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VALE LA PENA
Edición actualizada
con ocasión de mis bodas de oro sacerdotales
Presentación ................................................................................ 7
Siglas ........................................................................................... 9
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PRESENTACIÓN
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CAPÍTULO I
EL SER
1. EL SACERDOTE:
SACRAMENTO DE CRISTO CABEZA
Cristo sacerdote
Jesucristo, Hijo eterno del Padre e hijo de María, por tanto Hijo del
Hombre, es el origen y fundamento de todo sacerdocio (cf LG 28;PO 2).
Por su encarnación, logra la máxima comunión entre Dios y el hom-
bre (cf 1 Tim 2,5; Hebr 2,11-17).
Por su muerte y resurrección, restablece la alianza que había destrui-
do el pecado (cf Lc 22,20; Rom 8,31-39; Hebr 8,6-13; LG 3; SC 5).
Por el Espíritu Santo, continúa realizando su obra en la Iglesia (LG4;
SC 6).
Redime, libera, salva, rescata a sus hermanos y hermanas, hombres
y mujeres. Se ofrece como víctima perfecta, para que tengamos vida, y
vida en abundancia. Su Palabra engendra, en quien lo acepta, todos los
dones y gracias de Dios mismo (cf Jn 10,10; Hebr 10,10.14).
Él quiere que su servicio vivificador llegue a todos los seres humanos
y a todos los tiempos. Para eso, comparte su propio ministerio a quienes,
por el bautismo, nos integramos a su Cuerpo (cf Mc 16,15; Hech 1,8;
Rom 6,1-11); pues todos los cristianos, al ser bautizados, participamos
de su sacerdocio. Y, en cierta forma, todo ser humano es una encarnación
suya (cf 1 Pedr 2,9; Mt 25,40.45; LG 10).
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Cristo Cabeza
Jesucristo establece una familia, funda una casa, forma una comu-
nidad, origina una Iglesia, encabeza un cuerpo, preside un pueblo (cf Mt
16,18; Ef 2,19-22; Hebr 3,6; LG 3; SC6).
Todo su pueblo es sacerdotal. Toda la Iglesia participa de su sacer-
docio. Todos en su cuerpo tienen una vocación sacerdotal (cf Apoc 1,6;
5,9-10; LG 10).
Sin embargo, el ser cabeza de esa familia es algo esencialmente pro-
pio y característico de Él. No todos pueden ser cabeza (cf 1 Cor 3,11;
1 Pedr 2,4-8; Hech 4,1 1-12).
Escoge, por eso, a algunos para que hagan sus veces al frente de la
Iglesia. Les confiere su propia misión. Les encarga su misma responsa-
bilidad y tarea. Les hace sus sacramentos, o sea: medios por los cuales
Él sigue ejerciendo su ser y hacer (cf Mt 16,18-19; 18,18; 10,40; LG
18-29; PO 2).
Jesucristo es el punto de arranque de nuestra fe, el origen de nuestra
Iglesia, el centro de referencia para nuestro camino. Lo que Él hizo y
ordenó, es lo que marca la identidad de lo que creemos y vivimos. Él,
y sólo Él, es el sumo y eterno sacerdote, origen y modelo de nuestro
sacerdocio.
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retengan, les quedan retenidos” (Jn 20,21-23). Les dio también faculta-
des para expulsar demonios y curar enfermos: “Llamando a sus doce
discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos,
y para sanar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 10,1). En la última
cena, les encargó lo más sublime: su presencia permanente en la Eucaris-
tía, y les ordenó celebrarla siempre (cf Lc 22,19-20; 1 Cor 11,23-25). Así
procedieron los apóstoles y aquellos a quienes eligieron y consagraron
como colaboradores inmediatos, los presbíteros o sacerdotes (cf Tit 1,5;
Hech 20,28).
Sin embargo, los apóstoles elegidos por Jesús no eran universitarios,
letrados, hombres de posición social y política importante, sino rudos
pescadores, hombres del pueblo, limitados, frágiles, con defectos, pe-
cadores como todos. Por medio de ellos, Dios quiso continuar la obra
de Jesús: la salvación del mundo. Para eso formó su Iglesia, que somos
todos los bautizados, en la que ocupan un lugar especial los sacerdotes.
Esos apóstoles con frecuencia no le entendían a Jesús y temían pre-
guntarle sobre algunos asuntos, en particular sobre su muerte en cruz
que les anunciaba (cf Lc 9,45). A veces tenían la mente embotada y le
malinterpretaban (cf Mt 16,5-12). Otras veces, discutían entre ellos quién
sería el más importante (cf Lc 9,46) y reñían por ocupar los primeros
puestos (cf Mc 10,35-41). Experimentan temor ante el mar embravecido
y estupor ante el milagro de Jesús (cf Lc 8,22-25). Al compartirles Jesús
cuánto deberá sufrir, Pedro no le comprende, e intenta hacerlo cambiar
de camino. Jesús le llama “Satanás”, porque sus pensamientos no son los
de Dios (cf Mt 16,21-23).
Judas lo traiciona y lo vende (cf Mt 26,14-16). En el Huerto de los
Olivos, se duermen y no le acompañan en su angustia y dolor (cf Mt
26,36-46). A la hora de la cruz, a pesar de que le habían prometido ir
con Él hasta la muerte, todos lo abandonan, menos Juan, (cf Jn 11,16; Mt
26,56). Pedro lo niega tres veces, aunque ya Jesús se lo había advertido
(cf Lc 22,31-34; Mt 26,69-75). Les regaña por incrédulos ante su resu-
rrección (cf Mc 16,11-14).
Pablo y Bernabé discuten acremente por llevar o no llevar consigo a
un colaborador, llamado Juan Marcos (cf Hech 15,36-40). Pablo se en-
frenta a Pedro y le llama la atención (cf Gál 2,11-14). Pablo nos describe
sus luchas internas, pues dice que a veces no hace lo que quiere, sino lo
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Lo divino en el sacerdote
El sacramento del bautismo hace al sacerdote, como a todos los de-
más fieles, miembro vivo del cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Por el
bautismo, todos recibimos “de Él una participación real y ontológica en
su eterno y único sacerdocio” (Juan Pablo II: Exhortación Pastores dabo
vobis [PDV], 13); sin embargo, por el sacramento del Orden, hay una “li-
gazón ontológica específica que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sa-
cerdote y buen Pastor” (PDV 11), pues lo “configura con Cristo Cabeza
y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia” (PDV 3). Esta “relación entre
el Señor Jesús y el sacerdote es ontológica y psicológica, sacramental y
moral” (PDV 72).
Por la ordenación presbiteral, “el presbítero encuentra la plena ver-
dad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y
una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva
y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdo-
te” (PDV 12). Por ello, está llamado a “prolongar la presencia de Cristo,
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Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bes-
tias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para ustedes".
Sin embargo, advertía: "La mayor desgracia para nosotros los pá-
rrocos, es que el alma se endurezca". "La causa de la relajación del
sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que
celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!". "Todas las buenas
obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son
obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios". "¡Cómo
aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las ma-
ñanas!".
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Fe y coherencia
Gratitud y súplica
¡Gracias, Señor, por haberme llamado a ser tu sacramento!
Gracias por el sacerdocio del Papa, de los Obispos y de todos mis
hermanos presbíteros.
Gracias porque no te has arrepentido de confiarnos, a hombres débi-
les y pequeños, tu misión en la Iglesia.
Perdona tantas infidelidades, mías y de los demás. Perdona que, por
nuestras deficiencias, haya muchas personas que se alejan de ti. Perdona
que, a veces, seamos los primeros en no creer lo que somos.
Ayúdame, y ayúdanos, a ser te fieles; a ser lo que somos; a valorar lo
que has realizado en nuestra ordenación sacramental.
Danos tu Espíritu, para que nos haga signos eficaces de tu pre-
sencia.
Y que María, Madre de nuestro sacerdocio, tuyo y nuestro, nos cuide
siempre, como lo hizo contigo. Amén.
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2. EL SACERDOTE:
MINISTRO DE LA IGLESIA
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acuerdo a las necesidades de cada época y lugar. Creo que la Iglesia Ca-
tólica, tal como es en la actualidad, no ha traicionado el plan original de
su fundador. No la considero sólo como una institución de poder o una
organización social, fruto de la evolución histórica. Por encima de todo
su aparato institucional, creo que está presente el Señor Jesús. A pesar,
repito, de que algunos, o muchos de nosotros, no seamos tan fieles y co-
herentes. A pesar de que algunos busquemos en ella una forma de tener
poder, o de pretender otros intereses propios del mundo de pecado (cf LG
8). Creo en el misterio de la Iglesia, porque en su humanidad pecadora,
actúa el Espíritu y Jesús sigue vivo y resucitado entre nosotros.
Soy ministro de una Iglesia, al frente de la cual Jesucristo puso al
Papa y a los Obispos, pues ellos son los sucesores de los Apóstoles. Ni el
Papa ni los Obispos son dueños de la Iglesia, sino servidores del Reino
de Dios, junto con todo el pueblo fiel. Los presbíteros son colaboradores
de los Obispos. Por tanto, un sacerdote no puede ser ministro de la Iglesia
según su exclusivo parecer, llevar su pastoral como a él le parece mejor,
inventar y cambiar según su gusto, sino trabajar siempre en comunión
con el Papa y su Obispo, y entre todos, luchar por ser fieles al Evangelio.
Pastores y fieles laicos, en comunión interna, debemos ayudar a descu-
brir lo que es más acorde con la voluntad de Jesús; pero fue a Pedro y
a los Apóstoles a quienes Jesús confío la dirección fundamental de su
Iglesia.
Esto exige plena comunión con el Papa y los Obispos, en especial
con el de la Iglesia particular. Comunión que empieza por conocer y
analizar su pensamiento, sus orientaciones y decisiones.
¿Cómo puede ser un buen ministro de la Iglesia quien no ha estudia-
do los documentos del Concilio Vaticano II? ¿Si desconoce la encíclicas
y documentos del Papa y de la Santa Sede? ¿Si celebra una liturgia con
rúbricas muy personales? ¿Si desprecia el Derecho Canónico? ¿De qué
Iglesia será ministro quien no ha leído ni asimilado, por ejemplo, los do-
cumentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida? ¿Si no se
preocupa por estar informado de la voz de sus Obispos? En vez de cons-
truir Iglesia, se puede generar una secta dentro de la misma diócesis.
Conocer, analizar, profundizar y llevar a la práctica estos documen-
tos, es querer ser ministro de esta Iglesia fundada por Cristo, y no cabeza
o fundador de otra diferente.
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3. EL SACERDOTE:
SERVIDOR DE LA HUMANIDAD
El Verbo eterno del Padre bajó del cielo y se encarnó “por nosotros
los hombres y por nuestra salvación” (Credo de la Misa).
Jesucristo estableció su Iglesia “como un sacramento, o sea signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano” (LG 1) y quiso que su Buena Nueva llegara “a toda la crea-
ción’’ (Mc 16,15).
Jesús, como dice San Pedro, “pasó haciendo el bien y curando a todos
los oprimidos por el diablo” (Hech 10,38). En efecto, los evangelistas
nos lo presentan siempre compadeciéndose de cuantos sufren: Mt, 8,16-
17; 9,35-38; 14,34-36; 15,29-31; Lc 4,40-41; 6,17-19, etc.
Se aplica a sí mismo el texto de Isaías: “El Espíritu del Señor está
sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la
Buena Nueva, a proclamar la liberación de los cautivos y dar la vista a los
ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia
del Señor” (Is 61,1-2; cf Lc 4,16-21).
Este es el signo que lo identifica como el Mesías esperado (cf Lc
7,18-23), Y este será el signo definitivo por el que nos aceptará o recha-
zará (cf Mt 25,31 46).
Por tanto, ser sacerdote como Cristo es dedicar la vida a servir (cf Mt
20,25-28; 23,11; Mc 9,33-35), incluso humillarse hasta lavar los pies de
los hermanos (cf Jn 13,4-15).
Jesús rechaza el poder político (cf Jn 6,14-15). Lo que le interesa es
sólo servir. Sin embargo, sabe aceptar honores y aclamaciones por parte
de los humildes y de los pecadores, a quien más ha dedicado su vida (cf
Mc 14,3-9; Lc 19,28-40).
Ser sacerdote no es buscar honores y privilegios; no es promoverse
social y económicamente. Es consagrar la vida, con todas sus energías,
a hacer el bien, con particular predilección por los que más sufren: los
pobres y los pecadores (cf DP 692 y 696).
Cuando alguien se decide a servir, está expuesto a sufrir, incluso has-
ta la muerte; pero también recibe el “ciento por uno”, ya desde esta vida,
y además la promesa de participar en la glorificación de Cristo (cf Mc
10,28-31; Filip 2,3 11).
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18. Como subraya el Concilio, «el don espiritual que los presbíte-
ros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y
restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta
los confines del mundo, pues cualquier ministerio sacerdotal participa
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5. EN FRATERNIDAD SACRAMENTAL
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6. ESPIRITUALIDAD PRESBITERIAL
EN AMÉRICA LATINA
Introducción
“Ciertamente hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cam-
bia: en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá
asemejarse a Cristo. Cuando vivía en la tierra, Jesús reflejó en sí mismo
el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial
del que los apóstoles fueron los primeros investidos y que está destinado
a durar, a continuarse incesantemente en todos los períodos de la histo-
ria” (PDV 5).
Esto que el Papa Juan Pablo II afirma, en relación con el tiempo,
vale también para el espacio, para la geografía. La fisonomía esencial del
presbítero es idéntica en cualquier lugar de la tierra. El rostro definitivo
del presbítero ya está delineado en la vida y en el ministerio de Jesús.
Cristo es el punto central de referencia para todos los presbíteros, donde-
quiera que desempeñen su servicio pastoral.
Sin embargo, así como el Verbo se hizo carne en Israel, en un tiempo
y en unas circunstancias muy concretas, así el presbítero debe ser una
“prolongación visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 20), una
“continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo” (PDV 18), en
el lugar y en el tiempo en que Dios lo ha colocado. No podemos vivir y
trabajar en las nubes, en circunstancias amorfas e indeterminadas, sino
con y para seres humanos con características sociales, culturales, polí-
ticas, económicas y religiosas muy particulares y muy propias de una
historia concreta.
Esto es lo que, en América Latina, han intentado hacer los obispos, en
colaboración con los mismos sacerdotes, religiosos y laicos. Han procu-
rado encarnar las exigencias siempre válidas del Evangelio y del Magis-
terio universal de la Iglesia, para nuestra realidad latinoamericana. Nos
han dicho cómo debemos vivir nuestro sacerdocio, hoy y aquí.
Recordemos algunos de los núcleos, doctrinales y pastorales, que dan
identidad a la Iglesia en América Latina, y que deben caracterizar nuestra
espiritualidad presbiteral diocesana.
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1. Encarnación en la historia
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dad, sin olvidar la llamada clase media, por los salarios insuficientes y
la demanda de trabajo” (No. 79). “La Conferencia acuerda expresar su
particular interés por el problema de la elevación espiritual y cultural de
la población indígena” (No. 84). Así mismo, manifestaron su inquietud
por la inmigración y la emigración, así como por la gente de mar (Nos.
90-96).
2.2 Fue en Medellín donde los obispos elevaron, con una audacia
profética, una clara denuncia sobre la realidad de la pobreza en nuestro
continente, y nos lanzaron retos muy serios sobre nuestro compromiso
con los pobres. Sus dos primeros documentos son fundamentales para
este punto, pues tratan sobre la Justicia y la Paz. En las líneas pastora-
les de este segundo, entre otras cosas, nos piden: “Defender, según el
mandato evangélico, los derechos de los pobres y oprimidos, urgiendo
a nuestros gobiernos y clases dirigentes para que eliminen todo cuan-
to destruya la paz social: injusticias, inercia, venalidad, insensibilidad.
Denunciar enérgicamente los abusos y las injustas consecuencias de las
desigualdades excesivas entre ricos y pobres, entre poderosos y débiles,
favoreciendo la integración. Hacer que nuestra predicación, catequesis y
liturgia, tengan en cuenta la dimensión social y comunitaria del cristia-
nismo” (Nos. 22-24).
En el documento Pobreza de la Iglesia, valientemente nos dijeron:
“El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las
tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantie-
nen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana
en muchísimos casos a la inhumana miseria. Un sordo clamor brota
de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no
les llega de ninguna parte... Y llegan hasta nosotros las quejas de que
la Jerarquía, el clero, los religiosos, son ricos y aliados de los ricos. Al
respecto, debemos precisar que con mucha frecuencia se confunde la
apariencia con la realidad...
En el contexto de pobreza y aun de miseria en que vive la gran ma-
yoría del pueblo latinoamericano, los obispos, sacerdotes y religiosos
tenemos lo necesario para la vida y una cierta seguridad, mientras los
pobres carecen de lo indispensable y se debaten entre la angustia y la in-
certidumbre. Y no faltan casos en que los pobres sienten que sus obispos,
o sus párrocos y religiosos, no se identifican realmente con ellos, con sus
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4. Comunión eclesial
Una de las insistencias permanentes de los obispos a los presbíteros,
es la búsqueda de la unidad, el diálogo, la corresponsabilidad, la comu-
nión y participación. Fue la oración de Jesús por sus discípulos, en la
Ultima Cena. Es la señal de autenticidad de que somos suyos y de que
formamos una sola Iglesia.
4.1 En Río de Janeiro, se pide a los Superiores de los Seminarios
“que procuren fomentar entre los alumnos un sano espíritu de fraterni-
dad y de familia” (No. 15). Después, se “encarece a los sacerdotes... que
cultiven una sobrenatural amistad con sus hermanos sacerdotes, capaz
de llevarles a ayudarse mutuamente, y de un modo especial en el terreno
espiritual” (No. 23 d). Se aconseja a los Obispos que “fomenten, en la
medida que sea posible, la vida común del clero...; establezcan asociacio-
nes sacerdotales, que contribuyan al bien espiritual del sacerdote” (No.
24); “organizar equipos sacerdotales en los que, entre otras ventajas, los
sacerdotes jóvenes puedan encontrar en sus cohermanos de más edad y
experiencia, ayuda desde el punto de vista espiritual y pastoral” (No. 26).
Se recomienda “vivísimamente a los sacerdotes que alimenten los vín-
culos de hermandad, de respeto y de caridad con todos sus cohermanos,
seculares o religiosos, nativos o provenientes de otros países” (No. 27).
4.2 En Medellín, cuando las tensiones eran más frecuentes, se
aborda explícitamente esta exigencia de la comunión jerárquica entre
presbíteros y obispos, a partir del sacramento del Orden: “De aquí se
deduce, como consecuencia inevitable, la íntima unión de amistad, de
amor, de preocupaciones, de intereses y trabajos, entre obispos y presbí-
teros, de manera que no se pueda concebir un obispo desligado o ajeno a
sus presbíteros, ni un presbítero alejado del ministerio de su obispo. Así
todos los sacerdotes, vinculados entre sí por una verdadera ‘fraternidad
sacramental’, deben saber convivir y actuar unidos en la solidaridad de
una misma consagración.
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Conclusión
He tratado de presentar los cuatro “núcleos” que considero más cons-
tantes y centrales de la espiritualidad que la Iglesia pide a los presbíteros
en América Latina.
Los considero básicos y fundamentales; de tal forma que, si faltara
cualquiera de ellos, nuestra identidad presbiteral, hoy y aquí, quedaría
desdibujada. Los cuatro son, además, complementarios, de manera que
uno exige y desarrolla al otro. Asumiéndolos, logramos la armonía inte-
rior y exterior, la integración personal y comunitaria.
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¿Qué significa para nosotros, obispos y sacerdotes, este año del Es-
píritu Santo? ¿Qué lugar ocupa en nuestra vida y en nuestro ministerio?
¿Para qué lo necesitamos?
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oración: “Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el cielo tu luz, para
iluminarnos. Ven ya, padre de los pobres, luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones. Fuente de todo consuelo, amable huésped del
alma, dador de todos los dones. Eres pausa en el trabajo; brisa, en un
clima de fuego; consuelo, en medio del llanto” (Himno de Pentecostés).
Cuando nos lleguen las tentaciones, como a Jesús en el desierto, a
donde fue conducido por el Espíritu (cf Mt 4,1), no las consintamos, ni
las dejemos posesionarse de nosotros, sino digamos al Espíritu Santo:
“Ven, luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que
te adoran. Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura
nuestras heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad,
endereza nuestras sendas” (Himno de Pentecostés).
Cuando no sepamos qué hacer ni qué decisión tomar, acudamos al
“Espíritu de la verdad, quien nos guiará hasta la verdad completa” (Jn
16,13). Cuando se nos agoten las ganas de orar; cuando nos desanime-
mos por no saberlo hacer, o cuando no demos el valor adecuado a la
oración personal, comunitaria y litúrgica, roguemos al Espíritu que nos
enseñe a estar en comunión con cada una de las tres divinas personas de
la Santísima Trinidad, “pues nosotros no sabemos pedir como conviene;
mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”
(Rom 8,26).
Para hacernos dóciles a la Palabra de Dios, como María, pidamos que
nos invada el Espíritu de Dios. Para que no traicionemos a Jesús, sino
que lo anunciemos con audacia y con creatividad, nos hace falta el fue-
go de Pentecostés. Para que no nos acostumbremos a nuestras miserias,
requerimos el viento impetuoso del Espíritu, que aleje de nosotros toda
basura. Para que seamos capaces de reconocer nuestros propios errores y
pecados, en vez de sólo condenar los ajenos, nos falta el Espíritu, que nos
convenza de nuestra realidad y nos convirtamos (cf Jn 16,8-9). Para que
no nos carcoman la envidia y las competencias por los primeros cargos
(cf Mt 20,20-28), debe venir el Espíritu, que nos haga “un solo cora-
zón y una sola alma” (Hech 4,32). Para que formemos una sola familia
presbiteral, en la que valoremos los dones y carismas de todos, incluso
los propios, y los pongamos al servicio de la Iglesia, se requiere que nos
dejemos llevar por el Espíritu (cf 1 Cor 12,4-30).
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Nos dice el Papa Juan Pablo II, en su Carta del pasado Jueves San-
to: “Nuestro sacerdocio está íntimamente unido al Espíritu Santo y a su
misión. En el día de la ordenación presbiteral, en virtud de una singular
efusión del Paráclito, el Resucitado ha renovado en cada uno de noso-
tros lo que realizó con sus discípulos en la tarde de la Pascua, y nos ha
constituido en continuadores de su misión en el mundo (cf Jn 20,21-23).
Este don del Espíritu, con su misteriosa fuerza santificadora, es fuente
y raíz de la especial tarea de evangelización y santificación que se nos
ha confiado” (Introd.). “La Eucaristía y el Orden son frutos del mismo
Espíritu: Al igual que en la Santa Misa el Espíritu Santo es el autor de la
transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo,
así en el sacramento del Orden es el artífice de la consagración sacerdo-
tal o episcopal” (No. 2; Cf Don y Misterio, p.59).
Para vivir a plenitud nuestra consagración, necesitamos los siete do-
nes del Espíritu Santo (cf Is 11,2-3). “Así, con el don de la sabiduría, el
Espíritu conduce al sacerdote a valorar cada cosa a la luz del Evangelio,
ayudándole a leer en los acontecimientos de su propia vida y de la Iglesia
el misterioso designio del Padre; con el don de la inteligencia, favorece
en él una mayor profundidad en la verdad revelada, impulsándolo a pro-
clamar con fuerza y convicción el gozoso anuncio de la salvación; con el
consejo, el Espíritu ilumina al ministro de Cristo para que sepa orientar
su propia conducta según la Providencia, sin dejarse condicionar por
los juicios del mundo; con el don de la fortaleza, lo sostiene en las difi-
cultades del ministerio, infundiéndole la necesaria ‘parresía’(audacia)
en el anuncio del Evangelio (cf Hech 4,29.31); con el don de la ciencia,
lo dispone a comprender y aceptar la relación, a veces misteriosa, de
las causas segundas con la causa primera en la realidad cósmica; con
el don de piedad, reaviva en él la relación de unión íntima con Dios y la
actitud de abandono confiado en su providencia; finalmente, con el te-
mor de Dios, el último en la jerarquía de los dones, el Espíritu consolida
en el sacerdote la conciencia de la propia fragilidad humana y del papel
indispensable de la gracia divina, puesto que ‘ni el que planta es algo,
ni el que riega, sino Dios que hace crecer’ ” (1 Cor 3,7) (Carta del Papa
a los sacerdotes, 5).
Nuestra vida diaria ha de ser una inmolación permanente, una vícti-
ma agradable al Padre, unida a la oblación de Cristo en el sacrificio eu-
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ticia y la opresión. Pero con los métodos de Jesús. No con violencia y con
armas. No con agresiones y amenazas. No con descalificaciones mutuas
y con enfrentamientos partidistas. No con discursos incendiarios y con
denuncias polarizadas. Como dice el profeta Isaías: “Miren a mi siervo,
a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él
he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará ni clamará, no hará oír su voz en las plazas, no romperá la
caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Proclamará la
justicia con firmeza, no titubeará ni se doblegará, hasta haber establecido
el derecho sobre la tierra” (Is 42,1-4).
Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda su sabiduría, para seguir
el camino de Jesús, que sana a los enfermos, hace ver a los ciegos, con-
suela a los tristes, da de comer a los que tienen hambre, defiende a las
mujeres, libera a los endemoniados, perdona a los pecadores y resucita
a los muertos; dice su verdad tanto a las autoridades civiles y religiosas,
como a sus propios amigos y discípulos; sufre la cárcel, las calumnias y
las envidias; son violados sus derechos humanos y muere injustamente;
pero no encabeza grupos armados, ni organiza revueltas sociales o polí-
ticas, al estilo del asesino Barrabás. Él es “manso y humilde de corazón”
(Mt 11,29; cf 25,5). Nos enseña a amar y a servir, no a dominar (cf Jn
14,34-35; Mt 20,25-28). Pero nos advierte que si nada hacemos por los
que sufren necesidad, seremos excluidos de su Reino (cf Mt 25,31-46).
Hagámonos constructores de la paz, con justicia y dignidad, pero
también con amor y fraternidad, al estilo de Jesús. Hemos sido ungidos
para ser una prolongación suya, para hacerlo histórico y realmente pre-
sente en nuestro tiempo y en nuestra geografía. Depende de nosotros que
Él siga siendo una respuesta a las realidades actuales. Sin nosotros, Él no
actúa, no salva, no ama, no perdona, no libera, no da vida.
Por eso, pidamos al Espíritu Santo, con el antiguo himno litúrgico del
Veni Creator: “Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu amor
en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil
carne. Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé tú mismo
nuestro guía y, puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo”.
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Introducción
Vivimos en un mundo corrompido (cf 2 Pedro 1,4). En este mundo
estamos y no podemos vivir fuera de él; pero no debemos ser sus escla-
vos (cf Jn 17,14-16). Jesucristo, al elegirnos para ser una prolongación
de su presencia y de su misión salvífica en la historia, nos ha separado
del mundo de pecado (cf Jn 15, 19). Por ello, hemos de estar muy alertas
para descubrir los retos que ese mundo nos plantea, y que nos dificultan
seguir a Jesús en forma más radical.
Jesús escogió a los Doce, ante todo, para que estuvieran con Él y,
hasta después, enviarlos a predicar y a expulsar demonios (cf Mc 3,13-
15). Estar con Jesús, convivir con Él, para conformar nuestros criterios
y actitudes, y así llegar a ser sus testigos calificados, es la base para
emprender la nueva evangelización, ya que ésta exige, como requisito
fundamental, un nuevo ardor, que “brota de una radical conformación
con Jesucristo. Así, el mejor evangelizador es el santo, el hombre de las
bienaventuranzas” (SD 28). “La llamada a la nueva evangelización es
sobre todo una llamada a la conversión” (Juan Pablo II, en Santo Do-
mingo, 1992).
