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El drama wagneriano

Por Houston Stewart Chamberlain

ARTE Y FILOSOFÍA

Creemos útil recordar las siguientes palabras de Kant: "Es una grande y necesaria prueba de perspicacia y
de inteligencia el saber qué cuestiones pueden ser formuladas razonablemente." Pues la tan debatida
cuestión de si las obras de Wagner contienen una filosofía, es tan contraria al buen sentido que resulta
difícil contestarla. Esta es otra de las razones que nos obliga a no pasar este punto en silencio.

De un modo intuitivo es decir, sin tomarse la molestia de meditarlo- creen muchos que el verdadero
artista está emparentado con el verdadero filósofo. Y para explicarse exactamente la naturaleza de ese
parentesco, nada mejor que comparar entre si a algunos hombres célebres; por ejemplo, comparar a
Beethoven y Kant, a Wagner y Schopenhauer; pues la relación que pueda existir entre la obra de arte y el
sistema filosófico es extraordinariamente parecida a la que existe entre los propios genios creadores de
una y otro. No se puede pretender, en realidad, que exista entre ellos una verdadera antítesis; pero hay
que reconocer, no obstante, que son diametralmente opuestos unos a otros, como lo son los dos polos de
un globo, o mejor aún, como el hombre es opuesto a la mujer. Así, pues, una obra de arte que fuese al
mismo tiempo un tratado filosófico, nos parecería tan monstruoso como un hermafrodita.

El lazo de unión entre la filosofía y el arte consiste esencialmente en lo siguiente. La obra de arte
proporciona al pensamiento una imagen pura y definida del mundo interno. Gracias a esta imagen, la
mirada penetra más allá de las apariencias con que el entendimiento reviste el fenómeno, y el filósofo se
encuentra en contacto con la esencia intima e invisible de las cosas. De la misma manera que la lógica, la
psicología, la metodología, etc. han sido fundadas sobre la base de las matemáticas y las ciencias
naturales, asi también la metafísica más ,elevada necesita del, arte para llegar a los más profundos
conocimientos. Y la grandeza de Schopenhauer radica, sobre todo, en haber reconocido claramente esta
verdad. En efecto, nos dice este filósofo: "Toda obra de arte se dirige propiamente a mostrarnos la vida y
las cosas tal como son en realidad. Pero esta realidad no todos pueden comprenderla inmediatamente,
porque se halla cubierta por el velo de los accidentes objetivos y subjetivos. Y el arte levanta este velo ...
(63). El gran valor y la importancia del arte consisten en que nos proporciona en esencia lo mismo que
obtenemos por el mundo visible, pero de un modo más condensado, más completo, por medio de la
elección y de la reflexión ... (64) Las obras de arte plásticas y dramáticas contienen toda la sabiduría ... (65)
La filosofía ha tardado tanto tiempo a manifestarse porque se procuró fundamentarla en el terreno de la
ciencia, en vez de escoger el del arte (66).

Debemos repetirlo: las ciencias ofrecen a la contemplación filosófica la imagen clara y precisa del mundo
externo, mientras que el arte le presenta la imagen luminosa del mundo interno. Y esto es aplicable de
una manera general a todo arte que merezca en realidad el nombre de tal.

Pero cuando se trata especialmente del arte de Wagner, no hay que olvidar los principios siguientes:
primero, este arte es el más universal de todos; segundo, reúne un conjunto de condiciones que hacen de
él el arte más puro; y tercero, el genio maravilloso de Wagner comunica a sus obras un valor intensivo que
no es fácil apreciar. Esto nos autoriza a deducir que las obras de Wagner "contienen toda clase de
sabiduría", como dice Schopenhauer, y que esta sabiduría y esta comprensión más intima del mundo nos
son reveladas por ellas con una claridad que hasta al presente no podía imaginarse.

