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Cuando alguien ofende a otra persona, la ofensa ocurre porque esta persona
hizo o dijo algo que el ofendido considera un insulto o una falta hacia su
persona. El ofendido primero tiene que pensar sobre la acción del ofensor,
luego, calificar tal hecho como una agresión a su persona, y darle así un
sentido. Es como un albur, la ofensa no llega hasta que la cachas, entonces
ya puedes sentirte ofendido. Así pues, el ofensor no es el que ofende, es el
ofendido quien decide sentirse agraviado, dada una acción que puede o no
estar ligada a la intención de ofender.
Por el otro lado, pedir disculpas al ofendido es tan solo una lisonja, y
pienso que no tiene sentido hacerlo. Al pedir disculpas uno se convierte en
un participante más de este insípido juego, que no deja nada a nadie y no
cumple ningún propósito mas allá de alimentar el ego ajeno con victorias
vanas. Claro que hay quienes dicen las cosas con un verdadero sentido oculto
sin embargo, sigue siendo decisión del ofendido sentirse de esta forma y
así seguirle el juego al ofensor, lo cual es una pérdida absurda de tiempo.
Las palabras no son más que ruido en el aire hasta que nosotros les damos un
significado.
A pesar de la edad, una gran mayoría de las personas siguen siendo niños por
dentro. Siguen haciéndose los ofendidos, siguen haciendo berrinches, siguen
siendo envidiosos, pendencieros, etc. Como diría Simone de Beauvoir: "¿Qué
es un adulto? Un niño inflado por la edad".
Autor desconocido