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La vida dentro del inmenso mundo de la prensa y la popularidad no conoce límites.

Claro ejemplo de ello, es el particular caso del par que levantaba polémica formado por el
actor televisivo Alonso Herrera y su pareja, secretaria de la compañía publicitaria que éste
patrocinaba, Ágata Arias. El auténtico motivo del debate que se había iniciado era el supuesto
cambio que el actor había experimentado mostrándole al público (en mi opinión su verdadero
vicio) que su amor por las personas iba más allá de su popularidad, proclamando a los cuatro
vientos su romance con una simple secretaria.

Aunque el célebre personaje creyese que su historia era creíble y, lo que era crucial
para él, que limpiase su imagen, lo cierto era que ya no quedaba persona alguna que diese
credibilidad al noviazgo, por mucho que hiciesen por aparentarlo. Corrían de boca en boca las
verdades que se querían negar. Ágata, era la única de ellos dos que en algún momento sintió
algo especial por Alonso, pero éste la usó desde el primer momento hasta el último
arrastrándola hasta que ya no pudo salir del universo de la prensa rosa.

* * *

Caminaba aprisa por los estrechos callejones de la ciudad donde les resultaría difícil
encontrarme. Los tacones se clavaban en mis talones al tambalearse bajo mis pies doloridos
de huir. Ahora él quería que apareciésemos en público cerca del jardín botánico, donde van
todas las parejas cuando se acercan estas fechas. ¿Algún día acabaría aquello? Me permití
dudarlo tres, cuatro veces hasta que me percaté que de que la respuesta era obvia.

La lluvia empezó a caer desde lo alto tímidamente mientras en el bolsillo mi móvil


sonaba con insistencia. ¿Para qué? ¿Acaso no podía dejarme tranquila unos momentos? ¿Era
mucho pedir? Cuando por fin el pequeño aparato terminó de gemir, decidí pararme y
reconsiderar la opción de marcharme del país por ejemplo, lo cual, tampoco era solución. Él
siempre sería mi sombra para lo malo y… para lo malo.

* * *

Alonso se encontraba plácidamente sentado en su sillón de cuero malgastando las


horas de su preciado tiempo observando los canales de prensa rosa y escuchando las
interpretaciones que hacían de sus actos.

-¡Dionisio! –llamó.

Al poco rato, apareció su mayordomo en la puerta.

-¿Sí, señor?

-¿Llegó ya Ágata?

-No, señor, todavía no ha llegado. ¿Desea algo de ella?

-Sí, muchas cosas que no son de su incumbencia. Puede retirarse.

-Sí, señor.
Alonso tenía más planes para Ágata y para él y estaba dispuesto a llevarlos a cabo por
encima de todo y de todos.

Desde hacía un tiempo a esta parte, los medios se habían hecho eco de los detalles de
aquella noche en un hotel donde hubo algo más que palabras por parte de Alonso hacia su ex
compañera. La agencia publicitaria que éste patrocinaba le exigía que hiciese algo, lo que
fuese para relanzar su imagen y a su vez impedir el declive de la empresa. Así, al actor se le
ocurrió encapricharse con esa inocente secretaria que pasaba de vez en cuando por allí. Esa
inocente secretaria, que haría que su emborronada imagen se limpiase por sí sola. Ágata,
como persona que era, no pudo resistirse a los encantos cínicos de aquel personaje y acabó
cayendo irremediablemente en sus redes, condenándose a una nueva vida que no estaba
hecha para ella y que no se merecía.

Hubo un tiempo en el que sí se sintió querida por el actor, pero eso acabó en cuanto
empezaron a hablar mejor de él los medios de comunicación. Entonces Ágata se convirtió en
un simple títere manejado al antojo de los demás. Empezaron las salidas planeadas, los
diálogos preparados, las muestras de cariño acordadas…. Y todo era mentira. Todo el mundo
creía esa historia, pero a su vez, todo el mundo conocía las verdaderas intenciones del actor.
Ágata se había sumergido en el agua de una corriente marina totalmente imposible de
prever…

* * *

Caminé durante un par de horas en círculos hasta llegar a una oscura y estropeada
calle, a cuyos pies había un humilde bar que me llamaba a gritos por mi nombre. Anduve
soportando aquellos infernales tacones que amenazaban con partirse hasta que llegué a la
puerta del local. La empujé sin fuerza y me sumergí agradeciendo el calor que desprendía.

