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Razones para la Alegría

Autor: Martín Descalzo

Capítulo 14: Vivir con la lengua fuera

Creo que fue Tucholsky el que escribió una vez, ironizando sobre la gente «que vive con la lengua fuera»; de los
que Jadeantes y sin respiración van a la zaga en el tiempo, para que nada ni nadie se les escape»; de quienes
más que tener ideas viven de adaptarse, como camaleones, a lo que está de última moda. ¿Que impera el
marxismo? Ellos se hacen marxistas o semimarxistas, si la cosa les asusta mucho.

¿Que es el existencialismo lo que lleva la moda? Pues a hacerse existencialistas. Y después, relativistas. Y luego,
secularistas. Y más tarde, pasotas. Y finalmente, nihilistas. 0 lo que empiece a asomar en el horizonte.

Son como los esclavos de la moda. Sólo que la moda impera, al fin y al cabo, en los vestidos, mientras que ellos
se esclavizan en la fugitividad a las ideas.

Es un tipo de seres más común de lo que puede creerse. Y no les angustia el tener o no razón. Pero les aterraría
pensar hoy lo que es- tuvo de moda anteayer y no estar «al día». Viven literalmente con la lengua del alma
fuera, haciendo correr a su cabeza tras las ventoleras de las opiniones.

Conozco personas cuya única ideología es elegir, entre las varias opiniones que circulan, la más puntera y
avanzada. Gentes que se morirían ante la sola posibilidad de que alguien les tildara de «anticuados» o, lo que es
peor, de «retrógrados». Hay quienes estarían dispuestos a dar su vida por sus ideas o por su fe, pero se pondrían
coloradísimos primero y terminarían por fin traicionándola si en lugar de conducirles a la tortura les sometieran
al único tormento de ser acusados de «beatos» o de conservadores. Son personas para las que no cuenta el
substrato de su pensamiento, sino exclusivamente el último libro, periódico o revista que han leído. Son los
tragadores de tiempo, los que creen que la verdad se rige por los relojes y opinan que forzosamente lo de hoy
tiene que ser más verdadero que lo de ayer.

No parecen darse cuenta de que «el verdadero modernismo -como decía Tagore- no es la esclavitud del gusto,
sino la libertad del espíritu». Tampoco se dan cuenta de que adorar a lo que hoy está de moda es dar culto a lo
que mañana será anticuadísimo, porque no hay nada tan fugitivo como el fuego de artificio de la novedad.

Un hombre verdaderamente libre es aquel, me parece, que piensa y dice lo que cree pensar y decir, y jamás se
pregunta si con ello está o no al último viento. Y será doblemente libre si no se encadena a grupos, a bloques de
pensamiento.

Porque, en este tiempo más que nunca, la gente piensa por bloques. Un señor, por ejemplo, que se estime
progresista tendrá que aceptar todo aquello que se sirve como tal: no sólo el deseo de libertad y de derechos
humanos; no sólo el ansia de un mundo evolucionado, sino también el aborto, el permisivismo moral y el
antimilitarismo.

¿Y si yo me sintiera progresista y, precisamente porque quiero serlo, me entregara a defender la vida o a


combatir la droga?

A mí me divierte muchísimo -voy a confesarlo aquí- desconcertar a mis amigos, que ya no acaban de saber si soy
abierto y moderno o tradicional y conservadorísimo. Eso de que no consigan encasillarme me entusiasma.

Incluso a veces hago alguna que otra pirueta para desconcertar y escribo artículos bastante «progres», para que
los conservadores no crean que soy de los suyos, o más bien tradicionales, para que nadie me encasille en
avanzadas que tampoco son mías.

Y cuando me preguntan si soy un hombre de derechas o de izquierdas, innovador o conservador, respondo


siempre que soy simplemente un hombre libre que quiere ir diciendo siempre lo que piensa, sin estar obligado a
decir forzosamente que es bueno lo que la moda pinta como avanzado o malo lo que otra rutina dibuja como
conservador.

Porque nunca he creído que la verdad esté en bloque a la derecha o a la izquierda, en el ayer o en el mañana. Y
creo que debo conservar libre in¡ juicio para reconocerla allí donde esté o donde yo la vea.

Claro que para esto hace falta otra segunda libertad de espíritu: la de ponerse por montera lo que la gente
pueda decir de uno. Afortunadamente a mí sólo me preocupa lo que digan de mí Dios y mi conciencia, y puedo
permitirme el lujo de sonreír ante críticas y comentarios.
Lo que no creo que un hombre deba hacer es pasarse la vida con la lengua fuera, buscando apasionadamente por
dónde vienen los últimos tiros. Un hombre así puede servir para veleta, no para torre de catedral o pata almena
de castillo. Y me parece mucho menos malo ser un poco orgulloso que ser esclavo y serlo de un señor tan
variable y volandero como la moda.

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