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t Los grandes procesos FY — ats Drakontos Directoces Josep Fontana y Gonzalo Pontén Ea. Editor: Auexanone DEwANoT Coautores: Weaver DanLiein Geno Keuwetcet ‘Ausxaxpen Dewanor Kaus MEveR SvEN Beant Tiga Mimce Kaspar EL KLAus Rosen FRanviSex Gravs Haxs-WeRver SCHUTT Kani, HEINEMEVER Peer WENDE TEckHARD JESSE [ALPRED-MauRice DE ZA¥As Los grandes procesos Derecho y poder en la historia Alexander Demandt, ed. ‘Traduceién castelana de Enrique Gavilén Critica Barcelona ‘Queda rigurosamente prohibidas, sin la autorizacion ecrita de los tulaes del copyright, bajo las sanciones estabecias en ls leyes, Ia reproduccin total o parcial de eta obve Por cualquier medio o procedimiento, compredidos la teprografia y el tratamiento ‘informatico,y ia distibuciéa de ejemplares de ella mediante alquler o préstamo pablcos, Titulo original: MACHT UND RECHT. GROSSE PROZESSE IN DER GESCHICHTE Diseto de ta colecciéa y cubierta: ENRIC SATUE © 1980: C. H. Beck'she Verlagsbuchhandlung (Oscar Beck), Munich © 1993 de la traduccén castellana para Espana y America, GRITICA (Grijatbo Comercial, S.A.), Arag6, 385, 08013 Barcelona, ISBN: 84-7425.580-4 Depéito legal: B. 6.516-1993 Impreso en Espana 1993-HUROPE, S.A., Recareda, 2, 08005 Barcelona E Bai semesire de verano de 1989 la Universidad Libre junto con la Sociedad Histérica de Berlin organizaron un ciclo de conferencias piiblicas sobre el tema de este volumen. Este contiene las conferencias retocadas, ast como la contribucién escrita para la «Velada de la Edad Media» de Sven Ekdahl. Frantikek Graus envio su texto a Berlin desde el lecho de muerte; fue letdo por Dietrich Kurze el 24 de mayo de 1989, después de que Graus muriera en Basilea el 1 de mayo. Este volumen estd consagrado a su memoria. ALEXANDER DEMANDT 19 de octubre de 1989 144 Los grandes procesos El proceso contra Galileo (1633). Tragedia de los errores Hans-Werner Schiitt Cag bien conocido William Shakespeare escribié un drama con el titulo de A Comedy of Errors, en la que tras diversos errores y confusiones se llega a un final feliz. El drama del proceso de Galileo, por el contrario, se puede denominar perfectamente Tragedy of Errors. ‘También hay aqui abundantes etrores y confusiones, pero no llevan a un final feliz, es cuestionable incluso que quepa un final. Realmente el proceso tiene en si algo de torturante falta de conclu- sién, y ello por dos razones opuestas: por una parte, el proceso contrapo- ne dos formas basicas de comprender el mundo y el hombre, que parecen intemporales, y por ello tienen que imponerse y defenderse una y otra ‘ver; por otra parte, estas posiciones fundamentales son justamente histé- ricas, es decir, singulares y sdlo perceptibles en el contexto de formas de pensamiento de! pasado. El contenido del complejisimo proceso que un tribunal eclesidstico con- dujo en el aflo 1633 contra el fisico Galileo (1564-1642), entonces casi de sesenta afios, puede reducirse a una sola frase: en el proceso de Galileo se enfrenta el derecho del individuo que piensa con el de una organiza- cin que, en posesin de verdades supraindividuales, pretende dictar tam- bién las normas del pensamiento individual y, caso necesario, imponerlas por la fuerza. El criterio con el que nos enfrentamos a esa frase, el criterio con el ‘que dariamos fin al interminable proceso, es sin duda claro. De forma completamente instintiva nos ponemos del lado del individuo acusado, estamos del lado de nuestra concepcién de la libertad en lucha contra os- curas autoridades, del lado del derecho a un pensamiento propio, que parece tener la inevitable aspiracién individual. Pero al considerar paradigmitico el proceso de Galileo, solemos des- cuidar la observacién atenta de la oscura autoridad de la Tglesia de la contrarreforma, y tampoco solemos considerar que la personalidad indi- 146 Los grandes procesos Vidual en que pensamos, en muchos aspectos no es sino un producto de la época moderna, en cuyo inicio se encuentra Galileo. Para llegar a un juicio acertado sobre la sentencia de! tribunal de la Inquisicién, tenemos que considerar la situacién histérica, que no es tan clara como pudiera parecer de entrada. S6lo es claro el desarrollo externo del proceso y su prehistoria El objeto del proceso: un libro de fisica | El objeto del proceso fue el Didlogo sobre los dos principales sistemas | del universo, el tolemaico y el copernicano, para citar traducido el largo titulo del libro. El autor de esta obra que aparecié en las librerias el aflo | 1632 era el noble florentino Galileo Galilei. El Didlogo ofrece una con, versacién entre tres nobles venecianos, los sefiores Salviati, Sagredo y Sim- | plicio, que se ocupan de la cuestién de lo que verdaderamente mantiene /' unido al mundo. Salviati defiende la cosmologfa y la fisica copernicano- galileana, Sagredo representa al lego inteligente que con sus preguntas aparentemente ingenuas da habitualmente en el centro del problema, y el tercero del grupo, Simplicio, actia como representante de lo que su creador Galileo pretende presentar como opinidn establecida. El signor Simplicio tiene una vida particularmente