Con frecuencia la gente se queja de que sus pastores no somos muy
espirituales y de que, por nuestra culpa, muchas personas cambian de
religión o se alejan de la Iglesia. Esto no siempre es mentira ni exagera-
ción, sino que debería servirnos como estímulo para una revisión seria de
conciencia y para un crecimiento sostenido en nuestra consagración.
¿Cómo ha de ser nuestra vida espiritual? ¿Qué dificultades hemos
de superar?
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Ante todo, se nos dice que el sacramento del Orden nos une a Cristo,
Sumo Sacerdote y buen Pastor, con una “ligazón ontológica específica”
(PDV 11); por tanto, no es algo meramente accidental o funcional. En
efecto, “el Espíritu Santo, consagrando al sacerdote y configurándolo
con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo
del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto
es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y amor cada vez
más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los senti-
mientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y
el sacerdote —relación ontológica y psicológica, sacramental y moral—
está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella vida según el Espíritu
y para aquel radicalismo evangélico al que esta llamado todo sacerdote
y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espi-
ritual” (Ib 72).
“Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo,
único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una
transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son,
en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesu-
cristo Cabeza y Pastor... Existen y actúan para el anuncio del Evangelio
y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y
Pastor, y actuando en su nombre” (Ib 15). “Han sido puestos, al frente
de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo”
(Ib 16).
“El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, esposo
de la Iglesia... Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el
amor de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa” (Ib 22; cf 43 y 72). Ha sido
“escogido gratuitamente por el Señor como instrumento vivo de la obra
de salvación..., no como una cosa, sino como una persona..., implicando
la mente, los sentimientos, la vida” (Ib 25). Mediante la Ordenación, ha
recibido el mismo Espíritu de Cristo, que lo hace semejante a Él, para
que pueda actuar en su nombre y vivir en sí sus mismos sentimientos y
actitudes (cf Ib 33 y 57). “Está llamado a hacerse epifanía y transparencia
del buen Pastor que da vida” (Ib 49).
“El presbítero, llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y
Pastor de la Iglesia, debe procurar reflejar en sí mismo, en la medida de
lo posible, aquella perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho
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aún, para suscitar en los demás el deseo de buscar al Maestro. Pero esto
es realmente posible si se propone a los demás una experiencia de vida,
una experiencia que vale la pena compartir” (PDV 46).
“Los cristianos esperan encontrar en el sacerdote no sólo un hombre
que los acoge, que los escucha con gusto y les muestra una sincera amis-
tad, sino también y sobre todo un hombre que les ayude a mirar a Dios, a
subir hacia Él” (Ib 47). Los fieles tienen el derecho de buscar en el sacer-
dote “al hombre de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel
y prudente y al guía seguro en quien se pueda confiar en los momentos
más difíciles para hallar consuelo y firmeza” (PDV 72).
"La vida de oración debe ser renovada constantemente en el sacer-
dote. En efecto, la experiencia enseña que en la oración no se vive de
rentas; cada día es preciso no sólo reconquistar la fidelidad exterior
a los momentos de oración..., sino que también se necesita reanimar
la búsqueda continua de un verdadero encuentro personal con Jesús,
de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del
Espíritu” (PDV 72).
3.2 “La formación espiritual comporta también buscar a Cristo en
los hombres. En efecto, la vida espiritual es vida interior, vida de intimi-
dad con Dios, vida de oración y contemplación. Pero del encuentro con
Dios y con su amor de Padre de todos, nace precisamente la experiencia
indeclinable del encuentro con el prójimo, de la propia entrega a los
demás, en el servicio humilde y desinteresado que Jesús ha propuesto
a todos como programa de vida en el lavatorio de los pies a los apósto-
les… El sacerdote es el hombre de la caridad… En este sentido, la pre-
paración al sacerdocio tiene que incluir una seria formación de la ca-
ridad, en particular del amor preferencial por los pobres, en los cuales,
mediante la fe, descubre la presencia de Jesús y su amor misericordioso
por los pecadores” (PDV 49).
La “fidelidad al ministerio sacerdotal” exige un “proceso de con-
tinua conversión”, centrada fundamentalmente en la caridad pastoral,
que “empuja al sacerdote a conocer cada vez más las esperanzas, ne-
cesidades, problemas, sensibilidad de los destinatarios de su ministe-
rio, los cuales han de ser contemplados en sus situaciones personales
concretas, familiares y sociales” (Ib 70). “El presbítero se presentará
como experto en humanidad, hombre de verdad y de comunión y, en fin,
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como testigo de la solicitud del único Pastor por todas y cada una de sus
ovejas. La comunidad podrá contar, segura, con su dedicación, con su
disponibilidad, con su infatigable obra de evangelización y, sobre todo,
con su amor fiel e incondicionado. El sacerdote, por tanto, ejercitará su
misión espiritual con amabilidad y firmeza, con humildad y espíritu de
servicio; tendrá compasión… y sabrá inclinarse con misericordia sobre
el difícil e incierto camino de conversión de los pecadores: a ellos se
prodigará con el don de la verdad; con ellos ha de llenarse de la pa-
ciente y animante benevolencia del buen Pastor, que no reprocha a la
oveja perdida, sino que la carga sobre sus hombros y hace fiesta por su
retorno al redil” (DMVP 30).
3.3 “La formación permanente tiende a hacer que el sacerdote sea
una persona profundamente creyente y lo sea cada vez más; que pueda
verse con los ojos de Cristo en su verdad completa. Él debe custodiar esta
verdad con amor agradecido y gozoso; debe renovar su fe cuando ejerce
el ministerio sacerdotal; sentirse ministro de Jesucristo, sacramento del
amor de Dios al hombre… Debe reconocer esta misma verdad en sus
hermanos sacerdotes. Este es el principio de la estima y del amor hacia
ellos” (PDV 73). “En la nueva evangelización, el sacerdote está llama-
do a ser heraldo de la esperanza” (DMVP 35).
3.4 La identificación con Cristo exige la práctica “de la obedien-
cia, del celibato y de la pobreza… en la perspectiva de la caridad, que
consiste en el don de sí mismo por amor” (PDV 49).
3.5 “Es necesario recordar el valor incalculable que la celebra-
ción diaria de la Santa Misa tiene para el sacerdote, aún cuando no
estuviere presente ningún fiel. Él la vivirá como el momento central de
cada día y del ministerio cotidiano, como fruto de un deseo sincero y
como ocasión de un encuentro profundo y eficaz con Cristo… El que
celebra mal, manifiesta la debilidad de su fe y no educa a los demás en
la fe” (DMVP 49).
3.6 “Como todo buen fiel, sacerdote también tiene necesidad de
confesar sus propios pecados y debilidades… Es una cosa buena que los
fieles sepan y vean que también sus sacerdotes se confiesan con regula-
ridad. Toda la existencia sacerdotal sufre un inexorable decaimiento si
viene a faltarle, por negligencia o por cualquier otro motivo, el recurso
periódico al Sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se
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“El sacerdote hará todos los esfuerzos posibles para evitar vivir el
propio sacerdocio de modo aislado y subjetivista, y buscará favorecer
la comunión dando y recibiendo —de sacerdote a sacerdote— el calor
de la amistad, de la asistencia afectuosa, de la comprensión, de la co-
rrección fraterna... La capacidad de cultivar y vivir maduras y profundas
amistades sacerdotales se revela fuente de serenidad y de alegría en el
ejercicio del ministerio; las amistades verdaderas son ayuda decisiva en
las dificultades y, a la vez, ayuda preciosa para incrementar la caridad
pastoral, que el presbítero debe ejercitar de modo particular con aquellos
hermanos en el sacerdocio que se encuentren necesitados de comprensión
ayuda y apoyo” (DMVP 27-28).
“Son también importantes los encuentros de estudio y de reflexión
común, que impiden el empobrecimiento cultural y el aferrarse a posi-
ciones cómodas incluso en el campo pastoral, fruto de pereza mental;
aseguran una síntesis más madura entre los diversos elementos de la vida
espiritual, cultural y apostólica; abren la mente y el corazón a los nuevos
retos de la historia y a las nuevas llamadas que el Espíritu dirige a la
Iglesia” (Ib 80).
3.10 Por “el mandamiento del Señor de ir a todas las gentes.., el sa-
cerdote pertenece de modo inmediato a la Iglesia universal... Por tan-
to la pertenencia —mediante la incardinación— a una concreta Iglesia
particular, no debe encerrar al sacerdote en una mentalidad estrecha y
particularista, sino abrirlo también al servicio de otras Iglesias... Todos
los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misioneros, estando
abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo” (DMVP 14).
3.11 “El sacerdote diocesano debe conocer, respetar y acoger con
gozo las diversas corrientes de espiritualidad, “las múltiples formas de
grupos, movimientos y asociaciones de variada inspiración evangélica”,
que son un “regalo del Espíritu que anima la institución eclesial y está a
su servicio”. Debe aprender “el respeto a los otros caminos espirituales
y el espíritu de dialogo y cooperación” y no concentrarse en una sola lí-
nea espiritual o pastoral, ni reducirse a un movimiento o asociación, pues
debe ser “pastor de todo el conjunto. No sólo es el hombre permanente,
siempre disponible para todos, sino el que sale al encuentro de todos
—en particular está a la cabeza de las parroquias— para que todos des-
cubran en él la acogida que tienen derecho a esperar en la comunidad y
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Conclusión
Nuestra vocación es sublime, pues estamos llamados a ser un signo
sacramental de Cristo Pastor. Nuestras limitaciones son muchas y los
retos enormes. Pero tenemos abundantes medios para tender a la santidad
y ser los pastores que requiere la nueva evangelización.
Que el Espíritu del Señor nos invada, para que todos juntos y cada
uno en particular tratemos de ser una “epifanía y transparencia del buen
Pastor que da la vida” (PDV 49), y así gocemos con plenitud nuestro
sacerdocio. Por intercesión de los formadores de Jesús, San José y la
Virgen María.
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CAPÍTULO II
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Es muy difícil que un rico esté dispuesto a renunciar a sus bienes para
seguir incondicionalmente a Jesús (cf Mc 10,17-31).
¿Cuáles son las señales para descubrir que alguien ha sido llamado
al sacerdocio?
1.- Que sea bautizado, varón y bien definido en su masculinidad.
Cuando alguien tiene manifestaciones claras de homosexualidad o mo-
dales afeminados, debe ser rechazado tajantemente como candidato al
sacerdocio. Aunque insista en que siente vocación y que tiene muchos
deseos de ingresar a un Seminario, se le debe hacer desistir de querer
ser sacerdote. Mientras no se garantice una curación completa, no hay
idoneidad para esta vocación.
2.- Que sea una persona normal, física, mental y psíquicamente.
En el aspecto físico, se analiza la salud corporal, la carencia de taras y de-
fectos notables, que impidieran la habilidad de presidir las celebraciones
y la comunidad. Un discapacitado puede ser idóneo para el sacerdocio,
siempre y cuando su situación no afecte su ministerio, su servicio a la
comunidad. En el aspecto mental, se requiere capacidad para el estudio,
apertura para el diálogo, facilidad para hablar y comunicarse, sentido
común, saber juzgar y razonar. En el aspecto psíquico, se pide equilibrio
emocional, madurez según la edad, libertad personal, carencia de trau-
mas graves y de complejos notables.
3.- Que normalmente proceda de una familia cristiana y bien inte-
grada, aunque Dios puede suscitar vocaciones en familias que no presen-
tan todos los elementos deseables.
Quien, durante su infancia y su niñez, sufrió graves trastornos en el
hogar, difícilmente se repone en la vida; arrastra carencias afectivas, que
tarde o temprano le causarán serios problemas.
Hay que pedir varias pruebas de estabilidad emocional, antes de
aceptar casos de excepción.
4.- Que haya superado satisfactoriamente los estudios requeridos
para ser aceptado en un Seminario. En la mayoría de Seminarios, se les
acepta con la Secundaria; si tienen más estudios, como Preparatoria o
Universidad, mucho mejor.
5.- Que tenga las cualidades morales que se requieren para ser una
persona de bien: generosidad, rectitud, verdad, sinceridad, responsabi-
lidad, honestidad, laboriosidad, etc. Por tanto, se excluyen quienes son
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aunque sin saber con propiedad lo que decía. La presencia alegre de esos
sacerdotes y seminaristas alentaba mis sueños e ilusiones.
Un hermano mío, Adulfo, ingresó al Seminario de la Arquidiócesis
de México, cuando yo nací. Duró cinco años y se salió. Dos primos míos,
Arturo Domínguez y Víctor Díaz, después sacerdotes, así como otros
varios del pueblo, habían ingresado al mismo Seminario. Recuerdo muy
vagamente cuando iban a vacaciones cada año, pero su presencia orien-
taba y sostenía mis deseos.
Una figura muy importante, durante mi infancia y mi niñez, fue el
misionero pasionista, español, Padre Liborio de la Fuente. Durante varios
años, mi papá se encargaba de llevarlo a Chiltepec, para que celebrara los
primeros viernes, la fiesta de la Virgen de Belén y la Semana Santa. Así
mismo, en alguna ocasión organizaba misiones. Yo servía como acólito y
todos estos acontecimientos me iban influyendo vocacionalmente.
Por esa época, era párroco de Coatepec Harinas, a donde pertenecía
Chiltepec, el Padre Bernardo Reyes. Yo le tenía un miedo pavoroso, por
todas las travesuras que nos hacía. No me gustaba ayudarle en la Misa,
pero mi papá no me permitía fallar. Con el tiempo, fue mi primer párroco
y nos entendimos de maravilla. Hasta ahora, lo recuerdo con cariño y
gratitud. Llevo también grabada la figura amable y bondadosa del Padre
Rafael Velázquez, entonces Vicario de Coatepec Harinas, con quien toda
mi familia guardaba bonita relación.
Como se ve, pues, toda mi infancia y mi niñez estuvo rodeada de una
familia muy integrada, unos padres muy religiosos, la figura atractiva de
sacerdotes y seminaristas y un ambiente lleno de piedad.
El 5 de febrero de 1952 se había inaugurado, en Valle de Bravo, el
Seminario Conciliar de Toluca. Yo no se cómo ni cuándo, pero por esas
fechas mi papá tuvo oportunidad de entrevistarse con Mons. Arturo Vé-
lez Martínez, recién consagrado primer obispo de la nueva diócesis. Le
platicó a mi papá del Seminario y le preguntó si no tenía alguien que le
mandara. Y él, ni tardo ni perezoso, le habló de mí. Acordaron que me
llevara inmediatamente a Valle de Bravo, puesto que ya había empezado
el curso.
Una noche, a finales de febrero de 1952, mi papá me habló con toda
seriedad. Me preguntó si de verdad quería irme al Seminario; si iba a
aguantar todo lo que fuera; si no me iba a arrepentir. Ante mis respues-
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tas favorables, me ordenó que fuera, al día siguiente temprano, con Don
Maximino, el carpintero del pueblo, a comprarle un cajón para mis cosas.
Todavía lo recuerdo, grande y fuerte, con su buen candado. En aquel
tiempo no se usaban los belices de ahora.
Yo no había cumplido aún los 12 años y sólo había terminado cuarto
año de Primaria, porque en Chiltepec no había más. Así me encaminé al
Seminario.
No tengo presente cómo fue la despedida de mi familia. Nadie me
acompañó a Valle de Bravo, porque así lo aconsejó mi papá. Sólo me
llevaron Víctor Hernández y mi hermano Adulfo, en un camión de carga
que tenía mi papá.
Yo casi no conocía la ciudad de Toluca. No sé para qué, pero nos
detuvimos un poco en la calle de Lerdo, cerca del centro. Me sentía todo
despistado, temeroso y sin saber qué iba a pasar.
Llegamos a Valle de Bravo. El P. José Alvarez Barrón, Primer Vice-
rrector, nos recibió con toda la bondad y finura que le caracterizaba. El
P. Heriberto Escamilla me pidió que lo acompañara al centro del pueblo.
Me asignaron al Curso Previo, que estaba a cargo del P. Telésforo Flores.
Días antes, el 24 de febrero, se había ahogado Pedro Galván en la laguna
del lugar.
Como ya había empezado el curso, me sentía completamente fuera de
lugar. Los primeros días fueron la prueba más difícil para mi vocación. A
nadie conocía. La comida se me hacía toda extraña; no me gustaba y me
la tenía que comer. Nos daban, para desayunar, una avena que parecía
engrudo. Y nos decían que si la dejábamos, nos servían doble ración. Y
yo, tan acostumbrado a los mimos de mis hermanas...
Las clases ya se habían iniciado y yo no entendía muchas cosas. Ade-
más, viniendo de un pueblo y con sólo cuarto de primaria... En la clase
de Español, todo eso de sílabas, diptongos y triptongos, me sonaba a
algo totalmente extraño, ¡Cuántas lágrimas me costaron las tareas que no
podía hacer, o las preguntas de clase que no sabía responder! El P. Te-
lésforo Flores se esforzaba en ayudarme y me explicaba con paciencia.
¡Cuánto le agradezco!
Los jueves y domingos salíamos a jugar futbol, cosa que nunca había
practicado. Y todos debíamos participar. Cómo se reían y se burlaban
de mí, y de otros que estaban en circunstancias semejantes, los compa-
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con Leoncio Martínez, Jaime Caballero y otros de nuestra edad. Por eso,
desde entonces surgió el cuento de que, en una ocasión, yo me estaba
escapando del Seminario; que anudé unas sábanas y me iba descolgando
por una ventana que daba a la calle; pero, ¡oh sorpresa!, que Chendo
Arenas me estaba esperando con los brazos abiertos, para regresarme
al Seminario. Otros dicen que me iba a escapar por atrás de unos baños
rudimentarios que teníamos, y que Chendo me alcanzó. Todo esto es
cuento; pero la verdad es que, muchas veces, él actuó como una mamá
sustituto y, gracias a su apoyo, varios permanecimos en el Seminario
durante ese año.
Pasaron esos primeros días. Me empecé a ubicar en las clases. Fui
haciéndome amigo de algunos. Aprendí a defenderme un poco y a saber
tratar a quienes se burlaban de nosotros. Encontré mucho apoyo en los
superiores. Me fui sintiendo a gusto. Por eso, cuando mi papá, como a los
tres meses, envió a Víctor Hernández y a mi hermano Adulfo, para que
fueran por mí, ya no quise regresar a casa.
Mi papá sabía que no estaba contento y que le pedía enviara por mí.
Pero a propósito no quiso ir; estaba convencido de que me haría bien
permanecer en el Seminario. Sin embargo, cuando vio mi insistencia, no
tuvo más remedio que acceder a mis ruegos. Como las cartas tardaban
bastante para llegar a su destino, envió por mí cuando mis sentimientos
ya habían cambiado. Dicen que me mandó decir con quienes iban por mí:
Que si me salía, en Chiltepec sólo me esperaban la yunta de bueyes, las
mulas de carga y los trabajos del campo; que yo escogiera... Dicen que, al
escuchar esto, preferí el Seminario... Puede ser que esto me haya presio-
nado, pero la verdad es que ya le estaba encontrando gusto al nuevo estilo
de vida. Y si de esa presión o advertencia de mi padre se sirvió Dios, para
hacerme permanecer en el Seminario, bendita presión!
Una vez superada esta primera etapa, que duró unos dos o tres me-
ses, toda mi vida en el Seminario fue bellísima, serena y alegre; llena de
inmensas satisfacciones.
Por ejemplo, al final de ese primer curso, como vieron mi esfuerzo
en la clase de Español y mi superación progresiva, me dieron el primer
lugar y la medalla, como se acostumbraba en aquellos tiempos. ¡Cuánto
le dolió a quien la tenía ya casi segura!
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“Las familias, animadas del espíritu de fe, caridad y piedad, son como
un primer Seminario” (OT 2).
En la historia de casi todas las vocaciones sacerdotales, la propia fa-
milia ocupa un lugar de primera categoría, sea en su nacimiento y desa-
rrollo, sea en su conservación y hasta en sus crisis (cf 1 Sam 1,1-2,21).
Las mejores vocaciones, las de muchachos normales, sanos y buenos,
proceden de hogares bien integrados y cristianos:
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El Señor, pues, llama por muchos medios, y uno de esos medios po-
demos ser nosotros. Lo que hace falta es que obispos, sacerdotes, reli-
giosas y apóstoles laicos nos animemos a prestarle nuestra voz para que
pueda seguir llamando, y que los invitados sean sencillos y abiertos, para
dejarse llamar por las mediciones humanas.
En este sentido, toda la comunidad es responsable de la Pastoral Vo-
cacional. Todos podemos y debemos ser agentes, sacramentos e instru-
mentos de la llamada de Dios. Con la luz del Espíritu Santo.
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confundir a los sabios. Ha escogido Dios lo débil del mundo, para con-
fundir lo fuerte...” (1 Cor 1,26-31).
Es el mismo camino que escogió Jesús. Siendo Dios, poderoso y Se-
ñor, se hizo pobre (cf Filip 2,6-7). Quiso nacer de una familia sencilla
(cf Lc 2,7), pero que, con su trabajo, tenía lo necesario para vivir (cf Mt
13,55; Mc 6,3).
Si la mayoría de los sacerdotes procedemos de familias humildes,
¿por qué a veces se nos olvida nuestro origen y pretendemos vivir como
ricos, y hasta hacemos menos a los pobres?
Es el Señor quien nos levanta del polvo y nos coloca en un lugar im-
portante (cf Sal 113 [112], 7-8; 1 Sam 2,1-10). No son nuestros méritos,
nuestras capacidades o nuestros estudios. Si tenemos un lugar importante
en la comunidad, es por el sacerdocio que Él nos ha regalado.
Hemos sido tomados de la humildad de nuestros pueblos, para mani-
festar la predilección del Señor por los pobres, y para que estemos más
cerca de quienes sufren (cf Hebr 5,1-4). Nunca deberíamos olvidar nues-
tro origen, ni prescindir de nuestras raíces.
¡Es triste que un sacerdote, o un seminarista, se avergüencen de sus
padres o de su pueblo! Es muy lamentable que algunos sacerdotes indí-
genas quieran borrar su identidad cultural, quizá por el rechazo que la
sociedad les ha manifestado; no quieren aparecer como indígenas. Mu-
chos otros, por lo contrario, cada día se sienten hasta orgullosos de su
condición; muchísimos son bilingües. Yo he encontrado en la selva chia-
paneca a indígenas que hablan tres y cuatro idiomas, sin haber ido a la
escuela, porque son muy inteligentes y su movilidad social les ha puesto
en la necesidad de desarrollarse con idiomas distintos.
Jesús siempre fue reconocido como el Nazareno y el “hijo” del car-
pintero José (cf Mt 2,23; 13,55; Lc 3,23). Quiso hacer maravillas en fa-
vor de sus paisanos; pero no pudo por su incredulidad (cf Mt 13,58).
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Que María nos enseñe a hacer, siempre, lo que su Hijo dice (cf Jn 2,5).
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ción sacerdotal, que si uno obedece con fe, el Señor hace muy fecundas
la humildad y la sumisión. Tenemos que aprender a dialogar con respe-
to, insistir en nuestros puntos de vista, proponer confiadamente nuestros
proyectos, siempre y cuando sean fruto de la caridad pastoral y no de
intereses personales, pero hay que estar “prontos siempre a someternos
al juicio de los que ejercen la autoridad principal en el gobierno de la
Iglesia de Dios” (PO 15; cf Rom 5,19; Filip 2,8-9).
Hay otras crisis que vienen por la infecundidad y el cansancio. Uno
ha trabajado con toda el alma. Ha procurado ser fiel y entregado. Ha
obedecido con lealtad. Es creativo en su pastoral. Cumple sus obligacio-
nes... Y, sin embargo, los resultados o son raquíticos, o no aparecen. No
pasa uno de ser Vicario o Cura de pueblo. No le dan ningún otro cargo,
ni algún reconocimiento. La gente no se enfervoriza. Varios abandonan
la fe católica. Los alcohólicos aumentan día con día. Los matrimonios no
resuelven sus problemas. Los adúlteros no se corrigen. Uno predica con
esmero, y los fieles siguen viviendo igual... Es cuando uno se pregunta:
¿Vale la pena lo que estoy haciendo? ¿Sirve para algo? ¿Tiene caso ser
sacerdote para esto? Y es cuando vienen las tentaciones de hacer dinero,
porque ese sí se ve, o de tener un hijo, que también es un fruto muy con-
creto, o de gastar la vida haciendo obras materiales, para que siquiera un
recuerdo quede de uno…
Unos días de descanso y de oración, el cambio de parroquia o de
ministerio, compartir con los amigos los desalientos, aconsejarse con
sacerdotes sabios y santos, hacer unos buenos Ejercicios Espirituales,
unirse a Jesús y a María en la cruz, puede ayudar a vencer y superar estos
momentos duros y áridos.
Otra causa de muchas crisis es la soledad afectiva. Hay sacerdotes
que no dan ni reciben afecto en su familia. Se sienten poco valorados. No
tienen amigos. Se aíslan. Tienen problemas con su pueblo. En algunas
partes no los aceptan. No se sienten comprendidos por su Obispo. Los
sacerdotes los abandonan. No tienen parientes que les atiendan donde vi-
ven y trabajan. Están insatisfechos consigo mismos. Llega su onomástico
y ni quién se acuerde de ellos. Su casa se siente fría, porque no hay quien
les visite; todos les huyen o los compadecen...
Cuando alguien pasa por situaciones de esta naturaleza, fácilmente
puede caer en el alcoholismo, la masturbación, la amargura y el nega-
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CAPÍTULO III
DIMENSIONES
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22), ya que “la vocación suprema del hombre es, en realidad, una sola,
es decir, divina” (Ibid).
A pesar de que se nos acuse de “meternos en política”, estas afir-
maciones del Magisterio de la Iglesia no nos pueden dejar impávidos
e insensibles: “Desde el seno de los diversos países del continente está
subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresio-
nante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, respeto
a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos” (DP 87). “La
Conferencia de Medellín apuntaba ya la comprobación de este hecho:
Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a los pastores
una liberación que nos les llega de ninguna parte” (DP 88; cf Medellín:
Pobreza de la Iglesia, 2). “El clamor pudo haber parecido sordo en ese
entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amena-
zante” (DP 89).
Por eso, “urgida por el mandato de Cristo de predicar el Evangelio
a toda creatura, por la inmensidad de la tarea y por el proceso de trans-
formación, la Iglesia de América Latina, al mismo tiempo que ha sentido
su insuficiencia humana, ha experimentado que el espíritu de Cristo la
mueve e inspira y ha comprendido que no puede, sin caer en el pecado de
infidelidad a su misión, quedarse a la zaga e inmóvil ante las exigencias
de un mundo en cambio” (DP 84).
“La Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara
y más profunda de que la evangelización es su misión fundamental y de
que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conoci-
miento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente
del mensaje a los hombres de hoy” (DP 85).
Juan Pablo II, en un discurso en ocasión del XX Aniversario de la
extraordinaria encíclica de Pablo VI “Populorum Progressio”, dijo: “Al-
gunos, en aquel momento o tal vez aún ahora, han reaccionado con cier-
ta susceptibilidad, pensando que el magisterio de la Iglesia trata ciertos
temas saliéndose de los límites de su propia competencia. La Iglesia, al
promulgar un documento como la encíclica Populorum Progressio, no
hace otra cosa que aplicar a la realidad concreta de un momento históri-
co la luz que recibe de la palabra de Dios y de la propia reflexión sobre sí
misma” (L’OR, 13 sept. 1987, pág. 15).
Dice el Concilio: “La predicación sacerdotal no debe exponer la pa-
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Que María, la oyente fiel (cf Lc 8,21; 11,28), nos ayude a proclamar
la grandeza de Aquél que puede hacer maravillas y transformar lo que
parece imposible (cf Lc 1,37. 46-53).
