde que fue ordenado diácono, se incardinó a esta Iglesia que pe-
regrina en la diócesis de San Cristóbal de las Casas. Será, pues, cabeza
y pastor, siervo y esposo de la Iglesia de Jesucristo, hoy y aquí. ¿Qué
modelo de Iglesia queremos y debemos ser? ¿En qué Iglesia va a presidir
y servir Manuel? Nuestro III Sínodo Diocesano presenta seis caracterís-
ticas de la Iglesia que queremos ser: autóctona, liberadora, evangeliza-
dora, servidora, en comunión y bajo la guía del Espíritu. Hoy describiré
algunos rasgos de las tres últimas, pues ya en la ordenación del Padre
Víctor Manuel presenté las otras tres.

1. Iglesia servidora
Jesucristo, el sumo y eterno sacerdote, nos ha marcado la forma de
ser cristiano, de ser catequista, diácono, sacerdote y obispo, cuando nos
dice: “Los gobernantes y los grandes dominan y oprimen. Así no debe
ser entre ustedes. El que quiera ser grande que se haga servidor; y el que
quiera ser el primero que se haga siervo, de la misma manera que el Hijo
del Hombre: él no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida para el
rescate de muchos” (Mt 20,25-28). Jesucristo demostró su vocación de
servidor hasta entregar su vida por nosotros en la cruz, y quedándose en
los sacramentos, para seguir dándonos su vida, por medio de la Iglesia.
Nuestra diócesis quiere distinguirse por ser ministerial, es decir, por
que haya muchos servidores, sobre todo catequistas, y que les demos
la importancia que merecen. Entre los servidores que más necesitamos,
además de los diáconos, están los sacerdotes, pues hay parroquias que no

474
HOMILÍAS SACERDOTALES

tienen sacerdote, y otras que carecen de diáconos. Para tener más sacer-
dotes, es urgente que haya más seminaristas, candidatos célibes al sacer-
docio, pues si no hay un mayor número de sacerdotes, es muy difícil que
la Santa Sede me permita ordenar nuevos diáconos. Hacen falta también
más religiosas, mujeres consagradas, sobre todo indígenas, para que el
amor maternal de Dios se haga más presente en las comunidades.
Recalco que es de suma importancia promover estas vocaciones. Con
frecuencia se dice que el celibato —masculino y femenino— es ajeno a
la cultura indígena. Al respecto, hay que dejar en claro que el celibato
perpetuo por el Reino de los cielos es extraño a toda cultura, también a la
judía, a la griega, a la romana, a la europea y a la mexicana. Es un don,
una gracia especial, que no cualquiera entiende ni practica (cf Mt 19,10-
12). Es un estado de vida que los mismos indígenas aprecian mucho,
como un signo de entrega total al servicio de la comunidad.
Jesucristo decidió ser célibe. Su madre permaneció virgen. El apóstol
Juan y San Pablo, colaboradores muy cercanos a Jesús, no se casaron.
San Pablo recomienda la virginidad, para estar consagrados plenamente
al Señor, sin divisiones (cf 1 Cor 7, 25-35). Es verdad que de Pedro se
dice que tuvo suegra, y por tanto se supone que estuvo casado (cf Mt
8,14); con todo, algunos especialistas en Biblia dicen que este texto pue-
de tener otras interpretaciones. Hemos, pues, de hacer mucha oración al
Señor, para que nos regale más servidores en su Iglesia, sobre todo de
sacerdotes y religiosas, que, renunciando libremente al matrimonio, se
consagren totalmente al servicio de Dios y de su Pueblo.
Manuel, tu vocación, por tanto, no es para dominar a los demás, ni
para hacerte rico, sino para servir. El Señor te ha llamado, como dicen
la primera lectura y el Evangelio que escogiste (cf Jer 1,4-9; Jn 15,16),
para que desgastes tu vida en servicio de este pueblo que tiene hambre de
pan, hambre de reconocimiento a su dignidad, pero sobre todo hambre
de Dios. Decidiste no casarte, no por desprecio al matrimonio, sino para
entregar toda tu vida al servicio. Procura poner en práctica lo que nuestro
Sínodo Diocesano pide a los sacerdotes: ser “pastores con el pueblo, sin
dejarlo solo”; ser “amables, acogedores, serviciales” (No. 434); tener
“los sentimientos del Buen Pastor, que sabe escucharnos y no nos deja
perder el camino; serán serviciales, desinteresados, pacientes, humildes,
comprensivos y amables; visitarán las comunidades teniendo comuni-

475
SER SACERDOTE VALE LA PENA

cación directa con el Pueblo de Dios para que conozcan sus tradicio-
nes, necesidades y exigencias” (Ib). “Realice su servicio cimentado en
la Palabra de Dios y en las enseñanzas de la Iglesia; comprenda los
problemas de los más humildes, estando siempre del lado de la justicia”
(No. 442). No te olvides de tu pueblo y de tu cultura tsotsil, que es una
riqueza para la Iglesia.

2. Iglesia en comunión
Nuestro Señor Jesucristo es uno con el Padre y con el Espíritu Santo.
En la santísima Trinidad, hay un solo Dios en tres personas distintas.
Hay diferencias entre las tres personas divinas, pero sin romper la uni-
dad. Y esto es lo que Jesús desea para sus discípulos: que todos sean un
solo pueblo, una sola familia, así como Él es uno solo con su Padre (cf
Jn 17,21). Por ello, fundó una sola Iglesia, sobre una sola roca o piedra,
Pedro, su Vicario en la tierra, y sus sucesores (cf Mt 16,18). En esta Igle-
sia, hay muchos miembros, servicios y carismas, como dice la segunda
lectura bíblica que escogiste para hoy (Ef 4,1-13; cf 1 Cor 12,4-31); pero
estas diferencias no son para formar diversas iglesias, sino para que la
única Iglesia de Jesucristo resplandezca como la esposa amada de Jesu-
cristo (cf Ef 5,25-27).
Nuestra diócesis quiere ser fiel a su vocación de vivir en comunión;
es decir, en común unión. Hay diferentes culturas, diversas formas de
pensar, tendencias distintas en la manera de vivir la fe y de llevar la
pastoral, pero queremos amarnos como hermanos, respetarnos en nues-
tras legítimas diferencias, valorarnos unos a otros como un regalo para
la Iglesia (cf Novo Millenio Ineunte, 43). Así como el cuerpo tiene una
mano derecha y otra izquierda, pero ambas están unidas por el corazón
y los pulmones, y dirigidas por una sola cabeza, así es nuestra diócesis.
Hay quienes van más por la izquierda, y otros por la derecha; pero somos
hermanos y todos somos necesarios. Una sola mano no puede hacer mu-
cha fuerza, sin la ayuda de la otra. Por eso, debemos estar todos unidos a
la cabeza, que es el Obispo, y al Papa, que es quien preside en la caridad
a la Iglesia universal. Sólo así seremos la Iglesia que Jesucristo fundó.
Manuel, sé un miembro vivo y activo de esta Iglesia particular. No te
aísles, ni hagas planes por tu cuenta, sino vive la comunión eclesial con

476
HOMILÍAS SACERDOTALES

tu párroco, con los diáconos, las religiosas y demás agentes de pastoral,


sobre todo con los catequistas. Ten muy en cuenta al consejo parroquial,
que, según nuestro Sínodo Diocesano (No. 559), aunque sólo tiene voto
consultivo, no decisivo, y es presidido por el párroco, es muy impor-
tante para el buen desempeño de tu ministerio. Para estar en comunión
con toda la diócesis, mantente en constante comunicación con tu Obispo,
como hasta ahora lo has hecho; pon en práctica el Plan Diocesano de
Pastoral y convive fraternalmente con el equipo tsotsil, para que seas con
ellos un solo corazón y una sola alma (cf Hech 4,32). Y procura mante-
ner, en toda circunstancia, una “profunda comunión afectiva y efectiva
con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal” (Sínodo 571).
En las condiciones actuales que vivimos, el Sínodo nos pide, en es-
pecial, ser “ministros de la unidad”; es decir, promover la reconciliación
en las comunidades, pues la Iglesia no es de un partido político, de una
organización, de una cultura, sino que su servicio es para todos (cf No.
443). Hemos de crear puentes de comunión, no descalificar personas,
grupos o movimientos eclesiales, pues el Espíritu Santo lleva a su Iglesia
por los caminos que Él quiere, que no siempre se identifican con nuestras
preferencias personales.

3. Iglesia bajo la guía del Espíritu


Nuestro Señor Jesucristo se encarnó en el seno de la santísima Virgen
María por obra y gracia del Espíritu Santo (cf Lc 1,35). Siempre estuvo
lleno del Espíritu Santo (cf Lc 3,22) y, desde la cruz, nos lo entregó (cf
Jn 19,30). Subió al cielo para pedir al Padre que nos lo enviara y, así, nos
enseñara y recordara todo el Evangelio (Jn 14,16.26). Desde su resurrec-
ción, y en forma muy expresiva en Pentecostés, comunicó este Espíritu
Santo a sus apóstoles y a sus demás discípulos (cf Jn 20,22; Hech 2,4).
Nuestra diócesis quiere dejarse conducir por este mismo Espíritu
Santo, para ser fiel al Evangelio. Los retos son enormes, pero “no esta-
mos solos, sino que contamos con la gracia y la guía del Espíritu de
Jesús”, como dice el Sínodo (pág. 206). Dejarnos guiar por este Espíritu,
es empezar por una conversión constante: “Debemos empezar por cam-
biar nosotros mismos; queremos corregir nuestros errores, arrepentir-
nos, pedir perdón y perdonar... Nuestras limitaciones y fallas han au-