acida, pero consiente en salt perdiendo en todas las discusiones sobre estrellas y piedras y demés, con decencia y dignidad. Por doctrina establecida, cuya defensa le es tan diffcil al sefior Simpli- cio, se entiende la cosmologfa y la fisica aristotélico-ptolemaicas, que se presenta en primer lugar. El cosmos aristotélico esta dividido en dos par- tes: la Tierra, que descansa inmévil en el centro del universo, y el cielo, gue Ia envuelve en esferas; ambos obedecen normas de comportamiento fisico esencialmente diferentes. En el Ambito terrestre el cosmos est de- terminado por los movimientos naturales de los cuatro elementos: fuego, agua, tierra y aire, de los que se compone toda la materia dentro de la esfera sublunar. Tierra y agua empujan con diferente intensidad hacia abajo, aire y fuego hacia arriba. Por supuesto hay también otros movi- mientos, en particular todos los violentos, pero éstos no pertenecen pro- | piamente a la naturaleza de la Tierra. El movimiento de las esferas celes- tes se diferencia basicamente de los dos tipos mencionados de movimiento terrestre. Las esferas constan para los aristotélicos de una materia que no existe en la Tierra, y por eso mismo los planetas pueden moverse de manera uniforme, circular y eternamente en torno a la Tierra, totalmente extrafia a ellos fisicamente. aR El proceso contra Galileo 147 Frente a este cosmos aristotélico, Galileo no argumentaba en el plano [ astronémico, lo que en relacién a las complicaciones del sistema copern:. cano hubiera sido dificil; argumentaba fisicamente. Hacta una doble wu, | osicién: primero, la Tierra es un planeta entre otros y por ello en el cielo vale la misma fisica que en la Tierra; y segundo, no hay diferencia ff entre movimientos naturales y no naturales. La justificacién de tal dife-{ rencia se apoya en la cosmologia aristotdlica, que a los ojos de Galileo || ¢s falsa. Demostrar esos dos supuestos era justamente la finalidad del Didlogo, Y asi demuestra el alter ego de Galileo, Salviati, ejemplo tras ejen que la fisica aristotélica de la Tierra no es concluyente. Desde el punte de Vista del lector de entonces tiene menos éxito con sus pruebas positivas de la validez del sistema copernicano. Sélo era realmente convincente un argumento que habia presentado Galileo ya en 1615, la teoria de las ma. Feas, que afirma que flujo y reflujo son consecuencias del movimiento de rotacién y de traslacién de la Tierra. Una particula cualquiera de la superficie de la Tierra se mueve, vista desde el Sol, en raz6n del giro dia. tio de la Tierra, una vez en el sentido del movimiento de traslacié otra en direccién contraria, y las particulas de agua unidas a la Tierra de ma- nera laxa no pueden seguir estos répidos cambios continuos de movimiento, Por ello los océanos estén en constante movimiento arriba y abajo. En relacién con el proceso, es importante que ya en tiempo de Galileo hubie- +a objeciones a esa argumentaciGn. Realmente la teoria de las mareas es falsa desde el punto de vista tedrico y desde sus resultados practicos, 1o que marca una importante diferencia. Segin Galileo flujo y reflujo te. nfan que sucederse en ciclos de 12 horas, y eso no concuerda de ningiin modo con Ia realidad. Pero de todo ello nada observa el bueno de Simplicio, y por eso lo ue sucede al final del Didiogo produce un efecto muy singular. De for. ‘ma repentina los tres participantes en la discusidn se vuelven extrafamen. te apacibles y se ponen de acuerdo sin mas idas y venidas en que no se podra saber nunca con seguridad lo que en la realidad de la naturaleza ¢ vetdadero 0 falso, y que son admisibles todos los puntos de vista, Eso es sospechoso. Cualquier italiano interesado en la filosofia de la naturaleza sabia que el famoso Galileo no sélo era combativo y mordaz, sino también de ideas bastante crudamente copernicanas. La historia de Ja afabilidad de Galileo tenfa también una prehistoria y tuvo un epiloge de cierto dramatismo, 148 Los grandes procesos El acusado: Galileo Empecemos en los afios inmediatamente posteriores @ 1600 cuando Gall: leo, entonces profesor en Padua, empezé a defender piblicamente la doc- trina copernicana. Podia hacerlo de forma muy efectiva porque disponia de dos cosas: un telescopio recién inventado y su brillantez en Ia polémi. ta. Ante todo por esa brillantez fue llamado a su Toscana natal con el fostentoso y rentable titulo de Mathematicus Primarius y Philosophus del gran duque. El mismo afio publicé entre otras cosas una justificacién em- pirica de la doctrina copernicana, a la que consideraba indiscutible. Se Trata del descubrimiento de las lunas de Jipiter, que con sus érbitas en tomo a los cuerpos celestes, al de Jupiter, parecian demostrar que los planetas no se ajustaban, como se crefa, a una esfera sOlida. Mas que hunca Galileo se convertia asi en «estrella» de una ciencia que se habia ‘Convertido poco a poco en moda en los mejores circulos de Italia. Incluso tn eardenal, que se llamaba Maffeo Barberini, escribfa un largo poema de clogio de las estrellas recién descubiertas. El cardenal Barberini podia hacerlo, por otra parte, sin peligro, porque el descubrimiento no afectaba a la cuestign critica en el terreno teolégico de si en el centro del cosmos estaba el Sol o la Tierra, como algunos pasajes de la Biblia parecian suge- tir, El fallo en contra de Aristoteles no era necesariamente un fallo a fa- vor de Copérnico. Podia pensarse en encuadrar todos los nuevos descubrimientos en un sistema desarrollado poco antes de 1600 por el astrénomo protestante Tycho Brahe. En ese sistema la Tierra estd como hasta entonces en el centro del universo, y el Sol sigue sus drbitas en torno a ella. Pero el Sol es fl centro de todas las otras érbitas planetarias. Los planetas se mueven asi, al girar alrededor del Sol, en torno a la Tierra. 