Si hubiese estado totalmente cuerda en ese instante, tal vez, no me habría atrevido a
decir que aquel pequeño y honesto bar daba mil vueltas en cuanto a acogedor y a la
amabilidad de la gente, a cualquier restaurante de cinco tenedores o cualquier antro refinado
en el que los empleados eran según el capital que había por medio. Me acerqué a la barra y
me senté.

No sé cuántas horas estuve allí ni cuántas copas pudieron correr por mi mano, pero no
fueron las suficientes para borrar de mi cabeza la culpabilidad que sentía.

* * *

No entendía cómo había llegado ella al bar de mi padre ni las circunstancias que la
habían llevado a hacerlo, pero daba auténtica rabia verla cómo se desmejoraba
intencionadamente. No sabía cuántas copas le habían servido. No sabía cómo podía ayudarle.
La veía totalmente desmoronada emocionalmente y toda la culpa era de él. No pude evitar
acercarme a ella.

-¿No crees que has bebido ya suficiente? –reclamé su atención.


-Aún recuerdo los motivos que me trajeron hasta aquí, con lo que no, no es suficiente.
–me respondió ella.

Alzó sus vidriosos ojos hacia mí y agarró fuertemente la copa como si intentase
inútilmente romper el cristal con sus manos.

-Yo creo que sí es suficiente… -argumenté mientras retiraba suavemente la copa de


entre sus dedos.

-¿Acaso eres de la prensa? ¿Te envía él? ¿Eres mi padre o algo parecido? –intentó
burlarse aunque su voz la traicionase.

-Obviamente no te interesa quién soy, pero afortunadamente, soy alguien que va a


impedir que te caigas redonda nada más levantarte de la silla.

-Pues gracias, pero es eso lo que ando buscando. –bebió otro trago.

Bruscamente y sin miramientos separé cuantas copas había a su alrededor y la miré a


la cara.

-¿Acaso vas a rendirte así, sin más? ¿Vas a dejar que te manipule?

-Ya no hay remedio que esté a mi alcance…- lloró.

Me levanté y llamé a un taxi que le recogiese.

-Levanta. –la agarré con cuidado por el brazo.

-¿Por qué haces esto…? –me miraba extrañada.

-Porque a mí sí me importan las personas y no quiero seguir viendo cómo bebes.

El taxi estaba en la puerta mientras su motor rugía bajo el capó y el tubo de escape
escupía humo en la carretera. La ayudé a subir.

-Gracias. –se despidió de mí con una mirada sincera y perdida.

El vehículo avanzó sumergiéndose en la fría noche…

* * *

Me desperté al día siguiente en la habitación de hotel al que por la noche había


llegado tras mi peculiar velada en el bar. Me acordé del chico que me acompañó fuera. ¿Quién
era? Me daba igual la respuesta. Fue la primera persona en mucho tiempo que me trató como
tal, sin importar esa espesa niebla ficticia que siempre iba conmigo. Lo único que me
importaba en esos momentos, era volverle a ver, totalmente consciente sin estar bajo los
efectos del alcohol y recordarle como la persona que fue aquella noche.

* * *

Alonso iba de mal en peor. Los nervios le comían las entrañas. Ágata no aparecía, y si
no llegara a aparecer todo su plan para aquel día iría a pique desencadenando un conjunto de
acciones totalmente paralelas a las que pretendía llevar a cabo. La ira se reflejaba en sus ojos y
su prepotencia en aquello que sufriría Ágata si no regresaba…

* * *

Volví a la calle que la otra vez visité intencionadamente. Busqué con una rapidez
curiosa el bar. Y lo encontré. Caminé decidida hacia él y empujé la puerta ansiosa de verle. Le
busqué con la mirada por cada una de las mesas. Un viejo tablero y un libro de química
encontré junto a él en una esquina. Me acerqué.

* * *

Había vuelto. ¿Por qué? Observé cómo se acercaba con una sonrisa en la cara. Aquella
no era la Ágata de las revistas ni los medios de comunicación. Aquella era. La Ágata que
debería haber sido desde siempre. Arrastró la silla situada enfrente de mí y se sentó.

