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Desde la calle Chile

Una primera

antología

Ramón García Martín.

Ramón García Martín 1


Desde la calle Chile. Una primera antología.
ÍNDICE

El autor…………………………………………………………….………………………………….......…3
Le habían enseñado………………………………………… ..…………..……………………………4
Una historia de domingo………..………………………………...………………………………….8
Ya no es lo mismo (Cuento de Navidad)……………....…………………………………...17
Una edad, un tiempo, una ciudad: Salamanca ……………..…….………………………...23
Retrospectiva de mi calle ……………………………………..……………………………………43
La metáfora del banco…………………………………………..…………………………………...49
Adosado……………………………………….…………………………………………………………...65
El mejor regalo (Cuento de Navidad)…………………………………………………...……..81
Microcuentos…………………………………………………………………………………………….89

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
EL AUTOR

Ramón García Martín nació el 29 de agosto de 1942 en el salmantino barrio de


las Delicias. Casado y padre de dos hijos. Cursó estudios primarios en la
Escuela Pública de mediados del siglo XX y realizó estudios medios
simultaneados con su trabajo.
Empleado durante 49 años, hasta 2006, momento de su jubilación, en una
destacada Gestoría Administrativa de Salamanca.
Actualmente cursa estudios en el Programa Interuniversitario de la
Experiencia en la Universidad de Salamanca.
Mención Especial en el VIII Certamen de Relatos Cortos de la Fundación
Vargas-Zúñiga y Pérez-Lucas por su relato “Una historia de domingo”.
Segundo Premio en el II Concurso de Cuentos para Personas Mayores del
Ayuntamiento de Salamanca por su relato “Ya no es lo mismo”.
Tercer Premio en el X Certamen de Relatos Cortos de la Fundación Vargas-
Zúñiga y Pérez-Lucas por su relato “Adosado”.
Primer Premio en el XII Concurso Municipal de redacción para personas
mayores sobre de Educación y Seguridad Vial.
Publica sus relatos e inquietudes literarias en el blog “Desde la Calle Chile”
(http://desdelacallechile.blogspot.com)

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LE HABÍAN ENSEÑADO…

El había nacido en los años inmediatos a la terminación de la Contienda


Civil que había vivido España entre los años 1936-1939, en el seno de una
familia numerosa, humilde, honrada y trabajadora, cuya residencia se hallaba
en una capital castellana de importante tradición universitaria.

Le habían enseñado y él había aprendido a sobrevivir cada día con las


carencias propias que caracterizan a una postguerra, asumiendo como algo
natural la alimentación, el vestido y confort doméstico que entonces era
considerado habitual en aquel momento y en aquella ciudad.

Igualmente le habían enseñado y él había aprendido en su entorno


familiar, en la escuela pública a la que acudía y durante su asistencia a algunas
de las organizaciones que de diferente índole frecuentaba, a valorar el respeto
principalmente a los mayores y a los educadores, que todo a lo que se deseaba
aspirar, el único medio de conseguirlo era el trabajo constante, y que el
camino más eficaz para todo ello era la constancia en el estudio y la obtención
de una buena formación.

Pero también le habían enseñado y él había aprendido, que era


necesario contribuir cuanto antes a la ayuda de la precaria economía familiar,
situación muy común en aquellos años de grandes carencias y grandes
sacrificios, motivo por el cual, aún en la edad escolar, realizaba diferentes
servicios o trabajos que reportaban a su familia una pequeña ayuda.

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Le habían asimismo enseñado y él había aprendido, que concluida la
denominada entonces Enseñanza Primaria, aproximadamente a la edad de los
14 años, se hacía necesario iniciarse en la vida laboral, mediante el
aprendizaje de un oficio y a la vez comenzar a reportar a la familia unos
ingresos estables que permitieran a ésta poder atender la demanda de las
necesidades más elementales, que cada vez iban siendo mayores al
incrementarse la edad de todos sus componentes.

Le habían enseñado y él había aprendido, que la superación del


individuo venía inevitablemente propiciada por la consecución de una
constante e ininterrumpida formación, la cual en ningún momento podía
considerarse concluida con la obtenida al finalizar aquella edad escolar de los
14 años, todo lo cual obligaba a que tuviera que ser necesariamente
compatible el trabajo de aquella época, con la asistencia a escuelas o
academias nocturnas, gratuitas o asequibles económicamente, para conseguir
una mayor formación que a su vez pudiera deparar un mejor trabajo y por
consiguiente una mejor retribución.

Más adelante le enseñaron y él aprendió, que la independencia y la


autonomía en la vida la proporcionaba el constante afán de superación, tanto
en los sucesivos trabajos que iba realizando, asumiendo la responsabilidad
que los mismos conllevaban, así como no poniendo límites al conocimiento de
las diferentes enseñanzas tanto de carácter humano como de cualquiera otra
índole social o estrictamente profesional.

Llegado el momento que entonces la familia y la sociedad entendía


adecuado y conforme a lo que igualmente le habían enseñado y él había
aprendido, creó su propia familia hallando la esposa que siempre, teniendo en
cuenta el concepto que él tenía de los distintos valores humanos, había
idealizado, completándola más adelante con dos hijos, que para él comenzaron
a representar una ilusión tan grande que a día de hoy aún no se ha
interrumpido.

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Conforme le habían enseñado y él había aprendido, su objetivo en
aquellos años que se iban sucediendo, no era otro que mediante el trabajo
diario, conseguir el mayor bienestar para aquella familia que él encabezaba,
ilusionándole el poder proporcionárselo, pero abrigando en su interior la
esperanza de que sus hijos tuvieran acceso a la mejor formación tanto humana
como cultural e intelectual.

Según le habían enseñado y él había aprendido, los resultados de


perseverar en una determinad actitud en la vida no se obtienen de forma
inmediata, pues resulta inevitable afrontar los imprevistos y los
contratiempos, pero él ahora contemplaba a sus hijos realizando sus
diferentes estudios universitarios.

A él le habían igualmente enseñado y él había aprendido, que las


fuentes del conocimiento podían proceder de cualquiera, y en este caso
observó que ahora eran sus hijos los que con su amplia formación empezaban
a proporcionarle distintas enseñanzas a las cuales era receptivo, pues a su
capacidad de asumir nuevos y constantes conocimientos todavía no se había
puesto límite.

El siempre había querido saber, pero constantemente le contrariaba en


sus reflexiones más íntimas el hecho de que habiendo nacido y desarrollado
toda su vida en una ciudad de gran raigambre universitaria, no hubiera tenido
nunca la posibilidad de tener acceso a una enseñanza universitaria, que
atendiendo a sus inquietudes la permitiera conocer de forma más amplia las
diferencias del Arte Románico con respecto al Arte Gótico, las peculiaridades y
ricas enseñanzas en la Psicología, de la maravilla que representa el
profundizar en el conocimiento de las Relaciones Interpersonales, el estudio
apasionado de la Historia de las Religiones, etc.

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Finalmente a él le habían enseñado y él había aprendido que nunca es
demasiado tarde para conseguir aquella ilusión que cualquier persona tiene
derecho a albergar, aunque durante mucho tiempo haya podido considerarse
una utopía, y ahora él tiene ocasión de incrementar su saber aunque ya no
puede ser para enseñar, pero sí para enriquecerse en sus ansias de disfrutar
de esa cultura que tanto puede engrandecer al ser humano y que hoy la
sociedad no valora adecuadamente.

Nuestro hombre concluida su vida laboral y obtenida la jubilación


disfruta con júbilo (nunca una expresión así encajó tan bien) de su condición
de Alumno de la Universidad de su vieja y querida ciudad, anhelo que él tuvo
permanentemente desde su juventud y que más tarde avivó con los estudios
universitarios de sus hijos y las enseñanzas que ellos obtenían. Todo ello lo ha
podido lograr por medio de la realización del acertado y brillante proyecto
que representa el Programa Interuniversitaro de la Experiencia de Castilla y
León.

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UNA HISTORIA DE DOMINGO

La ciudad castellana se extendía por varias colinas, dividida por un río


de importante caudal, aunque este venía determinado por la estación del año y
la cantidad de precipitaciones recibidas en el periodo habitual de lluvias, pues
en la época en la que transcurre este relato, a mediados del siglo XX, todavía
no se habían construido los obras hidráulicas que permitían el
almacenamiento del agua y la regulación del caudal del rió impidiendo las
grandes crecidas o las sequías.
Lo señalado en todo lo concerniente al río tiene su importancia e
incidencia en el relato de los acontecimientos que aquella mañana de un
caluroso domingo protagonizaron Desiderio y su hijo mayor, Isidro.
Desiderio trabajaba como ordenanza en una entidad bancaria de la
ciudad. Con su mujer, Rosalía, trataba de sacar adelante a la familia que
formaba el matrimonio con sus siete hijos. Aquella mañana le dijo a su
primogénito Isidro:
-Esta mañana vamos a ir al Barrio de la Luz, a visitar a tu tía Eulalia. Ya
sabes, la despensa de esta casa, aunque, la verdad, a buen precio se lo
pagamos. Pero si queremos sobrevivir, no nos queda otra que plegarnos a lo
que nos pide. Es la única forma de afrontar la escasez de alimentos que
sufrimos con el racionamiento.
Isidro era un muchacho que contaba entonces trece años de edad, al
que las circunstancias familiares y sociales le habían hecho bastante avispado,
por lo que le dijo a su progenitor:
-Recuerda, padre, antes de partir lo que nos ha sucedido en otras
ocasiones cuando hemos ido a la otra orilla del río…
El barrio de la Luz recibía su nombre de la Fábrica de Luz que se
hallaba en la orilla opuesta a la que vivía Desiderio y su familia. Bien sabía

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Desiderio el porqué de la advertencia de Isidro. En más ocasiones de las
deseadas el camino de regreso después del trasiego de mercancías y dinero en
casa de la tía Eulalia no era en absoluto un paseo triunfal, y no precisamente
por el precario estado de los puentes que cruzaban el río sino por la existencia
en sus dos extremos de dos puestos en los que se ejercía un férreo control
sobre el tráfico de las mercaderías y productos que accedían a la ciudad. Los
agentes encargados en estos puestos exigían la declaración de las mercancías
y realizaban las comprobaciones pertinentes. De todo ello derivaba el pago de
cuantiosos arbitrios o, en su defecto, la confiscación de los productos.
Desiderio reflexiono sobre la advertencia que su hijo mayor, no sin
razón había realizado y le dijo:
-Isidro, hoy vamos regresar de casa de tu tía con más cautela para
evitar lo contratiempos con los agentes de arbitrios que tu y yo conocemos
bien. Ya sabes que conozco a Ernesto “El Chinche”, el que se encarga del
encendido y mantenimiento de la calefacción del banco.
Con “El Chinche”, Desiderio había tomado más de una copa de
aguardiente, pero su apodo le venía por lo meticuloso que era al desarrollar
las funciones de agente de arbitrios. Desiderio continuó:
-Esta vez no vamos a cruzar el puente juntos. Pasaré yo primero y, si no
encuentro dificultades, te haré una señal, esperaré el momento propicio y
comprobaré si “El Chinche” está de servicio, que siempre nos tratará mejor,
aunque luego me toque corresponderle, que él no se hace de rogar sino todo lo
contrario.
Establecida la estrategia de la expedición, padre e hijo emprendieron el
camino, acompañados hasta el umbral de la puerta de la casa por Rosalía que
no dejo de dar las recomendaciones propias de esta situación, aunque de
manera discreta, que tampoco era aconsejable dar excesiva publicidad a todo
aquello, teniendo en cuenta las envidias y que un inoportuno chivatazo podía
dar al traste con todas las cautelas.
Poco ante de partir, Isidro tuvo un aparte con Benito, uno de los
hermanos medianos, próximo a cumplir los nueve años. Este ejercía de
monaguillo en un convento cercano. Era uno de los hijos más despiertos de

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Rosalía y Desiderio y sabía buscarse la vida de mil maneras, contribuyendo a
superar las estrecheces de la familia pero sin ocasionar disgusto alguno a sus
padres. Benito prestó mucha atención a las instrucciones que Isidro le dio en
relación a la misión que iba a llevar a cabo junto con su padre y asimiló la
información sin dificultad.
Llegaron padre e hijo al Barrio de la Luz donde tuvo lugar el
acostumbrado intercambio de sacos de mercancías y dinero en la casa de la tía
Eulalia. Emprendieron el camino de regreso teniendo que afrontar el obligado
paso por el río a través del puente. Antes de afrontar el cruce del puente y el
control de arbitrios, Desiderio le dijo a Isidro:
-Yo voy delante con el fardel de las legumbres y el tocino y tú vas detrás
como te dije llevando los dos pollos y el pan. Espera mi señal para cruzar el
control.
Desiderio observo que al control acababa de llegar el coche de línea
procedente de algunos de los pueblos de la provincia encontrándose por ello
especialmente ocupados los agentes para el reglamentario despacho. El padre
entendió que era el momento más oportuno para pasar desapercibido y así se
dispuso a hacerlo, pero no había rebasado la altura del morro del autobús
cuando fue interceptado por un agente que le obligó a pasar al puesto de
Control para realizar las actuaciones oportunas y el pago de los
reglamentarios pero también impopulares y penosos arbitrios. Preguntó
Desiderio si se hallaba allí “El Chinche” en aquel momento. De esa formaba
esperaba paliar de algún modo la catástrofe que para la economía familiar
suponía la intervención de los agentes. El agente que le retuvo le respondió
que Ernesto, aquel día, no había acudido como consecuencia del fallecimiento
de su suegra.
Concluida la desagradable operación fiscal, Desiderio abandonó el
puesto, tratando de ubicar donde se hallaba su hijo Isidro para hacerle la señal
de que no continuara por el momento el camino de regreso evitando el pago
de nuevo de los dichosos arbitrios, o incluso, la confiscación de las mercancías;
pero cual no sería su sorpresa cuando comprobó que Isidro no estaba en el
lugar donde la había dejado y que no lo veía por ninguna parte.

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Esperó un buen rato para tratar de encontrar a Isidro o averiguar que
dirección habría podido tomar, pero después decidió continuar su recorrido
hacia la casa familiar, pues no ignoraba la zozobra que podría embargar a
Rosalía al ver como se demoraba su regreso y desconociendo el éxito o fracaso
de la expedición que habían emprendido, con la importancia que esta revestía
para la supervivencia de toda la familia.
Cuando el apesadumbrado Desiderio caminaba hacia su domicilio vio
que, junto a la pared del antiguo Hospicio, se estaba efectuando la despedida
del duelo de la suegra de “El Chinche”. Se dijo entonces:
-Ya podía haber esperado la buena señora a palmarla porque prisa, no
creo que tuviera ninguna, y a mi la presencia de “El Chinche” me habría
librado de un importante padecimiento que si bien no me supone la muerte, si
que es un gran golpe para la economía familiar. Rosalía va a tener, durante un
tiempo, que reajustar el presupuesto de la casa.
Con estas preocupaciones y con el miedo por desconocer el paradero
de Isidro y lo que esto pudiera haber hecho, llego Desiderio a su hogar.
A Rosalía, con esa percepción innata que solo las mujeres bregadas
continuamente por la vida tienen, solo le bastó ver el rostro de su marido para
ver que todo no había ido lo bien que ella y Desiderio hubieran deseado. Por
ello, apremió a su marido diciéndole:
-Por el aspecto de tu cara y ese gesto que me resulta de sobra conocido,
adivino que algo ha fallado en esta visita a la tía Eulalia, así que ya me dirás,
pero antes, dime por qué no te acompaña Isidro.
Desiderio, resoplando para aliviar el sofoco que lo producían los
últimos acontecimientos, paso a contarle a su mujer todos los pormenores de
lo sucedido en aquella mañana de domingo.
Informada Rosalía de todos los hechos, centró su preocupación en su
hijo mayor, su paradero y en lo que podía haberlo ocurrido. Le dijo a
Desiderio:
-Todo lo que ha pasado con los agentes de arbitrios y lo que nos va a
afectar en nuestra economía carece de importancia con la inquietud que siento

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por Isidro. Comienza a moverte y pregunta tanto como sea necesario para dar
con él cuanto antes.
A pesar de ver el desasosiego de su mujer, Desiderio no dejaba de
reconocer para sus adentros que esa labor no era sencilla por las
circunstancias que rodeaban el caso. Por eso, le dijo:
-Se que es necesario hacer algo pero tú tampoco debes desconocer que
el motivo y las circunstancias en las que Isidro ha desaparecido, no es bueno
que se sepan ahora mismo porque tendríamos complicaciones y preguntas
incómodas. De momento, lo mejor es que esperemos hasta la hora de comer, y
si entonces, Isidro no ha aparecido haremos lo que sea necesario y
apecharemos con las consecuencias.
La madre escuchó esto con nerviosismo y preocupación pero lo aceptó
pues Desiderio, en esta y en otras muchas ocasiones, había demostrado ser un
hombre bastante razonable y reflexivo.
-Vamos a esperar a la hora de comer pero si entonces Isidro no ha
aparecido, en esta familia no se come porque ninguno de nosotros sería capaz
de llevarse a la boca un pedazo de pan por mucho hambre que tenga,
desconociendo donde está el chico.
Se aproximaba la hora de comer y la preocupada familia se hallaba
sentada alrededor de la mesa camilla. La inquietud de todos se acrecentó al
comprobar que, aparte de Isidro, allí tampoco se encontraba el espabilado
Benito al que durante toda la mañana de aquel domingo de verano no se le
había vuelto a ver desde que salio de casa a primera hora para cumplir con sus
funciones de monaguillo. Interrogándose todos recíprocamente, ninguno lo
había vuelto a ver. Esto era sorprendente para todos, porque si había un
horario que en aquella familia se respetaba, ese era el de la hora de comer, de
manera especial en el caso del almuerzo dominical, pues este día Rosalía
siempre procuraba elaborar un menú especial a pesar de las carencias que
rodeaban la situación en la que les había tocado vivir.
Cuando la inquietud e incertidumbre de la familia parecía que estaba a
punto de desbordarse por la ausencia de los dos muchachos y de que el tiempo
avanzaba sin que hubiese noticias ni novedad alguna, sintieron que la puerta

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de la cancela que precedía al umbral de la vivienda comenzaba a abrirse. Cual
no fue la explosión de júbilo y alegría que invadió a todos, padres y hermanos,
cuando vieron aparecer a Isidro y Benito portando los dos pollos y el pan
adquiridos aquella mañana en la casa de la tía Eulalia.
Una vez sosegada toda la familia especialmente Rosalía, que momentos
antes se hallaba al borde de la desesperación y a punto del desmayo, Desiderio
le dijo a su primogénito:
-Para nosotros, lo principal, hijo, es que tanto tu como tu hermano
estéis ya en casa sin que parezca que os haya pasado nada grave, pero ¿me
puedes explicar como saliste del apuro en el que nos vimos tu y yo en el
control de arbitrios y apareces horas después acompañado de Benito?
Como ya sabemos, Isidro, a pesar de su corta edad, era un chiquillo
despierto y con recursos, que no ignoraba en absoluto las dificultades de sus
progenitores para sacar adelante a la familia lo más dignamente posible, por lo
que comenzó a relatar su peripecia:
-Padre, ya sabe que yo iba detrás de usted y al observar todo lo que le
estaba pasando en el control de arbitrios, tome la determinación de desandar
el camino y volver por el puente al Barrio de la Luz, y desde allí, tomando la
carretera principal, por la que transcurre el río a la izquierda, me dirigí a La
Chopera del Morales. Como ya sabía de alguna tarde que había ido al salir de la
escuela, allí el rió discurre por unos vados y regatos que en verano por el
escaso caudal se pueden cruzar perfectamente, pasando a la otra parte de la
ciudad sin tener que recurrir a ninguno de los dos puentes sorteando así los
puestos de control.
Desiderio, llegado este punto de la explicación, le hizo la siguiente
observación:
-Isidro, por lo que veo tu idea ha resultado bien, pero debes saber que
precisamente en este época del año, por el escaso caudal del río, en ese paraje
se encuentra permanentemente de guardia una patrulla de los agentes de
arbitrios. Ellos saben que frecuentemente ese vado es utilizado como tú lo has
hecho. En más de una ocasión la huida de los que intentan pasar ha acabado en
sucesos desagradables.