'El sistema de Tycho se vio favorecido sobre todo por los jesuitas, pues dejaba a la Tierra en un orden en el que ocupaba al mismo tiempo el centro y, como lugar del pecado, el punto de la arquitectura universal mas distante del cielo. Se trataba no s6lo de una imagen del universo sino una forma de sentir el universo. "A pesar de algunas manifestaciones sobre Tycho Brahe, Galileo no ‘entré nunca realmente en su sistema, més facil de manejar desde el punto de vista teolégico. Al parecer los seguidores de Brahe, incluso los jesui- tas. no eran, en su opinién, consecuentes; presentaban una cosmologia nueva, aunque para él «transaccionista», pero en lo relativo a la fisica general del cielo y la Tierra, se quedaban anclados en las concepciones aristotélicas. “Bt proceso as Ocurria que Galileo no se inctinaba a la prudencia diplomatica, cuan- do la intuicién parecfa mostrarle el camino verdadero. Y de esa forma sus ideas sin compromisos no s6lo le granjeaban admiracién; disponia sobre todo de un raro talento para provocar enemistades, para decirlo con las palabras de Arthur Koestler, «la frfa, despiadada hostilidad, que el genio més la arrogancia menos la modestia crea en la esfera de los mediocres». ‘Sin embargo en 1613 Galileo hizo algo arriesgado aunque, desde su punto de vista, necesatio, cuando presenté en una carta publica sus ideas sobre la relacin de la Biblia con el conocimiento natural. Es evidente que se aventuraba en una zona en la que segiin la concepcién vigente no posela autoridad alguna. Pero como buen catdlico que era habria debido someterse desde un principio a la doctrina oficial; tenfa que sentirse ade- rds internamente obligado a resolver el aparente conflicto provocado por 4 mismo entre el libro de la revelacién y el de la naturaleza. Y sabla que esto ocurria también con su piblico. En el clima espiritual de una época en la que las pruebas empiricas todavia no eran concluyentes, no habia posibilidad de imponer una nueva imagen del universo sin argu- mentacién teolégica. Pero con buenas razones la teologia quedaba sus- traida del Ambito de la razén individual. YY de esta forma Galileo se gané inmediatamente una denuncia de dos padres dominicos, que no tuvo consecuencias inmediatas. A finales de 1615 viajé a Rama, para difundir sus ideas entre la gente culta. Sélo en- tonces entré en accién el Santo Oficio, el tribunal de la Inquisicién. A fines de febrero se convocé a Galileo al palacio del cardenal Belarmino, para justificarse ante el cardenal en presencia del comisario general del Santo Oficio. Ya dos dias antes se habia declarado «formalmente heréti- cay Ia frase WEI Sol es el centro del universo y en consecuencia inmévil en el movimiento local», y «al menos errénea en la fe» la frase «La Tie- rra no es el centro del universo y no est inmévil, sino que se mueve en relacién a s{ misma y al todo, también en movimiento diario». El nombre de Galileo ni siquiera se mencion6. En todo caso en los afios siguientes éste se limité a intentos de refutacién de la fisica terrestre tradicional En 1624 en un viaje a Roma fue recibido en audiencia por el papa recién entronizado, Urbano VIII, a quien habia dedicado un libro. En 1630 viajé de nuevo a la ciudad eterna, esta vez para obtener el permiso eclesiistico para la impresién de su nuevo libro, el Didlogd. Como las autoridades censoras vacilaron, el libro ahora ligeramente modificado s6lo pudo publicarse dos afios mas tarde, aunque la venta se probibié poco después. Su autor fue citado ante la Inquisicién, porque al parecer no habria debido publicar la obra. En 1633 Galileo abjur6 de su supuesto 150 Los grandes procesos error y fue puesto bajo arresto domiciliario de por vida, Se retiré a su villa de Florencia y publicé en 1638 su importante obra de fisica, Discor- si. Ciego desde 1637, murié en 1642 a la edad de 78 afios. El acusador: Belarmino El jesuita Roberto Belarmino, por otra parte canionizado en 1930, estaba considerado una autoridad en cuestiones de herejia y muy preparado en asuntos de filosofia de la naturaleza. De forma curiosa una de sus obras cay6 también en el Indice; Belarmino sab(a también lo que podia repre- sentar un enfrentamiento con el susceptible aparato de poder de la Tgle- sia, incluso para personas influyentes; sabia que su Iglesia sdlo era capaz de tolerar afirmaciones individuates dentro de los limites de una vision del mundo predeterminada. Fuera de esos limites exigia —naturalmente, en pro de la salvacién del alma, segiin