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VER
1. En México sigue en descenso el número de católicos, aumentan
los protestantes y los que declaran no tener religión alguna. Estas son las
cifras de los últimos 50 años, según el censo oficial (ver Anexo final),
aunque los datos presentan variantes según los estudiosos:
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nes crecen desorientados, sin una figura paterna bien definida, refugián-
dose en la droga, el sexo, los videos, la música, el ruido y la moda, sin
identidad personal y sin esperanza. La familia se desvanece y se pierde
más y más el respeto a la vida desde el seno materno hasta su término
natural. Los abismos sociales y culturales se hacen más profundos, entre
los pocos ricos y riquísimos, y los millones de pobres y marginados. Y
esto sucede entre católicos, a quienes nosotros hemos bautizado y a quie-
nes celebramos diversos sacramentos. Todos ellos reciben las pláticas
presacramentales, aunque a veces sea a más no poder y sólo por cubrir
un requisito, pero ¿de qué les han servido? ¿Los hemos evangelizado en
verdad? Estos hechos, ¿no son acaso un serio cuestionamiento a nuestra
pastoral evangelizadora?
3. Un enorme número de católicos lo son sólo porque fueron bau-
tizados, participan ocasionalmente en celebraciones, mantienen su de-
voción a la Virgen María, a los Santos y a alguna imagen de Jesucristo,
pero desconocen totalmente su religión, son indiferentes y poco prac-
ticantes, no se acercan a la Sagrada Escritura, no educan en la fe a sus
hijos, no sacramentalizan su unión conyugal, están a favor del aborto y
de la eutanasia. Son, así, presa fácil de cualquier propuesta religiosa, sea
protestante o de cualquier tendencia, como el creciente culto a la llamada
“santa muerte”. No llegamos a ellos, y no buscamos nuevos métodos y
nuevas expresiones para hacerles llegar el mensaje evangélico. Quizá
sólo nos escuchan por lo que los medios informativos transmiten de las
entrevistas que nos hacen, pero que no resaltan nuestro mensaje religio-
so, sino únicamente lo relacionado con asuntos de política y economía.
En cambio, las emisiones protestantes en radio y televisión, cada día más
frecuentes, son marcadamente religiosas y espiritualistas, aunque funda-
mentalistas y reductivas. Algunos protestantes me han dicho que sólo al
dejar de ser católicos y cambiarse a la nueva religión, encontraron a Cris-
to. Todo esto, ¿qué nos hace pensar de nuestra acción evangelizadora?
4. No son raros los casos de sacerdotes que son motivo de escán-
dalo para nuestro pueblo, tanto por las deficiencias celibatarias, como por
la prepotencia, el caciquismo clerical, el enriquecimiento inmoderado, el
aburguesamiento y la resistencia para ir a lugares pobres. Sigue habiendo
deserciones y no aumentan las vocaciones tanto cuanto el crecimiento
poblacional requiere. Hay parroquias estancadas en ser simples oficinas
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JUZGAR
7. La preocupante perspectiva de los anteriores datos no es exclu-
siva de nuestro país. Como nos dijo el Papa Benedicto XVI, al inaugurar
la V Conferencia en Aparecida, “se percibe un cierto debilitamiento de
la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenen-
cia a la Iglesia Católica”1. Por nuestra parte, quienes elaboramos el do-
cumento final, confesamos: “Percibimos una evangelización con poco
ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en el ritualismo sin
el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastora-
les” (Documento de Aparecida [DA] 100, c). “Falta espíritu misionero
en miembros del clero, incluso en su formación” (Ib, e). “Vemos con
preocupación, por un lado, que numerosas personas pierden el sentido
trascendente de sus vidas y abandonan las prácticas religiosas, y, por
otro lado, que un número significativo de católicos está abandonando
la Iglesia para pasarse a otros grupos religiosos” (Ib, f). “Es limitado
el número de católicos que llegan a nuestra celebración dominical; es
inmenso el número de los alejados, así como el de los que no conocen a
Cristo” (DA 173).
8. Haciendo un sincero examen de conciencia, reconocimos: “No
resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje,
a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción
fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la
fe, a una participación ocasional en algunos Sacramentos, a la repeti-
ción de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no
convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza “es el gris
pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente
todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando
y degenerando en mezquindad”2 (DA, 12).
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ACTUAR
14. ¿Qué hacer, para tener una perspectiva más favorable? ¿Qué
debemos estimular y promover, para lograr una evangelización que sea
nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones? No tenemos re-
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9 SCOTT Y KIMBERLY HAHN, Roma, dulce hogar, Rialp, Madrid, 2005, pág. 195
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Conclusión
ANEXO:
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3. Inculturación y universalidad
Inculturar la Palabra de Dios es encarnarla en una cultura determi-
nada, antigua o moderna; es concretizarla y aterrizarla; es transmitirla
en conceptos, símbolos y expresiones propias de los pueblos, que son
diferentes entre sí. Es el camino que Dios siguió con Israel: “Las cues-
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rrillas, como si esa fuera la única forma de luchar por la justicia y por el
cambio social y político. Insisten mucho en el Éxodo, en algunos textos
proféticos contra las injusticias, en la escena de Jesús en la sinagoga de
Nazaret, cuando se presenta como quien viene a liberar a los pobres. Se
menosprecia la oración, la liturgia de la Iglesia, e incluso la Eucaristía,
pues para ellos lo importante y definitivo de la fe cristiana sería la lucha
por el Reino, entendido éste sólo en una dimensión socio-política.
5. Traducciones bíblicas
Uno de los primeros pasos para inculturar la Palabra de Dios en los
pueblos originarios es la traducción de la Biblia a sus idiomas. En esto,
hay que reconocerlo, los católicos vamos muy atrasados y lentos. Es
innegable que los protestantes se nos adelantaron, desde hace muchos
años, traduciendo la Biblia a casi todas las lenguas nativas. El Instituto
Lingüístico de Verano, con sus propios intereses no siempre religiosos,
llegó a todas partes y contó con muchos recursos. La mayoría de los indí-
genas católicos se han alimentado de estas traducciones y se han familia-
rizado tanto con ellas, que les cuesta trabajo asumir las católicas.
Sin embargo, se han constatado graves deficiencias culturales y lin-
güísticas en esas traducciones, pues muchas son hechas por un exper-
to solitario, que llega a una zona indígena, vive allí unos pocos años,
aprende la lengua y con ello hace una traducción literal, que no refleja la
profundidad de la cultura, pues la desconoce. Pone muchas palabras en
español, que destruyen la lógica interna de la lengua y, con ello, la van
empobreciendo.
Esas traducciones, además, tienen graves errores doctrinales, pues
traducen algunos textos en forma dolosa y perversa, para atacar verda-
des de nuestra fe católica, como los referentes a María, a la Eucaristía,
a la Iglesia, a las imágenes, a las fiestas, al primado de Pedro, etc. Con
una traducción tendenciosa, siembran dudas y preparan el camino para
que sus predicadores fundamenten en la Biblia sus ataques a la Iglesia
Católica.
Son pocas las traducciones católicas de la Biblia que hayan segui-
do no sólo el camino canónico, sino también todo un proceso cultural
adecuado. Por ello, dijimos en Aparecida: “Como Iglesia, que asume
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7. Proposiciones sinodales
Como fruto de las deliberaciones de los participantes en el Sínodo
de los obispos, se hicieron estas propuestas, que servirán de base para
la elaboración de la Exhortación Postsinodal, que se espera publicará el
Papa en su momento oportuno. Transcribo tres, que tienen que ver con
el tema que nos ocupa.
Biblia y traducción
“El Sínodo recomienda que, en culturas afines y en las regiones lin-
güísticas similares, se apruebe y use la misma traducción de la Biblia,
tanto en el uso litúrgico como en el privado. Muchas Iglesias esparcidas
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Biblia e inculturación
“La revelación se constituyó tomando de las diversas culturas hu-
manas los valores auténticos susceptibles de expresar la verdad que,
para nuestra salvación, Dios comunicó a los hombres” (cf. DV 11). La
Palabra de Dios, en cuanto revelación ha introducido en las culturas el
conocimiento de verdades que de otro modo hubieran permanecido des-
conocidas y creó progreso y desarrollo cultural. El mandato que el Señor
da a la Iglesia de anunciar el Evangelio a todas las criaturas (cf. Mc 16,
15) implica el encuentro de la Palabra de Dios con todos los pueblos de
la tierra y sus culturas. Esto supone el mismo proceso de inculturación de
la Palabra de Dios acaecido en la Revelación.
Por tanto, la Palabra de Dios debe penetrar en cada ambiente de
modo que la cultura produzca expresiones originales de vida, liturgia,
pensamiento cristiano (cf. CT 53). Esto sucede cuando la Palabra de
Dios, propuesta a una cultura, “fecunda como desde dentro las cuali-
dades espirituales y las tradiciones de cada pueblo, las confirma, las
perfecciona y las recapitula en Cristo” (GS 58), suscitando así nuevas
expresiones de vida cristiana.
Para una auténtica inculturación del mensaje evangélico, se debe
asegurar una formación de los misioneros con medios adecuados, para
conocer en profundidad el ambiente vital y las condiciones socio-cultu-
rales, de modo que puedan insertarse en el ambiente, en la lengua y en
las culturas locales.
Corresponde en primer lugar a la Iglesia local llegar a una auténtica
inculturación del mensaje evangélico, prestando atención naturalmente
al riesgo del sincretismo. La calidad de la inculturación depende del gra-
do de madurez de la comunidad evangelizadora” (Proposición 48).
En alusión a la experiencia del Sínodo de obispos, el Papa Benedicto
XVI expresó en su Discurso navideño a la Curia Romana: “Dios habla
siempre en presente, y sólo escucharemos de modo pleno la Biblia cuan-
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do se descubra este presente de Dios, que nos llama ahora… Era impor-
tante experimentar que también hoy en la Iglesia hay un Pentecostés, es
decir, que la Iglesia habla en muchas lenguas; y esto no sólo en el senti-
do exterior de que en ella están representadas todas las grandes lenguas
del mundo, sino sobre todo en un sentido más profundo: en ella están
presentes los múltiples modos de la experiencia de Dios y del mundo, la
riqueza de las culturas… Sin embargo, también nos dimos cuenta de que
Pentecostés sigue en marcha, de que aún no se ha completado: existen
numerosas lenguas que aún esperan la Palabra de Dios contenida en la
Biblia” (22 diciembre 2008).
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9. ¿Qué hacer?
9.1 La traducción es el primer paso de la inculturación. Por ello, es
urgente hacer la traducción católica de la Biblia a los idiomas originarios.
Es una injusticia que muchos pueblos aún no la tengan. Para ello, ade-
más de biblistas y teólogos, se requiere la participación de los mismos
indígenas y de conocedores de la cultura. La traducción debe hacerse en
colaboración con las mismas comunidades, y no ser trabajo o servicio
sólo de un experto, o de un pequeño grupo. No puede ser imposición de
un inquieto agente de pastoral, que a los pocos días de llegar a la misión,
ya quiere cambiar todo, como si todo lo supiera.
9.2 Debemos encarnarnos en las culturas donde el Señor nos ha
colocado: conocer, valorar y respetar a nuestros pueblos; estar cerca de
sus gozos y tristezas; compartir su vida y hacernos uno de ellos. Sin esta
actitud del corazón, no es posible ninguna inculturación, ni de la liturgia,
ni del Evangelio, ni de la Iglesia.
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Que la Virgen María, que estuvo junto a su Hijo, cuando éste se ofre-
cía en el sacrificio de la cruz (cf Jn 19,25), nos ayude a celebrar con
dignidad las maravillas del Señor (cf Lc 1,46-55).
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Introducción
Considerando que al término “inculturación” se le dan muchas inter-
pretaciones, asumo lo que el Magisterio de la Iglesia nos dice sobre su
significado y sus exigencias.
Según el Papa Juan Pablo II, “la inculturación significa una íntima
transformación de los auténticos valores culturales por su integración
en el cristianismo y el enraizamiento del cristianismo en las diversas
culturas humanas” (RMi 52). También: “la encarnación del Evangelio
en las culturas autóctonas y al mismo tiempo la introducción de estas
culturas en la vida de la Iglesia” (Slavorum Apostoli, 21). “Por la incul-
turación, la Iglesia encarna el Evangelio en las diversas culturas y, al
mismo tiempo, ella introduce los pueblos con sus culturas en su propia
comunidad” (RMi 52).
Como ya había dicho el Concilio Vaticano II, la penetración del
Evangelio en un determinado medio sociocultural, por una parte, “fecun-
da como desde sus entrañas las cualidades espirituales y los propios
valores de cada pueblo..., los consolida, los perfecciona y los restaura
en Cristo” (GS 58); por otra, la Iglesia asimila estos valores, en cuanto
son compatibles con el Evangelio, “para profundizar mejor el mensaje
de Cristo y expresarlo más perfectamente en la celebración litúrgica y
en la vida de la multiforme comunidad de fieles” (Ibid). Este doble mo-
vimiento que se da en la tarea de la inculturación expresa así uno de los
componentes del misterio de la Encarnación (cf Juan Pablo II: Catechesi
tradendae, 53).
“Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo
lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el Evangelio,
a fin de comunicarles las riquezas de Cristo y enriquecerse ella misma
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1. Logros
1.1 En varias etnias se tiene ya la traducción a las lenguas nativas
de la Biblia, o al menos del Nuevo Testamento. En algunas partes, este
trabajo lo hicieron primero los protestantes, sobre todo los del Institu-
to Lingüístico de Verano; sin embargo, se ha comprobado que, además
de errores doctrinales, tienen deficiencias culturales. En otras partes, se
han hecho y se están haciendo traducciones ecuménicas, o sólo católicas.
Este primer logro es fundamental, pues en la liturgia se proclaman mu-
chos textos bíblicos y se debe contar con una edición católica confiable.
1.2 En varios pueblos indígenas, la liturgia se celebra en el idioma
del lugar, porque hay agentes de pastoral nativos, o porque los que han
llegado de fuera han aprendido el idioma. Algunas traducciones litúr-
gicas ya han sido aprobadas por la Santa Sede; otras están en proceso
de lograrlo. El dominio del idioma indígena es presupuesto básico para
inculturarse. Es una injusticia que se siga imponiendo una liturgia en un
idioma que no es el propio.
1.3 Se ha formado a laicos indígenas, hombres y mujeres, como
catequistas y servidores para diversos ministerios, tanto instituidos como
reconocidos. Al menos, se les ha nombrado como Ministros Extraordi-
narios de la Comunión. Ha habido un trabajo notable para lograr que a la
mujer se le reconozca su dignidad y su lugar en la Iglesia y en la comu-
nidad, a pesar de la persistente marginación.
1.4 Se han revalorado diferentes servicios tradicionales, como ma-
yordomos, fiscales, topiles, alféreces, capitanes, presidentes de ermitas,
rezadores, principales, ancianos, arregladores del corazón, etc., para el
servicio de la comunidad; la mayoría, tienen que ver con los ritos y ce-
lebraciones de la piedad popular y de la liturgia. Algunos de sus ritos
tradicionales se han incorporado a la celebración litúrgica, aunque no
siempre con el debido discernimiento.
1.5 Se hacen esfuerzos por descubrir las “semillas del Verbo” en
las culturas indígenas, conociendo y valorando más la sabiduría de los
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2. Retos
2.1 Como cimiento y base de toda inculturación, se requieren tres
amores, que son uno solo: Amor a Jesucristo, amor a su Iglesia y amor a
los pueblos indígenas. Amor a Jesucristo, porque es Él nuestra inspira-
ción y el centro al que debemos llevar a los pueblos. Amor a su Iglesia,
para construirla en comunión. Amor a los indígenas, para ser un sacra-
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mento del amor del Padre, y no ir por otros intereses. Sin amor apasiona-
do por Jesucristo, no hacemos lo posible por llevar a los pueblos hacia Él,
sino que los dejamos con lo que tienen. Sin amor sufriente y perseverante
a nuestra Iglesia, corremos el peligro de hacer nuestras propias iglesias,
como sectas, que giran en torno a un agente de pastoral, o amargarnos y
desanimarnos cuando no encontramos el apoyo que deseamos. Sin amor
misericordioso a los pobres, no soportamos por mucho tiempo vivir con
ellos.
2.2 Jesucristo, al encarnarse, asumió la cultura judía. Este es el pri-
mer desafío para la Iglesia: encarnarnos en las culturas donde el Señor
nos ha colocado. Esto implica conocer, valorar y respetar a nuestros pue-
blos; estar cerca de sus gozos y tristezas; compartir su vida y hacernos
uno de ellos. Sin esta actitud del corazón, no es posible ninguna incultu-
ración, ni de la liturgia, ni del Evangelio, ni de la Iglesia.
2.3 Jesucristo, sin embargo, manifestó plena libertad para purificar
y transformar lo que en la cultura judía no correspondía al plan original
del Padre. Tuvo más problemas con quienes defendían las tradiciones
mosaicas, que con el régimen romano. Además, no encerró a su Iglesia
en una cultura, sino que ordenó evangelizar todas las culturas. La evan-
gelización debe respetar las culturas; pero también tener la audacia y la
libertad de purificarlas y santificarlas.
2.4 La plenitud de los pueblos indios es Jesucristo. Es necesario
que Él crezca en ellos, y no seamos nosotros el centro. Nuestra tarea
es llevarles al encuentro vivo con Él, sobre todo en su Palabra y en sus
sacramentos. Para ello, es urgente hacer la traducción católica o ecumé-
nica de la Biblia, en los pueblos donde no se tenga. Es una injusticia que
muchos pueblos aún no tengan la traducción católica de la Biblia. Ade-
más de biblistas y teólogos, se requiere la participación de los mismos
indígenas y de conocedores de la cultura. La traducción debe hacerse en
colaboración con las comunidades, y no ser sólo fruto de un experto.
2.5 Hay que seguir buscando caminos para lograr una liturgia más
inculturada, en que se asuman ritos y costumbres que sean acordes con
el Evangelio y la práctica de la Iglesia. Esta “no tiene ningún poder para
cambiar lo que es voluntad de Cristo, que es lo que constituye la parte
inmutable de la liturgia. Romper el vínculo que los sacramentos tienen
con Cristo que los ha instituido, o con los hechos fundacionales de la
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ITER
PARA LA APROBACIÓN DE LA TRADUCCIÓN
Y LA PETICIÓN DE LA RECOGNITIO
A LA SANTA SEDE
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b) Todas las decisiones que deban ser aprobadas por la Sede Apos-
tólica, se deben enviar a la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos, en doble copia, firmada por
el Presidente y el Secretario de la Conferencia, y con el debido
sello. En dichas actas debe constar:
i) Los nombres de los Obispos y de los que se les equiparan
en derecho, que estuvieron presentes en la reunión.
ii) La relación de lo acontecido, en la que debe constar el re-
sultado de las votaciones, para cada una de las decisiones,
junto con el número de los votos favorables, los negativos
y las abstenciones.
iii) La exposición clara de cada una de las partes de la Litur-
gia que se deben traducir a lengua vernácula.
c) Se deben enviar dos ejemplares de los textos litúrgicos prepara-
dos en lengua vernácula; en la medida de lo posible, envíese el
texto en soporte informático.
d) En una relación particular se debe explicar con toda claridad lo
que sigue:
i) El proceso y criterios seguidos en la traducción.
ii) Un elenco de las personas que han participado en las di-
versas fases del trabajo, junto con una breve nota que in-
dique sus cualidades y pericia.
iii) Los cambios introducidos, respecto a la traducción ante-
rior del mismo libro litúrgico, junto con las causas de los
mismos.
iv) La indicación de cualquier cambio respecto al contenido
de la edición típica latina, junto con las causas por las que
esto ha sido necesario, y con la mención de la licencia
concedida por la Sede Apostólica para introducir un cam-
bio de este tipo.
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Que la Virgen del Magnificat nos ayude, para ser y formar pastores
en la línea de Dios (cf Lc 1,46-53).
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a) Creatividad pastoral
Ser sacerdote es ser sacramento de Cristo, buen pastor que da la vida
por sus ovejas (cf Jn 10,11; PO 2).
Esto significa que nuestra vocación no es para buscar un puesto, un
honor, privilegios y ventajas personales, sino para dedicarnos a hacer el
bien a todos, sobre todo a quienes sufren (cf Hech 10,38).
Siendo tantas las necesidades, no podemos desfallecer ni contentar-
nos con lo mínimo (cf 2 Cor 4,1.16; Mc 2,2; 3,20; 6,31). Viendo a tanta
gente que sufre, no podemos quedarnos con los brazos cruzados (cf Mt
9,35-36).
El que ama, es muy creativo. El enamorado inventa formas para con-
quistar a su amada. El sacerdote que es buen postor busca todas las ma-
neras posibles de acudir, atender, alimentar y dirigir a su comunidad.
Si en su parroquia se presenta el problema de las sectas, de la de-
serción constante de católicos hacia otras denominaciones, de la indife-
rencia y de muchos alejados, piensa como contrarrestar esta situación e
implementa diversos servicios de evangelización.
Si están creciendo los núcleos urbanos o suburbanos y no le alcanzan
las fuerzas para atender las nuevas colonias y los barrios; si no puede ir
con frecuencia a todas las comunidades que le corresponden, capacita
laicos para que sean agentes de pastoral y hagan presente a la Iglesia en
esos lugares. Aunque lo pudiera hacer, no acapara la pastoral, sino que da
a los laicos el lugar que les corresponde. Organiza misiones populares, se
sirve de la radio y de los medios de comunicación para evangelizar.
Si el alcoholismo, la drogadicción, la migración o la vagancia juvenil
están afectando a su comunidad, crea servicios u organismos adecuados
para enfrentar esos retos.
Si persiste el analfabetismo, si faltan fuentes de trabajo o centros de
esparcimiento, si no hay escuelas, agua potable, energía eléctrica, mé-
dico, vías de comunicación, etc., promueve a las personas para que se
organicen, los acompaña acudiendo a las autoridades respectivas para
que se les atienda en sus servicios básicos, se une a “las fuerzas vivas”
del pueblo, personalmente mueve sus contactos y hace cuanto puede para
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c) Hombres de fe
Nos movemos entre realidades que suponen y exigen la fe; es decir,
entre realidades que trascienden lo visible y lo inmediato, que están más
allá de lo material e histórico (cf Hbr 11,1).
Al bautizar, celebrar la Eucaristía, absolver los pecados, o ungir a
los enfermos, estamos haciendo presente todo el misterio salvífico de
Jesucristo, muerto y resucitado (cf SC 6 y 7).
Al predicar, no estamos transmitiendo una ideología, sino presentan-
do nuestra voz a Cristo, para que Él siga anunciando su Evangelio (cf
SC 7 y 33).
Al presidir, en nombre de la Iglesia, la celebración de un matrimonio,
queremos garantizar la presencia de Jesucristo en el amor de los esposos
(cf Jn 2,1-11).
Al retirarnos a la soledad del silencio, para orar personalmente en
nombre de la Iglesia, testimoniamos que el Señor es la parte mejor de
nuestra vida (cf Lc 10,41-42) y la única fuente de agua viva (cf Jn 4,14).
Al atender sin distinciones a pobres y ricos, sabios e ignorantes, jó-
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d) Testigos de esperanza
Por todas partes escuchamos sólo quejas y lamentos. Es común oír:
“A dónde iremos a llegar… Todo es mentira y corrupción… Ya no puede
uno confiar en nadie… El dinero ya no alcanza para nada…Qué perdi-
da está la juventud… Este gobierno es una farsa… La Iglesia no hace
nada…” etc.
Por nuestra vocación, estamos llamados a proclamar a Cristo resu-
citado, triunfador del pecado y de la muerte (cf Hech 4,33; 5,30-32;
10,39-42).
Nuestra misión es cimentar a nuestros hermanos en Cristo, como en
una roca firme, para que nada les derrumbe (cf Mt 7,24-27; Hech 4,
11-12).
Hemos de presentar a Dios como un Padre providente, que nos cuida
para que nada nos falte (cf Mt 6,25-34), nos perdona y nos comprende en
nuestras debilidades (cf Lc 15,1-32; Rom 5,8-11).
Aunque todos nos abandonen, Dios nos ama y nos sostiene (cf Is
49,15-16). Lo que para nosotros parece imposible, para Dios es posible
(cf Mt 19,26; Mc 9,23). Y si contamos con la fuerza de Dios, a nada
temeremos (cf Jn 16,33; 1 Jn 5,4-5).
Pueden venir crisis económicas, morales y familiares peores que las
que estamos viviendo, pero, con la gracia del Señor, saldremos adelante.
Pueden crecer en número otras religiones, aumentar las deficiencias de
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los cristianos, ser escandalosos los pecados de los clérigos, pero la Iglesia
de Cristo prevalecerá (cf Mt 16,18).
Con el Señor, todo se puede (cf Filip 4,13).
Si tenemos obligación de denunciar el mal, también hemos de anun-
ciar el amor de Dios y la salvación en Cristo, puesto que “el anuncio es
siempre mas importante que la denuncia” (SRS 41).
Jesucristo viene a traer, a hacer palpable en todo tiempo la buena
nueva y la liberación (cf Lc 4,16-21; SRS 31). Por tanto, no nos dejemos
vencer por el pesimismo (cf Lc 24,21). Con Cristo resucitado se abren
nuevos panoramas y posibilidades. Lo único que necesitamos es dejarnos
invadir por su Espíritu (cf Rom 8,14-17).
186
DIMENSIONES
por el Evangelio de Dios (Rom 1,1), atestigua haberse hecho todo para
todos a fin de salvarlos a todos. Los presbíteros del Nuevo Testamento,
por su vocación y ordenación, son en realidad segregados, en cierto
modo, en el seno del pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del
pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a
las obras para las que el Señor los llama (cf Hch 13,2). No podrían ser
ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida
distinta de la terrena; no podrían tampoco servir a los hombres si per-
manecieran alejados de la vida y condiciones de los mismos. Su propio
ministerio exige por título especial que no se configuren con este siglo
(cf Rom 12,2); pero requiere al mismo tiempo que vivan en este siglo
entre los hombres y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas y
trabajen para atraer a las que no son de este aprisco, para que también
ellas oigan la voz de Cristo, y así se forme un solo aprisco y un solo
pastor (cf Jn 10,14-16). Mucho contribuyen a lograr este fin las virtudes
que con razón se estiman en el trato humano, como son la voluntad de
corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, el continuo
afán de justicia, la urbanidad y otras, que el apóstol Pablo encarece,
diciendo: Poned vuestro pensamiento en todo lo que es verdadero, en
todo lo puro, en todo lo justo, en todo lo santo, en todo lo amable, en
todo lo bien sonante, en cuanto sea virtud, en cuanto merezca alabanza
[Filip 4,8] (PO 3).
187
SER SACERDOTE VALE LA PENA
f) Formación permanente
No basta la ordenación sacerdotal para ser un buen ministro del Se-
ñor y un eficaz servidor de la comunidad. Es necesaria una continua for-
mación en todas las áreas: humana, intelectual, espiritual y pastoral (cf
PO 19).
Al respecto, dicen los Obispos Latinoamericanos: “La gracia reci-
bida en la ordenación, que ha de reavivarse continuamente, y la misión
evangelizadora, exigen de los ministros jerárquicos una seria y continua
formación, que no puede reducirse a lo intelectual sino que se extenderá
a todos los aspectos de la vida. Objeto de la formación, que tendrá en
cuenta la edad y la condición de la persona, ha de ser: capacitar a los
ministros jerárquicos para que, de acuerdo a las exigencias de su voca-
ción y misión y la realidad latinoamericana, vivan personal y comunita-
riamente un continuo proceso que los haga pastoralmente competentes
para el ejercicio del ministerio” (DP 719-720).
Para lograr este proceso continuo de formación, hay que aprovechar
los medios que la propia diócesis puede organizar, como ejercicios espi-
rituales, cursos, reuniones, semanas de estudio, etc. Hay muchos cursos
de verano en nuestras universidades y varias oportunidades en otros lu-
gares.