Pretender que las obras de Wagner "contienen filosofía", es tan absurdo como decir, por ejemplo, que “el
mundo contiene filosofía". Claro está que esto no tiene ningún sentido, pues la filosofía no existe más que
en la mente del filósofo; el mundo es el mundo, y nada más; y si la razón del pensador va de abstracción
en abstracción y construye un sistema, ello no tiene ninguna relación con el mundo. Aquel cerebro en
función es simplemente uno de sus fenómenos, y no puede decirse que el mundo contenga filosofía sino
en el sentido de que contiene al hombre que ha creado aquella filosofía. Por lo tanto, la relación existente
entre la obra de arte y la filosofía es del todo análoga a la relación entre el mundo y la filosofía. Podrá ser
que la obra de arte excite en nosotros el deseo de pensar y que, al ofrecemos una imagen del mundo
interno más luminosa que las que conocíamos y al hacernos penetrar asi más profundamente el misterio
del mundo, constituya, por la impresión que nos produce, como un punto de partida para que nuestro
cerebro reanude sus funciones normales y pueda llegar a forjarse toda una cadena de nociones abstractas,
como puede hacerlo igualmente con cualquier otra base. Pero querer deducir de ello que esa cadena se
hallaba forjada en la obra de arte, o tan sólo que sus componentes se encontraban en ellas sueltos, resulta
realmente extremada modestia para el que en verdad es su único autor. ¡No, querido filósofo, lo que tu
ves es tu propia obra y no la de otro! Pues el artista no hizo otra cosa que ver el universo; para él, ver es la
función normal, como la tuya es pensar.

Lo más curioso es que semejante equivocación haya sobrevenido particularmente tratándose de Wagner y
de Schopenhauer, que parece que deberían estar exentos más que nadie de ella, puesto que sus escritos
demuestran que uno y otro reconocieron del modo más patente la barrera infranqueable que separa la
abstracción de la intuición.

"El arte -ha dicho Wagner- deja, en el fondo, de ser arte, siempre que queremos considerarlo a través de la
reflexión." Schopenhauer, en su calidad de filósofo, da naturalmente más amplio desarrollo a este tema, y
nos dice: "Cualquiera que sea en la práctica la utilidad de la noción abstracta, por importancia que tengan
sus aplicaciones y su Fecundidad en las ciencias, no por esto deja de ser eternamente estéril para el arte. En
cambio, la idea -en el sentido platoniano del vocablo- es el origen verdadero y único de toda obra de arte
digna de este nombre ... (67). Pero las ideas son esencialmente del dominio de la intuición, de la
contemplación, y por lo tanto, en sus determinaciones más precisas, son inagotables. Su comunicación sólo
podemos adquirirla por la vía intuitiva, que es la del arte ... La sola noción abstracta es, por el contrario,
algo que el pensamiento basta a comprender, determinar y agotar ... Querer expresarlo en una obra de
arte, es, dar un rodeo bien inútil, es incurrir en la falta, que precisamente condenamos, de jugar con los
recursos del arte desconociendo su fin ... Así es que al contemplar una obra veremos, a través de la
riqueza de procedimientos artísticos, surgir poco a poco y aparecer por fin plenamente, la noción
abstracta y clara, limitada, fría y sobria… pero sentiremos como cierto despecho y' repugnancia ... Por
este motivo es una empresa indigna y ridícula a la vez, querer, como se ha intentado hoy en día más de
una vez, referir un poema de Shakespeare o de Góethe a una verdad abstracta que estos poetas se
hubiesen propuesto comunicarnos …Tan sólo el pensamiento que ha sido contemplado -comprendido por
intuición- antes de reflexionar, tiene, en la obra de arte, el poder de conmovernos Y convertirse asi en algo
inextinguible ... (68)”.

Podríamos continuar citando páginas enteras de Schopenhauer que contienen iguales apreciaciones sobre
la naturaleza del arte y el lugar que le corresponde, pues abundan en su obra. Y después de lo que
Schopenhauer ha escrito en este sentido, ¿no resulta satírico -y no desalienta el pensar que sea
precisamente su filosofía la que se pretende descubrir en las obras de arte, y que estas obras sean
justamente los dramas de Wagner?.