su concepeién— un sacrificio de la individualidad, que en la mayoria de los casos se realizaba como algo «natural», més de lo que quiz nos gustaria hoy. De qué se trataba en el asunto de Galileo para este principe de la Iglesia? Sobre todo de la interpretacién de la Biblia, en un tiempo en el que los protestantes justificaban su cisma de Roma con su divergente in- terpretacién del papel de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. Todas las confesiones protestantes eran undnimes en acentuar la autor dad de la Biblia frente a la doctrina catdlica de la doble revelacién, la Biblia y la tradicién apostélica; y por ello Lutero intenté sustraer la ‘Bi- blia a la disputa de la doctrina medieval de su significado en varios estra- tos; Scriptura sui ipsius interpres, quiere decir que se ha de observar 10 mas atentamente posible su sentido literal. La Iglesia catélica no podia retraerse. ¥ la mejor manera de hacer frente a la acusacién de que Roma habfa traicionado la palabra de Dios era comportarse en este punto de forma més protestante que los protestantes. Después del concilio de Trento =1545-1563—, que justificé teoldgicamente la Contrarreforma, se hacia dificil una interpretacién liberal de la Biblia en el sentido del cardenal Cesare Baronio, citado por Galileo, de «la intencién del Espiritu Santo €s mostrarnos cémo se va al ciclo y no cémo se mueve el cielo». Bajo estos supuestos la actitud de Belarmino era totalmente conciliadora ‘No sabemos Jo que sucedié realmente en el palacio del cardenal, pero sabemos lo que Belarmino pensaba; por asi decir, puiblicamente. Ya en 1615 Belarmino habia escrito una importante carta a un eclesiastico de ideas copernicanas: El proceso contra Galileo 151 Me parece que vos y el signor Galileo hariais bien si os contentarais con hablar no de forma absoluta sino ex suppasitione ... Pues si se dice ue, en el supuesto de que la Tierra se mueve y el Sol permanece inmévil, se pueden explicar mejor todos los fendmenos ... esté muy bien y no hay Peligro alguno, y satisface al matematico. Pero si se pretende afirmar que 1 Sol esté realmente en el centro del universo ... y la Tierra se mueve con grandisima velocidad en torno al Sol, se corre con ello el aran peligro, no s6lo de irritar a todos los filésofos y a los tedlogos escolisticos, sino tam. bién de insultar a nuestra santa fe, culpando de un error a la Sagrada Es- cvitura ... También sabéis que el concilio prohibe interpretar la Biblia con- tra el acuerdo general de los padres ... Finalmente digo que si hubiera una Prueba efectiva de que el Sol esti en el centro del universo ... se tendria ue proceder con gran precaucién en la explicacién de los pasajes de la Biblia que parecen decir lo contrario ... Peto yo no creeré en tal prueba hhasta que se me presente... La posibilidad de argumentar ex suppositione, es decir, hipotéticamente Y poner asi entre paréntesis la cuestién del contenido de verdad de la hi. pétesis, quedaba abierta en esta carta de Belarmino. Pero Galileo estaba convencido intuitivamente de la verdad de sus conocimientos. ¥ no podia soportar realmente un ex suppositione por razones teolégicas. Desde su Punto de vista, el sentido de la denominada reserva eclesidstica habria sido que Dios nos engafia a todos —y eso seria imposible—, pues en la astronomia captamos los pensamientos de Dios. Asi que a Galileo le que- daban dos posibilidades: cerrar la boca o expresar sus convicciones, que naturalmente nadie iba a creer ex suppositione, de forma velada, ¥ el velo se hizo cada vez mas tenue en los quince afios posteriores a la conversacién con el cardenal. Belarmino merece otras pequefias consideraciones, pero importantes ara lo que vendra. No sabemos lo que dijo e hizo el comisario general del Santo Oficio Michelangelo Seghizzi di Lodi; slo sabemos que existe un acta sin firmar de la entrevista, en la que se dice que en presencia del cardenal el padre comisario ordené a Galileo que no deberia «tener or verdadera, ensefiar o defender en forma alguna» la doctrina acusada, lo que Galileo habia prometido obedecer. Y sabemos que Belarmino ase. guré a su invitado en una carta publica que ni habia abjurado de doctrina alguna ni se le habia impuesto penitencia alguna. Quizd esta carta, la ame- naza velada, escondida en las frases conciliadoras de Belarmino, ayudé con el tiempo a la represién, 152. Los grandes procesos El papa: Urbano VIII No la carta sino el acta debia alcanzar més tarde una importancia decisi- va, pues se convertiria en un arma en manos de aquel Maffeo Barberini {que tanto habia admirado a Galileo, y que lo abandonaba ahora, en 1633, como papa Urbano VIII. Pero ello ha de entenderse desde la situacién personal y politica del papa. Los Barberini no procedian de la aristocracia, eran comerciantes, que en pocas generaciones habian conseguido convertir su influencia econé- mica en poder politico. Asi para Urbano VIII el papado significaba, no cen tiltimo lugar, poder, un poder que empleé sin consideracién a la tradi- cidn. Para él era evidente que, como él decia, «el juicio de un papa vivo vale mAs que todos los decretos de cien papas anteriores muertos». Este