Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sestea a mediodía, para que no ande así perdida tras los rebaños de tus compañeros Mientras el rey descansa en su diván, mi nardo exhala su fragancia. Bolsita de mirra es mi amado para mí, que reposa entre mis senos. Racimo de alheña es mi amado para mí, en las viñas de Engadí. ¡Qué bella eres, amor mío, qué bella eres! ¡Palomas son tus ojos! ¡Qué hermoso eres, amor mío, eres pura delicia! Nuestro lecho está hecho de fronda, las vigas de nuestra casa, de cedro, nuestros artesonados, de ciprés. Su izquierda sostiene mi cabeza y con su derecha me abraza. Júrenme, hijas de Jerusalén, que no despertarán, ni desvelarán a mi amor, hasta que ella quiera. Levántate, amor mío, hermosa mía, y vente. Mira, ha pasado el invierno, las lluvias cesaron, se han ido. La tierra se cubre de flores, llega la estación de las canciones, ya se oye el arrullo de la tórtola por toda nuestra tierra. Despuntan yemas en la higuera, las viñas en cierne perfumean. ¡Anímate, amor mío, hermosa mía, y ven! Mi amado es mío y yo de mi amado, que pasta entre azucenas. Antes que sople la brisa, antes de que huyan las sombras, vuelve, amado mío, imita a una gacela o a un joven cervatillo por los montes de Béter. Yo os conjuro, muchachas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le habéis de decir? Que estoy enferma de amor Yo bajé al jardín de los nogales, a ver los retoños del valle, a ver si brotaba la viña, si florecían los granados... Y sin que yo me diera cuenta, me encontré en la carroza con mi príncipe. ¡Ah, si tú fueras mi hermano, criado en los pechos de mi madre! Al encontrarte por la calle podría besarte, sin que la gente me despreciara. Yo te llevaría a la casa de mi madre, te haría entrar en ella, y tú me enseñarías... Te daría de beber, vino aromatizado y el jugo de mis granadas. Te desperté debajo del manzano, allí donde tu madre te dio a luz, donde te dio a luz la que te engendró. Grábame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo, porque el Amor es fuerte como la Muerte, inflexibles como el Abismo son los celos. Sus flechas son flechas de fuego, sus llamas, llamas del Señor. Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera toda su fortuna a cambio del amor, tan sólo conseguiría desprecio. ¡Tú que habitas en los jardines!, mis compañeros prestan oído a tu voz; deja que yo te oiga decir: "Apúrate, amado mío, como una gacela, como un ciervo joven, sobre las montañas perfumadas". No nos ha dado Dios este libro para aumentar conocimientos de mera curiosidad, sino para excitarnos a la virtud. †† Toda escritura divinamente inspirada, es propia para enseñar, para convencer, para corregir, para dirigir en la justicia o virtud, para que el hombre de Dios sea perfecto, y esté apercibido para toda obra buena.