A nivel personal, hay que crearse el hábito de leer y estudiar; para
ello, programarse días, tiempos y espacios adecuados.
Las necesidades pastorales son muchas y nos agobian. Ordinariamen-
te no nos sobra tiempo. Pero si no nos retiramos un poco, para capacitar-
nos, y sobre todo para apoyar más nuestra santificación, no podremos
responder a los requerimientos de los tiempos actuales.
Un sacerdote que no estudia, pronto se hace repetitivo. Un sacerdote
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DIMENSIONES
que no lee, hará predicaciones que están fuera de la realidad y dará con-
sejos que no responden a las necesidades reales. Un sacerdote que no se
renueva, se inutiliza; poco a poco la gente se le aleja y se queda sólo; se
amarga, se aísla y se refugia en mil compensaciones.
Para evitar esto, la actual legislación de la Iglesia claramente ordena:
“Los clérigos, en su propia conducta, están obligados a buscar la san-
tidad… Para poder alcanzar esta perfección… están obligados a asistir
a los retiros espirituales…” (CIC 276). “Aún después de recibido el sa-
cerdocio, los clérigos han de continuar con sus estudios sagrados” (CIC
279,1).
“Según las prescripciones del derecho particular, los sacerdotes,
después de la ordenación, han de asistir frecuentemente a las leccio-
nes de pastoral que se establezcan, así como también a otras lecciones,
reuniones teológicas y conferencias, en los momentos igualmente de-
terminados por el mismo derecho particular, mediante las cuales se les
ofrezca la oportunidad de profundizar en el conocimiento de las ciencias
sagradas y de los métodos pastorales” (CIC 279,2).
El buen pastor, por amor a sus ovejas, esta siempre capacitándose,
para serviles mejor. Por tanto, dejar la parroquia por unos días, en tiem-
pos pre-establecidos, para atender la formación personal, es también una
forma de dar vida al pueblo, porque es una manera de recibir para poder
dar vida en abundancia. Esto no es perder el tiempo ni descuidar las
obligaciones, puesto que capacitarse para compartir, es una de nuestras
obligaciones. Siempre y cuando se deje a la comunidad con el justo equi-
librio.
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la que el 60 por ciento no llega a los veinte años. Ello constituye para
vosotros un verdadero desafío que la Iglesia no puede perder. Esos jó-
venes de hoy son la Iglesia y la sociedad de mañana, son su futuro, su
esperanza. Hay que saber conducirlos a Cristo, presentándolo a ellos
como el único ideal grande que puede colmar sus inquietudes, sus de-
seos de libertad, de justicia, de autenticidad, de transformación de los
corazones y, con ello, de una sociedad tantas veces injusta y enferma.
Sólo así, con ideas nobles en su mente y con vivencias generosas en
sus corazones, podrán superar vacíos existenciales que están a la raíz
de tristes fenómenos de violencia, de droga y sexo, o de desviaciones a
ideologías que, finalmente, son contradictorias con los ideales dignos
por lo que se creía luchar”.
En los últimos años, se nota una mayor preocupación pastoral por la
juventud. Son raras las parroquias que no cuentan con grupos juveniles.
Muchas vocaciones consagradas provienen de esos grupos. Se organizan
actividades, retiros, pláticas especiales para ellos.
Sin embargo, no faltan sacerdotes que parecen tenerles miedo. Por-
que los jóvenes son inquietos, inconformes, cuestionan todo, con muchas
cosas no están de acuerdo, dicen lo que piensan o sienten.
Hay sacerdotes mayores que no saben tener paciencia con los jóvenes,
pues éstos todavía son un poco irresponsables, inestables, impuntuales e
informales. Además, los jóvenes nunca tienen dinero, y las actividades
con ellos más bien nos hacen gastar, que dejarnos algún ingreso.
Otros se contentan con que canten la Misa, para lo cual organizan una
estudiantina o una rondalla.
En general, es difícil llevar un proceso serio y gradual de formación;
pero son los jóvenes, sobre todo si son estudiantes, quienes más necesidad
tienen de una pastoral global, “que tenga en cuenta la realidad social de
los jóvenes; atienda a la profundización y al crecimiento de la fe para la
comunión con Dios y con los hombres; oriente la opción vocacional de
los jóvenes; les brinde elementos para convenirse en factores de cambio
y les ofrezca canales eficaces para la participación activa en la Iglesia y
en la transformación de la sociedad” (DP 1187; cf 1193-1205).
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DIMENSIONES
La Familia
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Evangelización de la cultura
Esta es una prioridad de la que apenas empezamos a tomar concien-
cia y, sin embargo, es fundamental. Juan Pablo II y Benedicto XVI han
insistido mucho en su importancia.
Entendemos por cultura “el modo particular como, en un pueblo, los
hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con
Dios. Es el estilo de vida común que caracteriza a los diversos pueblos”
(DP 386; cf GS 53).
“La cultura, así entendida, abarca la totalidad de la vida de un pue-
blo: el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debili-
tan y que, al ser participados en común por sus miembros, los reúne en
base a una conciencia colectiva (cf EN 18). La cultura comprende, así
mismo, las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores
se expresan y se configuran, es decir las costumbres, la lengua, las insti-
tuciones y estructuras de convivencia social” (DP 387).
“Cristo envió a su Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los hom-
bres, a todos los pueblos. Puesto que cada hombre nace en el seno de
una cultura, la Iglesia busca alcanzar, con su acción evangelizadora,
no solamente al individuo, sino a la cultura del pueblo (cf EN 18). Tra-
ta de alcanzar y transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios
de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la huma-
nidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio
de salvación. Podríamos expresar todo esto diciendo: lo que importa es
evangelizar, no de una manera decorativa, como un barniz superficial,
sino de manera vital, en profundidad, y hasta sus mismas raíces la cultu-
ra y las culturas del hombre” (DP 394; EN 19-20).
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DIMENSIONES
Religiosidad Popular
“Por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular,
entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las
actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que
las manifiestan. Se trata de la forma o de la existencia cultural que la
religión adopta en un pueblo determinado. La religión del pueblo latino-
americano, en su forma cultural más característica, es expresión de la fe
católica. Es un catolicismo popular” (DP 444; cf EN 48).
“Por falta de atención de los agentes de pastoral y por otros com-
plejos factores, la religión del pueblo muestra en ciertos casos signos de
desgaste y deformación; aparecen sustitutos aberrantes y sincretismos
negativos” (DP 453).
¡Cuántas veces hemos despreciado, o explotado, las devociones de
nuestro pueblo! Otras veces las juzgamos muy superficialmente, conde-
nando como superstición lo que es otra forma cultural de expresar su fe.
Por ejemplo: el tocar imágenes, las danzas, el culto a los muertos...
“Estamos en una situación de urgencia. El cambio de una sociedad
agraria a una urbana-industrial somete la religión del pueblo a una cri-
sis decisiva” (DP 460).
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Medios de Comunicación
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DIMENSIONES
Introducción
La mayoría de los pueblos indígenas viven empobrecidos y exclui-
dos. Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, pues la globa-
lización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como
pueblos diversos. Su progresiva transformación cultural provoca la rápi-
da desaparición de algunas lenguas y culturas. La migración, forzada por
la pobreza, está influyendo profundamente en el cambio de costumbres y
de relaciones, e incluso de religión. Persiste un racismo inhumano y an-
ticristiano contra ellos, incluso en ambientes eclesiales. Sin embargo, se
constata una clara emergencia de diversas etnias, que se hacen cada vez
más presentes en la sociedad y en la Iglesia, exigiendo sus derechos.
Nuestra Iglesia Católica no ha permanecido al margen de esta reali-
dad, sino que ha ido promoviendo el lugar y la misión que corresponde a
los indígenas, para que sean sujetos, protagonistas de la evangelización,
agentes de la acción pastoral. En muchas partes, se está impulsando una
evangelización integral, con insistencia en la promoción humana y en la
inculturación del Evangelio y de la misma Iglesia.
Sin embargo, hay graves quejas de grupos indígenas contra obispos,
sacerdotes y religiosas, porque dicen que no tenemos un corazón encar-
nado e inculturado en sus pueblos. Muchos desconocen las culturas indí-
genas y tienen prejuicios. En los Seminarios, poco se ha hecho por una
formación inculturada de los candidatos indígenas al sacerdocio.
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bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber
recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus cultu-
ras, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas
que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los
caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio
no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas preco-
lombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Cristo no es aje-
no a cultura alguna ni a ninguna persona. El Verbo de Dios, haciéndose
carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura”19.
1.9 Sobre las necesarias adaptaciones de la liturgia a las culturas, el
mismo Papa ha expresado: “A partir de las afirmaciones fundamentales
del Concilio Vaticano II, se ha subrayado varias veces la importancia
de la participación activa de los fieles en el Sacrificio eucarístico. Para
favorecerla, se pueden permitir algunas adaptaciones apropiadas a los
diversos contextos y culturas. El hecho de que haya habido algunos abu-
sos no disminuye la claridad de este principio, que se debe mantener
de acuerdo con las necesidades reales de la Iglesia, que vive y celebra
el misterio de Cristo en situaciones culturales diferentes. En efecto, el
Señor Jesús, precisamente en el misterio de la Encarnación, naciendo
de mujer como hombre perfecto, no sólo está en relación directa con
las expectativas expresadas en el Antiguo Testamento, sino también con
las de todos los pueblos. Con eso, Él ha manifestado que Dios quie-
re encontrarse con nosotros en nuestro contexto vital. Por tanto, para
una participación más eficaz de los fieles en los santos Misterios, es útil
proseguir el proceso de inculturación en el ámbito de la celebración
eucarística, teniendo en cuenta las posibilidades de adaptación” de los
diversos documentos de la Iglesia al respecto. “Para lograr este objeti-
vo, recomiendo a las Conferencias Episcopales que favorezcan el ade-
cuado equilibrio entre los criterios y normas ya publicadas y las nuevas
adaptaciones, siempre de acuerdo con la Sede Apostólica”20 .
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DIMENSIONES
Los indígenas que ya han recibido el Evangelio están llamados, como dis-
cípulos y misioneros de Jesucristo, a vivir con inmenso gozo su realidad
cristiana, a dar razón de su fe en medio de sus comunidades y a colaborar
activamente para que ningún pueblo indígena de América Latina renie-
gue de su fe cristiana, sino que, por el contrario, sientan que en Cristo
encuentran el sentido pleno de su existencia”23. “La Iglesia estará atenta
ante los intentos de desarraigar la fe católica de las comunidades indí-
genas, con lo cual se las dejaría en situación de indefensión y confusión
ante los embates de las ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que
atentaría contra el bien de las mismas comunidades”24.
2.7 Se debe hacer un adecuado discernimiento de los elementos pa-
ganos que puedan subsistir aún en las culturas indígenas, para distinguir
lo que es incompatible con el cristianismo y lo que puede ser asumido,
en armonía con la tradición apostólica y en fidelidad al Evangelio de la
salvación25 . “Los cristianos venidos del paganismo, al adherirse a Cris-
to, tuvieron que renunciar a los ídolos, a las mitologías, a las supersticio-
nes... Conciliar las renuncias exigidas por la fe en Cristo con la fidelidad
a la cultura y a las tradiciones del pueblo al que pertenecen fue el reto de
los primeros cristianos... Y lo mismo será para los cristianos de todos los
tiempos”26 .
2.8 Hay que evitar el peligro de un sincretismo religioso. “Ello
podría suceder si los lugares, los objetos de culto, los vestidos litúrgi-
cos, los gestos y las actitudes dan a entender que, en las celebraciones
cristianas, ciertos ritos conservan el mismo significado que antes de la
evangelización. Aún sería peor el sincretismo religioso si se pretendiera
reemplazar las lecturas y cantos bíblicos, o las oraciones, por textos to-
mados de otras religiones, aun teniendo estos un valor religioso o moral
innegables... La recepción de los usos tradicionales debe ir acompañada
de una purificación y, donde sea preciso, incluso de una ruptura... Es
preciso evitar cualquier ambigüedad en todos los casos”27. No se puede
volver a una situación anterior a la evangelización.
23 Ib., 95
24 Ib., 531
25 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la
Inculturación, 16
26 Ib., 19 y 20
27 Ib., 47 y 48; cf 32
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3. Logros de la inculturación
3.1 En la mayoría de las etnias, se tiene ya la traducción a lenguas
nativas de la Biblia, o al menos del Nuevo Testamento; sin embargo, casi
en todas partes este trabajo fue hecho por los protestantes, sobre todo los
del Instituto Lingüístico de Verano. Lamentablemente se ha comprobado
que, además de errores doctrinales, tienen graves deficiencias culturales.
En pocas partes se han hecho y se están haciendo traducciones católicas,
o ecuménicas.
28 JUAN PABLO II, Exhortación Ecclesia in America,73
29 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la
Inculturación, 5
30 Juan Pablo II, Discurso al Pontificio Consejo para la Cultura, 17 enero 1987
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4 Retos de la inculturación
4.1 Es necesario presentar a los pueblos indígenas la persona y el
mensaje de Jesús, en toda su profundidad. Cuando lo descubren, su vida
es diferente. Son capaces de valorar las riquezas de sabiduría y trascen-
dencia que Dios sembró en sus culturas, así como juzgar las limitaciones
de algunas costumbres y tradiciones. Es lamentable que algunos agentes
de pastoral insistan más en actividades de promoción social, siempre ne-
cesaria, dejando en un segundo momento el anuncio explícito de Jesús y
la celebración de los misterios cristianos. Algunos idealizan lo indígena,
como si el pecado no estuviera presente allí también.
4.2 Hay que armonizar una doble fidelidad: por una parte, a Je-
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DIMENSIONES
sucristo, a su Iglesia, con Pedro y bajo Pedro; por otra, a los pueblos
indígenas, con sus ricas y variadas culturas, en las que Dios se ha hecho
presente, y que necesitan también la redención. Debemos caminar al uní-
sono de nuestros hermanos indígenas, en el momento actual en que ellos
irrumpen en la sociedad y en la Iglesia, reclamando el reconocimiento de
su identidad cultural y religiosa.
4.3 Es urgente hacer la traducción católica o ecuménica de la Bi-
blia, en los pueblos donde no se tenga, pues es una injusticia que muchos
pueblos aún no la tengan. Sobre este punto, dijimos en Aparecida: “Es
prioritario hacer traducciones católicas de la Biblia y de los textos litúr-
gicos a sus idiomas”32. Disfrutar de la Biblia en el propio idioma, una
edición católica confiable, es un derecho primario para la evangeliza-
ción y la liturgia, pues en ésta se proclaman muchos textos bíblicos. La
traducción debe hacerse en colaboración con las comunidades, y no ser
sólo fruto de un experto. Además de biblistas y teólogos, se requiere la
participación de los mismos indígenas y de conocedores de la cultura.
4.4 Hay que seguir buscando caminos para lograr una liturgia más
inculturada, en que se asuman ritos y costumbres que sean acordes con
el Evangelio y la práctica de la Iglesia. Esta “no tiene ningún poder para
cambiar lo que es voluntad de Cristo, que es lo que constituye la parte
inmutable de la liturgia. Romper el vínculo que los sacramentos tienen
con Cristo que los ha instituido, o con los hechos fundacionales de la
Iglesia, no sería inculturarlos, sino vaciarlos de su contenido”33. Por
ejemplo, “en la celebración de la Liturgia, la palabra de Dios tiene
suma importancia, de modo que la Escritura Santa no puede ser susti-
tuida por ningún otro texto por venerable que sea”34.
4.5 Para hacer una buena inculturación litúrgica en los pueblos in-
dígenas, no basta la buena voluntad y el cariño por ellos. Hay agentes
de pastoral que dan otro sentido, a veces ideologizado, a algunos ritos
indígenas, que no corresponde a lo que realmente contienen. Es requi-
sito indispensable conocer a fondo la historia, la teología y la pastoral
de la liturgia, por una parte, y la historia, la antropología y la sociología
32 Ib.
33 Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos: La Liturgia Romana y la
Inculturación, 25
34 Ib., 23
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35 Ib, 26
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CAPÍTULO IV
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RELACIONES
aprecia, que valora su trabajo y las impulsa, son más generosas y entre-
gadas que nosotros; complementan maravillosamente la pastoral; viven
felices su consagración y se portan como verdaderas ‘‘madres’’ y “her-
manas”.
Nos encontramos, a veces, amistades muy maduras entre un sacerdo-
te y una religiosa. Es verdad que nunca faltan los peligros, pues la con-
sagración no destruye la naturaleza, y hay que ser muy prudentes, sobre
todo para evitar escándalos innecesarios. Sin embargo, ¿con qué mujer
podemos comulgar mejor, en ideales, en luchas y experiencias, que con
una religiosa? Las hay que nos corrigen duramente y nos dicen nuestras
verdades con toda claridad, como nadie se atreve a hacerlo. Otras nos
piden dirección espiritual, sobre todo si nos descubren como “hombres
de Dios”.
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Que María, la mujer virgen (cf Lc 1,34; Mt 1,23), nos enseñe a tener
un corazón sólo para Dios y para su Reino.
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CAPÍTULO V
LAS EXIGENCIAS
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1.3 Aislamiento
Si todo ser humano esta hecho para la relación con los demás (cf Gen
2,18), puesto que ha sido creado a imagen de la Trinidad, que es relación
en la unidad (cf Gen 1,27; Jn 14,11; 16,13-15), el sacerdote que se aísla
se destruye en su ser fundamental como ser humano, contradice su mis-
ma esencia de persona humana.
La misma consagración sacerdotal nos contribuye en un solo presbí-
tero con el Obispo, haciéndonos hermanos sacramentales (cf PO8). Por
tanto, alejarse de los demás sacerdotes y del Obispo es condenarse a la
auto-desintegración. No podemos ser lo que somos sino en relación y en
comunión. La soledad egoísta y autosuficiente, o acomplejada y traumá-
tica, es una contradicción con nuestro ser sacramental.
Hay sacerdotes que sistemáticamente no acuden a ningún tipo de
reuniones, pretextando mil razones de toda naturaleza. Hay quienes se
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EXIGENCIAS
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Quien siembra poco, poco cosecha (cf 2 Cor 9,6). Quien no se sacri-
fica en la entrega pastoral, se sentirá infecundo e insatisfecho.
Quien se contenta con ser mediocre, pronto se sentirá frustrado y
su propio ministerio se le hará aburrido y pesado. Pueden venirle serias
tentaciones de abandonarlo.
1.5 Imprudencias
La historia de sacerdotes implicados en problemas afectivos, empie-
zan muchas veces por imprudencias en el trato con la mujer.
Se van acortando las distancias, se eliminan las precauciones, se le-
gitiman las familiaridades, se abusa de la confianza, no se prevén las
consecuencias y, cuando menos se piensa, el corazón ciega la mente y se
llega fácilmente a la infidelidad.
Otras veces presumimos de listos, experimentados, fuertes, sabios
y santos, como si no corriéramos ningún peligro. Olvidamos que, por
más firmes que tengamos nuestras convicciones, “la carne es débil” (Mt
26,41).
Los riesgos no son exclusivos de los sacerdotes jóvenes, sino que
pueden durar toda la vida. Sin embargo, pasados los primeros fervores
de la ordenación, hay algunos que no saben usar su nueva libertad y se
exponen imprudentemente a las tentaciones. Por eso, no son raros los
casos de recién ordenados que pronto empiezan a tener problemas por
este motivo.
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EXIGENCIAS
servicios (cf CIC 848; 1181); cuando, apenas sale del Seminario, asume
compromisos muy apretados de pagar letras mensuales, como para com-
prar un carro nuevo, cae en la obsesión y la esclavitud del dinero; cuando
ambiciona lujos y cosas innecesarias; cuando él mismo quiere juntar la
limosna en las Misas, para obtener más; cuando desconfía de los laicos,
para que éstos lleven la administración económica, etc.; entonces el alma
se le enfriando; pierde libertad y espontaneidad; se hace duro para exigir
y cobrar; la gente se le aleja y se queda solo. Como Judas (cf Jn 13,30).
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¿Qué es la madurez?
Transcribo una larga cita del documento de la Congregación para la
Educación Católica, denominado “Orientaciones para la educación en el
celibato sacerdotal” (OECS), del 11 de abril de 1974, que siguen siendo
muy válidas y actuales, y que reflejan las opiniones de renombrados psi-
cólogos, cuyas teorías son acordes con el Magisterio de la Iglesia.
Empieza afirmando que una personalidad madura se caracteriza “por
la armonía entre todos sus elementos, por la integración de sus tenden-
cias y sus valores” (OECS 18).
“Según lo subrayan los psicólogos de hoy, la madurez no es una
cualidad simple; tiene muchos aspectos y cada uno de ellos puede desa-
rrollarse de manera diversa… La madurez es una realidad compleja y
no es fácil circunscribirla completamente. Se ha convenido, sin embar-
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7. Personalidad sólida
8. Libertad
9. Capacidad para las responsabilidades
10. Amar la verdad
11. Lealtad
12. Respeto por la persona
13. Sentido de la justicia
14. Fidelidad a la palabra dada
15. Verdadera compasión
16. Coherencia
17. Equilibrio de juicio
18. Equilibrio de comportamiento
19. Capacidad de relacionarse con todos
20. Hombre de comunión
21. No ser arrogante
22. No ser polémico
23. Afable
24. Hospitalario
25. Sincero en palabras y en el corazón
26. Prudente
27. Discreto
28. Generoso
29. Disponible para el servicio
30. Capacidad de ofrecer y suscitar en todos relaciones leales y fra-
ternas
31. Dispuesto a comprender
32. Dispuesto a perdonar
33. Dispuesto a consolar
34. Sabiduría
35. Firmeza doctrinal en lo esencial
36. Libertad sobre puntos de vista subjetivos
37. Desprendimiento personal
38. Paciencia
39. Gusto por el esfuerzo diario
40. Confianza en los sencillos y pobres
41. Hombre de diálogo
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34. OBEDIENCIA
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para el sacerdote, que hacer la voluntad del Padre (cf Mt 6,10; Hech 21,14;
Ef 1,9; 5,17; Rom 12,2; Ef 6,6; Heb10,36; 13,21; 1 Pedr 4,2; 1 Jn 2,17).
Jesús nos hace comprender que María está cerca de Él más por ha-
cer la voluntad de Dios, que por haberlo engendrado físicamente (cf Mc
3,31; Lc 11,27-28).
Con razón dice el Concilio Vaticano II: “Entre las virtudes que ma-
yormente se requieren para el ministerio de los presbíteros, hay que
contar aquella disposición de ánimo por la que siempre están prontos
a buscar no su propia voluntad, sino la voluntad de Aquél que los ha
enviado… El verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, inda-
gando cuál sea el beneplácito de Dios y, como atado por el Espíritu, se
guía en todo por la voluntad de Aquél que quiere que todos los hombres
se salven” (PO 15).
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35. LA CASTIDAD
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36. LA POBREZA
Jesucristo siendo rico, dueño y señor de todas las cosas, decidió na-
cer, crecer, vivir y morir pobre (cf 2 Cor 8,9). Quiso asumir la naturaleza
humana, con todas sus limitaciones, menos el pecado, para estar más
cerca de nosotros. Por ello, se despojó libremente de la gloria que le
pertenece como Dios (cf Filip 2,6-8).
El sacerdote es sacramento de Jesucristo, pobre entre los pobres. Por
tanto, es esencial al sacerdote —para ser signo verdadero de Cristo— ser
pobre y vivir como pobre, por decisión personal, por vocación sacra-
mental.
Para el sacerdote diocesano, no hace falta emitir un voto como el
religioso, para urgirse la pobreza. Se nos exige por nuestra misma orde-
nación, por nuestra identificación con Cristo.
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Ser pobre es tener una preferencia especial por los pobres, sin excluir
a nadie (cf Lc 4,18; Mt 11,5; DP 1134-1165).
Ser pobre es exponerse a morir desnudo, sin nada para cubrirse (cf
Jn 19,23-24).
Ser pobre es ser humilde para recibir servicios de los ricos (cf Mt
27,57-60); aceptar sus “obras buenas” con nosotros (cf Mt 26,6-10; Lc
8,1-3) y permitir ser honrado con un “gran banquete” (cf Lc 5,29; 7,36-
38; 11,37; 14,1); pero no depender de ellos, ni perder la libertad para
predicarles el Evangelio en su radicalidad (cf Lc 6,24-26).
Ser pobre es no hacer consistir la felicidad en la cantidad de bienes
que se posea (cf Lc 12,13-21).
Ser pobre, en fin, es vivir como hijo del Padre y como hermano de
todos los demás (cf Mt 6,9-13; Lc 6,36-38).
Perdonar y hacer el bien a quien nos ha causado algún daño, es señal
de pobreza (cf Lc 6,27-35). Igualmente, perder el tiempo y los bienes,
con tal de estar cerca del necesitado (cf Lc 10,30-37).
¿Cuál nuestra actitud ante el dinero y los bienes materiales? ¿Cuál ha
de ser nuestro estilo de pobreza? Es decir: ¿De qué Cristo quiero y debo
ser sacramento?
Es difícil la pobreza espiritual, pero también es dura la pobreza ma-
terial, sobre todo cuando alguien de la familia depende económicamente
de nosotros; o cuando no podemos atendernos una enfermedad por falta
de recursos; o cuando estamos en parroquias donde apenas alcanza para
mal comer, y vemos que otros “hermanos” tienen para lujos y comodida-
des… Sin embargo, ¡cuan libres nos hace esta pobreza!
Vivir la pobreza efectiva nos ayuda a purificar nuestra fe, a valorar
las pequeñas cosas buenas de cada día, a contentarnos con lo indispen-
sable, a no ambicionar más de lo necesario, a identificarnos más con
Cristo pobre.
Y cuando uno decide ser y vivir realmente pobre, Dios Padre nunca
nos deja. Vemos milagros a cada momento, porque Él cumple siempre su
palabra (cf Mt 5 25-34; 10,9-10).
Los fieles de nuestra comunidad, si nos ven desprendidos y desinte-
resados, nos dan más que el ciento por uno; nos comparten lo mucho o
lo poco que tienen; nos proporcionan más de lo que necesitamos. Y si
alguien no cree esto, que haga la prueba de ser pobre, y experimentará
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“Lo que Jesús puso por obra nos los mando también hacer a noso-
tros” (OGLH 5):
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mortal. Es no ser pastor como Jesús, que pasaba largas horas en oración
a su Padre, para luego volver a su contacto directo con la gente. Se daba
tiempo para orar.
“Con todo, la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda
la vida espiritual. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe
no obstante, entrar también a su cuarto a orar al Padre en secreto (Cf
Mt 6,6); más aún, debe orar sin descanso, según enseña el Apóstol” (SC
12; cf 1 Tes 5,17).
En la misma línea, exhorta el Concilio a los presbíteros: “A fin de
cumplir con fidelidad su ministerio, gusten de corazón el cotidiano co-
loquio con Cristo Señor en la visita y culto personal de la Santísima Eu-
caristía; acudan de buen grado al retiro espiritual… De muchos modos,
especialmente por la alabada oración mental y por las varias formas de
preces que libremente eligen, los presbíteros buscan y fervorosamen-
te piden a Dios aquel espíritu de verdadera adoración por el que ellos
mismos, junto con el pueblo que se les ha encomendado, se unan más
íntimamente con Cristo, Mediador del Nuevo Testamento, y puedan así
clamar como hijos de adopción: ¡Abba! ¡Padre!” (PO 18; Rom 8,15).
Sin embargo, como advierte Juan Pablo II, “perseverar en la oración
no es fácil. Sequedad de espíritu, distracciones externas, tentación de
que podemos usar nuestro tiempo de forma más eficaz; son estas cosas
bien conocidas por el sacerdote que desea orar. De una manera u otra
son factores que inevitablemente se presentan en la vida de oración de
un sacerdote” (LOR, 20 de sept. 1987, pág. 4).