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Isidro añadió entonces:
-Padre, ya se del peligro que representa la labor de la patrulla por aquel
lugar. Por eso en prevención de que tuviéramos dificultades esta mañana en el
control de arbitrios, convine con Benito en que él estuviera por si acaso al otro
lado del río y si me veía me hiciera una señal para cruzar en el momento
adecuado. Cuando el viera que la patrulla se alejaba lo suficiente se quitaría la
camiseta y yo entendería que podía cruzar sin peligro el cauce del río. Hemos
tenido que esperar bastante tiempo porque la patrulla se paró allí para tomar
el bocadillo de media mañana., pero al final se alejaron lo suficiente para que
Benito me hiciera la señal convenida.
Así se zanjó la explicación que Desiderio deseaba tener sobre la
circunstancias que habían llenado de intranquilidad durante unas horas a toda
la familia.
Rosalía, después de recuperarse del sobresalto que acababa de vivir,
sin que diese lugar a ninguna consecuencia nefasta dijo:
-Aunque ya es un poco tarde y a mi el apetito me ha desaparecido, me
parece a que a vosotros, incluyendo a vuestro padre, no os sucede lo mismo,
así que apresuraros entre todos a poner la mesa para que os sirva la comida,
que a estas horas estará un poco pasada, pero si lo doy un pequeño calentón
en la lumbre, seguro que ninguno le hacéis ascos.
De esta forma, como bien suponía Rosalía, Desiderio y el resto de la
prole no tardaron mucho en dar buena cuenta del menú que para aquella
mañana de domingo, había preparado, desconociendo los acontecimientos que
se vivirían hasta ver reunida a toda la familia en torno a la acogedora mesa
camilla para la esperada comida dominical.
Concluida la comida, Rosalía con la ayuda de los más pequeños, recogió
la mesa, enrolló el hule que hacía las veces de mantel y se fue al fregadero para
continuar sus ininterrumpida actividad marchándose los demás chavales a
disfrutar la tarde del domingo: los mayores, con sus amigos en la calle, y los
más pequeños a esperar que Rosalía acabará sus tareas, para ir con Desiderio
a los Jardines del Cuartel como solían hacer en aquella época del año, pues era

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un lugar que proporcionaba frescor y en el que los chiquillos podían jugar
libremente.
Desiderio se había sentado en el confortable sillón del comedor (“el
sillón de padre” como decían sus hijos). Quedándose un tanto somnoliento
pensaba:
-¿Cuándo llegará el día en el que no sea necesario tener que ir al Barrio
de la Luz, al otro lado del río, para cubrir medianamente las necesidades de
alimentos de la familia, teniendo que aceptar las condiciones económicas que
nos exigen estos acaparadores de alimentos que acceden a ellos de formas
extrañas e irregulares, y encima sufrir los avatares que supone introducir a
este lado de la ciudad la mercancía que con tanto esfuerzo adquirimos?
En esta ocasión que le había tocado vivir no la terminaba de entender y
siguió reflexionando:
-La verdad es que, en absoluto, me ha dejado buen cuerpo el tener que
hacer frente al pago de los siempre escandalosos arbitrios, que tampoco pude
rebajar al estar ausente “El Chinche”.
Pero la forma de actuar de su hijos Isidro y el vivillo de Benito le dejaba
un buen regusto y también, por qué no, una cierta satisfacción, por lo que
continuó diciéndose a si mismo:
-Si esta prolongada época de precariedad absoluta sirve para despertar
el espíritu de supervivencia de los chicos y que de forma ingeniosa y honrada
sepan superar los contratiempos, me considero afortunado y creo que Rosalía
también.
En medio de estas meditaciones, Desiderio fue invadido por un sopor
que le condujo a un profundo sueño del que no despertó hasta que su mujer
ataviada con la indumentaria de domingo le apremió para emprender con los
chiquillos pequeños el paseo de la tarde de aquel domingo caluroso, que había
comenzado con importantes proyectos domésticos y concluía después de
haber sufrido momentos de incertidumbre, con el reparador y familiar paseo y
la satisfacción tanto de Desiderio como de Rosalía por el hecho de que el
espíritu de supervivencia comenzaba contagiarse en la familia.

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Este relato consiguió una Mención Especial en el VIII Certamen de Relatos Cortos de la
Fundación Vargas-Zúñiga y Pérez-Lucas

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NOTA DEL AUTOR:
A mediados del siglo XX las instalaciones o puestos de control de arbitrios se
conocían con el nombre de FIELATOS, mientras que los agentes que ejercían su
función en ellos eran los CONSUMEROS.

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YA NO ES LO MISMO

CUENTO DE NAVIDAD

Ernesto, aquella Navidad ya había cumplido, no hacía mucho, 76 años, y le


faltaba desde hace algo más de diez, Aurora, su amiga, su confidente, su esposa
y en definitiva su compañera de toda la vida. Su profesión, en la que había
alcanzado la jubilación poco antes de que ésta falleciera, era la de funcionario
de Correos en calidad de cartero.

Con Aurora había creado una familia compuesta por ellos y dos hijos, Maruja y
Paco, siendo con éste y con su mujer Encarna, con los que desde no hacía
mucho convivía, ya que Maruja tenía establecida su residencia por
circunstancias profesionales de su marido Emilio en otra ciudad.

Mientras la mañana del 22 de Diciembre Ernesto se acicalaba, escuchaba cómo


música de fondo en el aparato de radio que su nuera tenía en la cocina, el
sonsonete que del canto por los Niños del Colegio de San Ildefonso de los
premios del Sorteo de la Lotería de Navidad, preludio habitual e inequívoco de
las Fiestas que se aproximaban, pensando para sus adentros que desde la
implantación del euro la sonoridad del canto del Sorteo no era la misma que
con la añorada y nunca olvidada Peseta, y así se lo comentaba mientras
desayunaba a su nuera a lo que ésta le respondía –Abuelo ya todo no es lo
mismo y hay que admitirlo, no podemos oponernos a los cambios a los cuales la
vida sucesivamente nos va sometiendo- y mascullando ésta reflexión que la
mujer de su hijo le había hecho, salió de casa con dirección a la sede de la

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Asociación de Jubilados que a diario frecuentaba para examinar la prensa
diaria y compartir allí la mañana con sus amigos habituales.

Cómo siempre, mediada la mañana y alrededor de la mesa que el grupo de


amigos habitualmente compartían, se estableció como de costumbre de
manera espontánea la consabida tertulia, surgiendo cómo tema obligado la
forma y el espíritu actual de la celebración de las Fiestas que se aproximaban,
y todos de una forma u otra coincidían que ahora ya no es lo mismo, pues el
recuerdo en la forma de vivirlas que todos tenían de ellas a lo largo de sus ya
dilatadas vidas era diferente, coincidiendo muy poco con lo que ahora cada
uno observaba en sus respectivas casas y ambientes más próximos.

Eustaquio un veterano ferroviario jubilado decía: –No se parecen en nada la


celebración de estos días ni los olores, ni los sabores, ni las formas, ni los sonidos-
, extremo que también corroboraba Juan, un artista en su tiempo de la
linotipia, quien decía: –Hoy con tanta tecnología en las cocinas, los congelados,
precocinados y tanta receta maravillosa, ya no se distinguen los guisos de la
Navidad de los del resto del año, por lo que el encanto y la sorpresa de los menús
de estos días ya no es lo mismo- y Daniel hombre afable pero serio, pues había
trabajado toda su vida en una Notaría afirmaba: –Hoy no hay nada comparable
respecto los regalos cómo la maravilla que representaba un caja de mazapán
artísticamente decorada que motivaba que se valorase más el continente que el
contenido, al igual que el sonido que para alegrar la fiesta emitía de manera tan
singular el rasgado de una botella de anís con un objeto metálico – y de ésta
forma todos acababan coincidiendo que ya no es lo mismo.

Mientras Ernesto regresaba a casa acompañado de Jacinto, una bellísima


persona y un verdadero amigo, al cual la vida no le había tratado de una forma
justa considerando su extraordinaria calidad cómo persona, hecho que
realmente se produce con demasiada frecuencia, comentaban los diferentes
aspectos del contenido de la tertulia a la que ambos acababan de asistir y si
bien los dos coincidían que ya no es lo mismo, Jacinto le hacía saber a su amigo

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y también su mejor confidente: –Cómo habrás observado no he participado
mucho en la conversación pues de sobra sabes que desde hace mucho tiempo mis
preocupaciones son otras y mi ideal e ilusión de éstas Fiesta es otro- . De sobra
sabía Ernesto las dificultades que afrontaba su amigo, pues no desconocía que
a pesar de haber sido un gran oficial cerrajero tuvo que acceder a la jubilación
después de bastantes años de paro, lo que le había originado una pensión muy
escasa, con la cual se veía obligado a sostener una casa en la que convivía con
su mujer Eugenia, la cual desde hace tiempo padecía una importante
enfermedad crónica, y con el matrimonio formado por su hija Felisa y el
marido de ésta Amalio, el cual a pesar de ser un cualificado electricista no
encontraba empleo por su constante afición al alcohol, contando éstos a su vez
con una hija especialmente seria y formal, pero que a pesar de haber sido una
buena estudiante y hallarse bastante bien preparada no acababa de encontrar
empleo.

Mientras Ernesto comía compartiendo la mesa con Paco y Encarna, así como
con sus nietos los hijos de éstos, Elisa de 18 años y Andrés de 15, no conseguía
quitarse de la cabeza los problemas y dificultades de su entrañable amigo
Jacinto, y mientras en la mesa el motivo de la conversación eran los
pormenores y las anécdotas del Sorteo de la Lotería, él pensaba que
verdaderamente ya no es lo mismo, que cómo iba a transmitir a su familia su
inquietud por su amigo, pues ellos entendía que tendrían sus propios
problemas, proyectos y también dificultades, cómo para plantear él las ansias
que albergaba de poder ayudar a su amigo especialmente en aquella fechas
previas a la celebración de la Navidad.

El día siguiente del Sorteo, víspera de la Nochebuena, Ernesto se despertó


sobresaltado al oír a su nuera que se hallaba en la cocina bastante alterada,
comprobando de manera inmediata que el alboroto no era por ningún
contratiempo sino por todo lo contrario, pues acababa de llamarla Paco desde
la fábrica dónde desempeñaba el cargo de gerente, diciéndole que
comprobada la lista del Sorteo de la Lotería, a todos los miembros de la casa,

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pues todos participaban con alguna cantidad en el número agraciado, les había
correspondido un premio aunque no muy grande lo suficiente para darse cada
uno en éstas fiestas una pequeña satisfacción.

Cuando aquel día toda la familia de Ernesto se hallaba entorno a le mesa


dispuesta a comer, su hijo Paco leyó a todos la Felicitación de Navidad que
había recibido de su hermana Encarna y del marido de ésta, y todos se
alegraron al saber que a ésta parte de la familia todo les iba afortunadamente
bien, pues no es que hubiera un excesivo contacto con ella, pero en éstas
Fiestas nunca faltaba la acostumbrada felicitación y a la vez noticias relativas a
lo que la vida les iba deparando.

A pesar del bienestar que podía representar tanto la fortuna obtenida en el


reciente Sorteo de la Lotería, cómo las gratas noticias recibidas de su hija,
Ernesto no acababa de hallarse a gusto y su familia lo detectaba pues no era
habitual en él que no se mostrara participativo en las charlas que se
establecían cuando toda la familia se encontraba en torno de la mesa. Por ello
Encarna que con la convivencia había logrado conocer bastante bien a su
suegro no pudo contenerse y le dijo –Abuelo ¿se puede saber que le sucede, que
durante toda la comida apenas nos ha dicho nada y se muestra un tanto
apesadumbrado?, y todos le conocemos lo suficiente como para saber que en Vd.
no es habitual que se comporte así-,lo cual inmediatamente provocó que
también tanto su hijo cómo los dos nietos manifestaran su inquietud.

Ernesto cuando ya acababa la comida, se decidió a contarles el motivo de la


contrariedad que le preocupaba y que no era otro que ante el bienestar que el
disfrutaba y que toda su familia allí presente día a día le proporcionaban, no
encontraba la forma de poder ayudar a su amigo Jacinto, pasando a
continuación a exponerles los pormenores de la precaria situación en la que
éste desde hacía tiempo se encontraba, de la cual Paco y Encarna ya sabían
pues en alguna ocasión algo les había contado, y acabó diciéndoles –Mi amigo
el problema lo sufre todo el año pero parece que en éstas fechas navideñas la

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
sensibilidad es más intensa y mi disposición de ayudarle es mayor pero no
acierto a encontrar la forma de hacerlo-,y con esto finalizó la sobremesa ,
partiendo cada uno hacia sus respectivas obligaciones.

Aquella tarde después de comer, Ernesto no conseguía conciliar el sueño en la


pequeña siesta que tenía por costumbre disfrutar todos los días en su sillón
preferido, dándole vueltas una y otra vez a la situación en la que su entrañable
amigo se hallaba, y pensaba: -No se para que les he contado todo esto a mi gente
pues bastante tienen ellos con sus obligaciones y responsabilidades diarias- y
continuaba reflexionando, -a veces creo que la vida es cómo antes y ya no es lo
mismo, cada uno afronta sus problemas y no es que tenga disposición de ayudar
a los demás, es que no se tiene ni para escuchar o propiciar una palabra que
pueda reconfortar-.

La mañana del día de Nochebuena cuando Ernesto se disponía a salir para


felicitar las fiestas a su cuadrilla de amigos Encarna le dijo –Abuelo, espere un
momento que tengo un encargo de Paco y de Elisa para usted- y entonces le dijo
que Paco había conseguido en la fábrica un puesto de administrativa para la
nieta de Jacinto al que se tenía que incorporar el próximo 1º de Enero, y a la
vez le dio para Amalio, el yerno de su amigo, una tarjeta con una dirección a la
que inmediatamente se tendría que presentar para un posible trabajo, y
finalmente, Encarna le hizo saber que su nieta Elisa estaba gestionando por
medio de una Asociación de Ayuda Social que desde hace tiempo frecuentaba,
el que a la familia de su amigo se le proporcionara una persona que pudiera
ayudarles en su domicilio y paliar de ésta forma el desacarreo que tanto él
como su hija Felisa tenían con la enfermedad de su mujer.

No se había recuperado todavía Ernesto de la alegría que representaba poder


transmitir un día como aquel tan buenas noticias a Jacinto, su amigo del alma,
cuando su nuera le hizo entrega de una aparatosa bolsa de un supermercado
cercano llena de productos y viandas propias de aquellos días de Navidad,
diciéndole: –Esto se lo haga llegar a su amigo de la manera más discreta, y para

Ramón García Martín 21


Desde la calle Chile. Una primera antología.
evitar herirle en su justificado orgullo, le dice que cómo omitimos darle una
participación en el numero de la Lotería que resultó premiado, que admita éste
obsequio cómo disculpa junto con la felicitación de las fiestas navideñas de toda
la familia-.

Abrumado por la comprensión y disposición que de manera tan inmediata


Ernesto había hallado en su querida familia, decidió encaminarse a casa de su
amigo Jacinto antes de visitar el Hogar de la Asociación, y mientras caminaba
pensaba que si bien ya todo no es lo mismo, tal vez esto fuera solo,
afortunadamente, en lo superficial y que la sociedad actual todavía, al margen
de la aparente frivolidad que pudiera apreciarse, conservaba en lo más íntimo
sentimientos cómo los buenos deseos hacia los demás, la solidaridad, la
sincera amistad, y sobre todo el respeto. Si la Navidad al margen de la fe y de
las creencias más o menos profundas y siempre respetables que cada uno
pueda tener servía para demostrar estos, bienvenidas fueran siempre estas
celebraciones, en las que el hombre cada año puede aprovecharlas para
renovar sus buenos propósitos. Concluía Ernesto en su íntima reflexión,
mientras se acercaba a la casa de su amigo Jacinto, si bien todo ya no es lo
mismo tal vez sea porque en el ánimo del hombre está el cambiar
constantemente y ojala siempre lo consiga para mejor.

Este relato ha conseguido el 2º premio en el Certamen de Cuentos de Navidad para


Personas Mayores en su edición de 2008.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
UNA EDAD, UN TIEMPO, UNA CIUDAD…SALAMANCA

I. NIÑEZ

Aquella tarde al inicio de un tórrido verano, Rafa había quedado con su


inseparable amigo Mati, en que después de la hora de la siesta, obligación
impuesta por sus madres, irían al jardín de la señora Felisa, y después al taller
de carpintería del señor Rogelio, con el fin de conseguir en uno y otro sitio
algún material o desperdicio, que les permitiera a los dos chiquillos aportar
algo de combustible destinado a la hoguera de San Juan, que estaba próxima a
celebrarse en distintos lugares de las diversas barriadas de Salamanca.

Rafa le dijo a Mati: –Vamos primero al jardín de la señora Felisa- que se


encontraba cerca del terraplén de la vía del ferrocarril-, que cómo ella es prima
segunda ó tercera de tu madre, malo ha de ser que no nos dé algún despojo de
los ramajes del jardín, pues recuerdo que el año pasado hasta nos lo agradeció, y
después vamos al taller del señor Rogelio, que es primo de mi tío Enrique, y le
pedimos algunas virutas y serrín y si le cogemos de buen humor, a lo mejor,
hasta nos da también algún recorte de madera.

Rafa y Mati organizaban estas expediciones con mucha ilusión y dedicación,


pues comenzaban preparando los adornos de la Cruz de Mayo, continuaban,
cómo ahora, con la hoguera de San Juan y acababan en Diciembre con la
petición del aguinaldo, ocupando su tiempo antes en el mes de Septiembre y a
veces en Abril, en la Feria de Botijeros, colaborando con los feriantes en la
instalación de sus carruseles en los alrededores de La Alamedilla, lo que qué

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
les proporcionaba unos preciados vales, que les permitían disfrutar de las
distintas atracciones de forma gratuita.

El padre de Rafa, que era ferroviario, desempeñaba el cargo de guardafrenos y


su madre, aparte de atender a la casa, cogía puntos a las medias, contando el
matrimonio con tres hijos más, menores que Rafa: Angelito, Nines y Aurorita.
Todos ellos ocupaban una modesta vivienda de planta baja que compartían
con otra familia, unos utilizaban la parte derecha y otros la izquierda, ya que
estaba dividida por un largo pasillo que desembocaba en un patio de
utilización común dónde se encontraba el retrete y la pila de lavar, igualmente
de uso común y a su vez adornado por una parra que, la verdad, no era muy
generosa en sus frutos considerando el trato y cuidados que todos le daban.

Mati, a su vez, era hijo de un camarero del Café Nacional, que se hallaba en la
Plaza Mayor, y su madre cuidaba de la familia compuesta por dos hermanos de
Mati: Juli, que era mayor que éste y Santi que iba después de él. La casa que
ocupaban era similar a la de Rafa, pero no la compartían con nadie, ya que era
propiedad del abuelo materno y a éste, que entonces vivía en un pueblo
cercano, le pagaban la renta que tenían establecida.

Cómo se acercaba el día de la hoguera, Rafa y Mati fijaron un turno de guardia


con el resto de la cuadrilla de amigos que organizaban la que se instalaba en
una de las calles que confluían en la Avenida de Campoamor, no muy lejos del
Bar El Parral, pues de sobra sabían que, debido a la competencia existente
entre las distintas hogueras, al menor descuido unos y otros se distraían las
existencias llamadas a ser devoradas por el fuego. Por ello Rafa le dijo a Mati: –
Como mi padre está de servicio hoy en la línea de Plasencia-Empalme y no viene
hasta muy tarde yo me quedo a vigilar hasta última hora y tú si te parece te
estas según tenga el turno tú padre en el Café- De ésta forma los dos amigos
establecieron su colaboración en la importante tarea de vigilar la hoguera.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Llegada la víspera de la festividad del Bautista y acercándose la mágica noches
de San Juan, la vieja ciudad de Salamanca se transformaba por doquier en una
ardiente tea llena de flameantes hogueras, al igual que de ruidosos cohetes y
petardos, así cómo de sorprendentes bengalas. Lo mismo que al resto de la
chiquillería, a Rafa y Mati la hora de la siesta, ese día se les hacía interminable,
pues se hallaban ansiosos de disponer todo el material acumulado y darle una
forma atractiva, que, en casi todas las hogueras culminaba en un sombrero y
una escoba, aparte de que también permitiera una eficaz y aparatosa
combustión que destacara sobre las demás.

Un problema que ese día siempre se suscitaba era la falta de recursos


económicos para poder ir al kiosco del Demetrio y adquirir los petardos
imprescindibles para disfrutar de la noche y de la hoguera. Rafa trataba de
convencer a su madre diciéndole:–Durante todo el año te reparto las medias
por las casas de las clientas, traigo a Nines y Aurorita de la escuela y también
ayudo a Angelito a hacer los deberes, Dame por lo menos para comprar seis
petardos y dos bengalas –La madre, que no era muy partidaria de éstos
explosivos, demoraba su decisión:–Prefiero que lo que sea se lo pidas a tú padre
y que él decida lo que estime conveniente-. Pero de sobra sabía Rafa que en lo
que se refería a la economía doméstica, que en éste caso, en definitiva, era de
lo que se trataba, su madre llevaba la voz cantante, por lo que insistió:–Cuando
venga mi padre ya será tarde pues de sobra sabes que cuando acaba el servicio
se entretiene con los amigos en la cantina de la estación y ,además, la decisión
todas las veces te la endilga a ti- De ésta forma, Rafa consiguió al final, aunque
de forma parcial, que su madre atendiera su petición.

Mati, en el aspecto monetario, lo tenía algo más fácil, pues recurría a su padre
aprovechando que él era el encargado en casa de llevarle al café el
avituallamiento cuando las horas de servicio se alargaban, bien por Semana
Santa, Ferias u otras celebraciones, al igual que también se ocupaba de ir a
buscarle el tabaco al estanco dónde tenía domiciliada la cartilla del
racionamiento y la “Hoja del Lunes” que entonces se publicaba con abundante

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
información deportiva, a la que su padre era muy aficionado y que también
había contagiado a Mati, consiguiendo que su padre atendiera sus
requerimientos pecuniarios. Para ello utilizaba el recurso de las propinas y
alguna gabela que por su profesión, de vez en cuando, le caía, pero antes le
hizo la siguiente advertencia: –Adminístralo bien y sobre todo ten cuidado
cuando utilices los petardos o lo que compres, pues ya sabes que casi todos los
años hay accidentes por imprudencias y solo nos faltaría que ocurriera algo ,
viendo cómo anda tu madre- Ésta siempre estaba enferma y cualquier
alteración que pudiera haber le inquietaba y agravaba su precario estado, ya
de por sí endeble por naturaleza.

