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Antologia
Antologia
Una primera
antología
El autor…………………………………………………………….………………………………….......…3
Le habían enseñado………………………………………… ..…………..……………………………4
Una historia de domingo………..………………………………...………………………………….8
Ya no es lo mismo (Cuento de Navidad)……………....…………………………………...17
Una edad, un tiempo, una ciudad: Salamanca ……………..…….………………………...23
Retrospectiva de mi calle ……………………………………..……………………………………43
La metáfora del banco…………………………………………..…………………………………...49
Adosado……………………………………….…………………………………………………………...65
El mejor regalo (Cuento de Navidad)…………………………………………………...……..81
Microcuentos…………………………………………………………………………………………….89
____________________________
NOTA DEL AUTOR:
A mediados del siglo XX las instalaciones o puestos de control de arbitrios se
conocían con el nombre de FIELATOS, mientras que los agentes que ejercían su
función en ellos eran los CONSUMEROS.
CUENTO DE NAVIDAD
Con Aurora había creado una familia compuesta por ellos y dos hijos, Maruja y
Paco, siendo con éste y con su mujer Encarna, con los que desde no hacía
mucho convivía, ya que Maruja tenía establecida su residencia por
circunstancias profesionales de su marido Emilio en otra ciudad.
Mientras Ernesto comía compartiendo la mesa con Paco y Encarna, así como
con sus nietos los hijos de éstos, Elisa de 18 años y Andrés de 15, no conseguía
quitarse de la cabeza los problemas y dificultades de su entrañable amigo
Jacinto, y mientras en la mesa el motivo de la conversación eran los
pormenores y las anécdotas del Sorteo de la Lotería, él pensaba que
verdaderamente ya no es lo mismo, que cómo iba a transmitir a su familia su
inquietud por su amigo, pues ellos entendía que tendrían sus propios
problemas, proyectos y también dificultades, cómo para plantear él las ansias
que albergaba de poder ayudar a su amigo especialmente en aquella fechas
previas a la celebración de la Navidad.
I. NIÑEZ
Mati, a su vez, era hijo de un camarero del Café Nacional, que se hallaba en la
Plaza Mayor, y su madre cuidaba de la familia compuesta por dos hermanos de
Mati: Juli, que era mayor que éste y Santi que iba después de él. La casa que
ocupaban era similar a la de Rafa, pero no la compartían con nadie, ya que era
propiedad del abuelo materno y a éste, que entonces vivía en un pueblo
cercano, le pagaban la renta que tenían establecida.
Mati, en el aspecto monetario, lo tenía algo más fácil, pues recurría a su padre
aprovechando que él era el encargado en casa de llevarle al café el
avituallamiento cuando las horas de servicio se alargaban, bien por Semana
Santa, Ferias u otras celebraciones, al igual que también se ocupaba de ir a
buscarle el tabaco al estanco dónde tenía domiciliada la cartilla del
racionamiento y la “Hoja del Lunes” que entonces se publicaba con abundante
Rafa, por su parte, le comentaba a su amigo Mati –Yo no tengo tu suerte pues no
tengo parientes en ningún pueblo, así que me quedaré aquí todo el verano
haciéndole los recados a mi madre y cuidando de mis hermanos, me iré a los
Jesuitas a jugar, y algún día cómo puede ser la Fiesta de San Ignacio, es posible
que me vaya con ellos y con los que por allí andamos de excursión a la arboleda
de Cabrerizos ó tal vez a La Flecha, ya sabes por otros años que llevan una buena
merienda y aunque vamos y venimos andando lo pasamos muy bien, y por las
noches saldré con mi madre y mis hermanos a tomar el fresco, también algún día
iremos a la estación a buscar a mi padre, así le ayudamos a traer el farol y el
resto del equipo y yo aprovecho para ver la salida y llegada de los trenes,
sobretodo ése que a mi me gusta que es el expreso que va de Lisboa a Hendaya y
que tiene coches-cama – Pero a Rafa, en el fondo lo que más le gustaba del
verano, eran aquellas noches que con su madre y sus hermanos y a veces con
su padre iban a la Alamedilla, a escuchar el concierto que en el templete daba
la Banda Municipal, dirigida por un hombre muy alto y muy serio, que, con su
mirada, incluso intimidaba a la chiquillería que constantemente hacía ruidos
gritando cuando pedían a sus padres helados o barquillos.