477
SER SACERDOTE VALE LA PENA

mentado las divisiones y los enfrentamientos; nuestros malos ejemplos


han facilitado deserciones en las filas del Reinado de Cristo” (Sínodo,
pág. 207). El Espíritu Santo nos ha de guiar hacia una espiritualidad pro-
fética y martirial, pues “el Evangelio que predicamos, al mismo tiempo
que anuncia la salvación de Dios, denuncia todos aquellos pecados y
situaciones que se amotinan en contra del Reinado del Señor; incluso
debemos tener una posición crítica desde el Evangelio ante las organi-
zaciones, para que superen los errores y el mal ejemplo que también las
amenaza” (Sínodo, pág. 208).
Manuel, pídele al Espíritu Santo que te mantenga siempre fiel a tu
vocación. Pídele que te ayude a ser muy semejante a Jesús, el buen pas-
tor. En particular, pídele que te haga ser un constructor de la paz, para
“superar la distinción de grupos, organizaciones o partidos políticos...
Nuestras comunidades ya de por sí divididas y enfrentadas, sufren violen-
cia por motivos religiosos. El Espíritu del Señor no nos impulsa a la ri-
validad y a la intolerancia, sino a saber respetarnos y a colaborar juntos,
sin imposiciones, para el bien de nuestras comunidades” (Sínodo, pág.
210). Y para ser fiel a tu misión, es de primera importancia mantenerte
muy constante en la oración y ser fiel en la Liturgia de las Horas (cf Sí-
nodo, No. 444 y pág. 212).
Que venga, pues, la fuerza de este Espíritu Santo, para que te consa-
gre y te haga sacerdote de Jesucristo. Que venga sobre ti, para que seas
un apóstol entregado de lleno a dar testimonio con tu vida de que sólo en
Jesús se encuentran el camino, la verdad y la vida. Que venga ese mismo
Espíritu, para que transforme el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre
de Jesús, y con este alimento vayamos siendo la Iglesia que el mismo
Jesús quiere. Todo esto, con la intercesión de la Santísima Virgen María,
de San José, de los santos apóstoles Juan y Andrés y de San Juan Diego.
Así sea.

478
HOMILÍAS SACERDOTALES

68. IDENTIDAD Y MISIÓN DEL SACERDOTE

Ordenación presbiteral de Oscar Celso Morales Hernández,


en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas (28/XI/2003)

Me siento muy feliz y lleno de ilusión al ordenar al quinto sacerdo-


te, desde mi llegada a esta diócesis. El primero, fue el P. Luis Enrique
Sánchez, de origen tabasqueño; después, tres indígenas tsotsiles, de la
parroquia de San Andrés Apóstol; hoy es Oscar Celso, nativo del Dis-
trito Federal, pero desde hace más de diez años integrado a esta Iglesia
particular.
Además, es motivo de gran esperanza el hecho de que hay un diáco-
no, Alejandro Ornelas, que se prepara al sacerdocio, y cuatro seminaris-
tas en IV de Teología: uno de Jalisco y tres chiapanecos, de los cuales
dos son indígenas: uno tsotsil y otro totique. De esta forma, se fortalece
el ministerio presbiteral, para el servicio de las comunidades.
¿Por qué la ordenación de un sacerdote es motivo de fiesta, alegría y
esperanza? No es porque no valoremos el gran regalo y la gran riqueza
que significan nuestros 340 diáconos permanentes, las casi 200 religiosas
de muy diversas Congregaciones, los 8,000 catequistas y los inconta-
bles servidores que están desgastando sus vidas al servicio del Pueblo de
Dios. Es porque todos estos agentes de pastoral necesitan del ministerio
de los presbíteros, pues la Iglesia local no está bien constituida si faltan
sacerdotes. Un nuevo sacerdote es una gracia para los demás servidores
de nuestra diócesis.
¿Para qué sirve un sacerdote? ¿Cuál es su ministerio en una comuni-
dad parroquial, o en una misión? ¿No bastaría con tener más diáconos,
religiosas y catequistas?

1. “Aviva el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos”


San Pablo, en la segunda lectura que escuchamos (2 Tim 1,1-3.6-12),
describe algunos rasgos de quien ha recibido la imposición de las manos
para un ministerio especial. Aunque todos los bautizados son miembros
vivos de la Iglesia, y todos son necesarios para que ésta cumpla su misión,
sólo algunos reciben la imposición de las manos en orden al sacerdocio.

479
SER SACERDOTE VALE LA PENA

San Pablo se describe a sí mismo como “apóstol de Jesucristo por


voluntad de Dios”. Y dice con toda claridad: “Nuestro salvador Jesu-
cristo ha destruido la muerte e irradiado la vida y la inmortalidad por
medio del Evangelio, del que he sido nombrado predicador, apóstol y
maestro”. Oscar, en estas frases se concentra tu vocación.
Ante todo, San Pablo se siente llamado “por voluntad de Dios”. Es
lo mismo que se dice a Jeremías, según la primera lectura (Jer 1,4-10):
“Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes
de que nacieras, te consagré profeta para las naciones... Irás a donde
yo te envíe y dirás lo que yo te mande... Pongo mis palabras en tu boca
y te doy autoridad sobre pueblos y reyes”. De manera semejante, en el
Evangelio proclamado hoy (Jn 15,9-17), Jesús dice a sus apóstoles: “No
son ustedes los que me han elegido; soy yo quien los ha elegido y los ha
destinado para que vayan y den fruto”.
Oscar: Es Dios quien, a través de muchos signos, acontecimientos
y personas, te ha llamado al sacerdocio y te ha enviado a estas tierras.
Nunca consideres el sacerdocio como mérito tuyo, sino como vocación;
es decir, como un llamado a una misión particular. Vive siempre agra-
decido al que te llamó, y reconoce, como dice San Pablo, que “Él nos
ha llamado a llevar una vida santa, no por nuestros méritos, sino por
su propia determinación y por la gracia que nos ha sido dada, en Cristo
Jesús, desde toda la eternidad”.

2. “Apóstol de Jesucristo”
Eres llamado a ser “apóstol de Jesucristo... profeta para las nacio-
nes... predicador del Evangelio, apóstol y maestro”. Por tanto, siguiendo
a San Pablo, te digo: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro
Señor... Al contrario, comparte conmigo (yo también te digo lo mismo)
los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza
de Dios”. Apasiónate por Jesucristo, para que no te canses de anunciarlo
a Él, pues “no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el
nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús
de Nazaret Hijo de Dios” (Pablo VI: Evangelii nuntiandi, 22). Cristo es
el único camino, como dice mi lema episcopal.
No eres ordenado sacerdote para ser sólo un líder social, un coordi-

480
HOMILÍAS SACERDOTALES

nador de la comunidad, un promotor de obras sociales. Tampoco para


enriquecerte. Mucho menos para ser un dictador, un hombre autoritario,
un acaparador de poderes, un opresor y explotador de los fieles. Serás
sacerdote para desgastar tu vida en el servicio a los hermanos, como dice
Jesús: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como
yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que
da la vida por ellos”.
El bautismo te hizo miembro vivo del cuerpo de Cristo, que es su
Iglesia; el sacramento del Orden te “configura con Cristo Cabeza y Pas-
tor, Siervo y Esposo de la Iglesia” (Juan Pablo II: Exhortación Pastores
dabo vobis [PDV], 3), pues “el presbítero encuentra la plena verdad de
su identidad en ser una derivación, una participación específica y una
continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y
eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote”
(PDV 12).
Por la ordenación presbiteral, deberás “prolongar la presencia de
Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo
como una transparencia suya en medio del rebaño que te (les) ha sido
confiado” (PDV 15). Serás, “en la Iglesia y para la Iglesia, una repre-
sentación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor (Ib). Tu vida y tu
actuación pastoral serán “para el anuncio del Evangelio al mundo y para
la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y
actuando en su nombre” (Ib), pues a los presbíteros “el Espíritu Santo,
mediante la unción sacramental del Orden, los configura con un título
nuevo y específico a Jesucristo Cabeza y Pastor, los conforma y anima
con su caridad pastoral y los pone en la Iglesia como servidores auto-
rizados del anuncio del Evangelio a toda creatura y como servidores de
la plenitud de la vida cristiana de todos los bautizados” (Ib). De esta
forma, son llamados a “perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio”, a
participar “de su sagrada misión” (Ib).
En comunión con tu Obispo, “con Pedro y bajo Pedro”, nunca por
tu cuenta ni aislado de la comunión presbiteral, estarás “al frente de la
Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo, que
también está al frente de la Iglesia y del mundo” (PDV 16; cf No. 17 y
22). Te convertirás en “instrumento vivo” de Cristo, Sacerdote eterno,
“para proseguir en el tiempo su obra admirable” (PDV 20), pues “el

481
SER SACERDOTE VALE LA PENA

presbítero participa de la consagración y misión de Cristo de un modo


específico y auténtico, o sea, mediante el sacramento del Orden, en vir-
tud del cual está configurado con Cristo Cabeza y Pastor, y comparte la
misión de ‘anunciar a los pobres la Buena Noticia’, en el nombre y en
la persona del mismo Cristo... La vida y el ministerio del sacerdote son
continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo ” (PDV 18).
Con los Padres del Sínodo de los Obispos de 1990, tú y yo, así como
los demás presbíteros, podemos decir: “Esta es nuestra identidad, nues-
tra verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza de nues-
tra vida” (PDV 18). Siéntete feliz; goza no sólo este día, sino cada día en
que, por tu identificación con Cristo al celebrar los sacramentos y, sobre
todo, al pronunciar las palabras de la consagración del pan y del vino,
haces presente al mismo Jesucristo en medio de la comunidad.
Pero al resaltar hoy la misión de los sacerdotes, no pretendo restar
dignidad e importancia a los diáconos permanentes, a las religiosas, a los
religiosos, a los catequistas y a los fieles laicos en general. La Iglesia no
es sólo la jerarquía. Esta es imprescindible, pero entre todos formamos
un solo cuerpo, una familia, una comunión, donde todos somos impor-
tantes, como dice el Concilio Vaticano II: “Aun cuando algunos, por
voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los
misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre
todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en
orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG 32).
Una verdadera riqueza de nuestra diócesis son tantos servidores que
hay. Nuestros diáconos permanentes son un tesoro, por su entrega tan
generosa y sacrificada. Muchos son realmente santos. Su ministerio es
muy apreciado, tanto por la falta de sacerdotes, como para lograr una
mayor inculturación del Evangelio y de la Iglesia. Sin embargo, en este
momento histórico de nuestra diócesis, son más necesarios y urgentes
los sacerdotes, pues apenas tenemos 84, para un millón y medio de ha-
bitantes.
No podemos contentarnos con tener sólo diáconos y otros servido-
res, pues, como dice el Papa Juan Pablo II, es dolorosa “y fuera de lo
normal la situación de una comunidad cristiana que, aun pudiendo ser,
por número y variedad de fieles, una parroquia, carece sin embargo de
un sacerdote que la guíe... Se requiere la presencia de un presbítero, el