Llegada la anhelada noche, con la hoguera dispuesta y con el acopio de


petardos y demás cohetería, el suspense se centraba en cuál de las hogueras
del entorno era la última en prenderse, pues ésta era una de las cosas de las
que al día siguiente se alardeaba, al igual que cuál de todas había dejado más
tarde de arder y durado más su rescoldo, motivo por el cual, a pesar de la
presión de sus progenitores, la chiquillería insistía en retrasar el encendido,
hasta que por fin un padre, chisquero en mano, prendía fuego y después de un
intenso humo se iniciaban las llamas. En las distintas formas que estas llamas
adoptaban, mayores y pequeños veían de manera diferente no carente de un
cierto grado de fantasía, rasgos y trazos que bien podían representar las
diversas ilusiones y frustraciones que cada uno vivía día a día. La ilusión de
unos chavales, perseverando en una costumbre o rito ancestral, permitía a
todos unidos por el fuego, el ruido de los petardos y la consiguiente algarabía,
reflexionar al contemplar cómo la hoguera se iba consumiendo, sobre la
levedad de la vida y en cómo las llamas que el fuego propiciaba, también
representaban para cada uno, las aspiraciones más modestas al igual que las
que parecían más inalcanzables. El fuego tenía de este modo, para sus
respectivas vidas un efecto placebo al que necesariamente había que acceder
todas las noches de San Juan, para hacer acopio de fuerzas para un año más y a
la vez concebir nuevos proyectos e ilusiones que probablemente habrían de
repetirse al año siguiente.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Al día siguiente, Rafa y Mati, sentados a la sombra de uno de las árboles que
rodeaban el Asilo de San Rafael en el Paseo del Rollo, cercano a sus hogares,
recordaban la noche pasada y hacían proyectos para el resto del verano, Mati
decía: –Yo me iré unos días con mi madre y mi hermano Santi al pueblo del
abuelo, haber si cambiando de aires mi madre mejora como le ha dicho el
médico, pero estaré aquí antes de San Lorenzo que es la fiesta y la verbena de los
bomberos en Campoamor; y mi hermano Juli se quedará aquí con mi padre, pues
le ha dicho que es fácil que pronto le avisen para entrar de botones en el Gran
Hotel, ya que Juli cumple catorce años el día de Santiago y acaba la Escuela -.

Rafa, por su parte, le comentaba a su amigo Mati –Yo no tengo tu suerte pues no
tengo parientes en ningún pueblo, así que me quedaré aquí todo el verano
haciéndole los recados a mi madre y cuidando de mis hermanos, me iré a los
Jesuitas a jugar, y algún día cómo puede ser la Fiesta de San Ignacio, es posible
que me vaya con ellos y con los que por allí andamos de excursión a la arboleda
de Cabrerizos ó tal vez a La Flecha, ya sabes por otros años que llevan una buena
merienda y aunque vamos y venimos andando lo pasamos muy bien, y por las
noches saldré con mi madre y mis hermanos a tomar el fresco, también algún día
iremos a la estación a buscar a mi padre, así le ayudamos a traer el farol y el
resto del equipo y yo aprovecho para ver la salida y llegada de los trenes,
sobretodo ése que a mi me gusta que es el expreso que va de Lisboa a Hendaya y
que tiene coches-cama – Pero a Rafa, en el fondo lo que más le gustaba del
verano, eran aquellas noches que con su madre y sus hermanos y a veces con
su padre iban a la Alamedilla, a escuchar el concierto que en el templete daba
la Banda Municipal, dirigida por un hombre muy alto y muy serio, que, con su
mirada, incluso intimidaba a la chiquillería que constantemente hacía ruidos
gritando cuando pedían a sus padres helados o barquillos.

De ésta forma, estos niños que muy bien podían representar a la mayoría de
los que habitaban aquella vetusta ciudad de Salamanca, pertenecientes a una
generación nacida en los años inmediatos a la conclusión de la dramática

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
contienda civil, que había sufrido España, encaraban cada día, aproximándose
al final de la niñez y al comienzo de la siempre complicada adolescencia.

II. ADOLESCENCIA

Cómo su hermano Juli ya llevaba dos años trabajando, al igual que su padre, en
el ramo de la hostelería, Mati se veía obligado, ya en su último año de escuela,
a colaborar cada vez más en las tareas del hogar, pues su madre cada día se
hallaba con la salud más precaria, y el pequeño Santi necesitaba más tiempo
para realizar los deberes escolares y asistir a la catequesis preparatoria de la
primera comunión, siendo estos los motivos por los que no frecuentaba todo
lo que el deseaba a su grupo de amigos especialmente a Rafa

Cuando una tarde, un tanto tormentosa, del mes de Septiembre Mati


acompañaba a su madre al dispensario que los Jesuitas tenían en el Barrio de
La Prosperidad, concretamente en la Calle Vergara, para que le pusieran una
inyección, se encontró con Rafa y éste le propuso: – ¿Por qué no quedamos más
tarde para ir a los Jardines de Las Salesas y después de ver allí la salida de los
toros nos damos una vuelta por las Ferias? - Entonces Mati miró a su madre
para ver por su semblante que le parecía, pero ésta, que a pesar de su
deficiente estado de salud, nunca quería condicionar la vida de los suyos, le
dijo: –Sabes que una vez que volvamos del dispensario ya no te voy a necesitar,
pues si el nublado no va a más me iré con Santi y el abuelo -que había venido a
pasar las Ferias-, a sentarnos en uno de los bancos del Paseo cerca del Hogar
Cuna- De ésta forma los dos amigos pudieron concretar el programa de
aquella tarde.

En aquella Salamanca, el mes de Septiembre, con la celebración de las Ferias y


Fiestas, tenía para todos, grandes y pequeños, un atractivo muy especial, pues
en aquellos días la actividad de los mayores disminuía y los más pequeños
acudían a la escuela solo por las mañanas, siendo frecuentada la ciudad por

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
gente de la provincia, la cual una vez recogida la cosecha de los diferentes
productos, disfrutaba visitando a familiares que no podían ver durante todo el
año y, haciendo cada uno el exceso económico que estaba a su alcance,
acudían a los espectáculos que aquellos días se ofrecían; bien a La Glorieta a
presenciar el desenjaule o alguna corrida de toros, bien a ver a las
denominadas Compañías de Revista, que actuaban en los distintos teatros el
Gran Vía, el Liceo, el Bretón ó el Coliseo, acabando siempre la jornada en el
lugar dónde se instalaban las Atracciones de Feria.

Rafa y Mati, cómo los demás adolescentes, disfrutaban de aquel ambiente que
siempre desencadenaban las Ferias y las Fiestas de su ciudad, pues para ellos
entonces era mucho el tiempo que transcurría de un año para otro y el final de
las mismas llegaba rápidamente trayendo siempre consigo la monotonía y la
rutina. Pero aquel año bien por el grado de independencia que iban
alcanzando o por el despertar de nuevas y desconocidas sensaciones, ambos
muchachos participaban y disfrutaban con más ilusión. Por las mañanas algún
día quedaban para ir al Edificio de la Cárcel Vieja, que se hallaba al final de la
Cuesta Sancti Spiritus, para ver la salida de los Cabezudos, especialmente los
conocidos como el Padre Lucas y la Lechera, después se acercaban a la Plaza
Mayor a escuchar el concierto de la Banda Municipal y presenciar también el
lanzamiento de cohetes y globos grotescos, e incluso un día acompañados por
el abuelo de Mati, fueron al Mercado de Ganado, que en aquella época se
establecía en las inmediaciones del Barrio del Arrabal, no faltando ningún día
a las atracciones de la Feria, aunque solamente fuera para verlas, puesto que
los recursos económicos y los vales gratuitos no duraban para todos los días.

En los diferentes barrios de la ciudad, aquellos días tenían lugar sesiones de


cine al aire libre así cómo verbenas, por lo que tanto Mati cómo Rafa tenían
que convencer a sus padres para que les dejaran asistir, permiso que
conseguían pero condicionado a que llevaran a alguno de los hermanos
pequeños. Rafa llevaba a Angelito y a Nines y Mati por su parte a Santi.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
A los dos amigos les contrariaba bastante asistir a éstas celebraciones
acompañando y cuidando de parte de la prole familiar, puesto que les impedía
estar con el resto de los amigos que componían la pandilla, y al mismo tiempo
acercarse a alguna amistad del otro sexo que conocían del barrio y que, en
alguna ocasión a uno o a otro les hacían algo de caso. Con éste motivo le dijo
Rafa a su amigo: –Cómo mañana acaban las fiestas con los fuegos artificiales
cerca de La Alamedilla y estos tienen algún peligro para los pequeños, si te
parece vamos a convencer a nuestros padres para que nos dejen ir solos y de ésta
manera estamos con quien nos parezca- Mati, chaval bastante observador,
adivinaba que lo que Rafa pretendía era que ésa noche los dos haciéndose los
encontradizos, presenciar los fuegos artificiales con Isa, aprendiza de un taller
de modista que había cerca de su casa y con Paqui, la amiga de ésta, a la que
Mati conocía por haber años atrás tomado la primera comunión con ella. De
esta forma, los dos muchachos proyectaron acabar aquel año las Ferias y
Fiestas de la ciudad.

A Rafa no le fue difícil convencer a su madre, pues ésta ya había decidido que
aquella noche iría a los fuegos con Angelito y las dos pequeñas y después se
acercarían a la estación a recoger a su padre que aquel día estaba de servicio a
Fuentes de Oñoro, pero para Mati resultó más complicado, ya que tenía que
llevar los bocadillos de la cena a su padre y a su hermano Juli y su madre,
cómo siempre, no se encontraba bien, pero al final el abuelo se comprometió a
llevar a los fuegos a Santi y de ésta manera liberó a Mati de la obligación de
tener que llevarlo él.

De ésta manera, los dos amigos, después de entregar los bocadillos al padre y
al hermano de Mati se dispusieron a disfrutar de aquella noche para ellos
especialmente mágica e ilusionante, dirigiéndose al entorno de la Plaza de
España y La Alamedilla a presenciar los fuegos artificiales que clausuraban las
Fiestas de aquel año. Primero trataron de localizar a su habitual pandilla de
amigos y después, especialmente por parte de Rafa, a Isa y a Paqui, lo cual no
resultaba fácil debido a la cantidad de gente que allí había congregada y

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
mucho menos después del estallido del primer cohete y de toda la pirotecnia
que vino a continuación. Rafa le decía a su amigo: –¿Tú ves alguno de los
nuestros?- y Mati, de forma un tanto socarrona, le contestaba: –No veo a
ninguno y tampoco a ninguna- Todo lo cual, unido a los gritos y a algarabía
desencadenada, tenía totalmente desconcertado a Rafa, que pensaba:–Con lo
que me hubiera gustado asistir a estos fuegos al lado de Isa y ofrecerle mi
protección ante éstas explosiones y estruendos- pero el espectáculo continuó y
el final del mismo fue para los dos chiquillos una ilusión ansiada, pero en
cierto modo frustrada, pues ambos habían deseado compartirla, y de manera
especial Rafa, con aquellas chiquillas también adolescentes que en alguna
ocasión les habían prestado atención, pero tal vez no tanta cómo los dos
muchachos habrían podido pensar.

Así transcurría la vida adolescente de estos muchachos, lo mismo que la de


muchos otros en aquella para ellos acogedora ciudad de Salamanca, cuyos
limites por un lado los establecía el entrañable Río Tormes con el típico Barrio
del Arrabal, por otro el siempre atrayente Barrio de la Prosperidad cercano a
la Aldehuela de los Guzmanes, lugar éste de esparcimiento en cualquiera
época del año. El resto los límites se hallaban establecidos por la barriada
extraordinariamente trabajadora de Los Pizarrales, por el Cementerio de la
ciudad y el feudo de El Calvario, recinto éste último dónde los aficionados al
fútbol disfrutaban los éxitos y sufrían los fracasos de la por todos querida
Unión Deportiva Salamanca, y finalmente el extremo norte de la ciudad lo
marcaba una extensión de terreno, en su mayoría todavía de uso agrícola, que
comenzaba desde el Cuartel de Ingenieros y la Plaza de Toros hasta la Estación
del Ferrocarril, por donde empezaba entonces a emerger el Barrio Garrido.

Rafa y Mati, aquel año afrontaban su último Curso de la Enseñanza Primaria. El


primero asistía a una escuela existente contigua al Parque de Bomberos
llamada Luís Vives, y Mati recibía sus enseñanzas en el Colegio de los Jesuitas
muy próximo al de Rafa, siendo con frecuencia los diferentes centros
educativos la causa de alguna discusión entre ellos. Rafa siempre le decía a

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Mati: –En mi escuela no tenemos patio para el recreo pero podemos estar en la
calle y hacer lo que nos dé la gana, además no nos obligan a rezar el rosario y a
confesarnos todos los sábados por la tarde y tampoco son tan puntuales cómo en
el tuyo para empezar las clases- A todo esto, Mati no tardaba en replicar: –En
mi escuela organizamos partidos y campeonatos de fútbol todo el año, tenemos
salón de juegos y al finalizar el curso tenemos una fiesta dónde nos reparten
diferentes diplomas, también hay un coro que va a cantar a distintos sitios y
todos los domingos lo hace en misa de una en La Clerecía- Y con éstas disputas
los dos amigos pasaban el tiempo y defendían con orgullo y ardor a sus
distintas escuelas.

En aquella época, como en tantos siglos ha sucedido, las familias azuzaban a


los chavales que ya apuraban su último año en la escuela, para que, aparte de
colaborar en casa en la cotidiana vida doméstica, adquirieran una mayor
formación, utilizando los precarios medios que entonces podían tener a su
alcance. Por ello, Mati había comenzado a asistir a clases de Dibujo Lineal, que
entre otras materias se impartían en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos,
ubicada en el vetusto edificio de la Cárcel Vieja, donde también tenían su sede
los Juzgados de la capital y el Cuerpo de Guardia de la Policía Municipal. Con
éste motivo Mati le decía a Rafa: – Me he comprado todo el material para
dibujar láminas y croquis y te diré que la enseñanza allí es distinta a la de la
escuela; también va gente mayor y de otros barrios. Las dos horas que duran las
clases se pasan rápido, además nos han dado un carnet con el cual los sábados
podemos asistir allí mismo a una sesión de cine y dicen que, incluso, a final de
curso nos llevarán de excursión en tren a Alba de Tormes- Rafa, que por su
parte había iniciado un curso de mecanografía, que daba una señora algo
mayor en su casa, cerca de la Cuesta de la Raqueta, le comentaba a Mati: –Son
unas clases muy entretenidas, pues tenemos una máquina de escribir para cada
uno de los que vamos. Por cierto. sabrás que allí coincido con Paqui la amiga de
Isa, y la profesora nos ha asegurado que al final, si superamos un examen, nos
dará un Diploma-, además, continuó diciéndole: -Por mediación de mi tío
Enrique, voy a ir los martes y los jueves a un taller que enseñan aeromodelismo,

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que está en un sitio que llaman El Estambul, en la Cuesta del Carmen enfrente
del Cine Moderno, y que es algo de La Falange o del Frente de Juventudes y
también todos los sábados proporcionan sesiones de cine e, incluso, como premio
al final del curso, te facilitan la asistencia a un Campamento de Verano que está
por la parte de la Sierra de Gredos– Con ésta conversación los dos adolescentes
intercambiaban los pormenores de sus respectivas vidas, ilusiones y
proyectos. Todo ello tenía cómo escenario aquella capital charra pequeña
pero acogedora, con rincones populares y monumentos incomparables que
para cada uno de sus habitantes encerraban imborrables recuerdos y
vivencias de distintos tiempos, matices y sentimientos.

Entre paseos, e idas y venidas de sus respectivas obligaciones, así se sucedía el


día a día en la vida de Rafa y Mati, disfrutando de su adolescencia y
compartiendo con sus familias unos días mejores y otros peores, pues las
estrecheces eran muchas y las satisfacciones, aunque sencillas, se acababan
casi antes de comenzar a saborearlas. Todo esto los muchachos lo superaban
con la alegría y la ilusión que su adolescencia les iba deparando, sintiéndose
ambos satisfechos, entre otras cosas, con disponer de algunas monedas que,
de vez en cuando, les permitieran disputar un futbolín en Salones que al efecto
había en Salamanca, uno en la Calle Prior, y otro que denominaban La
Gimnástica, en la Calle Espoz y Mina, o dando un paseo por la Plaza, la
Alamedilla o incluso por la Carretera de Madrid, según la época del año,
tratando de coincidir, para acompañarlas un rato, con alguna amistad
femenina; y si se trataba de Isa y Paqui, mucho mejor. Así, estos adolescentes,
seguramente sin tener mucha conciencia de ello, se iban acercando a la
decisiva etapa de la juventud.

III. JUVENTUD

Mati tuvo que abordar el comienzo de esta etapa con un acontecimiento


especialmente dramático, pues su madre después del doloroso y prolongado
proceso de su enfermedad, derivado del agravamiento de su siempre precario

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
estado de salud, había muerto al comienzo de aquella prometedora primavera,
que vino precedida de un duro invierno para toda la familia, con constantes y
sobresaltadas idas y venidas al Hospital Provincial, dónde, con más cariño que
medios, habían tratado de superar el deficiente estado de salud de la pobre
mujer, Durante este periodo, Mati estuvo especialmente comprometido con la
situación familiar, pues a pesar de que se hallaba trabajando de chico de los
recados en una tienda de ultramarinos existente en el barrio, le permitían
ausentarse cuando le era necesario. Esta disponibilidad no la tenían su padre y
su hermano Juli, ya que estos tenían trabajos en los que las exigencias eran
más rigurosas. El pequeño Santi todavía asistía a escuela, aunque también
colaboraba a su manera sin desatender los estudios en los que, por cierto,
comenzaba a sobresalir.

Rafa, por el contrario, afrontaba la juventud sin ningún lastre que pudiera
compararse con el que vivía su amigo Mati. Se encontraba desde hace algún
tiempo trabajando en un taller de carpintería que se hallaba en el Alto del
Rollo, y a la vez se preparaba para optar en su día al ingreso, cómo hijo de
ferroviario, en el Cuartelillo de Ferrocarriles, y por éste medio conseguir su
futuro profesional en la misma actividad que su padre, pues desde siempre le
había fascinado el ambiente ferroviario. Mientras, su familia se encontraba un
tanto preocupada, ya que su hermano Angelito estaba decidido a ingresar en el
Seminario de Calatrava, y ninguno acertaba con el argumento adecuado que le
hiciera desistir, pues el chico se hallaba muy influenciado por un cura que
todos los jueves iba a dar una charla de religión a su escuela. Esta decisión del
muchacho había traído consigo una situación de desasosiego a los padres a la
que no eran ajenos el resto de la familia, incluidas sus dos hermanas pequeñas
Nines y Aurorita.

Aquella mañana Rafa al levantarse se dijo: -Hoy sin falta tengo que ver a Mati
para saber algo de él, pues desde que murió su madre a penas le he visto y
tenemos que quedar-, y sin más se propuso que al salir del taller a mediodía lo
iría a buscar a la tienda dónde trabajaba. De esta forma al final pudo quedar

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con él para el día siguiente, que precisamente era el Domingo de Ramos con el
que daba comienzo la ya entonces importante Semana Santa de Salamanca.

Mati le confiaba a su amigo Rafa: –Lo estoy pasando muy mal, pues nunca pensé
que a pesar del delicado estado de salud de mi madre, ella pudiera desaparecer,
e incluso fíjate que para lograr su recuperación, cuando salía de la clase de
dibujo me asomaba a la Capilla del Cristo de los Milagros para hacerle
constantes promesas encaminadas a que pusiera buena a mi madre, pero ni así
ha sido posible. Además ahora mi padre apenas se ocupa de nosotros ni de
nuestro porvenir Cuando acaba el servicio se queda por los bares de los Portales
de San Antonio y no nos enteramos ni de la hora a la que llega a casa, siendo Juli
y yo los que nos ocupamos de las necesidades de la casa y de la educación y los
estudios de Santi, que cómo sabes está destacando bastante- A todo esto Rafa
prestaba atención mientras pensaba la forma de poder ayudar y animar a su
amigo.

En la festividad del Jueves Santo, Rafa fue a buscar a Mati a su casa y después
de ayudarle a terminar algunas tareas domésticas le convenció para salir a dar
una vuelta, así que ambos se encaminaron a la Plaza Mayor, y después por la
Calle la Rua hacia las catedrales, ya que allí era dónde por ésas fechas más
gente se concentraba y, en espera de los desfiles procesionales, se establecía
un agradable paseo, en el que era frecuente encontrarte con otros amigos y
conocidos del barrio. De esta manera fue cómo coincidieron con las
inseparables Isa y Paqui, las cuales se disponían a ver la procesión de ése día
en la Calle de La Compañía. Después de interesarse por el estado de Mati, se
dejaron acompañar por los dos amigos para presenciar aquel desfile
procesional.