De ésta forma, estos niños que muy bien podían representar a la mayoría de
los que habitaban aquella vetusta ciudad de Salamanca, pertenecientes a una
generación nacida en los años inmediatos a la conclusión de la dramática
II. ADOLESCENCIA
Cómo su hermano Juli ya llevaba dos años trabajando, al igual que su padre, en
el ramo de la hostelería, Mati se veía obligado, ya en su último año de escuela,
a colaborar cada vez más en las tareas del hogar, pues su madre cada día se
hallaba con la salud más precaria, y el pequeño Santi necesitaba más tiempo
para realizar los deberes escolares y asistir a la catequesis preparatoria de la
primera comunión, siendo estos los motivos por los que no frecuentaba todo
lo que el deseaba a su grupo de amigos especialmente a Rafa
Rafa y Mati, cómo los demás adolescentes, disfrutaban de aquel ambiente que
siempre desencadenaban las Ferias y las Fiestas de su ciudad, pues para ellos
entonces era mucho el tiempo que transcurría de un año para otro y el final de
las mismas llegaba rápidamente trayendo siempre consigo la monotonía y la
rutina. Pero aquel año bien por el grado de independencia que iban
alcanzando o por el despertar de nuevas y desconocidas sensaciones, ambos
muchachos participaban y disfrutaban con más ilusión. Por las mañanas algún
día quedaban para ir al Edificio de la Cárcel Vieja, que se hallaba al final de la
Cuesta Sancti Spiritus, para ver la salida de los Cabezudos, especialmente los
conocidos como el Padre Lucas y la Lechera, después se acercaban a la Plaza
Mayor a escuchar el concierto de la Banda Municipal y presenciar también el
lanzamiento de cohetes y globos grotescos, e incluso un día acompañados por
el abuelo de Mati, fueron al Mercado de Ganado, que en aquella época se
establecía en las inmediaciones del Barrio del Arrabal, no faltando ningún día
a las atracciones de la Feria, aunque solamente fuera para verlas, puesto que
los recursos económicos y los vales gratuitos no duraban para todos los días.
A Rafa no le fue difícil convencer a su madre, pues ésta ya había decidido que
aquella noche iría a los fuegos con Angelito y las dos pequeñas y después se
acercarían a la estación a recoger a su padre que aquel día estaba de servicio a
Fuentes de Oñoro, pero para Mati resultó más complicado, ya que tenía que
llevar los bocadillos de la cena a su padre y a su hermano Juli y su madre,
cómo siempre, no se encontraba bien, pero al final el abuelo se comprometió a
llevar a los fuegos a Santi y de ésta manera liberó a Mati de la obligación de
tener que llevarlo él.
De ésta manera, los dos amigos, después de entregar los bocadillos al padre y
al hermano de Mati se dispusieron a disfrutar de aquella noche para ellos
especialmente mágica e ilusionante, dirigiéndose al entorno de la Plaza de
España y La Alamedilla a presenciar los fuegos artificiales que clausuraban las
Fiestas de aquel año. Primero trataron de localizar a su habitual pandilla de
amigos y después, especialmente por parte de Rafa, a Isa y a Paqui, lo cual no
resultaba fácil debido a la cantidad de gente que allí había congregada y
III. JUVENTUD
Rafa, por el contrario, afrontaba la juventud sin ningún lastre que pudiera
compararse con el que vivía su amigo Mati. Se encontraba desde hace algún
tiempo trabajando en un taller de carpintería que se hallaba en el Alto del
Rollo, y a la vez se preparaba para optar en su día al ingreso, cómo hijo de
ferroviario, en el Cuartelillo de Ferrocarriles, y por éste medio conseguir su
futuro profesional en la misma actividad que su padre, pues desde siempre le
había fascinado el ambiente ferroviario. Mientras, su familia se encontraba un
tanto preocupada, ya que su hermano Angelito estaba decidido a ingresar en el
Seminario de Calatrava, y ninguno acertaba con el argumento adecuado que le
hiciera desistir, pues el chico se hallaba muy influenciado por un cura que
todos los jueves iba a dar una charla de religión a su escuela. Esta decisión del
muchacho había traído consigo una situación de desasosiego a los padres a la
que no eran ajenos el resto de la familia, incluidas sus dos hermanas pequeñas
Nines y Aurorita.
