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La perinola

Un elefante en campo de lirios


Álex Ramírez-Arballo

Así es como veo, así es como imagino la realidad nacional. A donde quiera que
volteo observo la misma escena siempre: la torpeza voluntariosa que a saco se
apronta a “solucionar” los problemas –muchos de ellos muy graves- que
enfrentamos todos los días. Es en serio, la torpeza como destino es hiriente y
más cuando debería ser sabido por todos que en la medida que los conflictos se
agudizan las estrategias para combatirlos reclaman necesariamente un mayor
refinamiento.

Pero no, no es así en México. Pareciera que existe una competencia extrema en
la cual el objetivo es demostrar cuán imaginativos somos en el desarrollo de
nuevas y más intrincadas formas de la incompetencia. Esto, por obvias
razones, resulta más claro y evidente en el campo de la política, pues las
decisiones que ahí se toman nos afectan a todos directa o indirectamente; sin
embargo, no se puede decir que el STCH (Síndrome Tres Chiflados) se limite a
tan purulenta esfera. El escolapio o el padre de familia, el empleado y el
mediano empresario, todos por igual –como que estamos imbuidos por un
carácter semejante- compartimos, así me lo parece, la misma e incurable
necedad.

El debate sólo es posible entre gritos, descalificaciones y mentadas de madre.


La organización de comisiones o grupos diseñados para encontrar salidas a los
problemas comunes se pierden siempre en un marasmo marcado por el
protagonismo, la insensatez y el franco chacoteo. El académico o el intelectual
se aferran con vocación oscura a un estilo barroco (por no decir abstruso) que
los separa de todos y les otorga una distancia absurda que aparentemente
mucho los envanece. Los empresarios, atacados por el mismo mal de la
estulticia tricolor, expolian, desangran y burlan toda ley sin que medie el
menor sentido común, convirtiéndose por ello en vulgares Cuentachiles.

No caben, al parecer, entre nosotros la paciencia, la mesura, la generosidad y


la fineza. Todo es un andar a tientas probando, remendando y suponiendo en
un juego que consiste en demostrar quién tiene más testosterona, ¡faltaba más!
Por eso quizás la figura del caudillo nos sea tan necesaria, porque al fin de
cuentas es un señor muy poderoso que nos manda callar, como papá enojado,
pero que al mismo tiempo sabrá imponer orden al meticuloso caos en el que
nos hemos forjado: una nación de máscaras y laberintos. Lo mismo López
Obrado o Javier Aguirre pasan de héroes a villanos en una jornada; total, luego
vendrán otros. La democracia reclama responsabilidades que no podemos, no
sabemos, solventar. Si México fuera un doctor, ante un ataque severo de
migraña recetaría a su paciente, con solemnidad y prontitud, la decapitación
inmediata.

P.S. Ayer hablaba con un amigo mío de Guadalajara, quien se quejaba


amargamente del desempeño de la selección nacional de futbol en la copa del
mundo. Como todo mexicano, demandaba en un tono amargo las severas
medidas del caso para evitar que en el futuro se repita lo mismo, es decir, la
eliminación en octavos de final del representativo de nuestra patria; a pesar de
estas palabras lo cubría la sombra del desaliento y cierta desconfianza en sus
propios argumentos. Yo le insistía en que abrazar el pesimismo era una forma
tramposa de lidiar con los fracasos; le hablaba, y lo recuerdo ahora porque
viene a colación con la columna, de la evidencia: México ha avanzado en su
desempeño futbolístico en los últimos años y su posición actual me parece
totalmente justa; ya vendrán en el futuro nuevos chances y nuevos desarrollos.
Después de todo, estar en el lugar 13 o 14 del mundo no es nada despreciable,
ya quisiéramos ocupar esas posiciones en actividades mucho más importantes
que correr detrás de un balón de cuero.

Álex Ramírez-Arballo es doctor en literaturas hispánicas por la University of Arizona y


actualmente trabaja como profesor en el departamento de Español, Italiano y
Portugués de la Pennsylvania State University. Su correo electrónico es
alexrama@orbired.com

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