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tepro Henayquex Orerig.
OBSERVACIONES SOBRE EL ESPANOL
EN AMERICA
{1]
Seria tiempo ya de acometer trabajos de conjunto sobre
el espafiol de América. Los materiales abundan en la lite-
ratura, tanto la popular como la culta de temas populares, y"
en obras de filologia o de gramética, especialmente bajo la
forma de diccionarios de regionalismos ', Entretanto, cteo
oportuno anotar unas cuantas observaciones preliminares.
1 Véanse las indicaciones bibliogréficas del ConDE DE LA ‘ViniazA,
Biblioteca histbrica de la filologia castellana. Madrid, 1893, pp. 911
2 930; R. Lenz, Diccionario etimol6jico de voces chilenas derivades
de lenguas indfjenas americanas. Santiago de Chile, 1905-1910, pp.
58 a 90; C. CARROLL MARDEN, Notes for a bibliography of Ame
rican Spanish, en el tomo II de los Studies in honor of A. Marsha
Elliott (hacia 1911), y M. ve Toro Grspenr, Americanisms. Patty
s. a, (hacia 1912), pp. 169-219. Los principales Vocabwlarios ei
mencionados son los de S. A. Lafone Quevedo (Argentina); Ciro”
Bayo (Argentina y Bolivia); D. Granada (Argentina y Uragasy):
M. L. Amunitegui, A. Echeverria y Reyes y Z. Rodrigues (Chile);
—1—I. Zonas DIALECTALES. — En cualquier estudio sobre el
castellano de América debe comenzarse por abandonat, si-
quiera temporalmente, las afirmaciones muy generales: toda”
generalizacién corre peligro de ser falsa. Diferencias de
clima?, diferencias de poblacién, contactos con diversas
Juan de Arona y R. Palma (Peri); C. R, Tobar (Ecuador); R.
Uribe Uribe (Colombia); B, Rivodé (Venezuela); C. Gagini (Costa
Rica); A. Membrefio (Honduras); A. Batres Jéuregui (Guatema-
Ja); J. Garcia Icazbalceta, E, Mendoza y C. A. Robelo (México), y
J. M. Macfas y E. Pichardo (Cuba).. Entre los posteriores de que
tengo noticia se cucntan los de T. Garzén y L. Segovia para la
Argentina (cf. M. pe Toro Grspert, Los nuevos derroteros del
idioma, Paris, 1918), de A. Malaret para Puerto Rico (Diccionario
de provincialismos de Puerto Rico, 1917) y de A. Zayas y Alfonso
para las palabras indfgenas de las Antillas (Lexicografia antillana.
La Habana, 1914).
? La influencia del clima, tan dificil de distinguir, por lo general,
parece manifestarse en el siguiente caso: en la Republica mexicana
es facil observar diferencias fonéticas, unidas a gran semejanza de
vocabulario, entre la ciudad de México, situada en tierra fria, a més
de 2.000 metros sobre el nivel del mar, y el puerto de Veracruz,
en Ja tierra caliente. En a capital, las consonantes se pronuncian
con gran precisién y aun minuciosidad, en cualquier posicién que
estén —asf, el dificil grupo i, con I sorda, del idioma néhuatl,
en palabras como Tlatlaugui, Citlaltépetl, Popocatépetl, taco, tla
cuache (otras veces clacuacho)—; las vocales son breves, y las
inacentuadas tienden a perderse: bloques para apuntes > blocs
prapunts, viejesito > viejsit"; presioso > psioso; pase usté > ‘pas-sté;
‘en Veracruz, Ia vocal recobra —al menos en gran parte— su ple-
nitud espafiola, y en cambio la consonante en fin de sflaba y en
otras posiciones, verbigtacia, 1a d intervocilica, tiende a debilitarse,
si bien no tanto como en las Antillas, donde el vulgo acostumbra
—segiin su propia expresién— «comerse las letras». Es probable
‘que en toda América haya parecidas diferencias de fondled. entre
jas tierras” Bajas y las tietras altas (cf. R. J. Cuervo, Apuntaciones
—2—lenguas indigenas, diversos grados de cultura, mayor 0 me-
nor aislamiento, han producido”o fomentado diferenci
ciones en la fonética y en la morfologia*, en el vocabulario_
y en Ia sintaxis*. Ante tanta diversidad fracasa una de las”
‘criticas sobre el lenguaje bogotano, sexta edicién. Paris, 1914, $5
346, 749, 751, 758, 771 y 776, y R. MENéNpEZ Proat, Manual de Gra.
mética bistorica espafiola, cuarta edicién. Madrid, 1918, p. 85,
nota): las tierras altas parecen_propender, verbigracia, a conservar
Ia s enfin de silaba y la d intervocilica; las tierras bajas tienden
a Ja pérdida de s y d. Bn la Sierra def Pers, Segin se me in-
forma, se tiende a hacer breves las vocales, como en la altiplanicie de
México.