Aquella mañana Rafa al levantarse se dijo: -Hoy sin falta tengo que ver a Mati
para saber algo de él, pues desde que murió su madre a penas le he visto y
tenemos que quedar-, y sin más se propuso que al salir del taller a mediodía lo
iría a buscar a la tienda dónde trabajaba. De esta forma al final pudo quedar
Mati le confiaba a su amigo Rafa: –Lo estoy pasando muy mal, pues nunca pensé
que a pesar del delicado estado de salud de mi madre, ella pudiera desaparecer,
e incluso fíjate que para lograr su recuperación, cuando salía de la clase de
dibujo me asomaba a la Capilla del Cristo de los Milagros para hacerle
constantes promesas encaminadas a que pusiera buena a mi madre, pero ni así
ha sido posible. Además ahora mi padre apenas se ocupa de nosotros ni de
nuestro porvenir Cuando acaba el servicio se queda por los bares de los Portales
de San Antonio y no nos enteramos ni de la hora a la que llega a casa, siendo Juli
y yo los que nos ocupamos de las necesidades de la casa y de la educación y los
estudios de Santi, que cómo sabes está destacando bastante- A todo esto Rafa
prestaba atención mientras pensaba la forma de poder ayudar y animar a su
amigo.
En la festividad del Jueves Santo, Rafa fue a buscar a Mati a su casa y después
de ayudarle a terminar algunas tareas domésticas le convenció para salir a dar
una vuelta, así que ambos se encaminaron a la Plaza Mayor, y después por la
Calle la Rua hacia las catedrales, ya que allí era dónde por ésas fechas más
gente se concentraba y, en espera de los desfiles procesionales, se establecía
un agradable paseo, en el que era frecuente encontrarte con otros amigos y
conocidos del barrio. De esta manera fue cómo coincidieron con las
inseparables Isa y Paqui, las cuales se disponían a ver la procesión de ése día
en la Calle de La Compañía. Después de interesarse por el estado de Mati, se
dejaron acompañar por los dos amigos para presenciar aquel desfile
procesional.
Una de las últimas noches de ése verano, cuando regresaban del río, dónde a
ultima hora habían ido a darse un baño a la zona que todos conocían por El
Cabildo, y se encaminaban a sus casas, el Rafa le dijo a Mati: – Nos vamos a
Las casas eran todas de planta baja con un patio en la parte posterior en el que era
habitual que se hallara la pila de lavar así cómo un modesto retrete, existiendo en
algunas de ellas recoletos pero atractivos jardines en los que no era extraño
encontrar parras y árboles frutales que llegada la época propiciaban uvas, higos,
membrillos y algún otro fruto de los cuales su propietario no demoraba en
compartir con sus vecinos. Todavía en aquellos años algunas de las casas de la
calle carecían de agua corriente, motivo por el que en ellas había diversos
recipientes cómo tinajas, cántaros o barreños en los que se hacía acopio del agua
que se obtenía de un grifo al que se accedía abriendo la tapadera de una cloaca
existente en la bifurcación de nuestra calle con la calle Bolivia.