Que María, la Virgen orante (cf Lc 1,46; Jn 2,3; Hech 1,14) nos ayu-
de a ser “hombres de oración” (cf DP 932; 955; 694).
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tante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la
Iglesia y del mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar
de celebrar cotidianamente la Eucaristía,‘la cual, aunque no puedan
estar presentes los fieles, es ciertamente una acción de Cristo y de la
Iglesia’ (PO 13). De este modo, el sacerdote será capaz de sobreponerse
cada día a toda tensión dispersiva, encontrando en el Sacrificio eucarís-
tico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual
necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Cada jorna-
da será así verdaderamente eucarística” (EDE 31). ¿Procuras celebrar
todos los días la Santa Misa? ¿Para qué te sirve?
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de Emaús: “¿No era necesario que el Mesías padeciera eso y entrara así
en al gloria?” (Lc 24,26).
Los apóstoles experimentaron persecuciones, cárceles, azotes, ca-
rencias y problemas de toda clase (cf Hech 4,1-3.17-21; 5,18.28.33.40;
7,57-58; 9,16; 12,1-5; 13,45.50; 14,2.4-6.19; etc.).
San Pablo es muy explícito al respecto. Después de haber sido ape-
dreado, arrastrado fuera de la ciudad y dado por muerto, dice: “Es nece-
sario que pasemos por muchísimas tribulaciones para entrar al reino de
Dios” (Hech 14,22).
Describe cuánto ha tenido que sufrir: 2 Cor 1,3-11; 4,8-16; 11,23-
29. Sin embargo, los apóstoles dicen sentirse “contentos por haber sido
considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre de Jesús” (Hech
5,41; cf Sant 1,2-4).
Por tanto, ser sacramento de Cristo significa, para el sacerdote, estar
preparado para asumir la cruz, en cualquier forma que se presente:
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Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga,
y yo les daré alivio (Mt 11,28).
Introducción
Hay muchas situaciones que nos preocupan y angustian; hay muchos
retos y desafíos que parecen rebasarnos y nos producen desaliento; hay
problemas para los que no encontramos solución y pareciera que no nos
queda otra que aguantarnos. Hay decisiones, costumbres y estructuras
sociales, políticas, económicas y religiosas que no nos parecen adecua-
das, y ante las cuales no sabemos qué hacer. Lamentamos y criticamos,
comentamos e interpelamos, pero a veces nos sentimos imposibilita-
dos de cambiar las cosas. Esto nos puede convertir en unos amargados,
desconfiados sistemáticos de todo y de todos, negativos y opuestos a
cualquier propuesta. Ante estas situaciones, necesitamos esperanza, para
nosotros mismos y para las comunidades.
Con el método de ver, juzgar y actuar (cf DA 19), traigo a colación
algunos hechos de vida, que ilumino con la Palabra de Dios y el Ma-
gisterio de la Iglesia, para sugerir algunas actitudes que nos hagan ser
misioneros de esperanza. Enumero sólo problemas, porque son éstos los
que más nos cuestionan y conturban; sin embargo, son muchos más los
hechos positivos de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia, que alientan y
sostienen nuestra esperanza.
1. Pobreza y marginación
V: Son inocultables los persistentes niveles de analfabetismo, in-
salubridad, desempleo, falta de oportunidades, lo cual genera migración
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2. Violencia e inseguridad
V: A diario hay asesinatos, asaltos, levantamientos, secuestros, ro-
bos, pleitos, extorsiones, amenazas, enfrentamientos, inseguridad, inva-
siones, bloqueos, ansiedad. Algunas de nuestras ciudades se han vuelto
campos de batalla entre cárteles de drogas. Los narcotraficantes quieren
ser dueños de plazas, rutas y del país en general. Algunos pugnan por
legalizar la siembra, tráfico y consumo de drogas, como un remedio a la
violencia, sin advertir los efectos nocivos de esa medida.
J: “La fe en Dios está vigente en la esperanza contra toda espe-
ranza y la alegría de vivir aún en condiciones muy difíciles que mueven
el corazón de nuestras gentes” (DA 7). “El Señor nos dice: ‘No tengan
miedo’ (Mt 28,5). Como a las mujeres en la mañana de la Resurrec-
ción, nos repite: ‘¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?’
(Lc 24,5). Nos alientan los signos de la victoria de Cristo resucitado,
mientras suplicamos la gracia de la conversión y mantenemos viva la
esperanza que no defrauda. Lo que nos define no son las circunstancias
dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que
debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias
a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo” (DA 14).
A: Nos dijo el Papa Benedicto XVI, en su Discurso Inaugural en
Aparecida: “La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las
penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de
tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo”. Nuestro
aporte es estar con nuestro pueblo, no huir ante los lobos. Nuestro servicio
pastoral es acompañar a los que sufren e invitar a todos a la conversión.
3. Divisiones comunitarias
V: Son frecuentes las divisiones al interior de las mismas comu-
nidades y organizaciones, por problemas agrarios, políticos, culturales,
económicos y religiosos. La lucha por la tierra confronta y enfrenta. Lo
que más nos duele y preocupa es la división eclesial, la exclusión de unos
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contra otros, por las diferentes maneras de vivir la fe, por las distintas
formas de ser Iglesia, por las diversas eclesiologías, cristologías, antro-
pologías, opciones y acentos pastorales. Son constantes las confrontacio-
nes entre grupos, espiritualidades, movimientos eclesiales, coordinados
o descoordinados, y aún entre sacerdotes y religiosas, por historias y ac-
titudes que conforman nuestra personalidad, por la formación recibida en
diversas partes, por caracteres y traumas personales, por líneas pastorales
con matices distintos.
J: “Ante un mundo roto y deseoso de unidad, es necesario pro-
clamar con gozo y fe firme que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, unidad en la distinción, el cual llama a todos los hombres a que
participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que
esta comunión es el proyecto magnífico de Dios Padre; que Jesucristo,
que se ha hecho hombre, es el punto central de la misma comunión, y
que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión
y restaurarla cuando se hubiera roto. Es necesario proclamar que la
Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada
en el tiempo y dirigida a su plenitud del Reino. La Iglesia es signo de co-
munión porque sus miembros, como sarmientos, participan de la misma
vida de Cristo, la verdadera vid. En efecto, por la comunión con Cristo,
Cabeza del Cuerpo místico, entramos en comunión viva con todos los
creyentes” (Ecclesia in America, 33).
A: “Como miembro de una Iglesia particular, todo sacerdote
debe ser signo de comunión con el Obispo en cuanto que es su inmediato
colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio. Ejerce su minis-
terio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha
sido confiada, y la conduce a Jesucristo Buen Pastor. Su vocación exige
que sea signo de unidad. Por ello debe evitar cualquier participación en
política partidista que dividiría a la comunidad… Los presbíteros, en
cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben estar atentos a los
desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de
sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una
actitud de solidaridad con los pobres. Procurarán discernir los carismas
y las cualidades de los fieles que puedan contribuir a la animación de la
comunidad, escuchándolos y dialogando con ellos, para impulsar así su
participación y corresponsabilidad” (Ecclesia in America, 39).
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4. Crisis cultural
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el fin del mundo (Mt 28,20). Confiando en esta promesa del Señor, la
Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone con en-
tusiasmo a afrontar los desafíos del mundo actual y a los que el futuro
pueda deparar. En el Evangelio, la buena noticia de la resurrección del
Señor va acompañada de la invitación a no temer. La Iglesia en América
quiere caminar en la esperanza, como expresaron los Padres sinoda-
les: ‘Con una confianza serena en el Señor de la historia, la Iglesia se
dispone a traspasar el umbral del tercer milenio sin prejuicios ni pusi-
lanimidad, sin egoísmo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio pri-
mordial que debe prestar en fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres
del Continente’. Este doble sentimiento de esperanza y gratitud ha de
acompañar toda la acción pastoral de la Iglesia en el Continente” (No.
75). Los “Lineamenta” para el Sínodo sobre la nueva evangelización nos
dicen: “Nueva evangelización quiere decir compartir con el mundo sus
ansias de salvación y dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de
la esperanza (cf. 1 P 3, 15). Los hombres tienen necesidad de esperanza
para poder vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es
el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extre-
mo. Uno los obstáculos para la nueva evangelización es la ausencia de
alegría y de esperanza que tales situaciones crean y difunden entre los
hombres de nuestro tiempo. Con frecuencia esta falta de alegría y de
esperanza son tan fuertes que influyen en nuestras mismas comunidades
cristianas” (No. 25).
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cuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del
Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso
misionero capaz de promover una nueva evangelización”.
A: Lo que genera esperanza es que todos pongamos creatividad y
dinamismo pastoral, para entrar en un proceso de Misión Permanente.
Los laicos sienten anhelos de trabajar en ella, pero necesitan el apoyo
de sus pastores, pues si éstos no la asumen, se desvanece la esperanza y
todo sigue igual. “Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la
vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con
normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en
mezquindad. A todos nos toca recomenzar desde Cristo” (DA 12).
9. Muchos alejados
V: A los no creyentes, a los pocos practicantes, se agregan los ale-
jados. ¡Cuántos fueron bautizados, quizá hicieron su Primera Comunión
y recibieron la Confirmación, pero viven lejos de la Iglesia! Si viven en
pareja, no se casan por la Iglesia. Si llevan algún escapulario, una cruz al
pecho, una imagen religiosa, una estampita, quizá sea más por un sentido
mágico de protección, que por devoción y fe. No se sienten miembros de
la Iglesia. Son presa fácil de otras denominaciones religiosas, de cultos
como el de la llamada “santa muerte”, adictos a acudir a brujos, adivinos
y espiritistas.
J: “Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su
existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el
poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribu-
lación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas
las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la
humanidad y no profetas de desventuras” (DA 30).
A: “Estamos llamados a ser maestros de la fe y, por tanto, a anun-
ciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos, a velar
y promover con solicitud y coraje la fe católica” (DA 187). “El forta-
lecimiento de variadas asociaciones laicales, movimientos apostólicos
eclesiales e itinerarios de formación cristiana, y comunidades eclesiales
y nuevas comunidades, que deben ser apoyados por los Pastores, son un
signo esperanzador. Ellos ayudan a que muchos bautizados y muchos
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Los Mormones son 8,501 (0.17%); los de la Luz del Mundo, en nuestro
Estado, apenas son 4,875 (0.10%).
Las llamadas religiones históricas congregan a 287,945 fieles (el
6.00%); en ellas están anglicanos, bautistas, calvinistas, del Nazareno,
luteranos, metodistas y presbiterianos. Una de las confesiones más nu-
merosas es la de los Adventistas del Séptimo Día; ellos solos suman
255,885 (5.33%). Los Testigos de Jehová son 127,130 (2.75%)
J: “Hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi
exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios, no haya ter-
minado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, de-
jándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuesta-
mente espiritual. Por eso, es indispensable que todos tengan un contacto
con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y transformante,
especialmente mediante la predicación en la liturgia” (EAm 73).
Dice el Papa Benedicto XVI: “La búsqueda del restablecimiento
de la unidad entre los cristianos divididos no puede reducirse a un re-
conocimiento de las diferencias recíprocas y a la consecución de una
convivencia pacífica; lo que anhelamos es la unidad por la que Cristo
mismo oró y que por su naturaleza se manifiesta en la comunión de la
fe, de los sacramentos, del ministerio. El camino hacia esta unidad se
debe percibir como imperativo moral, respuesta a una llamada precisa
del Señor. Por eso es necesario vencer la tentación de la resignación y
del pesimismo, que es falta de confianza en el poder del Espíritu Santo”
(25-I-2011). Y advierte con toda claridad: “Toda división en la Iglesia es
una ofensa a Cristo; y, al mismo tiempo, es siempre en él, única Cabeza
y único Señor, en quien podemos volvernos a encontrar unidos, por la
fuerza inagotable de su gracia” (23-I-2011).
A: ¿Qué hacer? ¿Resignación y pesimismo? ¿Pleitos entre reli-
giones? ¿Disminución o abandono de la evangelización? ¿Da lo mismo
tener cualquier religión?
Dice el Papa: “Nuestro deber es proseguir con pasión el camino ha-
cia esta meta (la unidad) con un diálogo serio y riguroso para profun-
dizar en el patrimonio teológico, litúrgico y espiritual común; con el
reconocimiento recíproco; con la formación ecuménica de las nuevas
generaciones y, sobre todo, con la conversión del corazón y con la
oración”.
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19. Fracasos
V: ¡Cuánto nos desaniman los fracasos! Nadie los desea, pero a
veces llegan. Piensas que todo va bien, y resulta al revés. Tomas una
decisión, y sale contraproducente. Confías en una persona, y te defrauda.
Alguien emite votos o recibe la ordenación, y al poco tiempo deja todo
y cambia de estilo de vida. Elaboras planes con ilusión, y casi nadie te
secunda. Proyectas una obra, y se derrumba. Te sacrificas por algo o por
alguien, y sales perdiendo.
J: “En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos
y también a nosotros (Rm 8,24). Se nos ofrece la salvación en el sentido
de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la
cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un pre-
sente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si pode-
mos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique
el esfuerzo del camino” (SS 1). “Si no podemos esperar más de lo que
es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar
que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida
se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza. Es importante sin
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20. ¡Animo!
V: Hay muchos motivos para desesperar, para desanimarnos, para
culpar a otros y desconfiar de todo y de todos. Podemos hacernos pesi-
mistas y negativos, con un carácter triste, agrio y repelente. O podemos
caer en una indiferencia, en que todo nos vale, nos resbala, y nada nos
importa ni inquieta: con tal de que no me afecte, a mí qué…
J: “Nosotros necesitamos tener esperanzas —más grandes o
más pequeñas—, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin
la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no
bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el uni-
verso y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos
no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma
parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no
cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha
amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad
en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un
futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado
y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de
perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la
esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al
mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe
aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, es-
peramos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente»
vida” (SS 31).
A: “En esta hora, en que renovamos la esperanza, queremos ha-
cer nuestras las palabras de S.S. Benedicto XVI: ¡No teman! ¡Abran,
más todavía, abran de par en par las puertas a Cristo!…quien deja en-
trar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace
la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las
puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes
potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad expe-
rimentamos lo que es bello y lo que nos libera… ¡No tengan miedo de
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1. Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Ju-
dea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen
de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo
por los montes de la historia. Pero junto con la alegría que, en
tu Magnificat, con las palabras y el canto, has difundido en los
siglos, conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas
sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo.
2. Sobre su nacimiento en el establo de Belén brilló el resplandor
de los ángeles que llevaron la buena nueva a los pastores, pero
al mismo tiempo se hizo de sobra palpable la pobreza de Dios en
este mundo. El anciano Simeón te habló de la espada que traspa-
saría tu corazón (cf. Lc 2,35), del signo de contradicción que tu
Hijo sería en este mundo.
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CAPÍTULO VI
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¿Qué es lo que he hecho para lograr esta experiencia tan bella y tan
realista de la vida? ¿Qué es lo que más me ha ayudado? ¿Qué medios me
han servido más?
Con frecuencia varias personas me lo preguntan. Cuando no me
creen lo años que tengo, siempre me dicen que cómo le hago. Mi res-
puesta, desde hace varios años, es la misma. Ahora la comparto, por si a
alguien le sirve para su vida.
Mi secreto para ser feliz, lo resumo en cinco puntos:
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grande, y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y
perversos” (Lc 6,32-35).
Es decir, he procurado que mi vida no dependa de cómo son los de-
más conmigo, sino de cómo quiero yo ser con ellos, de cómo Dios es
conmigo y de cómo me enseña a ser con los demás.
Si alguien me trata mal, me molesta y me hace daño, procuro no
hacerle lo mismo, sino todo lo contrario, empezando por perdonarle de
todo corazón, rezar por el o por ella y, tan pronto sea posible, demostrarle
atención, bondad y servicio.
Esto es lo más sano y positivo. Esta actitud me hace libre y no de-
pendiente de cómo sean conmigo los otros. De esta forma, me convierto
en fuente de vida, y no me quedo en lamentos, críticas amargas y des-
confianzas.
Cada día me convenzo más de que la única manera de tener y gozar la
vida, es darla a los demás (cf Mt 16,25; Lc 9,24; Jn 12,24-25).
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4. Trabajar mucho
De mi padre y de mi familia aprendí el valor del trabajo constante,
responsable y serio.
Nada más negativo que el conformismo, la pereza, la irresponsabili-
dad, la “dejación”. Este es el camino más seguro para la mediocridad y
para la búsqueda de compensaciones.
Hay que dedicarse mucho, ser creativos e inquietos, no esperar a que
todos no lo den ya casi hecho, ni contentarse con lo fácil.
Hay que enfrentarse a los problemas y no rehuir lo difícil. Hay que
ponerse metas elevadas y los medios pertinentes.
Hay que exigirse más a uno mismo y no contentarse con lo mínimo.
No hay que esperar que nos cuiden, ni que nos obliguen, para hacer lo
que debemos. Ni estarse fijando si los demás lo hacen o no. Yo sé mis
responsabilidades y basta.
No hay que consentirse demasiado. La vida es breve y las necesida-
des ingentes. De nada sirve echar culpas a los demás y vivir de lamentos.
Hay que aportar propuestas y soluciones. Y si una de estas falla, intentar
otra. Así obra el que ama.
En una palabra, hay que desgastar la vida (cf 2 Cor 12,15; Hech
20,18-24.35).
5. Saber descansar
Pareciera que esto es secundario y superfluo; sin embargo, también
tiene su importancia.
Somos limitados y débiles. A veces quisiéramos seguir trabajando,
estudiando o sirviendo, pero las energías no dan para más. Hay que reco-
nocer que no podemos hacer todo y que necesitamos tiempos y espacios
de descanso.
Saber descansar es un arte y hay mucha gente que no lo sabe hacer.
Porque no consiste necesariamente en no hacer nada, sino hacer lo que
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SÍNTESIS VITAL
Señor Jesús:
Dame tu Espíritu,
que me purifique de mis fallas
y me haga sincero
conmigo y contigo.
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Dame tu Espíritu,
para que,
cada día,
sea un instrumento real
de tu presencia.
Ruega al Padre,
para que me tome en sus manos
y pueda, contigo,
rehacer este mundo en su amor.
Madre María,
intercede por mí
y por todos,
para que se forme Cristo en nosotros
y, así, colaboremos eficientemente
al proyecto original
del Padre Dios.
Amén.
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Quiero darte las gracias, también, Señor, por tantas personas que han
sido tus mediaciones, por las cuales me llamaste, me formaste, me acom-
pañaste, me sostuviste y, en una palabra, me manifestaste y me sigues
manifestando tu amor y tu predilección.
Gracias por que mi papá Moisés (difunto hace 12 años y medio) y
por ni mamá Coínta; por mi abuelita Rosa y por toda mi familia. Lo que
soy, allí tiene sus raíces más profundas. Gracias, en particular, por el
testimonio fuerte y alegre de mi papá; por la sencillez y la delicadeza de
mi mamá; por su amor de esposos; por su profunda vida cristiana; por
el respeto y apoyo que siempre me dieron. Gracias por el cariño y com-
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SÍNTESIS VITAL
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SÍNTESIS VITAL
para que Él sea, ante ti, la máxima expresión de cuanto queremos expre-
sarte. Que por Él, con Él y en Él, sea para ti toda gloria y todo honor.
Por siempre.
Y unidos a Jesucristo, tu Hijo amado, y en presencia de tu Iglesia,
quiero ratificarte mi compromiso de seguir esforzándome, toda mi vida,
por ser una “víctima viva”, para alabanza de tu gloria, y confirmarte mi
decisión de estar dispuesto a hacer siempre tu voluntad, donde quieras,
cómo quieras y en la forma que dispongas.
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43. MI TESTAMENTO
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SÍNTESIS VITAL
NOTA:
El día 1 de mayo del año 2004, siendo obispo de San Cristóbal de Las Ca-
sas, agregué lo siguiente:
Ratifico en todas sus partes lo que escribí hace casi veinticinco años. Sólo
agrego lo siguiente:
Dono mis órganos, por si son útiles para algún trasplante. Advierto, sin
embargo, que desde hace varios años he debido controlar mi colesterol y los
triglicéridos.
Se puede cremar mi cuerpo, si es más conveniente y oportuno para el tras-
lado de mis restos al panteón de mi pueblo, pues deseo reposar en la capilla
familiar, junto también a mi mamá.
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VER
JUZGAR
Estoy plenamente convencido de que Jesús es el único camino, la
única verdad, la única vida, para todo el que busca sinceramente. El dice:
“Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y
encontrará pastos. El ladrón sólo viene a robar, a matar y a destruir. Yo
he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,9-
10). ¿Por qué no te acercas a Él? Nada pierdes y ganas mucho. Ganas
todo, porque encuentras todo lo que necesitas.
Con toda claridad Jesús afirma: “Vengan a mí todos los que están
fatigados y agobiados, y yo los aliviaré. Tomen sobre ustedes mi yugo, y
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SÍNTESIS VITAL
ACTUAR
La vida no es tranquila. Quien más quien menos, quien de una forma
quien de otra, todos tenemos problemas. Aún no estamos en el paraíso
y a veces la cruz se hace pesada, y hasta muy pesada. No faltan incom-
prensiones y persecuciones. Pero no estamos solos. Jesucristo está con
nosotros y nos dice que no tengamos miedo (Jn 14,27).
Busca a Jesús, de preferencia en el Sagrario, y verás que tu cruz se
hace menos pesada, porque Él lleva la parte más dura; con Él, le encon-
trarás un nuevo sentido redentor a tus sufrimientos. Confíale lo que te
aflige; saldrás de su presencia con nuevos bríos para enfrentarte a lo que
sea; no sufrirás angustias desmedidas ni insalvables. Platícale con con-
fianza tus proyectos, también tus alegrías, y El te iluminará para discernir
lo conveniente.
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CAPÍTULO VII
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FORMACIÓN SACERDOTAL
El buen pastor se preocupa por otras ovejas que no son de su redil (cf
Jn 10,16). Un formador del Seminario no puede limitarse a atender a los
alumnos que son de su comunidad, de su grupo o curso; se debe interesar
por todos los integrantes del Seminario, por los empleados, las cocineras,
las secretarias y los trabajadores. Aún más. Como son tantas las necesi-
dades y urgencias de la comunidad diocesana, debe encontrar tiempo, sin
descuidar su obligación prioritaria, que es el Seminario, para colaborar
en diferentes servicios, en una capellanía o parroquia, en un movimiento
o en una organización de apostolado, en un colegio o en la dirección
espiritual de quien se lo solicita. Esto le permite estar cerca de la realidad
pastoral de la diócesis, para la cual está formando pastores.
El buen pastor debe velar por su ovejas (cf Ez 34,11-16). Un for-
mador ha de interesarse por todas las necesidades de sus alumnos; cui-
dar que no les falte lo indispensable; integrar comunitariamente a los
dispersos; proteger de los peligros y de los lobos; curar a los heridos y
enfermos, del cuerpo y del alma; enderezar a los descarriados y buscar a
los perdidos; ser justo en el trato y no dejarse llevar por preferencias, ni
por la violencia y la dureza; fortalecer a los débiles y sostener a quienes
están en peligro de caer (cf Ez 34,4; Jer 23,1-4).
El buen pastor debe “juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y ma-
cho cabrío” (Ez 34,17; cf Ibid 34,18-22). Un formador en el Seminario
tiene la gravísima responsabilidad de discernir quiénes tienen vocación
para ser pastores, quiénes para laicos y quiénes son “machos cabríos”;
porque no faltan alumnos que abusan de los más pequeños y débiles; que
ni aprovechan ellos ni dejan que los otros estudien y oren; que se burlan
de los buenos y sencillos; que todo lo enturbian; que incitan a faltar al
reglamento y provocan que algunos se desanimen. Tomar la decisión de
que alguien debe salir del Seminario porque no manifiesta señales cla-
ras de vocación, es una carga muy pesada. Esos son los momentos más
difíciles de un formador, o del equipo presbiteral. Porque nos podemos
equivocar y estas decisiones trascienden para toda la vida, incluso para
la eternidad.
La Iglesia, en este punto, es muy explícita: “A lo largo de toda la
selección y prueba de los alumnos, procédase siempre con la necesaria
firmeza, aunque haya que deplorar penuria de sacerdotes, ya que, si
se promueven los dignos, Dios no permitirá que su Iglesia carezca de
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1. Introducción
En la década 1965-75, los Seminarios vivieron una etapa crítica y
decisiva, como aconteció en la Iglesia y en la sociedad. La formación
sacerdotal fue cuestionada en sus diversas dimensiones. Todo se puso en
duda. A raíz de esto, hubo en fuerte descenso en las vocaciones; varios
Seminarios se cerraron y se buscaron nuevos sistemas de preparación al
sacerdocio, sin Seminarios propiamente dichos. En la década 1875-85, se
produce un desencanto generalizado, debido a los extremismos de cier-
tas experiencias de formación. Al mismo tiempo, se va encontrando el
equilibrio de la renovación de la Iglesia y de los Seminarios. Se reubica
y se afianza la identidad sacerdotal. Se intensifican la pastoral juvenil y
vocacional. Las iglesias se comunican sus valores y sus hallazgos en la
educación a los candidatos al sacerdocio. Se abren nuevos Seminarios y
se amplían otros. La III Conferencia General del Episcopado Latinoame-
ricano, en Puebla, condensa en criterios claros, dinámicos y profundos,
las líneas más significativas sobre la formación sacerdotal, adecuada a
nuestra realidad. El Congreso de la Organización de Seminarios Latinoa-
mericanos (OSLAM), con motivo de los 25 años de su fundación (Quito,
Ecuador, mayo de 1984), crea conciencia de seguridad en los formado-
res, alienta la esperanza, provoca nuevos retos y contagia el entusiasmo
por la tarea educativa en los Seminarios. Los cursos para formadores,
promovidos por el Departamento de Vocaciones y Ministerios del CE-
LAM (DEVYM) y la OSLAM, sientan bases solidad para capacitar a
los responsables de los Seminarios. En la actualidad, se vive un clima
de búsqueda serena, de paz dinámica, de equilibrio creativo, de apertura
crítica, de fidelidad adulta a las normas de la Iglesia, de “comunión y
participación”. A pesar de la gran variedad y riqueza de experiencias,
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2. Aumento de vocaciones
En todas partes, inclusive en Cuba, se constata el crecimiento del
número de seminaristas. Algunos Seminarios tienen más alumnos, so-
bre todo mayores, que en sus mejores tiempos. En varios lugares ya son
insuficientes los espacios físicos. Se crean nuevos Seminarios. Como
causas de este aumento, se anotan las siguientes: La pastoral juvenil y
vocacional, potenciadas e integradas en la pastoral de conjunto. La re-
novación de la Iglesia y de los mismos Seminarios. El testimonio de los
consagrados. El desencanto de los jóvenes por el materialismo reinante y
su búsqueda de valores espirituales. La figura del Papa, su cercanía con
la juventud, su doctrina clara y segura.
Algunos se preguntan si este aumento se puede deber a la crisis eco-
nómica de nuestros países: Que algunos busquen el sacerdocio, para te-
ner trabajo y comida seguros. Habrá que estar muy atentos a discernir
cada caso, pero no es lo común. Muchos jóvenes descubren o cultivan su
vocación sacerdotal en los grupos juveniles y en los movimientos apos-
tólicos, impulsados casi siempre por la presencia alegre y generosa de
un sacerdote o de un seminarista. Varios candidatos ingresan atraídos
por la fuerza social que tiene la Iglesia en su país. Quieren hacer algo
por los demás y encuentran en el sacerdocio un espacio de libertad y de
participación. Esto exige un discernimiento personalizado para clarificar
las motivaciones y no se busque el Seminario solo como una promoción
social o un camino para la lucha política.