Barberini no era un hombre que mirase con temor al pasado, era tan es- crupulosamente realista como los hombres de Estado de los nuevos esta- dos nacionales, que hablan surgido de los escombros del occidente medie. val; en suma, era completamente moderno. No fue una supuesta mentalidad de Maffeo Barberini opuesta a todo lo nuevo lo que lleg6 a ser fatal para Galileo. Lo que arruiné a Galileo fue la posicién politica del pap: ‘Se ha de tener presente que cualquier papa, como cabeza de un rési- men cesarista, ocupaba una posicién especialmente dificil entre los hom- bres de Estado de Europa. Se amalgamaban la politica interior y la poltti- ca exterior: la politica interior se proyectaba hacia el exterior con la pretensién de soberanfa moral universal; la politica exterior irrump‘a ine- vitablemente en la politica interior, pues los principes de la Iglesia eran con bastante frecuencia agentes de sus estados de origen. En el aflo 1632, en medio de la guerra de los Treinta Aftos, Urba- no VIII tenfa que maniobrar en posicin dificil. El emperador Fernando se habia distanciado del papa, al igual que la repiiblica de Venecia, que impedia los afanes expansivos del Vaticano en Italia. Urbano se habia aproximado a Francia, con lo cual la habilidad diplomética del carderal Richelieu le habia puesto a remolque de una politica peligrosa para la posicién moral de la Iglesia. Richelieu combatia a Espafia y al Imperio —y el papa hacfa frente comin contra estas dos grandes potencias catéli- ‘cas; Richelieu se aliaba con el poder de los herejes, Suecia— y el papa sélo era capaz de responder con una débil protesta. Segiin la estructura de la jerarquia romana esta manifestacién de de- bilidad politica y moral tenfa que provocar las maximas tensiones politi- cas. Muchos cardenales podian exponer al papa su opinién, y lo hacian con un tono amenazante. El cardenal espafiol Gaspar Borgia apel6 ante el papa y el consistorio reunido, a «sus mas piadosos y gloriosos antece- sores». Urbano VIII, que acababa de escapar de un atentado, sabia lo que significaba que los principes de la Iglesia se atrevieran a atacar impune- mente su integridad como sucesor de Pedro; sabia que representaria su fin personal que a él, al papa, se le presentara débil frente a los herejes en su propia jurisdiccién, La «debilidad» para con Galileo habria puesto en ‘manos de sus enemigos el argumento de faltar a las disposiciones del con- cilio de Trento sobre la defensa de la pureza de la doctrina. Asi debe comprenderse que se produjera un proceso contra Galileo y que acabara en una condena. Proceso y tribunal El primer movimiento en el juego del proceso lo hizo el papa. En agosto de 1632 nombré una comisién que debfa tratar la cuestién de Galileo y entre otras cosas lleg6 al resultado de que en el Didlogo el sistema coper- nicano no se presentaba como mera hipétesis y que el imprimatur, ¢l per- miso eclesidstico para la imprenta, se habia obtenido con astucias. En septiembre la comisién traspasé el proceso con el consentimiento del papa al Santo Oficio. En octubre se cit6 a Galileo a Roma; pero sdlo lleg6 a mediados de febrero. A mediados de abril se present6 ante el comisario general Vincenzo Maculano que le recordé el acta de 1616 con la orden del fallecido comisario general Seghizzi di Lodi, a lo que Galileo respon- dié textualmente: «Puede que se me comunicara alguna orden de que no sostuviera ni defendiera la opinion mencionada, pero no sé ya, pues pas hace algunos afios». En la pregunta de Maculano por el permiso de im- presién Galileo se dejé llevar a la declaracién bajo juramento de que no mencioné nada de la prohibicién de 1616, porque en su libro ni habia apoyado ni defendido el sistema heliocéntrico. Era una manifiesta false- dad, aunque correspondia al prélogo y a la conclusién del Didlogo, intro- ducidos posteriormente. El padre Maculano que se encontraba teolégica- mente en el punto de vista del entonces fallecido cardenal Bellarmino, traté de clarificar con Galileo en una conversacién privada a finales de abril que la acusaciOn no pretendia apoyarse en el imprimatur sino s6lo que habia defendido Ia doctrina copernicana contra la prohibicién de 1616. ‘Se ponfa la situacién del anciano Galileo en las garras de una de las, jurisdicciones mds temibles del mundo. El saber que al final Galileo salié relativamente bien librado, no nos debe engaflar: la Inquisicién merecia perfectamente el escalofrio de horror que la rodeaba. En todo caso Gali- 154 Los grandes procesos eo comprendi6 que el pavoroso comisario general no queria aniquilarlo, sino dejar abierta una puerta, de lo que mas tarde se beneficié ante el tribunal. Puede sorprender sin embargo que lo que Galileo consideraba un es- cape, le sirviera también al tribunal como salida de una situacién muy desagradable. Con todo, el tribunal eclesiéstico, que constaba de diez car- denales nombrados por el papa, parecia tenerlo facil, pues no necesitaba, como en el derecho procesal liberal es usual, que las partes procesales, el fiscal y la defensa, se enfrentaran igualmente informadas. No se permi tia a nadie, aparte de los jueces, el conocimiento de las