Aquel mundo que era la Calle Chile y que he tratado de describir desde el aspecto
humano y dibujando superficialmente el decorado del escenario en el que
transcurría el día a día, tenía también sus olores, sus sonidos y no carecía de
distintos personajes que aunque no vivían allí lo frecuentaban casi a diario teniendo
la mayoría de ellos por su participación en el desenvolvimiento de la vida diaria
una relevante importancia y hasta cierto carisma, cómo podían ser el cartero, el
sereno, el basurero, el lechero, el panadero y el mielero o el heladero en
determinadas épocas del año, no faltando los vendedores ambulantes con ofertas de
frutos o productos de la temporada, predominando el transporte en carretillos
manuales o carros de tracción animal cómo era característico del vinatero o del
carbonero. Con estos personajes existía una gran complicidad pues ellos respetaban
a su clientela, sabían ser discretos y muchas veces eran portadores de noticias o
sucesos de otras zonas o barrios de la ciudad, y la gente de la calle a su vez les
mostraba deferencia y afecto, considerando la importancia que cada uno de ellos
tenían para conseguir atender las necesidades de cada día, aprovechando para
corresponder a sus distintos servicios en las Fiestas de final de año con un modesto
aguinaldo en metálico cómo respuesta a las simpáticas tarjetas de felicitación que
éstos con antelación amablemente entregaban en cada domicilio.
Los olores que muy bien podían identificar aquella añorada calle principalmente
los originaban los humos de las vetustas locomotoras que muy cerca de allí
circulaban bien cuando se encaminaban a la Estación de Ferrocarril o cuando salían
de ésta, Igualmente los que desprendían las boñigas de los animales que arrastraban
los carros de los distintos repartos o de recogida de basuras y desperdicios y los
Así cómo posiblemente el olor más agradable era el que provenía en determinadas
épocas del año de las rosas, la lila o de la hierbabuena de los jardines de algún patio
e incluso de los cercanos árboles del Paseo del Rollo cuyo fruto eran los pámpanos,
tentación comestible y a la vez dañina para los más pequeños, el sonido más
impactante en aquella calle era el que hacía el viento en días de fuerte temporal
entre la enorme estructura del Depósito de Aguas, así cómo el frecuente silbido de
las máquinas de los distintos convoyes ferroviarios y en los días estivales el que
hacía el cuco ave que anidaba en los amplios jardines de las Esclavas, pero el que
sin lugar a dudas predominaba durante todo el año era el de la chiquillería jugando
en la calle espacio y cuarto de estar entonces para todos, el cual únicamente se
abandonaba a requerimiento de la madre o de los hermanos mayores para comer,
hacer los deberes de la escuela o por la llegada de la noche a excepción del verano
que entonces tanto mayores y pequeños salían a tomar el fresco, unos a continuar
jugando y otros a disfrutar de amenas y espontáneas tertulias compartiendo el agua
de un fresco botijo.
No puedo acabar éste recordatorio de mi calle, en la cual todos nos conocíamos, sin
consignar tanto el espíritu cómo el sentimiento que en ella predominaba,
indudablemente en aquellos duros años el espíritu que prevalecía era el de
supervivencia pero cómo al principio señalo con inigualable dignidad, que cada
uno en función de sus posibilidades afrontaba en su casa cómo mejor creía o podía,
ésta actitud no impedía que dentro de la entonces predominante escasez muchas
cosas se compartieran según las oportunidades y distintas circunstancias que cada
uno pudiera disfrutar o que en su defecto le pudieran afectar, y cuando la palabra
solidaridad apenas era habitual utilizar, en mi calle el sentimiento que existía se
No dudo que ésta retrospectiva que hago de mi calle, bien pudiera hacerla igual o
muy similar cualquier vecino de mi querida y simpar Salamanca de la suya, pues el
modo de vida aquellos años en las diferentes barriadas no era muy distinto y
probablemente coincidiría conmigo concluyendo éste relato tomando como
referencia y alterando con cierto atrevimiento la poesía con la que al principio
comienzo del admirado José Mª Gabriel y Galán, diciendo “QUE ALEGRE ERA
MI CALLE Y QUE SANAS SU GENTES Y CON QUE SOLIDEZ ESTABA
UNIDA LA TRADICION DE LA HONRADEZ A ELLAS”.
