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El experimento de Michelson-Morley

Álvaro Moreno Vallori

5 de Marzo de 2010

En 1887, Albert Abraham Michelson y Edward Morley llevaron a cabo un experimento con el
objetivo de determinar la velocidad con la que la Tierra se desplazaba en la órbita alrededor del
sol, basándose en el principio de que la velocidad de la luz respecto al éter siempre era la misma,
independientemente de la velocidad del foco emisor. Debido a esto, tanto si uno emite un haz de luz
en la dirección y sentido del desplazamiento de la Tierra, como si lo hace en sentido opuesto, la luz
viajará a la misma velocidad con respecto al éter. Sin embargo, justamente por esto, no viajará a la
misma velocidad con respecto a un observador situado en la tierra. En efecto, si la tierra viaja a una
velocidad v en la órbita, y emitimos la luz en el sentido del desplazamiento de la Tierra, si la luz
viaja a una velocidad c con respecto al éter, según la relatividad de Galileo, la velocidad de la luz
con respecto a la tierra será de c-v. En cambio, si emitimos la luz en sentido opuesto, la velocidad
de la luz con respecto a la Tierra será de c+v. Recordemos que la luz, aunque se emita en la Tierra,
se desplaza por el éter, puesto que éste llena los espacios entre las moléculas del aire.

Según esto, el experimento consistiría en medir la velocidad de la luz en diferentes direcciones


y sentidos, con la idea de encontrar el valor más alto (que sería vmax = c + v) y el más bajo (que
sería vmin = c − v), para después hallar la velocidad de la tierra ([vmax − vmin ] /2), sirviéndose del
llamado interferómetro de Michelson para realizar la medición.

Así pues, Michelson y Morley midieron la velocidad luz en diferentes direcciones, pero no todo
fue como era de esperar. Los resultados determinaron que la velocidad de la luz era la misma en
todas las direcciones. Esto significaba que la tierra debería encontrarse parada en el éter. Por si
acaso, se repitió el experimento en una época diferente del año, cuando la Tierra estaba en un punto
de la órbita diferente: el resultado fue exactamente el mismo. Por tanto, según los pensamientos de
aquel momento en cuanto al éter y la luz, la tierra debía estar permanentemente parada en el éter.
El experimento había resultado fallido, pero al mismo tiempo había abierto un camino para nuevas
explicaciones del comportamiento de la luz (en especial su velocidad), camino que desembocaría en
una teoría que daría un giro completamente inesperado a la concepción de la naturaleza, acabando
con los conceptos absolutos de tiempo y espacio.

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