482
HOMILÍAS SACERDOTALES

único a quien compete ofrecer la Eucaristía ‘en la persona de Cristo’


(perdonar los pecados y ungir sacramentalmente a los enfermos). Cuan-
do la comunidad no tiene sacerdote, ciertamente se ha de paliar de al-
guna manera, con el fin de que continúen las celebraciones dominicales
y, así, los religiosos y los laicos que animan la oración de sus hermanos
y hermanas ejercen de modo loable el sacerdocio común de todos los
fieles, basado en la gracia del Bautismo. Pero dichas soluciones han de
ser consideradas únicamente provisionales, mientras la comunidad está
a la espera de un sacerdote” (Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 32).
Y agrega: “El hecho de que estas celebraciones sean incompletas
desde el punto de vista sacramental, ha de impulsar ante todo a toda
comunidad a pedir con mayor fervor que el Señor ‘envíe obreros a su
mies’ (Mt 9,38); y debe estimularla también a llevar a cabo una adecua-
da pastoral vocacional, sin ceder a la tentación de buscar soluciones
que comporten una reducción de las cualidades morales y formativas
requeridas para los candidatos al sacerdocio” (Ib).
En cuanto al deseo de que pudieran ser ordenados sacerdotes algunos
de nuestros diáconos permanentes, debo decir con toda claridad, después
de haber dialogado al respecto con quienes colaboran con el Papa en
la Curia Romana, que no hay ni una remota esperanza de que esto sea
posible. La Iglesia Católica latina, guiada por el Espíritu Santo, sostiene
la necesidad del celibato para el ministerio presbiteral, y la casi totalidad
de nuestros diáconos permanentes son casados. No abriguemos, pues,
ni alentemos más ese anhelo, ni en ellos ni en las comunidades, para no
generar frustraciones y resentimientos.
No centremos, pues, nuestra atención pastoral sólo en la promoción
y formación de catequistas y candidatos al diaconado. Son muy dignos,
importantes y necesarios. Pero lo que ahora nos toca es impulsar mucho
las vocaciones celibatarias al sacerdocio. Mientras no tengamos más sa-
cerdotes, es difícil que podamos ordenar más diáconos permanentes. Sin
suficientes sacerdotes, sobre todo nativos de estas tierras, no seremos la
Iglesia que anhelamos ser.

483
SER SACERDOTE VALE LA PENA

3. “El nos ha llamado a llevar una vida santa”

Oscar: Siéntete agradecido y afortunado, por haber sido elegido para


esta vocación. Pero también obligado a procurar ser más santo, como
“quien está llamado a hacerse epifanía y transparencia del buen Pastor
que da la vida” (PDV 49), pues “el presbítero, llamado a ser ‘imagen
viva’ de Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar
en sí mismo, en la medida de lo posible, aquella perfección humana que
brilla en el Hijo de Dios hecho hombre y que se transparenta con sin-
gular eficacia en sus actitudes hacia los demás... Para que su ministerio
sea humanamente lo más creíble y aceptable, es necesario que el sacer-
dote plasme su personalidad humana de manera que sirva de puente y
no de obstáculo a los demás en el encuentro con Jesucristo Redentor del
hombre” (PDV 43).
Los fieles con frecuencia se quejan de sus sacerdotes. Dicen que no
somos amables, pacientes y atentos con ellos. Al respecto, dice el Papa
Juan Pablo II: “De particular importancia es la capacidad de relacio-
narse con los demás, elemento verdaderamente esencial para quien ha
sido llamado a ser responsable de una comunidad y ‘hombre de comu-
nión’. Esto exige que el sacerdote no sea arrogante ni polémico, sino
afable, hospitalario, sincero en sus palabras y en su corazón, prudente y
discreto, generoso y disponible para el servicio, capaz de ofrecer perso-
nalmente y de suscitar en todos relaciones leales y fraternas, dispuesto
a comprender, perdonar y consolar” (PDV 43).
Si con todos debemos ser amables y atentos, especial predilección
hemos de tener por los pobres, por los marginados y excluidos. Esta es
una exigencia del Evangelio, y un criterio de verdad para saber si somos
cristianos y buenos pastores. Por ello, el III Sínodo Diocesano pide a los
sacerdotes ser “pastores con el pueblo, sin dejarlo solo”; ser “amables,
acogedores, serviciales”; buscar “soluciones alternativas a las necesi-
dades del pueblo” (No. 434); comprender “los problemas de los más
humildes, estando siempre del lado de la justicia” (No. 442).
Además, “como ejemplo para todos, mantengan la unidad con el
Señor, cultivando un espíritu de oración permanente... No olviden su
compromiso de participar especialmente en la oración oficial de la Igle-
sia a través de la Liturgia de las Horas” (No. 444). Oscar, con tu oración

484
HOMILÍAS SACERDOTALES

constante y la celebración diaria de la Eucaristía, serás un servidor fiel y


tendrás un corazón muy cercano a la gente, en especial a los pobres.

Conclusión
Que venga, pues, el Espíritu Santo y te transforme en un icono, una
imagen viva, una transparencia, una prolongación del mismo Cristo,
Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. Que nuestra Madre de
Guadalupe te sostenga en el hueco de sus manos, para que permanezcas
siempre fiel a tu vocación. Que la intercesión de San José, San Cristóbal
y San Juan Diego te sea propicia. Y no temas, como dice el Salmo 22:
“El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Que así sea.

69. CENTRADOS EN CRISTO

Ordenación de cuatro diáconos,


en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas (1/V/2005)

En el misterio del VI Domingo de Pascua, celebramos hoy la ordena-


ción de Sebastián, Bartolomé, Gabriel y Raúl, como diáconos de nuestra
Iglesia; conmemoramos también un año más de vida de un servidor, y
cinco años de haber llegado a esta diócesis, después de haber estado nue-
ve años en la de Tapachula.
En el Evangelio, Jesús promete a sus discípulos: “Yo le rogaré al
Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el
Espíritu de verdad” (Jn 14,16-17). Y en la primera lectura se dice que
“cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de que
Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a
Juan. Éstos, al llegar, oraron por los que se habían convertido, para que
recibieran el Espíritu Santo... Pedro y Juan impusieron las manos sobre
ellos, y ellos recibieron el Espíritu Santo” (Hech 8,14-17).
Los obispos, que somos sucesores de los apóstoles, también impon-
dremos las manos sobre estos candidatos, para que reciban al Espíritu
Santo, ya no sólo para que los fortalezca como en la Confirmación, sino
para constituirlos en servidores de Jesucristo y de la Iglesia, para consa-

485
SER SACERDOTE VALE LA PENA

grarlos a predicar la palabra de Dios, a bautizar, a distribuir la sagrada


Eucaristía, a presidir los matrimonios, a bendecir personas y objetos, a
acompañar los funerales y, sobre todo, a hacer presente el amor miseri-
cordioso de Dios hacia los pobres.
Raúl, Gabriel, Bartolomé y Sebastián, no tengan miedo. Jesucristo no
los dejará desamparados. Ámenlo siempre a Él, con un amor preferente,
con un amor de amigos, con un amor que implique todo su ser, y Él no
dejará de manifestarles su amor, les acompañará con su Espíritu y les
concederá disfrutar el ser hijos del Padre.
Vivan con alegría su opción de no casarse y de mantenerse célibes
durante toda la vida, no tanto por ser una ley de la Iglesia, sino por una
decisión libre y madura, que expresa su compromiso de entregar todas
sus fuerzas, energías y capacidades al servicio del Reino de Dios, en esta
Iglesia diocesana, en la que se incardinan hoy, y que tiene un rostro muy
propio: autóctona, liberadora, evangelizadora, servidora, en comunión y
bajo la guía del Espíritu. Asuman el reto de la opción preferencial por los
pobres, no exclusiva ni excluyente; involúcrense en el proceso de incul-
turación; aprendan a vivir la unidad eclesial en la pluralidad de carismas
y tendencias pastorales, que enriquecen nuestra diócesis.
Bartolomé, Sebastián, Raúl y Gabriel, sigan el ejemplo del diácono
Felipe, de quien se dice en la primera lectura que “bajó a la ciudad de
Samaria y predicaba allí a Cristo” (Hech 8,5). Como consecuencia de
su predicación, “de muchos poseídos salían los espíritus inmundos, lan-
zando gritos, y muchos paralíticos y lisiados quedaban curados. Esto
despertó gran alegría en aquella ciudad” (Hech 8,7-8). Centren su pre-
dicación en Cristo, y Él liberará a muchos de sus cadenas, de sus vicios
y pecados. No se prediquen a sí mismos, ni otras teorías o ideologías,
sino anuncien clara y explícitamente a Jesús, que es de quien nuestro
pueblo tiene hambre. Cuando todos acepten a Jesús, la sociedad cam-
biará. En vez de pleitos, injusticias, mentiras, desconfianzas, descalifi-
caciones e insultos de unos contra otros, Chiapas y el mundo entero
tendrán alegría.
Y para llevar a los demás a Cristo, dediquen buena parte de su
tiempo a la oración, tanto personal y comunitaria, como litúrgica, pues
hoy asumen el compromiso de orar diariamente por el pueblo en la
Liturgia de las Horas. Todos nosotros, empezando por su familia, ha-