Esta familia ocupaba una humilde vivienda de planta baja, como la mayoría de
la barriada, en las inmediaciones de la de Arturo. Manolo era el hijo mayor del
señor Antonio y de la señora Petra, quienes tenían dos hijos más: Juanín, que
era el mediano y Fide, que era la pequeña de aquella familia. Todos ellos
encajaban en el tipo de familia que predominaba en el entorno: gente humilde,
honrada y trabajadora que con más tesón e ilusión que medios, trataba de salir
adelante apechando con sus tareas cada jornada. En aquel ambiente había
alguna familia con más posibles y algo más de confort en su hogar, como era la
de Arturo, lo que le permitiría a este, en su día, acceder a una carrera
universitaria, algo entonces verdaderamente inusual para aquella sociedad
con importantes carencias.
Arturo pudo comprobar de qué manera tan firme, en aquella familia, se habían
trasmitido a todos sus componentes, los valores tanto de carácter humano
como de supervivencia que representaban los progenitores, corroborando
algo así como la teoría de la herencia genética en este aspecto. Manolo aparte
de ser un amigo leal, tenía desde pequeño un constante afán de superación
tanto en el aspecto meramente personal como en el concerniente al
profesional. Juanín era especialmente extrovertido, vivaz, y con una fantástica
disposición de ser útil y servicial a todo el mundo y de manera especial a su
familia. Fide, si bien no era muy agraciada físicamente, al contrario que sus
dos hermanos, tenía un carácter cándido y dulce con el que se hacía querer
por todos los que la conocían; siendo, en todos los sentidos, el complemento
perfecto de aquella familia.
La cocina era la pieza de la casa de su amigo Manolo que más atraía a Arturo,
pero no por lo que inevitablemente podría presuponerse, sino porque en ella
el señor Antonio tenía establecido como él eufemísticamente denominaba su
“patio de operaciones”. Dejando a su mujer el espacio indispensable para las
labores propias de aquella estancia, allí tenía alojado un clásico banco de
carpintero con el correspondiente torno, en cuyo interior albergaba todas las
herramientas y accesorios propios de tan antiguo oficio. También era donde
realizaba los trabajos y montajes de los encargos que le hacían, si bien a veces
por la envergadura de estos, se veía obligado a invadir la sala-comedor,
Arturo nunca olvidará la figura del padre de Manolo en aquel espacio. Hoy aun
no le cuesta recordarlo, con su característica ropa de trabajo, abstraído en la
obra que se hallaba llevando a cabo, con el clásico lápiz de carpintero sujeto en
una oreja y el inconfundible metro situado en el bolsillo posterior siempre a
mano, quien al detectar la presencia de alguien, como la habitual del amigo de
su hijo Manolo, utilizando su mirada como mensaje no verbal, le invitaba a
esperar que concluyera lo que pudiera estar en ése momento haciendo, para
poder a continuación hacer un alto y echar un parlao, como tenía costumbre
de decir. La conversación que a continuación tenía lugar, siempre
entusiasmaba a Arturo, pues no recuerda a nadie que en aquellos años ya con
sus estudios universitarios iniciados, le enseñara de manera tan simple y
sencilla, la forma de afrontar con ardor las distintas dificultades de cada día,
así como el modo de conseguir con ilusión el logro de las sucesivas metas y
proyectos.
Aunque Manolo era su íntimo amigo, Arturo mantenía una magnífica sintonía
con sus hermanos. Así un día cuando regresaba a casa coincidió con Juanín,
diminutivo que todos seguían empleando para llamarle, a pesar de que los
años le iban transformando físicamente de forma que demandaba más bien el
empleo del aumentativo. Comentando ambos los acontecimientos tanto
políticos como sociales que en aquella época se sucedían, y que no dejaban de
ser un motivo de inquietud para una generación que aun tenía mucha vida por
delante, le dijo el hermano de su amigo: –Si hablas con mi padre no lo hagas
sobre la situación política que vivimos, pues al pobre hombre ahora no hay otro
De manera singular, Arturo recuerda que, por aquellos días, conversando con
Manolo y Juanín, este le dijo: A mí me parece que no está bien el resentimiento
Una vez que el señor Antonio barruntó la llegada de Arturo, le llamó y le hizo
pasar a sus habituales “dependencias” interesándose por él, y fue entonces
cuando Arturo le dijo: –¡!Pero hombre!!, si es Vd. el primero que me tiene que
decir como se encuentra, pues hasta ayer que me encontré con Fide, ignoraba
que había tenido un arrechucho, y que la ciencia y la familia han tenido
necesidad de darle un empujón y ponerlo de nuevo en marcha, y por lo que veo
tanto el ”motor” como el” chasis” han respondido demasiado bien-. Entonces el
padre de sus amigos respondió: -Tu ahora eres muy joven para entenderlo, pero
llegarás a una edad que lo comprenderás y tendrás que admitirlo, que estos
achaques y otros que probablemente serán más difícil de superar, es el tributo
que tenemos que pagar en compensación de los años que logramos ir viviendo-
.Como siempre y con su sabiduría innata, añadió:-Pero nunca hay que olvidar
que si bien reflejan los sinsabores y los contratiempos que han sido precisos
superar, también abarcan las satisfacciones conseguidas y las grandes y
pequeñas ilusiones que, arduamente deseadas, hemos ido día a día alcanzando-.