Aumentan los casos de alumnos que vienen de hogares desintegra-
dos; por tanto con problemas de carácter afectivo, con experiencias nega-
tivas, con carencias en su desarrollo humano. La mayoría de candidatos
procede de la clase media y media baja, tanto de las ciudades como del
campo. Son pocos los de clase media alta y casi ninguno de la muy baja
o la muy alta.
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3. Seminarios Menores
4. Cursos Introductorios
Con el impulso de la pastoral juvenil y vocacional, muchos jóve-
nes, y aun mayores de edad, con estudios universitarios y experiencia
de trabajo, ingresan a los Seminarios Mayores. Sin embargo, como no
han pasado por la formación propia de un Seminario Menor, carecen de
muchas bases para iniciar la educación eclesiástica. Por eso, en todas
partes surgieron experiencias para subsanar estas deficiencias. La Con-
gregación para la Educación Católica, en su Carta Circular sobre algunos
aspectos de la Formación Espiritual en los Seminarios (6 de enero 1980),
sugirió la conveniencia de un período especial, previo a los estudios ecle-
siásticos, dedicado especialmente a la vida espiritual. La IX Asamblea de
la OSLAM (Cali, noviembre 1982) trató este punto. En los Encuentros
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7. Jóvenes de su tiempo
Los seminaristas son fruto de la sociedad actual. Padecen la falta de
concentración y la superficialidad, típica del joven moderno; les cuesta
mucho el silencio, la retención y memorización; son más impresionistas
que profundos; llegan con una formación humanística muy deficiente, a
pesar de que tengan estudios profesionales; es vergonzosa su ortografía;
su redacción es defectuosa; carecen de visión histórico-social; su cultura
general es pobre; les resulta difícil emitir juicios críticos, profundos y
bien razonados; le cuesta el razonar y el asimilar. Sin embargo, son más
espontáneos, sinceros, generosos y entregados, aunque no constantes;
son nobles, creativos y desinteresados; se apasionan por todo lo que sea
justicia y opción por los pobres, a pesar de que no siempre son coheren-
tes. Como sucede en la sociedad y en las universidades, se nota un cierto
peligro de conservadurismo.
8. Instalación
En muchas ocasiones se ha señalado el problema de que los semi-
naristas, al recibir todo y de buena calidad, se aburguesan y se instalan
en una vida cómoda; exigen derechos, con pocas obligaciones; se des-
arraigan del medio de donde provienen; se avergüenzan de su origen; se
resisten a todo los que sea sacrificio. Para evitar este peligro, en algunas
partes desarrollan trabajos productivos para el mismo Seminario; colabo-
ran con los quehaceres de su familia; durante las vacaciones, se emplean
en servicios remunerados; en general, se les exige suficiente rendimiento
intelectual, como su trabajo específico.
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9. Identidad
No son raros los jóvenes que desean ingresar a los Seminarios, y que
de hecho ingresan, teniendo problemas de identidad masculina, sea con
modales afeminados, sea con conductas homosexuales. Los formadores
se preguntan si estos casos abundan hoy más que antes, o si la estructura
del Seminarios como internado puede provocar estas situaciones. En rea-
lidad, siempre ha habido anomalías de esta naturaleza; lo que pasa es que
hoy se tratan con más apertura. Por otra parte, como aumenta la desinte-
gración familiar y faltan figuras paternas adecuadas, abundan más los ca-
sos de jóvenes con lesiones en su personalidad, que buscan el Seminarios
como un refugio. En general, los formadores reciben más capacitación
para detectar estos casos. Se procede con claridad, para ayudarles, pero
también con firmeza, para excluirlos del Seminario, desde las primeras
manifestaciones.
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futuros pastores. Por eso, todas las ares de la formación: humana, espiri-
tual, doctrinal y pastoral, han de tender a formar en el alumno al “sacra-
mento de Cristo Cabeza”. Se han asumido, aunque no siempre con total
coherencia, las opiniones prioritarias de la Iglesia en América Latina,
sobre todo por los pobres, los jóvenes y la familia. Se educa a los alum-
nos para que conozcan y vivan la identidad de su vocación sacerdotal,
promuevan el lugar de los laicos y los religiosos, animen todos los cam-
pos de la pastoral, no se reduzcan a una sola línea, y promuevan los di-
ferentes carismas en la Iglesia. Hay preocupación por el problema de las
sectas fundamentalistas, que nos están invadiendo por todas partes. No se
ha superado cierta dicotomía que hay entre la pastoral y las demás áreas
de la formación. No siempre se lleva una práctica pastoral planificada y
gradual. Algunos seminaristas carecen de una sólida formación huma-
nística, filosófica y teológica. No se tiene suficiente relación pastoral con
los constructores de la sociedad; se siente temor de trabajar con ellos.
Se requiere mayor comunicación con los párrocos, con quienes prestan
su servicio los alumnos, para que intervengan más directamente en la
formación pastoral, e incluso expresen su parecer sobre la idoneidad y
madurez de los candidatos. En cuanto al tiempo dedicado a las prácticas
pastorales, se da mucha variedad. Hay lugares donde los alumnos salen
desde el viernes por la tarde y regresan el domingo por la noche. En otros,
ciertamente raros, no salen ni el domingo; sólo en periodos intensivos o
en misiones durante las vacaciones. Hay también donde se distribuyen
los meses, en forma equitativa: unos son exclusivamente para clases, y
otros para servicio pastoral; es una forma de ir aplicando a la realidad lo
que se estudia en la teoría.
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15 Organizaciones de Seminarios
16. Conclusión
Nuestros Seminarios, al ritmo de nuestra Iglesia, avanzan, crecen
y se consolidan. Que el Espíritu Santo, con la ayuda de Santa María
de Guadalupe, los hagan producir frutos benditos, para la redención de
nuestra América Latina.
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Identidad de un Seminario
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Conclusión
Uno de los mejores medios para lograr esta unidad en la formación
de los alumnos, es que los formadores tengan una personalidad bien inte-
grada; es decir, que sean sacerdotes íntegros, en los cuales resplandezca
Cristo, y que sean una comunidad unida e integrada.
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3.2. Urge que en todas partes se vaya teniendo una actitud diferente
hacia los procesos históricos de los pueblos indígenas. Necesita-
mos que todos los pastores actuales y futuros posean una visión
no etnocéntrica acerca de las culturas indígenas. Los maestros en
Teología, Sagrada Revelación y Misionología han de emprender
un diálogo interreligioso y tomar en cuenta la “Teología India”.
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Son necesarios los aportes de todas las diócesis, pues los servi-
cios de ese Seminario serán para toda la Iglesia en México.
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6.1. Que no haya un Seminario exclusivo para indígenas, sino que los
candidatos indígenas estén integrados con los demás, para evitar
marginación y divisiones. Algunos opinaban que sí lo hubiera,
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6.19. Que los sacerdotes sean más humanos en su trato con los indíge-
nas, respetando su dignidad.
7.1. Hacer realidad la inculturación del Evangelio, para que los mis-
mos indígenas seamos protagonistas de la evangelización.
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12.5. Aún no es tiempo de tomar decisiones sobre este punto, sino se-
guir buscando caminos. Cuando se tengan resultados más cla-
ros y completos, se han de integrar en las “Normas Básicas” de
México, que ahora están en revisión.
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“Otro aspecto que hay que subrayar aquí es la labor educativa que,
por su naturaleza, es el acompañamiento de estas personas históricas
y concretas que caminan hacia la opción y la adhesión a determinados
ideales de vida. Precisamente por esto la labor educativa debe saber
conciliar armónicamente la propuesta clara de la meta que se quiere
alcanzar, la exigencia de caminar con seriedad hacia ella, la atención
al viandante, es decir al sujeto concreto empeñado en esta aventura y,
consiguientemente, a una serie de situaciones, problemas, dificultades,
ritmos diversos de andadura y de crecimiento. Esto exige una sabia
elasticidad, que no significa precisamente transigir ni sobre los valores
ni sobre el compromiso consciente y libre, sino que quiere decir amor
verdadero y respeto sincero a las condiciones totalmente personales de
quien camina hacia el sacerdocio. Esto vale no sólo respecto a cada
una de las personas, sino también en relación con los diversos contextos
sociales y culturales en los que se desenvuelven los Seminarios y con la
diversa historia que cada uno de ellos tienen. En este sentido, la obra
educativa exige una constante renovación. Por ello,… salva la validez de
las formas clásicas del Seminario, el Sínodo desea que continúe el traba-
jo de consulta de las Conferencias Episcopales sobre las necesidades ac-
tuales de la formación… Revísense oportunamente las Rationes de cada
nación o rito…, para integrar en ellas diversos modelos comprobados
de formación, que respondan a las necesidades de los pueblos de cultura
así llamada indígena, de las vocaciones de adultos, de las vocaciones
misioneras, etc.” (No. 61).
Después, en la Exhortación Postsinodal “Ecclesia in America” (22
enero 1999), el mismo Papa nos insistió: “Una atención particular se
debe dar a las vocaciones nacidas entre los indígenas; conviene propor-
cionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos candidatos al
sacerdocio, mientras reciben la adecuada formación teológica y espiri-
tual para su futuro ministerio, no deben perder las raíces de su propia
cultura” (No. 40).
“Si la Iglesia en América, fiel al Evangelio de Cristo, desea recorrer
el camino de la solidaridad, debe dedicar una especial atención a aque-
llas etnias que todavía hoy son objeto de discriminaciones injustas. En
efecto, hay que erradicar todo intento de marginación contra las pobla-
ciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar
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sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender
a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que
recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las
sociedades en las que viven… Para lograr estos objetivos es indispensa-
ble formar agentes pastorales competentes, capaces de usar métodos ya
inculturados legítimamente en la catequesis y en la liturgia. Así también,
se conseguirá mejor un número adecuado de pastores que desarrollen
sus actividades entre los indígenas, si se promueven las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada entre dichos pueblos” (No. 64).
Esto que el Papa nos pidió hace tiempo, no hemos logrado ponerlo
en práctica satisfactoriamente. No hemos aterrizado en experiencias con-
cretas lo que hoy nos pide el Magisterio de la Iglesia. Algunos, incluso,
sienten recelo cuando se tratan estos temas, como si ya hubieran asumido
la posición, consciente o inconsciente, de que lo indígena es un tema
de moda que pronto pasará. A veces, nos sentimos seguros y confiados
de nuestros sistemas educativos en los Seminarios, y no apreciamos la
conveniencia de intentar los cambios que las culturas, indígenas y no
indígenas, nos exigen. Nuestra labor educativa no cambia, en lo que de-
bería cambiar, a pesar de las evidentes y progresivas transformaciones
culturales de los pueblos.
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Que el Espíritu Santo nos impulse e ilumine, para que sigamos bus-
cando caminos para la formación de sacerdotes inculturados en su pue-
blo, siendo fieles a la misión de inculturar el Evangelio en la historia.
Por intercesión de Santa María de Guadalupe, “gran ejemplo de evange-
lización perfectamente inculturada” (Juan Pablo II en Santo Domingo,
1992).
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INTRODUCCIÓN
1. Convocados por el Departamento de Vocaciones y Ministerios
del CELAM, en cumplimiento del programa 112 del PLAN GLOBAL
(1983-1986), nos hemos reunido del 5 al 8 de noviembre 1985, en Bo-
gotá (Colombia) un grupo de Obispos y presbíteros de varios países de
América Latina, con el fin de estudiar —en clima de oración e intercam-
bio fraterno— las causas del abandono del ministerio en nuestro conti-
nente.
2. Somos conscientes que este delicado fenómeno, que ha afecta-
do a la Iglesia universal en las dos ultimas décadas, necesita un reposado
análisis en cuanto a sus causas e incidencias, que permita al mismo tiem-
po, valorar la importancia del compromiso perpetuo del sacerdocio en la
Iglesia católica y dar recomendaciones claras y prudentes a los Obispos
y Rectores de Seminarios Mayores en América Latina
3. Reconocemos también que no siempre todo aquel que deja
el sacerdocio comete una infidelidad que pudiera llamarse culpable; ni
siempre todo el que permanece en el ejercicio del ministerio ejerce au-
ténticamente la virtud de la fidelidad.
4. La nueva evangelización a la que nos ha convocado Juan Pablo
II con ocasión de los quinientos años del inicio de la primera evangeli-
zación, necesita reforzar la vida sacerdotal y la misión de los sacerdotes
en América Latina. Esto incluye el que ellos sean objeto de una atención
pastoral especializada que los haga vivir en verdadero gozo pascual, y
evite —en la medida de lo humanamente posible— las situaciones que a
tantos de ellos los llevaron a abandonar el ejercicio de su ministerio, tan
indispensable para el proceso evangelizador.
5. Hemos dividido nuestro aporte en 3 secciones: la primera, bus-
car enuclear las causas o grupos de causas en tres áreas: cambios socio-
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I. CAUSAS
a) Cambios socio-culturales
6. Los cambios de la sociedad contemporánea se han manifestado
y siguen manifestándose a través de algunas realidades que global e indi-
vidualmente han incidido en el abandono del ministerio sacerdotal:
7. El secularismo: Delante del mundo secularizado, el sacerdote
se siente desplazado, aislado y comprueba su impreparación para desa-
rrollar su misión de pastor. Pierde el sentido de su ministerio y, en algu-
nos casos, hasta el sentido de la vida, encuentra dificultades para ubicarse
social e históricamente.
8. Una sociedad materialista, hedonista, consumista y capitalis-
ta: Uno de los principales efectos de dicha sociedad, ha sido el espíritu
de escepticismo y relativismo que se ha infiltrado en el corazón humano.
Destruyendo la existencia de una jerarquía de valores cristianos, propone
sus propios antivalores e introduce el espíritu ateo o indiferente que los
anima. Consciente e inconscientemente, este espíritu ha hecho mella en
la mentalidad sacerdotal.
9. La situación de miseria e injusticia en América Latina: La toma
de conciencia de la situación en que vive el continente y la ansiedad por
encontrar una solución eficaz, interpelan fuertemente la misión propia
del sacerdote. A raíz de ello, hay sacerdotes que ideologizan su ministe-
rio, asumiendo compromisos que los aparta de su misión especifica.
10. Desintegración familiar: Debido a diversas condiciones, sobre
todo sociales y económicas, el núcleo familiar de muchas de las familias
de donde provienen vocaciones al sacerdocio, está desintegrado. Hay
con frecuencia abandono del hogar por parte del padre; la madre, sola,
también deja el hogar para buscar trabajo; los hijos suelen vivir gran
parte del día en la calle y ociosos; hay un clima de tensión y hostilidad
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entre los miembro de la familia, etc. Con frecuencia, esta ausencia física
y afectiva del padre ha influido notablemente en algunos sacerdotes, en
la confusión de su rol y en sus relaciones con los demás, especialmente
con la autoridad de la Iglesia.
11. El rol de la mujer en el mundo y la sociedad: La mujer en la
época moderna tiene por lo general un mayor campo de acción y una
mayor injerencia en la vida social. Sus posibilidades de relación se han
multiplicado, creando así nuevas situaciones de las que es protagonista.
La relación de la mujer con el sacerdote se ha modificado. El problema
surge cuando el sacerdote no ha sabido relacionarse con ella de modo
sereno y consciente del testimonio que puede dar.
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II. TENDENCIAS
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III. RECOMENDACIONES
a) Recomendaciones generales:
34. Conducir a una asimilación más profunda y eclesial de lo que
el Magisterio enseña sobre el sacerdocio ministerial, enfatizando su per-
petuidad, su vigencia actual y la urgencia de que los presbíteros crezcan
en un amor inconmovible a la Iglesia.
35. Ofrecer elementos que formen en los seminaristas y presbíteros
un discernimiento crítico que los capacite para enfrentar el secularismo
teórico y práctico actual.
36. Privilegiar la Palabra de Dios y la Liturgia como fuentes espe-
ciales de renovación en la vida y ministerio sacerdotales.
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d) Palabras finales
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Palabra de Dios y poco gusto por las cosas santas. Dejaron la confesión
y la dirección espiritual.
1.3 Por falta de fraternidad sacerdotal (10). No tuvieron sacerdotes
amigos (2), sino más bien problemas con otros sacerdotes (2). Se sintie-
ron despreciados por los demás, o recibieron antitestimonios sacerdota-
les; les faltó confianza. Algunos le dieron preponderancia a su formación
académica y se sintieron superiores intelectualmente a los demás, por lo
que no se integraron al presbiterio.
1.4 Por incomprensión y actitudes negativas de su Obispo (9). No
recibieron el acompañamiento adecuado, en los primeros años de sacer-
docio (4). Tuvieron problemas con su Obispo (4); se sintieron margina-
dos por él y por los sacerdotes (3). Como les faltó formación teológica
y espiritual, sobre todo para aceptar las limitaciones de la Iglesia (2),
tuvieron crisis de fe (4) y de obediencia (3).
1.5 Por falta de madurez afectiva (8), o por descuidos en su afec-
tividad (7). Les faltó formación sexual (2) y educación para vivir el ce-
libato con alegría (2). Fueron superficiales en el trato con la mujer (2),
exponiendo imprudentemente su vocación. Algunos por su inmadurez
psicológica (2), eran incapaces de ser célibes. Otros ingresaron al Semi-
nario de corta edad y no fueron suficientemente formados para la relación
con el otro sexo. Hubo quienes dejaron el ministerio sólo por cumplir un
compromiso ya contraído, como es la evidencia de un embarazo, o por
buscar quién les quiera.
1.6 Por falta de identidad (8), o bien por no haber clarificado la vo-
cación al sacerdocio (5). Buscaron un “modus vivendi” materialista y hu-
manista (3); les faltó amor al sacerdocio. Tenían otras motivaciones (2)
y no se sintieron realizados como sacerdotes (2); por ello, se dedicaron
a otros ministerios (2), buscando incluso compromisos socio-políticos.
Algunos llevaban una vida doble desde el Seminario, tenían ideas muy
particulares, o eran muy superficiales.
1.7 Por deficiencia en la formación integral desde el Seminario (6).
No fueron formados para el cambio social y eclesial (4), o manifestaron
incapacidad para adaptarse a los cambios. Les faltó contacto con la reali-
dad, o sufrieron los desconciertos doctrinales de la época.
1.8 Por sentirse frustrados en sus proyectos pastorales (3), sea por
no querer integrarse a una pastoral orgánica (3), sea por el demasiado
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2.4 Que los Obispos busquen más comunión con su presbiterio (8).
No marginar al que cae, sino atenderlo como el buen Pastor (6). Estre-
char lazos entre obispos y sacerdotes (5); cultivar el esparcimiento entre
sacerdotes y entre éstos y su Obispo (8). Prevenir, más que sólo corregir,
problemas personales (2). No dejar aislados a los sacerdotes (2); cambiar
de lugar a quien el ambiente no le favorece. Facilitar el diálogo franco y
sincero (2). Que los superiores sean justos, pero también comprensivos;
que tomen en cuenta los carismas de cada quien. Que el Obispo inspire
confianza y dé amistad. Que se provea una subsistencia decorosa (4) y
que haya una rotación periódica de ministerios.
2.5 Dar una formación seria en el Seminario (8) y cuidar la selec-
ción de candidatos al sacerdocio (5). Educarlos para que tengan profun-
didad de espíritu.
2.6 Dar particular importancia a la formación continua del clero
(6). Cuidar los primeros destinos de los sacerdotes (3) y establecer bien
el Post-Seminario (3). Promover en las diócesis estructuras vivas de apo-
yo a los sacerdotes, por ejemplo, formar una Comisión que oriente y
acompañe al sacerdote joven. Dar oportunidad de años sabáticos, para
estudiar, orar, descansar, etc. Que no falte a los sacerdotes la asistencia
de sus familiares, procurando que éstos sean mayores de edad (2).
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minario tiene mucho de artificial. Hay mucha libertad, para que cada cual
organice su vida, y solamente se reúnen en comedor y capilla, sin espíritu
de comunidad. Hay aislamiento e incapacidad para trabajar en equipo.
Por la forma tan reglamentada como se lleva la vida de comunidad en
el Seminario, el seminarista no llega a tener una genuina experiencia
de cómo se vive en comunidad. Existe mucha camaradería, pero falta
comunión fraterna. Hay relaciones funcionales. La vida comunitaria
está marcada por el compañerismo y el grupismo; poco responde a la
realidad afectiva. Hay un individualismo contrarrestado por una hiper-
sensibilidad a los demás.
Dicen también que se percibe mucho carrerismo y aburguesamiento.
Los seminaristas mayores no son motivados para compartir los bienes.
Falta espíritu de pobreza y de renuncia. Hay rechazo a la obediencia, au-
tosuficiencia basada en un liderazgo artificial, búsqueda de autopromo-
ción. La solidaridad y la fraternidad son valores no asimilados en la vida
de comunidad. La experiencia comunitaria es más soportada que vivida
de manera entusiasta y participativa. Hay poca valoración de la revisión
de vida y de la dirección espiritual.
Con todo, hay respuestas que reconocen que las fallas no sólo se pue-
den achacar a los Seminarios. De alguien se dice que su individualismo
se manifestó después, en todas sus actividades como integrante del Pres-
biterio. Subsisten personalismos e individualismos, especialmente entre
los más pobres, que se encierran en su propio mundo. La subjetividad
que trae la modernidad no facilita la experiencia comunitaria; impide la
apertura al otro y al director espiritual.
Otro elemento que impide la maduración y que puede ser causa pos-
terior de abandono del ministerio es la falta de educación para la ascesis,
la disciplina, el sacrificio y la inmolación. Pareciera que la cultura actual
nos exigiera experimentar todo, disminuir el esfuerzo, hacer todo más
fácil y dejarnos llevar por lo que nuestros sentidos reclamen, sin tener en
cuenta que “un sacerdote no puede verlo todo, oírlo todo, decirlo todo,
gustarlo todo... El Seminario debe haberlo hecho capaz, en la libertad in-
terior, de sacrificio y de una disciplina personal inteligente y sincera”37.
37 Carta Circular de la Congregación para la Educación Católica, del 6 de enero de 1980, sobre
algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios
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41 Concilio Vaticano II, Decreto Optatam totius, 19 ; cfr Pastores dabo vobis, 57
42 Juan Pablo II: Exhortación Pastores dabo vobis, 58
43 Ib., 57
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Reflexión:
Hemos escuchado muchas opiniones sobre las causas que pueden ex-
plicar el abandono del ministerio presbiteral. Si atendemos sólo la enu-
meración de tantas deficiencias en los Seminarios, nos podemos quedar
con una impresión injustamente negativa.
Es verdad que, si los Seminarios no logran su identidad, habría que
cerrarlos, o transformarlos por completo. Sin embargo, a juzgar por los
frutos, que son tantos buenos sacerdotes formados en nuestros Semi-
narios en América Latina, considero que sí cumplen su cometido. Las
afirmaciones que se han escuchado se basan en los casos de sacerdotes
que han abandonado el ministerio; pero éstos no son la mayoría. Con
todo, significan un llamado de atención a los formadores y a los mismos
alumnos, para hacer una revisión seria del estilo formativo que cada Se-
minario lleva a cabo, y sacar luz de los errores cometidos.
La Iglesia cree en los Seminarios. Reconoce la validez de las for-
mas clásicas del Seminario, aunque también exige una constante reno-
vación44. Así lo expresa el Santo Padre Juan Pablo II, haciendo suya
la Proposición 20 de los Padres Sinodales de 1990: “La institución del
Seminario Mayor, como lugar óptimo de formación, debe ser confirma-
44 Ib., 61
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45 Ib., 60
46 Ib., 71
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En algunos casos, falta tacto y cuidado paterno por parte del obispo.
Hay una escasa relación filial y paternal. Autoritarismo de ambas partes
y dificultad para aceptar los errores. El obispo conoce poco a los sacer-
dotes y le falta cercanía con ellos. Falta sinceridad e interés de algunos
colaboradores del obispo, para compartir oportunamente problemas de
los sacerdotes. Se entienden equivocadamente las relaciones con el obis-
po. Hay poca comprensión con la figura paternal del obispo.
En este último punto, se nota que las respuestas vinieron sólo de
parte de los obispos. Nosotros nos defendemos y fácilmente culpamos
a los presbíteros. Si la encuesta se hubiera hecho también a ellos, sobre
todo a quienes abandonaron, nos culparían mucho más a nosotros. Nos
dirían, por ejemplo, que no fuimos capaces de escucharlos, de buscarlos
como un buen pastor, de curarlos en sus heridas. Nos reprocharían no
tener programas concretos de acompañamiento, diferenciados para las
distintas edades. Nos tacharían, quizá, de injustos y arbitrarios, insensi-
bles, poco paternales y amigos.
Cada sacerdote que abandona el ministerio debería ser ocasión de un
examen de conciencia, para cada obispo y para cada comunidad pres-
biteral.
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Reflexión:
Analizando las causas del abandono del ministerio presbiteral, des-
pués de la ordenación, es patente que muchas son un desenvolvimiento y
un desarrollo de las deficiencias que ya habían aparecido en el Semina-
rio. Este hizo cuanto estuvo a su alcance. Cultivó la planta, sembrada por
Dios, la hizo crecer y madurar. Sin embargo, si después de la ordenación
no hubo el cuidado suficiente, por culpa propia y de los demás agentes
de la formación permanente, la planta se puede secar, o al menos no dar
el fruto que se esperaba.
Por eso, las respuestas insisten en que falta formación permanente,
entendida como crecimiento personal integral. Hay desinterés, debilidad
e indiferencia por sistematizarla de una forma orgánica, estable y com-
prometida.
Que el Espíritu del Señor nos ilumine, para encontrar los caminos de
una formación que acompañe adecuadamente a todos los presbíteros, en
sus diferentes etapas y necesidades, y así gocen con plenitud su ministe-
rio. Por intercesión de nuestra Señora, la Virgen María, la que permane-
ció firme en el Calvario, y la que congregó a los apóstoles en la unidad
de la fe y de la oración, para la llegada de Pentecostés.
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¿Qué te parece? Quizá digas que son exageraciones; que son apre-
ciaciones que no corresponden a la realidad... Es posible; pero más que
defendernos, humildemente hemos de ponernos ante el Sagrario, y tratar
de descubrir qué nos quiere decir Dios en todo esto.
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Para reflexionar sobre estas cosas, junto con los demás sacerdotes jó-
venes, ¿no crees que estaría bien solicitarle al Sr. Obispo algunas reunio-
nes, retiros, estudios, o cosas parecidas? Por mi parte, estoy dispuesto a
colaborar.
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P. Felipe Arizmendi E.
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VER
Los obispos del país nos reunimos en nuestra asamblea ordinaria, y
en esta ocasión fue para actualizar las Normas Básicas para la formación
sacerdotal en el país. Algunos medios informativos elucubran que sólo
trataremos lo de la pederastia clerical. No es así.
La formación incluye muchos otros aspectos más fundamentales,
como el proceso para lograr una profunda consolidación de la persona-
lidad humana, configurada con la persona de Jesús. Se debe formar el
corazón pastoral de los futuros y actuales presbíteros, para que sean ca-
paces de sentir y reaccionar, como Jesús, ante niños, ancianos, hombres,
mujeres, pobres, ricos, políticos, legisladores, migrantes, presos, creyen-
tes y descreídos. La formación es integral y abarca lo humano, espiritual,
intelectual y pastoral. Del Seminario deben salir verdaderos discípulos y
misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en El tengan Vida.
Y de estos aspectos estamos reflexionando en asamblea.
En cuanto al grave delito de pederastia clerical, que no abunda entre
nosotros, la Congregación para la Doctrina de la Fe, de parte del Papa,
nos ha enviado una carta para que la conferencia episcopal elabore una
guía sobre cómo proceder con más eficacia cuando se presenten esos ca-
sos. Hemos nombrado un comité que se encargará de hacer las consultas
pertinentes y, en noviembre próximo, definiremos este procedimiento.