486
HOMILÍAS SACERDOTALES

remos oración por ustedes, para que sean fieles a este llamado que han
recibido.
Por otra parte, hoy conmemoramos el quinto aniversario de que fui
llamado por Dios, a través del muy querido Papa Juan Pablo II, para asu-
mir el servicio de presidir esta Iglesia particular de San Cristóbal de Las
Casas. Vine con gusto, porque descubrí que era la voluntad de Dios, pero
consciente del reto que significaba el cambio de diócesis.
Mi preocupación central, aquí y en todas partes, es, como la del diá-
cono Felipe, predicar a Cristo. Es la misma convicción de San Pedro,
como nos dice en la segunda lectura: “Veneren en sus corazones a Cris-
to, el Señor, dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones
de la esperanza de ustedes. Pero háganlo con sencillez y respeto y es-
tando en paz con su conciencia” (1 Pedr 3,15-16). Lo que más anhelo
es que todos se encuentren con Cristo vivo, porque me he convencido
de que todo cambia cuando lo descubrimos, cuando nos acercamos a
Él, nos alimentamos de su Eucaristía, aceptamos sus mandamientos y
nos esforzamos por cumplirlos. Cristo es el único camino para que la
vida sea vida, como he querido expresar en mi escudo episcopal. Es mi
convicción más profunda. Por ello, me entristece y me preocupa cuando
algunos parecen no darle a Cristo la importancia que tiene, como si
hubiera algo más sublime que Él. Me duele cuando se pone poco interés
en la Eucaristía. Sea Cristo, pues, nuestra luz, nuestro camino y nuestra
vida. Nunca nos sentiremos defraudados, como decía hace ocho días el
nuevo Papa Benedicto XVI.
Estoy consciente de que el Señor Jesús, el pastor de pastores, no me
ha desamparado. Me ha manifestado su cercanía de muchas maneras.
Me ha ayudado a llevar la cruz, sobre todo cuando ésta se ha hecho más
pesada. Me ha concedido su Espíritu, pues conozco mis limitaciones.
Por eso, puedo también cantar con el salmista: “Las obras del Señor son
admirables. Aleluya. Celebremos su gloria y su poder, cantemos un him-
no de alabanza... Vengan y escuchen, y les diré lo que ha hecho por mí.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su gracia”
(Salmo 65).
Ayúdenme a dar gracias al Señor, ofreciendo esta Eucaristía con
tal intención. Ayúdenme a pedir perdón por mis errores. Entre todos,
esforcémonos por que nuestra diócesis sea una encarnación del mismo

487
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Jesucristo: de su amor misericordioso con los pobres, los pequeños, los


pecadores, los enfermos. Que su Palabra llegue a muchas personas, que
se alejan de la Iglesia Católica por falta de evangelizadores y de mejores
testimonios. Que hagamos realidad la oración de Jesús a su Padre: “Que
todos sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn
17,21). Y que nuestra Madre santísima nos guarde en su corazón, para
que Jesús se siga formando en nosotros. Así sea.

70. ENCARNADOS EN LA CULTURA

Ordenación presbiteral de Sebastián López López,


en Chalchihuitán, Chiapas (2/XII/2005)

Con grande gozo y esperanza, nos reunimos para celebrar esta Eu-
caristía, en la que nuestro hermano Sebastián recibirá la ordenación sa-
cerdotal, para el servicio del Pueblo de Dios. El Espíritu Santo, por la
imposición de mis manos y la oración consecratoria, lo hará una prolon-
gación, una imagen viva, un sacramento de Cristo Pastor: para predicar
su Palabra, para celebrar los signos sacramentales y para presidir la co-
munidad en su nombre.
Damos gracias al Señor que, en estos días, nos regala cuatro nuevos
sacerdotes: Hoy, Sebastián López. El sábado pasado, nuestro Obispo
Auxiliar, Enrique Díaz Díaz, ordenó a José Bartolomé Gómez Martínez,
en Venustiano Carranza. Gabriel Herrera Zepeda será ordenado por un
servidor el próximo día 8, en la Catedral. Raúl Ramírez Sánchez recibirá
la ordenación el día 17, en Comitán, de manos de Mons. Enrique. De
los cuatro, dos son mestizos y dos indígenas: un tsotsil y un totic. Con
éstos, ya son seis sacerdotes indígenas en nuestra diócesis. ¡Bendito sea
el Señor!
Ser sacerdote no es sólo decisión personal del candidato; es, ante
todo, un llamado que Dios hace a quien quiere, para confiarle un minis-
terio muy importante en su Iglesia. Así lo hemos escuchado en los textos
bíblicos que han sido proclamados hoy. No es, por tanto, una delegación
de la comunidad, aunque su opinión siempre es muy necesaria para ana-
lizar si el candidato manifiesta señales de vocación divina. La vocación

488
HOMILÍAS SACERDOTALES

sacerdotal es una gracia del Señor para la persona que es ordenada, y un


regalo para la comunidad.
Así lo dice Jesús a sus apóstoles: “No son ustedes los que me han
elegido, soy yo quien los ha elegido para que vayan y den fruto y su fruto
permanezca” (Jn 15,16). De igual manera se expresa San Pablo: “Cada
uno ha recibido la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado. El
fue quien concedió a unos ser apóstoles; a otros, ser profetas; a otros,
ser evangelizadores; a otros, ser pastores y maestros. Y esto, para ca-
pacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea,
construyan el cuerpo de Cristo” (Ef 4,11).
Todos nosotros, los que hemos recibido este sacramento del orden sa-
cerdotal, hacemos nuestras las palabras que escuchó el profeta Jeremías:
“Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco; desde antes
de que nacieras, te consagré profeta para las naciones”. Y también sen-
timos nuestra pequeñez, como responde a Dios el profeta: “Pero, Señor
mío, yo no sé expresarme, porque apenas soy un muchacho”. Pero nos
alienta la voz del Señor: “No digas que eres un muchacho, pues irás a
donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande. No tengas miedo, porque
yo estoy contigo para protegerte” (Jer 1,4-9).
Sebastián: junto contigo, damos gracias al Señor que te eligió para
este ministerio. Si recuerdas, yo tenía serias dudas de que pudieras con-
tinuar tu formación en el Seminario. Pero el Señor se fue encargando de
despejar esas dudas, gracias a tu esfuerzo sencillo y humilde, constante
y decidido. Después de escuchar las opiniones de tus formadores en el
Seminario y de la comunidad donde has desarrollado tus servicios, con
inmensa alegría comprobamos que es el Señor quien te llama, y no-
sotros no sólo no nos oponemos, sino que lo celebramos con gozo y
gratitud. Procura mantener siempre en tu corazón este reconocimiento
de que es el Señor quien te ha llamado, y que esto te dé confianza y
seguridad. Nunca veas tu sacerdocio como un mérito tuyo, sino como
un regalo del Señor.
Pero Dios te llamó para que desgastes tu vida en el servicio a su Pue-
blo, sobre todo a los pobres, a los marginados y excluidos. Tú mismo has
experimentado los sufrimientos de nuestros pueblos indígenas; por tanto,
estás llamado a ser una manifestación del amor cercano y comprensivo
de Dios Padre. Debes ser hermano con tus hermanos de cultura, como

489
SER SACERDOTE VALE LA PENA

lo hizo Jesucristo, y nunca olvidarte de tus raíces, aunque también has


de tener un corazón abierto a todas las personas de cualquier cultura, a
las que el Señor te destine. Que el Espíritu Santo te libre de la tentación
de ser un cacique contra tu pueblo, sino que siempre seas un servidor
humilde y sencillo.
Yo me siento muy agradecido con Dios, porque nos ha concedido
más sacerdotes, mestizos e indígenas. Sin embargo, en los próximos cua-
tro años serán muy pocas las ordenaciones, pues en los cursos teológicos
apenas hay tres alumnos. Gracias al Señor y a la pastoral vocacional que
se está impulsando, tenemos 16 seminaristas en Filosofía, 5 en el Curso
Introductorio y 9 en el Seminario Mayor. En total, en este curso empe-
zamos con 34 seminaristas, de los cuales 18 son indígenas de diversas
etnias. Debemos intensificar nuestra oración al Señor, para que nos re-
gale más vocaciones a este ministerio, pues nuestro pueblo tiene mucha
necesidad de más sacerdotes.
Siendo nuestra diócesis mayoritariamente indígena, también la ma-
yoría de sus servidores han de proceder de las cinco etnias que la com-
ponen y de la cultura mestiza. Aunque nuestra realidad cada día es más
pluricultural, y la cultura dominante está destruyendo muchos elementos
propios de los pueblos indígenas, éstos tienen derecho a que nuestra Igle-
sia se encarne más en estas culturas, para que sea realmente inculturada
y autóctona. Así como nos sentimos legítimamente orgullosos de contar
con más de ocho mil catequistas, la mayoría indígenas, y con una gran
variedad de servidores, sobre todo con la bendición de 335 diáconos per-
manentes, casi todos indígenas, nuestra diócesis requiere más sacerdotes
y religiosas, misioneros y misioneras de estas etnias. Ese es nuestro reto,
en el que todos debemos implicarnos, por amor a nuestro pueblo, que es
el que nos importa.
Agradezco a la familia de Sebastián su generosidad, para ofrecer a
Dios a uno de sus miembros. Que su papá y su mamá, desde el cielo,
lo sigan acompañando con su oración. Invito a los padres de familia,
sobre todo a los catequistas y candidatos al diaconado, que pidan a Dios
que les conceda el gran regalo de que alguien de sus hijos sea llamado
a este ministerio del sacerdocio. Agradezco a los Seminarios de Tuxtla
Gutiérrez y de Texcoco la ayuda que dieron a Sebastián en su formación.
Agradezco a esta comunidad parroquial de San Pablo Chalchihuitán el

490
HOMILÍAS SACERDOTALES

que haya aceptado con tan buen corazón el servicio de Sebastián. Mien-
tras no se presenten otras necesidades, seguirá con ustedes, para que no
les falte la atención cercana de un sacerdote; deberá, sin embargo, estar
integrado al equipo pastoral de Chenalhó, al que también expreso mi
gratitud. Agradezco también a la parroquia hermana de Estados Unidos,
que le han apoyado de diversas formas, incluso para que haya una casita
aquí, donde les sirva mejor. Y que esta Eucaristía nos conserve unidos
como hermanos en Cristo.