A continuación pregunto al joven como le iba la vida y los estudios que estaba
realizando, a lo que respondió: -Ahora, señor Antonio, todo encierra más
dificultades y exige un esfuerzo continuado, pues una carrera universitaria de
una u otra forma se logra concluir, pero una oposición es algo muy competitivo y
las plazas que se ofrecen son limitadas. Ahora sucede que es imposible evitar
tener para uno mismo conciencia de una extraordinaria responsabilidad, ya que
es una apuesta importante para mí y por supuesto también para los que han
depositado en mi su confianza - y así continuó expresándole el momento tan
decisivo en el que se hallaba.
Después de escuchar con interés lo que aquel joven, tan querido por la familia
de aquella casa, le había dicho, y de lo cual perfectamente se podía deducir un
estado de ánimo de excesiva preocupación y responsabilidad por lo que el
muchacho se estaba jugando, el señor Antonio le dijo: -Aparte de que en ningún
momento debes perder la confianza en ti mismo, y mantener intacta la ilusión,
procura recordar lo que en más de una ocasión tanto a ti como a mis hijos os he
dicho referente a la correcta utilización de las innumerables herramientas que el
hombre tiene para luchar y conseguir sus objetivos-, y, a continuación, este
sencillo hombre le hizo una asombrosa exposición pedagógica que Arturo
nunca olvidaría.
Transcurridos algo más de dos años desde que tuvo lugar esta conversación,
que tanto le agradaba íntimamente recordar a Arturo, y aprobada no hacía
mucho tiempo la oposición que le había permitido acceder al puesto de
docente que ahora de forma ilusionada ya ejercía; sintiendo un sincero y
profundo dolor, asistió una tibia mañana de una incipiente primavera al
entierro del señor Antonio. Este hombre del que tantos valores recibió, había
fallecido después de soportar una larga y dolorosa enfermedad, dejando en la
mayor de las tristezas a su Petra del alma, quien junto a sus tres hijos, habían
sido para Arturo, en momentos decisivos de su vida, su auténtica familia y el
mejor de los refugios.
Una noche fría y de densa niebla, cuando Arturo desde el centro dónde ejercía
su actividad docente se dirigía a su casa, creyó distinguir no muy lejos la
silueta de su amigo Manolo. Este, con el paso de los años, tanto en el aspecto
físico como en los gestos y en la forma de andar, cada vez tenía más parecido
con su padre. Acelerando ligeramente el paso logró darle alcance. Manolo no
pudo disimular la sorpresa del encuentro, pues hacía bastante que no
(I)
Al observar la actividad que realiza la vecina, así como otras tareas domésticas
que diariamente lleva a cabo, Jacinto se siente reconfortado, pues ello, sin
apenas darse cuenta, le permite acceder al grato refugio que para él
representa el recuerdo de los largos años de matrimonio vividos con su mujer.
