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Hermeneia, traducción, explicación, expresión o interpretación que permite la comprensión) En general

significa, pues, el arte de la interpretación de un texto, es decir, la posibilidad de referir un signo a su


designado para adquirir la comprensión. A veces se ha identificado con la exégesis, o con la reflexión
metodológica sobre la interpretación. Actualmente, este término designa una teoría filosófica general de la
interpretación.

Con Heidegger la hermenéutica se relaciona directamente con la ontología de la existencia. La comprensión


es entendida como una estructura fundamental del ser humano, es un existencial del Dasein. Ya no se trata
de la mera comprensión de un texto en su contexto, sino que en la comprensión ya va involucrada la propia
auto-comprensión, que aparece por medio del lenguaje. Así, la hermenéutica no es una forma particular de
conocimiento, sino lo que hace posible cualquier forma de conocimiento. Esta identificación entre
hermenéutica y ontología se hace patente en cuanto que se aborda la cuestión del sentido del ser a partir de
la comprensión del ser del Dasein. El hombre, en cuanto abierto al ser, es el intérprete privilegiado del ser. De
esta manera, la filosofía, entendida como ontología fenomenológica, debe basarse en una hermenéutica del
Dasein1. Por ello, la comprensión no es un simple proceso cognoscitivo sino que, ante todo, es un modo de
ser. En este proceso aparece el círculo hermenéutico, que caracteriza la comprensión como una estructura de
anticipación que muestra el carácter de lo «previo» o de la pre-comprensión: toda interpretación que haya de
acarrear comprensión tiene que haber comprendido ya lo que trate de interpretar. Pero este círculo no es un
círculo vicioso, sino un círculo abierto que muestra aquella identificación entre hermenéutica y ontología.

Gadamer, en su obra fundamental, Verdad y método, desarrolla las líneas abiertas por Heidegger hacia la
plena relación entre la hermenéutica y el lenguaje, y estudia el proceso del círculo hermenéutico desde una
rehabilitación de las nociones de pre-juicio y de tradición. Pero la comprensión, a diferencia de lo que había
sustentado Schleiermacher, no debe pretender que el intérprete ocupe el lugar del autor, sino que debe
entenderse como una fusión de horizontes históricos. En la última parte de la obra mencionada, Gadamer
opera un pleno giro ontológico al identificar el ser con el lenguaje: «el ser que puede llegar a ser comprendido
es el lenguaje». Para Paul Ricoeur, que junto con Gadamer es uno de los autores más relevantes en la
hermenéutica contemporánea, el objetivo que esta disciplina debe perseguir es la de identificar el ser del yo.
De un yo que no puede reducirse a ser simplemente el sujeto del conocimiento, sino que está abierto a
muchas otras experiencias. Pero la reflexión no proporciona nunca una intuición del yo. De hecho, el cogito 2
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Término alemán, que Martin Heidegger utiliza como concepto fundamental en Ser y tiempo (1927), y que se
traduce como «existencia», «realidad humana» o, más comúnmente, en castellano como «ser ahí». En la
ontología fundamental de Heidegger, el ser-ahí es el ente privilegiado a quien se dirige la pregunta por el ser,
así como quien formula la pregunta. Es privilegiado porque a su carácter óntico une un carácter ontológico,
porque se trata de aquel ente al que le es esencial una comprensión de su propio ser, en el sentido de que su
relación con los demás entes implica un cierto modo de entender en qué consiste el ser en general. Que
Heidegger afirme que el ser-ahí
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Abreviatura de la frase, cogito ergo sum, «pienso, luego existo», con la que Descartes enuncia: 1) la primera
verdad claramente y distintamente conocida, que es a la vez primera verdad de su sistema filosófico (ver texto
); 2) la afirmación de que fundamentalmente el hombre es una sustancia cuya esencia es pensar (ver texto ).
Normalmente se entiende a la manera de una expresión intuitiva de la evidencia que el sujeto tiene de sus
actos mentales. Aunque su formulación parece expresar una consecuencia, «existir» (sum) y «pensar»
(cogito) son más bien dos intuiciones
que parecen simultáneas. Descartes expone la evidencia que tiene de sí mismo como pensamiento en
Discurso del método (IV parte: «yo pienso, luego soy»); en Los principios de la filosofía (I, 7) y en
Meditaciones metafísicas (Meditación II: «yo soy, yo existo», «yo soy una cosa que piensa»).
es una afirmación vacía, que sólo puede hallarse en sus objetivaciones. Pero éstas deben ser interpretadas, y
en el proceso de la interpretación se muestra que el yo que se objetiva está mediatizado por signos y
símbolos. La misma identidad del yo es dependiente de la interpretación de dichos signos y símbolos, porque
la función simbólica es condición de posibilidad del yo. No obstante, no hay una única hermenéutica posible,
sino varias estrategias distintas.