actas; Galileo no pudo leer ninguno de los documentos presentados en su contra —eso. podemos entenderlo— pero también se impidis al gobierno toscano, a esar de sus esfuerzos, el acceso a la informacién interna del proceso. Sin embargo, el tribunal se encontraba en un aprieto. Muchos carde- nales debian saber que no s6lo la voluntad del papa sino sobre todo el comportamiento de la autoridad vaticana antes del proceso obligaban a la parciatidad, pues a cualquier tribunal eclesidstico tenia que espantarle desautorizar a esa autoridad. No podia afirmarse por parte del tribunal ue Galileo no hubiera argumentado ex suppositione. Si el juicio se apo- yyase en tal supuesto, se comprometeria a la autoridad censora como inca- paz de diferenciar las declaraciones hipotéticas de las apodicticas. Queda ba s6lo la afirmacién de que Galileo no habria debido argumentar y habria engafiado as{ a una autoridad censora insuficientemente informada, Pero esta tesis adoptada de hecho por el tribunal se apoya en el acta sin firma de dudosa proveniencia, que ya conocemos, supuestamente 1¢- dactada en 1616 y presentada ahora ante la autoridad inquisitorial. A pe- sar de todas las dudas, Ios cardenales no podian pasar por alto este docu. mento, si no querfan culpar a la poderosa Inquisicién de falsificacion de actas. El acta obligaba a los cardenales a un veredicto penal. Antes de que se produjera, Galileo fue citado en dos ocasiones a audien- cia ante el pleno del tribunal. En la primera ocasién, a finales de abril, Galileo admitié voluntariamente que en varios pasajes su Didlogo podia dar la impresién de que compartia la opinién de Copérnico. Se ofrecié @ afiadir a su obra una continuacién que aclarara todas las cuestiones abiertas. En las semanas posteriores a esta primera cita del tribunal ela- bord Galileo un escrito de defensa donde subrayaba que habia olvidado la prohibicién verbal del afio 1616 y habia creido que estaba permitido un tratamiento hipotético de la doctrina copernicana. Eso contradecfa im- plicitamente su declaracién jurada ante el comisario general. Pero Gali- Jeo insistia ahora en que no se Ie podia acusar por el grave delito de deso- bediencia. Para conseguir claridad, el tribunal convocé una segunda ww CC A El proceso contra Galileo 155 audiencia a fines de junio. A las acusaciones de contradiccién entre sus declaraciones Galileo respondid que antes de 1616 habia dudado entre ambas cosmologfas. «Tras aquella orden de 1616 —afiadié sin embar. £0—, desaparecid en mi cualquier duda y tuve, como tengo ahora, la doe. trina de Ptolomeo, es decir la inmovilidad de la Tierra y Ia movilidad del Sol, por totalmente correcta e indudable.» Eso era pedirle mucho al tribunal, y le remitfa a la contradiccién evi- dente entre el completo tenor del Didlogo y su declaracién actual. Se le El dia siguiente, 22 de junio de 1633, se convocé a Galileo para la Promulgacion de la sentencia. Se insistid en un tinico punto de la acusa- cién, ef Unico del que le acusé'el tribunal: «Te has mostrado ante esta Sagrada congregacién fuertemente sospechoso de herejfa, de haber ercido ¥ considerado verdadera la doctrina falsa y opuesta a la Sagrada Escritu. tay. Y tras alguna retérica se dice después en el texto de la sentencia «Te condenamos a los calabozos del Santo Oficio a nuestro criterio, y te imponemos como penitencia salvadora rezar durante tres afios una yey a la semana los siete Salmos Penitenciales». No fue a los calabozos, aun. que permaneci6 bajo arresto domiciliario permanente. La oracidn de los Salmos Penitenciales fue asumida con alegria por una hija de Galileo, una monja. Tras la comunicacién de la sentencia, Galileo de rodillas leyd un texto de abjuracion impuesto, en el que confesaba haber creido siempre todo lo que la Iglesia consideraba verdadero, lo que encerraba la afrmacion de no haber sido nunca hereje y ser culpable sdlo de haber despertado {a impresién de serlo. Y juraba: «nunca mds pretenderé decit o atirmar en el futuro por escrito ni verbalmente algo que pudiera despertar contra mf{ una sospecha», Evidentemente el juicio contra Galileo no se llevé a cabo de forma ortodoxa, pero en todo caso es llamativo que la acusacién, que censuraba el haberse hecho con el imprimatur por sorpresa, aludiera a algo diferen. te de lo que se expresé en la sentencia. Esta s6lo reprochaba al acusado haber despertado sospecha de herejfa. Justamente la debilidad de la fun. Gamentacién de la sentencia parece apuntar a que el tribunal se habia visto presionado por las fuerzas que fueran. Y asi no sorprende tampoco ue en el documento de la sentencia falten las firmas de tres de los carde. nales presentes. Estos tres de los diez jueces no pudieron decidirse a se- guir el juego hasta el final. Por otra parte, hoy se defiende de forma aislada la explicacién de ue junto a lo expuesto hubo otra razén secreta de la acusacion y conde. 156 Los grandes procesos na de Galileo, y esa razén es Ia teoria de la materia, que —sobre todo 2 los ojos de los jesuitas— era incompatible con toda la interpretacién ide la comunién autotizada en el ambito de la teologia catélica.