71. CÉLIBES POR EL REINO DE DIOS

Ordenación presbiteral de Gabriel Herrera Zepeda,


en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas (8/XII/2005)

“Con gozo inmenso me gozaré en el Señor y en mi Dios se alegrará


mi alma, porque me ha vestido una túnica de salvación y me ha cubierto
con un manto de inocencia, como la novia se enjoya para su boda” (Is
61,10). Así se inicia, con la antífona de entrada, la liturgia de este día, en
que celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santí-
sima Virgen María. De igual manera, aclamamos en el salmo responso-
rial: “Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas, Su
diestra y su santo brazo le han dado la victoria” (Salmo 97). En efecto,
la descendencia de Eva, de que se habla al término de la primera lectura
(Gén 3,9-15.20) ha aplastado la cabeza de la serpiente. El Señor ha triun-
fado sobre el pecado y sobre la muerte. En la concepción sin pecado de
nuestra Madre María, Dios manifiesta su poder y su misericordia. Ella
es la llena de gracia, a quien el Altísimo ha cubierto con su sombra.
Por eso, junto con el ángel Gabriel, le cantamos en la aclamación antes
del Evangelio: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está
contigo, bendita tú entre las mujeres” (cf Lc 1,28).
Con toda la Iglesia, celebramos esta gran solemnidad dando gracias
al Señor, que es “Padre santo, Dios todopoderoso y eterno”. Esto es
“justo y necesario, es nuestro deber y salvación”, como expresamos en
el Prefacio, “porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de
pecado original para que, enriquecida con la plenitud de tu gracia, fuese

491
SER SACERDOTE VALE LA PENA

digna Madre de tu Hijo, imagen y comienzo de la Iglesia, que es la espo-


sa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura”.
San Pablo lo expresa de esta manera en la segunda lectura: “Bendito
sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él
con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en Cris-
to, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables
a sus ojos, por el amor, y determinó, porque así lo quiso, que, por medio
de Jesucristo, fuéramos sus hijos, para que alabemos y glorifiquemos la
gracia con que nos ha favorecido, por medio de su Hijo amado” (Ef
1,3-6).
En este contexto festivo, celebramos la ordenación presbiteral de
Gabriel Herrera Zepeda. Así como el Espíritu Santo descendió sobre la
Virgen María, descenderá también sobre Gabriel, para que sea un digno
mensajero del Señor, un profeta como Juan Bautista, un esclavo del Hijo
del Altísimo, un servidor del Reino de Dios. Por la imposición de mis
manos y la oración consecratoria, el Espíritu del Señor lo consagrará para
liberar a su Pueblo de tantas cadenas que lo aquejan, materiales, psico-
lógicas y espirituales; lo transformará en sacramento de Jesús, Pastor y
Cabeza, Siervo y Esposo de su Iglesia, para llevar la Buena Nueva a los
pobres.
Así como la Virgen María se consagró en cuerpo y alma a Jesús, al
Cristo total: cabeza y miembros, Gabriel, respondiendo al llamado que
Dios le ha hecho, ha decidido consagrarse totalmente al Señor y a su
Iglesia. Por ello, desde el Diaconado se comprometió a vivir célibe, no
por desprecio al matrimonio y a la sexualidad, no por temor a la mujer
y a las responsabilidades de una familia, sino para dedicarse exclusiva-
mente a servir al Pueblo de Dios. Su celibato no es una huida, sino una
generosa entrega. No es un signo de inmadurez, sino una decisión adulta,
que lo capacita para una paternidad sin límites, en Cristo Jesús.
El celibato, en este sentido, aunque no es esencial al sacerdocio, está
en profunda sintonía con lo que la ordenación implica. No es sólo una
ley eclesiástica, que fuera reflejo de otros tiempos ya superados en la
historia de la Iglesia, sino una exigencia teológica de la identificación
sacramental con Cristo, quien decidió permanecer virgen para entregarse
totalmente a su Iglesia, a nosotros, sin división alguna. La ordenación
presbiteral hace que Gabriel, más allá de sus limitaciones humanas, sea

492
HOMILÍAS SACERDOTALES

una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor, un re-


flejo, una continuación, una prolongación, una transparencia e imagen
viva de Jesús (cf PDV). Jesús fue célibe y virgen, por decisión amorosa.
Nació de María virgen. Su discípulo más cercano, Juan, fue virgen. Por
ello, el apóstol Pablo recomienda tanto la virginidad y el celibato.
Esto, sin embargo, como lo dice Jesús, no cualquiera lo entiende,
sino sólo aquellos a quienes es concedido como un regalo, un don, un
carisma (cf Mt 19,10-12). El mundo no comprende este estado de vida,
elegido libre y conscientemente por amor. Los que no poseen el don de
Dios, piensan que el celibato es antinatural e inhumano. Dicen que es
imposible cumplirlo, sin sufrir graves desajustes emocionales. Sostienen
que va en contra de las culturas de nuestros pueblos. Por tanto, insisten
en que la Iglesia debe modernizarse y cambiar sus leyes. No han enten-
dido que el celibato por el Reino de los cielos supera cualquier cultura,
la judía y la romana, la griega y la española, la mexicana y la indígena.
Es la donación total de sí mismo a Dios y a su Iglesia, como la del buen
esposo que se entrega íntegramente a su esposa, para llegar a formar un
solo ser y para generar abundante vida en Cristo.
Esto no significa minusvalorar la vocación matrimonial, pues el mis-
mo Cristo nació en una familia. Nosotros, procedemos de un matrimonio.
Se respeta la tradición de la Iglesia Católica Oriental, en que es posible
el sacerdocio uxorado. En nuestra diócesis, como lo hemos expresado
en nuestro Plan Pastoral (No. 58), seguiremos escuchando con atención
la solicitud que están haciendo algunas comunidades para que diáconos
indígenas casados puedan ser admitidos a la ordenación sacerdotal; sin
embargo, debemos ayudarles a discernir su petición, iluminados por el
Espíritu Santo y guiados por el Magisterio de la Iglesia universal, advir-
tiendo con toda claridad que no hay esperanzas de que la Iglesia cambie
su práctica, que viene del Evangelio y de la tradición de muchos siglos,
y seguirá admitiendo al sacerdocio sólo a hombres célibes. No debemos,
por tanto, alentar expectativas, que puedan generar frustraciones.
En el reciente Sínodo Mundial de Obispos se escucharon peticiones
en el mismo sentido, pero la proposición mayoritariamente aceptada fue
negativa, como lo dice el texto hecho público: “La centralidad de la
Eucaristía en la vida de la Iglesia hace sentir, con agudo dolor, el pro-
blema de la grave falta de clero en algunas partes del mundo. Muchos

493
SER SACERDOTE VALE LA PENA

fieles se ven de esta manera privados del Pan de vida. Para salir al en-
cuentro del hambre eucarística del pueblo de Dios, que frecuentemente
y en periodos largos debe prescindir de la celebración eucarística, es
necesario recurrir a iniciativas pastorales eficaces. En este contexto,
los padres sinodales han afirmado la importancia del don inestimable
del celibato eclesiástico en la praxis de la Iglesia Latina. Refiriéndose
al magisterio, en especial al Concilio Vaticano II y al magisterio de
los últimos pontífices, los padres han pedido explicar adecuadamente
a los fieles las razones de la relación entre el celibato y la ordenación
sacerdotal, en el pleno respeto de la tradición de las Iglesias orientales.
Algunos han aludido a los «viri probati» [ordenación sacerdotal de
varones casados de probada virtud, ndt.], pero esta hipótesis ha sido
considerada como un camino que no se debe recorrer” (Proposición
No. 11). Y uno de los obispos mexicanos participantes en el Sínodo, nos
ha comentado que fueron obispos orientales quienes más insistieron en
que la Iglesia no cambie su praxis, por las experiencias no siempre posi-
tivas que ellos tienen.
Yo me siento feliz y agradecido con Dios por haberme llamado al
sacerdocio célibe. No me siento frustrado, sino profundamente fecundo,
realizado y lleno de vitalidad. Le pido al Señor que tú, Gabriel, y todos
los que hemos recibido este carisma del celibato, lo vivamos como una
gracia privilegiada que el Señor nos concede, para el servicio total a su
Iglesia. Así vivió la Virgen María su consagración, y por ello es y será
siempre la Madre de la Iglesia. Que el Señor, por su Espíritu, nos haga
padres fecundos en Cristo. Si lo vives con esta convicción profunda, sos-
tenido con la ayuda de lo alto, serás feliz y te sentirás plenamente realiza-
do; sólo así podrás ser un magnífico promotor de vocaciones.
Que venga el Espíritu Santo, el mismo que hizo fecundo el seno de
María, el mismo que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre
de Jesús, para que te transforme a ti, Gabriel, y seas un sacramento vivo,
“una derivación, una participación específica y una continuación del
mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza;
una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote” (PDV 12). Con la
colaboración maternal de la Virgen María y la protección de San Cris-
tóbal. Así sea.

494
HOMILÍAS SACERDOTALES

72. DISCÍPULOS Y COMPAÑEROS DE JESÚS

Ordenación de 11 sacerdotes jesuitas,


en Bachajón, Chiapas (14/VII/2007)

Es una gracia de Dios estar reunidos para participar en la ordenación


presbiteral de estos once hermanos jesuitas, que van a fortalecer la Com-
pañía de Jesús, para que haya más sacerdotes consagrados a buscar la
mayor gloria de Dios, en la vida digna de su Pueblo.
Como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura de la Misa (Ez
34, 11-16.25-31), Dios se preocupa por sus ovejas perdidas, descarriadas,
heridas y débiles. Él las busca, las cuida, las cura, las robustece y las
apacienta en la justicia. Dios es amor, como dice San Juan en la segunda
lectura (1 Jn 4,7-21). Y este amor se nos ha revelado en Cristo, quien se
manifiesta en Nazaret como quien viene a traer la liberación integral a
los que sufren, según escuchamos en el Evangelio (Lc 4,16-22). Esto no
es algo que se quede en el pasado, o una falsa promesa para el futuro; en
todos nosotros, los bautizados, y particularmente en ustedes, que van a
ser ordenados presbíteros, el amor de Dios debe encarnarse, hacerse vivo
y operante, teniendo en cuenta que sólo quien ama ha conocido a Dios y
permanece en Él. Sólo quien ama se realiza a sí mismo y es feliz.
Nosotros no podemos quedarnos indiferentes antes tantas personas
que sufren, en las comunidades indígenas y en las mismas ciudades. Los
indígenas padecen enfermedades que sería muy fácil curar, pero no hay
a su alcance médicos ni medicinas. Muchísimos no saben leer ni escribir,
y por ello son despreciados y engañados. No se valora la riqueza de su
cultura diferente. Falta mucho para que a las mujeres se les reconozca su
dignidad. Hay divisiones al interior de las comunidades por la posesión
de la tierra y por intereses políticos. Aumenta la migración incluso hacia
el extranjero, con graves peligros físicos y morales. Son excluidos y están
desprotegidos ante la economía globalizada, siendo utilizados sólo en
tiempos de campañas electorales. Como Iglesia, nos falta encarnarnos
más, para una más adecuada inculturación.
Al pedir que su ordenación presbiteral se haga en este lugar, mayo-
ritariamente indígena, ustedes quieren significar que están dispuestos a
ser el corazón, las manos y los pies de Dios, para este pueblo que sufre.