Mas no queremos concluir con una simple crítica negativa, y considerando esencial que, sobre este punto,
nuestras ideas sean muy precisas, intentaremos exponer en breves líneas los lazos de unión que juzgamos
existentes entre el arte y la filosofía.

En primer término, se encuentran ligados por el tema sobre que recae la acción de uno y otra, o sea el
mundo, el universo. Cuanto más se eleva la filosofía, se hace más abstracta; del mismo modo, para el arte
constituye un progreso el alejarse de todo lo que es accidental; y la música, en particular, sólo se aplica a
lo que forma la misma base de la vida, a lo que es su propia y pura esencia. De ello resulta que el arte y la
filosofía se elevan a la vez por encima de las nieblas de todo lo occidental y limitado, y alcanzan una
región serena, en la cual se encuentran los dos frente a frente y donde sus miradas tienen que cruzarse.
Mas no podrían fundirse uno en otra: por el contrario, cuanto más la razón se esclarece siguiendo la via
de la abstracción, más se aleja de la intuición artística; y por otra parte, cuanto más el arte se libera de lo
arbitrario y convencional, queda también más libre del concurso de la razón, y más se manifiesta bajo la
forma de la pura intuición. Podemos afirmar, en consecuencia, que cuanto más la filosofía y el arte se nos
aparecen en su propia esencia, más obligados estamos a considerarlos como dos fenómenos,
diametralmente opuestos de la naturaleza humana; pero ello no impide que se comprendan mutuamente.
El arte liberado del concurso de la razón, tendrá una visión intuitiva mucho más clara de lo que
constituye la esencia de ésta; y lo que habrá visto no nos lo explicará, en realidad, pero nos lo mostrará.
En cuanto a la razón, nadie mejor que Schopenhauer nos ha mostrado hasta qué luminoso conocimiento
de la esencia del arte puede elevarse.

He aquí, por lo tanto, un primer punto de contacto entre el arte y la filosofía. Pero hay todavía otro. Lo
hemos mencionado varias veces y aparecerá claramente por si mismo con solo recordar que en el arte se
encuentra contenida toda la sabiduría y que la verdadera obra de arte es una imagen purificada y
condensada del mismo mundo. Las obras de arte verdaderamente sublimes pueden considerarse como
revelaciones. jamás habrían sido creadas por el cálculo ni por el más inteligente juego de combinaciones; y
nosotros mismos, ante ellas, experimentamos de súbito una visión del mundo completamente nueva, y
descubrimos por intuición relaciones que, de otra manera, nunca hubiéramos sospechado. El filósofo
podrá, pues, adquirir la sabiduría en las obras de arte. Esto no significa qué éstas contengan las teorías que
el pensador deducirá de ellas; pero lo que realmente contienen es mucho mejor que las mismas teorías: es
una sabiduría cuyo mejor calificativo es proclamarla "una revelación de la sabiduría divina". 0 para
decirlo mejor: la obra de arte no contiene esta sabiduría sino que es la propia sabiduría. Y la voz elocuente
de dicha sabiduría podemos oirla por medio de las obras de Wagner.
RESUMEN Y CONCLUSIÓN

Para terminar este breve estudio de las obras del segundo periodo de Wagner, demos una ojeada general
sobre los resultados obtenidos. Esperamos haber convencido al lector de que cada una de las obras
examinadas es un poma dramático y al propio tiempo haberle hecho entender claramente que no se pueden
apreciar y comprender sino considerándolas desde este punto de vista. Hemos visto que, para
conseguirlo, es necesario, ante todo y sobre todo, llegar al conocimiento profundo del significado de la
música en el drama; pues desde el momento que el concurso de la música constituye el elemento más
poderoso de la expresión dramática, el sentido que atribulamos a la palabra acción tiene que experimentar
profundas modificaciones. Y como que la música se manifiesta bajo condiciones completamente
diferentes de las establecidas en las reglas de los otros géneros para los que su concurso era asimismo
solicitado, estas reglas no pueden ser aplicadas para juzgar el drama wagneriano.