“Que pena que pasaran tan deprisa”- reflexiona, –“y que no acertáramos a
disfrutarlos con la plenitud que merecían, creyendo que siempre nos quedaría un
tiempo exclusivamente para nosotros, aplazando una y otra vez la realización de
pequeños pero ilusionantes proyectos, y concediendo prioridad a continuos
sacrificios y privaciones”-. Así, sin apenas darse cuenta, acomodado como está
en el sillón que ocupa, cierra los ojos y se deja invadir por una suave
somnolencia, la cual como en bastantes ocasiones y casi de forma inconsciente
pero siempre agradable, le lleva dulcemente a una meditación en la que fluyen
los recuerdos de aquella prolongada convivencia. Esta, como muchas otras, se
revistió de buenos y no tan buenos momentos, pero en la que por encima de
todo siempre prevaleció el amor, el respeto y la comprensión, sentimientos
estos, se lamenta ahora muchas veces, que tal vez por un estúpido pudor, no
fueron entonces confesados de manera suficiente a aquella querida e
inolvidable mujer.
Retrotrayéndose una vez más a su vida, siente lo mismo que el escaso calor
que el sol que luce ése día aporta a su cuerpo, el cálido recuerdo de aquella
familia, la suya, compuesta por una mujer siempre cercana y cariñosa y tres
hijos, dos varones y una mujer, los cuales representaban para él su mayor
patrimonio y la constante ilusión que justificaba todos los esfuerzos. Pero
prosiguiendo con monólogo interior, a la vez que sus pensamientos
transcurren por desagradables derroteros, murmura alterándose cada vez
más,-“nunca conseguiré comprender que cuando creí tener una familia
perfectamente ahormada, con los valores y bases elementales asumidos por
todos, y que ese futuro anhelado acontecería de la forma más sencilla, luchando
cada uno en pos de sus metas y objetivos, de manera irremediable todo se
desvaneciera como una débil bruma de una mañana de verano”-. Cada vez más
perturbado, continúa empeñado en conseguir, rebuscando en la amplia
maraña que actualmente conforma su memoria, encontrar de una vez por
todas, la respuesta adecuada que, al menos, le traiga la tranquilidad y el
sosiego para él ahora tan necesario. Es una búsqueda en la que no cesa,
mediante la que persigue, una vez hallada la respuesta, poder afirmar
(II)
Hoy en las primeras horas de la tarde Jacinto ha salido a pasear por las
inmediaciones de la residencia. Es un sábado del mes de Enero, que limpio el
cielo de nubes con un azul transparente e intenso, propicia en las horas
intermedias del día una luminosidad no comparable con ninguna otra época
del año. Este es un ejercicio, que siempre que la climatología lo permite, le
apetece hacer por la acera que discurre delante de la residencia y del sencillo
jardín que revestido con modestas plantas y alguna florecilla, une la parte
anterior de los tres edificios. Fiel a una afición que, a pesar del paso del
tiempo, aún conserva, se encuentra detenido apreciando un atractivo modelo
de automóvil allí aparcado, pues, si bien siempre ha estado interesado en el
mundo de la automoción, estos vehículos también durante mucho tiempo, por
motivos laborales fueron su principal herramienta de trabajo. Mientras
disfruta examinando con atención el vehículo, oye que alguien detrás, con un
tono jovial y simpático, le dice: –“si está usted interesado ahora mismo
negociamos”-, y volviéndose, comprueba sorprendido que es el vecino de
enfrente quien se está dirigiendo a él.
(III)
Una tarde de un día de lluvia incesante, con oscuras nubes que no tardando
mucho extinguirán de forma prematura la precaria luz del crepúsculo, Jacinto
(IV)
Mientras observaba ése domingo como en el cielo se iban alternando las nubes
y los claros así como las distintas y caprichosas formas que las primeras
adoptaban, al igual que contemplaba las hojas y restos de ramajes que el
insistente azote del viento de la noche había derribado de los árboles, sin
proponérselo se vio una vez más absorbido por el vértigo que siempre
imprimía el incansable carrusel de los recuerdos, repasando el ciclo
relativamente cercano de su vida, el cual también, como el viento de la noche
pasada, excesivamente turbulento derrumbó a su familia y por supuesto su
vida.