* Pero no hay apenas material hist6rico para respaldar esa hipétesis. Como quiera {que sea, en ef Vaticano se creia haber resuelto el inoportuno asunto sn grandes dafos. Y ese fue el primero de una serie de errores. Las consecuencias: errores Fue un error creer que la sentencia contra Galileo no tendria consecuen- cias perjudiciales para la Iglesia. Realmente en la por otra parte delgada capa de intelectuales europeos represent un choque. Y las consecuencias son perceptibles hasta nuestro siglo. Desde el proceso el mimero relativo de protestantes entre los principales cientificos europeos fue siempre des- proporcionadamente mas elevado que el de catélicos. En la cuenta de los errores se han de separar estrictamente dos planos para hacer comprensibles las circunstancias y consecuencias posteriores Gel proceso de Galileo y mostrar al mismo tiempo que el proceso por tuna razén diferente de la mencionada al principio ha podido alcanzar tuna importancia que lo sittia como acontecimiento histérico de primer plano. Dije que todo el asunto result6 de una presion de la politica cotidiana y entendia por ello que ninguno de los participantes sabia bien lo que hhacfa, En ello estoy. Si ambos lados hubieran tenido claro el nicleo de su actuacin, que sélo la historia ha puesto al descubierto, tendriamos que considerarlos superhombres y la historiografia seria una larga repeti- Gién maquinal. Pero defiendo también que al menos no todos los repre- +B] dogma dela transubstanciacin en la Bucaristia fue proclamado en el siglo vt durante el couciio de Trento (es decir, en el marco de la Contrarreforma, ante la negative dd los protestantes @admitir que, en manos del sacerdote el pan y el vino se convie-ten se tmente en el cuerpo de Cristo) Este dogma incluia une referencia ala nociGn estolist Teide substancia, que permitfa no explicar pero sf afirmar que en virtud de un milazro, Shando la substancia se transforma, los ‘‘accidentes” del pan y el vino (textur8, gusto, SSjon se mantienen. Sin embargo, Galileo en I! Saggiatore (1623) despojabs los curpos de au realided subsiancial, realizando una distineidn entre lo que es neceserio ariburles oe Si gure geoméerica, una posicén y una velocided— y ls sabores,oloresy colores ‘Guealsufeto oe animal periben a causa de unes particuas fafimas emitidas por los cuer Ai. Por lo tanto, sia pesar de la transubstanclacién peribimos todavia en la hosta el reson del pan, elo quiere decir que éstaemie as mismas partculas minimas que el pan.» I Stengers, eos epsodios galilanos», en M. Sees, ed., Historia de las ciencas, Ms rid, 1991, p. 260. (N. det 1.) sentantes de la Iglesia eran intrigantes estiipidos. Si Galileo creyé toda su vida haber sido victima de una intriga de «gallos castrados bajo la sotana», se equivocé. ¥ més importante atin, si creia que sus teorfas cien- tificas posefan cardcter de verdad, se equivocé igualmente. Su opinién esta hoy superada, la teorfa de la ciencia muestra que también en las cien- las empiricas las afirmaciones tedricas son fundamentalmente hipotéti- ‘cas. Por lo demés, si pretendemos creer que la lucha de Galileo en favor de su fisica result6 de alguna especie de afan revolucionario-ilustrador del pueblo, nos equivocamos. Galileo procedia de una vieja familia patri- cia, estaba muy orgulloso de su nobleza y no escribfa en italiano en lugar del latin culto porque quisiera darle gusto a Bertolt Brecht, sino porque trataba de influir sobre sus colegas menos instruidos. Pero al otfo lado cuando los cardenales del tribunal crefan que Gali- Jeo destrufa la autoridad de la forma tradicional de comprender la Biblia en favor de una mentira hipécrita y fatua, se equivocaban. Su opinion esta hoy superada, la teologia catdlica reconoce que la Biblia no ha de reivindicar tal autoridad en afirmaciones relativas a las ciencias de la na~ turaleza. En sus opiniones sobre el fondo del proceso ambos partidos se equi- vocaban, No se habrian equivocado si, y eso les habria hecho sentirse menos sordos, hubieran comprendido que en el proceso se trataba ante todo de la situacién del hombre en este mundo nuestro. Eso puede mos trarse s6lo mediante una amplificacién, hinchando un mimisculo indicio ‘con el gran aliento de la historia. Fl mimisculo indicio es el cambio per- ceptible por primera vez en Galileo de la relacidn entre ciencia de la natu- raleza y técnica. Dije ya que los movimientos violentos en la percepcién tradicional del mundo no pertenecen a la esencia de lo terrestre. Los mo- vimientos violentos se diferencian asi de los naturales porque no levan su fin en sf mismos, sino que se les impone desde fuera. Y justamente por eso los movimientos violentos son dominio de la técnica. Un ladrillo fen una polea no se ha de mover hacia arriba, sino hacia abajo, pero me- diante el ingenio del hombre se mueve en la direccién falsa, eppur si muo- ye, para mencionar una expresién erréneamente atribuida a Galileo. Lo movido naturalmente se diferencia de lo movido violentamente, de forma ‘no natural, porque tiene fines y objetivos, las causas de su comporta- miento son, de la misma forma que el hombre tiene fines, las causas fina~ les de su comportamiento conforme a fines. ‘Ante