La horda uniformada usurp la vereda y calcin sus rincones.
En Beln de los Andaques nadie se
atreve a caminar por las calles. Retumba el miedo en las sienes de los belemitas, cuando los vigilantes, sin acongojarse por habitar la muerte, transitan despojados de mscaras. Anclados en el parque Alto Fragua Indi-Wasi, los invasores entreveran sus ojos para ofrendar sus basiliscos como ddivas. Exhiben las furias ciegas y custodian el acecho, protegindose con sus treinta y tres vboras. Pero en la enramada de la convocatoria, el nico reino que se permitirn sus pobladores son la barahnda y el entusiasmo otorgado por sus bebedizos. Un ejrcito de placeres danza en los cuerpos nocturnos protegidos por el alba, y el embrujo zarandea la tierra de letargos ancestrales. Los danzantes abandonan guerras eternas, los amantes se derrochan, no perdonan esperas, no posponen alientos y atrasan los relojes, para conjurar sus algarabas inaplazables.