Mientras transcurría la procesión Isa le decía a Mati: –Tienes que distraerte y


animarte un poco más sin dejar de ocuparte del trabajo y de las
responsabilidades de tu casa, y tampoco tienes que olvidarte de tu porvenir, pues
por lo que me dices lo de la tienda de ultramarinos no te entusiasma demasiado-

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Rafa escuchaba la conversación mientras pasaban delante aquellos cofrades
con su espléndido hábito y zapatos extraordinariamente brillantes y pensaba:
-Esta Isa es una chica estupenda y de qué manera está sabiendo llegar a Mati,
mientras que Paqui no dice nada, no sé si por prudencia o porque tal vez no se le
ocurre nada, y pensar que yo hasta ahora creía que ella era la más lista de las
dos amigas- y continuó escuchando cómo Isa seguía animando y, a su manera,
también aleccionando a Mati, diciéndole:–Ya sabes que yo antes de concluir la
etapa escolar comencé de aprendiza en un taller de modista, pero por mediación
de un vecino, he encontrado un trabajo mucho mejor retribuido en una fábrica
de chocolate que hay cerca de la Casa de la Madre, pasando La Alamedilla ,y por
la tarde a última hora voy a un curso de corte y confección que de forma
gratuita imparten en un colegio de monjas cerca del Paseo de Canalejas, así que
no te quedes lamentándote y procura afrontar las dificultades y buscarte el
mejor porvenir cómo hacemos todos- Mati asentía a todo lo que le decía Isa, y
para sus adentros se sentía especialmente reconfortado, por éste tiempo y
éstas palabras que le llegaban de ésta muchacha, que nunca le había parecido
asequible, y que, ahora, se manifestaba extraordinariamente cercana así como
sinceramente preocupada por el momento que Mati estaba viviendo.

Aquella primavera y después de transcurrida la Semana Santa, tanto Rafa


cómo Mati no entendían un día de fiesta sin ser compartido por ambos, y a la
vez tratar ahora de coincidir bien en el paseo de la Calle Toro, La Plaza por La
Alamedilla, con Isa y Paqui, las cuales, aunque de forma un tanto esporádica,
habían comenzado a aceptar la compañía de éstos muchachos; si bien la
afinidad de Isa con Mati era perceptible para todos, mientras que Paqui y Rafa
no alcanzaban idéntica sintonía. Pero no por ello los cuatro dejaban de
sentirse a gusto cuando coincidían, pues Rafa desde un principio había
aceptado la preferencia de Isa por su amigo.

Cuando el día de San Juan de Sahagún, Mati y Rafa regresaban de la verbena a


la que habían asistido, el primero le dijo a su amigo: – El uno de julio voy a
comenzar a trabajar en una fábrica que ésta cerca de la cárcel, pues un señor

Ramón García Martín 36


Desde la calle Chile. Una primera antología.
que hay allí de encargado y que es del pueblo de mi abuelo y algo pariente de él,
me ha recomendado sabiendo de mis conocimientos de dibujo, aunque tendré
que ir con disposición de hacer de todo – y continuó : – Mi abuelo me ha dicho
que se ha comprometido mucho con su pariente por mí, así que debo procurar
cumplir lo mejor que pueda con todo lo que allí me manden – Rafa a su vez
informaba a su amigo: –Creo que en Septiembre ó cómo muy tarde en Octubre,
tendré que enfrentarme, según me ha dicho mi padre, al ingreso en el Cuartelillo
de Ferrocarriles, así que, si todo resulta bien, dejaré el taller de carpintería y
comenzaré la vida de ferroviario que siempre he deseado.– De esta manera,
recíproca e ilusionada, los dos amigos se hacían estas confidencias que tanto
habrían de repercutir en el futuro de sus vidas.

Con estas perspectivas de su inmediato futuro, los dos amigos afrontaban


aquel verano que, probablemente, fuera el último que, de forma tan intensa,
compartieran. Asistían siempre que les era posible a las fiestas y verbenas que
entonces se celebraban en los distintos barrios, comenzando por la de El
Arrabal a la que la seguía la del cercano pueblo de Tejares, con la Romería de
la Virgen de la Salud, y continuaba con la de la Prosperidad, concluyendo con
la de los Pizarrales. También en aquella época tenían especial relevancia
festiva, las meriendas que en La Aldehuela y otros lugares cercanos se
celebraban, en la festividad del 18 de Julio y el día de Santiago, pues estos días,
cómo tantos otros, para los habitantes de aquella entrañable ciudad, cada
calle, rincón o paseo de la misma, eran una prolongación de sus humildes
hogares, por lo que, cualquier hecho o celebración que en estos lugares
aconteciera, era ocasión que se aprovechaba para coincidir con otras familias,
amigos y conocidos de otros barrios, e incluso para establecer nuevas
amistades de distinta índole, las cuales en muchas ocasiones acababan en una
relación que podía conducir a un destino y futuro compartido.

Una de las últimas noches de ése verano, cuando regresaban del río, dónde a
ultima hora habían ido a darse un baño a la zona que todos conocían por El
Cabildo, y se encaminaban a sus casas, el Rafa le dijo a Mati: – Nos vamos a

Ramón García Martín 37


Desde la calle Chile. Una primera antología.
cambiar pronto de casa pues a mi padre le han concedido una vivienda nueva de
las que la Renfe está acabando en el Paseo de la Estación, así que mi madre no
cabe en sí de alegría, pues donde ahora vivimos estamos muy escasos de espacio,
y Nines y Aurorita ya se están haciendo mayores, igual que Angelito, aunque éste
al final en Octubre se va de seminarista a Calatrava – Mientras Mati escuchaba
lo que le iba comunicando su amigo, pensaba en lo que podía representar el
alejamiento de sus respectivos domicilios y se decía para si mismo: -Cómo no
pueda frecuentar de la misma forma que hasta ahora a Rafa ni tampoco a Isa,
no sé a quien voy a recurrir para charlar y desahogarme, porque en casa mi
padre sigue sin querer saber nada, Juli con el trabajo y preparando su boda, pues
quiere casarse para la próxima primavera, tampoco está para muchas
conversaciones al igual que Santi, que una vez que ha aprobado el Ingreso para
iniciar el Bachillerato, no piensa más que en estudiar.- Por aquella época, con
Isa tampoco podía estar todo el tiempo que él querría, ya que aparte del
trabajo en la fábrica de chocolate, y el curso de corte y confección al que seguía
asistiendo, tenía que atender a sus abuelos maternos, que vivían en el Barrio
del Matadero, al otro lado del río, muy distante de su domicilio, pues ella vivía
en la Plaza de San Cristóbal, cerca del Cine que todos conocían con el nombre
de San José, por estar dirigido por un sacerdote que regía un Colegio con el
mismo nombre en las inmediaciones.

Entonces Rafa, adivinando en el silencio de su amigo lo que éste estaba


pensando, le dijo: –Oye Mati no creas que porque nuestras casas vayan a estar
más distantes no vamos a continuar quedando y viéndonos, pues yo, mientras no
ingrese en el Cuartelillo, según regreso del taller, te veo y, si no estás en casa, le
dejo a Santi cualquier recado – De esta forma los dos amigos, mientras llegaban
a sus respectivos hogares, dejaban establecida la manera que impidiera el
distanciamiento de una relación que desde chiquillos mantenían, y a la que por
nada del mundo renunciarían, pues eran muchos los buenos y malos
momentos compartidos, así cómo los proyectos e ilusiones que les unían, y
que ahora en una crítica situación de su prometedora juventud afrontaban con
la valentía propia de esa incomparable edad.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
IV. EPÍLOGO : EDAD ADULTA

Rafa después de un destacado periplo profesional en la empresa ferroviaria a


la que pertenecía desde su juventud, aceptó, previa consulta con su mujer, una
guapa aragonesa que había conocido cuando estuvo destinado en Zaragoza, la
prejubilación que le habían propuesto, y de común acuerdo, la pareja decidió
trasladar su residencia que entonces tenían en una población cercana a
Madrid, a Salamanca, ciudad constantemente añorada por Rafa, y que aquel
año estaba de permanente actualidad de una manera muy especial, por haber
sido designada Capital Europea de la Cultura. En ella, aunque su padre ya
hacía años que había fallecido, aun tenía a su madre, que a pesar de la edad,
todavía se conservaba bastante bien conviviendo con su hermana Aurorita,
que estaba soltera, pues Nines se había casado y, por circunstancias laborales
de su marido, residía ya hace años en Barcelona, mientras que Angelito,
después de dedicar unos años a la carrera sacerdotal, había abandonado los
hábitos y ejercía de profesor de Filosofía en un Instituto de Zamora, dónde se
había casado ya algo mayor, con una profesora de Lengua, teniendo su
domicilio en la ciudad del Duero.

Apenas instalado el matrimonio en la ciudad, una mañana desayunando, le


dijo Rafa a su mujer: –Hoy sin falta voy a quedar con Mati – del cual siempre le
estaba hablando –pues aunque no hemos dejado de estar en contacto por uno u
otro motivo, ahora no es lo mismo; que los dos tenemos todo el tiempo para
nosotros. Ya sabes que él lleva jubilado unos años por aquel acuerdo con la
empresa telefónica en la que trabajó desde que cumplió el servicio militar en
Ingenieros, que, por cierto, creo que lo único en lo que este hombre tuvo suerte –
Pues Rafa de sobra sabía que Mati, después de haber sufrido la prematura
muerte de su madre y los penosos años que tuvo que convivir con su padre,
con la desagradable deriva que éste tomó cuando ella faltó, tuvo que

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
responsabilizarse de la casa, ya que su hermano Juli, una vez casado, se
preocupó solamente de su nuevo hogar, y el pequeño Santi, a su vez, de sus
estudios, con los que al final consiguió un importante puesto en una Entidad
Bancaria, que profesionalmente le había conducido a crear y establecer su
familia en una población importante de la parte de Levante – Y fíjate, -le
continuaba diciendo a su mujer-, lo que le habrá costado superar lo de Isa –
pues ésta falleció al poco tiempo de jubilarse Mati, cuando los dos tenían por
delante un sinfín de proyectos para disfrutar, ya que se habían casado nada
más licenciarse Mati e ingresar éste en la Compañía de Teléfonos, habiendo
tenido en su matrimonio por unas causas u otras más sinsabores que
satisfacciones.

De ésta forma, aquella mañana de un apacible otoño, muy característico de la


capital charra, Mati y Rafa se encontraron en una de las cafeterías existentes
en el Paseo de Carmelitas, un espacio de la ciudad que a los dos, desde
chavales, siempre les había gustado. Después de darse un fuerte abrazo y
pedir sendos cafés, se sentaron a departir sobre los últimos acontecimientos
de sus respectivas vidas. Mientras hablaban, Rafa no apartaba la vista de una
especie de estuche de cartón de tamaño mediano que Mati había depositado
encima de la mesita que ambos compartían, y éste, que a pesar de los años no
había perdido su dotes de hombre observador, le dijo a su amigo: -Cómo veo
que llevas un rato pensando cual puede ser el contenido de ésta caja ábrela tu
mismo y luego me dices que opinas de su contenido –Rafa procedió de manera
inmediata a cumplimentar la invitación de su amigo.

La sorpresa y la emoción que le produjo a Rafa lo que aquel estuche contenía,


fue tan profunda que no pudo evitar que los ojos se le humedecieran y
contener alguna lágrima, pues tenía ante él una Colección completa de
láminas, que en los primeros años noventa “La Gaceta Regional de Salamanca”
había editado, en las que de manera sucesiva, aparecían en la parte superior
diferentes y característicos lugares de la capital charra tal cómo eran durante
la niñez, adolescencia y juventud de aquellos amigos, y de la misma manera en

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
la parte inferior, se mostraban esos lugares cómo eran actualmente.
Contemplándolas, los dos amigos, de manera emocionada, apreciaban y
comentaban sin disimular la nostalgia que a ambos les invadía, las notables
diferencias. Sabían ahora los dos, jubilados y con las cicatrices que de
diferente índole la vida en ellos había dejado, que esta ciudad, a pesar de los
asombrosos cambios experimentados, seguiría siendo la que siempre habían
querido, como inigualable escenario de sus vidas, y en la que ahora se
proponían disfrutar todos los años que el destino les tuviera reservados en su
nueva situación, renovando e intensificando cada día su inquebrantable
amistad.

Mati se despidió de Rafa después de haber estado un largo rato examinando y


elogiando una y otra vez aquella fantástica y emotiva colección. Rafa, según
veía a Mati alejarse, se preguntaba qué podría hacer él en lo sucesivo, para
conseguir que de su amigo desapareciera aquella tristeza y melancolía que en
él se había instalado. Y reflexionando sobre ello se dirigió a casa portando
aquella Colección, cuya existencia el desconocía, y que Mati le había dejado
para que pudiera enseñársela a su mujer y contemplarla de manera reposada.

Mientras caminaba, Rafa pensaba, a propósito de la colección que tanto le


había sorprendido: -Verdaderamente estas imágenes y fotografías representan
de forma magnifica, los lugares más entrañables y profundos donde han ido
quedando las huellas de nuestras vidas, con sus emociones, ilusiones y también
decepciones- y asociando éste pensamiento a una obra de reciente lectura del
autor Mario Benedetti, continuaba en su meditación: -Ahora si que Mati y yo,
podemos coincidir con éste escritor uruguayo ubicándonos en este
extraordinario álbum fotográfico, cuando él dice, “DE TODOS LOS TIEMPOS, LOS
VIEJOS Y LOS NUEVOS, QUEDAN LAS VIRUTAS DE LA VIDA” , pues muchas de las
nuestras se hayan esparcidas en lugares y rincones de nuestra querida
Salamanca, cómo los que aparecen en ésta sorprendente Colección-.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
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Desde la calle Chile. Una primera antología.
RETROSPECTIVA DE MI CALLE

Como inicia su poesía de “El Ama”, el autor nacido en el pueblo salmantino de


Frades de la Sierra, José Mª Gabriel y Galán, yo también aprendí en el hogar en
que se funda la dicha más perfecta, y tuve la fortuna añadida que el mismo se
encontrara en la siempre envidiada y admirada ciudad de Salamanca, y por si no
fuera esta suficiente ventura, el azar o la casualidad me deparó la dicha de que la
Calle Chile fuera y siempre lo seguirá siendo, aunque hace ya muchos años que me
ausenté de ella “mi calle”.

Es y será siempre mi calle primero porque en ella se encontraba el hogar donde


nací al comienzo de los años cuarenta del ya pasado siglo, en el cual con
incomparable dignidad, humildad y modestia mis padres consiguieron atender
todas las necesidades domésticas, alimenticias y educativas de una familia
compuesta por ellos y cuatro hijos, considerando la precariedad de aquellos duros
años de la posguerra y los parámetros que entonces se utilizaban para interpretar lo
que era necesidad, y en segundo lugar y de manera muy importante siempre será mi
calle, porque tuve la gran suerte de que la mayoría de la gente que en ella tenían
sus hogares con su comportamiento diario me transmitieron, como constantemente
lo hacían mis progenitores, la riqueza de lo que significaban términos cómo
trabajo, dignidad, decoro, nobleza, lealtad y generosidad.

Justificado de forma sintética pero no exenta de un entrañable cariño porque la


Calle Chile es y siempre será mi calle, diré a continuación que ésta calle en la que
yo viví e indudablemente mucho disfruté, carecía de pavimento alguno pues era de
tierra la composición de su suelo con importantes desniveles, ya que aquella zona
no hacía muchos años había sido de utilización rústica, existían precarias aceras

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
que a menudo se interrumpían y a la vez las que había se encontraban en
permanente estado de deterioro, apareciendo por toda la calle infinidad de regateras
que se formaban durante la época de lluvias y que en invierno provocaban los
consiguientes barrizales y en verano generaban abundancia de polvo que los
vecinos combatían saliendo a sus respectivos portales con cubos o herradas de agua
para regar la calle y de esta forma aplacar el polvo y proporcionar frescor al
entorno, la iluminación nocturna la proporcionaban tres o cuatro bombillas
estratégicamente colocadas de las cuales habitualmente siempre había alguna rota o
fundida.

Las casas eran todas de planta baja con un patio en la parte posterior en el que era
habitual que se hallara la pila de lavar así cómo un modesto retrete, existiendo en
algunas de ellas recoletos pero atractivos jardines en los que no era extraño
encontrar parras y árboles frutales que llegada la época propiciaban uvas, higos,
membrillos y algún otro fruto de los cuales su propietario no demoraba en
compartir con sus vecinos. Todavía en aquellos años algunas de las casas de la
calle carecían de agua corriente, motivo por el que en ellas había diversos
recipientes cómo tinajas, cántaros o barreños en los que se hacía acopio del agua
que se obtenía de un grifo al que se accedía abriendo la tapadera de una cloaca
existente en la bifurcación de nuestra calle con la calle Bolivia.

Si consideramos la calle cómo una prolongación de aquellos la mayoría, humildes


hogares, veíamos un común escenario en el cual cada vecino representaba un papel
de manera habitual y metódica, espacio que era noche y día observado y vigilado y
de manera muy principal por la construcción modernista del cercano Depósito de
Aguas, así como por el imponente edificio del Convento y Colegio de las Esclavas
y del no muy lejano Complejo del Parque del Servicio de Bomberos en cuyos
aledaños se encontraba el Colegio Público “Luís Vives” y frente a éste los campos
de juego, huertos y jardines que rodeaban el edificio y demás instalaciones del
Colegio y Noviciado de los Jesuitas.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Cómo antes señalo, en este entorno y desde el escenario que era La Calle, todos los
vecinos hombres y mujeres, chicos y grandes, ancianos y niños desarrollaban su
papel, los hombres acudían a sus respectivos empleos y trabajos, predominando de
manera extraordinaria el de ferroviario, bien maquinista, fogonero, guardafrenos,
guardagujas o revisor, abundando igualmente el de carpintero y ebanista, también
había algún albañil, camarero, fontanero, distribuidor de periódicos, tratante,
policía o militar y funcionario. Las mujeres tenían la responsabilidad en absoluta
exclusiva de llevar a cabo las entonces inacabables tareas del hogar, control
exhaustivo de la prole y acudir por aquella época a las agotadoras colas que
motivaba el racionamiento. Cuando no era tiempo de vacaciones y en la mayoría de
los casos hasta la edad de los catorce años, momento en que iniciaba la vida
laboral, los muchachos adquirían las respectivas enseñanzas, desplazándose según
la edad escolar que tuvieran al Centro Escolar de Rufino Blanco en las
inmediaciones de la Alamedilla los más pequeños, y la denominada Enseñanza
Primaria se accedía a ella por parte de los demás en el ya citado Colegio Luís
Vives, en el que tenían los Jesuitas en la calle Vergara al comienzo del Barrio de la
Prosperidad, o en el Colegio de San Rafael existente en el Paseo del Rollo que
lindaba con el Asilo del mismo nombre y un centro de atención infantil que todos
conocíamos con el nombre de Hogar Cuna.

Como consecuencia de la desaparición de la Escuela Unitaria una vez finalizada la


Guerra Civil, las niñas de aquella calle cómo las de las demás, asistían a Centros de
Enseñanza específicos para ellas, siendo habitual que por su proximidad acudieran
al cercano Colegio de las Esclavas, en el que se les proporcionaba una aceptable
preparación académica, así como religiosa y de preparación en tareas de índole
doméstico para desempeñar el papel que por su sexo estaban destinadas a
desarrollar en un futuro, siendo obligado y necesario resaltar al llegar aquí, al
margen de otros matices que se puedan hacer al respecto, la importancia de la labor
tanto educativa cómo social que tuvo en las barriadas del entorno de mi calle, cómo
pudieron ser la nuestra de Las Delicias, La Prosperidad y la del Rollo, la
desempeñada tanto por Las Esclavas cómo por Los Jesuitas, aunque esto bien
pudiera ser un tema para tratar en otra ocasión.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
En aquella querida y recordada calle los mayores y de manera especial los ancianos
eran por norma y sin excepción objeto del mayor de los respetos, unos por la
autoridad que ostentaban y que nadie osaba discutir y los otros por la sabiduría de
la que eran depositarios y qué de manera ruda y dura habían adquirido en sus
dilatas vidas, siendo para los más jóvenes un verdadero deleite escuchar sus sabios
consejos, así como sus increíbles vivencias y las diferentes interpretaciones que
hacían de las formas de vida que iban observando al final de sus días.

Aquel mundo que era la Calle Chile y que he tratado de describir desde el aspecto
humano y dibujando superficialmente el decorado del escenario en el que
transcurría el día a día, tenía también sus olores, sus sonidos y no carecía de
distintos personajes que aunque no vivían allí lo frecuentaban casi a diario teniendo
la mayoría de ellos por su participación en el desenvolvimiento de la vida diaria
una relevante importancia y hasta cierto carisma, cómo podían ser el cartero, el
sereno, el basurero, el lechero, el panadero y el mielero o el heladero en
determinadas épocas del año, no faltando los vendedores ambulantes con ofertas de
frutos o productos de la temporada, predominando el transporte en carretillos
manuales o carros de tracción animal cómo era característico del vinatero o del
carbonero. Con estos personajes existía una gran complicidad pues ellos respetaban
a su clientela, sabían ser discretos y muchas veces eran portadores de noticias o
sucesos de otras zonas o barrios de la ciudad, y la gente de la calle a su vez les
mostraba deferencia y afecto, considerando la importancia que cada uno de ellos
tenían para conseguir atender las necesidades de cada día, aprovechando para
corresponder a sus distintos servicios en las Fiestas de final de año con un modesto
aguinaldo en metálico cómo respuesta a las simpáticas tarjetas de felicitación que
éstos con antelación amablemente entregaban en cada domicilio.