Por ello Ricoeur, que elabora su teoría en diálogo continuo con el estructuralismo, con el personalismo, con la
lingüística y con la semiótica, intentará aunar estas distintas estrategias. De entre ellas destaca la iniciada por
los que el mismo Ricoeur llama los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud), que han señalado el
carácter escondido y disfrazado con el que se presenta una falsa realidad que ha tergiversado el sentido, y
han mostrado que la verdad aparece invertida o disfrazada. Marx mostró el carácter invertido de la ideología.
Nietzsche -que es uno de los principales inspiradores de la hermenéutica contemporánea al señalar que no
hay hechos, sino interpretaciones-, mostraba la inversión de los valores. Freud, al inaugurar un procedimiento
de interpretación de los sueños y, en general, del psiquismo que se reduce a «disfraces» de pulsiones
inconscientes reprimidas, ofrece un modelo fundamental para la hermenéutica de Ricoeur. Pero hay otras
hermenéuticas posibles, que intentan revelar directamente el sentido, y Ricoeur intentará fundir estas distintas
hermenéuticas. En cualquier caso, la hermenéutica muestra, según Ricoeur, que la pérdida de las ilusiones
de la conciencia es la condición de toda verdadera reapropiación del sujeto. Por otra parte, desde los
defensores de la teoría crítica, Habermas y K.O. Apel, especialmente, se ha desarrollado una hermenéutica
ligada a la crítica de las ideologías. En concreto, Habermas descubre una relación entre conocimiento e
interés, y elabora una crítica a la ingenua y mistificadora metodología positivista. Además, han aparecido
teorías hermenéuticas desde otros enfoques, de manera que sigue desarrollándose una hermenéutica
teológica, con autores como K. Barth, R. Bultmann, E. Fuchs o G. Ebeling; una hermenéutica de la historia,
con W. Pannenberg o una hermenéutica jurídica, con E. Betti. Desde las llamadas filosofías de la
posmodernidad, críticas con todo intento de considerar la epistemología como fundamentadora, se ha
interpretado la hermenéutica como sustitutoria de dicha epistemología. Así, Richard Rorty afirma que «las
hermenéutica es una expresión de esperanza de que el espacio cultural dejado por el abandono de la
epistemología no llegue a llenarse», con lo cual, además de reforzar su concepción contraria a los intentos de
fundamentación, se aparta también de la tradición hermenéutica de autores como Apel o Habermas.

Según mantiene la filosofía analítica, el enunciado de Descartes debe analizarse desde la perspectiva de la
función performativa del lenguaje. Un enunciado es performativo cuando se hace verdadero en el momento
de pronunciarse («yo pienso, yo existo»); y, en este sentido, sostiene Descartes que su «cogito» es
necesariamente verdadero, siempre que lo dice o piensa (Meditación II). Si esto es así, entonces, dicen los
analíticos, de cualquier enunciado puede deducirse la existencia de quien lo pronuncia: «Río, por tanto
existo» sirve tanto como «Pienso, por tanto existo». La lección de Descartes, no obstante, consiste en que es
posible dudar de todo cuanto no es sólo pensamiento. La evidencia inmediata de la propia existencia va
unida, según él, sólo al hecho de pensar, no al contenido de lo que se piensa. La expresión cartesiana tiene
un precedente histórico en Agustín de Hipona, quien recurrió a enunciados parecidos para combatir el
escepticismo de su tiempo.

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