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La perinola

La sociedad de las porras


Álex Ramírez-Arballo

Si quieres tener adeptos lo único que tienes que decirles es que van por el
camino correcto, que siempre lo hacen bien y que con tu ayuda serán capaces
de alcanzar la excelencia; omite, por favor, toda referencia al sufrimiento, al
sacrificio o la disciplina, pues todo esto sale sobrando. Vivimos en una
sociedad así, en la que un relativismo moral ha centrado todo interés humano
en la persona, pero en una persona regalona y con mentalidad onanista.

Los medios hacen eco de todo esto y por ello es que utilizan con una insistencia
más que evidente recursos emotivos de muy barata factura para “enganchar” a
su audiencia. Basta ver los promocionales del bicentenario o las propagandas
políticas o cualquier tipo de campaña audiovisual de hoy para darnos cuenta
de que la intención detrás es harto sencilla: entusiasmar a la gente. Ya lo he
dicho en esta columna antes: en las sociedades de consumo el principal
mecanismo de control es la sugestión, la implantación metódica de la urgencia.
Alzar una voz disidente, una crítica, por mínima y decente que ésta fuera, es
garantía de rechifla.

El problema con esto es que el mecanismo motivacional es siempre efímero e


insustancial. Por ello es que muy pronto el votante descubre el engaño, el
emprendedor se topa con sus incompetencias, el consumidor se descubre con
un montón de basura inútil en el regazo; entonces se vuelve imperativo que el
ciclo de la motivación vuelva a comenzar. Recuerdo que en una ocasión un
profesor mío en Arizona afirmó algo al vuelo, algo en lo que nadie reparó pero
que por alguna extraña razón subrayé inmediatamente en mi cabeza: “En
muchas ocasiones la motivación no es todo”. Habría que agregar que esas
muchas ocasiones son, al menos así me lo parece, la mayoría de ellas.

En mi experiencia, el éxito -asunto por demás momentáneo y complejo- es


producto de un trabajo disciplinado y una paciencia a prueba de cañonazos.
Las capacidades de la persona son siempre escasas y hay que aparejar a ello
las vicisitudes de las circunstancias, las que muchas veces representan un
verdadero viento en contra de nuestra voluntad. La gratificación de los
disciplinados no es cotidiana, más bien todo lo contrario, es en el esfuerzo
callado y solitario de todos los días donde tiene un verdadero pozo de
sinsabores. El cine y la televisión nos han seducido con la idea de un éxito
posible y lleno de pirotecnia, y nada hay más falaz. Que me disculpen aquellos
que se sienten cómodos entre las porras y los jolgorios, pero en mí han de tener
siempre uno de sus críticos más tenaces.

P.S. A propósito de dislates: cuán evidente es todo esto que digo en las
campañas mundialistas promovidas por los medios mexicanos. Es verdad, los
mercaderes precisan vender, eso es así, pero también es cierto que quienes
ejercen el periodismo deportivo deberían tener un mínimo de pudor que les
permita someterse ante lo evidente. Decía ayer o antier que México, en esta
justa mundialista y en las anteriores, ha accedido al sitial medianero que le
corresponde, nada más. Sin embargo las campañas de los empresarios de la
comunicación convencen cada cuatro años a una gran mayoría de personas
sobre la brillantez y excelsitud de un seleccionado que por lo visto sólo existe
en los hervores imaginativos de sus regentes. He aquí una prueba que la
motivación no es suficiente y que el “motivado” siempre habrá de doblegarse
ante las más poderosas armas: la disciplina, la paciencia y una voluntad de
hierro. No hay más.

Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y


actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y
Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es
alexrama@orbired.com

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