Aún quedaba un rastro de claridad en el cielo; pero las calles estrechas, bajo los aleros sombríos de los tejados, estaban negras como boca de lobo.
El capitán Alatriste y su compañero habían elegido
una travesía angosta, oscura y solitaria, por la que los dos ingleses iban a pasar forzosamente cuando se encaminaran a la casa de las Siete Chimeneas.
Un mensajero había avisado de la hora y el
itinerario.
También había aportado la más reciente descripción,
para evitar errores: micer Thomas Smith, el joven más rubio y de más edad, montaba un caballo tordo y vestía un traje de viaje gris con adornos discretos de plata, botas altas de piel también teñida de gris, y un sombrero con cinta del mismo color.
En cuanto a micer John Smith, el más joven, montaba un
bayo. Su traje era de color castaño, con botas de cuero y sombrero con tres pequeñas plumas blancas. Ambos tenían aspecto polvoriento y fatigado, de llevar varios días cabalgando. Su equipaje era escaso, contenido en dos portamanteos sujetos con correas a la grupa de sus cabalgaduras.
Oculto en la sombra de un portal, Diego Alatriste miró
hacia el farol que él y su compañero habían colocado en un recodo de la calle, a fin de que iluminase a los viajeros antes de que éstos alcanzasen a verlos a ellos. La calle, que torcía en ángulo recto, arrancaba de la del Barquillo, junto al palacio del conde de Guadalmedina, y tras discurrir junto a la tapia del huerto del convento de los Carmelitas Descalzos iba a morir ante la casa de las Siete Chimeneas, en el cruce de la calle de Torres con la de las Infantas. El lugar elegido para la encerrona era el primer tramo con su ángulo más oscuro, estrecho y solitario, donde dos jinetes atacados por sorpresa podían ser desmontados con facilidad.
Created by trial version, http://www.pdf-convert.com