495
SER SACERDOTE VALE LA PENA

Él, por medio de ustedes, quiere estar muy cerca de los pobres y mani-
festarles Su amor. Cristo les necesita; por eso les ha llamado, para que lo
hagan presente en la lucha por la vida nueva de estos pueblos. Nos alegra
mucho que hayan solicitado ser ordenados aquí. Esto nos da la confianza
de que la Compañía de Jesús, como lo ha hecho desde hace cincuenta
años, seguirá con el corazón cercano a estos pueblos indígenas, que reco-
nocen y agradecen la consagración de hermanas, hermanos y sacerdotes
que llevan mucho tiempo desgastando su vida entre nosotros. ¡Eso es ser
Compañía de Jesús! ¡Eso es tener un corazón cómo el de Jesús!
No hay pobres sólo en las poblaciones indígenas; hay millones en
todas partes, sobre todo en las periferias de las ciudades, en los barrios,
en las cárceles, en los hospitales, e incluso entre quienes estudian en las
universidades. Hay muchos cautivos por la pobreza, pero también por la
falta de sentido en sus vidas, por las redes de la droga y de la corrupción.
Hay muchos ciegos, aunque hayan cursado doctorados y maestrías en el
extranjero, porque no han descubierto la luz en Cristo. Son los ciegos que
guían a otros ciegos. Hay muchos oprimidos por los sistemas injustos en
que se mueve el mundo actual de la política y de la economía. El Cora-
zón de Cristo no es insensible ante tanto dolor humano, y Él quiere que
ustedes sean su corazón para todo el que sufre.
Jesús dice en Nazaret: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la
Escritura, que ustedes acaban de oír”. Al ser ordenados sacerdotes, se
van a configurar con Cristo, cabeza y pastor de su Iglesia, para hacerlo
presente en medio de este pueblo que espera una liberación plena, siem-
pre en Él, por Él y con Él. Ustedes son el cumplimiento de las profecías,
pues por medio de su palabra y de su cercanía con todo ser humano, en
particular con los que están solos y abandonados, Cristo vive hoy y salva,
redime y libera. Él los necesita en Bachajón y en Arena, en los colegios y
en las universidades, en los pueblos y en las ciudades, en los medios in-
formativos y en la defensa de los derechos humanos, y en tantas fronteras
donde la Compañía hace presente a Jesús.
Pedimos al Espíritu Santo y a la Virgen María que, cada día que
pasa, Cristo se vaya formando más y más en ustedes. Que nunca pierdan
su propia identidad presbiteral, que consiste en ser sacramento vivo del
amor del Padre en Cristo. En la calle o en el templo, cuando celebran
sacramentos o dan clases en las aulas, al escuchar las historias de las

496
HOMILÍAS SACERDOTALES

personas, siempre reflejen a Cristo, y no su ideología personal. No se


avergüencen de hablar explícitamente de Él, porque es lo que el mundo
espera de nosotros. Abogados, líderes, profesores, comunicadores, médi-
cos, psicólogos, los hay en muchas partes y se puede acudir a ellos. Pero
las personas tienen hambre y sed explícita de Jesús. Y ustedes son sus
testigos, sus discípulos, sus compañeros, sus misioneros.
Para ser siempre una imagen viva del Corazón de Jesús, no consi-
deren tiempo perdido el dedicado a la oración personal y comunitaria.
Aprecien la Liturgia de las Horas como un sólido alimento, que nos en-
garza con la oración de Cristo y de su Iglesia. Dediquen muchas horas a
escuchar en confesión sacramental a los fieles, para que queden liberados
de tantas cadenas interiores que les aprisionan. Procuren la celebración
diaria de la Eucaristía, como la fuente imprescindible para identificarse
más y más con Cristo. Sólo así podrán ser una transparencia, una epifa-
nía, una manifestación visible del mismo Jesús, que pasó su vida hacien-
do el bien. Sin esta dimensión vertical de nuestra vida, no se sostiene la
horizontal. Se los digo por experiencia personal de muchos años.
Y ustedes, hermanas y hermanos fieles de esta Misión de Bacha-
jón, familiares y amigos de los que van a ser ordenados, intensifiquen
su oración para que permanezcan fieles y sean lo que Cristo quiere que
sean: una prolongación de El mismo. Y pidámosle que se digne llamar
a muchos jóvenes indígenas para que también se agreguen al número
de los sacerdotes, jesuitas, diocesanos, dominicos, o de cualquier con-
gregación. Que estén dispuestos a consagrarle totalmente sus vidas, y
para ello que les regale el carisma del celibato, que no es comprendido
por ninguna cultura, ni indígena ni mestiza, ni oriental ni occidental, ni
griega ni romana, ni judía, sino sólo por aquellos a quienes se concede
esta gracia. Y que San Ignacio de Loyola, con los santos y mártires de la
Compañía, intercedan por todos, para que seamos buenos colaboradores
de su Reino. Así sea.

497
SER SACERDOTE VALE LA PENA

73. BODAS SACERDOTALES DEL PBRO.


EUGENIO ALVAREZ FIGUEROA

29 de junio de 2009

Celebramos las bodas de oro presbiterales de nuestro párroco, el P.


Eugenio Alvarez Figueroa, en coincidencia con la solemnidad de los
apóstoles Pedro y Pablo, con la clausura del Año Paulino, por los dos mil
años del nacimiento de San Pablo, y con el inicio del Año Sacerdotal,
recientemente inaugurado por el Papa Benedicto XVI, por el 150 aniver-
sario de la muerte del patrono de todos los párrocos, el cura de Ars, San
Juan María Vianey.

Los apóstoles Pedro y Pablo


Las lecturas bíblicas de este día resaltan las figuras preclaras de Pedro
y de Pablo, columnas de la Iglesia. En la primera, se describe el encarce-
lamiento de Pedro y su liberación prodigiosa, mientras la comunidad no
cesaba de orar a Dios por él. En el Evangelio, Pedro hace una profesión
de fe: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo, a la vez que recibe de Jesús
la encomienda: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. A
pesar de sus negaciones y de sus deficiencias, Jesús no le retira el minis-
terio que le ha confiado: ser su Vicario, su representante en la tierra, el
cimiento común que da unidad a la catolicidad, confirmar a los hermanos
en la fe. Para nosotros, como Iglesia local, es de importancia vital conser-
var estos lazos de fe y de comunión con quién, por voluntad explícita de
Jesús, preside desde Roma a la Iglesia universal, de la cual somos parte.
En la segunda lectura, Pablo hace un resumen de su vida, en que
resalta la fidelidad a su vocación, sus luchas y trabajos, sus soledades y
su esperanza. En todos sus escritos, se nos presenta como un apasiona-
do por Cristo: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo? Estoy seguro
de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo
presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni
otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en
Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,35.38-39). Por eso, dice en forma
tan globalizante: “Para mí la vida es Cristo” (Filp 1,21). “Vivo, pero no

498
HOMILÍAS SACERDOTALES

soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). “Todo lo puedo
en Aquel que me conforta” (Ib 4,13). “Lo que era para mí ganancia, lo
he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es
pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar
a Cristo” (Ib 3,7-8). Y por ello, su pasión por anunciar a Cristo: “¡Ay
de mí, si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). “No nos predicamos
a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como
siervos de ustedes por Jesús” (2 Cor 4,5). “Somos embajadores de Cris-
to, como si Dios mismo los exhortara por medio de nosotros” (Ib 5,20).
“Sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en uste-
des” (Ib 4,19). ¡Que el Espíritu Santo nos haga a todos, pastores y fieles,
unos apasionados por Cristo!

San Juan María Vianey


El 4 de agosto de 1859, nacía para el cielo Juan María Vianey, el san-
to patrono de todos los párrocos del mundo. Con el fin de “contribuir a
promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes,
para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso
e incisivo” (Carta del Papa a los sacerdotes), el Papa Benedicto XVI nos
ha convocado a un “Año Sacerdotal”, que inició el pasado día 19, fiesta
del Sagrado Corazón de Jesús, y que concluirá en la misma fecha el año
próximo. Con este motivo, el Papa dice que tiene “presente a todos los
presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos
de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con
sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida.
¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y
oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad
entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incom-
prensiones, perseveran en su vocación de “amigos de Cristo”, llamados
personalmente, elegidos y enviados por Él?”.
Sin embargo, el Papa también es consciente de que “hay situacio-
nes, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por
la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo
el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más

499
SER SACERDOTE VALE LA PENA

conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las de-


bilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de
la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pasto-
res generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores
espirituales clarividentes y pacientes”.
Por ello, el Papa nos invita a fijar nuestra mirada en el santo Cura de
Ars, y en la carta que con este motivo dirige a los sacerdotes, trae a co-
lación algunas expresiones de este santo sobre su conciencia sacerdotal,
que, como reconoce el mismo Papa, nos pueden parecer exageradas, no
conformes con nuestros tiempos, pero que son profundamente verda-
deras.
“El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, repetía con fre-
cuencia el Santo Cura de Ars. “Un buen pastor, un pastor según el Co-
razón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder
a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia
divina”.
“¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría... Dios
le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír
su voz y se encierra en una pequeña hostia...”. Explicando a sus fieles la
importancia de los sacramentos decía: “Si desapareciese el sacramento
del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario?
El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sa-
cerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El
sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola
por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sa-
cerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién
la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote...
¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá
en el cielo”.
“Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre
la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor... Sin el sacerdote, la
muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote
continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De qué nos serviría
una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta?
El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la
puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bie-

500
HOMILÍAS SACERDOTALES

nes... Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las
bestias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para voso-
tros”. “La mayor desgracia para nosotros los párrocos, es que el alma
se endurezca”.
Decía: “Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacri-
ficio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es
obra de Dios”. “La causa de la relajación del sacerdote es que descuida
la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese
haciendo algo ordinario!”. “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse
a Dios en sacrificio todas las mañanas!”.
Desde luego, estas expresiones que exaltan la figura del sacerdote,
no son para excluir a los demás miembros del Pueblo de Dios: laicas y
laicos, solteros y casados, religiosas y religiosos, de la común vocación
a la santidad, ni para negar la igualdad básica que todos tenemos desde
nuestro bautismo, por el que todos participamos del único sacerdocio
de Cristo: los pastores, de Cristo como Cabeza de la Iglesia; los demás
fieles, del Cuerpo de Cristo, en sus diferentes miembros y servicios. Y
tengamos en cuenta que los más importantes en la Iglesia, como decía
Juan Pablo II, no son los ministros, sino los santos. Todos, pues, somos
importantes y necesarios para trabajar por el Reino de Dios.