Es igualmente muy importante destacar que el lenguaje y la parte escénica, gracias a su intima fusión con
la música, se encuentran colocados ahora en condiciones de vida muy distintas de antes; si bien todo
juicio fundado en las teorías establecidas para el drama declamado ha de conducir a errores si quiere
aplicarse al drama wagneriano.

El papel de la música en el drama y el nuevo sentido que se ha de aplicar a la expresión acción dramática,
son los dos puntos que nos hablamos propuesto poner de relieve. Como que ambos derivan de un mismo
principio, vemos que pueden reducirse también a una misma condición; pues al esforzarnos en poner de
manifiesto lo que creemos que es la verdadera acción en cada uno de los dramas examinados, hemos
tenido que demostrar que esta verdadera acción no puede manifestarse mas que por la música; y por el
contrario, al estudiar los detalles, como en Tristán e Isolda y El Anillo del Nibelungo, hemos tenido que
reconocer que cada vez que la música alcanza un gran desarrollo es porque obedece a una necesidad
dramática.

Volvamos a exponer una vez más, por separado, cada uno de los rasgos principales que distinguen el
drama wagneriano de las otras formas de drama.

El primero de ellos es, como dijimos, el papel que en aquél representa la música. Esta es la que le impone,
como ley absoluta, que la acción sea exclusivamente la que se desenvuelve en el hombre interno, liberado
de la influencia de los convencionalismos y de las formas accidentales. Porque, en otro caso, el concurso
de la música resulta puramente arbitrario y queda reducido a una diversión, sin formar parte integrante
del conjunto. En el drama wagneriano, por el contrario, la música revela la vida interna, invisible, y es
una necesidad dramática; sólo interviene en la exposición del drama en la medida exacta que la acción lo
exige.

El segundo rasgo característico del nuevo drama es el de dirigirse a todas las facultades humanas, y
gracias a ello interesa y cautiva al ser entero.

Acerca de este punto queda aún algo útil por observar, pues ocupados en precisar el papel de la música,
apenas hemos podido tratar en este libro con la extensión que se merece las demás partes orgánicas del
drama. Hemos demostrado, no obstante, con algunos ejemplos prácticos, que el papel del lenguaje
hablado es aquí muy diferente que en las otras formas de drama, sin perder por ello nada de su potencia
ni de la variedad de sus recursos. Como que esto se realiza por la misma música, la parte del lenguaje
hablado está estrictamente subordinada a la intención fundamental y creadora, que es la idea poética.
Desde el conjunto del efecto escénico hasta al menor gesto del actor, la visión representa aquí un
elemento considerable, que excede en gran manera a lo que podría realizar sin el concurso de la música.
Porque en lo sucesivo, una salida de sol, un claro de luna, una fiesta popular o cualquier otro cuadro, no
serán ya, como en la ópera, un simple pretexto para recrear nuestros ojos mientras se nos hace oír un
trozo de música cualquiera; sino que, al contrario, su significación dramática, esto es, la influencia que
ejercen en el alma de los personajes, nos es revelada precisamente por la sinfonía que envuelve el
conjunto y crea la unidad sensible; y como consecuencia, tales escenas pueden así alcanzar a menudo una
gran importancia en el curso de la acción. El medio ambiente se funde con el alma invisible. Lo propio
ocurre con el gesto, y en general con todas las actitudes y movimientos de los personajes. No solamente la
música los subraya cuando tienen importancia en el drama, sino que los liga a la acción de una manera
intima, dándole en todo caso un significado claro y preciso. De esta suerte una larga escena puede
transcurrir toda ella en silencio y ser, con todo, altamente emotiva.

Con lo expuesto esperamos. que no se nos tildará de exagerados si afirmamos que en las obras de Wagner
no se puede realmente comprender ni la música, ni la poesía, ni el aparato escénico, ni los movimientos
de los personajes, en una palabra, si no se considera todo desde el punto de vista de la acción dramática.