Los olores que muy bien podían identificar aquella añorada calle principalmente
los originaban los humos de las vetustas locomotoras que muy cerca de allí
circulaban bien cuando se encaminaban a la Estación de Ferrocarril o cuando salían
de ésta, Igualmente los que desprendían las boñigas de los animales que arrastraban
los carros de los distintos repartos o de recogida de basuras y desperdicios y los

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
excrementos de gallos y gallinas que libremente entonces se dejaban a
determinadas horas en la calle. Igualmente un olor muy característico era el del
humo que emanaba de las chimeneas de cada casa cuyo origen lo producía el
material de combustión que en cada una se utilizaba, que bien podía ser leña,
carbón, cisco o el de las briquetas de exclusivo origen ferroviario, siendo asimismo
frecuente el de los braseros cuando se sacaban a la calle para airear los tufos que
tanto peligro encerraban.

Así cómo posiblemente el olor más agradable era el que provenía en determinadas
épocas del año de las rosas, la lila o de la hierbabuena de los jardines de algún patio
e incluso de los cercanos árboles del Paseo del Rollo cuyo fruto eran los pámpanos,
tentación comestible y a la vez dañina para los más pequeños, el sonido más
impactante en aquella calle era el que hacía el viento en días de fuerte temporal
entre la enorme estructura del Depósito de Aguas, así cómo el frecuente silbido de
las máquinas de los distintos convoyes ferroviarios y en los días estivales el que
hacía el cuco ave que anidaba en los amplios jardines de las Esclavas, pero el que
sin lugar a dudas predominaba durante todo el año era el de la chiquillería jugando
en la calle espacio y cuarto de estar entonces para todos, el cual únicamente se
abandonaba a requerimiento de la madre o de los hermanos mayores para comer,
hacer los deberes de la escuela o por la llegada de la noche a excepción del verano
que entonces tanto mayores y pequeños salían a tomar el fresco, unos a continuar
jugando y otros a disfrutar de amenas y espontáneas tertulias compartiendo el agua
de un fresco botijo.

No puedo acabar éste recordatorio de mi calle, en la cual todos nos conocíamos, sin
consignar tanto el espíritu cómo el sentimiento que en ella predominaba,
indudablemente en aquellos duros años el espíritu que prevalecía era el de
supervivencia pero cómo al principio señalo con inigualable dignidad, que cada
uno en función de sus posibilidades afrontaba en su casa cómo mejor creía o podía,
ésta actitud no impedía que dentro de la entonces predominante escasez muchas
cosas se compartieran según las oportunidades y distintas circunstancias que cada
uno pudiera disfrutar o que en su defecto le pudieran afectar, y cuando la palabra
solidaridad apenas era habitual utilizar, en mi calle el sentimiento que existía se

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
mostraba con la existencia de una real y sincera sensibilidad para que sin emplear
apenas palabras todos supieran cuando se compartía una alegría o una situación
dolorosa contribuyendo cada uno en su medida a realzar la primera y a consolar o
paliar la segunda.

No dudo que ésta retrospectiva que hago de mi calle, bien pudiera hacerla igual o
muy similar cualquier vecino de mi querida y simpar Salamanca de la suya, pues el
modo de vida aquellos años en las diferentes barriadas no era muy distinto y
probablemente coincidiría conmigo concluyendo éste relato tomando como
referencia y alterando con cierto atrevimiento la poesía con la que al principio
comienzo del admirado José Mª Gabriel y Galán, diciendo “QUE ALEGRE ERA
MI CALLE Y QUE SANAS SU GENTES Y CON QUE SOLIDEZ ESTABA
UNIDA LA TRADICION DE LA HONRADEZ A ELLAS”.

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LA METÁFORA DEL BANCO

Cuantas veces Arturo a lo largo del ejercicio de su profesión de docente como


profesor de una rama de Humanidades, había tenido presente a la hora de
preparar la exposición de las distintas lecciones, la metáfora del banco,
fuente y compendio de enseñanzas que tenía profundamente interiorizadas,
observando desde su infancia el transcurrir de la existencia en la casa de su
amigo Manolo. Esta observación se enriquecía escuchando la sabia
interpretación que, a menudo, hacía de la vida, su inolvidable padre, así como
prestando atención a la actitud que este siempre había sabido mantener.

Esta familia ocupaba una humilde vivienda de planta baja, como la mayoría de
la barriada, en las inmediaciones de la de Arturo. Manolo era el hijo mayor del
señor Antonio y de la señora Petra, quienes tenían dos hijos más: Juanín, que
era el mediano y Fide, que era la pequeña de aquella familia. Todos ellos
encajaban en el tipo de familia que predominaba en el entorno: gente humilde,
honrada y trabajadora que con más tesón e ilusión que medios, trataba de salir
adelante apechando con sus tareas cada jornada. En aquel ambiente había
alguna familia con más posibles y algo más de confort en su hogar, como era la
de Arturo, lo que le permitiría a este, en su día, acceder a una carrera
universitaria, algo entonces verdaderamente inusual para aquella sociedad
con importantes carencias.

Arturo observaba que a la familia de su amigo Manolo, a pesar de ser de las


más modestas, sin embargo era a la que más se acudía en demanda de algún
servicio o remedio para una determinada emergencia por parte de la mayoría
de los convecinos. Esto desde pequeño no dejó de intrigarle, hasta que un día
Manolo trató de explicárselo: –Mira, Arturo aunque mi padre trabaja en una

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
serrería, en casa hace trabajos de carpintería y ebanistería a los que como tú ves
le echamos una mano mi hermano y yo. También hace reparaciones en las casas,
pues sabe arreglar cerraduras, bisagras o fallebas de las ventanas-.y siguió
contándole:- Mi madre coge puntos a las medias y hace algún arreglo de ropa;
yo ya llevo dos años en el taller de electricidad y, si puedo, hago algo de lo que he
aprendido; y Juanín al estar en la farmacia de ayudante, hace algún recado o
encargo-, y concluyó diciéndole: - Fide que ya ves a diario como ayuda a mi
madre, tiene muy buena mano para los oficios de casa, y nunca le importa hacer
un favor a cualquier vecina que se lo pida-. Mientras escuchaba Arturo las
explicaciones que, respecto a las actividades de su familia le estaba dando su
amigo, comenzaba a entender el porqué aquella vecindad frecuentaba con
tanta asiduidad el domicilio de su amigo.

A Arturo le maravillaba la actividad que esta familia desempeñaba con gran


sencillez y sin buscar el interés propio, despertando su admiración. Para él
que ya hacía tiempo había superado la adolescencia, no dejaba de ser un
motivo de constante reflexión; pues los estudios que sucesivamente iba
realizando unidos a la formación con ellos adquirida; al tiempo que la
observación de la vida que discurría a su alrededor, le ponían de manifiesto las
dificultades que existían para sobrevivir de manera digna y honesta.
Encontraba la respuesta contemplando la actitud de la familia de su amigo
Manolo, cuya casa desde pequeño frecuentaba y en la que era cariñosamente
acogido.

Para Arturo, la fascinación y el carisma de aquella entrañable familia los


ostentaba el señor Antonio. Era un hombre de estatura más bien alta, fuerte
complexión, el pelo algo rizado siempre peinado hacia atrás y de rostro
agradable, en el que no se ocultaban signos de las secuelas de la vida dura que
había tenido que afrontar. Había quedado huérfano de padre a los ocho años, y
se había visto ya entonces obligado a responsabilizarse de una casa en la que
la viuda apenas contaba con recursos para teñir de luto su escasa
indumentaria. Tuvo que enfrentarse algunos años más tarde a la dura

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
supervivencia durante la tragedia que representó la Guerra, así como poco
después a crear una familia en una situación muy precaria. Todo ello no
impidió que aquel hombre, tanto con el mono de trabajo como con la ropa
ordinaria, exhibiera siempre un porte digno al igual que un recto y ejemplar
comportamiento, lo cual unido a su permanente disposición de ser útil a los
demás, hacía que siempre despertara la simpatía y afecto de todos los que le
frecuentaban y conocían.

Con el ininterrumpido trato que Arturo había mantenido con la familia de su


amigo Manolo, lo que a lo largo de su vida consideraría un privilegio, pudo
comprobar que en el padre de este concurrían cualidades que no eran
frecuentes hallar en hombres con un origen tan humilde y complicado. Al
fallecer su progenitor, había tenido que desistir del acceso a las enseñanzas
más elementales. Sin embargo, observando que su principal actitud ante la
vida era la de luchador incansable, Arturo pudo cerciorarse por innumerables
motivos y en múltiples ocasiones, que el señor Antonio era un verdadero
autodidacta, a la vez que muy intuitivo. Asimismo siendo este hombre un
encantador idealista, ello no le impedía que en determinadas ocasiones en que
la vida se lo pudiera exigir, se comportara como el ser más pragmático. Otra
cualidad, que no pasaba desapercibida, era que siempre mostraba una
extraordinaria seguridad en sí mismo, en cuanto manifestaba y en su manera
de proceder.

Un día hallándose en casa de su amigo esperando a que concluyera un trabajo


que su padre le había encomendado, su madre la señora Petra, una
trabajadora infatigable y de una bondad que cautivaba a Arturo, le contó: –
Este hombre mío por avatares de la vida que tu ya sabes de sobra , nunca tuvo a
su alcance el poder completar ni siquiera los estudios más elementales de
nuestro tiempo, teniendo que ser yo la que le enseñara las cuatro reglas, así que
fíjate que maestra ha tenido-, y siguió diciéndole:-, Pero siempre le ha gustado
mucho leer, a pesar de la falta de tiempo, incluso ahora todavía se quita horas de
sueño y de descanso, para acabar la lectura que pueda traer entre manos -.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
También recuerda que aquel día le dijo: –A lo largo de su vida le atrajo
escuchar a quien tuviera más conocimientos que él. Ahora ya no, pero en su
juventud asistía a asociaciones obreras que trataban ideas políticas y sociales,
que a él le acarreaban bastante zozobra y desasosiego - . Llegado a este punto
Arturo recordó que en una ocasión él mismo le comentó, que en su día había
asistido a un acto en el que intervino Miguel de Unamuno, cuya charla, si bien
le habían aclarado muchas cosas, otras probablemente no las había entendido
de manera suficiente y le habían creado más confusión.

Arturo pudo comprobar de qué manera tan firme, en aquella familia, se habían
trasmitido a todos sus componentes, los valores tanto de carácter humano
como de supervivencia que representaban los progenitores, corroborando
algo así como la teoría de la herencia genética en este aspecto. Manolo aparte
de ser un amigo leal, tenía desde pequeño un constante afán de superación
tanto en el aspecto meramente personal como en el concerniente al
profesional. Juanín era especialmente extrovertido, vivaz, y con una fantástica
disposición de ser útil y servicial a todo el mundo y de manera especial a su
familia. Fide, si bien no era muy agraciada físicamente, al contrario que sus
dos hermanos, tenía un carácter cándido y dulce con el que se hacía querer
por todos los que la conocían; siendo, en todos los sentidos, el complemento
perfecto de aquella familia.

La cocina era la pieza de la casa de su amigo Manolo que más atraía a Arturo,
pero no por lo que inevitablemente podría presuponerse, sino porque en ella
el señor Antonio tenía establecido como él eufemísticamente denominaba su
“patio de operaciones”. Dejando a su mujer el espacio indispensable para las
labores propias de aquella estancia, allí tenía alojado un clásico banco de
carpintero con el correspondiente torno, en cuyo interior albergaba todas las
herramientas y accesorios propios de tan antiguo oficio. También era donde
realizaba los trabajos y montajes de los encargos que le hacían, si bien a veces
por la envergadura de estos, se veía obligado a invadir la sala-comedor,

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contratiempo que a pesar de la incomodidad que pudiera representar, la
familia ya tenía asumido.

Cuando Arturo recuerda entre muchísimas cosas, los sonidos y olores de


aquella cocina-taller, más taller que cocina, piensa que al igual que Vivaldi, el
fantástico músico veneciano, identificó con diferentes melodías las estaciones
del año; los acordes que emitían las distintas herramientas que sucesiva y
magistralmente iba utilizando el señor Antonio, también identificaban la que
estaba empleando, así como la tarea que estaba realizando e incluso su estado
de ánimo. Respecto a los olores como podían ser los que desprendían las
maderas, el serrín, las virutas, la cola o la nogalina y el barniz, componían una
fragancia que identificaba como ninguna otra el sudor del esfuerzo del trabajo
honrado que allí se realizaba, la concentración para el buen hacer y la intensa
búsqueda con ilusión de la conclusión de la obra bien hecha, fin que aquel
hombre integro siempre perseguía.

Arturo nunca olvidará la figura del padre de Manolo en aquel espacio. Hoy aun
no le cuesta recordarlo, con su característica ropa de trabajo, abstraído en la
obra que se hallaba llevando a cabo, con el clásico lápiz de carpintero sujeto en
una oreja y el inconfundible metro situado en el bolsillo posterior siempre a
mano, quien al detectar la presencia de alguien, como la habitual del amigo de
su hijo Manolo, utilizando su mirada como mensaje no verbal, le invitaba a
esperar que concluyera lo que pudiera estar en ése momento haciendo, para
poder a continuación hacer un alto y echar un parlao, como tenía costumbre
de decir. La conversación que a continuación tenía lugar, siempre
entusiasmaba a Arturo, pues no recuerda a nadie que en aquellos años ya con
sus estudios universitarios iniciados, le enseñara de manera tan simple y
sencilla, la forma de afrontar con ardor las distintas dificultades de cada día,
así como el modo de conseguir con ilusión el logro de las sucesivas metas y
proyectos.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
A Arturo le sorprendía que este hombre, bastante fustigado por la vida, nunca
hiciera un reproche a lo que la misma y de manera tan adversa le había
deparado, y recuerda que en cierta ocasión le escuchó decir al respecto: –
Atiende hijo, y no lo olvides, la madera que ves que utilizo procede de un árbol y
cuando esta se obtiene de él no sabe para qué va a ser empleada, puede ser para
un mueble elegante, para un sillón confortable o para el radio de la rueda de una
carro, y no puede hacer nada para cambiar su destino.-Y continuó así la
reflexión: - Pues el hombre cuando nace desconoce igualmente cual va ser su
destino y su transcurrir en la vida, pero a diferencia de la madera que es
manipulada por las distintas herramientas, el hombre tiene la capacidad de ser
él el que manipule todas las herramientas, y es responsabilidad únicamente suya
el hacerlo bien o mal. Si actuando así a lo largo de la vida lo ha intentado
honrada y tenazmente, obtendrá una inmensa satisfacción sean los que sean los
resultados obtenidos-. Anonado por tan sencilla y contundente exposición,
Arturo escuchó que le continuaba diciendo: -Por ello, atribuir a los orígenes
como a las circunstancias adversas en que se pueda desenvolver la vida, para
disculpar nuestra andadura y comportamiento en ella, nunca debería hacerse-. Y
finalizó añadiendo: -El hombre, al contrario de la madera, como antes te decía,
tiene una extraordinaria capacidad para ser el que manipule la gran cantidad
de herramientas con que cuenta, y así utilizándolas de manera firme y constante,
le llevaran a lograr sus propósitos o por lo menos conseguirá la satisfacción de
haberlo intentado sin regatear esfuerzos-.

Aunque Manolo era su íntimo amigo, Arturo mantenía una magnífica sintonía
con sus hermanos. Así un día cuando regresaba a casa coincidió con Juanín,
diminutivo que todos seguían empleando para llamarle, a pesar de que los
años le iban transformando físicamente de forma que demandaba más bien el
empleo del aumentativo. Comentando ambos los acontecimientos tanto
políticos como sociales que en aquella época se sucedían, y que no dejaban de
ser un motivo de inquietud para una generación que aun tenía mucha vida por
delante, le dijo el hermano de su amigo: –Si hablas con mi padre no lo hagas
sobre la situación política que vivimos, pues al pobre hombre ahora no hay otro

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
tema que más le pueda descolocar. Aunque tu sabes que tiene sus ideas, ante el
panorama que tenemos en estos días, nos dice que los nuevos proyectos y
reformas que está oyendo que se pretenden hacer, deben realizarse
convenciendo primero con los hechos al individuo más humilde, y no empleando
tantas palabras que pronuncian personajes, que él cree, que ni tienen su propio
convencimiento en relación a todo lo que están pregonando -. Finalmente
terminó diciéndole:- Mi padre no se cansa de predicarnos, que como siempre, lo
principal es que nunca nos cansemos de adquirir la mejor formación, que nos
pueda permitir juzgar de la mejor manera tantas ofertas y discursos
maravillosos que se escuchan estos días. El nos machaca insistiendo que es así
como podremos ser nosotros los que fijemos la pauta y los objetivos de nuestra
vida-. Según se despedían y haciéndole un guiño le señaló Juanín:- Ahora ya
sabes a qué atenerte conociendo como está el “patriarca”-y se alejó en dirección
a su hogar.

Pensando Arturo cuando se aproximaba a su domicilio, después de dejar a


Juanín camino del suyo, lo que este le había comentado en relación a su padre,
recordaba que con motivo de una conmemoración política, no hacía mucho
tiempo el señor Antonio le había dicho: –Contando yo con veinte años recién
cumplidos, viví de forma muy especial y emocionada e incluso participativa, un
importante y trascendental cambio político. Las perspectivas que se ofrecían
eran muy interesantes e ilusionantes, pero no tardé mucho tiempo en comprobar
que aquellos logros que se ofrecían exigían el pago de un alto precio que como
siempre lo íbamos a satisfacer en primer lugar los mismos de siempre. Así fue
como transcurrido menos tiempo del que cabía prever me encontré en una edad
muy complicada con una encrucijada llena de diferentes problemas e
importantes y graves dificultades, dándome cuenta que era yo solo el que tenía
que resolver tan conflictiva situación, y afrontar igualmente solo la búsqueda del
futuro que deseaba para mí. De esta forma a partir de entonces me transformé
políticamente en un ser escéptico, y me fijé como objetivo exclusivo lograr con mi
esfuerzo y con mi precaria formación, que la vida que deseaba dependiera

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únicamente de mí.- De esta forma Arturo comprendía la advertencia que
acababa de hacerle el mediano de los hijos del señor Antonio.

Cuando se encontraba finalizando la carrera universitaria, Arturo perdió a su


padre quien no pudo superar una rápida enfermedad que en escasos días
acabó con su vida. Su padre fue para él alguien que únicamente se preocupó
con su intensa actividad de negociante, de proporcionar a la familia el máximo
bienestar y de que su hijo pudiera acceder a una formación y a unos estudios
que en aquellos años en absoluto era factible para la inmensa mayoría de la
gente. Desde su más corta edad nunca consiguió, ni su padre le dio la
oportunidad, de establecer el más mínimo diálogo que para Arturo pudiera ser
orientativo. Hallándose siempre obsesionado con sus negocios incluso se
esforzaba en mostrarse inaccesible. Arturo entendía que con este
comportamiento delegaba esta función y responsabilidad en su madre, que si
bien era entrañablemente cariñosa y siempre manifestaba estar ilusionada
con el porvenir de su hijo, no entendía que este demandaba una clase
diferente de trato y atención, no consiguiendo nunca conectar con ella de una
forma que le permitiera exponer dudas y aspectos de la vida que solamente a
determinadas edades se puede hacer a los padres.

Con motivo de este luctuoso y triste acontecimiento familiar, Arturo se vio


especialmente arropado por la familia de su amigo Manolo. Fide pasaba largas
horas acompañando a su madre en su domicilio, pues esta siempre de salud
delicada y carente de habilidades para establecer una mínima relación con la
vecindad, requería constantemente la presencia de su hijo, y no comprendía
que para este la vida continuaba, a la vez que se aproximaba a un momento
decisivo que tenía que resolver por sí mismo. Manolo y Juanín aprovechaban
cualquier ocasión para coincidir con Arturo, para poder charlar con él y
animarle de la forma que entendían más conveniente.

De manera singular, Arturo recuerda que, por aquellos días, conversando con
Manolo y Juanín, este le dijo: A mí me parece que no está bien el resentimiento

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que noto cuando hablas de tu padre, pues por lo que yo sé, fue una persona que
en su vida se esforzó por proporcionaros un bienestar poco frecuente, y lo
consiguió en unos tiempos que no han sido nada sencillos. Si bien es cierto que
todos hemos deseado padres que tengan todas las cualidades, compruebo que
para esta tarea nadie te enseña. Estoy convencido de que no debe ser fácil
desempeñarla de forma correcta–. Escuchando a su hermano, a Manolo no le
sorprendió, pues Juanín había adquirido de manera extraordinaria la vena
observadora y reflexiva de su padre, y añadió él también para confortar a su
amigo: –A pesar de todo, yo creo, que todavía debes esperar a que pase un
tiempo para que de forma más serena puedas analizar de una manera justa la
relación con tu padre. Me parece que ahora estás algo confuso, y sin duda vas a
necesitar más sosiego y tranquilidad para poder hacerlo-. Estas consideraciones
que entonces le hicieron los dos hermanos Arturo nunca las ha olvidado, pues
a lo largo de la vida ha podido comprobar que juzgar el comportamiento de un
padre, no es correcto hacerlo hasta que uno mismo ha tenido que ejercer como
tal.