JUZGAR
Las Normas Básicas, que estamos actualizando, resaltan lo dicho
por el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Pastores dabo vobis: “Los
presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y
supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una trans-
parencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... Son una
representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor... Existen y
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FORMACIÓN SACERDOTAL
ACTUAR
¿Qué hacer para evitar que haya sacerdotes pederastas? Las Normas
Básicas dan criterios tajantes: Al concluir el Seminario Menor (bachille-
rato), el alumno debe haber “consolidado su identificación psico-sexual
masculina”. En Filosofía y Teología, se pide poner “especial cuidado
en la madurez afectiva de los seminaristas promoviendo la educación
en el amor oblativo, en la afectividad y en la sexualidad, haciéndoles
conscientes del papel determinante del amor en la existencia humana.
Aprendan a relacionarse sin ambigüedades con toda clase de personas,
empezando por la propia familia; sean capaces de vivir la amistad se-
rena y profunda, habituándose a tratar a hombres y mujeres con el
respeto y la prudencia que exige el celibato que abrazarán por el Reino
de los cielos”.
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CAPÍTULO VIII
HOMILÍAS SACERDOTALES
INTRODUCCIÓN
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HOMILÍAS SACERDOTALES
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HOMILÍAS SACERDOTALES
Que San José y la Virgen María, formadores del sumo y eterno sa-
cerdote, los cuiden siempre e intercedan para que ustedes sean imágenes
fieles de Jesús. Que los ayuden a ser los santos y sabios pastores que su
familia, sus amigos y todos deseamos. Y, como dice san Pedro, cuando
aparezca el Pastor supremo, recibirán el premio inmortal de la gloria.
Así sea.
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SER SACERDOTE VALE LA PENA
San José fue llamado por Dios para hacerse cargo del Verbo de Dios
Encarnado y de su Madre. Una vez superadas sus dudas, hizo lo que le
había mandado el ángel del Señor. Y con una sencillez y prudencia ex-
quisitas, se entregó por completo a cuidar a María y al Niño. El centro de
su vida, la razón de su existencia y el objetivo de su vocación fue Jesús.
Su preocupación fue proteger al Niño, sostenerlo y educarlo. Renunció
a ser padre de otros hijos y permaneció célibe y virgen, para dedicarse
en cuerpo y alma al servicio del Hijo de Dios e hijo de María. Esa es su
grandeza y en ello consiste su santidad.
Ustedes también, quienes van a ser ordenados, se han comprometido
a consagrar todo su ser, toda su vitalidad, todas sus energías y capacida-
des, para el servicio de Jesucristo y de su Iglesia, en orden al Reino de
Dios. Y lo han hecho con entusiasmo y con alegría, pues ven en ello un
carisma, un don extraordinario del Señor, que les ha llamado para ser
totalmente suyos. Vivan su celibato con gozo, con santo orgullo, con
fidelidad plena, y verán cuán fecunda es su existencia. Serán verdadera-
mente padres, como San José, aunque no engendren físicamente hijos.
Serán como el grano de trigo, que muere para dar fruto.
Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre, fue el
que dio sentido a la vida de San José. Que Jesucristo sea también, para
ustedes y para todos nosotros, el centro de su vida, el cimiento y la piedra
angular de su existencia, la razón e inspiración de su vocación, la fuerza
que los sostenga, la meta que los atraiga, el camino que los guíe, la luz
que los ilumine, el alimento que los impulse, el sello que los identifique,
el principio y el fin de su ministerio.
Nuestra vida y nuestra vocación no tienen sentido sin Cristo. No esta-
ríamos aquí, ni sería posible esta celebración, si no fuera por Él. En Él vi-
vimos, nos movemos y somos. Hacia Él vamos y su Evangelio es la pauta
de nuestros criterios y actitudes. Por Él trabajamos y con Él sufrimos. Él
es la fuente de nuestro gozo y la garantía de nuestra esperanza. Por Él, con
Él y en Él, luchamos y nos esforzamos porque se establezca el Reino de
Dios, que es verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz.
Es a Cristo a quien predicamos, no nuestras ideas o ideologías. Es
hacia Él a donde debemos atraer las personas, y no hacerlas girar en tor-
no a nosotros mismos. Es por Él por quien servimos a todos, en especial
a los más empobrecidos, pues en ellos debemos ver su rostro. Nuestra
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HOMILÍAS SACERDOTALES
opción por los pobres tiene su raíz y fuerza en nuestra opción, única y
fundamental, por Cristo. Si no fuera por Él, no estaríamos dispuestos a
complicarnos la vida en la defensa y promoción de los desvalidos.
Que Jesucristo, pues, sea el centro de sus vidas. Así nos lo hemos
propuesto todos, al formular el objetivo general de nuestro Plan Dioce-
sano de Pastoral 1997-2000: Dinamizar, en comunión y participación, la
evangelización integral, centrada en la persona de Jesús, para transfor-
mar nuestra realidad diocesana y hacer presente el Reino de Dios.
Ustedes serán verdaderos agentes de transformación e instrumentos
del Reino de Dios, si efectivamente centran su vida y su ministerio en la
persona de Jesús, a ejemplo de San José y de la Virgen María.
Por tanto, mediten asiduamente la Palabra de Dios. Celebren cada día
la Santa Misa, o participen activamente en ella, aunque sea su día de des-
canso. Organicen su tiempo para que tengan largos momentos de oración
ante el Santísimo Sacramento. Saboreen la Liturgia de las Horas y celé-
brenlas en nombre de Cristo y a favor de todo el Pueblo de Dios. Al dar
un consejo o una opinión, inspírense en los criterios y actitudes de Jesús.
Al estar frente a las personas, ricas o pobres, con poder o sin él, reflejen
al mismo Cristo. Cuando les lleguen las tentaciones, actúen como lo hizo
Jesús. Ante los desalientos, las incomprensiones y la soledad, pongan su
mirada y su corazón en Él. Cuando más les cueste la obediencia, inmó-
lense con Él. Cuando el espíritu esté pronto, pero sientan la debilidad de
la carne, adhiéranse a Jesús y no se suelten de Él. Cuando la ambición de
dominio o de dinero les intente seducir, fortalézcanse en Él. Cuando el
mundo les atraiga, con sus vicios, concupiscencias y criterios, pónganse
en estado de desierto con Él.
Nunca se avergüencen de su fe en Cristo. Por lo contrario, a tiem-
po y a destiempo, que su preocupación central sea anunciar el Reino,
hecho realidad en Cristo. Que no tengan otra obsesión más que lograr
que todos lo conozcan, lo acepten y lo vivan. Que se apasionen por Él,
aunque les digan que están locos; si es por Él, ¡bendita locura! Y que,
inspirados, movidos y sostenidos por Él, se entreguen en cuerpo y alma
al servicio del Reino, desgastándose en las tareas fundamentales de la
Iglesia, que son la pastoral profética, litúrgica y social, en el contexto de
las prioridades que en nuestra diócesis hemos visto como más urgentes
y necesarias.
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SER SACERDOTE VALE LA PENA
Y que el Espíritu Santo, quien ahora los va a consagrar para una mi-
sión especial en la Iglesia, les conceda inmolarse con Cristo, Hostia y
Víctima viva, para la gloria del Padre.
Lo pedimos todos, para ellos y para los presentes, diciendo en nuestro
corazón la oración que compusimos para el Jubileo de la Encarnación:
Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, único Salvador del mundo, ayer,
hoy y siempre, nuestra única opción es por Ti.
Gracias, porque hace dos milenios, en el seno de María, por obra y
gracia del Espíritu Santo, asumiste nuestra naturaleza humana y per-
maneces con nosotros en tu Palabra, en tu Iglesia, en los pobres, en los
sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía.
Concédenos tu Espíritu, para que nos convirtamos a tu Reino, sea-
mos más santos por la fe, la esperanza y la caridad, nos amemos como
hermanos, te sirvamos en los marginados y construyamos la unidad, la
justicia y la paz.
Nos comprometemos, para celebrar dignamente el Jubileo de tu En-
carnación, a dinamizar, en comunión y participación, la evangelización
integral, centrada en tu persona, para transformar nuestra realidad dio-
cesana y hacer presente el Reino de Dios.
Ayúdanos a trabajar en las Prioridades que todos asumimos: la for-
mación de agentes de pastoral, la pastoral juvenil y vocacional, la pas-
toral familiar, la promoción humana y la pastoral de alejados.
Te lo pedimos por medio de Santa María de Guadalupe y de San
José, nuestros celestiales intercesores. Amén.
El Espíritu del Señor nos ha reunido, como una sola familia, para
celebrar la solemnidad de nuestro celestial patrono, San José, y para par-
ticipar en la unción sagrada de tres nuevos presbíteros, José Alfredo,
José Antonio y Salustio, y en la ordenación diaconal de Cirilo y Marcos
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HOMILÍAS SACERDOTALES
mos con insistencia al Espíritu Santo, para que El nos conceda el don de
la sabiduría y de la fortaleza, de la audacia y de la prudencia que salvan.
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Nos dice el Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Tertio Millen-
nio Adveniente: “El 1999, tercer y último año preparatorio, tendrá la
función de ampliar los horizontes del creyente según la visión misma de
Cristo: la visión del Padre celestial (cf Mt 5,45), por quien fue enviado y
a quien retornará (cf Jn 16,28).
‘Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdade-
ro, y al que tú has enviado, Jesucristo’ (Jn 17,3). Toda la vida cristiana
es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se
descubre cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y
en particular por el ‘hijo pródigo’(cf Lc 15,11-32). Esta peregrinación
afecta a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad
creyente para alcanzar la humanidad entera.
El Jubileo, centrado en la figura de Cristo, llega de este modo a ser un
gran acto de alabanza al Padre: ‘Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espiri-
tuales, en los cielos, en Cristo’” (Ef 1,3)(No. 49).
En efecto, Dios es nuestro Padre. Esta es la gran noticia que Jesús nos
trajo. Esta es la nueva realidad que, con su muerte y resurrección, nos ha
compartido. En Cristo, por la acción del Espíritu, somos hechos hijos
de Dios Padre. Ya no somos, pues, esclavos, ni extraños o advenedizos,
sino verdaderos y auténticos hijos en el Hijo. No somos un accidente de
la historia, ni una pluma en el aire, sino que somos expresión del amor de
un Dios que es Padre y que tiene entrañas maternas.
San José hizo las veces de padre con Jesús y, desde el cielo, no deja
de seguir ejerciendo su misión. Necesitamos su ayuda, para que Jesús se
siga formando en nosotros, particularmente en los que van a ser ordena-
dos, es decir, transformados en imagen de Cristo, Cabeza de la Iglesia.
Que con la colaboración de la Virgen María, San José nos enseñe a ca-
minar y a enfrentarnos a lo difícil de la vida, para que seamos fieles a
nuestra vocación. Que nos ayude a no pretender seguir nuestros planes y
proyectos, sino poner nuestra vida en las manos del Padre celestial, para
estar siempre dispuestos a hacer su voluntad, como lo hicieron Jesús,
María y José. La obediencia los hizo disponibles para realizar la obra de
Dios Padre.
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HOMILÍAS SACERDOTALES
2. El sacramento de la Penitencia
Jesucristo nos ha revelado que Dios es un Padre que nos comprende
y sabe que somos pecadores. Él nos espera con los brazos abiertos, para
darnos su perdón, si nos arrepentimos y reconocemos nuestros errores.
Por eso, en este año debe resaltarse el gran tesoro que es el sacramento
de la Reconciliación, del que los nuevos presbíteros serán ministros au-
torizados.
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HOMILÍAS SACERDOTALES
perdonar, sanar, alentar, consolar, sin olvidar corregir, pero con amor,
comprensión y paciencia, como hace el padre del hijo pródigo.
Tengan presente que, al orientar a los fieles sobre la moralidad de sus
actos, ustedes son ministros del Evangelio y de la Iglesia; por ello, sus
consejos sobre temas delicados han de reflejar fielmente la doctrina de la
Iglesia, sobre todo en asuntos de moral sexual. No sean ni más rigoristas
que las leyes de la Iglesia, ni tan tolerantes que den la impresión de que
todo se puede hacer. Para esto, deben actualizarse constantemente, para
saber responder a los nuevos planteamientos de los tiempos modernos.
Gocen con la dicha de ser instrumentos del perdón de Dios Padre. Por
sus manos y por sus palabras, pasa la vida de Dios, se aplica la sangre
salvadora de Cristo, el pecador resucita y se levanta transfigurado, se
reconstruye la persona, se renueva la familia y se salva el mundo. Ojalá
hagan de este ministerio su servicio preferido.
3. Hombres de la caridad
No sería, sin embargo, completa su identificación con Cristo si no
desgastan su vida como Él, que “pasó haciendo el bien” (Hech 10,38).
Al respecto, dice el Papa en su carta preparatoria al Tercer Milenio:
“Será oportuno, especialmente en este año, resaltar la virtud teo-
logal de la caridad, recordando la sintética y plena afirmación de la
primera Carta de Juan: ‘Dios es amor’ (4,8.16). La caridad, en su doble
faceta de amor a Dios y a los hermanos, es la síntesis de la vida moral
del creyente. Ella tiene en Dios su fuente y su meta” (TMA, 50).
“En este sentido, recordando que Jesús vino a ‘evangelizar a los
pobres’ (Mt 11,5; Lc 7,22) ¿cómo no subrayar más decididamente la
opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados?. Se
debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un
mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables
desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la
preparación y celebración del Jubileo. Así, en el espíritu del Libro del
Levítico, los cristianos deben hacerse voz de todos los pobres del mundo,
proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras
cosas en una notable reducción, si no una total condonación, de la deuda
internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones. El Jubileo
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HOMILÍAS SACERDOTALES
Conclusión
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por Cristo Señor nuestro”. Gracias, Padre, por habernos dado a Jesús,
tu Hijo único. Gracias, por no abandonarnos a nuestra suerte. Gracias,
porque en Él y por Él nos concedes todas tus gracias. ¡Bendito seas por
siempre!
1. Colaboración de María
Para llevar a cabo la obra de la salvación de la humanidad, Dios Pa-
dre pidió la colaboración de una mujer, la Virgen María. Fue preparada
por Dios mismo, quien la llenó de gracia, la protegió con el poder del
Altísimo, la fecundó por el Espíritu Santo, la hizo virgen y madre, cum-
pliendo así la profecía de Isaías.
La respuesta de María fue de una generosidad y disponibilidad tan
grande, que en esta expresión resume todo su ser: “Yo soy la esclava del
Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho” (Lc 1,38). En sus labios y en
su corazón resuena con toda verdad lo que cantamos en el salmo respon-
sorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo 39).
Es la disponibilidad que manifiestan estos siete jóvenes, al ofrecer
sus vidas para colaborar con la obra de Dios, “para dar a conocer el res-
plandor de la gloria de Dios, que se manifiesta en el rostro de Cristo”,
como dice San Pablo (2 Cor 4,6).
Dios podría llevar a cabo su obra sin nosotros; sin embargo, nos con-
cede la gracia de ser sus colaboradores, a ejemplo de María. Pedimos al
Espíritu Santo que les conceda sus dones, para que no desfallezcan, pues
“llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2 Cor 4,7).
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HOMILÍAS SACERDOTALES
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HOMILÍAS SACERDOTALES
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Conclusión
Celebramos este misterio de la Encarnación del Verbo del Padre en
esta Eucaristía. En ella, se hace presente todo el misterio de Jesucristo,
también su inmolación, para la vida del mundo. También nosotros, que
tenemos como centro de nuestro ministerio la celebración de la Santísi-
ma Eucaristía, hagámonos una ofrenda agradable al Señor, una víctima
viva para su alabanza, una donación constante para que este mundo se
salve.
444
HOMILÍAS SACERDOTALES
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SER SACERDOTE VALE LA PENA
2. Amigos de Jesucristo
El apóstol y evangelista Juan se presenta como el amigo de Jesús,
“aquel a quien Jesús amaba”. En este trato cercano y confidente, Juan
encuentra la razón de su ministerio apostólico. Desde que, por invita-
ción del Bautista, conoce al Jesús, se apasiona por él y será el único que
permanece fiel hasta el Calvario. Participa en los momentos más impor-
tantes de Jesús y su Evangelio manifiesta la profundidad de su cercanía
con el Señor.
Hermanos que van a ser ordenados presbíteros: Sean amigos de Jesús.
Que ésta sea su principal ilusión, más que estudiar alguna especialidad,
o llegar a ocupar algún cargo importante en la diócesis. Traten a Jesús lo
más que les sea posible. Procuren hacer mucha oración personal, en trato
directo y frecuente ante el Sagrario. El tiempo que le dediquen, nunca
será en vano. Quizá en algunos momentos no le encontrarán sabor a la
oración, o sentirán que hay otras actividades más importantes o urgentes;
sin embargo, perseveren en esta comunicación amistosa, y verán los bue-
nos resultados, cuando menos se imaginen. Él nunca les defraudará.
446
HOMILÍAS SACERDOTALES
Esta amistad con Jesús les hará parecerse más y más a él, quien fue
obediente, célibe y pobre. Estando cerca de él, sabrán obedecer cuando
lleguen órdenes superiores que no nos convencen, ni nos gustan. Con-
viviendo con Jesús, sabrán vencer las tentaciones a su celibato, porque
él les ayudará a no engañarse y a discernir qué amistades les ayudan y
cuáles son una ocasión de tropiezo y de infidelidad. En el trato personal
con Jesús, sabrán ser libres ante los bienes materiales, para no ejercer el
ministerio como un oficio remunerado, o como un negocio para enri-
quecerse. En la oración, él nos confronta y nos exige, pero también nos
conforta, nos alienta y nos levanta.
La Liturgia de las Horas, que la Iglesia les ha confiado desde su or-
denación como diáconos, vívanla no como una ley, como una obligación
grave, sino como una oportunidad de orar con las mismas oraciones que
Dios ha revelado, las que ha inspirado a los autores sagrados, sobre todo
en los salmos, para dirigirnos a él, en nombre propio y de la comunidad
que se nos ha confiado. Encuéntrenle el sabor que tiene, como oración
de Cristo y de la Iglesia, en nombre y a favor de la misma Iglesia y de
toda la humanidad. Es un servicio que en justicia debemos hacer, y con
él hacemos una acción pastoral, pues con esa oración litúrgica también
salvamos a mucha gente, quizá más que la que atendemos con nuestra
acción desligada de la oración.
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Y que la Virgen María, junto con San José, que tanto intervinieron
en la historia de nuestra salvación, les ayuden a formar su corazón y su
mente al estilo de Jesús. Así sea.
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más que les sea posible. Procuren hacer mucha oración personal, en trato
directo y frecuente ante el Sagrario. El tiempo que le dediquen, nunca
será en vano. Quizá en algunos momentos no le encontrarán sabor a la
oración, o sentirán que hay otras actividades más importantes o urgen-
tes; sin embargo, perseveren en esta comunicación amistosa, y verán sus
buenos resultados. Él nunca les defraudará. Redescubran toda la riqueza
de celebrar diariamente la Eucaristía, pues nuestro sacerdocio está muy
relacionado con ella, para que ahí bebamos el amor a los pobres que
necesitamos.
Esta amistad con Jesús les hará parecerse más y más a él, quien fue
obediente, célibe y pobre. Estando cerca de él, sabrán obedecer cuando
lleguen órdenes superiores que no nos convencen, ni nos gustan. Con-
viviendo con Jesús, sabrán vencer las tentaciones a su celibato, porque
Él les ayudará a no engañarse y a discernir qué amistades les ayudan y
cuáles son una ocasión de tropiezo y de infidelidad. En el trato personal
con Jesús, sabrán ser libres ante los bienes materiales, para no ejercer el
ministerio como un oficio remunerado, o como un negocio para enri-
quecerse. En la oración, Él nos confronta y nos exige, pero también nos
conforta, nos alienta y nos levanta.
La Liturgia de las Horas, que la Iglesia les ha confiado desde su or-
denación como diáconos, vívanla no como una ley, como una obligación
grave, sino como una oportunidad de orar con las mismas oraciones que
Dios ha revelado, las que ha inspirado a los autores sagrados, sobre todo
en los salmos, para dirigirnos a él, en nombre propio y de la comunidad
que se nos ha confiado. Encuéntrenle el sabor que tiene, como oración
de Cristo y de la Iglesia, en nombre y a favor de la misma Iglesia y de
toda la humanidad. Es un servicio que en justicia debemos hacer, y con
él hacemos una acción pastoral, pues con esa oración litúrgica también
salvamos a mucha gente, quizá más que la que atendemos con nuestra
acción desligada de la oración.
Pero no tengan prevenciones, como si les estuviera invitando a un es-
piritualismo alienante, o a un misticismo ahistórico. Es todo lo contrario,
como dice el Papa en la Exhortación sobre la formación de los sacerdo-
tes: “La vida espiritual es vida interior, vida de intimidad con Dios, vida
de oración y contemplación. Pero del encuentro con Dios y con su amor
de Padre de todos, nace precisamente la exigencia indeclinable del en-
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versal quiere que sigamos dando los pasos necesarios para que lleguemos
a tener una Iglesia autóctona. En esto no puede haber marcha atrás. Así
lo indican el Concilio Vaticano II y los documentos posteriores, y así lo
recoge el III Sínodo de nuestra diócesis.
En esta Iglesia particular, que tiene un 75% de población indígena,
necesitamos un porcentaje semejante de catequistas, religiosos, religiosas
y diáconos indígenas. También se requieren servidores mestizos, para el
restante 25%. Gracias a Dios y al trabajo de tantos agentes de pastoral, en
particular de los obispos antecesores, contamos con 8,000 catequistas y
337 diáconos permanentes, la mayoría indígenas. Nos hacen mucha falta
más religiosas y religiosos indígenas. Pero tenemos la grave urgencia de
tener sacerdotes indígenas, tsotsiles, tseltales, ch’oles, tojol ab’ales y zo-
ques. Mientras no promovamos más vocaciones sacerdotales indígenas,
a nuestra diócesis le faltará algo esencial para ser Iglesia autóctona. Les
invito, pues, a hacer más oración por las vocaciones y a tomar muy en
serio la pastoral vocacional sacerdotal.
Aún más. Necesitamos tener obispos indígenas. Debe llegar el tiem-
po en que podamos promover al episcopado a sacerdotes tsotsiles, tselta-
les, ch’oles, tojol ab’ales, zoques, mayas, etc. Entonces sí, seremos una
Iglesia más autóctona. Les ruego encarecidamente que pidamos al Señor
que acelere el tiempo, en que podamos tener aquí un obispo indígena, de
preferencia de estas etnias.
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Conclusión
Hagamos oración para que el Espíritu Santo venga sobre Marcelo
y Víctor Manuel, y así se conviertan en testigos fieles de Jesucristo re-
sucitado, apóstoles valientes de su Evangelio, servidores generosos del
Pueblo de Dios. Que la Virgen María, San José, los apóstoles San Pedro
y San Andrés, San Cristóbal, el próximo Santo Juan Diego y los beatos
oaxaqueños Juan Bautista y Jacinto de los Angeles, los tres indígenas,
nos ayuden ante nuestro Padre Dios, para que Marcelo y Víctor Manuel
sean motivo de alegría, fiesta y honra de su familia, de su parroquia, de
su diócesis y de toda la Iglesia.
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1. Iglesia autóctona
Jesucristo, origen y modelo de todo sacerdocio, nació, creció y desa-
rrolló su ministerio en una cultura determinada: la judía, particularmente
en la cultura de la región de Galilea. Sus apóstoles pertenecieron también
a la misma cultura. Sin embargo, los envió a todo el mundo, a toda cul-
tura, pues todos los seres humanos están llamados a ser hijos de Dios.
Por ello, un sacerdote debe encarnarse en la cultura donde desarrolla su
ministerio, sea nativo del lugar, sea que venga de otra parte.
Nuestra diócesis quiere continuar este esfuerzo para ser una Iglesia
autóctona; es decir, que se encarne en las realidades de las regiones Al-
tos, Selva y Fronteriza de Chiapas. Quiere conocer más, apreciar, valorar
y promover, con la luz y la fuerza del Evangelio y de los sacramentos,
las culturas propias de estas regiones, para que lleguen a la plenitud de su
perfección en Cristo. Quiere descubrir las “semillas del Verbo”, que in-
dudablemente hay en muchas tradiciones y costumbres de quienes desde
siglos inmemoriales habitan en estas tierras, para purificar los elementos
que sean contrarios o indignos del Evangelio, y para que todos lleguen
al conocimiento y aceptación explícitos de Jesucristo, como único y de-
finitivo Salvador.
Víctor Manuel, tú eres nativo de San Andrés, hijo de esta cultura,
indígena tsotsil. Nos alegra el corazón que tú seas el segundo sacerdote
de esta etnia, después de tu paisano, el Padre Marcelo Pérez. Esperamos
con ilusión la pronta ordenación sacerdotal de Manuel Pérez, que sería
el tercer sacerdote tsotsil. En ustedes está cifrada nuestra esperanza, así
como en los diáconos permanentes y catequistas, de que sean los pri-
meros en hacer realidad lo mandado en nuestro Sínodo: ser una Iglesia
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2. Iglesia liberadora
Jesucristo vino a liberar a cuantos estaban oprimidos por el pecado, el
demonio, los vicios, la enfermedad, la discriminación, el dominio de los
poderosos, las leyes injustas, el egoísmo de quienes todo poseen, la falta
de fe y de esperanza. Envió a los apóstoles a continuar su misma misión,
hasta el fin del mundo. Por ello, todo sacerdote, así como los demás
agentes de pastoral, debe ser un promotor de liberación.
Nuestra diócesis está comprometida en esta misma tarea de acompa-
ñar e impulsar a nuestro pueblo para que se libere de tantas cadenas que
lo esclavizan en la miseria, la insalubridad, la marginación, la injusticia,
el analfabetismo, la violencia por las divisiones internas en las comuni-
dades, el menosprecio a la mujer, el alcoholismo y la drogadicción. Nos
duele en el alma ver a tantos pobres, a quienes no llegan ni las miga-
jas que desperdician los ricos. Nos cuestiona la conciencia comprobar
cuántos mueren por falta de servicios de salud. Nos preocupa la falta
de un trabajo bien remunerado y los bajísimos precios del café y demás
productos que campo, lo que induce a una migración forzada y suma-
mente peligrosa. Nos conmueve la situación de las mujeres, sobre todo
indígenas, agobiadas por el peso de la leña, de los hijos, del hogar y del
excesivo trabajo, y sin ningún reconocimiento a su dignidad. Nos enoja
que para los pobres no hay justicia, y las cárceles están llenas de quienes
no tienen un eficiente defensor.
Víctor Manuel, tú no puedes, no debes ser un sacerdote ni un levita
como los del Antiguo Testamento, que pasan de lado sin compadecerse
de quien está malherido y tirado al borde del camino. No debes ser indi-
ferente al dolor de tu pueblo. No puedes quedarte con los brazos cruza-
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3. Iglesia evangelizadora
Jesucristo vino a evangelizar, a traer la buena nueva de que nuestro
Padre Dios nos ama, la gran noticia de que somos sus hijos, la seguridad
de que Él no quiere el sufrimiento de nadie, sino la vida en plenitud para
todos. Recorría aldeas, pueblos y ciudades, para hacer difundir esta gran
novedad. Murió en la cruz, por fidelidad a su misión, pero resucitó y vive
hoy en su Iglesia. Envío a sus apóstoles a evangelizar, con la misma au-
toridad que Él había recibido del Padre. Por ello, los sacerdotes y demás
agentes de pastoral tienen como tarea prioritaria entregar su mente y su
corazón a la evangelización.