todo en la finalidad, en la perfeccién, a la que aspiran, se mues~ tran la esencia y el sentido de todas las cosas naturales. Fn consecuencia la naturaleza fue considerada por Aristételes como semianimada. Y la Edad Media adopté basicamente esta idea de que Dios creé el mundo 158 Los grandes procesos de la nada como una creacién no auténoma, una creacién en la que ha colocado al hombre, para que éste la elabore y domine como viva imagen de Dios. . Una consecuencia de Ja interpretacién cristiana, sélo extraida en el Renacimiento, fue el reconocimiento de que no habia diferencia entre mo- vimientos naturales y no naturales. La naturaleza no se ve engafiada por la intervencién del hombre, es decir, obligada a movimientos que no hu- bieran sido previstos en la creacién divina. Pero eso significaba que tam- bién estaban permitidos experimentos técnico-instrumentales y que posi- bilitaban afirmaciones verdaderas sobre la naturaleza. Justamente era lo que habia advertido Galileo, acentuando una y otra vez la similitud de Principio de fendmenos provocados técnicamente y fenémenos espontd- neos de Ia naturaleza. Y eso significaba para él que técnica y fisica for- maban un conjunto inseparable. Formulaba as{ un importante dogma de a burguesia emergente, La afirmacién de Galileo tiene dos consecuencias que no podia disi- mular a su época. La primera afecta a la pretensién de la ciencia tradicio nal de contribuir a la orientacién del hombre en el mundo al ensefiar por qué las cosas son como son; dicho de otra manera, al poner de manifiesto la esencia de las cosas. Con su viraje hacia la técnica Galileo habia abandonado la causa final como principio de explicacién. Si una maquina muerta producida por el hombre no pose ninguna determinacién de fines propia y no se le reco- noce una causa final propia, y.si la técnica producida por el hombre y Ja naturaleza creada por Dios son iguales en principio, la pregunta por la esencia de una cosa y con ello la pregunta que empieza con «por qué», carece de sentido. Sélo son legitimas preguntas que empiecen con «cémo», es decir, preguntas técnicas, y la ciencia pasa as{ de una ciencia de orien- tacién a una pura ciencia de disposicién, La segunda consecuencia afecta a la relacién de Dios con su creacién. De la equiparacién de la naturaleza con una maquina se desprendia una paradoja imprevisible: la creacién de un dios perfecto tiene que ser per- fecta, pero la maquina perfecta es un perpetuum mobile, un perpetuum ‘mobile no necesita intervencién desde fuera, dicho de otra manera, Ia crea- cién del mundo no necesita la intervencién de Dios. Por tanto ya no se ha de encontrar a Dios en su creacién, lo- que hace irresoluble la cuestién de si participé en él. Al final del camino recorrido por Galileo esté el astrénomo Laplace que a la pregunta del emperador Napoleon de, dénde esta Dios en la creacién, responderia: «Majestad, no necesito esa hipdte- sis». Una posible consecuencia de esa interpretacién que hoy nos amena- za es una deificacién de la técnica, pero ese es otro tema, El proceso contra Galileo 159 Otro aspecto de las consecuencias del proceso se mencionard breve- mente. La separacién de las ciencias de la naturaleza de la filosofia de lanaturaleza tuvo y tiene consecuencias también en el terreno del derecho como lugar de la vida en comin. Voluntaria o involuntariamente se pu den mezclar afirmaciones denotativas, es decir, cientificas, sobre la natu- raleza con afirmaciones prescriptivas, es decir, que establecen derecho, sobre el hombre. Cuando Galileo decfa: «La tierra es un planeta entre otros», eso significaba también, como muestra la historia: «No 0s com- Portéis como si estuvierais en una cércel de categoria, con el buen Dios como benevolente carcelero». Que una confusién de conocimiento de la naturaleza con establecimiento de derecho es de por si ilegitima y puede tener malas consecuencias, lo vemos por ejemplo en los estudios raciales de los nazis. De nuevo Galileo y sus adversarios, papa e Iglesia. Hemos de partir de que en el momento del proceso ambos partidos tenfan cierta raz6n en el error, que hoy ya no se da. Hoy, al conocer las consecuencias, un Galileo condenado seria realmente un martir del instinto de poder de una organizacién que aniquila despiadadamente al individuo que se rebela. Entonces ambos partidos se enredaban en errores que, diversos como son, tienen una fuente comiin: la sobrevaloracién, la superbia, de aquellos que creen hablar en posesién de verdades supraindividuales, y no s6lo en nombre propio, aunque sea eso lo que hagan. Galileo Galilei hablaba en definiti- va en nombre propio y no en el de la pura verdad de las ciencias de la naturaleza, que no habria necesitado su propaganda. Maffeo Barberini y su Iglesia hablaban en definitiva en nombre propio y no en el del cris- tianismo. La més profunda inclinacién humana de los hombres, conside- arse mds importantes y menos vinculados a su tiempo de lo que estan, unja al fisico combatiente y a sus enemigos. ¥ por eso también el proceso de Galileo es una leccién que va més alld de su situacién histérica.

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