* * *

Conversamos largo y tendido. Las horas pasaban raudas. Su sonrisa era una dulce
droga que me impedía alejarme de él. Sus ojos brillaban de tal manera, que eclipsaban su
color. Aquel era el verdadero lugar donde quería estar, no en el mundo en el que me habían
metido, no debía pertenecer a ese mundo.

No volví a casa. Me alojaba por las noches en un motel que había en los alrededores y
siempre volvía a la taberna. Pasamos mañanas, tardes y noches juntos, él, muchas veces
estudiando sus libros universitarios de bioquímica, yo, pasando las horas a su lado.

Hacía días, que Alonso no sabía nada de mí. Había apagado mi móvil. Hacía mucho
tiempo que no me sentía así de libre. Hacía mucho tiempo, que no me sentía persona.

Una tarde, mientras le esperaba, su padre se me acercó y entabló conversación


conmigo.

-¿Qué es lo que buscas con todo esto?

-¿Cómo? –me extrañé.

-Mi hijo tiene un gran futuro como bioquímico, y tiene grandes oportunidades para su
futuro. Ahora bien, será pésimo en los medios de comunicación.

-Perdone, pero no le comprendo.

-¿Cómo te sientes tu en el mundo en el que te han metido? ¿Cómo te sentirías,


sabiendo que él ha desperdiciado su porvenir por pertenecer también a eso?

-Creo que sé por dónde va… -comencé a entender.

-Pues considera mi petición, no sería bueno para ti, porque no sabes lo que es capaz de
hacer Alonso para conseguir su objetivo. No sería bueno para él, porque sufriría lo que tú
ahora… -se retiró.
Como es normal, un padre sólo se preocupa por su hijo. No debería volver a verle,
porque no me gustaría que corriera mi misma suerte… Entendí, que lo mejor para ambos, sería
alejarnos el uno del otro.

Abandoné el bar.

Obviamente no volví a mi casa. Nunca volvería con Alonso. Nunca tuve casa… Estuve
en el “hall” del motel durante toda la tarde. Reinaba una sola idea en mi cabeza, que tomaba
muchas formas: pastillas, alcohol… una única solución pondría fin a todo esto.

Escribí una carta en unos cuantos folios que encontré entre unas revistas y un boli del
mostrador. La firmé, y apareció él por la puerta y se acercó.

-No hagas caso a lo que te haya dicho mi padre. Él no decidirá lo que quiero. –me dijo
sentándose junto a mí cogiéndome la mano.

-Tu padre solo quiere lo que es mejor para ti… Y yo también pienso lo mismo…

-¡No! Solo lo piensas porque él te lo ha dicho….

-Yo jamás querría que pasaras por lo mismo que yo. Tú no me necesitas… -Le metí la
carta en la mano. –Todavía no la abras…

-¿Cuándo si no?

Me levanté del sillón.

-Sabrás cuando.-Me marché a mi habitación dirigiéndole mi última mirada.

* * *

Ágata cogió los botes de pastillas que encontró en su cuarto de baño, se dirigió a la
cama… y junto al recuerdo, lo único valioso que tenía, se despidió del mundo que tan
ásperamente la había tratado.

No tardaron en encontrarla, y por mucho que intentaran hacer por ella, nada
consiguieron. Los medios no vacilaron en devorar la noticia. Alonso no tardó en arramplar con
todo lo que se le puso por delante…

* * *

Nunca la olvidé. Todo lo que hablamos, lo especial que era… Nadie, absolutamente
nadie habría conseguido conocerla tal y como era, y me lamento por ello. Nunca superé su
pérdida, pero por ella, llevé a cabo mis sueños y cumplí mis metas. Supe cuándo abrir la carta y
qué hacer con ella:

“Nunca
Nunca olvidaré los buenos momentos que pasé de pequeña y los que pasé con ese alguien que me
importó hace poco. Tampoco olvidaré todas las farsas que él me ha hecho pasar, y toda la indecencia de los
medios de comunicación por consentir
consentir y agradecer que esas farsas, no concluyesen. Sólo una persona ha sabido
apreciar lo que verdaderamente soy, y como tal, todo mi amor y reconocimiento hacia ella. En cambio a esa
individuo que me transformó, le deseo con todo mi cariño lo que se merece y más. Estoy segura, de que sabrás
cuándo y cómo usar esta carta.

No me olvides, yo no lo hago.

Ágata. “

Obviamente, hice buen empleo del documento.

Lara Moriana Cano 2010

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