Cuando Arturo ya había acabado la carrera y se hallaba preparando las


oposiciones por las que había optado, se encontró una mañana cerca de su
casa con Fide. Después de saludarla se interesó por su familia, pues ahora
sucedía que, debido a la intensa dedicación que le exigían sus actuales
estudios, no frecuentaba con tanta asiduidad la casa de sus amigos. Manolo
entonces estaba trabajando en una Central Hidroeléctrica ubicada en un
pueblo de la provincia, y su hermano hacía ya algún tiempo que estaba
desempeñando un cargo comercial en un Laboratorio Farmacéutico que le
obligaba a viajar constantemente. La hermana de sus amigos le comentó a
Arturo que su padre recientemente había tenido un contratiempo con la salud
pero que afortunadamente lo iba superando poco a poco, aunque, en un
principio, todos se habían llevado un gran susto. Esta noticia motivó que
Arturo se hiciera el propósito de visitarlo lo antes posible, ya que su hija le
había dicho que no había impedimento alguno para que lo hiciera, y que
incluso a su padre le sentaría bien.

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Sin demorarlo, Arturo se presentó al día siguiente en aquella casa en la que
toda su vida tan a gusto se había encontrado, y para él fue una magnífica
sorpresa comprobar que el señor Antonio no se hallaba en absoluto postrado
ni en reposo, sino que al contrario, pues según le señaló la señora Petra, estaba
en su “patio de operaciones” adecentando el banco y ordenando sus
herramientas. Esto no le sorprendió mucho a Arturo, pues si bien en los
últimos tiempos la actividad de este hombre había disminuido de manera
notable, ello no impedía que la mayor parte del tiempo lo pasara trasteando en
su doméstico y singular taller, en el cual todos los que le conocían
comprobaban que era dónde más a gusto se encontraba, y más inspirado y
locuaz se mostraba en cualquier clase de conversación.

Una vez que el señor Antonio barruntó la llegada de Arturo, le llamó y le hizo
pasar a sus habituales “dependencias” interesándose por él, y fue entonces
cuando Arturo le dijo: –¡!Pero hombre!!, si es Vd. el primero que me tiene que
decir como se encuentra, pues hasta ayer que me encontré con Fide, ignoraba
que había tenido un arrechucho, y que la ciencia y la familia han tenido
necesidad de darle un empujón y ponerlo de nuevo en marcha, y por lo que veo
tanto el ”motor” como el” chasis” han respondido demasiado bien-. Entonces el
padre de sus amigos respondió: -Tu ahora eres muy joven para entenderlo, pero
llegarás a una edad que lo comprenderás y tendrás que admitirlo, que estos
achaques y otros que probablemente serán más difícil de superar, es el tributo
que tenemos que pagar en compensación de los años que logramos ir viviendo-
.Como siempre y con su sabiduría innata, añadió:-Pero nunca hay que olvidar
que si bien reflejan los sinsabores y los contratiempos que han sido precisos
superar, también abarcan las satisfacciones conseguidas y las grandes y
pequeñas ilusiones que, arduamente deseadas, hemos ido día a día alcanzando-.

Después de continuar informando a Arturo de cómo, con la ayuda y cuidado de


todos los suyos, especialmente de su Petra del alma, como él solía referirse a
su mujer, había recobrado la salud y aunque con alguna limitación, poco a
poco, iba reanudando la actividad, concluyó mostrándose como el señor

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Antonio más genuino que Arturo tanto había admirado. Le hizo a continuación
la siguiente consideración: -Sabrás que de las enfermedades siempre me ha
gustado hablar lo justito, pero sobre todo desde que leyendo algo de un autor
catalán llamado Santiago Rusiñol, este decía “si no pudiesen contar sus
enfermedades hay muchos que no estarían enfermos”, pues bien, yo ni quiero
estar enfermo ni disfruto hablando de los achaques y las dolencias, pues estoy
convencido que de esta forma se acaban provocando-, y continuó diciendo: -Es
preferible hablar de esa vida que nos rodea, y de la que tanto hay que aprender a
cualquier edad. Esa vida que si bien afortunadamente más de una vez nos invita
a soñar, jamás tenemos que considerarla un ensayo, pues todo lo que hagamos
tendrá consecuencias definitivas para bien o para mal-.

A continuación pregunto al joven como le iba la vida y los estudios que estaba
realizando, a lo que respondió: -Ahora, señor Antonio, todo encierra más
dificultades y exige un esfuerzo continuado, pues una carrera universitaria de
una u otra forma se logra concluir, pero una oposición es algo muy competitivo y
las plazas que se ofrecen son limitadas. Ahora sucede que es imposible evitar
tener para uno mismo conciencia de una extraordinaria responsabilidad, ya que
es una apuesta importante para mí y por supuesto también para los que han
depositado en mi su confianza - y así continuó expresándole el momento tan
decisivo en el que se hallaba.

Después de escuchar con interés lo que aquel joven, tan querido por la familia
de aquella casa, le había dicho, y de lo cual perfectamente se podía deducir un
estado de ánimo de excesiva preocupación y responsabilidad por lo que el
muchacho se estaba jugando, el señor Antonio le dijo: -Aparte de que en ningún
momento debes perder la confianza en ti mismo, y mantener intacta la ilusión,
procura recordar lo que en más de una ocasión tanto a ti como a mis hijos os he
dicho referente a la correcta utilización de las innumerables herramientas que el
hombre tiene para luchar y conseguir sus objetivos-, y, a continuación, este
sencillo hombre le hizo una asombrosa exposición pedagógica que Arturo
nunca olvidaría.

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Acomodados como estaban en aquel taller extraordinariamente sui géneris,
continuó el señor Antonio: -Como de sobra sabes, en este banco en el que ahora
tú y yo estamos apoyados, se encuentran las herramientas que he venido
empleando para mis diferentes tareas y trabajos. Todas ellas como bien sabes
nunca se utilizan a la vez, sino que cada una interviene según el momento o el
proceso en el que se halle el trabajo que se pueda estar llevando a cabo, ya que
cada una tiene su característica y finalidad. Por ejemplo, el martillo, los alicates
y las tenazas son herramientas polivalentes, contundentes, decisivas y firmes.
Prueba de ello es que se utilizan en la mayoría de los oficios y profesiones.
También aquí tengo la garlopa, el cepillo y el serrucho. Estas herramientas, si
bien su utilización es especialmente dura y sus efectos no producen un
importante lucimiento, son absolutamente indispensables para la construcción
del armazón u obra más sencilla-. Seguidamente refiriéndose a otras
herramientas más singulares decía:- En el banco también se hallan, el escoplo,
el formón, la gubia y la escofina, cuya utilización requiere esfuerzo como las
demás herramientas, pero estas a la vez precisan de una previa especialización,
y durante su empleo el esmero y la atención debe ser total, proporcionando de
forma definitiva, el embellecimiento y el verdadero lucimiento del trabajo
realizado-. Encantado tanto por lo que estaba escuchando como por la forma
en que lo estaba haciendo, Arturo no se atrevía a interrumpir al señor Antonio;
más bien deseaba que continuara para conocer la conclusión a la que quería
llegar.

De esta forma continuó Arturo escuchando como proseguía explicándole aquel


hombre tan integro y juicioso: –Tú hasta ahora, hijo, seguramente sin saberlo,
has acertado a emplear hábilmente unas veces con más y otras con menos
esfuerzo, las herramientas que te han ido propiciando una formación sólida, a la
vez que la base imprescindible para enfrentarte a la etapa que actualmente
afrontas. Por todo ello, es ahora cuando te hallas mejor preparado para luchar
por el objetivo que te has fijado. Debe ser en este momento, cuando con ilusión y
confianza en ti mismo, tienes que utilizar sin escatimar esfuerzos, pero con
esmero y atención las herramientas más sensibles, delicadas y definitivas, que,

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sin lugar a dudas, te conducirán a conseguir la meta que te has propuesto-.
Finalmente concluyó con esta observación:- Así a lo largo de la vida no te
costará trabajo comprobar que casi todas las obras que emprende el ser
humano, se ajustan a un proceso muy similar, empleando siempre habilidades,
herramientas y esfuerzos muy parecidos-. De esta forma y animándole
insistentemente concluyó esta inolvidable charla el señor Antonio, en el que
Arturo, si bien pudo detectar un apreciable bajón en su condición física, no
pudo decir lo mismo tanto de la mental como de la cognitiva.

Transcurridos algo más de dos años desde que tuvo lugar esta conversación,
que tanto le agradaba íntimamente recordar a Arturo, y aprobada no hacía
mucho tiempo la oposición que le había permitido acceder al puesto de
docente que ahora de forma ilusionada ya ejercía; sintiendo un sincero y
profundo dolor, asistió una tibia mañana de una incipiente primavera al
entierro del señor Antonio. Este hombre del que tantos valores recibió, había
fallecido después de soportar una larga y dolorosa enfermedad, dejando en la
mayor de las tristezas a su Petra del alma, quien junto a sus tres hijos, habían
sido para Arturo, en momentos decisivos de su vida, su auténtica familia y el
mejor de los refugios.

Cuando aquel día, concluido el sepelio, y después de despedirse de aquella


familia para él tan entrañable y querida, Arturo caminaba entre los erguidos y
húmedos cipreses del paseo del cementerio que conducía a la salida de este,
pensaba que, al igual que aquellos singulares árboles mantenían sus hojas
perennes, a él no le costaría en absoluto conservar el imborrable recuerdo de
aquel gran ser humano, que con el sentimiento y dolor de todos los que le
habían querido y admirado, acababa de ser inhumado. Esta persona que
exhibiendo una constante sencillez, pero con acopio de grandes valores y
virtudes, ejercidos y transmitidos con humildad y rectitud excelente, había
influido de forma muy importante en todos los que le habían rodeado a lo
largo de su vida, entre los que había tenido Arturo la dicha de encontrarse, a

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quien por todo ello siempre consideraría un verdadero y positivo ejemplo a
seguir.

Pasado algún tiempo, y encontrándose Arturo dispuesto a considerar la forma


más adecuada de desarrollar el tema que al día siguiente tenía que impartir a
sus alumnos, y que hacía referencia al siempre complicado pensamiento
filosófico unamuniano, cuando el viejo rector de la universidad de Salamanca
contempla el sentido trágico y agónico de la vida, no pudo dejar de hacerse la
siguiente reflexión: -Jamás he conocido a nadie, como el señor Antonio, que con
la trayectoria de su vida, pueda representar tan bien la forma de interpretar
esta clase de sentimiento, que en lo que concierne al aspecto trágico, considera
al hombre auténtico, el que ha sido capaz de tomar conciencia de su condición
limitada e indigente y ha tenido la valentía de asumir la tragedia y la lucha
como esencia de la vida, no estando tentado nunca de temerla ni de huir de ella.
Meditando a continuación respecto al entendimiento del sentido agónico
pensaba:-Es igualmente asimilable a la historia de este hombre tan admirable,
pues es la lucha constante por la vida, como quiere Unamuno que se interprete
este otro sentimiento: Aceptando siempre esta dura pelea, el auténtico hombre
de carne y hueso, el cual teniendo conciencia de su esencia íntima la convertirá
en el paradigma de su supervivencia-. Estudiando este interesante pensamiento
filosófico, considerando el recuerdo de la apasionante y ejemplar vida del
padre de sus amigos, Arturo hallaba la mejor forma de explicar a sus alumnos
una idea filosófica, que aun siendo tan magnífica, no siempre resulta fácil
conseguir que sea comprendida en toda la dimensión y la riqueza que
encierra.

Una noche fría y de densa niebla, cuando Arturo desde el centro dónde ejercía
su actividad docente se dirigía a su casa, creyó distinguir no muy lejos la
silueta de su amigo Manolo. Este, con el paso de los años, tanto en el aspecto
físico como en los gestos y en la forma de andar, cada vez tenía más parecido
con su padre. Acelerando ligeramente el paso logró darle alcance. Manolo no
pudo disimular la sorpresa del encuentro, pues hacía bastante que no

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coincidían ya que unas veces por las obligaciones profesionales y otras por las
constantes responsabilidades familiares contraídas, últimamente no se
frecuentaban tanto como ellos desearían.

Prosiguiendo juntos el camino los dos amigos, después de saludarse e


interesarse por sus respectivas familias, Manolo le confesaba a Arturo: -
Muchos días al concluir las intensas jornadas de trabajo, pienso que si es
realmente necesario, que nos hallemos todavía agobiados buscando un mayor
bienestar para nuestras vidas, sin reparar en el esfuerzo que representa.
Analizándolo, no hace tantos años, cuando vivíamos en casa de nuestros padres,
y yo de manera especial como sabes, era impensable que algún día pudiera
alcanzar el bienestar del que disfruto-. Arturo entonces respondiendo a la
reflexión que su amigo le hacía, le dijo:- Esos días, Manolo, debes tener en
cuenta que sin el esfuerzo y el afán de superación que con su ejemplo nos
infundieron los que nos educaron, nunca habríamos logrado los objetivos que
nos fijamos. Por eso, yo entiendo que, siendo fieles a ellos, no debemos fijar un
límite a nuestras ambiciones, mientras tengamos tanto fuerza como preparación
para lograr lo mejor, pues también será una forma de responder a la confianza
que depositaron en nosotros- , y así con este tema, discrepando en algo, pero
coincidiendo en lo esencial, continuó la conversación de estos amigos, hasta
que se despidieron para encaminarse cada uno por la vía que les conducía a
sus respectivos hogares.

Mientras se aproximaba a su casa Arturo, pensando todavía en la conversación


que acababa de mantener con su amigo, se decía para sí mismo: -No me
sorprende lo que Manolo al comienzo de esta charla me ha dicho, pues en la
sociedad actual a pesar de hallarse mejor preparada y con mayores
oportunidades, se tiende a optar seguramente por comodidad a
comportamientos y actitudes un tanto prosaicas. Ahora no se entiende o no sé
quiere entender lo que significan los conceptos de responsabilidad o de deber
personal, que obliga a dar constantemente el máximo de nosotros mismos, y que
nunca dejará de reportarnos la más íntima satisfacción-. A continuación e

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
inevitablemente como en tantas ocasiones, acabó esta reflexión recordando la
figura del padre de su amigo y se hacía el siguiente razonamiento: -Aquel
hombre tan sumamente sencillo, que con un incesante esfuerzo acertó a superar
una vida verdaderamente intrincada ,y que de su banco de carpintero y de su
entorno sabía obtener y desarrollar las más increíbles y sabias metáforas, que
sirvieron infinidad de veces tanto para orientar como para ilusionar a los que le
escuchaban, es una referencia perfecta para el ideal de hombre que este mundo
necesita. En este momento recordando Arturo el pensamiento existencialista
del filósofo Jean Paul Sartre, se hizo la siguiente consideración: -De qué forma
más adecuada puede asociarse la actitud que ante la vida tuvo este hombre tan
singular, al mensaje del filósofo francés cuando nos dice “El primer efecto del
existencialismo, es que pone a cada hombre en posesión de sí mismo tal
como es, y coloca sobre sus hombros toda la responsabilidad de su
existencia”-. Bien sabía Arturo como el señor Antonio reflejó este
pensamiento. El mismo, pretendiendo seguir su ejemplo, así se lo proponía al
comienzo de cada día.

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ADOSADO

(I)

Cuando Jacinto, la mayoría de las veces antes de que despuntara la tenue


claridad que precede a la luz del nuevo día, elevaba la persiana del dormitorio
que ocupaba en la residencia geriátrica en la que hacía ya algún tiempo que se
hallaba internado, no podía evitar hacer lo mismo que cuando se abre el telón
de un escenario: dirigir su mirada en este caso al chalet que se hallaba situado
enfrente al otro lado de la calle. La residencia estaba compuesta por el
conjunto de tres chales adosados, ubicada en una urbanización cercana a la
ciudad. Según había venido observando, aquel chalet que tenía delante, era el
hogar de una familia compuesta por un matrimonio que se aproximaba a la
mediana edad, de aspecto jovial, con dos hijos varones, ambos de un tiempo
que a su juicio estaría en torno a los veinte años.

Esta actitud observadora la originaba el interés que había despertado en él, el


seguimiento de la actividad que los miembros de aquella casa desarrollaban
diariamente. Prestando atención a sus tareas y movimientos, no podía impedir
con una inevitable nostalgia, que su memoria rescatara momentos y
situaciones de una vida que él había protagonizado. Esto le permite
experimentar la misma sensación de cuando es recordada una película
inolvidable, que motiva que afloren entrañables sentimientos. Así, más de una
vez, se pregunta -“¿Cuánto tiempo hace de ello….?”-. Si se lo propone aun lo
recordaría, pero enseguida decide que no es menester realizar el esfuerzo.
Ahora no tiene ninguna duda al considerar que si bien fueron muchas las
ilusiones, también al final fueron demasiadas las frustraciones, llegando estas
últimas, lamentablemente, en su caso, cuando se encontraba más indefenso, y

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
tanto su fortaleza como su sensibilidad ya carecían de la adecuada capacidad
de asimilación y respuesta. Jacinto había sido para todo su entorno, hasta
pocos años antes de acceder a su jubilación, el Señor Sánchez, persona
calificada de formal y seria, dedicada en cuerpo y alma desde los primeros
años de su juventud, a una importante empresa de la región, que
comercializaba productos aditivos para la agricultura y la ganadería. En ella,
no sin esfuerzo, había llegado a alcanzar el importante puesto de jefe de
ventas, siendo apreciado y valorado por todos los que por un motivo u otro le
frecuentaban. Sus responsabilidades en el puesto le habían exigido viajar de
manera constante, así como a abandonar el hogar la mayoría de los días
cuando aún no había amanecido, lo mismo que a regresar ya avanzada la
noche. También se vio obligado en más de una ocasión a sacrificar algunos
días de fiesta, todo lo cual le impidió que el tiempo dedicado a la familia
pudiera ser el que él hubiera deseado.

Cuando todavía la oscuridad de la noche no ha comenzado a ceder su


predominio a la claridad de la nueva jornada en la que ya se hallan instaladas
las agujas del reloj, desde su observatorio ve cada mañana al vecino realizar
siempre la misma operación: Apagar la luz de la cocina, se dice, –“Este hombre
ya ha desayunado precipitadamente, y en poco más de dos minutos con el
maletín de la mano se dirigirá al automóvil que tiene aparcado a la puerta, y sin
casi darse cuenta de ello, de manera inmediata se encontrará afrontando el
nuevo día con las dificultades e incertidumbres que con seguridad ahora ignora.
Si bien, -piensa a continuación-, es muy posible que no le faltarán noches en las
que estos mismos problemas y preocupaciones le impidan alcanzar tanto el
sosiego como el sueño reparador”-. De forma inexorable estos son los
movimientos que cada mañana de manera precisa se repiten, así como la
misma reflexión que, al contemplarlos, Jacinto se hace, ya que no en balde fue
en ese estado en el que durante muchos años se desarrolló su vida, aunque el
ahora crea que de todo ello hace ya demasiado tiempo.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
A pesar de que se lo proponga, le es imposible evitar verse dominado por un
profundo sentimiento de tristeza y, -“también porque no de rabia”, suele añadir
él para sí mismo, como si se tratase de un movimiento reflejo incontrolado que
surge de lo más íntimo de su ser. Esto es algo que experimenta cuando
recuerda aquel día que fue convocado al despacho del consejero delegado de
la empresa. Entonces este nada más recibirlo, sin preámbulos y no
disimulando una postura distante y autoritaria, de manera fría y escueta le
dijo, –“Sánchez, reconociendo que siempre su trabajo ha sido admirable, la
coyuntura del momento exige reemplazarle por una persona más joven y con
una preparación adecuada para hacer frente a los nuevos retos empresariales”-.
De la misma forma, sin otras explicaciones, concluyó informándole, -“a partir
de este momento se incorporará como un miembro más al departamento de
existencias”-.

Siempre que rememora aquella conversación, tampoco puede evitar enfadarse


consigo mismo, calificándola de cobarde la reacción que tuvo, por muy atónito
que pudiera haberse quedado. - “Como pudo ser que me callara y que no
articulara palabra alguna” –, masculla y se reprocha. Pero sabe de sobra, que
el efecto sorpresa en aquel momento le superó y le confundió totalmente, a lo
que se unía hallarse en una edad complicada en el aspecto profesional.
Siempre tendrá la incertidumbre de en qué medida pudo influir entonces, el
bien o mal llamado instinto de conservación, que provocó que en su
subconsciente, apareciera la obligación de considerar las responsabilidades
económicas que tenía todavía asumidas en su hogar. Desde aquel día, no le
costó en absoluto comprobar que su arduo trabajo en la empresa, los
constantes desvelos y sinsabores, el tiempo restado a la dedicación a su
familia, los logros obtenidos correspondidos con exiguos incentivos y falsas
palmaditas a la espalda, pasaban al olvido. Para que de todo ello no albergara
ninguna duda, y quedara también subrayado de forma patente cual iba a ser su
nuevo rol en la empresa, comenzó a partir de entonces, a ser Jacinto y no el
por todos hasta entonces reconocido Señor Sánchez.

Ramón García Martín 67


Desde la calle Chile. Una primera antología.
Esta mañana, alzando la vista del periódico que está hojeando, ve por el
amplio ventanal que la vecina, una mujer con aspecto dinámico y agradable,
después de regar las diferentes plantas que adornan las distintas ventanas y el
porche de la vivienda, se introduce en la misma. En ése momento sin recurrir a
dotes de adivino sino como fruto de su continua observación, predice para sí
mismo, –“ahora limpiará los cristales, esperará a que los dos chicos se vayan a
cumplir con sus obligaciones académicas, y no tardando mucho arrastrando el
consabido carrito se dirigirá al “hiper”. Y no le cuesta prever, –“Volverá como de
costumbre con la compra, que al rebasar esta la capacidad del carro, la obligará
a la vez que arrastra este, a llevar paquetes y bolsas sujetándolos de la forma
más inverosímil”-.