(V)
Al despertar al día siguiente después de haber dormido como hace tiempo que
no recuerda, cree tener la sensación que lo vivido el día anterior no ha sido
más que un agradable sueño. Pero lo mismo que cuando, con añoranza,
asociamos determinados sitios, olores, sabores y sonidos, con el recuerdo de
momentos vividos extraordinariamente gratos, cuando contempla la casa de
sus vecinos al elevar la persiana de su dormitorio, inmediatamente sabe que
Muy poco después de finalizar el viaje de las últimas vacaciones de verano, por
motivos que Aurorita no acababa de entender, Emilio y Amparo, sus padres,
habían determinado que ella se fuera a vivir con la abuela, pues el colegio al
que asistía se encontraba prácticamente al lado de su casa. También le dijeron
que papá por causa del trabajo iba a tener que viajar constantemente, y mamá
a su vez por su dedicación al Centro Médico donde trabajaba, no le resultaría
fácil atenderla cómo ella quisiera.
Doña Eloísa, una de las profesoras del Colegio, ya algo mayor, y que conocía a
la abuela, el domingo anterior, al encontrar a esta al salir de misa, le había
comentado que apreciaba en la niña, si no una falta de aplicación, sí cierto
desinterés por las tareas comunes, como sucedía ahora con la preparación de
las actividades de la inmediata Navidad. A ello la abuela respondió que podría
tratarse de las complicaciones propias de la edad, y que a la vez que le
agradecía la observación, le prometía que trataría de poner los medios para
corregir esta actitud.
Al igual que la abuela Engracia, tanto Emilio como Amparo, tampoco acertaban
a comprender el extraño comportamiento de Aurorita. Esta, después de
observar a todos, dirigiéndose a sus padres, les dijo:
-El sobre que os he entregado, lo tenéis que abrir durante mi actuación en la
celebración de la fiesta, ni antes ni después, pues forma parte del deseo, que con
motivo de ella, cada una queremos trasmitir a nuestras familias, y yo, el mío,
durante bastantes días, lo he meditado mucho- .
Así fue como la familia, no sin cierto desconcierto de los mayores, se dirigió al
colegio para presenciar la fiesta que con motivo de la Navidad allí habían
preparado, y en la que Aurorita actuaría interpretando el papel que le había
sido asignado. Después de la presentación del acto por una profesora, y de la
interpretación de algunos villancicos por el coro del centro, comenzó la
representación de distintas escenas relacionadas con la Navidad.
COMPROMISO
ADICCIÓN
Cielos, como brilla hoy el valle, pero mi alma y mi espíritu están en penumbra.
El camino ceñido por la jara, me lleva con otros invadidos por igual
sentimiento. Quien motiva tan triste marcha, fue luz incansable, incomodo
pero acertado consejero, sabio, sencillo, ejemplar. Su felicidad era contemplar
el lento germinar del fruto de su ilusionada siembra. La senda siendo larga se
hace corta, pues afloran emocionados recuerdos entrañables. La huella por él
dejada será perenne, y su nunca pretendido triunfo. Regresando a la fría
convivencia de la ciudad, me reconforto rememorando y sintiendo el calor que
imprimía a aquella rústica escuela ése maestro recién enterrado.
TRISTE CONFUSIÓN
El hombre luce una inquietante sonrisa, puede que solo sea su extraña
indumentaria, lo observo manteniéndome a prudencial distancia, el traqueteo
del movimiento involuntariamente me aproxima. Escudriñando su rostro
disimuladamente, empieza a no serme del todo desconocido, pero prevalece
mi actitud preventiva. Acercándonos al intercambiador él ajusta su peculiar
ropaje, mirándome sonríe, insinuando un saludo ó comentario. Nerviosa y
azorada, al abandonar el vagón tropiezo cayéndoseme en el andén el bolso, él
suavemente me sujeta y me ayuda a recogerlo. Aun temblando y sorprendida,
me dice: –Isa, yo no conseguí aprobar la oposición, ahora ejerzo de hombre-
anuncio, anhelando aun lograr algún día proclamar tu amor.
DECEPCIÓN
SINO
TORPEZA
CAPITULACION
CONTRASTE
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