Padre Eugenio
En este contexto del Año Sacerdotal y de la solemnidad de Pedro y
Pablo, recordamos el día en que Usted, en la ciudad de Comitán, su tierra
natal, fue ordenado sacerdote hace 50 años por Mons. Lucio C. Torre-
blanca. Le acompañamos con afecto y gratitud, para dar gracias a Dios
por el regalo de su vida y de su vocación presbiteral. Gracias por toda su
entrega. Gracias por todos los años de servicio a Dios y a su Pueblo. Gra-
cias por sus sacrificios y desvelos, por sus esfuerzos y desgastes. Gracias
por los diversos ministerios en que ha servido a la Iglesia. Gracias por
todos sus trabajos pastorales en esta Catedral, su parroquia.
El Señor le llamó para estar con Él y para enviarle a continuar el mis-
mo trabajo que Él realizó. Él lo escogió entre muchos otros, para predicar
su Palabra, para hacer presente el divino amor redentor por medio de los
signos sacramentales, para promover la fraternidad eclesial. Él se fijó en

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SER SACERDOTE VALE LA PENA

Usted, no por méritos propios, sino por gratuidad de su amor, para hacer-
lo un servidor de su Iglesia. Le acompañamos en esta acción de gracias,
muy justa y necesaria, pues reconocemos que todo es gracia.
Estamos conscientes de llevar este tesoro, esta misión, en vasos de
barro. Todos somos frágiles y expuestos a nuestras debilidades. Quien no
las reconozca, se engaña a sí mismo y la verdad no está en su conciencia.
Ante esta fragilidad, nuestra única fortaleza, nuestra única seguridad, es
el Señor. En Él confiamos, porque sólo Él nos puede sostener en la lucha
diaria. Que Él nunca lo deje de su mano.
Pedimos al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, que
le conceda la gracia de perseverar en fidelidad hasta el final. Que sea un
sacramento, un signo vivo, una transparencia, una encarnación de Cristo.
Que sea, como San Juan María Vianey, un hombre de oración, un sacer-
dote que sacrifica su vida en el confesionario, un presbítero en el cual los
pobres encuentran un padre y un hermano, un servidor generoso en esta
Iglesia local, que se esfuerza por ser autóctona, liberadora, evangelizado-
ra, servidora, y vivir en comunión, bajo la guía del Espíritu.
En esta Eucaristía, sea Usted una ofrenda viva, agradable al Padre
Dios, que se sigue inmolando, con gozo y sencillez, para que nuestros
pueblos en Cristo tengan vida. Que así sea.

74. ELEGIDOS PARA SER ENVIADOS

Ordenación de un presbítero e Institución de dos Lectores


en Nicolás Ruiz, Chiapas (11/VIII/2011)

Introducción
Nos alegra mucho reunirnos para celebrar la ordenación presbiteral
de Bernabé Antonio Altamirano Díaz, así como la institución en el ser-
vicio de Lectores de Gelacio Eliseo León Cárdenas y Nery Jiménez Gó-
mez, los tres nativos de Nicolás Ruiz. Después de varios jóvenes que han
ido ingresando a nuestro Seminario Diocesano, son los tres primeros que
han perseverado. Decidimos celebrar aquí en su pueblo estos misterios,
como un signo de cercanía con su familia y con su comunidad, aunque

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HOMILÍAS SACERDOTALES

por su mismo proceso de formación que llevan en el Seminario no han


pasado mucho tiempo aquí desarrollando su servicio pastoral. Han esta-
do integrados en otras parroquias, pues deben conocer otras realidades de
la diócesis, que es muy extensa y variada.
Gracias por los informes favorables que los diferentes grupos envia-
ron sobre los tres. Comprendo su petición de que Bernabé quedara como
Vicario aquí en San Bartolomé, Venustiano Carranza, y de que Gelacio
y Nery caminaran más de cerca en el proceso pastoral de esta misma
parroquia, pero las necesidades diocesanas reclaman su presencia en otra
parte. Bernabé irá como Vicario a la parroquia de San Mateo, en Tila;
Gelacio y Nery seguirán su formación en el Seminario durante dos años
más. Les falta el Ministerio de Acólitos, el Diaconado y, si Dios les sigue
llamando y todo va bien, en torno a dos años podrán ser también ordena-
dos sacerdotes. Oremos al Señor para que así sea.
¿Qué nos dice la Palabra de Dios que hemos escuchado?

1. “Soy yo quien los ha elegido… Ustedes son mis amigos”


Bernabé, Gelacio y Nery: El Señor Jesús, por medio de su Espíritu
en la Iglesia, los ha elegido para el ministerio. Ustedes han descubier-
to señales de que Él les ha llamado. Desde su infancia, en su familia y
en este su pueblo, fueron experimentando en su corazón la llamada del
Señor para consagrarle su vida. Nunca olviden que Él es quien les ha
elegido, antes que ustedes a Él. Esto les debe dar confianza y seguridad.
¿Qué será de su futuro? Póngalo en sus manos y sigan adelante, pues no
son nuestros méritos personales la causa y el origen de nuestra vocación,
sino un llamado preferente del Señor. Siéntanse elegidos, escogidos, lla-
mados. Sean agradecidos y nunca se vanaglorien de su vocación. Todo
se lo debemos al Señor, quien nos ha amado primero y por encima de
nuestras limitaciones.
El Señor les ha llamado, antes que nada, para ser sus amigos, sus con-
fidentes, como de su familia más cercana. Valoren esto en primer lugar.
De esta amistad con Jesús va a depender su fidelidad y su generosidad,
pues sólo estando unidos a Él por la oración intensa, personal, comunita-
ria y litúrgica, podrán reflejar en sus actitudes el amor a los pobres. Sólo
en la Eucaristía diaria beberán el amor limpio y generoso por los demás,

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SER SACERDOTE VALE LA PENA

por los niños, por los y las jóvenes, por los ancianos, los presos, los mi-
grantes, los marginados; sin Eucaristía, todo puede quedar en discurso de
ocasión y en grito acusador. Sólo en el Sagrario van a encontrar la fuerza
para seguir adelante, cuando vengan cansancios, decepciones, soledades,
dudas e incertidumbres. Su fidelidad va a depender de que sean hombres
de oración, hombres de Sagrario. El les ha llamado para ser sus amigos,
antes de enviarles a servir al pueblo.
Sólo unidos a El y conviviendo fraternalmente con los presbíteros,
las religiosas y los laicos colaboradores, podremos superar las tentacio-
nes, que no faltan, tanto las que provienen de nuestra propia debilidad,
como las que nos llegan de fuera. Sólo a los pies del Sagrario, en el trato
amistoso con Jesús, cargaremos con la cruz de cada día, que muchas ve-
ces nos hacen pesada incluso los más cercanos; soportaremos las incom-
prensiones y persecuciones, la pobreza y la enfermedad. No se suelten
de la mano del Señor, para que no se hundan. El Señor de Tila asume la
suerte y el color del pueblo; en El pongamos nuestra propia suerte y el
color de cada día.

2. “¿A quién enviaré? Aquí estoy, Señor, envíame”.


Nuestro Padre Dios ama a su pueblo. Quiere la vida plena para todos.
Para ello, nos envió a su Hijo Jesucristo, fuente de vida y camino de libe-
ración integral. Jesús cumplió lo que el Padre le encargó, hasta la cruz, y
compartió su misma misión a sus apóstoles, a sus sucesores y colabora-
dores, como son los obispos, los presbíteros y los diáconos.
El Señor necesita quien haga llegar el amor del Padre, en Cristo, con
la ayuda del Espíritu Santo, a todos los pueblos, en particular a los po-
bres, pues el Señor no es indiferente al sufrimiento del pueblo. Para eso
es la Iglesia, para eso somos cuantos formamos la Iglesia. La Iglesia
no es una organización meramente social, ni una empresa económica o
política, sino un sacramento de Cristo, un signo visible del amor miseri-
cordioso del Padre, de la entrega generosa de Jesús a los que sufren, del
servicio desinteresado a los demás, con la ayuda del Espíritu Santo. Ese
es el ejemplo de la Virgen María.
Bernabé, Gelacio y Nery: Gracias por su disponibilidad para respon-
derle al Señor y decirle: Aquí estoy; envíame. El Señor los necesita para