Al observar la actividad que realiza la vecina, así como otras tareas domésticas
que diariamente lleva a cabo, Jacinto se siente reconfortado, pues ello, sin
apenas darse cuenta, le permite acceder al grato refugio que para él
representa el recuerdo de los largos años de matrimonio vividos con su mujer.
“Que pena que pasaran tan deprisa”- reflexiona, –“y que no acertáramos a
disfrutarlos con la plenitud que merecían, creyendo que siempre nos quedaría un
tiempo exclusivamente para nosotros, aplazando una y otra vez la realización de
pequeños pero ilusionantes proyectos, y concediendo prioridad a continuos
sacrificios y privaciones”-. Así, sin apenas darse cuenta, acomodado como está
en el sillón que ocupa, cierra los ojos y se deja invadir por una suave
somnolencia, la cual como en bastantes ocasiones y casi de forma inconsciente
pero siempre agradable, le lleva dulcemente a una meditación en la que fluyen
los recuerdos de aquella prolongada convivencia. Esta, como muchas otras, se
revistió de buenos y no tan buenos momentos, pero en la que por encima de
todo siempre prevaleció el amor, el respeto y la comprensión, sentimientos
estos, se lamenta ahora muchas veces, que tal vez por un estúpido pudor, no
fueron entonces confesados de manera suficiente a aquella querida e
inolvidable mujer.

Ramón García Martín 68


Desde la calle Chile. Una primera antología.
Jacinto, esta mañana de domingo de un incipiente invierno inequívocamente
anunciado por la desnudez de los árboles, contempla las hojas de estos
humilladas en el suelo muy lejos del esplendor que hasta hace poco tuvieron.
Dejándose acariciar por el tibio sol, al que esporádicas nubes pretenden
impedir su brillo, se entretiene también, prestando atención a sus vecinos. Así
es como ve que el padre y los dos chicos, con indumentaria deportiva, acaban
de llegar a casa, y configurando íntimamente el guión que, con su observación,
viene haciendo relativo a esta familia, el no duda en auspiciar, -“estos vienen de
practicar algún deporte y ahora recogerán a la madre, que habrá estado
elaborando el menú dominical y todos se dirigirán al bar de la urbanización a
disfrutar el ansiado y agradable rato de la hora del vermú”-. Es entonces
cuando él piensa que lo que ya le resulta imposible adivinar es el tiempo que
esta familia podrá seguir complaciéndose con esta rutina, como con otras
muchas de índole similar.

Retrotrayéndose una vez más a su vida, siente lo mismo que el escaso calor
que el sol que luce ése día aporta a su cuerpo, el cálido recuerdo de aquella
familia, la suya, compuesta por una mujer siempre cercana y cariñosa y tres
hijos, dos varones y una mujer, los cuales representaban para él su mayor
patrimonio y la constante ilusión que justificaba todos los esfuerzos. Pero
prosiguiendo con monólogo interior, a la vez que sus pensamientos
transcurren por desagradables derroteros, murmura alterándose cada vez
más,-“nunca conseguiré comprender que cuando creí tener una familia
perfectamente ahormada, con los valores y bases elementales asumidos por
todos, y que ese futuro anhelado acontecería de la forma más sencilla, luchando
cada uno en pos de sus metas y objetivos, de manera irremediable todo se
desvaneciera como una débil bruma de una mañana de verano”-. Cada vez más
perturbado, continúa empeñado en conseguir, rebuscando en la amplia
maraña que actualmente conforma su memoria, encontrar de una vez por
todas, la respuesta adecuada que, al menos, le traiga la tranquilidad y el
sosiego para él ahora tan necesario. Es una búsqueda en la que no cesa,
mediante la que persigue, una vez hallada la respuesta, poder afirmar

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
convencido, -“yo, al menos, al margen de los imponderables, no regateé
esfuerzos, ni escatimé comprensión, pero se impusieron esas circunstancias, a
veces simples y nunca previstas, que en la vida de forma sorprendente se escapan
a nuestro control. . .”-. Como otras veces su mente exhausta por la excitación
que le ocasiona analizar y recordar este tema, percibe como si esta
abandonara al resto de su cuerpo. Es tan grande la sensación de frustración así
como de desamparo y debilidad que le invade, que cada vez le requiere un
mayor esfuerzo para superarla, llegando a dudar si no sería mejor permanecer
al margen y no ahondar más en ella.

(II)

Hoy en las primeras horas de la tarde Jacinto ha salido a pasear por las
inmediaciones de la residencia. Es un sábado del mes de Enero, que limpio el
cielo de nubes con un azul transparente e intenso, propicia en las horas
intermedias del día una luminosidad no comparable con ninguna otra época
del año. Este es un ejercicio, que siempre que la climatología lo permite, le
apetece hacer por la acera que discurre delante de la residencia y del sencillo
jardín que revestido con modestas plantas y alguna florecilla, une la parte
anterior de los tres edificios. Fiel a una afición que, a pesar del paso del
tiempo, aún conserva, se encuentra detenido apreciando un atractivo modelo
de automóvil allí aparcado, pues, si bien siempre ha estado interesado en el
mundo de la automoción, estos vehículos también durante mucho tiempo, por
motivos laborales fueron su principal herramienta de trabajo. Mientras
disfruta examinando con atención el vehículo, oye que alguien detrás, con un
tono jovial y simpático, le dice: –“si está usted interesado ahora mismo
negociamos”-, y volviéndose, comprueba sorprendido que es el vecino de
enfrente quien se está dirigiendo a él.

Jacinto, después de recuperarse de la sorpresa que el hecho le ha producido, e


interpretando de forma correcta la ironía, le contesta: –“amigo, aunque no lo
crea porque me ve ya algo achacoso, mi pasión por los automóviles la he tenido

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
de siempre y todavía la mantengo, interesándome incluso ahora por las
publicaciones que se ocupan del tema”, y continua diciéndole,- “debido mi
profesión fueron muchos los kilómetros que hice conduciendo distintos modelos,
pero, eso sí, ninguno que se pareciera a este”. El vecino, que a Jacinto en una
primera impresión le parece un hombre afable y cordial, prosiguiendo la
conversación, de manera sencilla e informal se presenta, -“Soy el vecino del
chalet de enfrente, me llamo Juanjo”- y a continuación le dice:- “este es mi nuevo
coche, bueno, durante mucho tiempo será más del banco que mío, pero no me ha
quedado más remedio que afrontar su adquisición por exigencias del trabajo”.
Según ha seguido diciéndole, dirige una empresa dedicada al mantenimiento
de equipos informáticos que le obliga a viajar continuamente, lo que motiva,
muy a pesar suyo, que tenga que renovar con frecuencia su medio de
transporte.

Después de aquel encuentro fortuito, en Jacinto se ha incrementado un poco


más si cabe, el interés por los vecinos del chalet del otro lado de la calle, pues
cuenta con más información respecto a ellos. El día que conoció a Juanjo, como
ahora ya identifica al cabeza de familia, en aquella conversación tranquila y
amena, también le hizo saber que pronto se cumplirían veinte años de su
matrimonio, y que los muchachos ya superada la mayoría de edad se hallaban
afrontando los estudios superiores y, en cierto modo, definitivos para su
futuro, extremo este que le preocupaba, si bien hasta ahora no tenía queja de
ninguno de ellos y sí mucha ilusión y confianza depositada en ambos.
Igualmente le dijo, que su mujer hace ya bastantes años prefirió abandonar su
trabajo en una entidad bancaria y dedicarse por entero a la casa y al cuidado
de los chiquillos, decisión de la que ella hasta ahora no se ha arrepentido, y
por la que él siempre se sentirá orgulloso y agradecido.

(III)

Una tarde de un día de lluvia incesante, con oscuras nubes que no tardando
mucho extinguirán de forma prematura la precaria luz del crepúsculo, Jacinto

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
se halla entretenido observando la trayectoria de los distintos recorridos que
emprenden las gotas de agua al impactar con el cristal del ventanal. Con la
melancolía que imprime tanto el día como la estampa que hace buen rato
contempla, su pensamiento le conduce a considerar que lo mismo que esas
sucesivas gotas de agua después de golpear con el cristal cada una acomete
caminos por vericuetos diferentes, lo mismo sucede a lo largo de la vida. El a
estas alturas de la suya, ha podido comprobar que resulta muy frecuente que
una vez creada una familia y después de aleccionar a los hijos durante muchos
años, estos, ya solos, al enfrentarse a la vida y a los distintos ambientes, sus
trayectorias discurrirán con mayor o menor acierto por caminos y senderos
que nunca fueron previstos.

Invadido tanto por la tristeza de la reciente reflexión, como por la oscuridad


que ha predominado todo el día y la persistente lluvia que al no haber hecho
pausa alguna ya ha formado grandes charcos tanto en la calle como en el
jardín que tiene delante, continua ahora considerando distintos hechos que a
lo largo de la vida, siendo de una extraordinaria trascendencia, más veces de
las deseadas, tenemos que permitir que se impongan a nuestra voluntad y
entorpezcan nuestros proyectos. Así con los ojos abiertos y con la mirada
perdida hacia el exterior, en un estado abúlico, surge como un flash en su
memoria, en la que cada vez con más frecuencia aparecen importantes
cráteres, el recuerdo del día, que recién cumplidos los sesenta años, al llegar a
casa especialmente indignado, le tuvo que decir a su mujer: -“No sé qué te
parecerá, pero estoy decidido definitivamente a aceptar la jubilación”. A
continuación sin dar lugar ni a su reacción ni a su respuesta prosiguió, -“como
de sobra sabes ya que tu misma lo habías intuido hace tiempo, y así me lo
advertiste, desde que cambiaron mis funciones en la empresa, no dejo de ser
objeto de constantes desprecios y humillaciones, a pesar de esforzarme en
mostrar la mejor disposición”-. “Todo ello, -concluyó - me está minando el ánimo
y hasta la salud, y lo peor es que no tengo la menor duda de que se trata de una
maniobra premeditada para impedir que sea yo el que decida cómo y cuándo
deseo dejar de trabajar “-.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Nunca podría olvidar la fuerza con la que de forma inmediata su mujer supo
enseguida apoyar su decisión. Lo mismo que la comprensión y el cariño que le
proporcionó, y apreciar, incluso ante aquella difícil decisión, la alegría que le
era imposible disimular. Ella ya llevaba algún tiempo anhelando la posibilidad
de tener todo el día a su marido para ella, algo que desde hace tiempo le
ilusionaba, pero sobretodo por verle dejar de sufrir, como estaba sucediendo
en los últimos tiempos, por algo que, muy a su pesar, no tenía a su alcance el
poderlo evitar.

(IV)

Un mediodía, cuando había concluido el almuerzo, le indicaron que se dirigiera


a la portería para recoger un encargo que habían dejado para él. Esto es algo
que no dejó de parecerle extraordinario por lo inusitado, ya que hacía mucho
tiempo que no recibía ni visitas ni tampoco encargos, siendo por ello que no
demorase cumplir con el aviso. Como de inmediato pudo comprobar, se
trataba de un sobre de tamaño regular. Al abrirlo Jacinto no pudo menos que
sorprenderse, ya que dentro se encontraban varias revistas especializadas en
el mundo del automóvil. En una de ellas venía adherida una nota que decía: –
“Querido amigo, para que entretenga esos días que con frecuencia las horas se
hacen interminables, y alimente el gusanillo de su afición, pudiendo así discutir
mejor sobre ella paseando conmigo cualquier tarde. Juanjo”.

Superada la sorpresa que para él había representado aquel inesperado envío,


más que por el contenido, por el recuerdo y el afecto que el mismo encerraba,
se dio cuenta que interiormente había sentido de manera un tanto
contradictoria una triste decepción. Resultó que mientras se dirigía a la
portería para hacerse cargo del obsequio, no pudiese evitar albergar la ilusión
de que se tratara de algo que concerniese a sus hijos, de los cuales hacía
tiempo que carecía de noticias. De hecho, no le resultaba nada fácil recordar la

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
última visita de cualquiera de ellos, dudando ya si se había producido alguna
después del día de su internamiento en la residencia.

Aquella muestra de amistad y simpatía por parte de su vecino a su persona, si


bien le reconfortó el ánimo el resto del día, no pudo evitar, considerando el
actual proceder de sus hijos, contrastar comportamientos tan dispares, no sin
que irrumpiera en él una gran desazón,. Hallándose en ése estado de ánimo
según contemplaba en su habitual lugar de reposo la oscuridad que de manera
inapelable se iba adueñando de las últimas luces del día, se vio invadido por la
temible oscuridad del túnel por el que discurre el tobogán de los recuerdos.
Estos una y otra vez de forma inconsciente, le obligan a rememorar hechos
que, relativamente cercanos, han afectado de manera definitiva a su vida,
deseando que hubieran sido nada más que un extraño sueño e imaginando con
su fantasía lo diferente que habría sido todo de haberse producido de manera
completamente distinta.

No es que Jacinto nunca hubiera disfrutado de una gran capacidad para


conciliar el sueño, pero la noche que sucedió a aquel día le resultó
especialmente difícil. Había hecho mucho viento, y el constante estruendo que
este originaba, así como las sombras que los árboles de la calle con su
incesante movimiento proyectaban sobre las paredes de su dormitorio le
impedían alcanzar el reposo y el sueño deseado. Esto dio lugar a que más
temprano de lo acostumbrado ya estuviera incorporado asomado a la ventana
de su dormitorio. Entonces le alarmó que, siendo domingo, ya hubiera luces
encendidas en la casa de Juanjo, lo cual en un principio no dejó de inquietarle,
pero enseguida pudo comprobar que lo que ocurría es que la familia
preparaba una excursión, ya que vio en un corto espacio de tiempo, que todos
con atuendos informales trasladaban al coche pequeñas bolsas y uno de los
chicos portaba algún equipo fotográfico. De esta forma vio que después de
introducirse todos en el vehículo este se alejara rápidamente.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Luego de haber desayunado, y dar un primer vistazo a los titulares de la
prensa, habito que tenía adquirido y al que nunca renunciaba, repasaba en su
mente la imagen familiar de sus vecinos alejándose en el coche que conducía el
padre, dispuestos a pasar juntos un grato día en algún lugar que
probablemente a todos les apetecía. Como en otras ocasiones contemplando
hechos similares, nuevamente surgía de manera inevitable el recuerdo de
momentos parecidos disfrutados con su familia. Este ejercicio si bien al
principio resultaba ser un bálsamo con efectos especialmente gratos para su
nostalgia, sin tardar mucho se convertía en un despiadado veneno para el cual
no conseguía hallar el antídoto adecuado.

Mientras observaba ése domingo como en el cielo se iban alternando las nubes
y los claros así como las distintas y caprichosas formas que las primeras
adoptaban, al igual que contemplaba las hojas y restos de ramajes que el
insistente azote del viento de la noche había derribado de los árboles, sin
proponérselo se vio una vez más absorbido por el vértigo que siempre
imprimía el incansable carrusel de los recuerdos, repasando el ciclo
relativamente cercano de su vida, el cual también, como el viento de la noche
pasada, excesivamente turbulento derrumbó a su familia y por supuesto su
vida.

“Nunca dudaré, –se decía reflexionando - que el desencadenante fue el hecho de


que aceptara la jubilación anticipada, pues si bien mi mujer lo asumió e incluso
la ilusionó, la reacción de mis hijos no fue la misma ni la que yo hubiera deseado,
ya que estos ignorando importantes consideraciones que ellos no desconocían,
me incitaron a resistir y a pelear para conseguir a ultranza todos mis derechos,
a lo que yo consciente de mis escasas fuerzas y debilitado ánimo me negué,
comenzando ya entonces a detectar en ellos si no un desprecio manifiesto, sí una
importante incomprensión y un progresivo distanciamiento”. Continuando su
reflexión por lo acaecido en aquel tiempo, murmuraba dolorido entre dientes,
“lo que nunca podía prever es que en aquellas difíciles circunstancias, que es
cuando de una manera muy especial más lo hubiera necesitado, me viera

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
privado del sostén y del apoyo que había tenido toda la vida, y que aquella
traicionera y fulminante enfermedad arrebatara la vida de mi mujer y me dejara
en la mayor de las indefensiones”.

Llegada su meditación a este penoso punto respecto a la más próxima


retrospectiva de su vida, de la misma forma que observa el lento pero
imparable discurrir de las nubes que cruzan sucesivamente el cielo, no puede
tampoco detener el recuerdo de como se precipitaron los acontecimientos.
“Como es posible, –se dice- que casi de manera ininterrumpida aparecieran los
primeros síntomas de lo que me diagnosticaron como parálisis agitante, que
desde entonces no ha dejado de condicionar mi vida, a lo que se unió, -recuerda
decepcionado y sintiendo el desbocado latir de su corazón,- algo para mí
todavía más lamentable, como fue la exigencia por parte de todos mis hijos de la
distribución del escaso patrimonio familiar, argumentando necesidades
perentorias relativas a proyectos absurdos que yo desconocía, y que como
consecuencia de una imprevisión legal que nunca consideré necesaria realizar,
tuve que afrontar”. Así desnudada en su interior brutalmente su alma y su vida,
este hombre una vez más queda exánime, siendo en él únicamente perceptible
el ininterrumpido movimiento que el parkinson produce en sus manos.

(V)

Como consecuencia de la dura climatología que impone el invierno, Jacinto


durante algunos días ha tenido necesidad de guardar cama al verse afectado
por una complicación en su delicado aparato respiratorio. Finalmente hoy
sintiéndose bastante aliviado, y cuando ha visto inundada su habitación por
intermitentes rayos de un sol manifiestamente invernal, ha decidido
incorporarse y reanudar la vida habitual en la residencia. Durante estos días,
no ha dejado de sentirse incomodo cada vez que pensaba que es excesivo el
tiempo en que está demorando mostrar su agradecimiento a Juanjo por el
envío que amablemente le hizo llegar, dándole vueltas a la forma en que
podría hacerlo pues no desconoce sus limitaciones.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Cuando apenas habían transcurrido dos o tres días en los que de nuevo había
establecido la rutina en su vida, paseando por el corredor de la residencia que
conduce al vestíbulo de la entrada, comprueba que la fortuna ha atendido sus
deseos, al ver que a la misma puerta se halla aparcando el coche su vecino. De
esta forma asomándose a la entrada le hace insistentemente un gesto para que
se acerque. Así adentrándose en el interior, Juanjo después de saludarle de
manera efusiva y alegrarse de volverlo a ver se apresura a decirle: -“más de un
día he estado tentado de entrar a verle, pero considerando la hora desistía y no
he logrado encontrar el momento adecuado”-, y prosigue, -“lo que si he
comprobado es que alguna tarde soleada le he echado de menos paseando”-.
Jacinto interrumpiéndole se apresura a agradecerle el obsequio que le mandó
y añade, tuteándole atendiendo una exigencia reiterada de Juanjo, - “no puedes
imaginarte como valoro y lo que significa para mí en la situación actual una
deferencia como la que tu y tu familia habéis tenido conmigo”-, y continua, -“yo
en las condiciones que me hallo, sintiéndolo mucho, no puedo mostrar mi
agradecimiento nada más que deseándoos a todos y a ti el primero, que la vida
os proporcione todo el bienestar que os merecéis aunque solo sea por el elegante
y espontáneo gesto que habéis tenido conmigo”-.

Antes de despedirse y haber insistido en restarle toda la importancia al regalo,


Juanjo le hace la siguiente proposición, -“mire como observo que no se siente del
todo satisfecho con su agradecimiento, acépteme el siguiente compromiso, -y le
dice seguidamente:- el próximo fin de semana que celebramos el vigésimo
aniversario de nuestro matrimonio, le vengo a recoger para que tome café con
todos nosotros, y así a la vez que nos felicita conoce a mi mujer y a los chicos, y
todos estaremos encantados de departir un rato con una persona tan
interesante como usted”-. Sin darle lugar ni a reaccionar ni a responder a su
invitación, y no sin antes sujetar y apretar de forma especialmente cariñosa
sus temblorosas manos, Jacinto, emocionado, ve como su vecino abandona la
residencia con dirección a su casa.

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(VI)

Cuando al final de la tarde del domingo Jacinto traspasa la puerta de acceso a


la residencia, hasta la que gentilmente le han acompañado tanto Juanjo como
su mujer y sus hijos, se siente como hace mucho tiempo que no lo hacía,
extraordinariamente animado y reconfortado por el calor de la acogida que le
han dispensado sus vecinos. Durante la amplia y distendida conversación que
a lo largo de la tarde ha tenido con ellos, ha valorado de forma especial la
exquisita discreción de todos, al no interesarse en absoluto nada más que por
los pormenores que de su vida él ha querido contarles. Principalmente la
charla ha girado en torno a los proyectos que ellos tienen más inmediatos, así
como a hacer unos y otros referencia a la velocidad con la que día a día,
determinados hechos lo van cambiando todo en la sociedad actual, unas veces
con efectos positivos y otras todo lo contrario, algo que no ha podido dejar de
sorprenderle considerando la importante diferencia generacional.

Al término de ese día tan especial ya instalado en su dormitorio, recuerda


sintiendo en su rostro la humedad que desprenden unas lágrimas que no
puede ni quiere contener, lo que de forma insistente le han manifestado tanto
Juanjo como su mujer. “Señor Jacinto, queremos todos”, –le han dicho de
manera sencilla y sincera- “que a partir de hoy nos considere si no su familia sí
sus mejores amigos, y que cuando necesite algo o pasar un rato con nosotros nos
lo haga saber, pues corresponder a ello no dejará de sernos extraordinariamente
grato, y sepa también que con su confianza además de alegrarnos a todos, nos
hará sentirnos halagados”.