Y se habrá de reconocer también que Wagner nos ha legado no sólo una serie de obras admirables, sino
que, por encima de todo, ha creado un género de drama absolutamente nuevo, y en el cual “la fuente de
la invención no se agotará jamás". En efecto, el interés que va unido al estudio del drama wagneriano no
concluye con el estudio de las obras de Wagner. Si la idea del drama wagneriano es acertada -y creemos
poder afirmar que los dramas de Wagner nos han dado una prueba más que suficiente de este acierto-
una nueva e inmensa región se abre al genio de 1 hombre; y como que en aquél se hace referencia a todas
las potencias humanas, a todas las facultades del sentimiento y de la expresión, podemos preguntarnos si
será posible de hoy en adelante crear nuevas obras de arte supremo fuera de esta nueva forma de drama
creada por Wagner.

¿Y cuándo verá el mundo surgir otro genio tan colosal como Ricardo Wagner? Sólo Dios lo sabe. Pero hay
una cosa que puede asegurarse con certeza y es: que hasta que la idea-madre de su obra no encuentre un
terreno fértil, hasta que los artistas y el público la comprendan y la acepten, hasta que ella llegue a
constituir la atmósfera de su vida artística, hasta entonces las obras de Wagner no existirán en realidad.
Pues lo que hoy poseemos de ellas no es sino una sombra, por que el solo hecho de admirarlas no nos
conduce a nada, y la imitación de los medios externos empleados por el maestro ' es más bien funesta. Es
la idea, la idea de donde salió la nueva forma de drama lo que debemos apropiarnos; y esto solo podemos
hacerlo repensándola por nosotros mismos, para verla claramente por nuestros propios ojos. Mientras no lo
hagamos así, no podremos pretender poseerla, ni tampoco poseer las obras que fueron creadas bajo el
imperio de aquella idea y que en ella viven.

Ahora se comprenderá que este libro lleva por título EL DRAMA WAGNERIANO. Nuestra intención no
ha sido la de ofrecer al lector un comentario de las obras teatrales de Ricardo Wagner; otros escritores
tienen más aptitudes para ello; y además confesamos que sólo sentimos un interés mediano por los
estudios eruditos que nos puedan ofrecer en ese aspecto, porque sólo se 'relacionan de un ' modo lejano
con el arte. Hemos tratado de hacer exactamente lo contrario de lo que hacen estos eruditos; hemos
procurado descubrir cuál era el punto vital de la nueva concepción del drama que debemos a Wagner; y
para que este estudio no resultase puramente teórico y estéril, hemos intentado vivificarle con todo lo que
podía servir para ilustrarlo, extrayéndolo de la vida de Wagner, de sus escritos y de sus obras. Así hemos
visto nacer y desarrollarse esta nueva forma de drama, desde la tragedia compuesta por Wagner niño
hasta a Tristán y Parsifal. Hemos examinado la concepción teórica que se hizo el maestro después de haber
descubierto la forma perfecta, por el esfuerzo soberano de su genio, ayudado por la experiencia adquirida
en la primera serie de obras teatrales. A continuación el examen de estas primeras obras nos ha sido de la
mayor utilidad, pues en ellas hemos podido ver al maestro en plena duda e investigación, y hemos
asistido a una especie de conflicto entre el poeta-músico y el músico-poeta; y esto es quizás lo que puede
iniciar con más seguridad en el conocimiento profundo del drama wagneriano. Los cuatro grandes
dramas de la madurez nos han proporcionado, por último, toda una serie de comentarios al examen de
esta concepción wagneriana del drama, definida en los tres primeros capítulos. Contemplando la idea-
madre en la práctica, en asuntos de naturaleza bien diversa, es como hemos podido examinarla bajo todos
sus aspectos, procurando de esta manera que fuera para nosotros una cosa -por así decirlo- plástica, real y
viviente.

Y la iniciación en esta concepción artística y viviente del drama wagneriano, era el único objeto que nos
habíamos propuesto.

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