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HOMILÍAS SACERDOTALES

su pueblo. Ustedes no son ordenados propiamente para fortalecer la insti-


tución eclesial, sino para que la Iglesia sea más evangelizadora, más libe-
radora, más servidora. Nunca se encierren en sí mismos, en sus intereses
personales, sino que estén siempre disponibles para servir, dondequiera
que sean llamados o requeridos. Su obediencia, su celibato, su pobreza,
vividos por amor en Cristo, les harán estar siempre libres para amar y
servir a quien les necesite, libres para desgastar su vida para el bien del
pueblo, libres para ir a donde se les destine.
Bernabé: como primer destino, irás como Vicario Parroquial a Tila.
Allá llegan miles de peregrinos, buscando el consuelo y la esperanza, la
salud y el perdón de sus pecados. Ellos desean encontrar un sacerdote
bondadoso, que les escuche y atienda con paciencia, que les compren-
da en sus necesidades personales, que les brinde la reconciliación en la
confesión, que les aliente en la fe. La parroquia también tiene miles de
indígenas ch’oles, algunos en poblaciones muy distantes y sumamente
pobres. Sé amable y cariñoso con ellos; conoce sus tradiciones y costum-
bres; respeta y valora su cultura; acompáñales en su promoción humana
integral; llévales a Jesús; dales su Palabra iluminadora; aliméntalos con
la Eucaristía, fuente de liberación profunda. Entrégate de corazón al pue-
blo y convive fraternalmente con tu párroco y con tus hermanos presbí-
teros y religiosas; así, no caerás en una soledad dañina y riesgosa, sino
que te sentirás realizado, fecundo, padre, hermano y amigo. Yo, dentro
de quince días, Dios mediante cumpliré 48 años de sacerdote, y no tengo
más que agradecer al Señor que me haya llamado para esta hermosísima
vocación.
¡Cómo anhelo que haya muchos más jóvenes que sigan esta vocación
sacerdotal, así como otras vocaciones de especial consagración en la vida
religiosa y misionera! Ojalá todos los Agentes de Pastoral, en particular
las y los Agentes de Animación y Coordinación Pastoral seamos pro-
motores convencidos de estas vocaciones nativas, para que, en efecto,
demos más pasos para ser una Iglesia autóctona, como indica nuestro
Sínodo Diocesano. Necesitamos muchos más catequistas, animadores,
diáconos y otros servidores; muchas religiosas y muchos religiosos, pero
también muchos más sacerdotes nativos, pues el ministerio sacerdotal es
imprescindible, para ser una Iglesia como la quiere el Espíritu.

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SER SACERDOTE VALE LA PENA

Gelacio y Nery: Son instituidos como Ministros Lectores, en un paso


más hacia el ministerio presbiteral, si el Señor les sigue dando signos de
llamarles para esa vocación. Aliméntense diariamente con la Palabra de
Dios, para que con ella alimenten al pueblo. Sean discípulos hambrientos
de esa Palabra, para que sacien el hambre de Dios que tiene el pueblo.
Oren con la Palabra, para que los vaya transformando interiormente y
se conviertan en palabra de Dios para iluminar al pueblo. Aprovechen
el tiempo que les queda en el Seminario, para profundizar los sagrados
misterios que celebrarán para el pueblo, y así se vayan formando pastores
según el corazón de Cristo.
Que el Espíritu Santo, la Virgen María y San José, formadores del
Sumo y Eterno Sacerdote, sigan formando en forma permanente a Ber-
nabé, a Gelacio y a Nery para que sean sacramento vivo de Jesús, para la
vida del pueblo. Así sea.

75. SANTOS Y MISERICORDIOSOS

Ordenación presbiteral de Dorian Pinto García,


en La Trinitaria, Chiapas (15/VIII/2011)

Introducción
En todo el mundo celebramos hoy la solemnidad de la Asunción de
la Santísima Virgen María. En la aclamación antes del Evangelio can-
tamos: María fue llevada al cielo y todos los ángeles se alegran. En el
salmo responsorial la reconocemos como reina: De pie, a tu derecha,
está la reina. Su grandeza procede de ser la madre del Hijo destinado a
gobernar todas las naciones. Es reina porque es madre del Rey de reyes.
Su Hijo la liberó del poder de la muerte y ya le ha hecho participar de su
propio triunfo.
También nosotros nos alegramos por esta exaltación de nuestra Ma-
dre; con sus propias palabras, glorificamos al Señor; nuestro espíritu se
llena de gozo, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava; porque
en ella ha hecho grandes cosas el que todo lo puede: Santo es su nombre
y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.

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HOMILÍAS SACERDOTALES

La Virgen Madre de Dios, como diremos en el Prefacio, es figura y


primicia de la Iglesia, garantía de consuelo y esperanza para el pueblo,
todavía peregrino en la tierra. La Iglesia entera se alegra, porque, a pesar
de todos sus pecados que avergüenzan y duelen, ve el signo más esplen-
doroso de sí misma en esa figura prodigiosa descrita en el Apocalipsis:
Una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies y con una corona
de doce estrellas en la cabeza. ¡Con razón, pues, celebramos esta gran
fiesta de la Asunción!
Y en esta gran fiesta mariana, Dorian Pinto García será ordenado
presbítero, para que sea sacramento, prolongación visible de Cristo, Ca-
beza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. Por la imposición de mis
manos y la oración consecratoria, el Espíritu Santo le configurará con
Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, el Hijo de la Virgen María.
¿Qué nos dice la Palabra de Dios que hemos escuchado, en este con-
texto de ordenación presbiteral?

1. “Mi alma glorifica al Señor, porque ha hecho en mí grandes


cosas”
Dorian: Contigo, con tu familia y con tu pueblo, con tu parroquia y
con tu diócesis, glorificamos al Señor, porque ha hecho grandes cosas en
ti y está a punto de hacer otras todavía mucho mayores. Te dio la vida
por medio de tus padres; te hizo crecer en una familia católica y unida; te
regaló su propia vida en el bautismo y te ha fortalecido y alimentado con
los demás sacramentos. De muchas maneras te ha manifestado su amor.
Sobre todo, te ha dado esta hermosa vocación sacerdotal y te consagra
hoy para siempre a su servicio, para la vida plena del mundo; para que,
por medio de ti, su amor llegue por todas partes, a hombres y mujeres de
toda raza y cultura, sobre todo a quienes están excluidos y marginados.
¡Nunca dejes de agradecer este magnífico don, que no es sólo para ti,
sino para la Iglesia, para toda la humanidad!

2. “Santo es su nombre”.
La Virgen María reconoce la santidad del nombre de Dios. Tú tam-
bién estarás al servicio del que es santo, origen de toda santidad. Por ello,

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SER SACERDOTE VALE LA PENA

debes esforzarte por ser santo, por dejarte contagiar de su santidad, por
pedirle que te haga sacerdote santo, no mediocre, ni conformista. Que no
seas una vergüenza para la Iglesia, para tu diócesis, para tu familia, para
tu pueblo y para ti mismo, sino motivo de legítimo orgullo. Lucha por
ser santo. Con oración y vigilancia, vence las tentaciones de toda índole,
que nos merodean por todos lados. Como te diré cuando te entregue la
patena con la hostia y el cáliz con el vino para la celebración de la Misa,
“advierte bien lo que vas a realizar, imita lo que tendrás en tus manos y
configura toda tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
Serás un sacerdote santo en la medida en que tus pensamientos, tus
deseos, tus proyectos, tus sentimientos y tus actitudes se configuren con
los de Jesús; en la medida en que busques la oración como un tiempo y
un espacio de comunión con la Santísima Trinidad, con una confianza
plena en el Padre eternito. Sobre todo, serás sacerdote santo en la medida
en que ames, en que desgastes tu vida en el servicio, en la entrega gene-
rosa a los demás. Es el ejemplo de la Virgen María, que permaneció con
Isabel unos tres meses, en un servicio callado y humilde.

3. “Su misericordia llega de generación en generación a los que lo


temen”
La Virgen María exalta el poder de Dios: “Ha hecho sentir el poder
de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potenta-
dos; a los ricos los despidió sin nada”. Sin embargo, el poder de Dios es
para demostrar su misericordia, que llega de generación en generación;
para exaltar a los humildes; para colmar de bienes a los hambrientos.
Dorian: como presbítero, como futuro párroco, tendrás autoridad;
pero ésta siempre ha de ser pastoral; es decir, tu autoridad es para ejercer
misericordia, para tener un corazón cercano a los que sufren, para defen-
der los derechos de los humildes, para promover la justicia y la solida-
ridad con los que pasan hambre. Es necesaria la autoridad en la familia
eclesial, pero no para ser cacique, no para ser dueño de la comunidad, no
para cometer arbitrariedades, no para imponerse sin escuchar, no para
compensar complejos de inferioridad con gritos y amenazas. Tu autori-
dad ha de ser para el servicio, para defender a los pobres, para enfrentarte
a los de corazón altanero que desprecian a los de otra cultura, así como

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HOMILÍAS SACERDOTALES

a los ricos que abusan de los indefensos. Irás, como primer servicio pas-
toral, como Vicario a la parroquia de Palenque; allí vas a manifestar el
amor de Dios a muchos indígenas ch’oles, así como a muchos migran-
tes que pasan por allí, y que son extorsionados, vejados, humillados y
asesinados. Que tu ejemplo de autoridad sea Jesús: manso y humilde de
corazón, pero que sabe enfrentarse a quienes abusan de su poder.

4. “No conoció la corrupción del sepulcro”


En el Prefacio cantaremos: “No permitiste, Señor, que conociera la
corrupción del sepulcro aquella que, de modo inefable, dio vida en su
seno y carne de su carne al autor de toda vida, Jesucristo”.
Dorian: En la medida en que estés inmerso en Jesús, vencerás la co-
rrupción del pecado, la corrupción del poder y del dinero, la corrupción
del erotismo y de la vanidad. No te despegues de Él. Que Él sea siempre
tu pasión, tu convicción más profunda, tu inspiración, tu punto de refe-
rencia. Sólo así serás el pastor que el pueblo necesita.

Que venga el Espíritu Santo sobre ti. Que Jesucristo te transfigure en


su sacramento. Que el Padre eternito te proteja con su amor misericor-
dioso. Que la Virgen María te siga formando de manera permanente. Que
la oración diaria de tu familia y de tu pueblo te sostenga. Que el amor
fraterno de laicas y laicos apóstoles, de religiosas y religiosos, sobre todo
de los hermanos presbíteros, te acompañe siempre, para que permanez-
cas fiel. Así sea.

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