Al despertar al día siguiente después de haber dormido como hace tiempo que
no recuerda, cree tener la sensación que lo vivido el día anterior no ha sido
más que un agradable sueño. Pero lo mismo que cuando, con añoranza,
asociamos determinados sitios, olores, sabores y sonidos, con el recuerdo de
momentos vividos extraordinariamente gratos, cuando contempla la casa de
sus vecinos al elevar la persiana de su dormitorio, inmediatamente sabe que

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
no ha sido así. En ése momento y en lo más profundo de su corazón, en el que
aun abundan heridas sin cicatrizar, no puede evitar recordar y sentir tanto el
respeto como el interés y el cariño que el día anterior allí todos le mostraron.
A continuación adaptando su ojos a la recién estrenada luz con que le obsequia
el nuevo día, y también con su mente nítida y clara en ésas primeras horas de
la mañana, se dice: -“es fácil que se pueda considerar como una simple paradoja,
pero nunca pude sospechar que al ser internado en este centro compuesto por
edificios adosados, iba a tener yo de la misma manera la inmensa fortuna de
hallarme a partir de ahora adosado a tan singular y entrañable familia”-.
Dibujándose en su semblante una tímida sonrisa y esforzándose en controlar
el continuo movimiento de sus manos, comienza su rutinaria actividad de cada
día, pero sintiendo en su ánimo un vigor y una fortaleza que hacía mucho
tiempo que no experimentaba. Aquel fue también el primer día en el que
Jacinto dejó de estar solamente adosado a sus recuerdos.

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
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Desde la calle Chile. Una primera antología.
EL MEJOR REGALO
(Cuento de Navidad)

Aunque la abuela Engracia, la mamá de su padre, llevaba ya algunos días


insistiéndole en que había que ir preparando El Nacimiento, pues las fiestas de
la Navidad se aproximaban, Aurorita seguía sin prestarle demasiada atención,
y poniendo disculpas escasamente convincentes.

Muy poco después de finalizar el viaje de las últimas vacaciones de verano, por
motivos que Aurorita no acababa de entender, Emilio y Amparo, sus padres,
habían determinado que ella se fuera a vivir con la abuela, pues el colegio al
que asistía se encontraba prácticamente al lado de su casa. También le dijeron
que papá por causa del trabajo iba a tener que viajar constantemente, y mamá
a su vez por su dedicación al Centro Médico donde trabajaba, no le resultaría
fácil atenderla cómo ella quisiera.

Aurorita que tenía diez años, y precisamente en la ya cercana Navidad


cumpliría once, aun resultándole muy agradable vivir en la casa de la abuela,
donde desde muy pequeña había sido extraordinariamente feliz, no terminaba
de encontrarse a gusto. La falta de la convivencia con sus padres le
desconsolaba. Si bien la iban a ver según se lo permitían sus respectivas
obligaciones, nunca lo hacían juntos.

La abuela, trataba cómo siempre, de hacerle la vida en aquella casa, mucho


más sencilla que las de sus papás, lo más agradable que estaba a su alcance,
interesándose constantemente por los trabajos y ejercicios del colegio. Así, en
aquellos días, mientras escuchaba música navideña en un vetusto aparato de
radio, que a Aurorita le encantaba, y que se hallaba encima de un pequeño

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
mueble al lado de la camilla, la abuela se puso a hojear uno de los cuadernos
donde la nieta realizaba los trabajos que en el colegio le encargaban.

Ana, la amiguita y compañera de colegio de Aurorita, que vivía al lado de la


casa de la abuela, hacía un rato que la había venido a buscar para jugar en su
casa. Pasando las hojas del cuaderno, Engracia vio que en un ejercicio en el
que se pedía representar con un dibujo la Navidad, su nieta lo hacía con una
pareja de adultos que respectivamente daban la mano a una niña que se
hallaba en medio de ambos, pareciendo que todos contemplaban un
Nacimiento.

Mientras preparaba la cena, a la abuela no se le iba de la mente aquel ejercicio


que sobre la Navidad había hecho su nieta, no acertando con su interpretación,
o resistiéndose a hacerlo. La apatía y la tristeza de la niña, que en ella no era
habitual, últimamente era casi permanente, no consiguiendo distraerla ni
cuando le dejaba la pequeña y vieja maleta, donde guardaba los antiguos
tebeos que habían pertenecido a su papá y a sus tíos, y que a ella desde sus
primeros años tanto le había atraído.

Doña Eloísa, una de las profesoras del Colegio, ya algo mayor, y que conocía a
la abuela, el domingo anterior, al encontrar a esta al salir de misa, le había
comentado que apreciaba en la niña, si no una falta de aplicación, sí cierto
desinterés por las tareas comunes, como sucedía ahora con la preparación de
las actividades de la inmediata Navidad. A ello la abuela respondió que podría
tratarse de las complicaciones propias de la edad, y que a la vez que le
agradecía la observación, le prometía que trataría de poner los medios para
corregir esta actitud.

Finalizando la semana, por la noche, concluida la cena, la abuela Engracia, le


dijo a su nieta:
-Como mañana es sábado, y no hay clase, en cuanto acabes los deberes, las dos
nos ponemos manos a la obra, y montamos el Nacimiento-

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
Así fue como al terminar de comer ese sábado, abuela y nieta se dispusieron a
instalarlo, algo que, a Aurorita desde muy pequeña le ilusionaba, pues si bien
en casa de sus papás se hacía lo mismo con el árbol de Navidad, ella, no sabía
porqué, prefería el antiguo y ya algo deteriorado Nacimiento de la abuela.
Mientras abuela y nieta manipulaban, desempaquetando, limpiando y
colocando, las distintas figuras de aquel viejo pero entrañable Nacimiento,
Engracia observó como él ánimo de la niña iba cambiando, mostrando en sus
ojos una alegría y una ilusión que de ellos últimamente había desaparecido.
Aprovechando el momento, le preguntó a la niña que cual era el regalo que
esperaba aquella Navidad, que coincidía con su cumpleaños. Aurorita como si
lo tuviera pensado desde hace tiempo, le respondió rápidamente:
-Este año abuela, no quiero que sea, como siempre, una sorpresa-, y continuó
diciéndole, -voy a ser yo la que pida el regalo que más deseo-

La abuela un poco sorprendida la contestó:


-Bueno, bueno, tú sabrás bien lo que de verdad quieres, solo espero que aciertes-.

Cuando al inicio de la semana, que finalizaría con la celebración de la Navidad,


Aurorita regresaba del Colegio con Ana, esta le preguntó, si esperaba que sus
padres asistieran a la Fiesta que tendría lugar en el salón de actos del Colegio,
y en la que las dos intervendrían con distintos papeles. Sorprendida en un
principio, no supo que responder, pero finalmente le dijo:
-Pues mira, todavía no lo sé, pero hoy mismo pienso llamarles para averiguarlo,
los dos con el trabajo, me dicen siempre que están muy liados, pero trataré de
convencerlos para que vengan-.

Decidida con éste propósito, llegó a casa de la abuela, consiguiendo enseguida


hablar con su papá, al que localizó en su oficina. Le costó más trabajo hacerlo
con mamá en el Centro Médico. Los dos coincidieron en preguntarle por el día
y la hora en que tendría lugar la Fiesta, para así ir directamente cada uno

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Desde la calle Chile. Una primera antología.
desde el lugar de sus respectivas obligaciones laborales. A los dos Aurorita les
dio la misma respuesta:
-Necesito que vengáis los dos a recogerme a casa de la abuelita, pues a pesar de
que ella va a ir, me tenéis que echar una mano, para poder llevar todo lo
necesario para mi participación-.
Como la abuela comprobaba que ésa tarde la niña no acababa de finalizar los
deberes escolares, le consultó que si era tanta la tarea que le habían mandado,
respondiéndola:
-Estoy escribiendo la carta de petición del regalo que quiero de cumpleaños,
Navidad y Reyes-

A lo que rápidamente añadió la abuela:


-Pues si que debe ser importante y grande el encargo, ya que llevas escribiendo
desde antes de que se hiciera de noche-
-No lo sabes tú muy bien abuelita-, le contestó la nieta, y termino diciéndole, -
después de tenerte siempre a ti, es lo que más quiero-.

Aquella noche a la abuela Engracia le costó mucho conciliar el sueño, ya que si


bien era un enigma el contenido de la charla que había mantenido con su nieta,
le creaba cierto desasosiego pensar que ésta pudiera comenzar a detectar
situaciones, para las cuales lo cómodo sería considerarla cada vez más niña,
cuando realmente estaba pasando todo lo contrario.

Mientras llegaba la hora de acudir a la Fiesta del Colegio, Aurorita


contemplando el Nacimiento, al lado de la abuela, pensaba que la Navidad ya
estaba ahí, afectando con su espíritu, aunque tristemente solo fuera por
escasos días, al comportamiento de toda la gente. En ese momento sonó el
timbre de la puerta, apareciendo no sin cierta sorpresa para la abuela, pues
aquel día no le esperaba, su hijo Emilio, el papá de Aurorita. Al poco rato, sin
haberse todavía repuesto la abuela de la sorprendente visita, apareció
también en casa Amparo, su nuera.

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Casi al unísono, y después de dispensar ambos las correspondientes muestras
de cariño tanto a la abuela cómo a la niña, dirigiéndose a esta le dijeron:
-Bueno, se puede saber qué es eso tan enorme, que hay que llevar para la fiesta
del colegio, para lo cual nos necesitas a todos-.

La abuela que no conseguía entender nada, miraba a unos y a otros,


especialmente a Aurorita, viendo entonces como esta, hacía entrega de dos
sobres que hasta ahora había mantenido guardados, a sus papás, uno a cada
uno.

Al igual que la abuela Engracia, tanto Emilio como Amparo, tampoco acertaban
a comprender el extraño comportamiento de Aurorita. Esta, después de
observar a todos, dirigiéndose a sus padres, les dijo:
-El sobre que os he entregado, lo tenéis que abrir durante mi actuación en la
celebración de la fiesta, ni antes ni después, pues forma parte del deseo, que con
motivo de ella, cada una queremos trasmitir a nuestras familias, y yo, el mío,
durante bastantes días, lo he meditado mucho- .

Así fue como la familia, no sin cierto desconcierto de los mayores, se dirigió al
colegio para presenciar la fiesta que con motivo de la Navidad allí habían
preparado, y en la que Aurorita actuaría interpretando el papel que le había
sido asignado. Después de la presentación del acto por una profesora, y de la
interpretación de algunos villancicos por el coro del centro, comenzó la
representación de distintas escenas relacionadas con la Navidad.

En la escena la que hija y nieta, con innegable soltura, intervenía, aparecía


representada la Familia de Nazaret, mediante lo que se pretendía comunicar,
con el diálogo de los sagrados personajes, un mensaje por medio del cual se
realzaba la importancia de la familia en nuestros días, al igual que la ha tenido
a lo largo de toda la historia de la humanidad.

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Emilio y Amparo, que durante la actuación de su hija, emocionados, no habían
dejado de mirarse de forma un tanto disimulada, al concluir se agarraron
fuertemente la mano que tenían libre, pues en la otra, ambos, todavía
sujetaban el respectivo sobre que con antelación les había entregado la niña.
La intranquilidad y la impaciencia habían provocado que ambos lo abrieran
nada más llegar al salón de actos, y examinaran su contenido.
Aurorita, en una breve carta les decía a cada uno: -Papás, esta Navidad, no
quiero que me hagáis ningún regalo sorpresa, pues únicamente deseo
disfrutar todos los días, del más importante que tengo, que sois vosotros.
A la abuelita Engracia, sabéis que la quiero mucho, y me hace muy feliz,
pero a vosotros aparte de teneros todo el amor del mundo, cada día
necesito más teneros a mi lado. Haced un esfuerzo. Feliz Navidad-.

Aun escuchando a Doña Eloísa, la profesora, que le confesaba lo contenta que


estaba con el comportamiento que había tenido su nieta, la abuela Engracia no
dejaba de observar a su hijo y a su nuera. Mediada la fiesta, había comprobado
que en el comportamiento de ambos, se había producido un cambio. Ella por
su edad, y principalmente por la preocupación que desde hace tiempo tenía,
creía saberlo interpretar acertadamente, y todo ello comenzaba a ilusionarle.

Llegados a la casa de la abuela Engracia, todos convinieron que la celebración


de la inminente Nochebuena, así como de la Navidad, sería en casa de los
papás de Aurorita. Estos también le dijeron, que a partir de estas fiestas, se
organizarían con el fin de que la niña reanudara su convivencia con ellos. Sin
mucho esfuerzo, tanto Emilio como Amparo, habían averiguado, y de sobra
comprendido, que Aurorita, la niña, como ellos siempre decían, había
abandonado esta condición sin que ellos se hubieran dado cuenta, teniendo
que comenzar los dos a considerarla una cariñosa, pero inteligente
adolescente.

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Después de la demostración que Aurorita, de forma tan delicada les había
hecho, ellos se propusieron no defraudarla nunca, haciendo el esfuerzo que
ella en su felicitación de Navidad, con todo el cariño les pedía.

Cuando atardecía el día de Nochebuena, junto a la abuela Engracia, todos


contemplaban un bello Nacimiento artesanal, en un centro religioso cercano,
al que desde muy pequeña a Aurorita le gustaba ir, recordaba la abuela el
dibujo que en el trabajo del colegio, representando la Navidad, había hecho su
nieta pocos días antes. Entonces, emocionada la atrajo hacia sí, y abrazándola
fuertemente, disimulando y despacio, le dijo al oído:
-Sabes, mi vida, verdaderamente si que acertaste con la elección del regalo, y de
qué manera te cundieron los deberes de aquella tarde; que el Niño Jesús te
bendiga siempre-

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MICROCUENTOS

COMPROMISO

Creen que es alergia, pero es amor, también necesidad. La insistencia le


molesta, pues para escabullirse le cuesta hallar argumentos, nunca se ha
encontrado cómodo en esos bares cutres que frecuentan al acabar la jornada.
El ambiente y la compañía no le satisface, él anhela lo que le proporciona algo
completamente diferente al término de cada día. Mientras camina
mentalmente actualiza la peculiar contabilidad de su estricta economía.
Cuando abre la puerta el niño se agarra a sus piernas, y ella después de besarle
le señala un sobre encima de la camilla. “Encarnita,- le dice:- con los últimos
sacrificios éste mes también podremos cariño”.

ADICCIÓN

Fresca, brillante, antihistamínica, me hallo enganchado a su contemplación,


siempre ofrece una perspectiva nueva que cautiva; su arte, gracia y hermosura
lo embellece un aura que deslumbra. La atravieso diariamente con una mirada
escrutadora y descubro siempre nuevos encantos. Al dejarla atrás, y dirigir la
mirada hacia el camino que conduce a mi destino, la vista siente la orfandad de
su belleza. En ella he encontrado bienestar y estímulos para no abandonarla,
pero aun no la conozco de forma suficiente, y quisiera gozar mucho más de
ella. Al encender el ordenador como cada mañana, allí aparece, su imagen, la
ciudad joya del plateresco.

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RECONOCIMIENTO

Cielos, como brilla hoy el valle, pero mi alma y mi espíritu están en penumbra.
El camino ceñido por la jara, me lleva con otros invadidos por igual
sentimiento. Quien motiva tan triste marcha, fue luz incansable, incomodo
pero acertado consejero, sabio, sencillo, ejemplar. Su felicidad era contemplar
el lento germinar del fruto de su ilusionada siembra. La senda siendo larga se
hace corta, pues afloran emocionados recuerdos entrañables. La huella por él
dejada será perenne, y su nunca pretendido triunfo. Regresando a la fría
convivencia de la ciudad, me reconforto rememorando y sintiendo el calor que
imprimía a aquella rústica escuela ése maestro recién enterrado.

TRISTE CONFUSIÓN

El hombre luce una inquietante sonrisa, puede que solo sea su extraña
indumentaria, lo observo manteniéndome a prudencial distancia, el traqueteo
del movimiento involuntariamente me aproxima. Escudriñando su rostro
disimuladamente, empieza a no serme del todo desconocido, pero prevalece
mi actitud preventiva. Acercándonos al intercambiador él ajusta su peculiar
ropaje, mirándome sonríe, insinuando un saludo ó comentario. Nerviosa y
azorada, al abandonar el vagón tropiezo cayéndoseme en el andén el bolso, él
suavemente me sujeta y me ayuda a recogerlo. Aun temblando y sorprendida,
me dice: –Isa, yo no conseguí aprobar la oposición, ahora ejerzo de hombre-
anuncio, anhelando aun lograr algún día proclamar tu amor.

DECEPCIÓN

Esta vez no erraré el tiro, es un reto definitivo en mi desesperación, ilusión


contra frustración, y será antes que la luna comience a desvanecerse. El
objetivo algo difuso por la altura y el tibio vapor de las emanaciones urbanas
dificulta su nitidez, pero el efecto del mensaje rotundo, transparente.
Preparada el arma, me digo: –la mejor estrategia suavidad pero energía-. Esta

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vez la piedrecilla sí impactó en el cristal, y ella despertando a la vez que el día
que ya se anunciaba, acabó apareciendo fugazmente. Me vio pero no con los
ojos del corazón, humillándome ignorando mí presencia, ni siquiera quiso
escuchar mis sinceros sentimientos.

SINO

Mientras recojo mi destino del frío suelo de la cocina, albergando ilusión e


incertidumbre, suena el timbre de la puerta, al incorporarme mi cabeza
impacta con la esquina de un armario. Veo esas estrellas que nunca aciertan al
pronosticar mi futuro. Mientras me recupero del shock que el golpe me ha
producido, escucho de nuevo el apremiante gong del timbre. Todavía aturdido,
me dirijo a abrir la puerta y al hacerlo allí no hay nadie, entonces contrariado
pienso: otra vez mi sueño ideal y yo seguimos sin coincidir. Así contemplo
como desde la escalera, la señora de la limpieza viéndole alejar, en mi nombre
le dice adiós agitando la gamuza.

TORPEZA

Para que no se enteren de que me he marchado, no cierro la puerta, y mientras


me abrocho la gabardina, oigo un fuerte ruido. Al entrar de nuevo, veo que
ambos se han enzarzado en una pelea. Después de separarles, les exijo una
explicación, pero se niegan, siendo entonces ellos los que se marchan. Todavía
asombrada, observo un papel arrugado en el suelo, en el hay una nota cuya
letra reconozco. “Cariño, todo está definitivamente decidido, nuestras vidas e
ilusiones, el futuro”, dice su contenido. Sintiendo las aceleradas pulsaciones
del corazón, comprendo que el mensaje, tal vez, no fue hecho de forma
acertada, ni seguramente leído por la persona adecuada.

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CONTUMAZ

Ni subido a una escalera conseguiré besarte. La frustración no me deprime,


sino que me estimula. Determinado a alcanzar el objetivo, mi espíritu se
agranda, me siento capaz, seguro de conseguir el propósito fijado. Enfilando el
largo pasillo, cojo más impulso, llamo al llegar ante la puerta. Como la apertura
de esta se demora, la abro sin más, encontrándome al inaccesible de siempre.
Perplejo me mira, y yo con la fortaleza de la que me siento revestido, le digo: -
tengo que intentarlo de nuevo -. -No hay inconveniente-, me dice, y añade,-
emplea menos cariño, y escaleras más grandes, basta con que, antes del
partido, la antena funcione.

CAPITULACION

Bicho gafoso de mierda. Aunque tan desafortunado calificativo, no llegué a


pronunciarlo, si lo hice mentalmente. No siendo en absoluto mi estilo, la rabia
me impulsó a que espontáneamente resonara en mi interior. Desconcertada,
decidí abandonar su presencia, y emprender el regreso. Enseguida siento una
mano que oprime mi brazo, y oigo, -le he impedido el acceso, por no ser el
mejor momento-, y concluye, -venga esta tarde, y yo le indicaré-.
Anocheciendo, satisfecha e ilusionada, por el éxito de la entrevista, abandono
la sala, él entonces me hace un guiño con unos ojos, que las lentes, no ocultan
su inteligencia, y general atractivo.

CONTRASTE

Me acerco y anoto sus nombres hasta finalizar el recorrido. Sosegado, después


de la emoción experimentada, no me cuesta asociar aquellos lugares con sus
anteriores denominaciones, a un tiempo, una época y una edad. A cuantas
justas ilusiones dieron cobijo, y desparramadas, muchas tristemente, allí
quedaron. Yo, aun, los recuerdo a todos. Que honrada nobleza, exhibían en su
inquietud y su ansia, ignorando la desalentadora situación. Lo que significaba

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Guerra, Paternalismo, Adhesión o Inmovilidad, ahora su sentido era Paz,
Justicia, Libertad, y Progreso. Que lejanos, y a la vez próximos, he visto a mis
inolvidables amigos, en las remozadas, y rebautizadas calles de mi viejo barrio.

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Se terminó de imprimir esta Antología
el día 5 de enero de 2010,
festividad de
San Simeón Estilita.

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Este volumen recoge en sus páginas diversos relatos cortos, cuentos, ensayos y
microrrelatos escritos por el autor a lo largo de los años 2008 y 2009.

Estas inquietudes literarias han sido recogidas en el blog “Desde la calle


Chile” cuya dirección es:

http://desdelacallechile.blogspot.com

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