> Véanse més adelante los datos sobre la conjugaci
‘“Bjemplo: en las Antillas, cn Venezuela y en Colombia se emples
el que adverbial a Ia francesa en lugar de donde, cuando, como,
cic: alli es que esté; entonces fue que lo bixo; ast es que se hace;
por eso es que voy (cf. R. J. Cuenvo, Apuntaciones criticas, § 460:
fl fenémeno me parece francamente popular, y no debido a in-
fluencia francesa, porque lo he encontrado en lugares donde se lee
muy poco y donde hace cincuenta afios Iegaban muy pocos libros
traducidos del francés); pero en México no existe semejante empleo
Gel que, Tampoco existe en México el uso de donde como equi:
valente del chez francés, uso frecuente en el Norte de Espatia, en.
las Antillas, Colombia, Costa Rica, Peri y Chile: para esos cas06,
cen la Argentina se emplean las frases adverbiales en Jo de, ¢ to de,
cre, En cambio, 1a generalizacién sobre el loismo de Américs, el
empleo sistemético de 10 como acusativo masculino, sf parece just
(ch R J, Cuznve, Las casos enditicos 3) proclitces del pronombvs.
Je tercene persone en castellano, en Romania, 1895, XXIV, 108,
109, 230 y 235, y notas a la Gramética de Bello, edicién de Parls,
1916, note 121, y R. Lenz, La oracién 9 sus partes. Madsid, 1920,
$52)) al Te acasstivo de la lengua escrita y aun del habla cults,
nace siempre de imitacién literaria donde he podido observatlo. FI,
antiguo dativo ge sobrevive entre los campesinos del
—3—generalizaciones més frecuentes: el andalucismo de Amé
rica; tal andalucisme, donde existe —es sobre todo en las”.
tierras bajas—, puede estimarse como desarrollo paralelo y _
no necesariamente como influencia del Sur de Espaiia®.
publica Dominicana, con pronunciacién de j moderna, en frases
como ge lo doy, ge lo digo.
5La idea del andalucismo se insinia, de"Beguro por simple inad-
vertencia, aun donde menos se la espera; por ejemplo: «propia de
‘Andalucia, y por lo tanto de América», en R. MENENDEZ PIDAL,
Gramiética bistérica, p. 87 (bastarfa suprimir el «por lo tanto»),
R. J. Cuervo me parece representar la opinién justa, apoyada en
buenos datos: «toda Ja Peninsula dié su contingente a la poblacién
de América» (El castellano en América, en el Bulletin Hispanique,
1901, TIT, 41-42; véanse ademas Apuntaciones criticas, § 996 de
la sexta edicién, y prélogo a la quinta), F, HANSSEN, en su Gra
mética histérica de la lengua castellana, Halle, 1913, se limita (p.
