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MINICUENTOS PARA LA EXPOSICION.

Las gafas
Matías García Megía

Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.

Sólo una vez...

Mi mujer dormía a mi lado.

Puestas las gafas, la miré.

La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.

El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi
mujer.

Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de
platino de mi mujer.

Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos:
no cabía duda, aquello era mi mujer.

Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió
a la cama.

Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.

Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje.


Un creyente
George Loring Frost

Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una


galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo:

-Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?

-Yo no -respondió el otro-. ¿Y usted?

-Yo sí -dijo el primero, y desapareció.

El dedo
Feng Meng-lung
Un hombre pobre se encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder
sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las
dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió en
oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco. El amigo tocó un
león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El amigo
insistió en que ambos regalos eran poca cosa.

-¿Qué más deseas, pues? -le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.

-¡Quisiera tu dedo! -contestó el otro.

Literatura
Julio Torri

El novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la


numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo
iba a pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más
que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que
decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en
esos instantes de albatros y grandes aves marinas los cielos sombríos y
empavorecedores.

La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el
abordaje; la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en
que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo,
gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica,
sobrenatural.
Página asesina
Julio Cortázar

En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar
del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.

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