Nuestra diócesis quiere ser fiel a esta misión de Jesús, y por ello dedi-
ca su personal y sus recursos a hacer llegar el Evangelio hasta las últimas
barrancas y montañas. A ello encamina su pastoral profética, litúrgica y
social, dando prioridad a la evangelización de los pobres y marginados,
pues es la señal de autenticidad para la Iglesia y para todo cristiano. Con
una catequesis a todos los niveles, sin excluir a los niños y jóvenes, a las
familias y a las zonas urbanas. Con respeto a la piedad popular y a las
legítimas costumbres. Procurando ir a los alejados y abrir las puertas, no
cerrarlas, a católicos que han encontrado un camino de fe en movimien-
tos eclesiales y en formas tradicionales de religión.
Víctor Manuel, que tu primera ocupación sea meditar y predicar la
Palabra de Dios. Que comuniques la alegría y la paz que nos proporcio-
na saber que somos hijos de Dios. Que seas testigo de que Jesucristo
vive y es el único camino de vida eterna. Que el Espíritu Santo te haga
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HOMILÍAS SACERDOTALES
misionero incansable, como San Pablo, como San Andrés, para que en
toda ocasión, en reuniones y celebraciones, no impongas tus ideas, sino
que ofrezcas la luz del Evangelio. Que si se hace análisis de la realidad,
tus juicios sean conformes a los criterios de Jesucristo. Que si participas
en la búsqueda de soluciones a los conflictos en las familias y en las
comunidades, tu servicio sea presentar los caminos señalados por Jesús.
Que no te presentes como un mesías, sino como quien sólo prepara el
camino al Señor.
Víctor Manuel, no temas. El Señor está contigo. Él te ha llamado,
como llamó a los apóstoles, según nos dice el texto evangélico que escu-
chamos (cf Lc 5,1-11). Somos pecadores, como decía San Pedro, pero el
Señor te ha escogido para que le ayudes en su tarea. Que la fuerza del
Espíritu Santo, que vas a recibir en este momento, te sostenga siempre.
Que te proteja la santísima Virgen María. Que te cuide San Andrés após-
tol. Que la oración y los buenos consejos de tu familia y de esta comuni-
dad eclesial te acompañen. Que la Eucaristía, que a partir de hoy podrás
celebrar, sea tu alimento de vida eterna. Así sea.
Hoy es día de fiesta para este pueblo, para esta parroquia de San An-
drés Apóstol, para nuestra diócesis, para la Iglesia universal, y en parti-
cular para Manuel Pérez Gómez y su familia. Hoy nos sentimos llenos de
alegría y de esperanza, porque la ordenación del tercer sacerdote tsotsil
abre horizontes prometedores, para que nuestra Iglesia sea cada día más
autóctona. Que el Señor sea bendito y alabado por siempre.
Agradecemos a todos los que han ayudado a Manuel en su vida y en
su formación. A sus padres Pascual Pérez Hernández y Micaela Gómez
Núñez, a sus hermanos y familiares, a su pueblo donde nació y creció,
al Padre Diego Andrés Locket, a la diócesis de Tuxtla Gutiérrez y a su
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1. Iglesia servidora
Jesucristo, el sumo y eterno sacerdote, nos ha marcado la forma de
ser cristiano, de ser catequista, diácono, sacerdote y obispo, cuando nos
dice: “Los gobernantes y los grandes dominan y oprimen. Así no debe
ser entre ustedes. El que quiera ser grande que se haga servidor; y el que
quiera ser el primero que se haga siervo, de la misma manera que el Hijo
del Hombre: él no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida para el
rescate de muchos” (Mt 20,25-28). Jesucristo demostró su vocación de
servidor hasta entregar su vida por nosotros en la cruz, y quedándose en
los sacramentos, para seguir dándonos su vida, por medio de la Iglesia.
Nuestra diócesis quiere distinguirse por ser ministerial, es decir, por
que haya muchos servidores, sobre todo catequistas, y que les demos
la importancia que merecen. Entre los servidores que más necesitamos,
además de los diáconos, están los sacerdotes, pues hay parroquias que no
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HOMILÍAS SACERDOTALES
tienen sacerdote, y otras que carecen de diáconos. Para tener más sacer-
dotes, es urgente que haya más seminaristas, candidatos célibes al sacer-
docio, pues si no hay un mayor número de sacerdotes, es muy difícil que
la Santa Sede me permita ordenar nuevos diáconos. Hacen falta también
más religiosas, mujeres consagradas, sobre todo indígenas, para que el
amor maternal de Dios se haga más presente en las comunidades.
Recalco que es de suma importancia promover estas vocaciones. Con
frecuencia se dice que el celibato —masculino y femenino— es ajeno a
la cultura indígena. Al respecto, hay que dejar en claro que el celibato
perpetuo por el Reino de los cielos es extraño a toda cultura, también a la
judía, a la griega, a la romana, a la europea y a la mexicana. Es un don,
una gracia especial, que no cualquiera entiende ni practica (cf Mt 19,10-
12). Es un estado de vida que los mismos indígenas aprecian mucho,
como un signo de entrega total al servicio de la comunidad.
Jesucristo decidió ser célibe. Su madre permaneció virgen. El apóstol
Juan y San Pablo, colaboradores muy cercanos a Jesús, no se casaron.
San Pablo recomienda la virginidad, para estar consagrados plenamente
al Señor, sin divisiones (cf 1 Cor 7, 25-35). Es verdad que de Pedro se
dice que tuvo suegra, y por tanto se supone que estuvo casado (cf Mt
8,14); con todo, algunos especialistas en Biblia dicen que este texto pue-
de tener otras interpretaciones. Hemos, pues, de hacer mucha oración al
Señor, para que nos regale más servidores en su Iglesia, sobre todo de
sacerdotes y religiosas, que, renunciando libremente al matrimonio, se
consagren totalmente al servicio de Dios y de su Pueblo.
Manuel, tu vocación, por tanto, no es para dominar a los demás, ni
para hacerte rico, sino para servir. El Señor te ha llamado, como dicen
la primera lectura y el Evangelio que escogiste (cf Jer 1,4-9; Jn 15,16),
para que desgastes tu vida en servicio de este pueblo que tiene hambre de
pan, hambre de reconocimiento a su dignidad, pero sobre todo hambre
de Dios. Decidiste no casarte, no por desprecio al matrimonio, sino para
entregar toda tu vida al servicio. Procura poner en práctica lo que nuestro
Sínodo Diocesano pide a los sacerdotes: ser “pastores con el pueblo, sin
dejarlo solo”; ser “amables, acogedores, serviciales” (No. 434); tener
“los sentimientos del Buen Pastor, que sabe escucharnos y no nos deja
perder el camino; serán serviciales, desinteresados, pacientes, humildes,
comprensivos y amables; visitarán las comunidades teniendo comuni-
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cación directa con el Pueblo de Dios para que conozcan sus tradicio-
nes, necesidades y exigencias” (Ib). “Realice su servicio cimentado en
la Palabra de Dios y en las enseñanzas de la Iglesia; comprenda los
problemas de los más humildes, estando siempre del lado de la justicia”
(No. 442). No te olvides de tu pueblo y de tu cultura tsotsil, que es una
riqueza para la Iglesia.
2. Iglesia en comunión
Nuestro Señor Jesucristo es uno con el Padre y con el Espíritu Santo.
En la santísima Trinidad, hay un solo Dios en tres personas distintas.
Hay diferencias entre las tres personas divinas, pero sin romper la uni-
dad. Y esto es lo que Jesús desea para sus discípulos: que todos sean un
solo pueblo, una sola familia, así como Él es uno solo con su Padre (cf
Jn 17,21). Por ello, fundó una sola Iglesia, sobre una sola roca o piedra,
Pedro, su Vicario en la tierra, y sus sucesores (cf Mt 16,18). En esta Igle-
sia, hay muchos miembros, servicios y carismas, como dice la segunda
lectura bíblica que escogiste para hoy (Ef 4,1-13; cf 1 Cor 12,4-31); pero
estas diferencias no son para formar diversas iglesias, sino para que la
única Iglesia de Jesucristo resplandezca como la esposa amada de Jesu-
cristo (cf Ef 5,25-27).
Nuestra diócesis quiere ser fiel a su vocación de vivir en comunión;
es decir, en común unión. Hay diferentes culturas, diversas formas de
pensar, tendencias distintas en la manera de vivir la fe y de llevar la
pastoral, pero queremos amarnos como hermanos, respetarnos en nues-
tras legítimas diferencias, valorarnos unos a otros como un regalo para
la Iglesia (cf Novo Millenio Ineunte, 43). Así como el cuerpo tiene una
mano derecha y otra izquierda, pero ambas están unidas por el corazón
y los pulmones, y dirigidas por una sola cabeza, así es nuestra diócesis.
Hay quienes van más por la izquierda, y otros por la derecha; pero somos
hermanos y todos somos necesarios. Una sola mano no puede hacer mu-
cha fuerza, sin la ayuda de la otra. Por eso, debemos estar todos unidos a
la cabeza, que es el Obispo, y al Papa, que es quien preside en la caridad
a la Iglesia universal. Sólo así seremos la Iglesia que Jesucristo fundó.
Manuel, sé un miembro vivo y activo de esta Iglesia particular. No te
aísles, ni hagas planes por tu cuenta, sino vive la comunión eclesial con
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2. “Apóstol de Jesucristo”
Eres llamado a ser “apóstol de Jesucristo... profeta para las nacio-
nes... predicador del Evangelio, apóstol y maestro”. Por tanto, siguiendo
a San Pablo, te digo: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro
Señor... Al contrario, comparte conmigo (yo también te digo lo mismo)
los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza
de Dios”. Apasiónate por Jesucristo, para que no te canses de anunciarlo
a Él, pues “no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el
nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús
de Nazaret Hijo de Dios” (Pablo VI: Evangelii nuntiandi, 22). Cristo es
el único camino, como dice mi lema episcopal.
No eres ordenado sacerdote para ser sólo un líder social, un coordi-
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Conclusión
Que venga, pues, el Espíritu Santo y te transforme en un icono, una
imagen viva, una transparencia, una prolongación del mismo Cristo,
Cabeza y Pastor, Siervo y Esposo de la Iglesia. Que nuestra Madre de
Guadalupe te sostenga en el hueco de sus manos, para que permanezcas
siempre fiel a tu vocación. Que la intercesión de San José, San Cristóbal
y San Juan Diego te sea propicia. Y no temas, como dice el Salmo 22:
“El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Que así sea.
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remos oración por ustedes, para que sean fieles a este llamado que han
recibido.
Por otra parte, hoy conmemoramos el quinto aniversario de que fui
llamado por Dios, a través del muy querido Papa Juan Pablo II, para asu-
mir el servicio de presidir esta Iglesia particular de San Cristóbal de Las
Casas. Vine con gusto, porque descubrí que era la voluntad de Dios, pero
consciente del reto que significaba el cambio de diócesis.
Mi preocupación central, aquí y en todas partes, es, como la del diá-
cono Felipe, predicar a Cristo. Es la misma convicción de San Pedro,
como nos dice en la segunda lectura: “Veneren en sus corazones a Cris-
to, el Señor, dispuestos siempre a dar, al que las pidiere, las razones
de la esperanza de ustedes. Pero háganlo con sencillez y respeto y es-
tando en paz con su conciencia” (1 Pedr 3,15-16). Lo que más anhelo
es que todos se encuentren con Cristo vivo, porque me he convencido
de que todo cambia cuando lo descubrimos, cuando nos acercamos a
Él, nos alimentamos de su Eucaristía, aceptamos sus mandamientos y
nos esforzamos por cumplirlos. Cristo es el único camino para que la
vida sea vida, como he querido expresar en mi escudo episcopal. Es mi
convicción más profunda. Por ello, me entristece y me preocupa cuando
algunos parecen no darle a Cristo la importancia que tiene, como si
hubiera algo más sublime que Él. Me duele cuando se pone poco interés
en la Eucaristía. Sea Cristo, pues, nuestra luz, nuestro camino y nuestra
vida. Nunca nos sentiremos defraudados, como decía hace ocho días el
nuevo Papa Benedicto XVI.
Estoy consciente de que el Señor Jesús, el pastor de pastores, no me
ha desamparado. Me ha manifestado su cercanía de muchas maneras.
Me ha ayudado a llevar la cruz, sobre todo cuando ésta se ha hecho más
pesada. Me ha concedido su Espíritu, pues conozco mis limitaciones.
Por eso, puedo también cantar con el salmista: “Las obras del Señor son
admirables. Aleluya. Celebremos su gloria y su poder, cantemos un him-
no de alabanza... Vengan y escuchen, y les diré lo que ha hecho por mí.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su gracia”
(Salmo 65).
Ayúdenme a dar gracias al Señor, ofreciendo esta Eucaristía con
tal intención. Ayúdenme a pedir perdón por mis errores. Entre todos,
esforcémonos por que nuestra diócesis sea una encarnación del mismo
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Con grande gozo y esperanza, nos reunimos para celebrar esta Eu-
caristía, en la que nuestro hermano Sebastián recibirá la ordenación sa-
cerdotal, para el servicio del Pueblo de Dios. El Espíritu Santo, por la
imposición de mis manos y la oración consecratoria, lo hará una prolon-
gación, una imagen viva, un sacramento de Cristo Pastor: para predicar
su Palabra, para celebrar los signos sacramentales y para presidir la co-
munidad en su nombre.
Damos gracias al Señor que, en estos días, nos regala cuatro nuevos
sacerdotes: Hoy, Sebastián López. El sábado pasado, nuestro Obispo
Auxiliar, Enrique Díaz Díaz, ordenó a José Bartolomé Gómez Martínez,
en Venustiano Carranza. Gabriel Herrera Zepeda será ordenado por un
servidor el próximo día 8, en la Catedral. Raúl Ramírez Sánchez recibirá
la ordenación el día 17, en Comitán, de manos de Mons. Enrique. De
los cuatro, dos son mestizos y dos indígenas: un tsotsil y un totic. Con
éstos, ya son seis sacerdotes indígenas en nuestra diócesis. ¡Bendito sea
el Señor!
Ser sacerdote no es sólo decisión personal del candidato; es, ante
todo, un llamado que Dios hace a quien quiere, para confiarle un minis-
terio muy importante en su Iglesia. Así lo hemos escuchado en los textos
bíblicos que han sido proclamados hoy. No es, por tanto, una delegación
de la comunidad, aunque su opinión siempre es muy necesaria para ana-
lizar si el candidato manifiesta señales de vocación divina. La vocación
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que haya aceptado con tan buen corazón el servicio de Sebastián. Mien-
tras no se presenten otras necesidades, seguirá con ustedes, para que no
les falte la atención cercana de un sacerdote; deberá, sin embargo, estar
integrado al equipo pastoral de Chenalhó, al que también expreso mi
gratitud. Agradezco también a la parroquia hermana de Estados Unidos,
que le han apoyado de diversas formas, incluso para que haya una casita
aquí, donde les sirva mejor. Y que esta Eucaristía nos conserve unidos
como hermanos en Cristo.
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fieles se ven de esta manera privados del Pan de vida. Para salir al en-
cuentro del hambre eucarística del pueblo de Dios, que frecuentemente
y en periodos largos debe prescindir de la celebración eucarística, es
necesario recurrir a iniciativas pastorales eficaces. En este contexto,
los padres sinodales han afirmado la importancia del don inestimable
del celibato eclesiástico en la praxis de la Iglesia Latina. Refiriéndose
al magisterio, en especial al Concilio Vaticano II y al magisterio de
los últimos pontífices, los padres han pedido explicar adecuadamente
a los fieles las razones de la relación entre el celibato y la ordenación
sacerdotal, en el pleno respeto de la tradición de las Iglesias orientales.
Algunos han aludido a los «viri probati» [ordenación sacerdotal de
varones casados de probada virtud, ndt.], pero esta hipótesis ha sido
considerada como un camino que no se debe recorrer” (Proposición
No. 11). Y uno de los obispos mexicanos participantes en el Sínodo, nos
ha comentado que fueron obispos orientales quienes más insistieron en
que la Iglesia no cambie su praxis, por las experiencias no siempre posi-
tivas que ellos tienen.
Yo me siento feliz y agradecido con Dios por haberme llamado al
sacerdocio célibe. No me siento frustrado, sino profundamente fecundo,
realizado y lleno de vitalidad. Le pido al Señor que tú, Gabriel, y todos
los que hemos recibido este carisma del celibato, lo vivamos como una
gracia privilegiada que el Señor nos concede, para el servicio total a su
Iglesia. Así vivió la Virgen María su consagración, y por ello es y será
siempre la Madre de la Iglesia. Que el Señor, por su Espíritu, nos haga
padres fecundos en Cristo. Si lo vives con esta convicción profunda, sos-
tenido con la ayuda de lo alto, serás feliz y te sentirás plenamente realiza-
do; sólo así podrás ser un magnífico promotor de vocaciones.
Que venga el Espíritu Santo, el mismo que hizo fecundo el seno de
María, el mismo que transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre
de Jesús, para que te transforme a ti, Gabriel, y seas un sacramento vivo,
“una derivación, una participación específica y una continuación del
mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza;
una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote” (PDV 12). Con la
colaboración maternal de la Virgen María y la protección de San Cris-
tóbal. Así sea.
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Él, por medio de ustedes, quiere estar muy cerca de los pobres y mani-
festarles Su amor. Cristo les necesita; por eso les ha llamado, para que lo
hagan presente en la lucha por la vida nueva de estos pueblos. Nos alegra
mucho que hayan solicitado ser ordenados aquí. Esto nos da la confianza
de que la Compañía de Jesús, como lo ha hecho desde hace cincuenta
años, seguirá con el corazón cercano a estos pueblos indígenas, que reco-
nocen y agradecen la consagración de hermanas, hermanos y sacerdotes
que llevan mucho tiempo desgastando su vida entre nosotros. ¡Eso es ser
Compañía de Jesús! ¡Eso es tener un corazón cómo el de Jesús!
No hay pobres sólo en las poblaciones indígenas; hay millones en
todas partes, sobre todo en las periferias de las ciudades, en los barrios,
en las cárceles, en los hospitales, e incluso entre quienes estudian en las
universidades. Hay muchos cautivos por la pobreza, pero también por la
falta de sentido en sus vidas, por las redes de la droga y de la corrupción.
Hay muchos ciegos, aunque hayan cursado doctorados y maestrías en el
extranjero, porque no han descubierto la luz en Cristo. Son los ciegos que
guían a otros ciegos. Hay muchos oprimidos por los sistemas injustos en
que se mueve el mundo actual de la política y de la economía. El Cora-
zón de Cristo no es insensible ante tanto dolor humano, y Él quiere que
ustedes sean su corazón para todo el que sufre.
Jesús dice en Nazaret: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la
Escritura, que ustedes acaban de oír”. Al ser ordenados sacerdotes, se
van a configurar con Cristo, cabeza y pastor de su Iglesia, para hacerlo
presente en medio de este pueblo que espera una liberación plena, siem-
pre en Él, por Él y con Él. Ustedes son el cumplimiento de las profecías,
pues por medio de su palabra y de su cercanía con todo ser humano, en
particular con los que están solos y abandonados, Cristo vive hoy y salva,
redime y libera. Él los necesita en Bachajón y en Arena, en los colegios y
en las universidades, en los pueblos y en las ciudades, en los medios in-
formativos y en la defensa de los derechos humanos, y en tantas fronteras
donde la Compañía hace presente a Jesús.
Pedimos al Espíritu Santo y a la Virgen María que, cada día que
pasa, Cristo se vaya formando más y más en ustedes. Que nunca pierdan
su propia identidad presbiteral, que consiste en ser sacramento vivo del
amor del Padre en Cristo. En la calle o en el templo, cuando celebran
sacramentos o dan clases en las aulas, al escuchar las historias de las
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soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20). “Todo lo puedo
en Aquel que me conforta” (Ib 4,13). “Lo que era para mí ganancia, lo
he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es
pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar
a Cristo” (Ib 3,7-8). Y por ello, su pasión por anunciar a Cristo: “¡Ay
de mí, si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16). “No nos predicamos
a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como
siervos de ustedes por Jesús” (2 Cor 4,5). “Somos embajadores de Cris-
to, como si Dios mismo los exhortara por medio de nosotros” (Ib 5,20).
“Sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en uste-
des” (Ib 4,19). ¡Que el Espíritu Santo nos haga a todos, pastores y fieles,
unos apasionados por Cristo!
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nes... Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las
bestias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para voso-
tros”. “La mayor desgracia para nosotros los párrocos, es que el alma
se endurezca”.
Decía: “Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacri-
ficio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es
obra de Dios”. “La causa de la relajación del sacerdote es que descuida
la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese
haciendo algo ordinario!”. “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse
a Dios en sacrificio todas las mañanas!”.
Desde luego, estas expresiones que exaltan la figura del sacerdote,
no son para excluir a los demás miembros del Pueblo de Dios: laicas y
laicos, solteros y casados, religiosas y religiosos, de la común vocación
a la santidad, ni para negar la igualdad básica que todos tenemos desde
nuestro bautismo, por el que todos participamos del único sacerdocio
de Cristo: los pastores, de Cristo como Cabeza de la Iglesia; los demás
fieles, del Cuerpo de Cristo, en sus diferentes miembros y servicios. Y
tengamos en cuenta que los más importantes en la Iglesia, como decía
Juan Pablo II, no son los ministros, sino los santos. Todos, pues, somos
importantes y necesarios para trabajar por el Reino de Dios.
Padre Eugenio
En este contexto del Año Sacerdotal y de la solemnidad de Pedro y
Pablo, recordamos el día en que Usted, en la ciudad de Comitán, su tierra
natal, fue ordenado sacerdote hace 50 años por Mons. Lucio C. Torre-
blanca. Le acompañamos con afecto y gratitud, para dar gracias a Dios
por el regalo de su vida y de su vocación presbiteral. Gracias por toda su
entrega. Gracias por todos los años de servicio a Dios y a su Pueblo. Gra-
cias por sus sacrificios y desvelos, por sus esfuerzos y desgastes. Gracias
por los diversos ministerios en que ha servido a la Iglesia. Gracias por
todos sus trabajos pastorales en esta Catedral, su parroquia.
El Señor le llamó para estar con Él y para enviarle a continuar el mis-
mo trabajo que Él realizó. Él lo escogió entre muchos otros, para predicar
su Palabra, para hacer presente el divino amor redentor por medio de los
signos sacramentales, para promover la fraternidad eclesial. Él se fijó en
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Usted, no por méritos propios, sino por gratuidad de su amor, para hacer-
lo un servidor de su Iglesia. Le acompañamos en esta acción de gracias,
muy justa y necesaria, pues reconocemos que todo es gracia.
Estamos conscientes de llevar este tesoro, esta misión, en vasos de
barro. Todos somos frágiles y expuestos a nuestras debilidades. Quien no
las reconozca, se engaña a sí mismo y la verdad no está en su conciencia.
Ante esta fragilidad, nuestra única fortaleza, nuestra única seguridad, es
el Señor. En Él confiamos, porque sólo Él nos puede sostener en la lucha
diaria. Que Él nunca lo deje de su mano.
Pedimos al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, que
le conceda la gracia de perseverar en fidelidad hasta el final. Que sea un
sacramento, un signo vivo, una transparencia, una encarnación de Cristo.
Que sea, como San Juan María Vianey, un hombre de oración, un sacer-
dote que sacrifica su vida en el confesionario, un presbítero en el cual los
pobres encuentran un padre y un hermano, un servidor generoso en esta
Iglesia local, que se esfuerza por ser autóctona, liberadora, evangelizado-
ra, servidora, y vivir en comunión, bajo la guía del Espíritu.
En esta Eucaristía, sea Usted una ofrenda viva, agradable al Padre
Dios, que se sigue inmolando, con gozo y sencillez, para que nuestros
pueblos en Cristo tengan vida. Que así sea.
Introducción
Nos alegra mucho reunirnos para celebrar la ordenación presbiteral
de Bernabé Antonio Altamirano Díaz, así como la institución en el ser-
vicio de Lectores de Gelacio Eliseo León Cárdenas y Nery Jiménez Gó-
mez, los tres nativos de Nicolás Ruiz. Después de varios jóvenes que han
ido ingresando a nuestro Seminario Diocesano, son los tres primeros que
han perseverado. Decidimos celebrar aquí en su pueblo estos misterios,
como un signo de cercanía con su familia y con su comunidad, aunque
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por los niños, por los y las jóvenes, por los ancianos, los presos, los mi-
grantes, los marginados; sin Eucaristía, todo puede quedar en discurso de
ocasión y en grito acusador. Sólo en el Sagrario van a encontrar la fuerza
para seguir adelante, cuando vengan cansancios, decepciones, soledades,
dudas e incertidumbres. Su fidelidad va a depender de que sean hombres
de oración, hombres de Sagrario. El les ha llamado para ser sus amigos,
antes de enviarles a servir al pueblo.
Sólo unidos a El y conviviendo fraternalmente con los presbíteros,
las religiosas y los laicos colaboradores, podremos superar las tentacio-
nes, que no faltan, tanto las que provienen de nuestra propia debilidad,
como las que nos llegan de fuera. Sólo a los pies del Sagrario, en el trato
amistoso con Jesús, cargaremos con la cruz de cada día, que muchas ve-
ces nos hacen pesada incluso los más cercanos; soportaremos las incom-
prensiones y persecuciones, la pobreza y la enfermedad. No se suelten
de la mano del Señor, para que no se hundan. El Señor de Tila asume la
suerte y el color del pueblo; en El pongamos nuestra propia suerte y el
color de cada día.
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Introducción
En todo el mundo celebramos hoy la solemnidad de la Asunción de
la Santísima Virgen María. En la aclamación antes del Evangelio can-
tamos: María fue llevada al cielo y todos los ángeles se alegran. En el
salmo responsorial la reconocemos como reina: De pie, a tu derecha,
está la reina. Su grandeza procede de ser la madre del Hijo destinado a
gobernar todas las naciones. Es reina porque es madre del Rey de reyes.
Su Hijo la liberó del poder de la muerte y ya le ha hecho participar de su
propio triunfo.
También nosotros nos alegramos por esta exaltación de nuestra Ma-
dre; con sus propias palabras, glorificamos al Señor; nuestro espíritu se
llena de gozo, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava; porque
en ella ha hecho grandes cosas el que todo lo puede: Santo es su nombre
y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.
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2. “Santo es su nombre”.
La Virgen María reconoce la santidad del nombre de Dios. Tú tam-
bién estarás al servicio del que es santo, origen de toda santidad. Por ello,
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debes esforzarte por ser santo, por dejarte contagiar de su santidad, por
pedirle que te haga sacerdote santo, no mediocre, ni conformista. Que no
seas una vergüenza para la Iglesia, para tu diócesis, para tu familia, para
tu pueblo y para ti mismo, sino motivo de legítimo orgullo. Lucha por
ser santo. Con oración y vigilancia, vence las tentaciones de toda índole,
que nos merodean por todos lados. Como te diré cuando te entregue la
patena con la hostia y el cáliz con el vino para la celebración de la Misa,
“advierte bien lo que vas a realizar, imita lo que tendrás en tus manos y
configura toda tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
Serás un sacerdote santo en la medida en que tus pensamientos, tus
deseos, tus proyectos, tus sentimientos y tus actitudes se configuren con
los de Jesús; en la medida en que busques la oración como un tiempo y
un espacio de comunión con la Santísima Trinidad, con una confianza
plena en el Padre eternito. Sobre todo, serás sacerdote santo en la medida
en que ames, en que desgastes tu vida en el servicio, en la entrega gene-
rosa a los demás. Es el ejemplo de la Virgen María, que permaneció con
Isabel unos tres meses, en un servicio callado y humilde.
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a los ricos que abusan de los indefensos. Irás, como primer servicio pas-
toral, como Vicario a la parroquia de Palenque; allí vas a manifestar el
amor de Dios a muchos indígenas ch’oles, así como a muchos migran-
tes que pasan por allí, y que son extorsionados, vejados, humillados y
asesinados. Que tu ejemplo de autoridad sea Jesús: manso y humilde de
corazón, pero que sabe enfrentarse a quienes abusan de su poder.
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