3) a decir que «el lenguaje popular de América se parece en muchas
particularidades al sermo rusticus de Espaiia, y especialmente al
andaluz», Igualmente T. Navarro Toms, Manual de pronunciacion
espafiola, Madrid, 1918: «En Iineas generales, la pronunciaciém his-
Panoamericana se parece més a la andaluza que a la de las demés
regiones espafiolas», R. Lenz, en sus Beitrige zur Kenntnis des
Amerikanospenischen (Zeitschrift fiir romanische Philalogie, 1893,
XVI, 189), opina que los colonizadores procedfan de todas. las
Provincias de Espafia, lo cual hubo de product una especie de
nivelaci6n lingitstica («eine sprachliche Ausgleichung»); pero en el
primero de los Ensayos filoléjicos americanos (Anales de la Univer-
sidad de Chile, 1894, LXXXIX, 113 a 132) hace concesiones a Ja
nocién muy divulgada, pero no probada, de que en la colonizacién
Predominaron los extremefios y los andaluces. A las pruebas adu-
cidas por R. J. Cuervo creo wtil agregar una que esté al alcance
de todos: recérrase la lista de_los espafioles més conocidos que
Pasaron_a América durante los primeros cincuenta_afios -de-4e-con-
quista, y se vera que Jos. andalyces y extremefios suman menos
que los nativos de otras regiones de Espafia, especialmente de las_
—4—Provisionalmente me atriesgo a distinguir cn la América
expaiiol cinco sonds principales: primera, la que compren
cle las texiones bilingiies del Sur y Sudoeste de los E:
Unidos, Mé
ados
‘0 y las Repiiblicas de la América Central:
tres Antillas espafiolas (Cuba, Puerto Rico y
Ja Republica Dominicana, la antigua parte espafiola de San-
to Domingo), la costa y los Manos de Venezuela y pro-
bablemente la porcién septentrional de Colombia; tercera,
dina de Venezuela, el interior y la costa occi-
dental de Colombia, el Ecuador, el Perti, la mayor parte
de Bolivia y tal vez el Norte de Chile; cuarta, la mayor
parte de Chile; quinta, la Argentina, el Uruguay, el Pa
raguay y tal vez parte del Sudeste de Bolivia, El carécter
de cada una de las cinco zonas se debe a Ia proximidad
geogréfica de las regiones que las componen, los lazos po-
Iiticos y culturales que Jas unieron durante la dominacién
espaficla y el contacto con una lengua indigena principal
(1, néhuadl; 2, lucayo; 3, quechua; 4, araucano; 5, gua-
ran{). El elemento distintivo entre dichas zonas est, sobre
todo, en el vocabulario; en el aspecto fonético, ninguna
zona me parece completamente uniforme ®.
segunda,
dos Castillas. La proporcién exacta en que cada regién espafola
contribuyé a formar Ja poblacién de América podria determinarse
mediante el examen de los registros de naves en el Archivo de In-
dias; tarea que no serfa demasiado larga y sf fecunda en resultados.
Interesante ensayo es el de Ricarpo Royas, El idioma de los con-
quistadores, capitulo VI del primer tomo de su Historia de le
literatura argentina, Buenos Aires, 1918; seria til reunir mayor
cantidad de materiales.
“De estas zonas conozco personalmente las dos primeras; de las
demés conozco gran nimero de individuos. Al contrario de lo que
sugieto para la América espafiola, en el inglés de los Estados Unidos
—s—Dentro de cada zona hay luego subdivisiones. As{, en
Ia primera, la zona mexicana, habria que distinguir, cuan-
do menos, seis tegiones: el territorio hispénico de los Es-
tados Unidos, donde Ja lengua ha sufrido curiosas transfor-
maciones fonéticas; el Norte de la Kepiblica mexicana; la
altiplanicie del Centro, donde se halla la ciudad de México,
regién que, como Castilla en Espafia, da al conjunto su
carécter fundamental, derivado en parte de la influencia
del nébuatl, el idioma de los aztecas; las tierras calientes
de Ja costa oriental, en particular Veracruz y Tabasco; la
peninsula de Yucatén, donde ejerce influencia el maya; y
la América Central, comenzando en el Estado mexicana
de Chiapas, que antiguamente formé parte de Guatemala.
Y todavia es probable que la América Central se subdivida
en regiones diversas.
II. LENGUA CRIOLLA. — Como el castellano convive con
los idiomas indfgenas en muchos paises de América —y
por lo menos en uno, el Paraguay, se halla todavia en
inferioridad numérica—, son frecuentes los casos de-mez-
cla de lenguas?. A veces estas mezclas Iegan a constituir
dialectos intermedios: tal el bispanc-nébuatl de Nicaragua,
el cual se remonta quizés al siglo xv1, y ha servido, sobre
Ia divisién en tres zonas (Nordeste, Sudeste y Oeste) se basa en di-
_ferencias fonéticas. principalmente. “
7 Como ejemplos de mezcla entre el castellano y Jenguas indi-
genas de la América del Sur, véanse Cantos populares americanos,
recogidos por Ciro Bayo en la Revue Hispanique, 1906, XV, 805
(romance de Bolivia); Paraguay native poetry, recogida por R.
Scuutter en el Journal of American Folk-lore, 1913, XXVI, 338-
350, y Folklore araucano, recogido por ‘Toms GUEVARA en los
Anales de la Universidad de Chile, 1910, CXXVII.
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