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DON

Don vivió mucho e hizo poco; era solitario pero de rivales; era feliz pero no sonriente.

Por cosas del destino y por como la vida se dispone ante todos, murió joven y solo. Los

“como” que llevaron a su muerte importan poco, el “luego” es a lo que venimos a

hablar. Como era común y es conocido por todos, el cuerpo de Don quedo atrás

mientras su espiritu desapareció, camino adelante; siguió y siguió hasta chocar de

frente ante una puerta de oro masizo, de casi tres metros de altura, sin pestillos o

cerraduras, ninguna forma posible de abrirse por fuera, pero Don como siempre había

sido en vida, se quedó allí esperando en silencio. Finalmente las puertas se abrieron y

sin dudarlo por ningún momento, entró. Lo que se reveló ante sus ojos fue una

profunda, clara –pero oscura al mismo tiempo- niebla de color verde, pareciendo a su

alrededor como si un aire tóxico embargara todo el ambiente, pero no era así y Don

comenzó a avanzar por entre la niebla, con suelta naturalidad y simplicidad; la niebla

podría no ser tóxica pero molesta al fin y al cabo, por lo que Don debía quitarla de su

vista con su muerta mano, y así poder observar donde caminaba –si es aquello lo que

hacía allí, pero de forma cuestionable, ya que ni cielo ni suelo se encontraba a la vista-

cuando pudo despejar a cierta cantidad la niebla, observó que no se encontraba solo

allí, varias personas, normales, pero desnudas con cabellos finos y largos que llegaban

a pisar con sus talones caminaban por allí con la misma soltura que Don. Compartían la

misma naturalidad, pero Don no pudo evitar sentirse aparte del paisaje, vestido con su

pijama común –ya que había muerto en sus sueños- y corriente rodeado de personas

desnudas, por lo que no dudo por ningún otro momentos y se desvistió de sus trapos.

Allí desnudo llegó a pie frente a una nueva puerta de oro, aún mas dorada y
monumental que la anterior –si aquello siquiera es posible-. Un anciano, desnudo y

con cabellos y barbas blancas y largas cubrían su todo, mientras movía

juguewtonamente entre sus dedos un llava del mismo oro que la puerta. Observó a

Don por unos segundos con una sonrisa permanente en su rostro en todo momento,

hasta que le saludó de forma simple y directa, luego sin decir nada mas, Don

finalmente habló cortando el silencio incomodo que le cubría junto con la insistente

niebla.

-¿Para qué es esta puerta aquí? Pensé que ya estaba en el cielo, todos aquí se ven tan

felices y desnudos, con sus eternas cabelleras- dijo.

-Claro que se ven todos felices aquí, son mediocres y se conforman con lo poco que le

dan, son felices con una pisca de niebla verde, soles que amanecen por debajo de sus

pies y el derecho, además deoportunidad, de andar sin ataduras sociales; en realidad,

creen ellos que las ropas los haría infelices pero es su elección. Tu estás desnudo por

que así andaba la gente pero no pareces demasiado feliz con tu estadía aquí lo que

hace preguntarme, por curioso, ¿eres tu feliz aquí? ¿crees que podrías serlo?-

respondió el anciano, sin quitar su sonrisa de sus labios, labios por cierto absoluta y

limpiamente desdentados, una voca vacía, sin labiops, sin dientes y sin lengua pero el

anciano parecía feliz y Don no pecaba de curiosidad, asi que preguntas respecto a su

condición nunca surgieron en esta conversación.

Don no supo que responder a aquella pregunta, había muerto recientemente, eso lo

sabía bien, pero tambien creía saber que el lugar a sus espaladas que carecía de suelo

o cielo, solo niebla, era el paraíso hablado cuando vivo, o al menos parecía serlo. Su

silencio comenzó a impacientar al anciano, que levantándose de su asiento –sea cual

sea que haya sido- y acrecandose hacia Don, le repitió en susurros la pregunta: “¿Has
sido tu feliz en tu tiempo aquí?”. No importara la cercanía que tomará el anciano, Don

no respondió; por lo que este se acercó por su cuenta hacia la puerta y descorriendo

una cerradura interna, introdujó la llave dorada; abriendola así por completo dejando

entrar sobre sus ojos una luz dorada, casi blanca y segadora, unida a una escencia de

manzanas, tabaco y pinos silvestres, todo en uno. “¿Será este el cielo entonces? Estos

olores y esta luz son casi inavitables, ¿Cómo sería feliz yo aquí?” penso Don en

soledad, el anciano se había marchado de allí hace momentos, probablemente

uniendose al festín de los demás. Don quedó alli, y asumiendo, haciendo lo correcto

como siempre, debía haber dado un paso hacia adelante y entrar donde los mediocres

decidían evitar entrar pero sus piernas no hicieron omisión del mandato de su cerebro,

no avanzaba y aunque lo pedía él en su interior no lo deseaba de igual forma; se había

quedado en blanco por completo sin entender lo que sucedía a su rededor, pero de

algo podría estar seguro, no podría, nunca aunque lo intentase, vivir en aquel sitio de

forma feliz, nunca podría tolerar los olores que enbargaban sin tregua el lugar o

caminar algun paso sin verse segado por completo ante la luz blanca y brillante. Por lo

tanto, y como su mente le repetía constantemente, no entró, permaneció de pie allí,

en silencio con su vista en un punto imaginario, esperando encontrar dentro alguna

sombre que se asimilara a su figura pero nada mas qaue luz vió por segundos,

segundos que parecían horas, donde cada vez mas perdía su vista; por alguna razón

que no se lograría explicar de la mente humana, Don no retiró la vista hasta que cayó

rendido entre la niebla y la luz sin decir nada, toda conversación o palabras que dijera

estaban en su mente: “¿Qué puedo preferir de entre esto? ¿Qué me hes mas

asegurado para mi propia felicidad y estabilidad mental? ¿Cómo quisiera pasar el resto

de mis días, si es que esta vida tiene algún termino? ¿Qué prefiero, vivir por mediocre
recibiendo mi castigo de conveniencia o vivir enceguecido rodeado de olores infernales

y en solitario, pero sabiendo para mí mismo que no soy alguien conformista? Si

escogiera la vida de mediocre, tal vez viva po siempre rechazado con mi escaso cabello

y mi puritana actitud de recién llegado pero su escogiera la vida de adelantado viviré

igualmente en solitario pero con satisfacción luchando en mi mente junto a la

infelicidad”.

La desición que tomo luego Don no se conoció por nadie excepto el mismo, mudo y sin

vista, Don se acostó canzado de pensar sobre el suelo que no era y bajo el manto del

cielo que no había hasta que finalmente llegó al punto de la putrefacción completa,

muriendo de forma pasifica pero de apariencia grotesca; si uno lo considera de forma

positiva para él creería que Don hizo la mejor elección para sí mismo, el no haber dicho

palabra respecto a aquellos dos infiernos le fue mas satrisfactorio en su interior que

vivir entre infelicidad. Pronto, la figura de Don se desvaneción, consumido por la niebla

y la luz al mismo momento, sin dejar nada de quién pudo alguna vez haber fallecido

luego de una vida sin control; no, aquello nunca fue el caso o la preocupación de Don

al fallecer, sino donde dormiría al día siguiente; quien habría podido adivinar que su

proxima siesta sería su ultima, donde pro fin, llegaría al cielo o al lugar que merecía, ya

que él nop era ni mediocre ni infeliz, era Don y asi siempre se había permnecido. Don

el primer muerto doble, a quien nadie extraño o hará.

FIN

Francisca Fernández Arce

1 medio A

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